Dentro de una villa, en la sala de la misma, un joven de cabello castaño estaba sentado frente a un juez, a su lado, el hombre que pronto se convertiría en su única familia. El juez los miró una vez más, incrédulo. Cuando recibió la orden de ir a la villa Mcdowell a oficiar una boda, el juez creyó que se encontraría con un lugar repleto de personas ricas. Esperaba una boda ostentosa para quien, hasta ese momento, se había convertido en una de las personas más importantes del país.
No obstante, lo que vio lo dejó sin palabras. Una villa vacía, sólo dos invitados, sin música, sin arreglos, sin nada que conmemorara aquella ocasión. Se tragó sus palabras y se sentó frente a los novios.
—Ahorre saliva y pregunté directamente —la voz de Edward Mcdowell resonó en la sala antes que él abriera siquiera la boca. A su petición, saltó todo el discurso y preguntó directamente.
—Andy Brown, ¿Estás aquí por tu plena y propia voluntad?
Andy, con la mirada brillante y las mejillas rojas, respondió enérgicamente viendo a Edward—. ¡Sí!
—Señor Edward, ¿Está aquí por su propia y plena voluntad? —sin embargo, el semblante en él, no era de felicidad, más bien, parecía estar obligado a casarse. Toda su expresión mostraba infelicidad y rechazo.
No obstante, respondió—. Si.
—Ya que ambos están aquí por su propia voluntad y no por obligación y/o amenaza, pasemos a la firma del acta, una pregunta más, ¿En qué términos piensan casarse?, ¿Por bienes mancomunados o bienes separados?
—Por bienes mancomunados —respondió Edward.
El juez asintió y acercó la carpeta con el acta, ambos firmaron y luego, los dos testigos se acercaron a firmar—. Con esto, los declaro legalmente casados.
Andy miró impaciente a Edward, sus nervios estaban flotando en el aire. Sabía que después de la boda venía un beso, su primer beso. No obstante, no pensó que ese beso nunca llegaría. El juez se retiró y los dos testigos, que eran empleados de su ahora esposo, también se fueron, él quedó solo con Edward. Edward lo miró con asco, no lo besó y mucho menos consumó su matrimonio en la noche de bodas. La luna de miel también fue solo un sueño.
—No pienses que porque estamos casados puedes andar diciéndolo por ahí. Nuestro matrimonio será secreto, no pienses en usar el anillo y mucho menos creas que me gustas. Grábate esto; si no fuera por mi abuelo, nunca me habría casado contigo.
Las palabras frías y la mirada de su esposo le hicieron temblar. Le quedó claro, sin embargo, su tonta ilusión seguía latente. Eran "marido y mujer" y tenía tiempo para enamorarlo.
Cómo un tonto lo había pensado así, quien diría que solamente era el inició de su tormento.
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......Advertencia ⚠️ de contenido.......
Esta historia contiene maltrato emocional, físico y verbal. Toca temas de violencia familiar, aborto y violación. Por favor, tenga precaución al leer. No sé recomienda a personas sensibles ni a menores de edad.
*No recomendado para menores de edad.
*Lenguaje vulgar.
*Violencia explícita, en todos los sentidos.
*Abusos.
*Aborto.
*Diferencia de edad.
*Traumas.
*Es una novela gay, por ende, el personaje principal, Andy, es un hombre.
*Es una historia M-preg, es decir, hombres que pueden convivir. Si no les gusta el género, salgan y eviten comentarios malos, no me molestan, pero si está extraño que lean algo solo para criticarlo.
Que quede claro que la historia es únicamente ficción y no apruebo ninguna de las conductas aquí mencionadas.
⚠️ Está historia contiene violencia física, verbal y emocional, leer bajo su propia responsabilidad. ⚠️
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—Es hermoso. —Gritaba una chica con los ojos brillantes, su mirada estaba directamente en el cuello de su amiga, un colgante de oro blanco y diamantes, la chica sonrió con arrogancia y acarició el collar en su cuello.
—Edward me lo dio como regalo anoche, fue muy lindo conmigo en la cena que tuvimos, además, me prometió que hoy saldríamos a cenar. —Alardeo cruzando las piernas.
—¿Hablas de Edward McDowell?, ¿el magnate de nuestro país? —Una más de las cuatro mujeres reunidas, gritó emocionada, incluso el mesero que las atendía se sobresaltó un poco, él dejó con cuidado las tazas sobre la mesa frente a cada una.
