NovelToon NovelToon

La Herencia Del Copiango

Prólogo

-         Por favor, ani rejapo vai chupe… (No le hagas daño por favor…)

Ella interpuso su frágil cuerpo entre los dos. La fiera los observaba mientras resoplaba aturdida. Podía oler la sangre a kilómetros, así los había encontrado.

El pelaje completamente erizado marcaba sin dudas la salvaje necesidad de saciar sus instintos. Habían traspasado los límites y ella sabía lo que eso significaba.

-         Tagueraha chupe seguridad-pe... ha aju jeýta ne rendápe... Apromete... (Déjame que lo ponga a salvo… y volveré contigo… lo prometo…)

La bestia se acercó a ella y olisqueó el aire.

El terror era tan profundo que le retorcía sus propias entrañas, no podía dejar de temblar y agitarse descontroladamente, pero aceptaría lo que fuera con tal de poder salvarlo.

El hombre aparentemente dormido a su espalda, estaba ajeno a todo lo que representaba lo que ella estaba haciendo por él.

La bestia la desvió y se acercó a su víctima, puso su garra sobre el pecho descubierto que respiraba con dificultad y lo arañó de un lado al otro, el hombre se retorció de dolor, pero aun así no se despertó.

-         Che ajevýta ha ikatu rejapo chendive reipotáva... (Volveré y podrás hacer de mí lo que quieras…) - insistía aterrorizada

Se arrojó al piso suplicándole

-         Reikuaápa ndohechái hague mba'eve... (Sabes que él no vio nada…) - dijo sollozando – “Ava” por favor…

Un gruñido amenazador la hizo silenciar. Apretó con fuerza las manos contra su cara por unos segundos en un intento de protegerse de la furia de su adversario y cuando volvió a abrir los ojos unos segundos después no había ni rastros del animal.

Absolutamente ningún indicio de su existencia ni la amenaza que representaba. Solo entonces pudo relajarse lo suficiente como para terminar de atender al amor de su vida.

La hemorragia, fatal en otro momento y otras circunstancias, había sido controlada eficientemente gracias a sus conocimientos como sanadora y a los secretos de su gente.

Ahora tenía la no fácil tarea de sacarlo de ese lugar, para poder pedir ayuda.

 

***

Él escuchaba su voz pero aun así no podía responderle, ni siquiera podía mover su mano o abrir sus ojos. Era una completa tortura.

-         Sé que me puedes escuchar amor… - su voz estaba cargada de miedo – te vas a recuperar… las lesiones no son tan graves como se ven…  - lo acariciaba suavemente en la mano que sostenía entre las suyas – recuperé tu bolsa de muestrario… vas a poder continuar con tu investigación… pero lejos de mi… - las lágrimas se derramaban sin parar por sus mejillas – no puedo irme contigo… nunca lo podré hacer… pero quiero que sepas que lo que sea que me toque en esta vida, lo voy a llevar con la certeza que ha servido para que sigas vivo.

El hombre que se encontraba en esa cama de hospital con vendas en su pecho y en su abdomen, con golpes en casi todo el cuerpo comenzó a llorar, único signo que demostraba que estaba escuchando, las lágrimas corrieron por sus sienes y comenzaron a empapar su cabello en ambos lados.

Ella secó las lágrimas y siguió acariciando esos raros cabellos del color del fuego, tan distinto a su gente, tan hermoso a sus ojos como nunca nadie lo había sido antes.

Aunque tenía los ojos cerrados, ella conocía muy bien esos ojos de color cielo que tanto había mirado y la habían mirado haciéndola sentir que ella era especial.

Había roto todos los mandatos y tradiciones de su pueblo, era una traidora a ojos de su familia y a ojos de su gente.

Sabía que sería despreciada, ultrajada y considerada sin valor por el resto de su vida, pero lo único que le importaba era que lo había salvado.

