Todo estaba oscuro, parecía que se estuviera hundiendo en brea por lo espeso que se sentía. Aunque quisiera moverse, sus movimientos eran muy lentos, así mismo, poco a poco la extraña sustancia ingresaba a sus pulmones, dejándola sin oxígeno.
"Creo que voy a morir"
Fue lo que pensó sintiendo un pesadez tan asfixiante que ya no tuvo más energía para seguir continuando. Fue allí que tuvo un último recuerdo, un fragmento de su pasado amargo, en donde se encontraba en la misma iglesia que había sido lugar donde ella y su anterior esposo se habían casado.
"¿Por qué me engañaste con otro?"
Fue la pregunta que le hizo su exesposo, mientras la observaba con cara acongojada, mientras ella estaba amordazada siendo juzgada por el padre y los jueces. Había despertado en la cama, con claras señales de infidelidad en su cuerpo; sin embargo, en vez de darle tiempo para defenderse, la familia de su esposo la entregó de inmediato a las autoridades y había comenzado el proceso de divorcio sin permitirle defensa alguna.
Frunció el ceño en ese momento, aunque no sabía si lo estaba haciendo en realidad o era solo una ilusión de su ya condenada alma. Fue allí que hizo memoria de cómo fue que pasó por muchos abusos y por el divorcio, sin siquiera tener la oportunidad de decir alguna palabra para defenderse.
Unos meses antes
Su delgado cuerpo inerte contrastaba con su abultado vientre, mientras la luz de la luna iluminaba la podrida celda en la que la habían encerrado. Para el público general, debido a su estado de salud, se suponía que la hijastra del juez estaba en monasterio recuperándose gracias al aire puro de las montañas; no obstante, nadie sabía que era su padrastro quien la tenía encerrada en contra de su voluntad.
Toda su vida se basó en hacer lo que su madre, una viuda de tres hijos, quería para complacer a su marido. El cual era "bueno", ya que no solo la ayudaba con ellos, sino que también pagaba todo en la casa, incluyendo los alimentos que ella consumía. Sin embargo, aquel hombre tenía un secreto, un mórbido gusto por las niñas vírgenes las cuales deseaba justo cuando tenían su primera menstruación.
Su madre lo sabía, por lo que se lo comunicó a él, justo cuando ella dejó de tener su primera menstruación a los doce años. Por consiguiente, una noche mientras estaba en su habitación, sospechosamente separada de la de su abuelo y sus hermanos, el hombre intentó accederla carnalmente. Como pudo, se liberó de su agarre y fue en búsqueda de su madre.
La mujer se hizo la loca, y protegió a su esposo, el cual estaba por ser asesinado por su abuelo. De tan solo recordar aquello y como su abuelo, antes de morir, intentó protegerla casándola con un hombre "bueno", su corazón se partía más de lo que ya estaba.
Justo esa noche, luego de recobrar la consciencia, se encontraba desnuda en el piso frío, encadenada de manos a pies, mientras el hombre que seguía siendo su padrastro terminaba de colocarse su ropa luego de haberla abusado de nuevo.
—¡Eres tan hermosa!—dijo el hombre de sesenta años besándola, para luego morder su labio con fuerza—¿Por qué la ballena de tu madre no puede tener tu belleza? Debiste dejarte ser mi mujer cuando tenías doce años, ¿Por qué no me dejaste quitarte tu virginidad? ¡Esto es consecuencia de tus actos!
Con una sonrisa, el hombre mordió uno de sus pechos para dejar una marca en su mayor "trofeo" antes de irse del calabozo, escondido en el bosque, en un carruaje oscuro, el cual pasaba desapercibido entre los árboles. Con una sonrisa, el hombre gordo y moreno, con cabello casi canoso, sonreía malicioso.
El haber hecho que ella, su obsesión desde niña, pasara la noche sin saberlo con un hombre desconocido, para ser descubierta por la familia conservadora de su esposo, fue suficiente para que fuera divorciada y enviada de regreso a casa.
