Cuando Saldur Leland ascendió al trono como rey, no era ajeno a la magnitud de la responsabilidad que llevaba sobre sus hombros. Consciente de que la corona no era solo un adorno, sino un símbolo de autoridad y carga, comprendió que su niñez había quedado atrás, cediendo paso a la madurez que exigía gobernar Zafiro con firmeza. Las complicaciones de la guerra que envolvían su reino requerían de su astucia y determinación. Cuatro décadas de reinado atestiguaron la férrea determinación de Saldur. Enfrentándose a conflictos continuos, nunca permitió que Zafiro se doblegara ante adversidades. Cada decisión, cada estrategia, estaba impregnada de la sabiduría adquirida a lo largo de los años. Para él, la corona no solo era un símbolo de poder, sino un recordatorio constante de la carga que llevaba y la necesidad de proteger a su pueblo.
Su mirada, endurecida por el tiempo y las batallas, reflejaba la resiliencia forjada en el crisol de la adversidad. La guerra no solo había sido un desafío militar, sino una prueba de carácter. Saldur Leland, ahora más que nunca, era el gobernante que Zafiro necesitaba: un líder incansable que, con el paso de los años, había transformado los desafíos en oportunidades para fortalecer su reino
En la oscura y taciturna noche del castillo de Zafiro, el rey Saldur se apresuraba hacia la habitación donde su única hija mujer, sumida en un letargo que se prolongaba más de lo previsto, reposaba. Al llegar a la puerta, procuró abrirla con sigilo, aunque un breve crujido del metal oxidado escapó, un sonido que, por lo general, le resultaba molesto, pero en ese instante solo deseaba ver a su hija. Lehia yacía con los ojos cerrados, su respiración apenas era perceptible. Saldur se acercó con pasos cautelosos, escrutando con detenimiento a su hija, preguntándose cómo había llegado a esa situación.
Lehia, una joven de belleza mágica con cabellos oscuros y ojos tan profundos como la noche, siempre había sido vivaz, aunque prefería la soledad al bullicio de constantes halagos y miradas de admiración que le dirigían hombres de todas las castas. Creció entre las palabras cariñosas de su madre, la reina Lehera, quien la instruyó en el valor y la audacia, instándola a no dejarse dominar por ninguna autoridad masculina.
— Ay, mi querida Lehia, permíteme implorar tu perdón por no haber logrado mantenerte despierta. Sé que, al enterarte de todo lo ocurrido en tu ausencia, podrías odiarme, pero fue inevitable, todo se descontroló —le susurró con pesar a su hija, quien escuchaba atentamente aunque no pudiera abrir los ojos ni responder. — Espero que, al despertar, te conviertas en una mujer tan excepcional como lo fue tu madre. Te amo, mi pequeño retoño.
Saldur se aproximó a la ventana del recinto, contemplando su reino a través de ella, un lugar genuinamente único y especial. Aunque no ostentaba la ostentación y el lujo de otros reinos, su grandeza residía en una fuerza y coraje incomparables. Los habitantes de Zafiro eran reconocidos por su honradez y lealtad inquebrantables, conectados de manera profunda con la naturaleza circundante. El Reino de Zafiro, resguardado por una fuerza mística y primordial, emanaba una energía palpable que impregnaba cada rincón y cada resplandeciente zafiro que decoraba el entorno.
Saldur dirigió la mirada hacia las montañas al norte, el hogar ancestral de su pueblo. Un lugar que siempre había estado estrechamente vinculado a su corazón y al de su familia. Allí, las estrellas brillaban con mayor intensidad, y la magia del reino se manifestaba más cercana
En las bulliciosas calles de Zafiria, la capital del reino de Zafiro, las murallas de la ciudad se erguían con imponencia, semejantes a guardianes silenciosos que vigilaban sin cesar. Sus torres alcanzaban alturas majestuosas, poderosas como gigantes joyas destinadas a resguardar la ciudad de toda amenaza imaginable. Los ciudadanos transitaban con serenidad por el animado comercio, entre ellos el príncipe Leandro, envuelto de pies a cabeza para evitar ser reconocido mientras se paseaba por la plaza principal, el mismo lugar donde las sentencias de traición se ejecutaban con decapitaciones públicas. A medida que avanzaba por la plaza, su mirada se detuvo en el ominoso cadalso que se alzaba en su centro. Aunque la gente evitaba su escrutinio, el príncipe no podía apartar la vista de aquel objeto siniestro. Una extraña energía parecía emerger de su interior, atrayendo su atención de forma irremediable.
En ese preciso instante, Raees, una de las talentosas bailarinas que Leandro había conocido meses atrás, le tocó suavemente el hombro. El contacto fue ligero pero suficiente para distraer al príncipe de sus sombríos pensamientos. Al girar la cabeza, se encontró con la mirada penetrante de Raees, sus ojos castaños transmitiendo una mezcla intrigante de curiosidad y complicidad.
— Raees — susurró su nombre con un tono nervioso, y ella respondió con una sonrisa cómplice. — Pensé que no volvería a verte hasta que se llevará a cabo alguna celebración en el castillo, pero me alegra verte aquí, a mi lado. — Raees esbozó una sonrisa y se inclinó hacia él, dejando que sus oscuros rizos cayeran sobre su rostro. — ¿Qué se supone que estás haciendo?
