Graduarse de la universidad debería ser su única preocupación, realmente lo era… pero desde que había empezado a visitar esa cafetería, algo había cambiado en su interior. Ahora le costaba un poco más concentrarse en sus libros, repasar sus apuntes o hacer sus deberes más básicos.
Sus ojos estaban presos, presos del hombre que se hallaba en una mesa a su izquierda. Hermoso, esa era la única palabra que podía encontrar para describirlo, aunque sentía que no le hacía la suficiente justicia.
Era inevitable no percatarse de como las meseras le coqueteaban de forma poco disimulada. Sin embargo, él parecía no darse cuenta, o simplemente las ignoraba. En ocasiones, se imaginaba cruzando la mesa y presentándose.
—Hola, soy Alexa, ¿y tú?
Tan solo verse a sí misma diciendo esas palabras era algo impensable… ella no era una chica que supiese coquetear. Cielos, apenas y había tenido un novio en toda su vida. Ese hombre, que aparentaba unos treinta años más o menos, se notaba a legua que tenía todo un camino recorrido. Así que no tenía caso intentar flirtear, de todas formas ni siquiera se le daba.
Alexa concentró su mirada en los apuntes que tenía sobre la mesa, la clase de cómputos métricos, siempre la hacía estresar. Afortunadamente, era muy buena con los números, así que era asunto de concentrarse.
Media hora transcurrió rápidamente, Alexa despego los ojos de sus apuntes cuando aquel monumento de hombre decidió retirarse. Sus pasos eran tan elegantes, parecía un príncipe que no encajaba en un lugar tan mundano como ese.
—Tú también—una mesera suspiro cansada, cuando paso cerca de su mesa. Ella parecía ser la única inmune a los encantos de aquel adonis—. Recoge tu baba, estás manchando la mesa.
La castaña cerró la boca de inmediato, la tenía abierta y ni siquiera se había dado cuenta.
[…]
Los meses trascurrieron de una manera veloz. Seis meses, llevaba en esta rutina. En esa tarde, las gotas de lluvia caían incesantemente, impidiéndole ir a verlo.
Se sentía triste, no sabía si era el frío que se colaba por la ventana de su departamento o si se trataba de algo más… lo cierto era que su mente lo había idealizado a un punto insano y de alguna manera, aquello le estaba haciendo daño.
—Tonta —se reprendió nuevamente. Ya era hora de que pasara la página, y dejará atrás su absurda obsesión. Pero no podía, le costaba tanto y más cuando sabía dónde estaba en ese preciso instante.
Quería ir a ese lugar como cada viernes por la tarde, sentarse en la misma mesa, y así poder observarlo. Contemplar a la distancia cada perfecto rasgo de su príncipe encantado, y regresar a casa con su imagen nítida para luego seguir soñándolo.
—Necesitas a un hombre de verdad, Alexa—se dijo a sí misma en un susurro. Y no era porque él fuese un holograma o algo por el estilo, todo lo contrario, era tan real que incluso asustaba. Parecía sacado de una mítica historia, como si fuese una deidad que se hubiese escapado.
Estaba perdida. Pérdida por un completo desconocido. Su situación era simplemente caótica, pero la prefería así. Sabía que solo era un amor platónico, que únicamente existía en su cabeza, y que no iba a matarla. Eso era lo mejor, porque no quería exponer su corazón y sufrir el rechazo.
Él era inalcanzable para ella y lo tenía claro. No tenía oportunidad, ni siquiera una mínima esperanza. Pero no le importaba, siendo sincera, no anhelaba una pareja. Le gustaba su soledad, y la placentera compañía de su gato.
La lluvia finalmente pareció disminuir y Alexa no lo pensó para salir. Era ese instante de viernes, todo lo que necesitaba para darle adrenalina a su monótona vida.
Alexa llegó a aquel café que desde hace seis meses frecuentaba. Había sido una mera casualidad dar con ese sitio, ya que ni siquiera estaba en su ruta y tenía que tomar un taxi únicamente para llegar, pero aun así valía toda la pena del mundo.
