...REINO DE RIWA...
La hora del ocaso anunció el final de aquel día de otoño.
Los mercaderes suspiraron aliviados al ver que se acercaba la hora de finalizar un agotador día de trabajo. Las chimeneas comenzaron a esparcir humo, anunciando que se estaba elaborando la cena, los niños y los jóvenes de la capital culminaban sus estudios y emprendían el camino de regreso a sus hogares.
El gran castillo situado sobre una colina se iluminaba con los rayos del sol. En el balcón principal, desde el que se podía admirar todo el pueblo y los horizontes más lejanos del mar, posaba un hombre alto de piel morena, ojos oscuros y cabello castaño. Su porte elegante y altanero delataba que era un miembro de la nobleza. Se encontraba con las manos apoyadas en el barandal y una sonrisa victoriosa que no podía ocultar.
—Es hora. —le dijo a unos soldados que lo acompañaban. —Suenen las campanas.
Aquel fue el primer decreto que dio Cédric Ravenly y que cambiaría por completo la historia de Riwa. El pueblo, que pensaba que vivirían un día como cualquier otro, se equivocaría al escuchar las campanas del palacio sonar.
La gente comenzó a alarmarse, pues el sonido de las campanas indicaban que se avecinaban malas noticias.
Los habitantes del pueblo se acercaron al Templo de los Cuatro Dioses. El clérigo real apareció con un pergamino en la mano y, bajo la atenta mirada de todos, anunció lo siguiente:
—¡Queridos habitantes de Riwa! ¡Es mi deber informarles de que el rey ha muerto!
Todos se alarmaron con la noticia, muchos empezaron a gritar y a lamentar la pérdida de su soberano. Los negocios se cerraron de inmediato en señal de luto, las personas corría asustada por las calles y los niños veían todo a su alrededor con confusión. Los mensajeros a caballo abandonaron la capital para expandir la noticia a las otras provincias del reino.
El caos apenas había comenzado.
—¡Nuestro rey, Miorino Phoenix, acaba de morir por su mortal enfermedad!
—¿Ahora qué será de nosotros? ¿Qué será del reino? ¡El rey ha muerto sin dejarnos un heredero! —Exclamó un habitante del pueblo, a lo que otros más le dieron la razón.
—El rey declaró en su lecho de muerte que, por falta de heredero, nombrará a su mano derecha, Cédric Ravenly, regente del reino de Riwa, hasta que su única descendencia cumpla la edad de asumir el trono. —Declaró el clérigo real.
—¿La princesa? ¡Una mujer no puede gobernarnos! —Se opuso un pueblerino.
—¡Queremos un rey!
—¡Riwa caerá en el caos sin un rey que la dirija!
—¡Cálmense todos! —Exclamó una voz repentina.
Majestuosos corceles llegaron al templo, llamando la atención de la multitud desesperada. Cédric Ravenly y sus caballeros fieles se presentaron ante la corte y el pueblo con la intención de aclarar dudas.
—¡Sé que muchos no están conformes! ¡Pero desafortunadamente, esa fue la última ley de su majestad, por lo que es nuestro deber cumplirla! —Pronunció Cédric, a lo que muchos habitantes protestaron con disgusto. —Sin embargo, estoy de acuerdo con ustedes... ¡Riwa sin un rey puede caer en la miseria!
—¡No queremos depender de una princesa recién nacida, queremos un rey!
El pueblo alzó la voz, ya que la mayoría estaba del mismo lado. Cédric suspiró intentando ocultar su sonrisa de felicidad y se dirigió al viejo clérigo.
—Maestro, ¿no dice la quinta ley ancestral que siempre hay que escuchar al pueblo y atender a sus recados? Porque Riwa no es del rey, sino del pueblo. —Cuestionó Cédric, y el clérigo real consultó un pequeño librito de las leyes ancestrales para verificar que lo que decía Cédric era cierto. —Por lo tanto, si ustedes piden un rey, es nuestro deber dárselo. ¡Y yo me ofrezco como su siervo, mi querido pueblo! ¡Como quiso nuestro difunto rey en su lecho de muerte, me encomendó la misión de protegerlos y guiarlos hacia un mejor futuro!
—¡Rey Cédric Ravenly! —Gritó uno de los caballeros, grito que animó a los habitantes del pueblo.
—¡REY CÉDRIC RAVENLY!
—Escuche, maestro, Riwa me quiere a mí como su rey. —Vociferó Cédric, incitándolo a hacer oficial su proclamación.