Siendo un respetado juez, casi perdió su empleo por culpa de la mocosa y su abuelo. Pero juró vengarse y hacerla suya, así como debió haberlo hecho cuando ella era una niña. Fue fácil liberarse en su momento, alegando que ella era una rebelde que solo estaba celosa de su madre y enamorada de él, pero ahora que no tenía a nadie, la disfrutaría a más no poder.
—Ojalá tenga una niña esa idiota—dijo en un susurro mientras fumaba de su pipa—¡Haré también mía a su hija!
Mientras tanto, en el limbo de los muertos, un hombre encadenado observaba todo con asco. Si él se suponía era el villano, ¿Dónde quedaba ese hombre? No obstante, seguía sin entender cómo estaba relacionada esa mujer con él.
Lo único que podía ver a lo lejos, era un hermoso e inmenso árbol plateado, rodeado de un divino jardín. Mientras tanto su alma, separada de ese mundo por una línea roja, estaba encadenada y condenada a vagar en el limbo de los muertos, antes de ser enviada al infierno.
¿Cuál había sido su pecado para estar allí? ¿Él se ambicioso? ¡Era el próximo heredero al puesto de gran maestro! Lo único que quería era hacer que su clan creciera y muchos de sus familiares, incluyendo su hermano gemelo, terminaron por oponérsele debido a sus métodos crueles y extremistas. Muchos perecieron por su propia mano, incluyendo a su padre, quien en un intentando de detenerlo terminó siendo asesinado por un trampa que el mismo puso.
De tan solo recordar lo último que vio en vida, en su lucha contra su hermano, en lo más alto de su templo, mientras este clavaba una daga en su corazón, le daba tanta risa como furia. No podía creer que su hermano lloraba, con su cuerpo temblando, mientras le daba fin a su existencia.
"¡Lo siento! ¡Lo siento tanto, hermano!", exclamó su gemelo con lágrimas en todo su rostro "juro que intenté salvarte, solo los dioses saben lo mucho que quería evitar esto...al final no pude cumplir la promesa de padre, al final no fui capaz de liberarte de tu propia maldad."
Fueron las palabras que escuchó antes de dar su último suspiro, no podía creer tanta contradicción. Su hermano, el heredero después de él, ¿De verdad le dolía la muerte de su mayor competencia? Seguía sin creerlo, ¡No quería hacerlo!
No fue sino hasta que la luz del árbol se intensificó, que levantó su mirada hasta este. Sentía que en cualquier momento, en ese plano espiritual que ambos se encontraba, sería testigo de aquello que pocos con la capacidad de ver lo divino podían hacer. Estaba seguro de que presenciaría un edicto divino.
"Tomas, parricida por derecho propio, cuyas manos posee sangre de tu sangre...¿Estás consciente de lo que has hecho? ¡Eres merecedor de un puesto en el infierno"
El hombre frunció el ceño, si bien no se sentía culpable de intentar aumentar la gloria de su clan, el hecho de ser llamado asesino de padres lo sacudió de una forma que él no pudo explicar.
"Si aceptas el trato, no solo te permitiré corregir tus errores, sino que también evitarás entrar al infierno"
"¿Qué tengo que hacer?"
"Salvarla"
Dicho eso, el dios en forma de árbol convocó otro espejo frente al hombre, el cual observó en su reflejo solo oscuridad; sin embargo, tras unos segundos, un destello plateado invadió el vidrio y tras hacerse menos fuerte, le permitió observar la imagen de la mujer moribunda, sin cabello y con muchos moretones. Mientras un hombre se encontraba encima de ella, para luego levantarse.
"Los bebés en su vientre son tus hijos, Tomas"
Aquella respuesta por parte del dios lo dejó más impactado, no recordaba haber estado con alguna mujer y haber dejado su semilla en ella. Cuando tenía intimidad, siempre procuraba que todas las mujeres bebieran antes y después una pócima anticonceptiva, ¿Cómo era posible aquello entonces?
El fresco de la mañana anunció un nuevo día y el cantar de las aves solo fue un cruel recordatorio de que ellas podían disfrutar de su libertad en comparación a su persona.
Con cuidado, se sentó un poco, mientras palpaba su vientre. No sabía cómo, pero su embarazo seguía desarrollándose con una extraña luz en su interior que ella solo podía ver. Pensando que tal vez era eso que la vida en su interior había aguantado a su tortura, decidió no seguir preguntando más.