-         Voy a estar bien… - dijo sin poder contener el llanto – ellos son mi familia… mi gente…. no me vas a volver a ver… pero te voy a amar hasta mi último suspiro…

Lo besó en la boca con la aprehensión que conllevan las despedidas, con el dolor de saber que nada volvería a ser como antes y con la terrible certeza de saber que valía la pena lo que fuera, para que él estuviera vivo.

Luego apoyó su frente sobre la de él y recito una plegaria:

...“Tupã opa mba'e apohare...

...(Dios de todo lo creado)...

...eñangareko che mborayhúre opa mba'e ivaívagui...

...(protege a mi amor de todo lo malo)...

...ha che ñongatu ne korasõme reheja peve rojoayhu”...

...(y guárdame en su corazón hasta que nos permitas amarnos)...

Luego solo salió del lugar sin volver la vista atrás… y corrió con todas sus fuerzas hasta no saber ni como respirar.

Se paró frente al monte, por un segundo titubeó en su fortaleza y luego su propia sangre le recordó que ella era la hija del Cacique más bravo y valiente que su pueblo pudiera recordar, ella había sido seleccionada para ser la esposa del siguiente Cacique y eso significaba que nada podía causarle temor.

 

***

 

Nota del autor: la leyenda de Copiango o el Hombre-yaguarete es una de las leyendas más conocidas de historias antropomórficas de la cultura guaraní (pueblo originario de América del Sur) Pido disculpas si utilizo erróneamente algunos conceptos o palabras pero es a fin de darle una continuidad a la historia.

 

Primera parte: El origen

Copiango

Apenas ingresó a la zona de la aldea, una turba de mujeres comenzaron a arrastrarla de los cabellos para llevarla ante el Cacique. Era una desertora, había traicionado a su pueblo y a sus creencias mezclándose con ese demonio rojo que había aparecido para estudiar sus plantas y sus métodos de sanación.

El Cacique sabía que la principal amenaza era la civilización que los iba invadiendo y que no eran fáciles de intimidar como cualquiera de los animales del monte. Había conocido a religiosos que le fueron generando confianza y permitió que algunos de los jóvenes aprendieran el idioma, entre ellos su hija Irupé y quien se había ganado el derecho a través de la bravura de sus combates a ser el futuro Cacique, el guerrero Luriel o dueño del viento como significaba su nombre.

El Cacique era responsable de la seguridad de la tribu y no podía hacer distinciones entre su propia familia y el resto de los aldeanos, por eso esas mujeres se atrevieron a arrastrarla y golpearla sin miramientos, pero antes de llegar a su presencia, una alta y robusta figura se paró frente a ellas para detenerlas.

-         ¡Toho chupe! (suéltenla) – dijo con una mirada feroz

 

-         Ha’e peteĩ traidor (es una traidora) – le contestó una de las jóvenes que no estaba de acuerdo con que Luriel se casara con ella.

 

-         Einupã jey chupe ha che ajapóta avei nderehe (la vuelves a golpear y te haré lo mismo) – se acercó hasta rozarla para que sintiera su respiración forzada para lograr serenarse

 

-         Ñande ruvicha ndoaceptái umi sobra (nuestro líder no acepta sobras) le contestó mientas la arrojaba nuevamente al suelo

 

Irupé sangraba, los golpes y las magulladuras se extendían por todo su cuerpo y se superponían a las recibidas anteriormente.

Si, ella sabía perfectamente lo que le esperaba al volver. Cuando vio aparecer a su padre no pudo evitar sentirse avergonzada y se paró con mucha dificultad

-         Che ajevy che ru, apromete haguéicha ndéve (he regresado padre, como te prometí) – dijo mirándolo desafiante por primera vez, si quería matarla que lo hiciera de una vez.

El cacique se la quedó mirando sin contestar por tanto tiempo, hasta que le hizo bajar la mirada.

-         Nde repromete Luriel-pe (se lo prometiste a Luriel) – dijo por toda respuesta antes de girarse y desaparecer.

Irupé miró aterrorizada a su verdugo, cuando le prometió a Copiango que volvería para que hiciera lo que quisiese, pensaba que hablaba con su padre y había especulado con que los maltratos fueran golpes y servidumbre a su propia familia, ya no podía ser la hija con derechos y respeto, ni podría ser jamás la esposa virtuosa de Luriel.