—Lord Ravenly, no es tan sencillo. —Dudó el clérigo. —Tendríamos que convocar una reunión del concejo para decidir...
—El concejo no tiene el poder que tiene el pueblo. —argumentó Cédric, extendiendo las manos como si quisiera abrazar a la multitud, mientras este lo vitoreaba. —¡Los Phoenix están muertos! ¡Y Riwa no puede morir con ellos!
Los habitantes del pueblo alzaron las manos y gritaron en señal de apoyo, alabando al que querían como su rey y presionando al clérigo para que lo hiciera oficial. El clérigo real llamó al capitán de la guardia real y le susurró algo al oído. El capitán asintió con la cabeza antes de exclamarles al pueblo:
—¡El pueblo ha hablado! ¡Se ha decidido desterrar a la princesa y nombrar a nuestro gran ministro real, Lord Cédric Ravenly, como nuevo rey de Riwa!
Todos alabaron a su nuevo rey, el primero que ellos elegían democráticamente en 400 años y medio. Sin titubear, todos se arrodillaron ante Cédric.
—Capitán Silvestre, Sir Befano. —Llamó el nuevo rey a dos caballeros, quienes levantaron la mirada al instante. —Como su rey, daré mi primera orden. Hablarán con mensajeros para que expandan la noticia a las provincias del reino y cada gobernante se incline ante mí y me jure lealtad.
—Sí, su majestad. —Asintió Sir Befano.
—Pero antes... —Cédric se acercó a los caballeros y miró a los lados para percatarse de que no le oían. —Vuelvan al palacio y desháganse de esa traidora y su cría.
—Sí, mi lord... di-digo, su majestad. —Corrigió el capitán Silvestre Saravi, y se retiró de ahí junto al otro caballero tras realizar una reverencia.
Mientras todo esto ocurría, en el castillo reinaba todo lo contrario a la alegría que se respiraba afuera. En las habitaciones y los pasillos perecían diversos cuerpos sin vida bañados en sangre, entre ellos sirvientes y caballeros leales a la dinastía Phoenix.
Dos mujeres cubiertas por capas negras eran las únicas con vida en aquel lugar. Ambas buscaban alguna salida, pero no podían evitar llorar al ver la cantidad de cadáveres de conocidos en el suelo, sabiendo que habían muerto de forma cruel.
—¡Mi reina, aquí! —Habló una mujer de baja estatura, la doncella de la reina recién viuda, que corría cargando un bulto.
Siguieron corriendo por los pasillos, era inevitable no pisar la sangre derramada, por lo que accidentalmente marcaban sus pisadas. Finalmente llegaron al pasillo que buscaban y, antes de que se percataran de que estaban solas, presionaron una piedra que se movió y abrió un pasadizo secreto en la pared. Las dos entraron y siguieron corriendo con aún más calma, ya que estaban escondidas.
—No debemos parar, tenemos que salir de aquí cuanto antes. —Exclamó la reina Jolene Lomond de Phoenix, con su bebé en brazos.
—No se preocupe, majestad, nadie conoce estos pasadizos. —aseguró la doncella.
—Viste cómo ese maldito asesinó a mi esposo y a todos los sirvientes leales a él; no tardará mucho en hacer lo mismo con nosotras.
—Salió hace pocos minutos, si está ejecutando su plan debería tardar en regresar. Mientras eso ocurre, nosotras ya estaremos lejos, majestad. —La doncella hablaba intentando calmar a su reina.
—Ese maldito, seguramente fue a manipular al pueblo para que lo proclamaran rey. —dijo Jolene apretando los dientes. Bajó la mirada y divisó a su hija recién nacida, que dormía profundamente. —Ese derecho es tuyo por ley, mi pequeña. Cédric no tiene pruebas de que Miorino lo haya proclamado rey; tengo fe en que el pueblo luchará por su legítima heredera.
La reina Jolene conocía todo el malévolo plan de Cédric Ravenly. Aquel mediodía, Cédric se había colado en su habitación y le había contado su plan de asesinar al rey y acusar a la enfermedad. Y, para más descaro, le había pedido que fuera su consorte. Si lo rechazaba, la amenazó con que Jolene y su hija sufrirían las consecuencias.
Jolene rechazó la oferta horrorizada, así que Cédric la encerró en su habitación para encargarse de ella más tarde.
Afortunadamente, aún contaba con su doncella y la sacó de su encierro, pero para ese momento ya era tarde para impedir la muerte de su esposo, por lo que ella y su doncella decidieron escapar del castillo.
