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La Mexicana Del Capo

PROLOGO

Francisca

Cierro la puerta detrás de mi espalda, dejando las cientos de peticiones sin atender, dejando afuera el fuerte olor a flores que satura todo el lugar. Me alejo de las palabras de consuelo de familiares, amigos, y personas que nunca he visto en mi vida, de las cuales pongo en duda sus buenas intenciones. Me alejo de todos ellos.

–¿En qué estabas pensando, papá? –pregunto a la nada–. ¿Por qué yo?

Escucho el golpeteo en la puerta, pero lo ignoro. Necesito unos minutos para poder entender qué está pasando. Necesito un respiro para entender que acabo de perder a mi papá, a mi hombre favorito en todo el mundo, a mi héroe. Solo quedamos mi hermanita y yo. Sí, mamá está viva, pero su mente nos abandonó hace muchos años.

Cierro los ojos al recordar cuánto sufrió papá cuando recibimos el diagnostico de Alzhéimer de mamá. Cuarenta años, todo un récord dijo el doctor y tuvimos que separar a papá de él, casi lo ahorcó con sus propias manos.

Me siento en el enorme sillón de cuero y paso mis manos por el escritorio de madera de castaño. Este lugar es dónde papá tomaba todas las decisiones importantes relacionadas con El Cártel mientras yo me sentaba sobre este escritorio y le contaba lo que me había pasado en el colegio ese día, o la nueva palabra que había aprendido a decir mi hermana. También le contaba qué cosas mamá había olvidado hacer ese día, y supongo que oírlo debió haberle roto el corazón cada vez, pero nunca me dijo nada.

Siempre me dejó expresarme libremente.

Y ahora… Ahora debo ser yo la que tome las decisiones. Al menos es lo que espera papá de mí, lo que dejó en su testamento. Lo que mis tíos y primos se verán obligados a obedecer.

Dejo caer mi cabeza sobre la dura madera.

–¿Qué chingados estabas pensando, papá? –mascullo.

Mis tíos ni siquiera han podido esperar que entierre a mi padre para proponerme que los deje a cargo.

Eres muy joven, Panchita, tú preocúpate de preparar tu boda, déjame El Cártel a mí.

Esa frase la he escuchado unas diez veces solo esta mañana.

La boda.

Miro la enorme argolla en mi mano y arrugo mi ceño. Lo único que me hacía ilusión por casarme era que mi papá me entregara, y ahora que él no está no estoy segura de nada.

Amo a Daniel, al menos creo que lo hago. Pero supongo que entenderá que debemos posponer la boda. Ahora mi única preocupación es el cuidado de mi hermanita y El Cártel.

La puerta se abre. Levanto mi mirada, preparada para ordenar que me dejen sola, pero me callo al ver a Inés.

–Ven aquí, Nessy –digo.

–Pensé que estarías aquí cuando no pude encontrarte. ¿Estás escondiéndote de nuestros tíos?

–Estoy pensando en todo lo que ha pasado en estos últimos dos días –respondo.

Mi hermosa hermana se sienta en la punta del escritorio, al lado del sillón, como tantas veces lo hice yo, y toma mi mano.

–Puedes con esto, Fran. Si papá lo creía yo también lo creo. Además, papá no era ningún idiota –dice mirándome con sus hermosos ojos marrones, iguales a los de mamá, iguales a los míos.

–No lo era.

–Claro que no. Papá era uno de los hombres más inteligente que conozco, y sí él cree que puedes con esto, podrás hacerlo, lo sé.

Sonrío. –Eres muy joven para ser tan sabia, enana.

–¡Oye, tengo dieciséis años! –responde con una sonrisa, pero luego ésta se apaga–. Lo extraño –agrega en un susurro.

–Lo sé, yo también. Mucho–. Aprieto su mano–. Pero todavía nos tenemos la una a la otra y eso nadie podrá cambiarlo.

–¿Lo juras?

–No necesito jurarlo, lo sé.

