ENGLAND - AÑO 1899
Aquel día lluvioso de verano, antes de que recibiera su nueva misión, un hombre de treinta años, cabello blanco, casi grisáceos, y ojos azules verdosos, se encontraba discutiendo con la mujer con la que había compartido tantos años de matrimonio.
Como miembro de una inexistente orden, tenía que mentir y decir que su verdadero trabajo era el ser supervisor de una minas de carbón a las afueras de la ciudad.
No obstante, su verdadera ocupación lo tenía por fuera de casa por mucho tiempo. La última vez que estuvo con su esposa había sido tan solo seis meses atrás; sin embargo, ese día que había vuelto, se topó con la noticia de que su esposa tenía cuatro meses embarazada.
—¿Quién es el otro hombre?—preguntó sintiéndose herido.
—¡Un hombre mejor que tú!—espetó con odio la mujer de piel trigueña—no solo me ha hecho venirme varias veces, sino que me dejó embarazada. Así que te lo advierto, te irás de acá, me darás la casa y el divorcio.
El hombre sentado en la mesa se rio, levantándose de la cama. Era divertido el ser chantajeado por una mujer, la cual no solo pretendía arrebatarle hasta la casa que tanto le costó conseguir, sino que también la ocuparía con su amante. Pero lo que más le dolía era su embarazo, ya que al parecer el sí era infértil.
—Esta es mi casa, te lo advierto, no me voy—dijo observando las luces de una comitiva a fuera de la calle.
—¡Ethan!—replicó la mujer—o me das esta casa y el divorcio o atente a las consecuencias.
—¿Intentarás denunciarme por abandono?—preguntó dolido ante el maltrato que estaba recibiendo—¡Hazlo! En el departamento médico de donde trabajo tengo constancia de mi infertilidad, quiero ver si ganas algo cuando demuestre tu infidelidad. Lo único que obtendrás de mí es el divorcio.
Dicho eso se fue de la casa, para hablar con la comitiva que estaba frente suyo. En realidad había mentido sobre la constancia, pero gracias a varios contactos y debido a su casi segura situación de infertilidad, no le sería difícil conseguir un comprobante médico con fecha antigua.
Esperando que la mujer no estuviera en su casa al volver, aun con su uniforme puesto de la anterior misión, llegó hasta un hombre vestido igual que él. El escudo de la orden, en el lado izquierdo, solo podría ser visto por personas que dominaran la magia.
—¿Qué ocurre?—preguntó intentando contener su enojo.
—Están atacando a los príncipes, debemos irnos cuanto antes—indicó el hombre misterioso.
Asintiendo, se fue no sin antes observar la lúgubre casa familiar que tanto le costó reparar para tener una vida feliz con su esposa, la mujer que amó desde niños.
—¿Dónde está la primera reina y su caballero?—preguntó
—En la capital, capitán—respondió uno de sus tenientes en caballo—respondieron a una información falsa sobre la segunda reina y los operativos de seguridad en su residencia no responden.
El capitán suspiró, acelerando el paso del caballo. Con las condiciones como estaban, sería un milagro si llegaran en menos de una hora a la residencia de campo de la familia real. No obstante, si los hombres allí fueron capaces de ocultar la habitación de seguridad, aún había posibilidad de salvar a los príncipes.
Su esperanza poco a poco se fue desvaneciendo cuando, de manera sorpresiva, vio la casa de campo arder bajo la torrencial tormenta. Varios cadáveres de Shadowbornes estaban tirados a la par de varios soldados, mientras se escuchaban gritos monstruos.
Sacando su espada de su bolsillo mágico, procedió a entrar mientras varios que sus compañeros, magos elementales, controlaban el fuego; no obstante, lo sorprendente realmente llegó cuando vio en el gran salón del primer piso, a una niña si a lo mucho once años de edad, bebiendo de la sangre de un shadowborn.
La niña, de rubia cabellera, se lo quedó observando un segundo, tanto que parecía como si estuviera leyendo su alma, amargada por la infidelidad de su esposa.
“Lo quiero”
Pensó la pequeña antes de desmayarse en los brazos de Ethan, quien corrió de inmediato a ayudarla.
—¡Equipo Delta, apague el fuego!—ordenó mientras la sacaba del lugar—¡Equipo Beta ayude buscando a los demás príncipes!
Al momento de salir, la llevó a una pequeña zona segura que acordonaron sus compañeros. Allí la colocó en el piso mientras revisaba que no estuviera herida. No obstante, todo se fue a la basura cuando dos compañeros de él sacaron los cuerpos de dos de los hijos menores de la reina.
