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FANTASY ENDING

CAPÍTULO 1

Ni los gritos de las personas, ni el barco sobrecargado de refugiados, nada hacía que ella saliera de su temple frío. Desde antes de reencarnar, cuando estuvo al frente del dios del destino, se lo había advertido.

“No voy a intervenir en el nuevo mundo que quieres mandarme”

Recordando aquellas palabras, caminó como pudo, dándole la espalda a la multitud que observaba aterrada el misil que había sido enviado con el fin de destruir el barco.

Había sido descubierto en England, el país de la luna naciente, las existencias de criaturas que amenazaban al mundo entero, por eso su país vecino, aterrado de aquello, envío misiles a la isla más cercana, aun sabiendo que podía matar a población inocente.

Sin embargo, si bien había reencarnado en un mundo donde las mujeres tenían más derechos, en una realidad más avanzada de la que ella provino, su corazón se apagó a causa de la terrible muerte de su primera vida y que aún recordaba como si hubiera sido ayer.

Por eso mismo, aunque incluso hubiera madres llorando con sus hijos en brazos, ante la inminente muerte, no sentía nada, ni siquiera la necesidad de ayudar a alguien.

Cuando estaba por acercarse al otro lado del barco, donde se podía ver, de manera irónica, un bello atardecer, sintió algo que la sacudió tanto que su semblante frío cambió enseguida.

Ese extraño sentimiento provino justo cuando estaba pasando al lado de quien parecía ser un miembro del ejército. El hombre pelinegro, al ver lo que estaba por suceder, corrió casi tropezándose con ella.

Junto a él, cinco hombres se colocaron de cara al misil y con una formación de manos, materializando una barrera con la esperanza de salvar al barco del misil que venía sin piedad hacia ellos.

Con la mano en el corazón, comenzó a acercarse al hombre, no sentía miedo, mucho menos tristeza. Toda su segunda vida fue conocida por ser un témpano de hielo; sin embargo, aquel hombre había provocado un nuevo sentimiento en su apagado corazón.

Anhelando seguir sintiéndolo, cada paso que dio lo sintió muy pesado. Hasta que al final pudo llegar al frente del hombre, dejándolo tanto a él cómo a sus compañeros sorprendidos.

Con una mirada intrigada, aunque aún fría, observó al hombre que seguía manteniendo la formación junto con los otros hechiceros.

—¿Pero qué?—fue lo único que preguntó este.

Todos pudieron observar como la joven mujer extendió sus manos, liberando un brillo escarlata de estos, y levantándolos como si fuera a sostener algo. Aquel movimiento provocó que el misil, el cual se dirigía con una gran velocidad y fuerza, se detuviera ante el asombro de todos. Ni siquiera los hechiceros podían entender lo que estaba sucediendo, ni siquiera su magia junta podía parar de esa forma un misil de esas características.

"Si no quieren que les devuelva el misil, aparten a sus barcos"

Dijo en telepatía, dejándose escuchar por todos, tanto los refugiados como los militares del país vecino, quienes desde un acorazado, habían enviado el misil. Aterrados y asombrados, no tuvieron de otra más que apartar todos los navíos, de modo que el barco donde ella estaba pudiera volver a territorio seguro.

Ni siquiera los hechiceros podían entender como una mujer tan joven como ella pudiera tener tanto poder, mucho menos sin registrar, ya que ninguno la conocía ni dentro de la orden o alguna facción militar, ni siquiera como de la academia de hechicería.

—¿Quién eres?—preguntó el hombre que antes tropezó con ella.

Volteándose, aun con sus brazos arriba, sosteniendo el misil que se desplazaba con ellos a modo de seguro hasta llegar a zona segura, observó con una cara tan fría al hombre, intentando descifrar aquel sentimiento que hacía que su helado corazón se perturbara.

—Solo una maldita desdichada del destino—respondió.

Luego de dos horas y media, el barco por fin pudo llegar al continente, donde fueron recibidos por el líder de la orden y el comandante de la facción militar. Ambos quedaron igual de sorprendidos al ver como una joven mujer manejaba con tal facilidad el misil, el cual fue ubicado en una plataforma mágica, la cual lo mantenía desactivado al tocar tierra e impedía que se activara.