— Su majestad es difícil de olvidar... Dentro de pocos minutos empezará el festival del color. ¿No creo que su majestad desee llenarse de polvos coloridos y llegar al castillo pareciendo un arcoíris?
El Festival del Color, una celebración anual que tiene lugar cada 21 de junio, coincidiendo con el solsticio de verano, se extiende a lo largo de tres días. La gente viste ropas tradicionales y los edificios se adornan con coloridas banderas. Durante estos días, las calles se transforman en lugares de risas, cantos y bailes. La música resuena por todas partes, mientras la multitud se divierte lanzando polvos de colores. Niños y adultos corren entre las calles, compartiendo risas y colores. Una variedad de alimentos, específicos de cada región, se sirven durante la festividad, pero siempre destacan por ser dulces y refrescantes.
Uno de los días se celebra un concurso de bellos colores, donde las personas pintan sus rostros de tonalidades vibrantes y desfilan con trajes y maquillajes exquisitos. Al finalizar el festival, una gran fiesta con comida y música une a todos en una celebración culminante. Esta festividad, considerada muy especial, reúne a amigos y conocidos, manteniendo fuertes lazos entre generaciones. Es una tradición esencial para los habitantes de Zafiria, ya que fortalece los vínculos familiares y amistosos, creando un momento de unión, comunión y regocijo. Aunque no sean la nación más extensa, la unidad y los valores sólidos de Zafiria los definen como una nación única y fuerte.
— Nunca he participado en esta tradición. Me gustaría, por primera vez en mi vida, sentirme parte de la ciudad.
— ¿Está seguro, príncipe? Participar puede resultar tedioso para alguien no acostumbrado a este estilo de vida — dijo con precaución Raees.
— Quizá sea un tanto tedioso al principio, pero quiero experimentar algo nuevo, aventurarme a conocer más sobre mi propia gente. No podemos vivir toda nuestra vida de la misma forma y con los mismos rituales. Es hora de sumergirme en la aventura.
Raees tomó el brazo de Leandro, y juntos comenzaron a caminar rápidamente por el lugar donde los zafirianos se congregaban, llenos de emoción. Tras unos minutos de constante caminata, llegaron a una tienda rebosante de bolsas de polvos de colores. Raees seleccionó varias bolsas y las adquirió. La festividad dio inicio, y las calles se inundaron de un despliegue vibrante de colores.
— Sabía que existe una leyenda que dice que cuando el cielo brilla tan dorado es porque los dioses rezan al cielo. Afirman que cuando las estrellas se alinean de manera especial, se crea un puente entre la tierra y el cielo — compartió Raees con una voz profunda y melódica —. Es en ese momento cuando los dioses pueden entrar en nuestro mundo y caminar entre nosotros.
— Nunca había escuchado sobre esa leyenda. Creo que es increíble — respondió Leandro, fascinado por la narración. — Raees, ¿puedo hacerte una pregunta? — Ella desde su lugar lo miró con curiosidad y asintió en respuesta. — ¿Desde cuándo eres Amara?
Las bailarinas del reino de Zafiro se llaman las "Amara". Son conocidas por su belleza y sus danzas mágicas. Se dice que tienen la capacidad de transformar el ánimo de cualquier persona. Los ciudadanos del reino dicen que estas bailarinas son una fuente de esperanza y alegría para todo el pueblo, y que pueden curar el corazón de cualquier persona con un simple baile.
Las actuaciones de las bailarinas Amara eran un espectáculo asombroso. La sincronización perfecta de sus movimientos transmitía una armonía que dejaba a la audiencia sin aliento. Acompañadas por melodías suaves y acuáticas, las bailarinas contaban historias mágicas del Reino de Zafiro. Desde la creación de los lagos de aguas cristalinas hasta las leyendas de los tesoros escondidos en las profundidades, cada baile era una ventana hacia la rica historia y mitología del reino.
Raees sonrió, recordando los días en los que se convirtió en Amara. Fue hace seis años, cuando aún era una joven bailarina en entrenamiento. Su talento y pasión por la danza captaron la atención de los maestros del reino, quienes la seleccionaron para unirse al selecto grupo de bailarinas de élite. Desde entonces, Raees se había dedicado por completo a perfeccionar su técnica y expresión emocional en cada actuación.
— Desde hace seis años, mi trayectoria en el mundo del baile comenzó a los doce, pero a los quince decidí convertirlo en mi carrera dedicada. El profesor Shalva confió en mis habilidades y me brindó la oportunidad de unirme a Amara.
— ¿Puedo hacerte otra pregunta? ¿Fue complicado el cambio de ser una bailarina ordinaria a formar parte de Amara?
— Un poco, pero cada lágrima derramada valió la pena.