—No—expresó estupefacto al ver aquello.
Aunque estaban casi carbonizados, aún podía ver los rostros de los dos niños. Se trataban de Zack y de Lana, dos de los príncipes, quiénes sucumbieron a causa de las llamas.
La hermana de ellos, quién era la hija mayor, al ver a sus hermanos muertos, sintió como las lágrimas caían violentamente y su piel se erizaba de manera violenta.
Fue en ese momento que vio a la persona responsable del ataque, a la mujer que tanto odiaba a sus padres y que no tuvo piedad en atacar a sus hermanos pequeños para hacerle daño.
—¡No!—gritó aventando a otro lado al capitán.
Una mujer de cabellera negra habia aparecido manchada de sangre, dispuesta a atacar el hombre; sin embargo, Diana pudo esquivar el ataque a costa de ser ella ahora el objetivo.
—No te mataré, aun—dijo la mujer empezando a quemarla por completo—pero si quiero que sirvas de mensaje a tu madre: mataré todo lo que ella ama.
Lo último que recordó fue que escuchó al capitán gritar, mientras su cuerpo se incendiaba hasta que todo a su alrededor quedó en oscuridad perpetua.
Tras eso, pasaron varios meses en que la princesa Diana quedó en coma, mientras intentaban salvar la vida de la niña quién ahora tenía el cuerpo quemado en un 100%.
Tras eso, pasaron varios meses en que la princesa Diana quedó en coma, mientras intentaban salvar la vida de la niña, quien ahora tenía el cuerpo quemado en un 100%. Debido al ataque, donde murieron dos de los diez hijos de la reina, ella decidió enviar a los menores al reino vecino, donde vivirían como refugiados; sin embargo, aunque le doliera, su hija mayor, aun en coma, debía quedarse.
Al ser la mayor y al poseer un cabello de color particular, era claro el hecho de que debía ser su sucesora, por lo que ella debía quedarse y entrenar para ser fuerte. De modo que si ella o su padre murieran, su hija pudiera seguir adelante contra su mayor enemiga.
La situación con Ethan era igual de peor, ya que no solo estaba luchando para que su esposa le diera el divorcio y no se quedara con la casa que él construyó con su poco dinero, sino que, para sumar a su desdicha, la mujer lo estaba acusando de maltrato frente al tribunal de la iglesia. Aquello, si bien no era viable en un tribunal legal, provocaría que, en una orden militar donde gran parte de sus miembros eran feligreses, le infringieran acoso por las declaraciones de la mujer.
—¡Dame la maldita casa, Ethan!—gritó su aún esposa.
Ambos, luego de una reunión con el sacerdote que los casó, se encontraron a las afueras de la iglesia, en una calle muy concurrida entre carruajes y gente que salía rumbo a sus trabajos. No obstante, apenas escucharon el grito y las palabras de la mujer, muchos se detuvieron boquiabiertos.
De inmediato, Ethan, quien estaba herido debido al ataque a los hijos de la reina, con su brazo enyesado, sonrío por lo bajo. Sabía la actitud impulsiva de la mujer, aunque fuera difícil y lento obtener el divorcio, tenía muchas cosas a su favor que le permitiría salir lo más victorioso posible.
—¿Acaso quieres entrar a tu nuevo esposo?—preguntó fingiendo aguantar llorar—¡No lo puedo creer! ¡Los rumores de los vecinos eran cierto!
Fingiendo también tener un dolor en su brazo herido, se quejó cayendo en la acera. Aquello sin duda provocó la lástima de varias personas, que fueron a auxiliarlo. Aunque quedara como un hombre débil y cachón, usaría todo lo que pudiera para desacreditar la imagen buena de su esposa. No le daría su hogar, aquella casa era un patrimonio de su familia, el cual pudo reconstruir con su sueldo en la orden. No dejaría que ella la obtuviera, ni mucho menos la disfrutara con su amante.
—¡¿Señor?!—preguntó un hombre cercano—¡Soy doctor! ¿En qué puedo ayudarle?
—Estoy bien—respondió levantándose, pero con la cara pálida—solo que como fui herido en mi trabajo, el asistir al juicio de divorcio me puso mal.
Todos enseguida volvieron a mirar aún peor a la mujer, no podían entender como una mujer, con una mirada de bestia, podía hacer pasar a su esposo por tal cosa, estando herido y todo por trabajar para mantenerla. En aquel tiempo, que era muy común que las mujeres siguieran ejerciendo el rol de amas de casa, era impensable ver a una mujer con una actitud así.