Suspira y luego toma el testamento de papá, que quedó sobre el escritorio después de la larga reunión con los abogados. La misma reunión donde papá jugó su última carta y me nombró como su sucesora y su única heredera. Sabía que nombrándome a mí estaría asegurando el futuro de Inés también. Por supuesto que mis tíos no se lo tomaron nada bien. Dos de ellos abandonaron el lugar de inmediato y otros intentaron hablar con los abogados para ver si podían cambiar la última voluntad de mi padre.

–¿Así que eres la nueva líder del Cártel de Sinaloa?

–Eso parece.

–Francisca Guzmán, la mujer más buscada del FBI –dice con una enorme sonrisa.

–Esperemos que no llegue a tanto, pero suena divertido.

–Apuesto a que eso es lo que pensó papá.

Rio sin poder evitarlo. Papá, sin duda, tenía un extraño sentido del humor.

–Daniel llegó –dice cortante. A mi hermana no le gusta mi novio, nunca lo hizo–. Por lo menos esta vez está sobrio.

–Daniel no bebe demasiado.

–No me refiero al alcohol y lo sabes.

Arrugo el ceño. –No dejaré que siga consumiendo ahora que seré la Líder del Cártel. Se verá mal.

–Eso quisiera verlo. No sé cómo papá permitió que te comprometieras con ese tipo.

–Es el hijo de uno de sus amigos, y ha ayudado a la organización.

–Claro, sabe a quienes venderle. Trabajamos en su mundo, supongo.

–Inés –reclamo–. Es más que eso. Es un excelente estratega y tiene ambición.

–Como sea, están todos preguntando por ti.

–Lo sé.

–Y los de la funeraria llegaron –agrega en un susurro.

Callamos, ambas sabemos lo que eso significa. Pensé que tendría más tiempo para asimilar todo lo que está pasando, pero imagino que el tiempo es un lujo que ya no podré permitirme.

–Es hora –digo tratando de mantener la compostura, sobre todo por mi hermana.

–Sí, es hora –dice con la voz rota.

Me levanto y la abrazo con fuerza.

–Estaremos bien, Nessy. No dejaré que nada te pase. Sé que crees que has perdido a todos, yo también lo creo a veces, pero no es cierto. Nos tenemos la una a la otra, ¿verdad?

–Lo hacemos –dice y me regala una sonrisa sincera.

–Esa es mi hermanita.

Luego de unos segundos, nos levantamos y caminamos hacia la puerta y nos preparamos para darle el último adiós a papá.

Primer encuentro

Dante

Le doy más gas a mi nueva Harley y acelero. Apenas me bajé del avión lo primero en la lista era conseguirme una moto. Siempre las he preferido a cualquier otro medio de transporte. En un auto siempre me he sentido encerrado, pero en una moto me siento libre.

Lamentablemente, no tenían motos italianas, que las prefiero a las americanas, pero por lo menos esta Harley se está comportando hasta el momento.

Me detengo un momento y bebo agua. Que calor más desagradable. Todavía no son las tres de la tarde y ya hay treinta y cuatro grados Celsius.

Al parecer Culiacán, capital de Sinaloa, es el infierno en la tierra.

Guardo la botella y acelero por la carretera abandonada. Uno de mis soldados me dijo que la mayoría de los hombres de confianza de Francisca van al Bar Juancho, al que me estoy dirigiendo en este momento. Necesito información sobre la mujer que se ha negado a recibirme y a tener una reunión conmigo. Si esto continúa Gabriele me matará. Suerte para mí, en este momento, no tiene cabeza para nada más que no sean Sofía, Mía y su hijo que viene en camino.

Como cambian las personas.

Este trabajo es una piedra en el zapato y ha arruinado por completo mi gráfica de resultados. Todo lo que me propongo lo logro, siempre ha sido así. Papá dice que tengo un don para engatusar a hombres y mujeres por igual porque siempre consigo lo que quiero. O al menos lo hacía hasta encontrarme de frente con la mujer más desagradable del mundo.