La muchacha camuflada lo mejor posible, ocupó su tan acostumbrada mesa y esperó expectante a que su hombre de ensueños apareciera. Sacó su libro favorito y ordenó lo mismo de siempre.
Echo unas cuantas ojeadas a su libro, para poder tolerar así la agonizante espera. Él en cualquier momento cruzaría esa puerta, con su porte imperial y, todo el lugar se sumergiría en una sala de veneración absoluta.
De mala gana tuvo que reconocer que ella no era la única obsesionada con el enigmático hombre. Parecía tener todo un club de fanáticas enloquecidas, que esperanzadas anhelaban que él las notará.
«¡Qué tontas muchachas!» Y ella era una de ellas. La peor sí se le calificaba.
Alexa suspiró un poco decaída. De verdad que estaba actuando como una desquiciada, tal vez solo debería ir a terapia y olvidar todo este asunto. Pero es que... No podía, se sentía tan idiotizada. No recordaba haber sentido algo así por alguien antes.
«Obsesión. Dañina obsesión. ¿Qué has hecho conmigo?», se preguntaba. Se sentía a veces tan sola y abatida. Era una chica alegre, y solía tener muchos amigos, pero en ocasiones tenía la sensación de que algo importante le faltaba.
"Te falta un hombre" Shush, guarda silencio vocecita molesta. No necesito tus insinuaciones.
Alexa empezaba a creer que de verdad esa era la razón, porque no encontraba otra explicación a lo que sentía su corazón en ese preciso instante. Él no se presentó y ella esperó hasta que el sitio casi cerrará.
¿Dónde estaría su amor platónico?
Dónde sea que eso fuese, solamente deseaba que se encontrará bien. Y aun con ese deseo en su corazón, no pudo evitar sentir como si en su interior algo se quebrara. ¿Y si no volvía a verlo?
Alexa se dejó caer al suelo tan pronto como la puerta de su departamento fue cerrada. Su gato acudió a su encuentro, gustoso de su regreso, y aunque el felino le transmitía algo de calma, no lograba llenar el vacío que sentía en su interior.
—¡No más!—se dijo. Tenía veintitrés años y era joven, necesitaba vivir realmente y dejar de subsistir únicamente a base de fantasías.
Él no era un príncipe encantado. Era un hombre como cualquier otro, con muchos defectos seguramente. Y ella ya debía soltarlo... ¡Para siempre!
Alexa se sacudió las lágrimas y decidió que esa noche no la pasaría sola. Era el momento de vivir y sentir un poco de emoción genuina. Se arregló lo más bonita que pudo y quedó de encontrarse con sus amigas. Una noche de chicas, eso era lo ideal para curar su despecho…
Las cuatro amigas acordaron en verse en un antro muy reconocido. Era un sitio sano y exclusivo, según algunos comentarios que habían escuchado. ¡Genial! Bailaría hasta que le dolieran los pies, y olvidaría al idiota que le había roto el corazón en mil pedazos.
«Sí, claro» ¡Silencio! No te he dado permiso para hablar, vocecita quisquillosa y entrometida.
Alexa dio un paso al interior de aquel club con la decisión brillando en su mirada. Su hermoso pelo castaño se ondeaba con cada paso que daba. Había decidido llevarlo suelto, porque no quería más moños de mojigata. Esa noche sería salvaje, tal cual como lo eran sus indomables mechones.
La muchacha se rio de su ocurrencia... Tenía una cabecita loca que se la pasaba constantemente pensando tonterías. ¿Salvaje? ¿Indomable? ¿Ella? Era tan apacible, que esas palabras simplemente no combinaban con su nombre.
—¡Hola, chicas!—saludo entusiasmada al divisar a sus amigas. Beso, la mejilla de cada una y les obsequio, una radiante sonrisa.
—¡Guau!—bramó la pelirroja del grupo—. Veo que vas en serio, Alexa—le guiñó un ojo—. ¡Atención a todos! ¡Hoy mi amiga atrapa a un hombre!—aclamo triunfal alzando su bebida.