Su esposa, colérica y nerviosa, al ver que había estropeado todo, se dio la vuelta, roja como un tomate, y se marchó del lugar. En definitiva había arruinado todos los esfuerzos que había hecho; sin embargo, su fin era la casa, por lo que aun si tuviera que seguir casada con él y demostrar en un futuro que el malo era su esposo, lo haría sin importar el tiempo que pasara.
Luego de ser auxiliado por el doctor, sentado en la acera frente a la iglesia, de modo que su imagen lastimera llegara a los oficiales eclesiásticos, se fue dándole las gracias al hombre. Quiso pagarle, pero este se negó, lo único que le pidió a cambio era una donación de lo que pudiera al orfanato de la ciudad, donde él era voluntario.
Caminando con cuidado, llegó hasta un carruaje, donde por unas cuantas monedas de cobre, le pidió al cochero llevarlo a la clínica privada de la orden en el centro. Aquel lugar, de enormes medidas, solo se atendían a la familia real y a los miembros de la orden. Por ende, muchas de las cosas que allí pasaban eran un secreto y todos los ciudadanos solo la conocían como una clínica normal.
Tras verificar su identidad con uno de los guardias del lugar, ingresó para recibir asistencia médica y por fin quitarse el yeso; no obstante, cuando iba rumbo al consultorio, fue detenido por una de las enfermeras. La mujer, reconociendo al hombre como uno de los miembros encargados de la seguridad inmediata de la familia real, pidió su ayuda para salvarle la vida a la princesa.
Diana, tras verse en un espejo como todo su cuerpo estaba quemado y cubierto de vendas, donde incluso había perdido su cabello, y recordando lo inútil que fue para salvar a sus hermanos fallecidos, aprovechó el descuido del personal médico para escaparse de la habitación. Justo en la azotea, había un jardín el cual era usado por los pacientes que no pudiera bajar directamente al jardín inferior.
Varios médicos y enfermeras, tras percatarse de su ausencia, la encontraron justo al bordel precipio. La niña veía con mirada lejana la calle que estaba a varios metros de altura. Solo esperaba que, si moría, su muerte no fuera dolorosa como el dolor que estaba pasando tanto emocional como físicamente en toda su piel y su alma. No obstante, tenía dudas, sobre todo pensando en sus hermanos restantes.
"Soy un monstruo, ni cabello en las cejas tengo... soy tan débil que no pude proteger a Lana y Zack... ¿Por qué debo vivir?"
Fue lo que pensó mientras recordaba todo lo ocurrido hasta ahora. Como la hija mayor, si bien fue la más pechichona, debió madurar a causa de la guerra que estaba librando su madre, en compañía de su padre, quien era su caballero y rey consorte. Por lo que todos esperaban que ella, en su ausencia, fuera la cabeza de toda su familia. Pero, ¿Qué podía hacer realmente en su situación?
Fue lo que pensó mientras recordaba todo lo ocurrido hasta ahora. Como la hija mayor, si bien fue la más pechichona, debió madurar a causa de la guerra que estaba librando su madre, en compañía de su padre, quien era su caballero y rey consorte. Por lo que todos esperaban que ella, en su ausencia, fuera la cabeza de toda su familia. Pero, ¿Qué podía hacer realmente en su situación?
—¡Vaya!—escuchó la voz de un hombre a su lado—¡Deben ser 30 metros de altura por lo menos!
Diana, casi una adolescente, se quedó impresionada por la llegada del capitán. Si bien estaba demacrado, aunque no como ella, le impresionaba el hecho de que estuviera justo al borde del precipicio con ella.
—¿Está loco?—preguntó.
—¡Auch!—fingió acariciando su pecho—ser llamado loco por una chica 20 años menor que yo duele, ¿Sabe princesa?
—Loco y descarado—refutó Diana—aparte, ya no soy una niña. Dentro de poco cumpliré doce años.
—¿Entonces yo soy el viejo?—preguntó estupefacto—creo que ya deben notarse las arrugas, bueno, muchos dicen que entre más madura la uva mejor, ¿No?
Ethan comenzó a reírse al ver el semblante extraño de la princesa, la cual enseguida abrió los labios atónitos sin saber qué responderle. Se podía decir que era un niño disfrazado en cuerpo de adulto, pero con un porte que le daba tanta madurez que le ocasionaba curiosidad a ella.
—La vida es una mierda, ¿No?—preguntó sentándose en el borde—adelante, siéntese, si se cae yo la agarro.
—¿La edad le está haciendo daño ya?—contra pregunta mientras se sentaba con cuidado.
