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La Reencarnación De Mi Amada

Prólogo

A las afueras de la ciudad, 1853

—¡Raven! ¡Sal de una maldita vez! ¡Raven, sé que estás aquí! —Faye cogió un mechón de pelo y tiró de Claire hacia arriba arrancándole un grito de su boca—. ¡Raven!¡La mataré! ¡Si no te dejas ver, juro que la mataré lentamente!

Agarró con una mano las muñecas de ella y, con la otra, le dio un tirón al cabello para inclinarle la cabeza y exponer el cuello. Acercó su labios y los colmillos se alargaron y afilaron rozándole la piel.

—¡Detente! —gritaron en las sombras.

—¡Raven, no! —exclamó Claire suplicándole.

Faye la zarandeó sacándole otro chillido.

—Suéltala, Faye. Ella no tiene nada que ver en esto.

—No lo creo, Raven. Te importa, ¿verdad? —replicó hablando con acento por los colmillos.

Raven salió de la oscuridad que le había servido de protección desde que había llegado segundos antes para valorar la situación en que se encontraba. Sus pantalones negros estaban rasgados y llenos de barro y lodo dejando ver parte de sus largas piernas con cortes y heridas sangrantes. La camisa blanca dejaba constancia de los amplios hombros y un pecho musculoso; una fina capa de vello oscuro se transparentaba sobre lo que quedaba de ella. En una de las mangas, así como en el costado derecho, se hallaba una mancha negra que pegaba la ropa en esas zonas.

Estaba despeinado, su lazo apenas recogía su cabellera negra y larga detrás de la cabeza, y sudoroso. Los ojos azules eran lo más llamativo de su rostro afilado y pálido. Había ira y temor por igual posando la mirada tanto en Faye como en Claire.

—¿Has tenido problemas por el camino? —le preguntó con ironía.

—Ya sabes la respuesta. Tú los mandaste tras de mí.

—Pensé que en estos años ya habrías ganado más experiencia en las batallas.

—Déjala ir, Faye.

—¿Crees que va a ser tan fácil, Raven? Tú te llevaste a mi esposa. Ahora yo haré lo mismo con la tuya.

Raven avanzó hacia él hasta que sintió la alerta en su mente. Varias sombras negras de ojos rojos se situaron detrás de Faye y Claire.

—Smokous... —susurró refiriéndose a las apariciones.

Físicamente parecidos a los lobos, los smokous eran sombras oscuras tan poderosas como el señor al que servían. Tenían colmillos que podían desgarrar tejido, músculo y hueso de un solo bocado y sus ojos eran capaces de crear fuego para cercar a sus víctimas.

—Sí. Me alegro que los conozcas. Así no tendré que explicarte nada.

Faye lamió el cuello de Claire y ésta tembló. Sollozó intentando apartarse sin resultado.

—Huele bien y sabe a gloria por fuera. ¿La has probado, Raven? ¿Has hincado tus colmillos en ella, hermano?

—No te atrevas... —amenazó sin poder moverse para no alentar a las bestias a atacarle.

Ambos mantuvieron la mirada fija en el otro, retándose. Esperaban un movimiento que desatara lo que estaba por llegar. Fue Faye quien acercó sus colmillos a la suave piel de Claire rasgándola y un hilo de sangre se deslizó a lo largo. La lamió hasta llegar a la herida, cerrándose en el momento en que la saliva de éste la rozó.

—¡Joder! Está buenísima, Raven. Dime que la has probado —exclamó eufórico por el sabor de ese líquido.

—Deja a mi esposa irse, Faye. No es como nosotros.

—No. No la has convertido aún. ¿Planeabas hacerlo? Los humanos envejecen rápido, Raven. Llevas casado cinco años con ella ¿y no le has mostrado tu verdadero ser? ¿Le has dicho siquiera el monstruo que eres?

—Raven... —gimió Claire suplicando que la ayudara.

Él la miró incapaz de prestarle auxilio en esos momentos. Estaba solo contra tres smokous y Faye. No tenía muchas oportunidades de salvarla, o de salvarse él mismo.

—Sí, Raven... Inténtalo... —le dijo con una sonrisa antes de inclinar la cabeza y clavarle los colmillos en el cuello.

El grito de Claire perforó sus oídos y corrió hacia ellos. Tenía que rescatarla porque, de lo contrario, él moriría si no estaba a su lado.

Las bestias se separaron de Faye, ocupado en acabar con la vida de la muchacha al tiempo que se daba un festín con ella, y le hicieron frente a Raven. Éste golpeó al primero enviándolo varios metros fuera de su dirección y detuvo al segundo con su poder mental lo suficiente para clavarle el cuchillo que llevaba escondido tras la espalda, en el corazón oculto en el cuello. Cayó al suelo y su cuerpo se deshizo en apenas unos segundos cuando el tercer smokous alcanzó a Raven y lo empujó con sus patas hacia la tierra. Rodó por ella evitando las dentelladas que lanzaba el animal en un intento por encontrar una forma de controlarle y arrancarle el órgano de su poder.