—Sí, el mismo Edward McDowell, el magnate más joven del país. —El joven mesero sintió sus manos temblar cuando aquel nombre salió de los labios de la joven mujer. La tasa que se disponía a dejar frente a la presumida joven tambaleó y cayó sobre su costosa ropa. Un grito agudo llamó la atención de los comensales y algunos empleados.
—Lo lamento, lo lamento. —Se disculpó varias veces agachando la cabeza, sin embargo, la chica se levantó furiosa de la silla y gritó viendo a todos lados.
—¡Gerente, gerente! —Uno de los empleados llegó corriendo de inmediato.
—Señorita, por favor, mantenga la calma. Los demás clientes están tratando de comer.
—Este tonto empleado me tiró el café encima, ¿Cómo puedo mantener la calma?, estaba caliente y quemó mi piel, lo demandaré por daños o simplemente lo golpearé aquí mismo.
—Señorita, venga conmigo a mi oficina, Andy, sígueme. —El gerente llegó justo a tiempo para evitar que la joven golpeara el rostro del chico.
Ambos entraron a la oficina del hombre encontrando a otra persona dentro. Un hombre alto y guapo a la vista, estaba ocupando el sillón de piel color café de la oficina. Él los miró sin ninguna expresión, ella, como una chica la cual amaba ser la atención, le sonrió con timidez esperando alguna reacción, no obstante, ese hombre seguía con la mirada fría.
—¿Cuál es el problema? —El gerente sonaba un tanto nervioso y muy enojado, Andy permaneció con la mirada baja, ese sujeto siempre lo había tratado mal y la única por lo que no lo despedía, era porque era él quien iba a todos los turnos sin objeción cuando se lo pedían.
—Este inútil derramó café caliente sobre mi costosa ropa, incluso un mono puede hacer mejor trabajo que él, ¿Cómo es que contratan gente tan incompetente? —Ella lo apuntó con el dedo mientras soltaba algunas maldiciones más. Andy no se defendió en absoluto, después de todo, había sido su error.
—Lo lamento señorita Regardie, usted dígame que quiere para compensar este desagradable incidente, y claro está que Andy deberá disculparse con usted. —El gerente sabía que esta joven era hija de un hombre pudiente dueño de algunos hoteles en la ciudad con los que tenían contratos que cuidar, además, los ojos de su jefe estaban puestos en él y un error lo regresaría al lavavajillas.
—Quiero que se arrodillé y pida disculpas, esta ropa cuesta más que su salario por un año y una simple disculpa no basta, quiero que ruegue mi perdón. —Los ojos de esa mujer brillaban en enojo, sus labios se curvaron en una sonrisa burlona y arrogante.
—¿Qué esperas?, haz lo que dice. —El gerente golpeó la cabeza del muchacho e hizo que se inclinara hasta casi tirarlo al suelo. Sin embargo, Andy estaba renuente a inclinarse ante ella, con otra persona tal vez lo hubiese hecho, pero no ella, no ahora que conocía su identidad—. ¡Mocoso mal agradecido!, has lo que digo si no quieres ser despedido. —Andy apretó el dobladillo del chaleco, pero permaneció callado apretando los dientes.
—Vasta, me molestas con tus gritos. —El elegante hombre, que había permanecido en silencio y observando la situación, se levantó y caminó hacia ellos—. Señorita, el joven tiene una herida en la mano la cual aún está sangrando, ¿usted podría cargar una charola llena de bebidas así? —El hombre agarró la mano izquierda de Andy. La palma de su mano estaba cubierta por una venda y las marcas de sangre habían manchado la tela, Andy ni siquiera se había dado cuenta de la fuerza que ejercía en su palma.
—Eso no es de mi incumbencia, aun si fue un accidente, debe pagar por lo que hizo. —Ella se veía aún más enojada, sin embargo, los ojos de Andy estaban perdidos en el collar que colgaba del cuello de la señorita Regardie.
—Yo pagaré, ¿Cuánto es? —Las palabras del elegante hombre hicieron que los ojos del gerente se llenaran de sorpresa. Andy reaccionó al escucharlo y lo miró con sorpresa.
—No, no puedo permitir que usted pague. Ni siquiera lo conozco, señor.