Mientras tanto, en el imponente castillo de Diamante, Devvan, conocido en el reino por su avaricia y ocasional maldad, se encontraba en la sala de espadas junto a Leone, su leal compañero de confianza. Ambos disfrutaban de un emocionante duelo amistoso, sus espadas brillando con destreza y habilidad. En un momento descuidado, Devvan lanzó un golpe potente que parecía dirigirse hacia la pared, pero Leone demostró su maestría al detener el ataque con una hábil maniobra. Leone, reconocido como uno de los mejores luchadores del reino, había sido elegido personalmente por Devvan como su guardia personal, siendo su valentía y habilidades en la lucha una constante fuente de admiración y protección para el futuro rey.
— ¡De nuevo con el tema de la ira, Señor! — exclamó Leone, hábilmente esquivando un golpe de espada con destreza. Devvan, visiblemente enfadado, se detuvo y apoyó la punta de su espada en el suelo. Su rostro estaba enrojecido y su respiración agitada. De repente, sus ojos se abrieron de par en par, llenos de furia, mientras miraba intensamente a Leone.
— ¿Qué opinas tú, Leone, de si soy tan malo? — dijo en un tono inquietante. Leone se quedó en silencio, reflexionando sobre cómo responder a esa pregunta tan desafiante. — ¿Consideras que soy una persona despreciable así como todos los demás dicen de mí a mis espaldas?
— Señor, no creo que usted sea malo. Puede que a veces sea impaciente y difícil de tratar, pero eso no lo convierte en una persona mala en sí misma. De hecho, creo que su capacidad para experimentar emociones tan intensamente es una de sus mayores virtudes. — Leone esperó ansioso una respuesta, pero Devvan guardó silencio. Parecía como si hubiera escuchado algo que nunca antes había considerado. — Considero que gracias a su carácter, será un gran gobernante para Diamante.
El príncipe bajó la mirada, cerró los ojos y respiró profundamente. Cuando los abrió de nuevo, parecía un poco más tranquilo. Se volvió hacia Leone y le ofreció una leve sonrisa.
— Eso es lo que me apetecía escuchar. Te debo disculpas, Leone. Estaba siendo... temerario. — dijo el príncipe. — No quiero parecer alguien tan... malo, diría.
— Lo entiendo, Señor. Los sentimientos son algo complejo y difícil de manejar. Pero por eso mismo, es importante no dejar que nos domine nuestra ira.
Después de unos minutos, Devvan salió del cuarto, agotado y sudado. Sabía que necesitaba una ducha revitalizante para relajar sus músculos. Caminó por el pasillo hacia su habitación, donde se encontraba Ysera Devora, su amante y la mujer que satisfacía sus deseos de una manera exclusivamente sexual. Aunque esta mujer no era especialmente única, sí tenía una belleza llamativa con sus grandes ojos ámbar y su cabello rubio cuidado. Sin embargo, Devvan, a sus casi treinta años, sentía cierta indiferencia hacia ella. No era alguien especial, pero era conveniente. Devvan nunca había experimentado el verdadero amor. No sabía cómo se sentía amar o ser amado. Su vida había estado tan enfocada en la muerte, la batalla y el poder que había olvidado la compasión. Había dejado atrás el amor, el cariño, la ternura y la delicadeza. Parecía que la capacidad de amar se le escapaba. Solo sentía apego hacia su madre y su hermana.
A pesar de todo eso, Devvan no era una persona cruel. Sí, podía ser autoritario y controlador, pero no era malo. Siempre había cuidado de su familia, especialmente de su madre, a la que amaba profundamente. Su padre, que era un hombre poderoso y temido, había tratado a Devvan con cierta distancia, ya que no lo consideraba igual. Pero la mujer que le dio a luz a Devvan, una mujer hermosa y fuerte, lo había amado profundamente, y él le correspondía. Le había prometido protegerla y a su familia con su vida. Y eso es exactamente lo que estaba haciendo.
— Príncipe, ¿puedo saber para que me necesita? — le pregunto la mujer que yacía sentada en el filo de la gran cama.
— Solo necesito desestresarme. Me daré un baño. Cuando regrese, quiero que estés desnudo. ¿Lo entiendes?
— Lo entiendo, señor.
Después de su conversación, el príncipe se dirigió hacia la bañera, dejando a la mujer sentada en la cama, sin saber qué pensar muy bien. Se sentía emocionada. El príncipe era el hombre de sus sueños, le había gustado durante mucho tiempo. Pero sabía que era imposible que una simple bailarina como ella pudiera ser la esposa del próximo soberano de su nación. Mientras se quitaba la última prenda, el príncipe volvió a entrar en la habitación, contemplando su cuerpo desnudo.
— Ven aquí — ella se acercó hasta quedar frente a frente con el príncipe. — Eres tan bonita, es una lástima que no seas digna de ser mi esposa.
Sus palabras dolieron en el corazón de Ysera. Lo que había ocurrido entre ambos fue una simple pasión de carne. ¿No era más que eso? ¿A los ojos de él, no era más que una bailarina, sin valor, solo aprovechable como objeto de su deseo? Eso no era lo que ella quería.
— Usted siempre ha sido cruel, príncipe – dijo Ysera, aburrida.
— No soy cruel, soy realista.