Él se encontraba inmutable, parado estoicamente y mirándola desde su altura. Era la primera vez que se había transformado y eso solo ocurría luego de experimentar una furia extrema, con el tiempo lograban controlarlo, pero nunca la primera vez que ocurría… al escuchar al cacique y comprender lo que significaba la gente se fue retirando dejándolos solos en el medio de la plaza.

Luriel se había convertido en el nuevo protector de la aldea, su palabra y sus decisiones no se discutían, solo el Cacique estaba sobre él y su estatus.

Irupé temblando se arrojó al suelo a la espera del castigo que quisiera hacerle.

-         Ndaha'éi rojuka va'erã ( no voy a matarte) – dijo con voz ronca

 

-         Lo sé… - contestó con un hilo de voz – me hubieras matado antes

 

-         Ani reñe'ẽ chéve upe ñe'ẽme (no me hables en esa lengua) – sentenció contrayendo todos sus músculos para controlarse.

 

Se giró y comenzó a caminar hacia su cabaña, Irupé no tuvo otra alternativa que levantarse y seguirlo unos pasos atrás.

Titubeo antes de ingresar a la cabaña, pero ese hombre al que temía con todo su ser, le había perdonado la vida a Mario y eso valía absolutamente todo.

-         Reike vove che rógape, reñembo’ýta (cuando ingreses a mi casa te vas a desnudar) – dijo indiferente mientras el terror afloraba en el rostro de su víctima - Nde nerekumplíri ha reguata desnudo pe puévlo pukukue (no lo cumples y vas a andar desnuda por toda la aldea) – le arrojó un vestido tradicional - ndaiporivéima ao umi tavayguakuéragui (no más ropa de esa gente)

Irupé tomó el vestido y quiso buscar un lugar para cambiarse, pero Luriel se acercó y le arrancó el vestido de las manos

-         Nde reime che rógape (estas en mi casa) – le gritó mientras comenzaba a romperle la ropa que traía puesta.

Ella puso su pequeña mano que tenía cortes y raspones sobre esas manos para detenerlo.

-         Aháta... (lo haré…) – mientras apelaba a calmarlo con su sumisión - Che ajapóta opa mba'e reipotáva (haré todo lo que quieras)

Lentamente se quitó los jirones de ropa que quedaron y se desnudó completamente ante la atenta mirada del hombre que la había amado desde que eran adolescentes.

Ella nunca lo había correspondido como él quería, pero no importaba, porque su unión era una decisión del cacique. Él siempre pensó que una vez que estuvieran juntos, podría lograr que sintiera algo por él. Aún la amaba y la deseaba, la miraba en ese momento y casi no podía reconocer a la Irupé que le habían prometido. Estaba sucia porque la habían arrastrado por la aldea, con moretones, cortes e hilos de sangre emanando en rostro brazos y piernas. Su larga cabellera negra enmarañada con barro, sangre y hojas secas.

Ella no levantaba la cabeza, le avergonzaba estar expuesta, temía lo que pudiera pasar desde ese momento en adelante… pero se sorprendió cuando lo vio salir de la cabaña sin decir ni una palabra. A los pocos minutos volvió a ingresar, traía un recipiente con agua, un jabón y una toalla y se lo dio.

-         Eñemopotĩ ndejehegui (límpiate) – su voz sonaba áspera - ombosako’i mba’e ho’u haguã (prepara algo para comer)

Sin decir nada más, se dio vuelta y salió nuevamente por la puerta, tardó mucho tiempo en volver, cuando ingresó, vio la comida servida en la mesa y la vio a ella desnuda parada contra una pared cercana. Ahora que había limpiado su cuerpo, podían verse mejor las heridas y moretones de todos los colores.