Andy era una persona que solía dar, pero no estaba acostumbrado a recibir nada a cambio, así había sido toda su vida y se había acostumbrado, estaba bien con ello, el ver que una persona a la cual no conocía iba a pagar por su error le dio una sensación de malestar.
—Bien, mi nombre es Arthur Hayden, un placer, Andy. Ahora que ya no somos desconocidos, déjame pagar por ti. —El hombre sacó su cartera y entregó una tarjeta a la chica—. Es el número de mi secretaria, póngase en contacto con ella para que haga la transferencia del vestido y una remuneración por los daños.
La chica recibió la tarjeta embelesada por la elegancia del hombre, sin duda, era de una buena familia. Toda la ropa que portaba era de la marca DG, la nueva colección que ni siquiera su hermano podía permitirse. Al mirar la tarjeta descubrió que, en efecto, ese tipo no era cualquier persona. Antes de que pudiese decir cualquier cosa, aquel sujeto se había ido y había llevado con él a aquel mono estúpido.
—Señor, señor. —Gritó el gerente corriendo detrás de Free.
Arthur se veía elegante, era alto, su cabello rubio le hacía resaltar y sus ojos oscuros eran un destacable contraste, nadie que lo viese podía quitarle los ojos de encima, y él lo sabía, sin embargo, los ojos de Andy nunca se habían quedado en él por más de cinco segundos. El grito del gerente llegó a sus oídos, estaba cansado de escuchar a ese hombre parlotear toda la mañana, incluso cuando ya estaba por irse seguía gritando "señor, señor" detrás de él.
—¿Hay algo más? —Arthur se detuvo y giró su cuerpo, el hombre se paró frente a él y le lanzó una mirada de desagrado a Andy. Cuando Arthur notó el gesto del hombre su mirada se oscureció—. No me haga perder el tiempo, diga lo que tenga que decir.
—Oh, bueno. —Dudó un poco antes de continuar—. Estábamos hablando del aumento de sueldo antes de ser interrumpidos por este mocoso. —Masculló con desdén mirando a Andy.
Arthur no respondió, se dio la vuelta y siguió caminando siendo seguido por Andy, el gerente se quedó reprimiendo su ira, si no fuera por su posición golpearía a ese sujeto con todas sus fuerzas.
Fuera del restaurante había un auto negro de lujo, había un hombre en la puerta, era alto y llevaba traje oscuro y gafas de sol. Arthur se detuvo frente al auto y se giró hacia Andy. El muchacho tenía la mirada baja y sus ojos se veían decaídos. Hizo una señal al chofer con la mano para que subiera y él mismo abrió la puerta del auto.
—Sube. —Ordenó al chico. Andy miró dentro del auto con dudas. Nunca había subido a un auto personal, mucho menos a un auto de tal precio. Mordió su labio inferior y arrugó las cejas con preocupación—. Anda, sube. —Arthur no creía que había suavizado su voz por ese muchacho que ni siquiera conocía.
—Señor, ¿Por qué quiere que suba?
—No me hagas perder el tiempo, tengo una reunión importante y no puedo quedarme más, hablemos de cómo pagarás lo del vestido.
La voz de Arthur se volvió repentinamente fuerte, Andy recordó lo que una vez aquella mujer le dijo; si alguien hace algo por ti, paga su amabilidad. Sin otra opción, Andy subió al lujoso auto con miedo de rayar la piel que cubría los asientos. El chofer comenzó a conducir tan pronto como los dos habían subido y cerrado la puerta, sus ojos no pudieron evitar ver al hermoso y delicado joven que acompañaba a su amargado y frío jefe.
—Dígame, ¿Cómo puedo pagar la deuda? —Arthur sonrió y lamió su labio inferior.
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El reloj marcaba las ocho y media de la noche, la villa McDowell estaba prácticamente oscura, sólo una tenue luz amarilla brillaba en la sala. Un hombre apuesto pero furioso estaba sentado en el sillón individual, el cigarrillo en su mano estaba casi por terminarse, pero sólo había dado un par de caladas, el hielo en su vaso hizo un tintineo al derretirse y chocar contra el cristal. Había llegado hace una hora y encontró el lugar vació, nunca había ocurrido y la ira en su interior se intensificó cuando aquel chico no respondió el celular.