De repente, se empezó a escuchar un alboroto al otro lado de las paredes. Las dos mujeres se alarmaron al darse cuenta de que debían actuar cuanto antes.
—Corra, rápido. Allá está la salida. —Susurró la doncella acelerando el paso y tomándola de la mano.
—Reina mía, yo no iría por ahí si estuviera en su lugar.
Aquella voz las frenó al instante. Ambas se voltearon lentamente hacia atrás, donde estaba un caballero con una sonrisa cínica frente a otros tres soldados.
—¡Befano! —gruñó la reina.
—Si no se inclina, morirá, su majestad. No tiene más opciones. —Pronunció el caballero, dando pasos hacia adelante.
Las dos repetieron esa acción, pero hacia atrás.
—¡Maldito seas por tal traición, Befano! —Exclamó Jolene, abrazando a su bebé.
Befano se acercó a la reina y desenvainó su espada con la intención de matarla. Pero no contaba con que la doncella sacaría una daga y se abalanzaría sobre él para apuñalarlo.
—¡Huyan, mi reina, huyan!
Los soldados decidieron responder al ataque desenvainando sus espadas para asesinarlas. Jolene, con lágrimas en los ojos, le dedicó una última mirada a su doncella antes de salir corriendo y escuchar, desde la lejanía, sus gritos de agonía.
Jolene salió del castillo. La oscuridad de la noche habría invadido su visión de no ser por las llamas que lo consumían todo a su alrededor. El castillo estaba cubierto de cenizas. Había casas incendiadas, bosques desforestados; el reino estaba destruido.
Pero para Cédric, ese caos era un renacer para Riwa.
Un caballo merodeaba por allí. Jolene se montó en él y se fue lejos de allí con su pequeña bebé en brazos.
Los soldados que se encontraban en la torre de vigilancia distinguieron a Jolene cuando intentaba escapar. Alzaron sus arcos y flechas; desafortunadamente, una de ellas la alcanzó en el hombro y la hirió, pero logró alejarse del castillo y adentrarse en el bosque.
Jolene había perdido mucha sangre, y cuando sintió un fuerte mareo, entró en conciencia de que no podía proteger a su bebé.
En medio de la nada, Jolene encontró una casa aislada que estaba habitada, ya que se veía humo salir de la chimenea. Dejó a su bebé en la puerta y una nota en la que explicaba su nombre y quién era realmente.
La vió por última vez.
La bebé era una niña preciosa, con los ojos de un verde lima y el cabello rojo como el fuego, rasgo principal de su familia paterna. Tenía la piel clara que hacía resaltar sus pequeños y rosados labios. Entre lágrimas, Jolene le rezaba a los dioses para que velaran por su seguridad.
Dejó la nota junto a la niña y, con un beso de despedida, Jolene huyó con las escasas fuerzas que le quedaban para despistar a los soldados de Ravenly que la buscaban.
Ese atardecer, en medio del caos, las llamas que extinguirían toda una dinastía por un plan malévolo que ni los propios dioses serían capaces de perdonar. Cédric Ravenly fue proclamado rey de todo el continente de Riwa.
Las primeras acciones del rey Cédric fueron modificar algunas de las antiguas leyes que podrían beneficiarle. Estableció una dictadura con la que dejó al pueblo sin comida ni suministros básicos. Al mismo tiempo, aumentó los impuestos de manera que el reino cayó fácilmente en una gran pobreza.
También reforzó la obligación de dar limosnas a los templos, dinero que iba obviamente destinado a él. Prohibió la brujería, la homosexualidad, el incesto y el ateísmo, delitos que se castigaban con la pena de muerte.
Poco a poco, el reino comenzó a ser víctima de injusticias y, con el tiempo, Cédric Ravenly comenzó a ser apodado el «Rey Cuervo», por el odio que le guardaban en silencio.
No podían protestar ni quejarse, temían lo que el rey Cédric era capaz de hacer si alguien lo contradecía.
—¿Me estás contradiciendo? —preguntó el Rey Cuervo furioso a un campesino comerciante. —¿Te atreves a decirme cómo debo gobernar?
—¡N-No, majestad! No fue mi intención... —El comerciante empezó a temblar de miedo.
—Capitán Silvestre, haz que nunca vuelva a contradecirme. —ordenó el rey.
Dos soldados tomaron de los brazos a aquel comerciante, Silvestre desenvainó un cuchillo para cortarle la lengua, manchando el suelo con un charco de sangre y dejando escuchar los gritos de dolor por todo el salón.