Días después, el Gran Salón del imponente Castillo de Diamante estaba lleno de gente distinguida, nobles y ciudadanos, todos vestidos elegantemente. Las paredes estaban decoradas con hermosas telas de seda en tonos plateados y grises, que reflejaban la cálida luz de las velas. El suelo de mármol pulido brillaba como un río de estrellas bajo el cielo estrellado. En el centro del salón, se encontraba un majestuoso trono de ébano, adornado con deslumbrantes gemas preciosas. Y en ese momento tan esperado, Devvan, esperaba con orgullo, luciendo una túnica blanca bordada con hilos de plata, su rostro radiante de serenidad y determinación.
— ¿Estás preparado para asumir el poder, hijo? Ser rey implica una enorme responsabilidad, especialmente en estos tiempos oscuros. — Su madre sostuvo ambas manos de Devvan. — ¿Estás completamente seguro de que deseas ser el rey de Diamante?
Devvan no respondió de inmediato. Era una pregunta crucial que requería una cuidadosa reflexión. Después de unos segundos de silencio, respondió con determinación.
— Soy el legítimo heredero, madre. He sido preparado para esto toda mi vida. No le temo al liderazgo, y mucho menos a defender mi reino contra cualquier amenaza.
Su madre asintió lentamente, con una sonrisa de orgullo en su rostro.
— Estoy orgullosa de ti, hijo. Pero no olvides que con el poder viene la responsabilidad. Recuerda que debes servir a la gente de Diamante, ellos son lo más importante. Nunca los olvides y tomarás las mejores decisiones para el futuro de tu reino.
El momento solemne de la coronación llegó cuando un anciano noble, venerado como el guardián de las tradiciones y con casi 120 años de edad, se presentó en el umbral de las majestuosas puertas. Estas se abrieron ceremoniosamente ante la presencia del anciano, quien sostenía con reverencia una almohada de un dorado resplandeciente. Descansaba sobre ella la corona de diamantes, una obra maestra deslumbrante confeccionada con diamantes perfectamente engarzados.
La corona irradiaba un resplandor que iluminó la vasta estancia, dejando a todos los presentes asombrados. En un susurro que resonó en la solemnidad del momento, el anciano declaró:
— Esta es la corona del poder. Es la corona de nuestra familia, de nuestra dinastía, y ahora se convertirá en la corona de nuestro nuevo rey. ¿Devvan, estás preparado para recibirla? — El joven príncipe respondió con firmeza y convicción:
— Sí, estoy preparado. Estoy listo para asumir este honor, este legado, y esta corona. — Una corriente de aire glacial envolvía la sala, una señal del anciano guardián. Con voz firme y grave, proclamó:
— ¡Para el príncipe Devvan, cuya sangre ha sido pura, cuya línea se ha mantenido por generaciones, cuya fe en el país es inquebrantable, te corono como el rey de Diamante, amo de la tierra y de sus pueblos, del norte al sur!
Las palabras reverberaron en cada rincón de la estancia. El joven príncipe se volvió hacia el anciano, quien avanzó con solemnidad, los años pesando sobre su cuerpo. Con cuidado, colocó la corona sobre la cabeza del príncipe, en un rito ancestral cuyos orígenes se perdían en el tiempo. La corona brilló en la cabeza de Devvan, ajustándose con gracia como si hubiera sido forjada específicamente para él, el nuevo rey de Diamante. En ese instante, el príncipe, ahora monarca, esbozó una sonrisa. No era la típica sonrisa cínica, sino la expresión de una felicidad genuina, pues finalmente se había convertido en rey.
El espléndido salón resonaba con la armonía de la música, mientras los ciudadanos se sumaban a la efervescencia de la celebración. La comida y las bebidas fluían generosamente, impregnando el aire con el delicioso aroma de manjares exquisitos. La coronación del rey de Diamante no solo representaba un evento majestuoso y hermoso, sino que también simbolizaba la continuidad de las veneradas tradiciones y la unidad del reino. Con orgullo, la historia y la herencia de Diamante se celebraban en esta ceremonia, mientras el nuevo rey se preparaba para guiar a su pueblo hacia un futuro brillante bajo su liderazgo.
El padre del nuevo soberano lo condujo a un rincón apartado del salón, donde podrían dialogar sin interrupciones ni indiscretas escuchas. Mientras tanto, Karena, la madre del nuevo rey, buscaba ansiosamente a su hija, quien se había escabullido del salón.
— Hijo mío — pronunció, posando su mano sobre el hombro del joven—, estoy seguro de que serás un soberano magnífico para nuestro reino. Confío en que la preparación que has recibido desde la infancia dará frutos a partir de este momento.
— Todo lo que he aprendido hasta hoy será de gran utilidad para el futuro, padre.
— Eso espero, Devvan... Sabes, — susurró — necesito que me hagas una promesa.
— ¿De qué se trata, padre? —preguntó Devvan, confundido.
— Ahora que eres el nuevo rey de Diamante, no quiero que te tiñas el corazón. Debes poner fin a la enemistad con Zafiro, ¿lo entiendes? Nuestros reinos han estado inmersos en una guerra interminable. Antes de que nos destruyan, debes destruirlos tú.
— Lo entiendo, padre. Puedes estar seguro de que acabaré con Zafiro. Haré que el nombre de Diamante resplandezca en lo más alto. Haré que el resto del mundo conozca que Diamante no es sólo bello, sino también muy poderoso.