Llamó un par de veces más, pero lo único que obtuvo fue la voz computarizada pidiendo que dejase un mensaje. Arrojó el celular con furia sobre el piso. Estaba a punto de pararse e ir a buscarlo cuando la puerta principal se escuchó abrir y un par de segundos después fue cerrada, Edward mantuvo su cuerpo donde estaba, su mirada cada vez más sombría sobre saltando al joven que iba entrando con una bolsa llena de víveres.
—Edward. —Dijo sorprendido, realmente había tardado o él había llegado más temprano, cualquiera de las dos cosas no era beneficiosas para él—. ¿Llegaste temprano? —Era en realidad una afirmación, pero su voz temblorosa la hizo sonar como pregunta.
—¿Llegar temprano? —Su voz fue burlona y su risa erizó la piel del chico—. ¡Estúpido!, ¿No vez la hora?, ¿Eh, Andy?, ¿O acaso también eres un puto ciego? —Gritó, rompiendo el vaso de cristal al lanzarlo contra el suelo. Andy se encogió de hombros y sus labios temblaron, su cuerpo se puso rígido y temeroso cuando vio los ojos llenos de furia de su esposo.
La voz de Andy tembló cuando respondió—. Lo lamentó, lo lamentó.
Siguió pidiendo perdón, pero sus palabras no fueron escuchadas y su cabello fue agarrado con fuerza obligándolo a ver el rostro furioso de su Edward, la persona que antes le sonreía ahora solo le mostraba crueldad y dolor. Sus ojos cafés se pusieron vidriosos por las lágrimas y su cuerpo temblaba por el miedo.
—¿De dónde mierda vienes? —Edward arrugó las cejas.
Hacía media hora había hablado al restaurante donde sabía que Andy trabajaba, preguntó por él, pero le dijeron que lo habían despedido, si Andy se atrevía a mentirle, si él le miente... algo muy malo podría pasarle.
—Me despidieron, me despidieron y fui a buscar otro trabajo. —Andy no se atrevió a mentirle, nunca había sido bueno para ello y, aunque pudiese mentirles a los demás, a Edward, que lo conocía desde niño, jamás podría mentirle—. Encontré uno, además, pasé a comprar las cosas que hacían falta, lo lamento, no debí, no debí. —Lloraba a mares sintiendo como su cabello se aflojaba un poco. Al final se alegró que Edward creyera en sus palabras, no contar ciertas cosas no significaba mentir, estaba bien ocultando a Arthur, por el momento no era conveniente que su esposo lo supiera.
—¿Por qué no respondes el teléfono? —Aunque había aflojado el agarre, su mano permanecía agarrada a los suaves cabellos de Andy.
—Se quedó sin batería, no tenía como recargarlo, no volverá a pasar, perdóname, por favor, perdóname. —Andy seguía llorando, pero su voz se había calmado un poco. Edward pareció satisfecho con su respuesta y lo empujó con fuerza, Andy tambaleó un par de veces y las cosas en su mano cayeron, algunas verduras rodaron fuera de la bolsa que llevaba.
—Limpia el desastre y deja de llorar. Cuando lloras te ves horrible.
Edward se dio media vuelta y a grandes zancadas subió las escaleras, el aire alrededor de Andy pareció mejorar sin la presencia de su esposo. Sus piernas, que habían estado firmes, se debilitaron y cayó de rodillas al suelo.
Horrible. Eso era a los ojos de quien más amaba.
Sus lágrimas seguían saliendo y escurría como ríos por sus mejillas, Andy secó su rostro con el dorso de su mano y comenzó a recoger las cosas tiradas. Sí, no debía llorar. Edward no lo volvería amar si lloraba, no sería bonito y no sería halagado por él.
Andy reprimió su tristeza y siguió recogiendo las cosas del suelo.
⚠️ Esta historia contiene violencia física, verbal y emocional, leer bajo su propia responsabilidad. ⚠️
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Andy se había dormido hasta la madrugada limpiando los vidrios y el alcohol que había manchado la alfombra, estaba muy cansado y se quedó dormido. Él había acostumbrado a hacer todos los días el desayuno para Edward, por ello, cuando Edward fue al comedor y no encontró nada, una vena saltó en su frente. A grandes pasos subió las escaleras y abrió de un golpe la puerta de la habitación de Andy. Andy se despertó asustado por el golpe, y al ver a su esposo en el umbral de la puerta con un rostro sombrío, entendió que había cometido un error.