Caminó lentamente hasta la mesa y se sentó, observó la comida y luego la observó a ella, otra vez estaba cabizbaja, temblaba visiblemente y no hacia frio en absoluto

-         Eju rekaru haguã (ven a comer) – retiró una silla y le indicó que se sentara

Ella lo hizo, Luriel le pasó un pedazo de carne asada, ella lo tomó y trató de cortar con los dientes un pequeño trozo, pero el dolor por la mandíbula hinchada no se lo permitió.

Luriel le tomó el mentón y se lo giró para poder observar mejor, un corte en la zona inferior, en la línea del hueso era lo que le generaba el dolor. Le corrió suavemente el cabello que le caía sobre el rostro, volvió a levantarse y regreso con un recipiente que le mostro…

-         Nde rembosako’i omonguera haguã che herida (lo preparaste para curar mis heridas) – su voz sonaba más ronca de lo normal

Ella lo miró a los ojos y una triste sonrisa apareció en su semblante. Había crecido con ese hombre, le tenía cierto cariño, pero jamás podría amarlo, lo supo después de conocer a Mario.

 

Es un trato

Luriel le tendió el recipiente y ella lo tomó con las manos temblorosas

-         Aguyje (gracias) – le sonrió nuevamente

 

-         Ikatu reke chendive térã yvýpe (puedes dormir conmigo o en el piso) – le dijo mientras comenzó a comer.

 

No la miraba, simulando indiferencia. Estaba a la expectativa de lo que diría.

-         ¿Ikatu piko añetehápe aiporavo? (¿de verdad puedo elegir?) – su voz era solo un susurro mientras lo miraba.

Cuando lo vio asentir, recién entonces pudo soltar el aire que había estado reteniendo sin darse cuenta, comenzó a romper con la mano pequeños pedazos de pan y trató de comer lo que podía.

Luriel terminó de comer, se desnudó completamente y se dirigió al camastro donde dormía. Ella no lo miraba, no podía, el rechazo que sentía iba más allá de no sentir nada por él.

Juntó las cosas, acomodó todo en su lugar, colocó el ungüento en sus lesiones, por lo menos sobre las que alcanzaba a ver y luego se acostó en el piso contra la pared, se colocó en posición fetal, se abrazó con fuerza a sus piernas, las lágrimas fluían sin poder detenerlas, pero no emitía ningún sonido que pudiera enojar a su amo, porque se había convertido en la esclava del hombre que una vez había sido elegido para ser su esposo.

Antes de dormir, Irupé simplemente lo pensó… lo vio en su mente como si lo tuviera en persona, le tocó suavemente esos cabellos de fuego, tocó su piel cubierta por pecas, era lo que más amaba de él, era absolutamente diferente a todo lo que conocía.

Cuando lo vio por primera vez en la escuela, no pudo evitar quedarse mirándolo y él cuando lo notó le regaló la sonrisa más linda que había visto nunca. Su gente no era expresiva, cuando sonreían no lo hacían arrugando sus ojos, o aflojando los hombros como hacía ese hombre.

Ella apenas estaba aprendiendo el idioma de la gente blanca, le habían dicho que él estaba en el final de sus estudios y que estudiaba a los árboles y a las plantas que curaban y que había venido a ese lugar por las plantas que crecían allí únicamente.

Durante las siguientes semanas, no faltó ninguna vez a clases, ya entendía bastante al escuchar, aunque le costaba hablar con fluidez. No siempre lo veía, pero cuando lo hacía, lo volvía a mirar con esa fijación difícil de disimular.

Uno de esos días, lo vio llegar cargando un gran y extraño bolso que le llamó la atención, lo vio sentarse en una amplio banco de la plaza, abrir ese bolso y comenzar a poner pequeños papelitos. Se acercó un poco más y pudo ver que lo que tenía en ese estuche eran plantas, de diferentes clases. Ella las conocía todas. Tenían algo en común y eso la hacía sentir como si estuvieran unidos.

Se paró a su lado sin decir nada, miraba absorta las plantas hasta que escuchó su voz:

-         Maitei Irupé (Hola Irupé) – la voz era suave y grave, ella lo miró asombrada - Che réra Mario (me llamo Mario)

Cuando ella lo miró a los ojos, no podía creer que hubieran ojos del color del cielo, nunca lo había visto, su gente tenía ojos marrones y los blancos que conocía también tenían marrones aunque algunos más oscuros y otros más claros.