Desagradable y terca.

Teníamos prácticamente cerrado el trato con su padre, pero cuando éste murió, hace varios meses, me dejó en claro que no respetaría nada de lo acordado y que las negociaciones volverían al estadio cero.

Pensé que bromeaba, pero después de seis meses sin lograr avanzar nada sé que la terca estaba hablando en serio.

Pero ella no me conoce, no pienso irme de aquí sin ese contrato firmado, con cláusulas muy favorecedoras para la 'Ndrangheta y La Camorra.

Espera y verás, Francisca Guzmán.

Cambio el rumbo al divisar el Bar a lo lejos. El dueño de la tienda donde compré la moto no me mintió respecto a la dirección del dichoso bar.

Bajo la velocidad cuando estoy a diez metros. Estaciono la moto y bajo de ella, no sin antes volver a beber agua.

Maldito calor.

Entro al bar y la docena de hombres armados me mira y comienzan a murmurar en español.

–Otro gringo perdido.

Escucho que dice uno de ellos. Sonrío, imagino que no saben que puedo entenderlos. Los idiomas es una de las tantas cosas que se me ha dado bien en la vida. Hablo italiano, la lengua materna de mis padres, inglés, nací en Estados Unidos, ruso, es bueno para negociar con la Bratva, chino, tengo algunos negocios con la Triada, y francés porque es bueno para conquistar mujeres cuando estoy de viaje y se me antoja follar.

Me acerco a la barra y pido un whiskey usando el inglés. Quiero que sigan hablando sin preocuparse porque pueda entenderlos. Es información lo que necesito de este lugar.

–Solo tequila –responde el barman y todos ríen.

Asiento y acepto el chupito que me entrega y lo bebo en un trago. Es fuerte, quema mi garganta, pero ese dolor no es nada a otros que he vivido a lo largo de los años.

–Otro más –pido.

–Pensé que el gringuito se ahogaría –dice uno de los hombres antes de hacerse una línea de cocaína sobre la mesa–. ¿Cuándo llegará?

–Dijo que a las tres.

–Ya son las tres. Si no llega con la chica mataré a ese cabrón –gruñe antes de esnifar la cocaína.

–Lo hará. Me dijo que Inés estaba interesada en él y que no dudaría en aceptar si la invitaba a una cita.

Todos los hombres ríen.

–Las mujeres son tan estúpidas algunas veces –dice el adicto–. Lo importante es tenerla y así poder negociar con Francisca.

Tomo mi chupito y me acerco a la mesa que está al lado de ellos. Mencionaron a una tal Francisca, quizá estén hablando de ella.

–Se meará en sus pantalones –dice otro–. Es una mujer y sé que nunca ha tenido que luchar por nada en la vida. El viejo le daba todo.

Todos asienten y chocan sus vasos de tequila como si estuvieran celebrando.

–Tenemos que desaparecer al gringo, sin testigos –dice uno mirando en mi dirección.

–Otro que se meará en sus pantalones –dice el más joven antes de reír a carcajadas–. Otro gringo desaparecido en México. Veremos cárteles con su cara en todos lados.

Todos le ríen el mal chiste.

–Hay que asegurarse de destrozarle el rostro y quitarle cualquier marca distintiva.

–Yo me encargo –agrega el adicto antes de esnifar otra línea–. Tengo ganas de ensuciarme las manos hoy.

Bebo el tequila en un trago y pido otro con voz arrastrada. Quiero que crean que no soy una amenaza.

–¿Qué hacemos aquí?

Me giro hacia la puerta y veo a una preciosa jovencita entrando con un joven.

–Me gusta este Bar.

–No quiero entrar –insiste.

El hombre la coge del brazo con fuerza y la entra. –No estoy preguntando, Inés –gruñe–. Quiero que conozcas a mis amigos.

–Al fin, cabrón, pensé que no lo lograrías.

–Les dije que estaba loca por mí. ¿Quién es ese? –pregunta mirando en mi dirección.