Torpemente trató de levantarse, sin embargo, antes de siquiera poder poner un pie en el suelo, fue agarrado bruscamente por el cabello. Edward nunca había sido considerado con él y la fuerza que usaba era demasiado brusca para el delgado cuerpo de Andy. A tropezones llevó a Andy a la cocina y lo aventó contra la barra. Andy mordió su lengua para evitar soltar un grito de dolor al sentir el fuerte golpe de su espalda contra el granito, el sabor a hierro de la sangre inundó su boca y le causó una sensación de nauseas que tuvo que soportar.
—¿Durmiendo tan tarde?, ¿acaso no sabes que debes servir a tu esposo?.
Sus ojos emanaban furia y su mano apretaba fuertemente la barbilla de Andy. Su rostro dolía y siempre había sido delicado y débil, desde niño se lastimaba fácilmente y cualquier pequeño golpe le dejaba una marca. Iba a empezar un nuevo empleo, no quería que su rostro estuviera marcado y Arthur Hayden lo viese así.
—Edward, por favor, suéltame... me duele. —La comisura de sus ojos empezó a humedecerse y por más que intentara quitar la mano de su esposo, él más apretaba su rostro.
Edward se burló de lo lamentable que se veía Andy, descalzo, con ropa holgada y aquel rostro lleno de dolor, sólo hizo que sintiera la necesidad de seguir apretando más fuerte, le gustaba ver las lágrimas del chico, sus ojos se veían hermosos llenos de lágrimas y sentía satisfacción al saber que él era el causante. Con fuerza soltó el rostro lastimero de Andy y limpió su mano con un pañuelo, el cual aventó al rostro del chico.
—Basura, en esta casa no hay nada más que basura sucia. —Masculló dándose la vuelta y saliendo de la vista de Andy.
Andy se dejó caer al suelo y limpió sus lágrimas recordando las palabras de Edward, no quería verse horrible, deseaba que Edward volviera a ser como antes. Que lo consolara y que lo amara. Él era el único que le quedaba, al único que le había llegado a importar, no sabía que había cambiado, pero, no se dejaría vencer. Él conocía a su esposo mejor que nadie, él lo amaba más que nadie.
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—Edward, darling. —Gritó con una voz chillona una chica realmente atractiva.
Había llegado temprano y estaba cansada de esperar en la recepción, incluso pensó en irse, pero, cuando estaba por levantarse vio entrar al sujeto con el cual quería casarse. Edward McDowell era el hombre perfecto para cualquier mujer, ella era consciente que Edward se rodeaba de las mejores bellezas de la ciudad, sin embargo, ahora que había logrado acercarse a él no dejaría el camino libre para cualquiera.
Edward, por su parte, tan pronto como escuchó la voz de esa mujer miró de reojo a su asistente—. Es Elizabeth Regardie, la chica de hace dos días. —Dijo la mujer—. Le envié un collar y un ramo de rosas, no pensé que vendría.
—Cariño, te he esperado desde temprano, ¿Por qué no llegabas? —Ella se pegó a su brazo con una sonrisa brillante. Con sólo veintitrés años, Elizabeth estaba en la flor de la juventud y todo su rostro era hermoso, ni hablar de su figura. Edward había quedado satisfecho con sus servicios, pero, lamentablemente, le molestaba que sus amantes se presentaran en su lugar de trabajo.
—Linda, no es conveniente que vengas aquí. —Dijo, quitando la delgada mano de la chica de su brazo, ella lo miró insatisfecha con su acción e hizo un puchero.
—Edward, si no vengo no sé qué lagartona ande detrás de ti, no puedo permitir que otras roben a mi novio. —La secretaria y el chofer, que iban con Edward abrieron los ojos por las palabras de la chica, nunca habían visto alguien tan descarada como ella, sintieron lástima, el rostro de Edward se ensombreció, pero pronto mostró una ligera sonrisa.
—Elizabeth, no tienes que preocuparte por ello, ninguna de las mujeres de aquí se puede comparar contigo, eres la más hermosa entre todas y a la que más quiero. —Engatusar a las mujeres siempre le había resultado fácil. La mayor parte de las chicas que veía eran sólo superficiales, mujeres que con unas cuantas palabras dulces y un par de regalos le abrían las piernas, pero ninguna de ellas era lo suficiente para él.
—Bien, me iré, pero si prometes que me llamarás esta noche. —Dijo con las mejillas rojas, las palabras halagadoras de Edward habían sido suficientes para que calmara sus nervios de perderlo.
