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Mi Jefe Y Yo

Capitulo 1

.../EL ODIOSO JEFE/...

Poppy

La vida. Lo que siempre dicen que tenemos que disfrutar y, siendo sincera, es muy cierto. Tenemos que disfrutar la vida al máximo, pero parece que quien no se da cuenta es mi aburridor jefe. Un hombre fastidioso, muy abrumador y con un temperamento espantoso de los mil demonios.

¡Ay, sí!

Podría parecer el típico cliché de una secretaria y su jefe; donde el jefe como es tan amable y cortés le invita

hamburguesas con Sprite a su secretaria, porque le parece linda y sabe que se esfuerza en su trabajo —y además porque la ha dejado hasta tarde trabajando y de seguro tiene hambre—, y también se llevan de maravilla. Bueno, en realidad no tan cliché.

Aunque, la realidad es que no es así, el mío ni un vaso de agua me ofrece, el condenado ese.

Mi jefe me quería tanto que por esa razón estaba un lunes en la noche trabajando hasta tarde. ¡Ay, qué lindo era mi jefe! ¿No creen?

«Ojalá te caigas y te rompas una pierna, Nicholas Kuesel» gritó mi fuero interno, y me sorprendió lo irritado que se escuchaba.

Sentí la tentación de cerrar los ojos y acostarme a dormir, aunque fuera encima del escritorio, pero sabía perfectamente que no podía darme ese lujo. Y mucho menos con las expectantes y fulminadoras miradas que mi “querido jefe” me lanzaba desde su oficina.

—¡Dios, solo quiero llegar a casa y acostarme a dormir...! —murmuré poniendo mi cabeza encima del escritorio.

—Halper, entre menos pereza haga más rápido tendré el informe y así podrá marcharse a casa, ¿no cree? —Su voz a través del teléfono inalámbrico me hizo sobresaltar.

Giré la mirada hacia su oficina y al ver cómo me observaba inmediatamente me puse a trabajar.

No llevaba más de quince minutos cuando miré la hora en la parte inferior derecha de la computadora y mi esa pereza que quería se fuera, volvió casi instantáneamente. Eran las once de la noche y yo aún no terminaba el bendito informe.

«¡Por el amor de Dios, hacía tres horas debí haber salido

del trabajo!» En ese momento debería estar en mi quinto sueño.

Sé que estaba sonando como una holgazana a la cual parecía que no le gusta hacer nada de nada, pero como

empleada debía hacer valer mis derechos.

«Claro que sí, cómo de que no» afirmó mi mente con orgullo.

El informe no era la gran cosa, pero era algo importante para un cliente, y como mi Nicholas Kuesel confiaba tanto en mí, por eso me pidió —tal vez ordenó sea la palabra correcta—, que realizará el informe yo.

«Falta poco, falta poco. Punto final, punto final»

Punto final.

Al haber puesto punto final al último párrafo del informe me sentí aliviada y una alegría de traía un descanso implícito me albergó. Ahora sí podría irme a casa a descansar del ajetreado día y de mi jefe. En realidad, de mi jefe.

Minutos después de tener impreso el informe, me levanté del escritorio y me dirigí hasta la oficina del psicópata guapo, así era como lo había apodado en secreto. Era guapo, no obstante, su temperamento y sus gritos, lo hacían ante mí, un psicópata. Tal vez el calificativo no fuera el más adecuado, pero ya no había marcha atrás.

Cuando llegué, toqué dos veces a la puerta.

—Siga —ordenó desde el otro lado.

Acaté y con los hombros rígidos, entré. La oficina de Nicholas Kuesel era, para mí, demasiado fascinante como para con su personalidad. La gigantesca ventana que daba una espléndida vista de la ciudad era encantadora. Las dos plantas que tenía en dos rincones le daba ese toque casual. Y su escritorio, el aterciopelado sofá que estaba por ahí ubicado, y los demás objetos eran recatados, por lo que sabían darle esa pulcra elegancia que lo identificaba.

Aunque no me miraba, le dediqué una fingida sonrisa llena de amabilidad. Una amabilidad que estaba lejos de sentir, porque en ese momento sentía ganas de propinarle un golpe con el informe que tenía en las manos.