–Un problema que solucionaré –dice el adicto antes de ponerse de pie y acercarse a la asustada jovencita–. Mi preciosa Inés.

–¿Primo? ¿Qué hago aquí? –pregunta cruzándose de brazos y mirando a todos con desconfianza.

–Nos ayudarás, prima, eso es todo.

Me levanto y con la excusa de ir al baño me escondo de la vista de todos.

–Mi hermana lo sabrá.

–Tu hermana no tiene idea dónde estás.

La jovencita se ríe. –Hombres. Son unos verdaderos idiotas, ¿lo sabían?

El tipo le da una bofetada tan fuerte que la muchacha cae al suelo.

Se seca la sangre que sale de su labio y ríe. –Fran vendrá y los matará.

–Me encantaría ver eso.

–No sabe dónde estás, idiota –le recuerda el joven que entró con ella.

–Lo sabe. Somos hermanas. Y estoy segura que ya sabe que estoy en peligro –dice intentando ponerse de pie, pero uno de los hombres que hasta ahora no había hablado se levanta y le da una patada, que la hace chocar con una mesa.

Suficiente.

Saco mi arma y camino hacia ellos.

–Alto –les digo en español, sorprendiéndolos a todos–. Estaba tratando de ignorarlos, pero me lo han puesto muy difícil.

–Habla español –exclama uno.

–Ya ven, el gringo sabe español –digo con una sonrisa–. Camina hacia a mí –le indico a la chica, quien comienza a gatear en el suelo hacia dónde estoy yo.

–Eres hombre muerto, cabrón –gruñe el adicto sacando su arma.

–Ocúltate –le digo a la chica antes de dispararle en la cabeza al joven que la trajo a esta pocilga.

Pateo una mesa para ladearla y la uso como escudo para proteger a la chica mientras corre al baño.

–Francisca te mandó, ¿no, gringo? –pregunta uno de los hombres con rabia mientras se acerca al cuerpo–. Mátenlo, mató a mi hermano –ordena.

El lugar se transforma en un hermoso caos, al cual estoy acostumbrado. Mato a otros tres hombres rápidamente. El adicto se oculta tras una mesa antes de que pueda dispararle.

Maldito escurridizo.

La puerta del bar se abre y entra una de las mujeres más hermosas que he visto en mi puta vida. Va vestida con una especie de corsé de cuero que hace que sus pechos suban, y unos vaqueros negros con botas a juego. Su pelo color azabache cae sobre uno de sus hombros en una trenza que comienza a deshacerse. Trato de ver sus ojos, pero el sombrero negro oculta su mirada para mí.

–¿Con mi hermana, primo? ¿En serio? ¿Tan desesperado está mi tío?

–Queremos lo que nos corresponde –responde el adicto.

–Ay, Rodrigo, acabas de acabar con mi paciencia –dice antes de dispararle en una de sus manos.

La pistola cae lejos de su alcance.

En cinco disparos consecutivos aniquila a todos, incluyendo al barman.

–¿No vas a dispararme? –le pregunta el hombre sujetando su mano sangrante.

–Oh, no, primo, tengo algo mejor para ti –dice mientras se pone unos anillos en sus dedos.

–Te matarán –grita el idiota.

–Me encantará verlos intentarlo –devuelve antes de darle una bofetada.

Un chorro de sangre escapa del rostro del adicto. Cuando puedo verlo bien entiendo que los anillos tenían una especie de filo porque su rostro esta irreconocible. Tiene pedazos menos porque puedo ver claramente parte de su dentadura.

–Puta –masculla antes que la mujer vuelva a golpearlo.

Esta vez le arranca un ojo con el golpe. El tipo cae al suelo y comienza a gorjear mientras se ahoga en su propia sangre.

Salgo detrás de la mesa y camino hacia esa mujer, quien me tiene duro con solo verla atacar. Levanta su mirada y unos ojos color miel se clavan en los míos.

Maldita sea, estoy en el mismo cielo.