Era consciente de la larga lista de mujeres que habían pasado por la cama de Edward, pero también sabía que nadie de ellos había durado más de una noche. Además, si le desagradara, seguramente la habría mandado a sacar. Se sintió feliz por no haber salido a la fuerza ni haber sido rechazada frente a todos.
—Mejor aún, te llevaré a un lugar hermoso a cenar. —Le acarició la mejilla y ella asintió eufóricamente. Sí, Edward no escaparía de sus manos—. Bien, entonces ve a buscar una hermosa ropa y a ponerte mucho más bonita, nos vemos en la noche. —Con eso, él siguió adelante y ella salió feliz del edificio.
El chófer y la secretaria no pudieron evitar quedarse boquiabiertos—. Creo, creo que el señor McDowell ahora si va a sentar cabeza, bueno, con una belleza así, cualquier hombre quisiera casarse. —Dijo el chófer, siguiendo por lo lejos a su jefe.
—Idiota, sabes tan bien como yo que el señor McDowell tiene un esposo en casa. —Regañó la secretaria en un susurro, esperando que nadie escuchara. Edward McDowell quería mantener a ese chico lo más oculto posible, ni siquiera llevaba un anillo y mucho menos había celebrado una boda. A parte de ellos dos, nadie más sabía sobre ese matrimonio.
—El señor Andy es como un fantasma, invisible ante todos. No me sorprendería que cualquier día de estos McDowell anuncie su matrimonio con alguien y se divorcie, tal como se casó, en secreto.
—No digas estupideces, Andy no dejará al señor McDowell.
—Pero nadie asegura que el señor McDowell no vaya a dejar al señor Brown. Emma, ambos sabemos que lo mejor para ese muchacho es alejarse de Edward McDowell, ese chico sólo ha sufrido a su lado, incluso si lo ama, un día abrirá los ojos y conocerá a alguien que le haga ver lo que realmente es el amor.
El chófer se alejó y fue a saludar a algunos compañeros de trabajo, Emma solo miró el elevador privado de Edward. Sí, Andy un día saldría de las garras de Edward McDowell, ella sólo deseaba que ese día su jefe no se arrepintiera del daño que le había causado a ese chico.
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—Puedes comer lo que sea, no soy exigente con la comida, pero me gustan las cosas ordenadas. —Decía Arthur mientras le mostraba el departamento a Andy—. Estaré aquí a las dos de la tarde para la comida. Puedes irte a las cuatro o cuando termines tus tareas, ¿alguna duda? —Andy miró alrededor, no era un departamento tan grande y las cosas que iba a hacer no se le dificultan en absoluto, era un buen trabajo y le daría tiempo para atender su hogar y a su esposo.
—No, ninguna.
—Bien, entonces nos vemos, Andy —Arthur le sonrió y Andy hizo lo mismo.
Sin embargo, la mascarilla que llevaba le impidió a Arthur notar eso. Cuando llegó, el señor Hayden le preguntó la razón de la mascarilla y Andy mintió diciendo que estaba enfermo, sin embargo, durante todo el tiempo que había pasado Andy ni siquiera había estornudado una vez. Arthur sospechó que había mentido, pero no eran cercanos y no quería incomodarlo con preguntas que nada tenían que ver con él.
Andy esperó a que Arthur Hayden saliera del departamento y comenzó a trabajar. El lugar no estaba sucio y fue realmente fácil terminar todo. Andy era muy bueno cocinando. Cocinar le gustaba y relajaba, incluso había pensado estudiar gastronomía, pero, la inesperada muerte de su abuelo lo cambió todo, también su matrimonio se interpuso en su camino, y desechó la posibilidad de seguir estudiando. No obstante, eso no fue un impedimento para que siguiese aprendiendo por su cuenta, tal vez muy en el fondo no se había rendido, pero Edward decía que ningún buen restaurante contrataría a un huérfano como él.
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—Andy. —Susurró Arthur cerca del chico, mientras lo movía un poco. El sol entraba por el cristal dando directamente al rostro de Andy, y él se quedó viendo aquel rostro. Era delgado y parecía brillar, su cabello parecía suave y cubría sus cejas, Andy se movió un poco y la mascarilla se calló, dejando ver las marcas rojizas de dedos, Arthur frunció el ceño y volvió a mover al chico.