—Señor Kuesel, ya he terminado el informe —le avisé.

—Déjelo ahí, en la mesa —pidió mientras observaba y tecleaba en el computador. Sus ojos claros brillaron por la intensa luz de la laptop, y realmente odié que fuera guapo. Podía ser un fastidioso, todo lo que quisiera, pero era jodidamente guapo, y yo odiaba tener que admitirlo.

Con sumo cuidado me acerqué y dejé el informe donde me había indicado.

Al volverme a hacer en la posición de antes sentí gran incomodidad en el ambiente. Él, con su silencio, me estaba haciendo poner nerviosa. Sintiendo que si no decía nada sería consumida por la impaciencia y las ganas de descansar, dije:

—Si no, es más, me voy.

Él asintió levemente con la cabeza sin mirarme. Me di la vuelta para poder irme y, cuando estaba a punto de salir de aquel sofocante lugar, su varonil voz me detuvo en seco. ¿Ahora que más quería el psicópata guapo? ¿Ponerme a trabajar hasta la madrugada?

Esa idea podía parecer descabellada, pero imposible no era.

—Que pase una feliz noche, Halper —dijo, haciendo que me sorprendiera por la manera en la que había pronunciado aquella simple frase. Imposible que no dijera buenas noches al menos por cortesía.

—Gracias. —Y sin decir más, salí del lugar, rezando llegar rápido a casa.

Media hora después me estaba bajando del autobús. Al estar en el andén el gélido viento de aquella brillante noche golpeó mi rostro y luego de alborotar mi cabello con delicadeza, se fue. Llegué hasta el edificio en el que vivía con mi mamá y mi hermana pequeña desde hacía

varios años.

Mientras caminaba pedía que mamá no fuera a estar despierta o, seguramente, me daría un regaño y una clase exclusiva del por qué debía cuidar mi salud y debía dormir a la hora adecuada. Y al final terminaría diciendo que iría a hablar con mi jefe, algo que ambas sabíamos, nunca pasaría.

Llegué hasta el apartamento y con sumo cuidado introduje la llave en la cerradura, haciendo que la puerta emitiera un chirrido al abrirse. Las luces estaban apagadas. El profundo silencio me indicó que, seguramente, mamá debía estar en su quinto sueño.

Cerré la puerta con lentitud y me dirigí hasta mi habitación, tratando de no hacer ruido.

—Ufff... —suspiré cerrando la puerta con el pie—. Qué día.

De camino a la cama me quité los incómodos tacones que me tenían los pies adoloridos y después los tiré por doquier. Con una pequeña sonrisa de alivio ensanchada a mi rostro, me lancé a la cama llena de cansancio e irritación. Pensé en quitarme la ropa y ponerme el pijama, pero el cansancio que tenía me ganó, haciendo que mis ojos se cerraran segundos después de haber puesto la cabeza sobre la almohada.

[...]

«¡Por el amor de Dios, voy a llegar tarde al trabajo!»

Corría con las pocas fuerzas que me quedaban, pues desde que me había bajado de la parada de autobús me había tocado salir corriendo. Había sido tal mi cansancio en la noche que me levanté tarde y ahora estaba sufriendo las consecuencias. Llegaría tarde al trabajo y mi adorado jefe me daría un delicado regaño que se escucharía hasta la Patagonia.

Subí el ascensor casi a trompicones a la vez que me acomodaba el tacón del pie derecho que se me había salido. Tenía el cabello un poco desaliñado y alborotado, una pequeña capa de sudor me recorría la frente haciéndome parecer un completo desastre.

Cuando el ascensor paró salí corriendo inmediatamente hasta mi escritorio. Y tal y como lo había predicho, minutos después me encontraba en la oficina de Nicholas Kuesel, recibiendo un pequeño y delicado grito.

—Halper, ¿acaso cree qué puede llegar a la hora que se le da la gana? —me preguntó, cruzándose de brazos a la vez que me observaba con su fría mirada habitual.

—Lo siento, de verdad —me encogí de hombros, apenada. Como secretaria debía ser una de las primeras personas en llegar a la empresa, pero realmente era casi la última—. Es que hubo un accidente de tráfico y...