Un círculo de fuego se creó entre ambos y Raven siseó al sentir en su hombro la quemadura indicándole que no podría avanzar más. Estaba sobre el animal pero tenía sus manos ocupadas en mantenerlo inmovilizado.

Los colmillos de Raven crecieron con rapidez y se abalanzó hacia el cuello desgarrándolo con violencia buscando el corazón del mismo y arrancándolo con dureza. En el momento en que este fue extirpado, el smokous gruñó y se desintegró entre sus manos.

Sus sentidos le alertaron entonces del tercero justo antes de que soltara las llamas y presentara batalla. Se dio la vuelta dejando que la sangre del animal que acababa de matar se derramara por su cara y goteara por la ropa. Desvió la vista al observar a Faye soltar a Claire quien cayó inerte. Éste lo miró y le sonrió. Se despidió con la mano antes de desaparecer y, junto a él, la última criatura viva, a regañadientes, por tener que dejar con vida a su presa.

Raven saltó las llamas y corrió hacia su amada limpiándose los rastros de sangre de la boca y escondiendo los colmillos. No quería que lo viera así.

Se arrodilló a su lado y recogió a Claire acunándola entre sus brazos.

—Claire, pequeña, estoy aquí... —percibió el débil latido de su corazón y la palidez de su piel. No le quedaba mucho tiempo.

Ella abrió los ojos llorosos y lo miró.

—Raven... por favor, no me dejes morir... —le suplicó.

Las lágrimas afloraron y negó con la cabeza.

—No puedo, pequeña. No puedo condenarte a esto. Lo hemos hablado, no puedo hacerte ser un monstruo como yo...

—Raven, por favor... hazlo... conviérteme... no quiero morir... —sollozó sintiendo que su vida se agotaba.

—No puedo... esto no es vida... —negó de nuevo abrazándola con fuerza para sentirla contra su cuerpo—. Por favor, aguanta Claire, no me dejes...

—Raven... —susurró en su oído antes de exhalar su último aliento.

Capitulo 1

Ciudad, actualidad

Iba a ser un día de perros. De camino al trabajo había tenido que soportar el autobús lleno de personas y que uno de ellos tratara de propasarse tocándole en partes que jamás pensaría que pudieran quedar expuestas con lo que llevaba puesto. Tras chillar y desahogarse con el viejo verde que la había confundido con una de las barras donde cogerse en caso de frenazo, se bajó varias paradas antes de su trabajo para calmarse, no fuera que su carácter la metiera en más problemas.

Sin embargo, ese día no tenía suerte pues, nada más salir del autobús, empezó a llover y no llevaba paraguas...

Para una vez que no hacía caso al hombre del tiempo, iba y acertaba. Tuvo que correr para llegar medianamente seca a su trabajo y eso le supuso romper el tacón de sus zapatos por el camino y estar a punto de ser arrollada por un coche que se saltaba el semáforo.

Al llegar a la inmobiliaria su jefe la había recibido con un gruñido y un vistazo bastante lascivo hacia la camisa que, con el agua, se transparentaba dejando poco a la imaginación acerca del tipo de lencería que usaba.

Fue directa al baño y trató de arreglarse lo mejor que pudo teniendo en cuenta la cámara que estaba instalada en una esquina y que no dudaba que su jefe estaría comprobando en el monitor para ver si funcionaba. Si hubiera sido un poco más alta podría haber pensado en taparla pero no había nada donde subirse y con la altura que tenía era imposible que tirara la chaqueta y acertara. Con la suerte que tenía era capaz de cargársela y se la descontaba de su sueldo.

Se metió en uno de los recintos donde había un WC y se quitó la camisa. Se puso la chaqueta de la inmobiliaria y salió. La falda por lo menos estaba bien así que se la dejó puesta. Usó el secador de manos para secar la prenda mientras que su cabello lo hacía de forma natural, peinado con los dedos mientras esperaba que estuviera listo lo otro.

Unos golpes en la puerta hicieron que se estremeciera.

—¡Carlie! ¡No te pago para que estés en el baño, niña!

—¡Enseguida salgo, señor Carlson!

—¡Te rebajaré el sueldo como no salgas de inmediato!

—¡He llegado cinco minutos antes de mi horario! —lanzó y se arrepintió en el acto. Se le había escapado y a su jefe no le gustaba que las empleadas le respondieran.

—¡Hoy te quedarás haciendo horas extras! —bramó—. ¡Y no esperes cobrarlas! ¡Me debes un respeto!

Carlie pateó el suelo de rabia. Había pensado en llamar a su hermano para que la llevara con él de marcha y ahora, conociendo a Carlson, no saldría de la oficina hasta las nueve de la noche, eso si no tenía que huir escapando de las manos de pulpo de él.

—Qué asco de vida... —suspiró profundamente.