Ambos hombres, sobre todo el líder de la orden, sabían que aquella mujer sería la solución aparte de su problema. Siendo que el país estaba siendo amenazado por la mitad del hemisferio occidental, y que había muy pocos guerreros capaces de luchar mientras mantenían a raya el mal de aquellas criaturas cuya existencia fue el detonante de la sentencia para el país, debían reclutarla a toda costa.

Luego de que ella llegara a tierra firme, fue llevada al edificio principal del campo de refugiados, donde no solo fue interrogada varias horas sin resultado algunos, sino que tuvo que evitar a golpes que se acercaran para examinar su cuerpo. Fue entonces que, tras hablar con el líder de la orden y entender la situación, pidió solo una condición a la cual este aceptó.

Por lo que, mientras esperaba la llegada de aquel hombre que vio en el barco, pudo observar en el espejo del cuarto de interrogación, el reflejo de una mujer vestida con un atuendo antiguo. El reflejo de un pasado que tanto ansiaba olvidar, pero que, cuya memoria, le arrebató su humanidad.

"¿Los ayudarás?"

Preguntó la mujer en su mente, para evitar que los que observaban la sala pudieran saber su conversación. A simple vista, solo parecía una mujer la cual estaba frente al espejo falso, observando su reflejo.

"¿Por qué crees que lo haré?"

"Sé que lo harás, te conozco. Pudiste haber perdido tus sentimientos, pero no la capacidad de tenerlos de vuelta, ¡Aún puedes recuperar tu humanidad!"

"¡Cállate! No eres más que una sombra insensata"

Después de reprender a la mujer reflejada en el espejo, se dio la vuelta y caminó hasta el otro lado de la habitación, donde por medio de una ventana podía ver a los miles de refugiados esperando poder tener algo de comida de los comedores comunitarios. Fue en ese momento que, mientras esperaba, pudo recordar cómo fue que había llegado hasta allí.

18 años atrás, en otro mundo, en la cabaña vacacional de la familia de un importante conde, se podía ver como una jovencita corría con la piel desgarrada y desnuda, mientras era perseguida por varios guardias.

—¡Sofía! ¡No te atrevas a tocar a mi hermana!—escuchó a su hermana gritar.

—Muy tarde, ya mi padre la hizo suya—dijo Sofía con una sonrisa maligna—alégrate, porque donde tenga un hijo varón de mi padre, ella puede convertirse en la nueva condesa.

Veía divertida como, desde el tercer piso, luego de una hora de haber estado encerrada en la habitación de su padre, la hermana de quien una vez llamó mejor amiga, corría desesperada intentando huir; no obstante, algo le quitó la sonrisa. Ya que la chica, desesperada, con el cuerpo marcado por el conde y con posiblemente su semilla en su interior, decidió lo único que podía hacer: morir.

Corrió con todas sus fuerzas a uno de los balcones secundarios, los cuales colindaban con espinas de rosas, cayendo de inmediato su cuerpo en ellos y muriendo en el acto. Podía ver como todo se oscurecía, mientras escuchaba cada vez más lejos los gritos de su hermana.

Había muerto a manos de una persona, la cual, siendo también mujer, la había vendido de manera cruel a un hombre, el cual destrozó no solo su inocencia sino su humanidad. Aunque la razón por la que había reencarnado, aun con sus recuerdos, fue por una misión que se le otorgó, no estaba dispuesta a luchar por los humanos. Todos, absolutamente todos, eran bombas vivientes de maldad pura. No creía en un futuro, no creía en nada más.

En un piso inferior a la habitación donde ella se encontraba, se ubicaba una enfermería provisional donde los hechiceros heridos se reponían para la siguiente misión. Excepto un hombre, esperando su traslado de nuevo a la capital, donde debía seguir impartiendo clases en la academia, estaba terminando de arreglar su bolso.

Había sido trasladado de manera provisional, en lo que esperaba la llegada de otros hechiceros extranjeros para cubrir la demanda creciente de guerreros. La situación era cruda; sin embargo, se debía seguir manteniendo la academia, de modo que los futuros hechiceros pudieran ayudar en la guerra lo más pronto posible.