Alexa se sonrojó como un tomate ante la efusividad de su explosiva amiga. Algunas personas cercanas les regalaron curiosas miradas y ella solo deseaba que la tierra se lo tragara. ¡Maldición, Sofía!
Las cuatro muchachas se rieron del comentario y se sentaron en la barra.
—Fue un poco inesperada la invitación, pero también me hacía falta—comentó Annie.
—Sí—concordó Mía—. Con tantas obligaciones, a veces es tan difícil coincidir. Realmente fue un alivio que hoy las cuatro estuviéramos libres. ¡Un milagro más bien!
—¡Brindemos por el milagro!—Sofía alzó su copa de nuevo y engulló de un trago toda la bebida.
La castaña miró a sus amigas y se sintió dichosa de estar juntas. La incomodidad que su corazón sentía, poco a poco, había sido reemplazada por esa cálida compañía. Tal vez si era eso lo que necesitaba, compañía.
Las mujeres bailaron y bebieron gustosas, olvidando por un rato las responsabilidades y el ajetreo de la vida adulta. Cada una inmersa en sus pensamientos y huyendo de sus propios temores.
Annie huía de la inseguridad que tener un novio mujeriego le causaba. Era agotador, temer todo el tiempo que un tipo no fuera a serte infiel, apenas te voltearas. Ella no estaba segura de qué hacer, porque a pesar de ese marcado defecto, lo quería a su lado.
Mía también perseguía una obsesión enfermiza por un chico inmaduro, que había estado enamorado de su hermana. Karla nunca le había hecho caso, y ella se había ganado su confianza, pero él nunca había tomado en serio sus sentimientos. ¡Y vaya que se los había confesado!
Sofía tenía una vida descarriada y realmente no le importaba con quién compartía la cama. Era todo un personaje, libertino e inquietante. Alexa aún recordaba claramente aquella vez que en medio de una pijamada, la pelirroja había saltado sobre ella, confesándole su amor y queriendo tocarla. Había sido un momento verdaderamente terrorífico...
¡Casi su primer beso se lo daba a Sofía! ¡Por Dios! Aunque pensándolo bien, no hubiese habido mucha diferencia. Termino obsequiando ese preciado momento, al hermano menor de su amiga Annie. En algún oscuro momento de su pasado, creyó sentir algo por el muchacho. «¡Gracias al cielo todo terminó a tiempo!», se dijo.
Así fue como poco a poco el alcohol les ayudó a olvidar sus desdichas, aunque Sofía parecía beber únicamente por mero gusto.
Alexa bailaba animada en la pista, como si no existiese un mañana, como si la vida fuese únicamente ese pequeño instante. La muchacha siempre había sido muy tímida, pero la bebida parecía ayudarla a sacar su lado más inquieto.
No muy lejos de ahí, en una área reservada se encontraba también un grupo de cuatro hombres. No eran hombres comunes y tampoco estaban del todo solos. Chicas muy dispuestas les obsequiaban sutiles caricias, mientras ellos bebían licor pausadamente.
—Siento como si esa pelirroja estuviera llamándome—dijo Alberto, sin quitarle la mirada de encima a la mujer que meneaba seductoramente el trasero en su dirección.
El resto de sus acompañantes la observaron brevemente.
—Creo que podría estar llamando a cualquiera—se encogió de hombros Jouse—. O no notas que parece una perra en celo—apuntó.
—Como todas—le secundó Diego, regalándole una mirada amenazante a la mujer que pretendía besarle el cuello.
La rubia que se había autoinvitado a la mesa, sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. A los pocos segundos salió huyendo, completamente derrotada en su vago intento de seducción.
—No lo creo—habló Gonzalo, entrecerrando los ojos en dirección a una castaña en particular—. No todas son perras en celo, algunas son como pequeños ratoncitos. Muy indefensos.
"Ratoncitos indefensos" su lado depredador se activó de inmediato. No había nada mejor para Diego, que jugar al gato y al ratón. Era algo que le fascinaba, corromper a niñitas tontas y volverlas solo eso, perras en celo aclamando por atención.