—Yo soy el rey, mi palabra es ley. —dijo Cédric para sí mismo, mientras tomaba vino de su copa.
Los habitantes de Riwa no sabían qué hacer. Varios negocios se fueron a la ruina, los precios aumentaban cada día y la mayoría tenía que hacer al menos tres trabajos para poder comer.
Emigrar al otro continente no era una opción viable, ya que cada barco que entraba y salía del reino era estrictamente vigilado. Escapar de Riwa también sería catalogado como traición y castigado con la muerte.
Durante los últimos años, a los pueblerinos no les quedó más remedio que adaptarse al nuevo estilo de vida. Pero, en esos momentos de reflexión, antes de dormir o cuando fallecía un conocido y le rezaban a los dioses por un futuro mejor, muchos no podían evitar preguntarse: ¿De verdad merecían esto?
Y, si era así, ¿merecían ser salvados o deberían adaptarse a lo que ellos mismos habían elegido?
Por la ley de los Cuatro Dioses, no existía ningún mal que durara cien años.
Ni cuerpo que lo aguantara.
El mundo era muy grande, pero solo eran conocidos dos grandes pedazos de tierra o continentes: Fenten y Riwa.
El reino de Riwa regido por una monarquía totalitaria. Limita al este con Fenten, y hasta ahora, lo que hay más allá de los mares del sur, el norte o el oeste de Riwa es desconocido.
Riwa está dividida en 9 provincias. Cada una de estas tiene a su respectivo gobernador, pero todos ellos obedecen a una máxima autoridad: El Rey de Riwa.
▪︎ Provincia Capital: Su capital es la ciudad homónima de Riwa, es conocida como la provincia con más habitantes del reino y el lugar de residencia del monarca.
Desde hace 400 años, el monarca descendía de la casa Phoenix, hasta los últimos eventos en los que Cédric Ravenly rompió con el legado y se alzó con el poder.
▪︎ Provincia Veraniega: Su capital es la ciudad de Volamena, ahí la provincia es gobernada por Lord Besor de la Casa Ralak. Su ciudad más poblada es Deiber, liderada por Lord James Ranzoni, debido a su importancia turística y comercial entre Fenten y Riwa.
▪︎ Provincia del Alba: Su capital es la ciudad de Andaluz, y gobernada por Lord Tyrol de la casa Lindfords, uno de los aliados más fieles de la corona Ravenly.
▪︎ Provincia Otoñal: Su capital es la ciudad de Farah. Es gobernada por la última descendiente de la casa Azdoja: Lady Alyn, apodada como la Reina Niña. Sus relaciones con la corona Ravenly son tensas.
▪︎ Provincia Diurna: Su capital es la ciudad de Manantial Dorado. Gobernada por Lady Asoia, viuda del anterior Lord de la casa Yunshark.
Ya que es una isla alejada de las demás provincias, la provincia Diurna es una de los pocos sitios en Riwa donde predomina otra religión además de la fe a los Cuatro Dioses.
▪︎ Provincia Crepuscular: Su capital es la ciudad de Klacaster, actualmente es gobernada por la casa Wolfheard de la Provincia Invernal, luego de ganar una disputa contra la casa Mondragón, la cual terminó en el destierro de los mismos.
▪︎ Provincia Invernal: Su capital es la ciudad de Meirya, y es una de las provincias más grandes de Riwa. Gobernada por Lord Yutho de la casa Wolfheard, apodado Alfa por su gente. Son neutrales en cuanto a los asuntos de la corona.
▪︎ Provincia Primaveral: Conocida como el corazón de Riwa, su capital es la ciudad de Pranvere y es gobernada por Lord de la casa Veshna.
▪︎ Provincia Nocturna: Su capital es la ciudad de Khita, y gobernada por Lord Arman de la casa Mithernatch. Es la provincia con menor población y en la que abundan las religiones más pagabas.
...🌙...
En Riwa, una de las religiones dominantes es la de los Cuatro Dioses Supremos.
Esta religión tiene su origen de los habitantes primitivos de Riwa que creían que los Dioses creadores del universo se manifestaban en la naturaleza. Con el tiempo y la innovación de influencias externas, la religión de los Cuatro Dioses se ha enclarecido hasta tomar la doctrina que poseen actualmente.
La religión es venerada en Templos dedicados a estos Cuatro Dioses y su símbolo suele ser una estrella de cuatro puntas.
Cada punta representa el ciclo qué cumple el ser humano en su tiempo de vida: Luz, Oscuridad, Vida y Muerte.