—¡Profesor Don!—la voz del coronel se escuchó.

Luego de saludar, lo siguió a la planta superior, mientras escuchaba todo lo que había hablado este con la joven del barco. Lo único que sabía de ella era su nombre, Rose y que era una refugiada; no obstante, no sabía la razón por la que ella quería hablar con él a cambio de aceptar apoyar a la orden con la guerra. Por lo que, suspirando un poco para calmarse, el hombre pelinegro entró a la sala de interrogación.

—El coronel me dijo que quería hablar conmigo, señorita—dijo el hombre—¿Qué desea para que acceda a ayudarnos en la guerra?

La joven, que suponía tendría si a lo mucho 18 años, se acercó hacia donde él estaba y se lo quedó observando sin mostrar nervio alguno. Pese a que ella era más pequeña que él, mostraba una firmeza casi igual que la del comandante. Como si tras esa cara juvenil se mostrara un alma con muchos años más.

Rose seguía observándolo, incluso mientras caminaba a su alrededor. No sabía con exactitud reconocer que tipo de sentimiento estaba sintiendo su corazón, solo sabía que era opuesto a la frialdad que la acompañó desde el momento en que reencarno, por consiguiente, dispuesta a saber más sobre eso, le habló al hombre sin tapujos.

—Un beso, eso quiero—respondió acercándose a este—Béseme, profesor.

El profesor estaba estupefacto, no entendía tanto. Se sentía tan incómodo que dio unos pasos atrás; sin embargo, el descaro combinado con la cara fría de la chica era demasiado incómodo para el.

—Señorita Rose, no tengo tiempo para bromas...

—No es una broma, profesor—dijo acercándose a la mesa para tomar un poco de agua—mi condición para ayudarlos es esa.

Don se quedó sin habla, si ella hubiera sido una chica normal desviaría el tema; sin embargo, ella había detenido un misil solo usando telepatía. En definitiva era un prodigio para la hechicería; no obstante, eso no le daba el derecho para usarlo de esa forma.

—¿Pone en juego el destino del país solo por una simple atracción?—preguntó sorprendido.

De inmediato Rose dejó tomar agua, observando directo al profesor. Podía notar el disgusto en su tono de voz; sin embargo, jamás pensó que el sentimiento que ella tenía fuera ese.

—Entonces es atracción—dijo en un susurro.

—¿Perdón?—preguntó Don.

—No sé que significa atracción o amor—dijo acercándose hasta el—soy una huérfana que creció con el único deseo de morir. Por eso me da igual que el mundo se queme en el infierno, pero quiero saber más de esto.

Se señaló el corazón mientras observaba al hombre de casi cuarenta años frente a ella. Cualquiera que los estuviera observando pensaría que, de acuerdo a sus palabras, se trataría de una relación entre un hombre mayor y una jovencita.

—¡La vida de los demás no es un juego!—la reprendió.

Cuando estuvo por irse, la mano de esta lo detuvo. Dio un pequeño salto al sentir una frialdad casi mortal, como si estuviera frente a un muerto.

—Es cálido—susurro Rose al sentir el tacto—profesor, no estoy jugando. Piénselo y me avisa antes de irse. Un beso a cambio de mi cooperación.

Don se marchó sin habla, se sobaba las manos intentando entender como una mujer podía ser tan fría, así como de descarada al pedir semejante cosa. Aunque si era cierto lo que ella decía, un beso de unos segundos significaría una enorme ventaja en la guerra.

Sin saber qué hacer, se acercó a su superior. El coronel lo estaba esperando al otro lado del espejo de interrogación, curioso por lo sucedido. No había escuchado nada a causa de Rose, pero sabía que le había dicho su condición para cooperar.

CAPÍTULO 2

Sin saber qué hacer, se acercó a su superior. El coronel lo estaba esperando al otro lado del espejo de interrogación, curioso por lo sucedido. No había escuchado nada a causa de Rose, pero sabía que le había dicho su condición para cooperar.