—Señor Hayden. —Andy se levantó asustado y nervioso, ni siquiera se dio cuenta cuando se había quedado dormido. Era su primer día y su jefe lo había encontrado dormido, seguramente lo despediría.
—Tranquilo, no te voy a regañar, pero, tienes que dejarme curar tu herida. —Andy se puso en guardia y agarró su rostro, la mascarilla colgaba sólo de un oído y sus mejillas estaban al descubierto. Mordió su labio e intentó ponerla nuevamente pero su mano fue agarrada por Arthur—. Andy, no preguntaré como pasó ni quien te lo hizo, solo déjame ponerte algo de pomada.
—Está bien. —Dijo con duda.
Ambos fueron a la sala donde Andy se sentó nervioso en el sillón, esperando a Arthur quien había ido a buscar el botiquín de primeros auxilios. Arthur regresó con una caja blanca y sacó un hisopo y un frasco con pomada. Andy estaba rígido en su lugar, nadie a parte de su esposo, lo había tocado antes, salvo en aquella ocasión que prefería olvidar. Arthur se sentó en la mesita de en medio y comenzó a aplicar la pomada con el hisopo. Con cuidado de no lastimar más a Andy, colocó el medicamento necesario en su rostro, Arthur no pudo evitar echar un vistazo al delicado y hermoso rostro de Andy, también paseó por sus labios, eran rosas y se veían suaves, el ancho perfecto entre la nariz y las pupilas.
—Listo, ya quedó. —Arthur guardó las cosas en la caja y agarró la basura—. Iré a tirar esto, puedes guardar lo demás en el baño.
—Bien. —Andy agarró la caja y se dirigió al baño. Arthur sintió que se habían acercado más que como jefe-empleado. Andy le parecía tan inocente que la sensación de querer protegerlo y cuidarlo invadía completamente su mente. Andy regresó y vio a Arthur sacando la comida del horno—. Yo lo hago, es mi trabajo. —Dijo inmediatamente apresurándose a lado de él, la diferencia de estatura era notable, casi la misma que con Edward.
—Puedo hacerlo por mi cuenta. —Arthur dejó la vasija sobre la barra y se quitó el guante de cocina—. Huele realmente bien, ¿Qué es?
—Son verduras rellenas, algunas tienen pollo y otras son de queso ricota. —Explicó, poniéndose un guante y levantando el aluminio. La comida era buena, tanto en presentación como en olor, Arthur se acercó y estaba por meter su mano, cuando Andy lo detuvo—. Lavé sus manos antes de comer. —Arthur sólo soltó una pequeña risa y se dio la vuelta para lavar sus manos.
—Eres igual a mi madre, siempre diciendo lo mismo; Arthur lava tus manos, Arthur come despacio, Arthur no entres corriendo a abrazarme, Arthur no juegues con el perro en el barro. —Decía en tanto secaba sus manos, Andy sonrió al escuchar las palabras del hombre, que parecía tan serio.
Arthur dobló su camisa hasta los codos y sacó dos vasos de cristal, los colocó en la barra y fue por una jarra de jugo de naranja.
—Yo pondré los cubiertos, no tiene que hacerlo. —Andy se apresuró a ir al cajón para buscar un par de cuchillos y un par de tenedores, Arthur sirvió los dos vasos de jugo y Andy dejó los cubiertos a lado—. ¿Sirvo ahora o hasta que llegue su invitado?
—¿De qué invitado hablas?, vamos a comer juntos. —Andy se quedó parado un momento sin saber exactamente qué decir.
Estaba acostumbrado a comer solo, desde la muerte de su abuelo no comía con nadie, su esposo nunca estaba, y cuando estaba, le desagradaba compartir la mesa con él. No tuvo mucho tiempo de pensar las cosas, Arthur bajó un par de platos y los puso sobre la barra.
—Yo sirvo, siéntese. —Dijo. Arthur no se negó. La comida se veía tan bien acomodada que tenía miedo de arruinarla si metía sus manos. Andy sirvió ambos platos y los colocó en su lugar
—Bien, vamos a comer chico.
La sonrisa en los labios de Arthur le hizo sentir calidez en el corazón, calidez que hacía tiempo no sentía. Andy agachó la cabeza y sus mejillas se colorearon de rosa, era una imagen que a Arthur Hayden le hizo querer ver más de Andy.
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