Su carcelero, como todas las mañanas, le traía su comida. La cuál solo consistía en galletas y aguas. Al menos lo estaba alimentando con comida podrida que podía hacerle daño a su hijo.
Luego de comer la única comida que le daban al día, como sus cadenas eran largas, se acercó a un cubo donde hizo sus necesidades. No podía ni bañarse, ella misma se daba asco pero a su padrastro eso no le importaba.
Lo que hubiera deseado era más agua, tenía tanta sed, pero si pedía más de lo que le daban seguro golpearian su vientre.
Sin nada más que poder hacer, se sentó en un rincón esperando de nuevo a la noche y así otra visita más de su torturador. A los minutos comenzó a sentir fiebre y luego espasmos que sintió que desgarrarian su vientre.
Fue entonces que se asustó al ver como por sus piernas corría sangre, pensando que había perdido lo único bueno que tenía.
—Bebé, no dejes a mami sola—acarició su adolorido vientre—mami no quiero estar sola.
Comenzó a llorar mientras veía todo a su alrededor ponerse oscuro, tan oscuro como la noche más pura. Aunque si el bebé se iba, al menos se salvaría de una existencia peor que la suya.
Sintiendo que el dolor aumentaba cada vez más, con lágrimas en los ojos y una fuerte fiebre, perdió la consciencia mientras daba unas últimas caricias a su hijo no nato.
Fue así que en el mundo de las pesadillas, aún más cruel que los propios humanos, le hizo revivir una y mil veces la relación que tuvo con su esposo.
No había podido darle hijos, a causa de sus períodos tan irregulares. Aquello provocó que cuando ella cumpliera 18 años, seis después de haber contraído matrimonio, fuera catalogada como una mujer infértil.
Por todos los medios intentó arreglar su matrimonio, pero los constantes tratos de su suegra exigían una segunda esposa para cumplir el deber de dar descendencia.
Nunca supo Como, pero una noche de regreso de la iglesia, terminó siendo amordazada y sin consciencia alguna. Para luego terminar despertándose en una habitación de un hostal barato, con clara señales de haber tenido intimidad.
Hubiera deseado morir siendo lapidada como una mujer infiel, que el hecho de haber sido obligada a divorciarse y volver al lado de aquel hombre que le haría la vida un infierno.
Sin embargo, su cuerpo vagando en las oscuras aguas del mar de pesadillas, escuchó como los sonidos de espadas e insultos se desataban a su alrededor.
Sin saber que estaba pasando, y sin siquiera poder observar algo, sintió como alguien aflojaba el agarre en sus manos y pies, para luego levantarla.
“¿El ángel de la muerte se estará llevando su alma?”
Pensó mientras unas fuertes ganas de llorar la embriagaban. Si aquello fuera cierto, al menos la muerte sería más justa que la vida.
“¡Mi señor! ¡Debemos tratarla! Está entrando en labor de parto”
Se extrañó ante aquellas palabras, ¿Ella entrando en labor de parto? Lo último que vio fue sangre descender por sus piernas, estaba seguro que aquella era una mentira producto del delirio de su fiebre.
Mientras tanto, en el mundo real, Tomas había despertado de un largo sueño tras pactar con el dios que lo trajo de vuelta a la vida. Su padre, el gran maestro de las tierras de hielo, estaba preocupado por su hijo mayor; no obstante, verlo de pie, arreglándose para salir con varios de sus hombres, lo dejó anonadado.
—¡Hijo, apenas te estás recuperando!—dijo su padre al ver como este se subió a su caballo—duraste una semana inconsciente por tu herida en el hombro, ¿A dónde crees que vas aun convaleciente?
—A buscar a la madre de tus nietos—respondió el hombre de cabello y ojos negros como la noche.
—¡Tomas!—gritó pero su hijo se había ido del templo seguido de sus escoltas—¿Dijo madre de mis nietos?
Gracias a las especificaciones del dios, pudo encontrar el lugar donde ella estaba encerrada. Un calabozo subterráneo que colindaba entre la frontera de las tierras heladas y el valle de la eterna primavera.