Una vez arreglada salió del baño y fue hasta su mesa. Ya tenía cosas para hacer y, contando las carpetas que había, acababa de dejarle el doble de trabajo que se hacía en un día. Iba a ser un día muy, muy largo.

Se sentó delante del ordenador y se quitó los tacones. Miró el zapato roto. Todavía se mantenía unido un poco así que, si lograba arreglarlo, no iría por la calle como si estuviera tambaleándose.

—Tal vez con un poco de pegamento... —murmuró para sí.

—¿Un poco de pegamento para qué? —preguntó Lisa, su compañera de trabajo. Estaba asomada por el panel que dividía sus escritorios y le sonreía con amabilidad.

—Hola, Lisa. Un poco de pegamento para el tacón. Se me ha roto de camino aquí.

—Uhm... Siempre que no se haya mojado la superficie con la lluvia podría funcionarte como emergencia. Pero sólo hasta llegar a tu casa, en cualquier momento puede soltarse y si te pilla de improviso...

Carlie le dio la vuelta al zapato y comprobó que la suela estaba mojada... Bien, ¿qué más?

—Tendré que dejarlo que se seque. De todas maneras con lo que me ha dejado “el tirano” no creo que me levante de aquí en horas —dijo señalando la pila de carpetas.

Lisa silbó por la cantidad de trabajo y miró alrededor en busca del jefe.

—Si quieres te echo una mano.

—Gracias Lisa, eres un sol —dijo dándole cinco de las carpetas.

—No hay de qué. Ponte con ellas y si ves que necesitamos más ayuda se la pedimos al resto. Seguro que, si es por ti, cualquiera está dispuesto.

Carlie negó con la cabeza, divertida por ese comentario. Si fuera verdad no estaría soltera aún esperando al hombre de sus sueños, ése que la llevara a la cama y no dejara que saliera de ella en semanas.

Tenía veinticinco años y llevaba trabajando dos en la inmobiliaria como agente. Era buena con los clientes y conseguía muchos contratos pero eso no parecía convencer a su jefe para que la tratara con respeto y no se propasara.

Tampoco ayudaba el hecho de que su cuerpo llamara la atención. No estaba demasiado delgada ni tampoco es que le sobraran unos kilos sino que todos los hombres dirigían sus miradas siempre hacia el escote, directas a sus pechos.

Estaba más que bien dotada y eso le había hecho pasar la adolescencia tratando de pasar desapercibida. Ahora estaba acostumbrada y procuraba no captar demasiado los ojos de las personas a ese punto en concreto. Aprendió a disimular con la ropa y a mantener el interés de cualquiera con el que hablara en lo que decía, no en lo que veían.

Su pelo era largo hasta casi media espalda de un color castaño oscuro. Lo tenía ondulado y solía llevarlo suelto. Para su trabajo, la apariencia física era importante de manera que, por delante, su mayor atracción eran sus pechos y por su espalda su largo y ondulado cabello.

Los ojos eran de un color negro como la noche, nada del otro mundo, pero en contraste con los labios rosados y carnosos, eran lo segundo en que se fijaban los hombres.

Lo único que le faltaba era la altura. Apenas llegaba al uno setenta lo que, para el resto de compañeras y compañeros de trabajo, equivalía a ser demasiado baja. Los demás solían pasar el uno setenta y cinco y, en el caso de los hombres, llegaban al uno noventa. Sólo su jefe, el señor Carlson, podía equipararse en altura pues le sacaba apenas cinco centímetros ella.

Carlie se concentró en las carpetas y comenzó su trabajo. Cuanto antes acabara, antes la dejaría en paz y podría regresar a su casa donde dejaría pasar el día en pro de que el siguiente fuera mejor.

****************

Carlie cogió el último dossier y lo abrió. Contenía fotografías de una casa antigua, de 1800 por lo menos, un caserón grande y poco cuidado.

Revisó la documentación para tratar de sacar información de la misma y frunció el ceño al ver que apenas había rellenados unos datos. No había forma de contacto con el propietario ni un teléfono, correo electrónico u otra forma de hablar con él o ella. Sólo un nombre aparecía en el documento: Raven. Ni un apellido, ni los datos mínimos acerca de la posible venta o alquiler de la casa.

Cogió su zapato que había conseguido pegar hacía unas horas y se lo puso para ir a la oficina de su jefe. Andaba despacio temerosa de poder caerse en cualquier momento.

Llamó a la puerta y esperó al bramido de Carlson para entrar. La dejó abierta para que éste tuviera en cuenta que no quería nada más allá de lo estrictamente profesional y avanzó hacia su escritorio.

—Señor Carlson, esta carpeta está incompleta.

—¿Incompleta? Trae acá —le dijo arrancándosela de las manos. Abrió la misma y revisó las fotos y los documentos. La cerró y se la devolvió—. Ocúpate de arreglarlo.

—¿Perdón?

—Ya lo has oído. Si no están todos los datos, habla con el propietario y recógelos. No me hagas preguntas estúpidas, niña.