-         ¿reñe’ẽ piko che ñe’ẽme? (¿hablas mi idioma?) – seguía mirándolo con extrañeza y cuando lo vio confundido siguió – pensé que hablabas mi idioma…

 

-         Solo unas pocas palabras – sonreía nuevamente y las arruguillas alrededor de los ojos lo hacían ver como un anciano.

 

-         ¿Cómo sabes mi nombre? – no dejaba de verlo a los ojos

 

-         Me dijo el maestro – contestó señalando hacia la escuela – me dijo que eras la sanadora de tu pueblo

 

-         Che sy ha’e (mi madre lo es) – lo vio confundido y buscó en su memoria las palabras que había aprendido – mi madre… yo aprendo.

 

Él volvió a sonreírle, esa pequeña niña, de tez morena pero más pálida que los demás indígenas que había conocido, largos cabellos negros, tan lacios que parecían una cascada por su hombro y espalda, ojos oscuros y rasgados y la boca más perfecta que había visto nunca.

La veía como una niña, curiosa y atrevida, lo miraba de una manera que en su cultura podría interpretarse como atrevida, pero sabía que en el caso de ella era simple e inocente curiosidad por lo nuevo. Si él llamaba la atención en su mundo que contenía una gran variedad de razas, cuanto más llamaría la atención en el mundo de ella donde prácticamente todos eran muy similares.

Corrección, los demás eran similares…, ella era también diferente a todos

-         Tal vez puedas ayudarme diciéndome como lo llaman y para que lo usan – dijo emocionado señalando su muestrario – yo te pagaré…

Ella lo interrumpió agitando las manos frente a su rostro.

-         Si no quieres que te pague debo devolverte el favor de alguna manera – Mario estaba asombrado

 

-         Tráeme imágenes de tu pueblo… - dijo sonriendo – quiero aprender

 

-         Bien, es un trato – dijo mientras le pasaba la mano, pero ella no entendía lo que quería hacer – nosotros cuando hacemos un trato nos apretamos la mano… es señal de respeto – le tomó la mano y le mostró cómo hacerlo.

 

Cuando Mario tomó la mano de Irupé, ambos sintieron que cruzaban un límite sin retorno, ambos quedaron mirándose sin sonreír pero totalmente incapaces de cortar el contacto. Luego de unos segundos Irupé observó más detenidamente la mano que estrechaba y se maravilló al notar las pecas y los bellos rojizos del brazo.

-         ¿Todo tu pueblo es como tú? – la voz sonaba como una niña

 

-         No… - se largó una carcajada – solo mi familia… pero en todos los pueblos hay gente como yo

 

-         Pareces fuego – y comenzó a reír también… y tus ojos parecen cielo…

 

-         Es lo más lindo que me han dicho… - le dio un beso en la mano antes de soltarla – y creo que tu nombre es perfecto - como ella lo miró asombrada agregó – eres bella como la flor.

 

-         ¿Viste alguna vez un plato de agua…? – le sonrió nuevamente mientras él negaba con la cabeza – tal vez algún día te lleve a verlo cuando florezcan

 

-         Me encantaría… - juntó sus cosas, se había puesto nervioso sin sentido - ¿te veo aquí mañana cuando salgas de la escuela? – la vio asentir inmediatamente - ¿Por qué lo haces?

 

-         Nde porãgui (porque eres hermoso) – dijo antes de comenzar a alejarse

 

-         No te entendí – dijo confundido

 

-         Lo sé, por eso te lo dije.

Mario quedó mirándola hasta que desapareció en el camino, tenía que recordarse que era solo una niña, no tenía idea de cuantos años tenía, pero no creía que fueran muchos. Además él solo había venido a terminar su tesis universitaria, la fármaco botánica se había convertido en el sentido de su vida y a lo que se quería dedicar el resto de su existencia.

Download MangaToon APP on App Store and Google Play

novel PDF download
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play