No me dejó terminar.

—¡¿Otro?! —exclamó con ironía—. Halper, esta es la quinta vez en el año que me dice lo mismo. ¿Es que acaso usted es propensa a los accidentes de tráfico o qué?

No dije nada.

—Sus excusas son tan baratas, si va a mentirme debería al menos hacerlo bien y no con tanta estupidez. O podría al menos tener el valor de decir que se quedó dormida.

Lo miré con los ojos abiertos como platos y la manera tan obvia en la que me observó me dejó entrever que mi expresión se lo había confirmado.

—Prometo que será la última vez que llegó tarde —dije, con la cabeza inclinada.

—Eso espero, Halper —me observó—. Puede volver a su trabajo.

Asentí con la cabeza y salí de la oficina.

—¿Puede volver a su trabajo? —murmuré para mí misma mientras caminaba en dirección de mi escritorio—. Puaf, ni siquiera me había dejado llegar cuando ya me tenía allá, encerrada, regañándome como un psicópata.

La mañana había transcurrido como todas las mañanas de trabajo; ajetreada, llena de papeleo, citas por concertar, llamadas telefónicas donde en muchas ocasiones eran patanes y documentos por actualizar. Ahora estaba en la cafetería de la empresa hablando con Camila, mi mejor amiga, sobre mi última cita, la cual había sido planeada por mi mamá. Y, al final, un total fracaso.

—¿Y entonces?, ¿qué paso?

—¿Qué paso de qué? —Tomé un sorbo de la lata de Sprite fría y la miré.

—Ay —dijo como si fuera obvio—, pues con tu cita gorda.

Fruncí el entrecejo.

—No le digas así, ante todo merece respeto.

—Anda, tenía dinero, entonces era una cita gorda, ¿no? ¿Por qué no lo aceptaste? —Bebió un sorbo de su café amargo, mirándome por encima de la taza.

—Sí, tenía dinero y mucho, pero como le dije a mamá: “No pienso salir con un tipo que cree que por tener dinero puede obtenerlo todo fácilmente y que, a pesar de ser feo, tiene la mentalidad de un pez”.

Era cierto, aquella cita había sido una de las peores citas que mamá hubiera podido hacerme. Comprendía las razones y la manera tan genuina, aunque no tan genuina como ella quería hacerme pensar realmente, por las que lo hacía. Pero sus opciones eran fatales.

—Estoy harta de que mamá se empeñe en buscarme a alguien cuando claramente sabe que aún no quiero a nadie —dije, irritada.

Camila me observó con atención y una mirada llena de preocupación habitó sus ojos.

—¿Ya has tratado de hablar con ella?

—Sí, pero al final siempre termina llorando y diciendo que lo único que quiere es lo mejor para mí. Que no habría nada que la hiciera más feliz que verme al lado de un hombre que me amé —suspiré y hundí mi cabeza en la mesa, abrumada—. Pero ella no entiende que eso me aburre.

Camila golpeteó mi hombro levemente y dijo:

—Deberías hablar con ella y ser firme.

—Lo he intentado, pero es mi mamá y no quiero que se sienta mal.

—Pero ya estás grande, eres mayor de edad y puedes decir por ti misma —aclaró, usando su tono severo—. Eres Poppy Halper, la chica que le rompió la cara a Melissa la más malota de secundaria, la mujer que dura haciendo horas extras, la secretaria que da lo mejor de sí y que es capaz de soportar al sexy y abrumador de nuestro jefe, Nicholas Kuesel. ¿Quién es esa Poppy Halper, fuerte y valiente?

—Soy yo —respondí sin mucho ánimo mientras levantaba el dedo índice.

—¿Quién es? —inquirió con insistencia.

—¡Soy yo! —exclamé con decisión.

—¡Sí, eres tú, reina apoteósica y diva!

Mi seguridad había vuelto gracias a Camila. Bueno, no tanto, pero en aquel momento me había sentido más capaz y segura de mí misma que en cualquier ocasión.

Eso fue hasta que...