La Luz se manifiesta con la imagen del Dios Phoebe; Deidad del sol, el fuego y la valentía.
La Oscuridad en el Dios Kramer; Deidad de la luna, las cosechas y la abundancia.
La Vida en la Diosa Fallon; Deidad del viento, las aguas y el destino.
Los habitantes de la Provincia Diurna son devotos únicamente a esta Diosa, se dice que tiene incluso más poder que Phoebe, quien se supone es la Deidad Principal.
Y la Muerte en el Dios Yiang; Deidad de la muerte y del equilibrio entre los vivos y los muertos.
...🌙...
En Fenten no gobierna un Rey en general, sino varios pueblos y ciudades independientes con sus propias costumbres, religiones, gobernadores y distintas formas de gobierno: democracia, monarquía, anarquía...
La religión más común es la Diocesana, en la cual sus creyentes sólo creen en un Dios, pero este tiene designios más estrictos con el fin de buscar un orden en la humanidad.
La ciudad de Slego es una de las más influyentes de Fenten, debido a que es el epicentro de esta religión que practica la mayor parte de la población. Bajo un gobierno ejercido por varias personas, Slego es la ciudad donde se puede estudiar medicina avanzada y leyes de manera eficaz.
La segunda ciudad más influyente es Kanda, y esto debido a su poder turístico y comercial.
...AÑO 444 - PUERTO DE KANDA, FENTEN....
18 años después...
En una mansión a orillas del mar, vivía una chica pelirroja de dieciocho años que disfrutaba de las vistas desde el balcón de la mansión donde residía, observando cómo volaban las gaviotas sobre el gran océano azul.
Dieciocho años habían pasado desde que una mujer comerciante en Riwa la acogió. Lady Rovira Mazzaloma encontró a la niña envuelta en una cesta con un papel que decía su identidad. Al principio, Lady Rovira vio a la bebé de sangre real como una fuente de riquezas y pensó en entregársela a Ravenly para pedir una recompensa por ella.
No obstante, lo pensó mejor. La mujer siempre había deseado tener hijos, pero los Dioses no le habían concedido ese deseo, y quizás ellos de estaban dando esa oportunidad, por lo que decidió adoptar a la niña.
Con el tiempo, Rovira se encariñó con ella y se la llevó al Puerto de Kanda, su ciudad natal en Fenten, donde la crió.
Karaline, que era el nombre de la niña, aunque había crecido lejos de la realeza, nunca desconoció su verdadera identidad. Sabía que era una princesa, y que por derecho propio debía ser la reina de todo un continente.
Karaline era una chica preciosa; de joven, lo que más resaltaba de ella eran sus ojos verdes, pero con el tiempo su cabello rojo creció y las puntas adquirieron un intenso color amarillo que hacía parecer que tenía llamas emergiendo de su cabeza, un rasgo que podía tener cualquier Phoenix. Su piel clara y suave también era un rasgo encantador.
Aun así, Karaline tenía una personalidad fuerte en comparación a cualquier otra dama. En ella abundaba un instinto obstinado, casi siempre corregía a sus maestros durante clase y, si algo no le gustaba, lo reprochaba inmediatamente.
Karaline era una chica muy voluntariosa, y conocía el valor del trabajo, pues Lady Rovira la mandaba al mercado a vender dulces todos los días.
Pero, por desgracia, había cosas de las que Karaline aun no tenía conocimiento. El amor era una de ellas.
...AÑO 336 - PUERTO DE KANDA, FENTEN....
Hacía un calor tremendo, típico de un día soleado de verano en las costas de Fenten.
El puerto de Kanda era muy popular, no solo por sus paisajes, monumentos artísticos, historia o entretenimiento, sino por ser uno de los centros comerciales más importantes del mundo. Las mejores telas, los mejores vinos y aperitivos, e incluso las mejores joyas, podían encontrarse en ese lugar.
—¡Dulces! ¡Dulces! —Gritaba una pequeña pelirroja de diez años con una canasta, dirigida a toda la gente que pasaba por delante de ella. —¡Los mejores dulces de Kanda, hechos por Lady Mazzaloma!
La pequeña Karaline vendía los dulces de su madrina apenas cumplió la edad requerida. A pesar de que, para algunos, vender dulces en la calle era un trabajo mediocre y de baja clase, a Karaline le gustaba.
Tanto era así que, gracias a su entusiasmo y alegría a la hora de venderlos, se ganó la reputación de ser la inigualable «Dulcinera de Kanda» que siempre le sacaba una sonrisa a sus clientes.