—Sé perfectamente lo que tengo que hacer, señor Carlson, pero ese no es mi trabajo. Me ocupo de introducir los datos en el ordenador, enseñar casas y realizar contratos con clientes, no buscar información de posibles vendedores.

Carlson la miró como si quisiera estrangularla allí mismo —o follarla, la mirada se confundía mucha veces cuando se trataba de él—.

—¡Te pago para que trabajes, no para que te quejes!

—¡No forma parte de mis tareas! —replicó.

—Entonces quizá sería mejor que te despidiera...

Carlie chasqueó la lengua y apartó la mirada. No podía permitirse perder el trabajo, tenía un piso que pagar y un hermano al que costear la universidad, si es que algún año lograba terminarla. Sus padres habían muerto cuando ella tenía veintidós años y por lo menos tenía formación y experiencia para buscarse las castañas, pero su hermano acababa de empezar y tenía que ocuparse de su futuro.

—Iré mañana... —dijo vencida.

—No. Vas a ir ahora mismo. Quiero ese documento terminado a primera hora.

Carlie levantó la cabeza sorprendida. Eran las siete de la tarde, llovía a cántaros y encima la casa estaba a las afueras de la ciudad. Con suerte llegaría allí a las ocho y media. Sin tener en cuenta que debía confiar en que los propietarios estuvieran en el hogar...

—Señor, no sabemos si estarán allí, si viven en otro sitio. Son las siete, en una hora acaba mi horario...

—Te dije esta mañana que harías horas extra. Ya las tienes —cortó Carlson volviendo a hundirse en los papeles de su escritorio.

Carlie suspiró. Era imposible no querer clavarle esa bonita espada que tenía colgada en su pared detrás de él.

Quizá,si se movía de forma sensual, lo distraía lo suficiente como para alcanzarla y clavársela en el corazón a ver si salía sangre roja o negra.

—¿Todavía aquí? —bramó Carlson.

Se estremeció al oír su voz y salió corriendo del despacho. Tendría que llamar a un taxi si quería llegar a la casa y, eso sí, no pensaba pagarlo de su bolsillo.

****************

Con la lluvia que estaba cayendo apenas se podía alzar la vista para contemplar la fachada de piedra de la mansión. Era antigua y crecía hiedra en las paredes más oscuras. Fue lo único que Carlie pudo ver antes de dejar el taxi y pedirle que la esperara para llevarla de vuelta a la ciudad.

Planeaba hablar con el propietario y quedar por la mañana para recoger los datos que necesitaba. Su jefe podía irse a la mierda, ni siquiera sabía si habría alguien en casa. Una luz titiló delante de la ventana y llamó su atención. Vale, ahora sí sabía que ahí vivía alguien.

Corrió hacia la entrada como pudo y se refugió de la lluvia en el pequeño tejado de la puerta.

No tenía timbre, como las casas antiguas, así que llamó con los nudillos.

Tras varios minutos volvió a repetir. Hacía frío y el taxi no iba a esperarla de forma ilimitada, además de que el taxímetro seguía corriendo.

Antes de salir de la oficina le pidió dinero a Freddy, el encargado de contabilidad. No dudó en darle lo que necesitaba una vez que expuso el trabajo que su jefe le había encargado aunque, si en lugar de mirarla al pecho, lo hubiera hecho a los ojos, su buena disposición hubiera sido más recompensada que con una sonrisa forzada.

Se abrazó a sí misma y pasó el peso de su cuerpo de un pie a otro intentando entrar en calor. Volvió a llamar, esta vez de modo más insistente. Al ser una puerta maciza no podía saber si alguien se acercaba o si la estaban oyendo.

—Una vez más y me largo... —murmuró aporreando con fuerza como si estuviera desahogándose por el día que llevaba.

Cuando dio el último de los golpes dejó la mano en la puerta aún empujando y ésta se abrió. ¿Acaso no estaba cerrada? Empujó un poco más y asomó la cabeza.

—¿Hola?

Ningún sonido.

La chimenea estaba encendida y el fuego muy vivo para pensar que alguien no había pasado por allí hacía poco tiempo.

Echó un vistazo atrás y vio al taxi. Se mordió el labio y decidió entrar a echar un vistazo. Al fin y al cabo, ¿cuántas veces se podía pisar una casa datada del siglo XIX? Los tacones hacían eco sobre la piedra del suelo y alertaban a quien hubiera por allí pero no le importaba si con eso aparecía alguien.

Quedó maravillada por los cuadros antiguos y el diseño de las columnas y paredes que ofrecían el espacio más amplio que podía permitirse en ese lugar. Estaba en lo que sería el salón y una amplia mesa a la izquierda ocupaba la mayor parte del mismo, una enorme para dar asiento a un centenar de personas, si no más.

El hogar en el centro de la estancia daba calor a todos los lugares lo cual notó en su cuerpo que comenzaba a calentarse después del frío que había pasado fuera. Cerca de ella había dos sillones de orejas grandes. También parecían pertenecer al siglo XIX y se moría por probar uno.