—¡Ese informe es como un montón de mierda, Halper! —exclamó mi jefe mientras movía en el aire el informe que había durado haciendo en las horas extras la noche anterior—. ¡¿Acaso cree que con eso convenceremos al cliente?!

No respondí nada, solo me encogí de hombros y me permití respirar.

—¿Tan cansada estaba que no pudo hacer bien un maldito informe? —Se levantó abruptamente de la silla y tiró el informe a la mesa con brusquedad—. Esto demuestra lo incompetente que es, Halper.

¿Qué?

¡¿Pero qué carajos se creía?!

Una cosa es que yo fuera su secretaria, y otra muy distinta es que me tratara como se le viniera en gana.

—¿Incompetente? —inquirí trastornada.

—Sí, incompetente —respondió sin tapujos.

—Señor Kuesel, déjeme decirle que, aunque el informe no haya quedado como usted quería, que es algo que le pido disculpas, no hay razón para que me diga incompetente —le expliqué con una amabilidad que en ese momento estaba lejos de sentir.

—Ah, ¿no? —Su mirada me retaba.

—No.

—Saqué su celular y busqué qué significa incompetente.

Hice lo que me dijo, y después de buscar la palabra que había dicho, le pregunté:

—¿Lo leo en voz alta?

—Sí, por favor. —Se sentó a esperar la lectura con los brazos cruzados.

—La incompetencia es una propiedad comúnmente asociada a los seres humanos en la que no se puede cumplir una tarea asignada por falta de conocimiento o habilidad para completarla.

Su silencio y su fija mirada hicieron que sintiera que tenía toda la razón.  Desgraciado, psicópata del carajo.

—Halper, nuestro cliente necesita confianza y que vea que puede confiar en nosotros porque le damos seguridad y las razones necesarias para confiar en nosotros. Ellos no necesitan copias baratas como las demás —terminó alzando la voz, agobiado—. Vuelva a hacer ese informe y me lo entrega mañana a primera hora, ¿entendió, Halper?

Asentí levemente con la cabeza.

—Sí, señor. —Y encogida de hombros salí de aquella detestable oficina a la cual nunca iba para escuchar cosas buenas sino solamente regaños y abrumadores gritos— ¿Un montón de mierda? —me pregunté para mí misma.

Al poner un pie fuera de esa oficina vi a un par de mis compañeros observándome de reojo, seguramente lo habían escuchado todo. Es que realmente era imposible que no escucharán los gritos de aquel loco.

Bien, ahora tenía que volver a quedarme hasta tarde y todo por un informe. Es que, ¡por el amor de Dios! me daban ganas de golpearle la cara con ese mismo informe y gritarle que era de lo peor, que no sabía valorar esfuerzo alguno.

Una hora después la hora de salida había llegado y yo aún estaba en la biblioteca buscando un informe que me habían recomendado para poder hacer el mío nuevamente y que quedará excelente como el loco ese lo quería.

Llevaba un buen rato buscándolo, pero no lo encontraba. Me acerqué a la última estantería que me hacía falta por revisar y lo encontré. Estaba en la última repisa, donde no lo alcanzaba. Cogí una silla, la acomodé frente a la estantería, me subí en ella y me estiré de puntitas con la intención de bajar el informe.

—Déjeme ayudarla. —Su voz, lo que menos quería oír, se pronunció con dualidad.

—No hace falta —respondí indiferente, sabiendo que estaba detrás de mí.

De repente, la silla las ruedas de la silla se movieron, lo que ocasionó que perdiera el equilibrio de mi propio cuerpo. No me di cuenta del momento exacto en el que comencé a caer.

—¡Aaaaaah! —grité, presa del pánico.

—¡Cuidado!

Si has llegado hasta acá porque te ha gustado, quiero agradecerte un montón por darle una gran oportunidad a esta historia. Prometo esforzarme y hacer que te sientas a gusto.

¡THANKS!

Capítulo 2

.../BESO DULCE PERO POR ERROR/...

Poppy

—¡Cuidado!

Sentí mi caída como un tipo de cámara lenta, recibiendo un buen golpe. Lo último que vi antes de cerrar los ojos fue el rostro sorprendido de alguien observándome. Impactaría en el suelo, pero mi pensamiento se vio interrumpido cuando me llevé al dueño de aquella mirada por delante de mí y, segundos después, me sentí encima suyo.