Fue así que, con suma atención, escuchó cada palabra por parte del profesor Donatello, llamado de cariño como Don; sin embargo, en vez de quedarse estupefacto como este pensaba, el coronel tomó otra actitud que lo dejó más helado que antes.

—Siendo ese el caso, podemos usar la atracción que ella siente a nuestro favor—dijo el coronel—si hacemos que ella cree un vínculo contigo, podemos hacer que coopere y usarla como un arma.

—¡Pero señor!—intentó refutar.

Aquello lo dejó pasmado, si bien esa chica había demostrado un nivel de poder sorprendente, no podía creer que el ejército y la orden quisiera usar a alguien tan joven como un arma de destrucción masiva. Ya suficiente tenía con intentar mantener a salvo a los estudiantes que se graduarían de la escuela de hechicería para servir como soldados.

—Escúcheme bien, profesor Don—habló el anciano—el vínculo es muy distinto a un contrato matrimonial, nuestros hechiceros expertos pueden romperlo en cualquier momento. Sin embargo, si usando a Rose como un arma para poder tener más ventaja, requiere que usted se sacrifique, por favor, hágalo por el bien de la nación.

Suspirando con fuerza, volvió a ingresar dentro de la sala de interrogación, dudativo sobre lo que tenía que hacer. Él más que nadie sabía los estragos de la guerra, pero no quería usar a nadie ni ser usado para conseguir ganar; sin embargo, con medio mundo encima de ellos, ¿Qué podía hacer en realidad?

—¿Quieren usarme con un arma? ¿No?—preguntó Rose observando por la ventana.

—¿Cómo?—cuestionó sorprendido que ella supiera aquello.

—Está bien, me da igual—respondió dándose la vuelta—le voy a ser sincera, profesor Don. Me da igual si este país muere y me voy con él al infierno. Ya que estamos conscientes de lo que cada lado quiere, ¿Por qué no...

Justo cuando iba a terminar su pregunta, un fuerte estruendo sacudió a los dos. La pared donde estaba ubicada la ventana había sido destruida por un extraño ser, el cual, con una apariencia humanoide parecida a un murciélago, se encontraba extendiendo una de sus dos largas colas, la cual terminó por atravesar el pecho y el corazón de Don.

—No...—dijo Don cubriendo el cuerpo de Rose—tú no eres un arma... nadie lo es.

Por segunda vez en su vida, sintió una segunda emoción, mientras observaba el cuerpo casi sin vida de Don, cuya sangre caía en su rostro. Esa emoción la sintió justo antes de reencarnar, sí... era miedo lo que sentía, miedo al perder algo y no tener la fuerza para luchar por él.

No obstante, cuando iba a ayudarlo, una gota de su sangre cayó en su boca, provocando que algo en su instinto se activara y justo al momento en que la extraña criatura iba a tomar el cuerpo de Don, algo en sus ojos rojizos lo detuvo.

—Muere—dijo Rose.

Una extraña fuerza provocó que la criatura cayera al suelo, mientras se enterraba una y otra vez el mismo sus propias colas. Aquello, sumado al hecho de que el campamento de refugiados estaba siendo atacado por varias criaturas parecidas a esa, volvió el lugar seguro, un infierno en la tierra.

A lo lejos, anonadada, una mujer pelinegra estaba observando a Rose. No podía creer la sensación que sentía venir de ella, tampoco como la calma con la que bajó del piso en el que estaba de un solo salto. Justo en el momento en que llegó al suelo, todas las criaturas se habían quedado estáticas.

Rose, conociendo quién pudiera ser la mujer que se encontraba controlando a los shadowborns, pisó con bota la cabeza de la criatura que los atacó y señaló a la mujer con su índice, para luego sonreírle mientras pasaba ese mismo índice por su cuello. Clara señal de que si no se iba la mataría en cualquier momento.

La mujer, aterrada, se fue con ayuda de las otras criaturas que aún controlaba, mientras observaba como otra parte de los shadowborns se estaban asesinando ellos mismos. No solo podía reconocer la fuerza de ella, sino también la energía divina que recorría entre sus venas.