El lugar, por su cercanía a las tierras de su padre, conocidas por ser cruelmente frías, era un lugar perfecto para cometer lo más bajos crímenes en el reino.
Encendiendo una bengala mágica dio la señal a un carruaje que venía tras ellos, de acercarse lo más pronto posible a su ubicación. Había encontrado al fin el lugar donde esa mujer estaba capturada.
—¡Joder! ¡Qué asco!—exclamó vomitando al igual que sus hombres.
Luego de haber matado fácilmente a los custodios del lugar, jamás pensó encontrarse con una escena tan deplorable. Peor que las cárceles, peor que los establos o corrales de cerdo.
El olor era tan inmundo que tuvo que congelarse un poco las fosas nasales para evitar oler tanto. Fue entonces que la vio, a la mujer ubicada en la única celda del calabozo. A aquella que increíblemente, pese a parecer un muerto terminal, aun seguía viva con sus hijos en su vientre.
Después de cargarla, viendo que pesaba menos que una almohada, la sacó del lugar donde la esperaba un grupo de magos médicos y parteras. Todos quedaron horrorizados, hasta pensaron que la mujer ya había muerto.
Fue entonces que pudieron notar que aun estaba viva, pero estado era crítico, sumado al hecho de que ya había comenzado a entrar en labor de parto.
—Joven amo, haremos lo posible para salvarla—dijo la partera principal después de que la ingresaran en el carruaje—pero en el caso dado, debido a su condición tan mala, ¿A quién debemos darle la prioridad?
El, un guerrero y ninja experto, que se ganó el alías de Bi-Han por su poder del hielo, se quedó pasmado un segundo. Había llegado con la convicción de salvarla, y a sus hijos también, pero nunca pensó que debería tomar esa decisión. Siendo que por ella el dios accedió a traerlo de regreso, ¿A quién debía darle prioridad?
Tomas observó por varios segundos a la mujer, quien estaba siendo atendida en una camilla especial dentro del carruaje. Aunque si bien podía dejar que ella muriera en pro de sus hijos, debía salvarla a ella, con base al acuerdo que hizo inicialmente con el dios.
—¡Sálvenlos a todos!—ordenó antes de ponerse en marcha.
La procesión de caballos, liderados por Tomas, mientras custodiaban el carruaje, se sintió en todas las aldeas aledañas e inclusive en el propio templo donde su padre y hermano pudieron sentir las vibraciones tan fuertes que estos producían en la tierra; sin embargo, lo que más sorprendió fue que este, conocido por su semblante de roca en situaciones difíciles, tuviera una mirada tan oscura que heló hasta la sangre de su propio padre.
Todo el ala donde estaba la habitación fue inaccesible para todos, solo se permitía el paso del gran maestro si este de verdad lo deseaba; sin embargo, Tomas, quien lo había dejado en el total misterio, no tuvo de otra que acudir a despacho para rendir cuentas en lo que la mujer era atendida.
—¡¿Cómo que no recuerdas cuándo te acostaste con ella?!—preguntó anonadado su padre.
—Tienen mi misma firma mágica esos dos niños en su vientre, por lo que sé que son mis hijos—respondió su hijo mayor mirando por la ventana—solo eso debe ser suficiente para reconocerlos, ¿No es usted quien nos ha inculcado hacernos responsables de nuestros actos?
Tanto su hermano como su padre se quedaron sin habla, si bien tenía el mismo semblante amargado y serio, algo en su gesto y actitud lo caracterizaba del Tomas anterior. Como si el casi haber muerto en ese atentado que lo dejó en cama por varios días, le hubiera cambiado algo en su interior.
—Ese no es el problema, hijo—expresó su padre acariciando sus sienes—¿Puedes...
Intentó preguntarle sobre cómo la encontró; sin embargo, toques apresurados en su puerta los interrumpieron. Fue así que se enteraron, por parte de uno de los magos auxiliares, de la noticia del nacimiento de dos gemelos idénticos; sin embargo, también supieron de la muerte de su madre.