Inconscientemente, mis labios impactaron contra los de esa persona, haciendo que un corrientazo martirizante me recorriera todo el cuerpo. Y, por si fuera poco, sentí mis manos encima de su torso duro y musculoso, el cual se sentía a través de la delgada tela de traje que tenía.

Sabiendo que no sería nada bueno, abrí lentamente los ojos y al ver el rostro de él… mi jefe tan cerca de mí, sus labios junto a los míos y su mirada puesta sobre mí, me sobresalté instantáneamente. Sin pensarlo dos veces me moví de encima de él hacia un lado como si su cercanía quemara.

Sus ojos abiertos como platos eran la clara imagen de que estaba igual de sorprendido que yo.

—¡Qu-qué...! —balbuceé algo nerviosa—. ¡No era mi intención, de verdad! —dije con rapidez negando con las manos.

Él no dijo nada, solamente se limitó a mirarme mientras con una mano tocaba sus labios, sorprendido.

Momento de silencio.

Ninguno dijo nada, solo nos quedamos viéndonos por un largo e incómodo momento que parecía nunca tener fin.

«Entre todas las personas de este edificio, ¿tenía que ser él precisamente?» me pregunté mentalmente.

Mi subconsciente aún no procesaba lo ocurrido, mi corazón latía desbocado y mi mente no mandaba señales de movimiento a mi cuerpo. Estaba en shock. Y una pregunta rondaba mi mente: ¿Había besado al psicópata de mi jefe, Nicholas Kuesel, realmente?

Nicholas se levantó y, después de dedicarme una fugaz mirada, se dio la vuelta y se desapareció. Y allí quedé yo; estupefacta y anonadada por lo ocurrido. Segundos después, tuve el valor para levantarme, ver el informe por que el cual había ido allí y por el cual me había caído. Con las piernas temblando como gelatina, me agaché y lo recogí.

Encogida de hombros y con el informe pegado junto a mi pecho salí de la biblioteca, aún nerviosa.

Llegué hasta mi escritorio y con la misma pregunta rondando mi cabeza empecé a corregir aquel informe que él había dicho que me había quedado como un montón de mierda.

Me sentía extraña, aquel beso había sido... cómo podría explicarlo... No encontraba la palabra adecuada.

El reloj marcó las ocho de la noche. Mis compañeros empezaron a salir entre risas y bromas; eran muy sociables entre ellos y aquello era algo agradable, ya que nunca había discordias y entre todos nos ayudábamos.

Estaba tan perdida en mis pensamientos y a la vez tan concentrada en el trabajo que no me di cuenta el momento exacto en el que Camila se acercó a mí.

—¿Ya te vas? —me preguntó con una sonrisa.

—No puedo —negué con la cabeza.

—¿Por qué? —frunció el ceño.

—Tengo que terminar este informe. Además, tengo que entregarlo mañana en la mañana —respondí, suspirando y bostezando.

—Entonces, me voy. —Asentí con la cabeza.

Camila se fue y el edificio quedó sin persona alguna a la vista. Los únicos que quedábamos en aquel grande edificio éramos mi jefe y yo, lo cual no era para nada bonito. De vez en cuando miraba de reojo la oficina de Nicholas y no sabía el porqué de mi atención tan interesada. Bueno, tal vez sí lo sabía, aún me sentía desorientada por aquel tonto y abrupto beso sin sentido.

«Te has dado un pico con el psicópata de Nicholas Kuesel, y te ha gustado» dijo mi mente de repente.

«No» contesté.

«Sí, sí te gustado»

«Bueno, sí. Sí me ha gustado, ¿vale?»

Mi mente a veces no colaboraba y aquello era uno de sus problemas.

Los minutos empezaron a pasar con una lentitud que se me hizo eterna. Pero, sabía que, aunque el tiempo pasará rápido no valía de nada si yo no terminaba ese informe que me tenía harta hasta la médula.