Luego de aquello, caminando con calma, volvió a la sala de interrogación donde seguía el cuerpo de Don. Mientras eso ocurría, pensaba en todo lo que había ocurrido y cómo fue que terminó en aquel mundo de mierda, luego de morir en un mundo igual de mierda. Sin embargo, lo que más le daba risa era ver como el maldito dios que le dio la oportunidad de vivir había planeado todo, de lo contrario, si no hubiera pasado el ataque de esa noche, no se había dado cuenta de las habilidades que escondía el cuerpo en el que este la reencarnó.

—Se supone que para otros, la reencarnación es una nueva esperanza—dijo acariciando el rostro pálido de Don—pero para mí no fue más que una extensión de mi maldita existencia... mientras esta vida dure, ¿Puede mostrarme porque usted lucha?

Dicho eso, colocándose encima del cuerpo de Don, mordió directo su cuello y mientras tomaba de su sangre, una marca comenzó a florecer en la piel de este. La sensación, que era demasiado dolorosa, despertó al casi moribundo profesor, el cual comenzó a moverse intentando quitársela, pero poco a poco sus fuerzas se desvanecían.

Rose de inmediato tomó las manos del hombre y las entrelazó con las de ella, sabía muy bien lo que estaba haciendo, así como el hecho de cuánto dolor estaba pasando. Ya que para salvarle la vida, debía quitarle su humanidad en contra de su voluntad; sin embargo, si de verdad el dios del destino quería que ella se involucrara en la guerra de ese mundo, sería egoísta y mantendría al hombre que tanto le interesaba con vida.

CAPÍTULO 3

Rose de inmediato tomó las manos del hombre y las entrelazó con las de ella, sabía muy bien lo que estaba haciendo, así como el hecho de cuánto dolor estaba pasando. Ya que para salvarle la vida, debía quitarle su humanidad en contra de su voluntad; sin embargo, si de verdad el dios del destino quería que ella se involucrara en la guerra de ese mundo, sería egoísta y mantendría al hombre que tanto le interesaba con vida.

La noticia del ataque al campo de refugiados llegó a todo el país, incluso hasta la capital donde estaba ubicada la academia. Fue allí que, una mujer temblorosa, aprovechando la noticia de que su esposo, quien era un profesor voluntario en el campamento, había sido herido a tal punto de casi morir, habló de inmediato con las autoridades sobre su situación de maltrato emocional.

—¿Señora? ¿Por qué no habló antes?—preguntó una de las oficiales mujer.

—Porque mi esposo me obligó a abortar a nuestra hija de ocho meses y me amenazó con matarme—dijo mientras ocultaba su rostro llorando—por favor, ayúdenme, ¡Quiero divorciarme de él!

—De acuerdo—comentó la oficial mientras tomaba su declaración—¿Puede confirmarme de nuevo quién es su esposo, señora...?

—Lía, Lía Smith—respondió ocultando su sonrisa maligna entre el pañuelo—mi esposo es Donatello Smith, es profesor en la academia central.

Después de rendir su declaración, asegurándose que tras lo sucedido con su esposo, apenas es que podía tomar el coraje para hablar, salió de la estación de policía hasta el auto de un "conocido" amigo suyo, el cual aceptó acompañarla y llevarla de regreso a su casa.

Tras estar varios metros lejos de la estación, la mujer se rio con tanta fuerza que le pegó la risa a su copiloto. Estaban regocijándose de la dicha al saber que ahora mismo la policía estaba emitiendo una denuncia por abuso de género en contra de su aún esposo.

—¡Si hubieras visto como la tonta de la oficial me consoló!—expresó riéndose—¡De verdad se creyó aquella mentira!

—¡Eres sorprendente, mi amor!—respondió besándola—a este paso tanto la casa de ese viejo como su dinero, ¡Todo será nuestro!

Lía estaba emocionada, por fin dejaría al cuarentón, obsesivo por el trabajo, de su esposo y se iría con un hombre mucho más joven que ellos. Un chico de 25 años que la amó pese a su edad, por lo que, estaba dispuesta así fuera a mentir sobre algo tan serio con tal de quedarse con todo lo de Don.