—¡Aún no soy un anciano!—respondió haciéndose el indigno—tengo muchos años por delante, espero retirarme joven y vivir en el campo criando a mis propias vacas.
—¿No es mejor seguir siendo miembro de la orden?—preguntó Diana.
—¿Y no es mejor seguir viviendo para saberlo?—contraargumentó el hombre—espero en unos años saberlo, eso si no me quedo sin casa primero... pero bueno, si sigue viviendo, princesa, de pronto encuentre una razón para tener un mejor futuro, apartada de tanta mierda de la guerra. Quien quita, de pronto, encuentre a su futuro rey consorte.
—Eso si no huye asqueado por mi apariencia—respondió por lo bajo.
De inmediato el silencio los abordó a ambos, aquel hecho era tan cruel e irrefutable. El fuego con el que fue quemada la piel de la princesa había sido fuego maldito, por lo que su lesión no se quitaría tan fácil, ni siquiera con el factor de regeneración que la sangre real otorgaba.
—Entonces siga viviendo para traer justicia por sus hermanos fallecidos, princesa—dijo extendiéndole la mano—luche a mi lado y juntos haremos que la mujer que provocó todo pague por aquel acto cruel, prometo ayudarla hasta el fin de mis días.
El silencio volvió a cobijarlos; sin embargo, Diana, sorprendida por la actitud de aquel hombre, se preguntó como podía seguir adelante. Sentía como varias emociones y sentimientos negativos azotaban el aura de su alma, por lo que sería normal verlo amargado. Aunque no le disgustaba, quería sentir más aquella fortaleza de ese hombre.
—¿Y si alguien no está de acuerdo en seguir mi causa por mi fealdad?—preguntó preocupada.
Era una verdad muy conocida que, por más que una mujer tuviera poder, si no tenía belleza, era criticada y muchas veces dejada de lado. Si bien la orden tenía el deber de obedecer el mandato de cada reina, una cosa era la obediencia y otra la lealtad.
—¡Entonces yo los golpearé!—dijo dándose ligeros golpes en el corazón.
—¿Y si lo suspenden?—preguntó sorprendida.
—¡Diré que me estaba estirando y que se atravesaron mientras lo hacía!—respondió asintiendo, mientras hacía un ademán de estiramiento con su brazo bueno—entonces, princesa, ¿Aceptará seguir viviendo? Tendrá un asistente de nivel premium para ayudarla.
Diana comenzó a reírse con tanta fuerza que provocó que se lastimara un poco los pulmones, quienes seguían quemados a causa del humo que respiró en el incendio; sin embargo, por primera vez en día había sonreído, provocando que todos a su alrededor, incluyendo Ethan, se calmara.
Varios de sus compañeros se quedaban sorprendidos ante el cambio de actitud de Ethan, por lo general, conocido por ser un hombre serio y frío, sobre todo ahora con su proceso de divorcio, con la princesa mostraba otro semblante que le daba un aspecto y una actitud no solo fresca, sino juvenil.
Después de aceptar el trato de Ethan, y tras hacerlo prometer que la visitaría al menos una vez por semana, fue guiada de nuevo a su habitación mientras este la despedía con su mano buena. Algo en su corazón provocó que una calidez extraña la embriagara, convirtiendo sus días y sus noches en algo cálido, esperando la llegada del capitán.
Mientras ambos seguían recuperándose, aunque ella sin poder recuperar el estado saludable de su piel, quedando por completo lampiña a causa de las quemaduras, Diana sostenía día y noche, en su bolsillo, el primer botón del uniforme militar de Ethan. Aquel gesto, poco visto, era una muestra de lealtad para ella.
"Es bueno que alguien no huya de mí por ser fea"
Pensó con una sonrisa agridulce una mañana, mientras estaban preparando su salida, y observando el botón en sus manos. Aquel artículo, de un color dorado, sería guardado para siempre y como muestra de ello, su madre le regaló una gargantilla de oro, en la cual pudo enganchar el botón como un dije y ponérselo a modo de collar.
Tras un año de recuperación, donde pudo tener de vuelta su movilidad completa, pero manteniéndose oculta por una capa y una máscara a causa de su piel rostizada, altamente sensible al sol, comenzó su pre entrenamiento antes de entrar a la academia militar de la orden.
Fue en ese periodo de tiempo que, su madre, la reina con su mismo nombre, volvió a quedar embarazada, obligando a su padre a encargarse el solo de la guerra mientras ella daba a luz con seguridad. Pensando en sus hermanos perdidos, y los que estaban por venir, pidió a sus padres terminar su pre-entrenamiento antes e ingresar pronto a la academia.
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