— Eso espero, Devvan. No quiero que sientas compasión por ningún habitantes de ese asqueroso y repulsivo reino.
Lehía no se percibía como alguien malo, pero tampoco se veía como bueno; para ella, residía en una especie de limbo. Desde su infancia, exhibía un comportamiento singular, una faceta que sus padres notaron pero no atendieron debidamente. Era concebible que, incluso, llegara a desafiar a la autoridad suprema y a todo lo establecido.
Diamante se destacaba por su deslumbrante belleza, sus calles pavimentadas con piedras preciosas formaban un espectáculo sensorial único. Era posible caminar descalzo, sintiendo el suave roce de los valiosos diamantes y el cemento bajo los pies mientras el sol creaba un resplandor celestial. El reino se revelaba como un lugar mágico donde la arquitectura avanzada se entrelazaba armoniosamente con la majestuosidad natural.
A pesar del persistente frío durante todo el año y las constantes lluvias que azotaban la ciudad, Diamante era famoso por sus grandiosas festividades y carnavales reconocidos a nivel mundial. Estos eventos atraían a personas de todas las naciones, transformando las ciudades diamantinas en escenarios de lujo deslumbrante, donde la calidez inigualable de los participantes iluminaba cada rincón.
Después de una prolongada charla, padre e hijo decidieron regresar al bullicioso salón donde la celebración estaba en su apogeo. No obstante, Celestin, el padre, notó la ausencia de su hija en medio de la festividad, algo que le molesto profundamente porque horas atrás le había recálcalo a su hija que la quería presente, pero ella al ser tan "rebelde" según él, hacia lo que quería.
— Mi hija necesita aprender a comportarse con mayor decoro. Es fundamental que mantenga una imagen intachable, y no deseo que las críticas sobre su conducta trasciendan nuestras fronteras. Quiero asegurarme de que sea una princesa digna y respetable. — expresó con seriedad. — El rey de Esmeralda desea desposarla como esposa. Ella debe comportarse como tal, no solo como una estúpida niña rebelde.
Devvan frunció el ceño, mostrando su confusión ante la revelación de su padre. No sabía que el tenía pensando casar a su hermano con aquel rey, que no le agradaba para nada.
— ¿El rey de Esmeralda? Pero su corte es famosa por ser ambiciosa y por crear conflictos. ¿Por qué quiere que su hija se case con una persona como esa? No creo que sea lo mas prudente. Su personalidad definitivamente chocaría mucho con la de mi hermana.
— Es cierto, pero es una alianza que podría traer muchos beneficios al reino. Esmeralda tiene muchas tierras fértiles y abundantes minerales, y un matrimonio entre nuestros reinos aumentaría nuestra prosperidad. Además, el rey pidió a tu hermana como esposa, no podemos rechazar ese tipo de trazos políticos. Podría irnos mal. No podemos enemigarnos con otra nación como lo estamos con zafiro, tendríamos todas las de perder si dos reinos se enfrentan a nosotros. Nos conviene más tenerlos de amigos, que de enemigos.
El joven rey suspiró profundamente. Sabía que su padre tenía razón, que había considerado todas las opciones. Pero, aun así, no se sentía cómodo con la idea de entregar a su hermano a tan despreciable corte. Sabia perfectamente que ella posiblemente la pasaría mal ahí, pero no podía cuestionar lo que su padre decía.
— Si bien esto traerá ventajas al reino, también hay un costo humano, ¿verdad? ¿No estamos obligando a mi hermana a casarse con alguien que no ama? Devvani, es un poco, por no decir, caprichosa. No creo que ella vaya a aceptar un matrimonio político con una persona que le lleva demasiados años.
— Aquí no importa si ella quiere o no, es su deber como princesa casarse con un rey. A menos de que ella desee quedarse solterona toda su vida. No creo que ella desee ser la burla de todo el mundo.
— Tal vez, solo tal vez... tengas razón.
Ambos hombres dirigieron sus miradas hacia las mujeres que se movían con una sensualidad envolvente. A diferencia de muchos reinos, los bailes en Diamante no eran meramente delicados y elegantes, sino que carecían de esa sutileza para abrazar una intensa sensualidad. Uno de los bailes más destacados, conocido como la danza de los Cristales, era una expresión que se había desarrollado en Diamante a lo largo de siglos. Esta danza fusionaba pasos refinados con la fuerza de la sensualidad que caracterizaba a las mujeres diamantinas. Mientras las bailarinas de gracia inigualable comenzaban a moverse en perfecta sincronía, las ventanas parecían convertirse en testigos vivientes de la escena.
Los vestidos que adornaban las esculturas en movimiento de las bailarinas estaban engalanados con hilos de plata y piedras brillantes, creando un escenario deslumbrante para los presentes.
La danza de los Cristales trascendía lo meramente artístico; era la encarnación misma de la belleza y la sensualidad. Se convertía en un lenguaje que iba más allá de las palabras, comunicando emociones y deseos profundos. Acompañada por un hermoso idioma conocido como "Dimanatiano", era una sinfonía de suspiros y melodías que resonaban en el aire como notas doradas y armonías etéreas. Cada canción entonada en Dimanatiano elevaba las voces en armonía, transmitiendo las historias y leyendas del reino. Cada nota, cada palabra, llevaba consigo la esperanza de evitar la guerra y la catástrofe, creando una melodía de valentía y determinación que resonaba en los corazones de todos los habitantes de Diamante.