El usar algo tan serio como la violencia de género y doméstica, siendo ella una mujer, no era razón para sentirse culpable. Ya que el mundo en esa época estaba haciendo todo lo posible para cuidar de aquellas mujeres que de verdad sufrían aquello, esa sería su ventaja para tener todo lo de su esposo y lo único que tenía que usar era el haber nacido como una mujer.

—Solo espérame, amor—dijo Lía besándolo también—una vez que me quedé con todo lo del viejo, podremos amarnos sin ningún problema.

—Aunque tengo miedo, Lía—respondió el hombre—¿Y si quieres volver con mi tío?

—¡¿Cómo crees que voy a dejarte ir?!—aseguró—¡Tu tío no me merece! Yo solo quiero estar contigo, te lo prometo.

Poco a poco Don pudo la final levantarse de la cama, en la clínica privada de los miembros de la orden. Tras ser atacado en la sala de interrogación, este se despertó con todo el cuerpo inutilizable. Sin embargo, sus compañeros, que lo visitaban, lo miraban con lástima.

—¿De verdad escuchaste lo que dicen del profesor?—dijo una de las enfermeras en la recepción—al parecer abusó e hizo que su esposa abortara.

Aquellas palabras hicieron que Don, quién estaba justo en el pasillo frente a su habitación, casi se desplomara. Aquellas palabras lo sacudieron como si hubiera sido agua fría, haciendo que se sintiera tan mal.

No entendía porque ellas decían aquello, ni siquiera porque su esposa nunca había ido a visitarlo; sin embargo, el jamás me había puesto una sola mano encima, es más, hasta más de la mitad de su sueldo lo destinaba a ella y a los lujos que su esposa quería.

Intentando calmarse, entró al baño para mojar un poco su rostro; sin embargo, al momento de verse en el espejo, aparte de su cabello despeinado o sus grandes ojeras, había una marca en su cuello que lo hizo temblar.

—No...—dijo arañando su cuello—no...no...no

Aquella marca la reconocía, lo sabía muy bien, era la misma marca que los registros mostraban perteneció una vez al último caballero de la primera reina. Aquella marca lo había vuelto en shadowborn, esclavo de aquellos que contenían sangre real en sus venas.

—¡Esto es una mentira! ¡No puedo ser un monstruo!—dijo golpeando el espejo—¡Yo sigo siendo un humano!

—Si te llamas monstruo entonces estás llamando así a la persona que te salvó—expresó Rose entrando a la habitación—no pensé que fuera tan desagradecido.

De inmediato Don salió de la habitación con el corazón acelerado, en frente de su cama se encontraba sentada Rose, quién lo miraba con un rostro para el victorioso.

—¿Por qué no me dijiste que tenías sangre real?—preguntó en un grito—¿Por qué me convertiste en un monstruo?

—Primero, yo también me acabo de enterar de que tengo sangre real...para mi desgracia—exclamó—segundo, porque eres mío ahora. No voy a dejar que mueras.

—¿Sabes lo qué estás diciendo?—preguntó colérico—¡Soy un hombre casado!

—Si, sé que eres un hombre casado—le extendió el periódico—asi como denunciado por su esposa por supuestamente abuso físico y mental.

Donatello tomó con ira el periódico, temblando a más no poder, no podía creer lo que decía ella. Hasta que en efecto, en una de las páginas, estaba el artículo de prensa donde se mostraba la denuncia de Lía, haciendo que su corazón se partiera en mil pedazos.

—¿Por qué?—cayó al suelo llorando—esto es mentira...¿Por qué Lía me denunciaría por algo que no pasó?

Rose por un momento sintió algo extraño, una necesidad desconocida de ayudarlo a levantarlo así como un odio hacia esa mujer.

—Ya he hecho un nuevo trato con la orden—le explicó aun sentada en el sofá—he aceptado unirme a ustedes a cambio que ellos te ayuden a demostrar tu inocencia.

Don no respondió, solo siguió llorando. No le importaba si estaba llorando en frente a alguien o que su orgullo se hubiera lastimado, su corazón roto le pesaba aún más.

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