—¿Hola? —probó de nuevo—. Soy Carlie Mertkis, de la inmobiliaria Carlson —todavía no podía creerse lo “creativo” que era su jefe—. Necesito hablar con el propietario. —Sólo el crepitar de la leña al resquebrajarse rompía el silencio—. ¿Hay alguien?

—Vete a casa... —dijo una voz que hizo que Carlie saltara y chillara asustada.

Se fijó en una de las butacas y vio emerger de él la figura de un hombre. Su mano grande y pálida se posó sobre el brazo del asiento y los músculos se tensaron al hacer fuerzas para levantarse.

Aún no se había dado la vuelta pero, visto por detrás, la dejó con la boca abierta. Era muy alto, casi llegaría a los dos metros. El pelo le caía por los hombros y lo tenía recogido con un lazo. La camisa blanca y los pantalones marrones parecían no ser de esa época, como si estuviera disfrazado.

—Vete a casa —repitió.

—Lo siento. No sabía que estaba ahí. Le pido disculpas por entrar sin permiso pero la puerta se abrió y... —ya estaba. Acababa de ponerse nerviosa por ver la espalda y el trasero de un tío que esperaba fuera igual por delante porque sería la fantasía soñada de cualquier mujer. Suspiró antes de volver a hablar, esta vez tranquila—. Lo siento. Es que me asustó. Soy Carlie Mertkis, ¿es usted el propietario de la casa...? ¿Raven?

—Sí.

—Trabajo en la inmobiliaria Carlson, tenemos abierto un expediente de su vivienda pero no disponemos de algunos datos básicos para gestionar bien los archivos y me preguntaba si...

—¿A mí qué demonios me importa su gestión? —inquirió poniendo un brazo sobre la repisa de la chimenea—. Fuera de mi casa.

—Entiendo que no ha sido correcto entrar sin ser invitada pero le ruego me permita unos minutos...

—No. Fuera.

—Señor...

—¡Fuera! —gritó volviéndose a ella y robándole el aliento.

Era hermoso. Sus ojos azules le llamaban como un imán y el pelo le caía escondiéndolos. Deseaba acercarse y apartarle los mechones para verlos bien, para besarlos. Estaba pálido pero conservaba un cuerpo musculoso sin llegar al exceso. Sus anchos hombros le hicieron desear apretarse contra él para ser envuelta en su abrazo y entrar en calor pegada a su pecho. Su vientre se contrajo de anticipación por esa clase de pensamientos.

Se aclaró la cabeza y retrocedió un paso.

—Lo siento. Le he cogido en un mal momento —se disculpó.

Dio otro paso y todo se tambaleó. Recordó entonces el tacón y la solución de emergencia que tenía.

Estaba claro que pegarlo con pegamento no hacía que aguantara para siempre.

Perdió el equilibrio y pensó en el bochorno que sentiría cuando cayera en mitad de ese salón delante de ese Dios. Cerró los ojos para no verlo.

Unos brazos le rodearon la espalda y la cabeza y sintió explotar el calor en esas zonas. Cayó al suelo sin hacerse daño.

—¿Está bien?

Carlie abrió los ojos y miró directamente los dos lagos azules de Raven, que acababa de protegerla.

Estaba atrapada entre sus manos y una de sus piernas quedaba demasiado cerca de su sexo. Una oleada de placer la recorrió y contuvo un gemido.

—Sí. Lo siento —contestó tratando de sonar divertida, como si no estuviera sintiéndose por dentro una patosa por no haber reparado en que sus tacones no eran ese día un objeto sólido del cual fiarse.

Cuando éste no se movió o apartó, ella volvió a mirarlo. Sus ojos estaban dilatados y su palidez era aun mayor.

—Claire... —susurró.

Capitulo 2

Carlie se quedó sin palabras ante el rostro desencajado de Raven. No podía decirle que no era Claire, que la confundía con otra persona, no cuando el dolor atravesaba los ojos de él y notaba la ansiedad emanar de su cuerpo.

Raven acortó la distancia de sus rostros mirándola con intensidad, esperando de alguna forma ver en los de ella algún motivo por el que detenerse y alejarse. Sus respiraciones se hicieron una aspirando el mismo aire que el otro emanaba. No era un beso, pero la electrizante sensación de poder llegar a beber de esos labios fue tal que Carlie notó cómo su sexo se contraía y una humedad comenzaba a aflorar de su núcleo.

—Claire... —susurró tan cerca de ella que casi podía sentir las vibraciones de ese nombre en su piel.

—No... —se le escapó.

Raven parpadeó varias veces como si despertara de un sueño y se alejó de ella. Fue tan rápido que, si en un momento estaba sobre ella, en el siguiente lo veía de pie a su lado. La tensión se notaba en su espalda y músculos.

Carlie se incorporó del suelo apoyándose en los codos para mirarlo.