— ¿No son hermosas, verdad, hijo? — preguntó Celestin al observar a su hijo cautivado por la danza que se desplegaba ante él. — Sobre todo ella. — señaló a Ysera. — He notado en varias ocasiones cómo sale de tu habitación. ¿Estás considerando llevar a tus aposentos a una mujer tan corriente como ella? Eso es algo desagradable.
Devvan mantenía la mirada fija en Ysera, la principal bailarina del grupo, que emanaba una luz más intensa que las demás. Todos los presentes sentían una conexión especial con ella, volviéndose incondicionalmente fieles a su arte. La admiración hacia Ysera tenía un matiz prácticamente místico. Sin embargo, Devvan no percibía eso. Veía la belleza de Ysera, la perfección de sus movimientos y la fuerza de su voluntad. Ella irradiaba confianza, libertad y un misterio singular, que podría resultar atractivo e irresistible para aquellos que se tomaran el tiempo de conocerla. Aunque Devvan estaba seguro de que ella no era la mujer que quería para su vida, no podía negar que era intrigante.
— Padre, no es una mujer corriente. Y puede que si sea de mal gusto llevarla a mi habitación, pero ella es buena en lo que hace.
— Puede que no lo sea, pero desde el momento en que tiene relaciones íntimas fuera del matrimonio, se convierte en una.
— ¿Y yo no me convierto en uno?
— Es diferente. Tu eres el hombre, el rey de Diamante. Puedes hacer lo que quieras, cuando y como lo quieras. Todos deben recordar eso.
Al mismo tiempo, Devvanni, la princesa con el cabello gris que relucía como la nieve, se encontraba disfrutando de los exuberantes jardines del castillo. Sus ojos grises estaban llenos de curiosidad, reflejando la sabiduría de un alma antigua, a pesar de ser una mujer joven de tan solo veinte años. Estaba realmente molesta por la decisión de su padre de querer comprometerla con un hombre al que había conocido cuando apenas era una niña de quince años. Estaba completamente segura de que su destino no era ser la esposa de un rey ni estar atada a un matrimonio político como su madre. Amaba la libertad de elegir su propio camino y encontrar al hombre que sería su esposo. La idea de ser entregada como un objeto de intercambio la perturbaba profundamente. Cada paso que daba en los jardines, ella pensaba en cómo detener la loca idea de su padre.
— Princesa... — escuchó detrás de ella la voz del hombre que amaba. Giro rápidamente. — ¿Qué haces en este lugar? ¿No deberías estar en la celebración por la coronación de tu hermano?
— Estoy cansada de las grandes fiestas, Eduar. Todo lo que quiero es un poco de paz y tranquilidad. Estos jardines son la única parte del castillo donde me siento libre y tranquila. Y estoy decidida a aprovechar todo el tiempo posible aquí antes de volver a la pequeña prisión de mi habitación.
— Entiendo eso, princesa. ¿Puedo acompañarte?
— Podrían vernos. — dijo nerviosa.
— No hay nadie cerca.
Eduar, un sencillo soldado de noble corazón, reconocía humildemente su posición jerárquica en comparación con la elevada condición de la princesa. No obstante, esta disparidad no impidió que el amor floreciera entre ellos. El sentimiento que albergaba por ella trascendía cualquier diferencia social. Aunque consciente de la naturaleza modesta de su rango, el joven soldado sabía que el amor que la princesa le brindaba era verdadero y transparente, una autenticidad que contrastaba con la artificiosidad que imperaba en su entorno. No obstante, sus planes de proponerle matrimonio se veían obstaculizados por desafíos significativos.
— Eduar, no quiero dejarte...
— No hace falta que lo hagas. No pasara nada, ¿lo entiendes? — ella asintió un poco. --- Todo estará bien. Yo te protegeré con mi vida si es necesario.
Eduar, incapaz de resistirse más a la atracción que los unía, acarició suavemente el rostro de Devvanni antes de unir sus labios en un beso tierno y apasionado. La princesa se quedó desconcertada por el atrevimiento de él, pero no se retiró de inmediato. De hecho, la mirada de sus ojos grises evidenció un mensaje que podía ser interpretado como un permiso. Los labios de Devvanni respondieron al beso, y en un momento, ambos se encontraron en un juego de sentimientos, dudas, placeres, y deseos. Las manos de ambos se encontraron.
— Te amo. — dijo ella por primera vez. — Te amo mucho, Eduar. Te amo mas que a nada...
— ¿Estás segura de lo que estás diciendo, princesa? — preguntó Eduar, sus ojos fijos en los de ella. — ¿De verdad me amas?
— Si, Eduar, estoy completamente segura de que te amo. --- relamió sus labios. --- eres la primera persona de la que me enamoro, aunque sea un enamoramiento prohibido por las circunstancias.
— También te amo mi hermosa princesa — Sonrió y besó a su mujer nuevamente. — Tu padre nos matara si se entera de lo nuestro. — Ambos rieron —, pero es un riesgo que me gustaría tomar.