Observó en dirección a donde veía su amigo, y divisó a una muchacha menuda, pero con un aire bastante angelical. Un hilillo de inocencia parecía salir de cada uno de sus poros.
"Perfecta" dijo una vocecita maliciosa en su cabeza. E inmediatamente se la pudo imaginar, rogándole porque le diera más duro, y totalmente corrompida en sus manos, siendo simplemente una más.
—Creo que me acercaré. Hace tiempo que no pruebo carne tan fresca—Gonzalo se puso de pie y se dirigió hacia la castaña que bailaba en la pista.
Diego se quedó viendo atentamente lo que ocurría. La muchacha pareció sorprenderse de que un hombre la invitará a bailar, visiblemente cohibida, finalmente acepto y ahora el idiota de su amigo intentaba tocar más allá de lo permitido. Retiro asqueado la mirada de la escena. ¡Patético!
Alexa veía de manera suplicante a sus amigas, buscando que la ayudarán con la situación en la que se había metido. Sofía parecía alentarla a qué se dejará llevar y bailará gustosa con el desconocido, mientras que Mía y Annie se acercaron para poder quitarle al pelirrojo de encima.
Era un hombre muy atractivo, pero ella no se sentía realmente dispuesta a dejar atrás a su amor de fantasías. Tampoco era una muchacha fácil y el sujeto parecía querer algo más que un simple baile.
—¿Podemos unirnos?
Mía con un movimiento rítmico se interpuso entre los dos, mientras que Annie atajó la espalda del desconocido supuestamente bailando. Alexa aprovechó esa oportunidad para anunciar que iría al baño y se escabullo, dejando a sus amigas lidiar con el molesto tipo. Esperaba que para su regreso ya el hombre se hubiera rendido.
Diego no pudo contener la sonrisa siniestra que se asomó en sus labios al ver cómo la pequeña ratoncita huía despavorida. La muchacha caminaba temblorosa y miraba repetidamente hacia atrás, para ver si no la perseguían.
Él, como todo un cazador experimentado, sabía muy bien en qué momento dar sus movimientos, los cuales siempre eran certeros y le otorgaban una victoria absoluta. El hombre finalmente se puso de pie con toda la intención de capturar a su presa....
Alexa llegó al baño y se tardó todo el tiempo necesario. Se sentía un poco mareada y empezaba a creer que era el momento de regresar a su casa.
Se suponía que había decidido salir para dejar atrás aquellos enfermizos sentimientos, pero la verdad era que no había dejado ni un instante de pensar en él. ¿Dónde estaría? ¿Se encontraría bien?
La muchacha abrió la puerta del baño y se llevó la sorpresa de su vida. Al otro extremo se encontraba de pie el hombre de sus fantasías. Su corazón latió desbocado, retumbando fuertemente en sus oídos, mientras sentía como su mirada grisácea la hipnotizaba nuevamente. ¿Era él realmente o su mente estaba jugando con ella como siempre?
Alexa parpadeó repetidamente intentando eliminar su alucinación. Empezaba a comprender por qué decían que la bebida podía ser dañina, sino se bebía con precaución. «¡Bendita borrachera!», pensó, ahora para colmo también se burlaba de ella.
La muchacha sacudió su cabeza y decidió continuar con su camino. Era hora de regresar a su casa. «¡No más alcohol!», se dijo.
La castaña intentó moverse, pero sus piernas no le obedecieron, por el contrario, se pusieron tan flácidas que parecían dos barras de gelatina. ¡Vamos, muévete, solamente está en tu cabeza! Aunque para tratarse de una alucinación se sentía bastante real. Los ojos grises estaban levemente entrecerrados, mientras parecían caer en cuenta de algo.
—Me parece que te he visto antes—dijo el hombre.