En particular, ese era un buen día para la dulcinera, ya que tenía la mitad de la cesta vendida antes del mediodía.
—¡Este es el dulce bueno! ¡Sabroso y cremoso, perfecto para avivar las energías en este día de calor! ¡Compre sus dulces!
—Miren, es la Dulcinera de Kanda.
La pequeña Karaline escuchó la voz de un niño detrás de ella, y a su lado otro niño. Los conocía, eran Calux y Johan, compañeros suyos de la escuela.
—Dame toda la canasta, chiquilla —exigió Calux, amenazador.
—¡Vaya! Deben de tener mucho dinero para querer comprar todo lo que queda aquí. —Exclamó Karaline, sorprendida.
—¿Comprar? ¡Jaja! —Los niños se rieron burlándose de ella. Sin esperarlo, Calux sacó una navaja y amenazó a la niña. —¡Dame la canasta ahora si no quieres que te haga daño!
—¡Oigan, eso no es justo! ¡Deben ganarse las cosas! —Expresó la niña, molesta. —¡Yo no soy una vaca, baja eso! ¡Además, te puedes lastimar!
—La que debe tener miedo de salir lastimada eres tú, tonta dulcinera. —dijo Calux malicioso, acercándole el filo.
—El otro día vi cómo se te resbaló la espada en el entrenamiento de caballeros y casi te cortas los pies, no me fío de tu motricidad. —Reveló Karaline, aguantándose la risa al recordar aquel momento.
Johan se sorprendió por ese dato que no conocía de su amigo y no pudo evitar esbozar una sonrisa. Calux frunció el ceño, disgustado.
—¡Idiota! ¡Es mentira! —Refutó Calux, rojo de la ira. —No digas cosas sin sentido, ¡solo danos la canasta ya!
—Tiene miedo, tiene miedo... —Canturreó la dulcinera, mientras se burlaba de su "asaltante". —Apostemos entonces, si ganas te daré la canasta entera gratis, ¿qué dices?
—¿Una apuesta? ¿En qué consiste?
—Una prueba de puntería con el arco y la flecha. El que dé en el blanco será el ganador.
—¿Estás loca? Si se enteran de que una niña ha tomado un arco nos darán una paliza a los tres. —Alertó Johan, preocupado.
—Es una pena... ¿Se echaran para atrás? —Provocó Karaline.
—Acepto el reto. —Soltó Calux sin pensarlo dos veces mientras guardaba la navaja. —Pero el ganador tendrá, además de la canasta, el derecho a pedir lo que quiera.
—¿Qué cosa? —Dudó la pequeña pelirroja, frunciendo el ceño.
—Pues lo que uno quiera. Pero tranquila, no te voy a pedir nada que no puedas darme. —Vociferó Calux en un gesto travieso.
—Perfecto, ¡Que gane el mejor! —Exclamó Karaline con determinación.
Los dos niños estrecharon sus manos, y a continuación se dignaron a buscar un arco, el cual le terminaron hurtando al padre de Calux. Los tres se dirigieron a los campos de tiro de la escuela que estaba sin un alma al estar en temporada vacacional.
Ese detalle estaba a favor de ellos, no tanto porque ver a una niña maniobrar un arco era mal visto, sino porque también se encontraba sola jugando con dos niños. Cualquiera podía malpensarlo.
Karaline le arrebató el arco a Calux y tomó una flecha lista para dispararla. No le iba a dar el placer de quedar encima de ella.
—¿De cuántos tiros? —Cuestionó la niña.
—Solo necesito uno para aplastarte, dulcinera. —Refunfuñó Calux, estirando sus brazos y dedos que crujieron con el estirón.
—Mejor, nos queda poca luz. —Añadió Johan, mirando hacia los lados alerta.
Karaline suspiró hondo, colocándose en posición y con la mirada fija en su objetivo: el centro de la diana.
—Cuidado, chiquilla. —Se burló Calux, con la intención de distraerla.
—No necesito tu preocupación, "chiquillo". —Karaline se concentró, calculó el viento y soltó un largo suspiro.
«Vamos Karaline, tu puedes...»
Tiró la flecha.
—¡Por todos los Dioses! —Exclamó Johan, asombrado.
La flecha se clavó justo en el blanco, donde ella quería.
Karaline dio saltos de alegría, empezó a bailar y a cantar en la cara de Calux, molestándolo. Calux la miraba con recelo, apretaba los dientes de la impotencia.