—¿Se encuentra bien?

—Váyase, por favor —murmuró él sin darse la vuelta. Tenía una de sus manos tapándose los ojos mientras la otra estaba apretada en un puño.

—Le dejaré aquí este papel. Si lo completa no volveré a molestarle. Le pediría que me lo hiciera llegar mañana a primera hora si puede ser —comentó recogiendo su bolso del suelo y sacando un folio.

Lo dejó al lado del sofá y se dio la vuelta para irse.

En dos ocasiones se volvió para ver si él la miraba, y en ninguna de ellas tuvo suerte. Abrió la puerta y observó la oscuridad. Hacía más frío que antes, o bien su cuerpo había entrado en calor más de lo que necesitaba. Entrecerró los ojos tratando de localizar su taxi.

—No... No puede pasarme esto... —masculló para sí, incrédula. No había ni rastro del taxi—. ¡Maldita sea! —maldijo.

Cogió el móvil del bolso y lo abrió. Dos cosas le hicieron gritar de frustración: que no tenía cobertura, y tampoco batería. Deseaba saber quién le había echado mal de ojo y por qué.

Volvió a entrar algo más nerviosa que la primera vez y se detuvo al ver que Raven seguía en el mismo sitio.

—Perdón, ¿tendría un teléfono?

—¿Qué ocurre?

—Mi taxi se ha ido y el móvil no tiene cobertura aquí. Pediré uno y esperaré fuera.

—No tengo teléfono.

—¿Ni un móvil?

El movimiento negativo de su cabeza le dio la respuesta.

—Genial...

Miró al suelo para contemplar sus zapatos. Mantenía el equilibrio con ellos forzando a su pierna a estar de puntillas pero empezaba a cansarse. Si pudiera se quitaría los zapatos pero estaba delante de un posible cliente y se debía a su profesionalidad.

—¿Vive lejos? —preguntó Raven.

—En la ciudad, en un apartamento en el centro. No se preocupe, iré caminando un rato hasta que dé con algo de cobertura. Con suerte mi móvil aguantará para llamar a alguien que me recoja.

—¿No tiene coche?

Carlie se sonrojó. Sí, era cierto que tenía veinticinco años, que era independiente y sabía hacer las cosas solita, pero el coche...

—Digamos que hay discrepancias entre nosotros... — contestó evitando darle más información.

—La llevaré a casa —dijo dándose la vuelta.

Por un segundo pudo volver a contemplar esos ojos que, rápidamente, esquivaron su mirada, como si le quemara.

—Gracias —susurró extrañada por ese sentimiento de tristeza que le provocaba el hecho de que Raven no la mirara.

****************

Carlie no dejaba de observar a Raven de reojo en el coche. La proximidad con él estaba poniéndola nerviosa y no unos nervios cualquiera, unos que estaban excitándola. Se suponía que eso no le pasaba.

—Yo... Quiero darle las gracias por llevarme.

Raven gruñó. Cualquiera estaría cansado de que alguien le diera las gracias y Carlie lo había hecho varias veces en los últimos diez minutos.

—Lo siento. Es que no sé cómo puedo importunarle tanto. Se suponía que debía ir a verlo, recoger los datos e introducirlos mañana en el trabajo.

—¿Por qué vino tan tarde a mi casa?

—Mi jefe no quiso esperar al día siguiente —contestó con una mueca—. Y no es muy agradable hacerlo enfadar.

—Si tan mal está en su trabajo, ¿por qué no lo deja?

—¿Cree que es fácil encontrar otro? Quizá para usted, sin duda tiene dinero y un buen cargo...

—No trabajo.

—¿Perdón?

—Yo no trabajo.

—¿Cómo gana dinero para vivir?

—Tengo más que suficiente.

Carlie se mordió la lengua para no responderle nada. Estaba en su vehículo, la llevaba a casa; al menos procuraría que no la empujara de él en marcha por un arrebato.

—¿Quiere decirme algo? —preguntó él mirándola por el rabillo del ojo.

—No... —murmuró bajito, conteniéndose.

Una pequeña sonrisa se hizo visible en su rostro y Carlie se quedó anonadada. Cuando Raven sonreía era como si todo su rostro se iluminara y pareciera que fuera a brillar como una estrella.

—Hemos llegado.

Raven se volvió y se prendó de sus ojos. La miraba con intensidad, contemplando algo divino. Antes de darse cuenta, su mano le acariciaba la mejilla y seguía el contorno de sus labios. Deseaba besarla, saber si esos labios eran los que recordaba, si tenía la pasión de su Claire.

Eran tan parecidas que, por un momento, la había confundido con ella. El mismo pelo, los mismos ojos, hasta su físico era el mismo. Pero el carácter que tenía, su forma de comportarse, no eran igual.

Cuando la miraba, la imagen de Claire se fundía con la de la mujer que tenía delante y los recuerdos de esa fatídica noche volvían a su mente. No podía estar delante de ella y recordar que dejó morir a su esposa.