— Y yo también estoy dispuesto a tomar ese riesgo — dijo Devvanni. — Desde que te conocí, nada es igual para mí. — Luego la tomó de la mano y la miró a los ojos —, te quiero, y deseo estar contigo para siempre. Y estoy dispuesto a hacer lo que sea, incluso huir, para estar a tu lado.
En el imponente Castillo Zafiro, la serenidad que había perdurado durante once extensos años de silencio fue abruptamente quebrantada. El resonar de las cinco trompetas, una vez heraldos de advertencias bélicas, transmitieron un mensaje aún más trascendental: el despertar de la princesa Lehia Azurina de Zafiro. Sumida en un enigma de profundo sueño por más de cuatro años, la situación desconcertaba tanto a eruditos como a hechiceros.
La noticia del inminente retorno de la princesa se propagó como un incendio forestal por todos los rincones del reino. Desde los aldeanos más humildes hasta la nobleza más influyente, cada persona se sumió en preguntas y especulaciones.
— ¿Escuchaste el rumor? — dijo una mujer a su hija mientras realizaba sus quehaceres.
— Creo que es pura farsa — respondió la adolescente, deteniéndose momentáneamente en su tarea de hacer la colada —. ¿Por qué no hemos visto a la princesa después de todo este tiempo? ¿Y si está mintiendo? ¿Y si siempre estuvo despierta y simplemente no quería cumplir con su papel de princesa?
— Sería una mentira terrible si fuera cierto — respondió la madre, observando a su hija con atención antes de acercarse y abrazarla con cariño —. No debemos hacer suposiciones sobre los rumores; es mejor esperar a que la verdad se revele, ya sea que la princesa esté mintiendo o no. ¿Sabes dónde está Raees? No la he visto desde ayer.
— No lo sé. Tu hija tiene un estilo de vida muy libre, por decirlo de manera amable; es una mujer de la calle, siempre se encuentra ahí, como si fuera su hogar.
— No uses ese término para referirte a tu hermana mayor. Debes respetarla; ella ha sido la proveedora principal desde que tu padre falleció en esa guerra.
— Lo siento, no quería decir nada ofensivo, pero Raees tiene una personalidad muy libre. Es carismática y extrovertida, a veces es difícil hacer que se quede en casa. Me preocupa que pueda estar en peligro en la calle, pero ella lo hace sin importar lo que diga.
En el imponente Castillo Zafiro, rodeado por muros majestuosos construidos completamente de zafiros y rodeado por un foso lleno de agua cristalina, la tensión se palpaba en el aire. Los sirvientes, ataviados con trajes de seda y terciopelo del color representativo del reino, se apresuraban de un lado a otro, portando bandejas de plata repletas de manjares exquisitos y copas de vino dorado. El eco de sus pasos resonaba en los pasillos de mármol, creando una sinfonía que envolvía todo el castillo.
En la gran sala del trono, el rey, con su figura imponente y una corona adornada con gemas resplandecientes, reflejaba una expresión preocupada mientras los minutos transcurrían.
— ¿Su majestad, no irá con su joven hija? —preguntó uno de los consejeros—. Creo que ella querrá que usted esté presente cuando despierte finalmente.
— Iré en breve. Ahora necesito relajar mi mente. Tengo tantas cosas en las que pensar.
— Como usted lo desee, señor.
El monarca se encontraba inmerso en un período temporal que parecía avanzar con lentitud casi insoportable. Su corazón latía con fervoroso anhelo, deseando el momento en que se reuniría con los ojos de su querida hija. Hace menos de una semana, el reino vecino volvió a atacar, llevándose consigo la vida de muchos habitantes de la ciudad costera de Zariilia. Preocupado y sin saber cómo resolver la situación, se sentía atrapado en una pesadilla.
Era consciente de que no podía permanecer pasivo. Tenía la responsabilidad de proteger a sus súbditos y necesitaba encontrar una solución para detener esa guerra sin sentido. Pero algo en el fondo le decía que las soluciones militares serían temporales; ganar la batalla no eliminaría la discordia entre ambos reinos. Necesitaba una solución que consolidara la paz, permitiendo que ambos reinos prosperaran.
— Nunca entenderé esta guerra.
Dicho esto, salió de sus aposentos para dirigirse a la habitación donde su hija descansaba. La emoción que lo embargaba amenazaba con hacerlo desfallecer en cualquier instante. Mientras caminaba, la mente del rey se llenaba de imágenes vívidas de su amada Lehia. Recordaba los momentos felices compartidos con ella, desde su infancia hasta el día en que cayó al suelo del pasillo en aquella guerra, donde todos pensaron que estaba muerta. Los recuerdos se entrelazaban en su mente como un caleidoscopio de emociones y experiencias compartidas.
Cuando el rey cruzó el umbral de la habitación, el semblante de su hija revelaba una expresión fruncida, los ojos cerrados y los labios abultados como los de un bebé. Después de varios minutos de tensión palpable, Lehia comenzó a abrir los ojos lentamente, adaptándose a la luz que se filtraba en la estancia. Sus ojos negros recorrieron a todos los presentes, reconociendo únicamente a su padre y a algunas empleadas.