Saca su arma y me apunta a la cabeza. –Lo siento, amigo, día y lugar equivocado.

Me rio. –Creo que es el momento perfecto –digo.

–Fran, no.

Nos giramos y vemos a la jovencita caminar hacia nosotros, sosteniendo una toalla de papel mojada contra su cara.

–Él me defendió.

–Vio demasiado –devuelve.

Miro la curva de sus pechos y no podría estar más de acuerdo.

–Al fin nos conocemos, Francisca. Soy Dante Messina  –digo y levanto mi mano para saludarla.

Sus ojos vuelven a clavarse en los míos y no puedo evitar sonreír. Ya te encontré.

El anillo

Francisca

Veo como el idiota de mi primo se desangra frente a mis ojos. Sonrío satisfecha. Los anillos que me regaló mi papá cuando comencé a salir con Daniel no han perdido su efecto.

Sabía que algo pasaría, por eso le pedí a Inés que me enviara su ubicación en tiempo real y que me avisara cada cinco minutos si todo iba bien. Parece una exageración, pero mucha gente quiere matarme o hacerme daño, y saben que mi hermana es mi punto débil. Como nosotras lo éramos de papá.

Levanto la mirada buscando a mi hermana mientras quito los anillos de mis dedos, y quedo paralizada al ver a un hombre muy atractivo, alto y musculoso, mirándome fijamente con unos ojos grises y penetrantes.

Miro su cuerpo y niego con mi cabeza. Es una lástima, pero tendré que matarlo, no puedo dejar testigos. Será una gran pérdida para el público femenino.

Saco mi arma y apunto directo a su cabeza.

–Lo siento, amigo, día y lugar equivocado –le digo. Papichulo merece al menos una explicación.

Se ríe sorprendiéndome. Pero claro, quizá no habla español. Todo en él grita gringo. Desde su tez clara hasta su cabello castaño claro, casi rubio.

–Creo que es el momento perfecto –responde en un perfecto español.

¿Será mexicano?

–Fran, no.

Me giro y mi corazón se aprieta al ver a mi hermanita lastimada. Debí haber prolongado el sufrimiento de estos idiotas.

–Él me defendió –dice Inés.

–Vio demasiado.

Inés sabe cómo funciona esto. No sé por qué está pidiendo por su vida, quizá se encandiló. Papichulo definitivamente tiene algo que atrae.

–Al fin nos conocemos, Francisca. Soy Dante Messina  –dice con una sonrisa engreída, enseñando unos perfectos hoyuelos en sus mejillas.

Levanta su mano en señal de saludo. La miro unos segundos antes de tomarla, pero la suelto de inmediato al sentir como si hubiese tomado un cable de alta tensión.

Dante mira su mano, sorprendido. Quizá él también lo sintió.

–Eres el italoamericano que no me ha dado un respiro.

Ríe. –Americano está bien. Nací en Nueva York. Y podría decir que eres tú la que no me ha dado un respiro.

–¿Se conocen? –pregunta mi hermana, acercándose a mi lado.

–No precisamente. Papá estaba cerrando un negocio con él, pero le dejé en claro que no aceptaría ningún negocio sin estudiarlo primero. Y por supuesto, bajo mis condiciones.

Dante sonríe. –Tu hermana es un hueso duro de roer –le dice a Inés mientras toma su mentón en su mano. Enfurezco de inmediato. No conoce a mi hermana, no puede tocarla con tanta familiaridad–. Necesitarás hielo, pequeña.

–Duele como si lo necesitara –devuelve Inés–. ¿Ellos son los de la mafia italiana? –pregunta en un susurro haciéndome sonreír. No hay nadie que pueda escucharla. Todos están muertos, menos nosotros tres.

–El mismo –responde Dante por mí–. Y no me iré sin cerrar el trato, Fran.

–Solo mi familia y amigos me llaman así. Para los demás soy Francisca Guzmán –siseo.

Maldito gringo engreído.

–Hemos hablado tantas veces por teléfono que ya siento que somos amigos.