Carlie se sonrojó al notar que los dedos de él le acariciaban los labios presionando para que los abriera, su lengua rozando la punta de ellos. Se apartó del contacto y abrió la puerta del coche.

—Gracias... Gracias por traerme.

Raven asintió con la cabeza.

—Y siento lo que pasó en su casa. Mi tacón...

—No se preocupe —cortó él.

Cerró la puerta y echó a correr hacia su apartamento. Notaba la mirada escrutadora de Raven y se estremeció al pensar que pudiera verla desnuda. Su vientre se contrajo y una vibración le hizo tropezar con un objeto invisible.

Raven tenía algo que hacía que ella deseara a ese hombre; algo que jamás le había pasado y que, a ese paso, la dejaría con ansias de un toque de su parte.

****************

Carlie llegó al trabajo al día siguiente sin haber podido dormir después de estar toda la noche pensando en Raven. Cada vez que cerraba los ojos, su rostro se le aparecía y, con él, el cuerpo de escándalo que tenía. Y eso no era lo más relajante para poder dormir, con lo que varias veces tuvo que ir al baño a echarse agua fría para aliviar el calor que se instalaba.

El señor Carlson no se veía por ninguna parte, lo que se podía intuir por el ambiente relajado de la oficina. Todavía no estaban todos los que trabajaban pero, los que había, eran la imagen de la tranquilidad y relajación.

Lisa, su compañera, estaba sentada en su silla pintándose las uñas. Se acercó a ella con una sonrisa para saludarla. Levantó la cabeza e hizo una mueca.

—Dime que esas ojeras son de estar toda la noche bailando.

—No, Lisa, no he dormido bien.

—Ya sabes que eso no se hace. La única vez que puedes dejar de dormir es porque tengas a un tío en la cama al que no quieras perder por cerrar los ojos.

—Ya, ya... ¿sabes si ha llegado algún documento?

—¿Documento?

—Ayer fui a la casa esa y hablé con el propietario. Le dejé los papeles para que los rellenara y me los enviara a primera hora. ¿No han llegado?

—Aquí no ha venido nada todavía. Y el jefe llegará hoy tarde así que, yo que tú, arreglaba el problema.

—No me lo puedo creer —dijo mordiéndose el labio—. Sólo tenía que responder unos malditos datos y enviármelo...

Lisa sonrió ante el enfado de su amiga pero siguió en su tarea y la dejó mascullando maldiciones y tramando lo que le haría al pobre propietario si no enviaba los documentos ese día.

Dos horas después, Carlie se subía por las paredes. Su jefe acababa de llegar y esperaba que la llamara al despacho para verificar que la carpeta estuviera completa pero éstos no llegaban... Iba a matar al tal Raven...

Se concentró entonces en otras cosas que hacer y tuvo suerte cuando una pareja entró y ella era la única disponible para atenderlos porque, de ese modo, se libró de tener que lidiar con su jefe que se acercaba hacia ella.

Tras hablar y mostrarles algunas casas en fotografías se marchó con ellos para ver las que les interesaban in situ y Carlie dio gracias por no tener un día como el anterior. Si se libraba de la bronca de su jefe y pasaba el día prometía hacer un sacrificio y dejar el chocolate durante una semana... o cuatro días... o...

Pasó toda la mañana enseñando viviendas y, por la tarde, volvió al trabajo con un contrato firmado.

Era la mejor en encontrar lo que el cliente quería y por eso sabía que Carlson la tenía en nómina. Eso y sus ganas de llevársela a la cama. Al menos conseguía uno de sus deseos.

Dejó en su mesa la carpeta con el contrato y se quitó la chaqueta. Le faltaban unas horas para terminar pero estaba agotada. Había estado toda la mañana de un lado a otro y sólo quería descansar un poco.

—¡Carlie! —bramó Carlson desde su despacho.

Ella respingó y miró asustada hacia él. Le hizo un gesto para que acudiera y se quedó esperándola de pie junto a la puerta.

Suspiró y fue hacia él.

—Suerte —le murmuraron algunos compañeros cuando pasaba por su lado.

Carlie entró en el despacho y oyó cerrarse la puerta del mismo. Carlson caminó demasiado cerca rozándole con la palma su trasero y obligándola a dar un paso hacia delante para evitar que siguiera tocándola.

—¿Pasa algo, señor Carlson?

—¿No tenías que haberme dado algo hoy a primera hora?

—Lo siento, los clientes llegaron y no he tenido tiempo de ponerme con ello.

—Entonces podrás hacerlo ahora mismo, ¿verdad?

—Lo cierto es que tenemos un problema. El propietario de la casa no pudo darme ayer los datos.

—¿No pudo? ¿No fuiste lo suficientemente persuasiva? —le preguntó dejando entrever un doble sentido.

—No sé a lo que se refiere, señor —contestó ella en lugar del improperio que quería lanzarle—. Le dejé los documentos con la información que nos hace falta y seguramente los enviará en unos días.