Alexa enrojeció aún más al escuchar aquella voz tan profunda y malditamente seductora. ¡No podía ser! ¡Era real! Y... ¿La había reconocido? De inmediato, sintió que iba a desmayarse y lo único que quería hacer era huir. ¿Qué podía pensar de ella? ¡Por Dios! Se la había pasado los últimos meses expiándolo por encima de su libro. Era una completa acosadora.
—N-no lo creo... Estás confundido—tartamudeó intentando alejarse lo más rápido posible.
Él impidió su escape de un solo movimiento.
—Nunca olvidó un rostro—mencionó, mientras la acorralaba contra la pared.
La joven tembló ante la repentina cercanía.
—Ahorrémonos tiempo—le dijo—, sé muy bien qué es lo que quieres y ¿adivina? Es tu día de suerte—sus labios casi se rozaron al susurrar aquello último.
Alexa se quedó perpleja unos segundos, tratando de entender lo último que había dicho. ¿Lo que quería? Ella no estaba segura de qué era eso, pero él parecía saberlo perfectamente.
—¿Y qué es lo que quiero?—musito. La pregunta se le escapó involuntariamente.
Diego sonrió con malicia, mientras la veía con mucha intensidad, causando así que las mejillas de la joven enrojecieran aún más, si es que eso se podía.
—Quieres que te folle—declaró contundente, sin dudar.
Los ojos cafés se abrieron desmedidamente.
—Y-yo no...—la muchacha se calló al sentir como el hombre deslizaba uno de sus largos dedos por su cuello. La sensación era extraña, electrizante...
De pronto su respiración se hizo mucho más pesada que antes. Se encontraba muy nerviosa, pero a la vez se sentía ansiosa. Ella realmente lo deseaba.
—¿Lo ves?
El ego masculino parecía desbordarse ante las marcadas reacciones de su cuerpo. Él era consciente de lo que le causaba y lo estaba disfrutando plenamente.
Alexa no respondió, simplemente cerró sus ojos y se dejó hacer, sin limitarse, ni considerarlo siquiera primero.
¿Realmente era esto lo que quería?
"No" susurro una voz en su cabeza.
El hombre comprendió perfectamente la silente aceptación y no hizo más que apoderarse del sumiso cuerpo de su presa. La miró fijamente por un instante. Su pecho subía y bajaba en cada irregular respiración. Estaba nerviosa, eso era evidente, y aun así había decidido entregarse completamente.
"Demasiado fácil" "aburrido"
Él estaba acostumbrado a ese tipo de respuestas. Mujeres entregadas que únicamente abrían las piernas. Por lo general, no se acostaba con cualquiera. La chica tenía que ser lo suficientemente impresionante como para llamar su atención.
Por un momento sintió decepción. Recordaba haberla visto antes y en ese entonces no le importó. No le llamó la atención en lo más mínimo, y ahora, de vuelta a la realidad, aquello no parecía haber cambiado mucho.
La castaña abrió sus ojos lentamente, sin poder comprender lo que pasaba. Él nada más le dedicó una mirada de desprecio y aquello le transmitió un escalofrío a todo su cuerpo.
—Parece que en realidad no es tu día de suerte—dio un paso atrás retrocediendo.
Los ojos de la muchacha se cristalizaron en el acto. No podía dejar de verlo con una expresión de asombro e incredulidad absoluta. ¿Solo había querido burlarse de ella?
—¡Alexa!
El llamado de sus amigas resonó de manera oportuna. Alexa agradeció al cielo aquella aparición, y el hecho de que ellas hubiesen podido evitar que terminase llorando delante de aquel hombre. La muchacha lo observó marcharse, y su corazón se estrujó dolorosamente. ¿Por cuánto tiempo había fantaseado con él? ¡Maldito tiempo perdido! Sollozo audiblemente.
—¿Qué ocurre, Alexa?—Mía la abrazo, sintiéndose muy preocupada.
Annie se acercó también angustiada.
—¿Ese hombre te hizo algo?—preguntó la mujer.
Alexa negó insistentemente, mientras las lágrimas mojaban todo su rostro. «¡Tonta!», se reprochó. ¿De verdad creíste que esto era una historia de amor como en tus cuentos?
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