—¡Eso no cuenta, seguro has hecho trampa! —Contestó el rubio, cruzándose de brazos.
—Sabía que te echarías para atrás, "chiquillo". —Respondió Karaline con orgullo.
Él le arrebató el arco de las manos. No pensaba perder en lo que mejor se le daba, y mucho menos contra una niña. De por si Calux odiaba las derrotas.
Tomó una flecha, la colocó en el arco y la deslizó hacia atrás, apuntando. La lanzó con la seguridad de la experiencia, pero una fuerza paranormal que tenía las intenciones de burlarse de él, hizo que la flecha cayera a sólo mínimos centímetros de la flecha de Karaline que se encontraba justo en el centro y la declaraba victoriosa.
—¡Maldición! —Maldijo el niño enfadado mientras tiraba el arco al suelo.
Karaline, siguió con los saltitos de celebración
—¡Yuju! Te gané, te gané... —Cantaba Karaline, riendo a carcajadas.
Calux estaba apunto de pedirle una revancha, más no contó con que en ese momento su madre aparecería en el campo.
—¡Calux, Johan! ¡Vengan a cenar, los he estado buscando toda la tarde! —Informó la señora en el extremo del campo.
Calux escondió el arco con ayuda de Johan, rezando que su madre no lo haya visto le avisó que irían en un momento. Calux miró a Karaline con rabia, se acercó a ella y la señaló con el dedo índice.
—Esto no quedará así, ¡Mañana cuando el sol se oculte tendremos la revancha! —Afirmó Calux para luego apartarse y retirarse con Johan.
—¡Oye! ¿No te olvidas de algo? —Exclamó Karaline.
Calux frenó el paso, rodó los ojos y se giró junto a Johan mirando a la niña.
—¿Qué? —Preguntó el rubio de mala gana.
Karaline, con una sonrisa altanera, se acercó hasta Calux.
—De mi premio. —Soltó Karaline, con pillería.
Calux abrió sus ojos completamente, lo había olvidado. Ante las risas traviesas de la niña el rubio sólo suspiró.
—Bien, ¿Qué quieres? —Preguntó Calux, cruzándose de brazos malhumorado.
—Quiero un abrazo. —Dijo Karaline de forma tierna.
Calux se sorprendió, se esperaba de todo menos esa propuesta. Tragó en seco algo nervioso.
—M-Momento... ¿U-Un abrazo? —Dudó Calux. Sus mejillas tomaban un color carmesí, esperando a que fuera un tipo de broma.
Karaline sonrió.
—Quiero que me des un abrazo... ¿Qué es lo qué pasa, tienes miedo? —Preguntaba la niña.
—¿Yo, miedo? Claro que n-
Calux no terminó de hablar cuando Karaline lo abrazo desprevenido. El niño se congeló, sin saber como reaccionar o siquiera en que lugar poner sus manos. Y Johan, bueno, solo estaba ahí sin apartar la vista de la escena, deseando que existiese alguna manera de capturar esa imagen y restregarsela a su amigo cada que quisiera en un futuro.
Después de unos segundos se separaron, Karaline seguía con su sonrisa traviesa y Calux estaba que se desmayaba o que explotaba de lo rojo de sus mejillas.
—Deben irse, no vaya a ser que la cena se enfríe. —Rió Karaline, recogiendo su canasta de dulces. —Y devuelve el arco antes de que tu padre se dé cuenta.
—No te preocupes dulcinera, nos vemos mañana. —Johan asintió despidiéndose de la niña y tomando a un Calux atónito de los hombros para llevárselo de allí a rastras.
Karaline soltó una carcajada y se marchó directo a la casa de su madrina. Y la verdad, era que a la pelirroja le hacía gracia la reacción de Calux.
—¿Karaline? —Se escuchó la voz de una chica en el balcón. —Oh, aquí estás.
Una joven de cabello castaño corto por la altura de los hombros y ojos cafés se acercó a la pelirroja. Klaire Nial, hija de Byron Nial; el líder de la guardia en el puerto de Kanda.
Karaline giró al escucharla y vió que tenía un hermoso vestido naranja. Ellos solían visitar a Lady Rovira bastante seguido, y se podía decir que Klaire era la única amiga de Karaline, ya que debido a su personalidad no se llevaba bien con las demás chicas del puerto.
—Si, aquí estoy. Solo veía la vista desde aquí, ya sabes, por última vez... —Sonrió la pelirroja, volviendo a mirar el océano azul.