–No lo somos –digo cortante–. Y tampoco he accedido a una reunión personal. Te estás tomando atribuciones que no deberías, americano.

Guiña un ojo en dirección de mi hermana, haciéndola reír. –Y lo seguiré haciendo, mexicana –devuelve–. Me tomaré todas las atribuciones hasta conseguir lo que quiero.

–Persistente.

–No has visto nada aún –amenaza mientras se saca la chaqueta.

Me tenso y aferro el arma con más fuerza en mi mano. Se mueve lentamente, dejándome ver que no está armado.

–Vaya –susurra Inés mirando con la boca abierta los tatuajes que suben por sus enormes brazos.

Son tan grandes que estoy segura que debe levantar pesas todos los días.

Levanta sus manos, mostrándome que no es un peligro y se gira. Mis ojos se van a su trasero de inmediato.

Inés golpea mis costillas con su codo, sin despegar sus ojos de ese trasero.

–Vengo en son de paz. Pero eso no quiere decir que me iré sin lo que deseo, mexicana –advierte. Toma su chaqueta y camina hacia la puerta–. Nos veremos pronto, señoritas.

En cuánto se va mi hermana golpea mi brazo.

–¡Qué hombre! ¿Viste ese trasero?, ¿ese cuerazo? Lo que daría por tener uno de esos.

–Es un engreído.

–Tiene con qué serlo. Dios santo, que cuerpazo.

Cojo su rostro en mis manos. –¿Estás bien?

–Ahora estoy perfecta.

–Sabía que era una trampa.

–Sí, está bien, tenías razón –admite–. Podrías aceptar el trato con Dante y agregar una cláusula que diga que él me pertenece, por favor –pide arrodillándose en el suelo con las manos en posición de rezar.

–¡Estás loca, Nessy! –digo riendo–. Es muy mayor para ti.

–Por favor –insiste y me persigue por el bar arrodillada–. Si no me lo das, deberías dejártelo para ti.

–Me voy a casar –digo enseñándole mi anillo, pero no hay nada en mi mano–. Mierda, mi anillo no está. Estaba hace unos minutos –me quejo y me arrodillo al igual que mi hermana y comienzo a buscarlo por todo el bar–. Daniel me matará. Tuvo que haberle costado una fortuna.

Mi hermana pone los ojos en blanco. –Lo dudo, Fran.

Busco entre los cuerpos que yacen en el suelo del bar, pensando en mis movimientos. Sé que los tenía cuando me estaba sacando los anillos que me dio papá y ahora no está.

No pudo haber desaparecido, lo tenía cuando saludé a Dante.

–Maldito americano –gruño enfurecida–. Él lo tomó.

–No puedes estar segura.

–Lo estoy. Me distraje cuando tomó mi mano porque…–Callo al recordar la corriente que sentí–. No importa por qué. Solo sé que él lo tiene.

Nessy se levanta del suelo. –Bueno, él no se irá hasta conseguir lo del contrato. Imagino que si tanto quieres recuperar el anillo, podrás hacerlo. Aunque si yo fuera tú me lo pensaría mejor. Quizá que pierdas el anillo es una señal.

–Sí, es una señal. No debo bajar la guardia con él nunca más. Esta vez yo lo encontraré y recuperaré mi anillo, ya lo verás.

–Lo que digas, hermanita –devuelve Inés–. Vamos a casa. Tengo hambre. El imbécil ni siquiera me invitó a comer un helado –agrega mirando uno de los cuerpos con desagrado–. Karma instantáneo –murmura antes de darle una patada al chico, que imagino es quien la invitó a salir.

Pobre del hombre que alguna vez se enamore de mi hermana.

Salimos y está Dante sentado en la moto con mi anillo en su mano.

–Si quieres recuperar este pedazo de porquería, imagino que nos veremos pronto –dice antes de acelerar y perderse en la carretera.

–¡Maldito cabrón! –grito disgustada.

Recuperaré mi anillo aunque sea lo último que haga.

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