—A lo que me refiero... —dijo acercándose a ella—, es si fuiste convincente para sacarle lo que necesitamos...

Carlson le rozó el brazo desde el hombro a la muñeca y entrecerró los ojos. Se aproximó más a ella y Carlie retrocedió.

—Los datos no se obtienen así, señor. No creo que valga la pena usar los métodos que insinúa.

—Sí... pero creo que vas a tener que ser amigable conmigo si no quieres que te despida por tu incumplimiento.

—No pienso hacer nada —masculló—. Y ahora será mejor que me deje salir.

—Si sales de mi despacho antes de que yo lo diga será para no volver. Piénsalo, niña—replicó él.

Su mano fue hacia el pecho de ella y lo acunó entre ella apretándolo y provocándole un escalofrío.

—Estás muy bien dotada, niña.

—Le advierto que me deje... —murmuró ella.

—¿O qué? —incitó.

—O esto... —contestó y levantó la rodilla hincándosela en su miembro dejando que lanzara un grito de dolor que atravesó todo el despacho.

—Hija de…

—Ahora atienda de una vez: Trabajo para usted pero no le da derecho a ponerme la mano encima o a follarme. »Soy buena en lo que hago y si sabe lo que le conviene será mejor que me mantenga en nómina. Me haré cargo de esa maldita casa y los condenados papeles pero la próxima vez que trate de hacerme algo iré directa a la policía. ¿Queda claro?

—Puta...

—Eso es lo que se cree. Tengo mucha más dignidad de la que usted tiene.

Salió del despacho sin mirar cómo Carlson se cogía a la estantería para mantenerse de pie. En cuanto estuvo fuera se fijó en que sus compañeros habían oído el grito del jefe y se sonrojó. No solía explotar de esa manera en su trabajo pero entre que no había pegado ojo por la noche, la preocupación por los documentos que Raven no había enviado, el miedo a perder el trabajo y el intento de abuso pudo con ella y estalló.

Sus compañeros estaban riéndose y, cuando se alejó del despacho, todos se unieron a ella para felicitarla por ese arrebato y por ponerle en su sitio. Los hombres aún tenían en su rostro esa compasión por su compañero de sexo y mantenían protegida de forma indirecta su zona. Aun así, también estuvieron

Allí estaba otra vez. Plantada en la puerta de entrada y con la adrenalina corriéndole por las venas.

Se había enfrentado a su jefe y se sentía invencible. Ahora le tocaba a Raven. No se iría de allí hasta que obtuviera lo que necesitaba para su trabajo y no quería un “fuera” por respuesta.

Llamó una vez y, cuando no tuvo respuesta, empujó la puerta. Como esperaba, se abrió sin problemas y avanzó hacia el interior. Se asomó hasta el sillón por si estaba en el mismo lugar y, cuando no lo encontró allí, decidió subir las escaleras en su búsqueda.

Su conciencia le decía que eso podía llamarse allanamiento pero la acalló con un sólo pensamiento: venganza. Si le hubiera mandado los dichosos papeles a primera hora no habría tenido que soportar los tocamientos de su jefe y no habría estallado, con lo que todo seguiría como siempre. Sí... Quería pegar a alguien más y Raven estaba en su lista.

Avanzó por el pasillo abriendo las diferentes puertas que encontraba pero sin rastro de él. Empezaba a calmarse y su conciencia iba adquiriendo más poder. Justo cuando iba a abrir una de ellas, ésta se deslizó hacia dentro y Raven apareció delante suya.

—¿Qué hace aquí?

—Yo...

—Fuera.

Su ira volvió con renovada fuerza al escuchar esa palabra y le dio el valor para apuntarle con un dedo y empujarle con éste.

—Me va a escuchar: Necesito los datos para hacer bien mi trabajo y me los va a dar, quiera o no. Ya he tenido más que suficiente con el pulpo de mi jefe para tener que vérmelas ahora con usted. Se lo dejé ayer, sólo tenía que rellenarlo y enviarlo así que, si no lo ha hecho, nos vamos a sentar ahora mismo y lo va a hacer, ¿queda claro?

Raven la miraba entre asombrado y enfadado por esa forma de hablarle. No podía siquiera abrir la boca sin que los ojos de ella le recriminaran por intentar defenderse.

Carlie enrojeció cuando le soltó el discurso y se dio cuenta que seguía punteándolo con el dedo en el pecho. Apartó la mano y se dio la vuelta para alejarse. Esperaba que la siguiera para acabar con eso. Una vez tuviera los datos ya procuraría no volver a verle para no recordar el bochorno que acababa de pasar.

Una mano le agarró de la muñeca empujándola a darse la vuelta. Otra se cerró sobre su cintura y la atrajo hacia el cuerpo del que las manos eran dueñas. La empujó más hasta que se alzó sobre los tacones y levantó la cabeza. Raven se abalanzó hacia ella para probar el fruto prohibido de su propio paraíso.

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