Klaire se acercó al borde para acompañarlaq, viendo los barcos y las aves pasar con el fresco viento chocando en ellas y haciendo bailar sus ropajes al igual que sus melenas.
—Tengo la esperanza de que vendrás otra vez, Karaline. Hay que tener fé. —Comentó su amiga, esperanzada.
—También espero volver algún día...
A la terraza se acercaba un hombre de pelo negro, ojos naranjas y piel morena gracias al sol. Vestía una armadura negra con detalles en rojo y llevaba con él su espada recién afilada envuelta en una vaina. Un caballero de clase alta, pensaría cualquiera.
—Mis señoras. —El caballero realizó una reverencia al estar en presencia de ambas. —El carruaje está listo, ya podemos partir.
—Voy en un momento, gracias por informarme Sir Strauker. —Agradeció Karaline.
Sir Strauker Relish hizo una última reverencia y se retiró entrando a la mansión, dejando a las chicas en la terraza solas nuevamente.
—Bueno, supongo que debo partir. —Suspiró Karaline, con muchos sentimientos revueltos en ella. —Gracias por ser una buena amiga durante estos años, Klaire. Por aguantarme en mis ocurrencias y locuras, si algún día necesitas algo sabes que tienes mi total apoyo.
—No tienes que agradecer, fue un placer conocerte y tenerte como amiga. Pero esa etapa terminó e inicia una nueva para ti, le rezaré a los Dioses todas las noches para que recuperes lo que te pertenece. Buena suerte, su majestad. —Finalizó la doncella junto a una reverencia.
Karaline rió para después abrazarla, sin duda extrañaría a su mejor amiga.
La pelirroja bajó a la entrada de la gran casa junto a Klaire, allí estaba un carruaje y frente a el su madrina Lady Rovira Mazzaloma, dueña de la mansión, de viñedos y muchos huertos. Una mujer a la que se le notaba los años, con cabello marrón al cual se le sobresalía alguna cana pero que ocultaba con extravagantes sombreros.
También estaba el maestro Wane, su profesor particular, quien le había enseñado todo lo que sabe. A su vez uno de los responsables en motivar a Karaline a querer recuperar el trono.
Y Sir Johan, su amigo de la infancia. Después de aquella pelea en su época como la "Dulcinera de Kanda", ambosbse habían vuelto muy buenos amigos hasta la actualidad. Inclusive fue gracias a él que pudo conocer a Strauker.
—No puedo creer que este día haya llegado. Te extrañare mucho Karaline, cuídate mucho. —Dijo Lady Rovira acercándose a la joven dándole un abrazo con un par de lágrimas incluidas.
—Gracias a usted, sin su ayuda no estaría aquí ahora mismo. Quedó en deuda con usted.
Lady Rovira le dio un beso en la frente a Karaline para que esta fuera con el maestro Wane. Ella lo abrazó y este correspondió.
—Demuéstrales a esos Señores en Riwa quien es la que manda. —Murmuró Wane entre el abrazo.
—Claro que lo haré, muchas gracias por todo Maestro, lo aprendido me servirá de mucho. —Agradeció Karaline.
Luego fue hasta Johan y le dio un fuerte abrazo. Este correspondió, le dio un pequeño beso de protección en la frente y después se separaron.
—Karaline, debo decirte que el Reino de Riwa ha cambiado de mal en peor desde que el Rey Cédric empezó a gobernar. Ten cuidado, por favor. —Advirtió el chico preocupado, Karaline asintió.
—Todo saldrá bien, "Sir Johan" —Dijo Karaline en tono de burla hacia el nuevo título de su amigo.
—Oh, estoy seguro de que así será. "Majestad" —Respondió Johan imitando su tono.
—Majestad. —La llamó Sir Strauker con voz seria cerca del carruaje. —Si no salimos ahora el barco nos dejara.
—Si claro. Nos vemos pronto, lo prometo. —Se despidió Karaline mientras entraba en el carruaje junto al caballero. Sir Strauker seria un guardián, el responsable de proteger a Karaline y serle de consejero.
Karaline siempre tendría grabado ese momento en sus pensamientos, y en el futuro lo recordaría como el día en que partió de la casa de las personas que la vieron crecer, la educaron y fueron testigos de su crianza.
Karaline estaba algo nostálgica, pero debía continuar con la frente en alto y vengar a sus padres, y a su dinastía que llevaban 18 años retorciéndose en sus tumbas.
El futuro de la dinastía del Pájaro de Fuego dependía de ella.
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