—¡¿Cómo que´no pudieron salvarla?!—arrinconó Tomas, de un golpe, contra la pared al mago—¡Es la madre de mis hijos! ¡Les dije que también la salvaran!
—Mi señor—intentó hablar, pero le faltaba el aire.
Fue allí que su hermano intervino, tocando su brazo para que lo liberaba. Si quería explicaciones no podía irse en contra de los que le habían salvado la vida a quienes eran ahora sus sobrinos.
—¡Habla!—ordenó su padre al ver como su hijo iba rumbo a la habitación.
Una vez ingresó, se encontró con una escena más dantesca que la del calabozo. Aquella moribunda mujer yacía en la cama, con el vientre suturado a causa de una cesárea que tuvieron que hacerle para sacar a los bebés.
Debido a su mal estado, era imposible que ella diera a luz de la manera tradicional, por lo que tuvieron que hacer algo nuevo para salvar la vida de los tres; no obstante, fue el mismo desangramiento lo que provocó que ella exhalara su último aliento.
Al acercarse un poco más, terminó por manchar su bota con la sangre de la mujer; sin embargo, al darse la vuelta, notó como en la habitación contigua se escuchaban los llantos de los dos bebés.
Fue gracias a eso que entendió lo que debía hacer, aunque fuera en contra de su voluntad, si no quería ir al infierno, habiendo ya un espacio con su nombre en este, debía estar dispuesto a todo por la vida de la madre de sus hijos.
"¡Joder! ¡Yo, el futuro gran maestro, salvándole la vida a una plebeya común y corriente! ¡Qué ironía!"
Dicho eso, colocó recta sus piernas y con sus manos sacó de un punto, bajo su ombligo, su cristal mágico, el cual dividió en dos. Si aun tenía suerte, debido a que había muerto hacía solo unos segundos, pudiera salvarle la vida si le daba la mitad de su cristal mágico, aunque eso implicara que se quedara sin al menos más de la mitad de su energía mágica.
Unas horas después, cuando el proceso terminó, la mujer logró volver a respirar; sin embargo, debido a su condición física y perdida de sangre, no despertaría hasta un buen rato. Fue entonces que Tomas, pálido a más no poder, salió a su habitación, que se encontraba frente a la de ella y vomitó todo lo que había consumido. No solo estaba asqueado por lo que había visto en el calabozo, sino que el perder la mitad de su cristal provocó mucha debilidad en él.
Mientras tanto, su hermano y padre se encontraban en la habitación de los bebés recién nacidos. Ambos, niños idénticos, gemelos al igual que su padre y tío, se encontraba en buenas condiciones pese a lo duro que fue su tiempo en el vientre y que casi mueren en el parto.
—De acuerdo a la placenta, mi lord—habló el jefe de los magos médicos—ya sus nietos se encontraban listos para venir al mundo; sin embargo, a causa de la malnutrición de la madre, estos muestran un desarrollo de un bebé de tan solo cinco meses.
—¡¿Cinco meses?!—preguntó asustado mientras veía a los dos niños juntos en una cuna—¿Cómo es que están vivos, pequeños míos?
Extendió su dedo para acariciar la mejilla de uno de ellos, el cual se encontraba dormido mientras su hermanito lo veía con los ojos sospechosamente abiertos. Cuando el bebé dormilón sintió el tacto de su abuelo, se rio entre sueños, pero aquello provocó que su hermanito llorara un poco. Intentando calmarlo, su abuelo colocó su otra mano para también acariciarlo, provocando que este terminara por calmarse y dormirse.
—Igualitos a ti y a tu hermano cuando competían porque los mimara—dijo aguantando la risa.
—Herencia, ¿Supongo?—respondió su segundo hijo con una sonrisa.
—¿Ahora qué procede?—preguntó mientras se separaba de ellos—¿Podrán mis nietos sobrevivir a la helada que se avecina?
Con dolor, el mago líder negó con la cabeza. Si bien estaban intentando controlar la temperatura de aquella habitación, a causa del frío extremo, si fueran bebés más fuertes, tuvieran mayores posibilidades. No obstante, no sabría a ciencia cierta con la helada infernal que se avecinaba y duraría un mes.
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