— Gheul? — su voz sonó débil, casi inaudible para todos. — Gheul...
— Son ily de haly... — susurró el rey, con la voz entrecortada por la emoción.
Padre e hija se sumergieron en una animada conversación en zafiriano, el idioma natal del reino de Zafiro. Aunque Zafiro tenía un idioma oficial, el Zafiriano, la imposición del idioma y las costumbres del reino del Diamante obligó a muchos, por no decir a todos, a aprender el Diamantino cuando el reino de Diamante conquistó completamente a Zafiro. Tras la liberación de Zafiro, muchos habían olvidado por completo el Zafiriano. El reino quedó atrapado entre dos culturas, con jóvenes de la nueva generación olvidando su idioma natal, mientras que los más ancianos luchaban por preservar la tradición. Esto generaba una división entre la gente de Zafiro, y el gobierno se enfrentaba a la difícil tarea de revitalizar su idioma.
— Gheul my jrual na perydi. — La mirada inquisitiva de Lehia buscó una respuesta en el rostro de su padre, Saldur, quien abrió ligeramente la boca, indeciso sobre qué decir. Consciente de que cualquier palabra podría desencadenar una reacción en su hija, permaneció en silencio por un momento antes de continuar. — Gheul... Gheul, nedei pa val sa? — preguntó Lehia, desesperada por obtener información sobre el paradero de su madre.
— Zæ jrual sa nehra, e zyl mæ jonta zenya. — Respondió el rey en voz baja, provocando que su hija frunciera el ceño, confundida. Ella esperaba escuchar mal, anhelando que su padre no le hubiera comunicado que su madre estaba muerta.
— Pa jrual zet nehra? — susurró la princesa, incapaz de levantar la mirada hacia su padre, el aire pesado y la tensión más grande aún, como si no se pudiera respirar.
— E ilyn za zeneysa... E gye, nedei pa kintaya. — pronunció el rey, elevando con suavidad la barbilla de Lehia, cuyo rostro revelaba emociones desconcertantes. En ese momento, él era consciente de la dificultad que enfrentaba su hija al procesar toda esa información, al descubrir que todo lo que conocía hasta ese momento difería de su verdadera realidad. Se preguntaba cómo reaccionaría su hija al conocer la verdad sobre sus orígenes. — Hija, tu madre está muerta...
El cambio de idioma que tuvo su padre le molestó porque ella sabía el trasfondo que había llevado a las personas de su reino a hablarlo, pero tampoco podía negar que se volvió parte de su comunidad y de una historia que no podría borrar por más que deseara. Ahora era parte de zafiro y seguirá así por siempre. Le había tocado acostumbrarse que ese también era su idioma.
— ¿Murió? — La voz de Lehia sonaba apagada, como si las palabras no pudieran salir de su garganta sin experimentar un profundo dolor. El eco de su pregunta llenó el silencio que se cernía sobre ellos. — ¿De verdad mi madre murió?
Las lágrimas se acumulaban en los ojos de Lehia mientras asimilaba la noticia que cambiaría su vida para siempre. ¿La persona que más quería en el mundo estaba muerta? No podía procesarlo. Las lágrimas empezaron a descender mientras mantenía la boca ligeramente abierta por la sorpresa. La habitación se llenó de un silencio denso y opresivo, como si el tiempo mismo se hubiera detenido ante la profunda tristeza que los envolvía.
— Hija, cálmate si... — ella negó con la cabeza lentamente, sintiendo un ardor punzante en su pecho. — Sé que es difícil, pero no creo que a tu madre le hubiera gustado verte de esa manera, tan mal.
— Tú no sabes nada. ¡No puedes pedirme que me calme! — Exclamó con fuerza y claridad. Un suspiro pesado escapó de su padre. — No puedes decirme que mi madre está muerta y después pedirme que me calme. ¡NO! — La princesa gritó, negando con la cabeza con rapidez, sus ojos oscurecidos por el odio y un sentimiento de rencor. Las manos del rey se alzaron en un intento de calmarla, pero ella las rechazó; el dolor en su corazón era demasiado grande. — ¡No puedes decirme que mi madre está muerta!
— Es verdad, eso no es algo que pueda pedirte. Me disculpo por eso. — El rey sintió un vacío en su pecho; su hija estaba herida.
— ¿Quién es el responsable? — preguntó Lehia con una intensidad de odio resonando en su voz. Sus ojos buscaban respuestas. — ¿Quién mató a mi madre?
— El día de esa guerra donde caíste dormida... Lehia, tu madre... no murió en combate, sino que murió en prisión. — Las palabras del rey resonaron en la habitación, pesadas y llenas de significado —. Tu madre fue secuestrada por Celestin, quien... él la violó, la maltrató y al final la mató.
— ¡ESO NO ES VERDAD! — gritó Lehia, su cuerpo sacudiéndose mientras lo hacía. ¡No podía creerlo! ¡Eso no podía ser verdad! — No, no... ¡Eso no es cierto! — Se arrodilló en el suelo, enterrando la cara en sus manos, mientras gritaba y lloraba al mismo tiempo. — Dime que es mentira... por favor.
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