Me levanté del escritorio y fui por una lata de Sprite a la nevera de refrescos que quedaba en la planta baja de descanso, la cual nuestro querido Nicholas Kuesel había mandado a hacer para que sus empleados pudieran descansar cuando les placiera y que así pudieran rendir al cien por cien.

Nicholas

«Has besado a tu secretaria» Esa afirmación hizo que cada fibra de mi cuerpo temblara.

«Yo no la bese» me obligué a asegurar para no sentirlo tan real.

«¡Te has besado con Poppy Halper, tu bendita secretaria! ¡Y te ha gustado»

«A mí, no»

«Sí, claro, como no»

¡Agh!

Pasé mis manos por mi espeso pelo y traté de concentrarme en el trabajo que tenía delante de mí en la computadora, lo cual no estaba consiguiendo, porque mi condenada mente no hacía nada más que recordarme aquel inesperado y espontáneo beso que, accidentalmente, había compartido con Poppy Halper.

No, no podía concentrarme. Y no lo lograría.

Levanté la mirada hacia el reloj que había en la pared al lado de la puerta y sus diminutas manecillas marcaron las nueve y treinta de la noche. El tiempo había pasado demasiado rápido pero, a la vez, combinado con un martirio sepulcral con aquel pequeño rose que parecía seguir intacto en mis labios, evocando esa misma extraña sensación que me invadió.

Ojeé la ventana para ver si veía rastro alguno de Poppy, pero no la vi cerca. Solo segundos después la vi acercarse con una lata de Sprite en la mano antes de sentarse frente al escritorio. Después de darle un sorbo a la lata miró su computador y suspiró, cansada y abrumada.

«Debe estar cansada» titubeó mi subconsciente.

«¿Y a ti qué te importa? ¿Acaso olvidas que ella te odia?»

Ah, sí, verdad.

Para nadie era un secreto que Poppy Halper, mi secretaria de tres largos años, lo que equivale a mil noventa y cinco días, y la secretaria que todo CEO quisiera en su empresa por lo eficaz que era, me odiaba a morir.

Aunque en la tarde le había dicho que era una persona incompetente, la verdad es que era muy eficaz y pendiente de casi todo, casi. Por lo que no me arrepentía de haberla contratado.

El tiempo pasó tan demasiado rápido que al volver a ojear el reloj ya marcaba las diez de la noche. Y mientras me había dejado llevar por mis pensamientos había logrado terminar mi trabajo. Ya podía irme a descansar con total tranquilidad.

Volví a mirar a través de la ventana de la oficina y observé que bostezaba llena cansancio.

Me levanté del escritorio, me puse la chaqueta y salí de la oficina. Lentamente me acerqué hasta Poppy y la miré fijamente.

—Debería irse a casa —dije, antes de meter las manos metidas en los bolsillos del pantalón.

Ella levantó su mirada y sus claros ojos cafés se clavaron en mí.

—No he terminado el informe —respondió antes de volver la mirada al computador.

Suspiré, frustrado.

Esa mujer era demasiado terca y orgullosa como para ceder, por lo que tendría que acudir a hablarle con tono firme.

—No es una opción, es una orden, Halper.

—No es una opción, es una orden... —me imitó en voz baja, creyendo que no la escucharía.

—¿Dijo algo, Halper? —levanté las cejas intrigado y sonriente en mi interior porque sabía lo que diría a continuación.

Poppy levantó nuevamente la mirada hacia mí, haciéndose la sorprendida antes de negar rápidamente con la cabeza.

—No, claro que no.

—Guardé sus cosas y vaya a descansar.

—Pero es que no he terminado el informe.

—No se preocupe, me lo puede entregar pasado mañana —le aseguré,

Sabía que si me iba adelante ella fingiría que se iría también, pero no sería así, ella luego se devolvería y se quedaría hasta tarde terminando el informe. Lo sabía a ciencia cierta porque en varias ocasiones lo había hecho cuando le había aconsejado que lo mejor era que se fuera a descansar. Por eso decidí devolverme a mi oficina y esperar hasta que se fuera.

Observé cómo se levantó del escritorio, guardó sus cosas y con parsimonia entró al ascensor. Al verla desaparecer suspiré aliviado y... ¡Carajo! ¡¿Por qué me preocupaba tanto?!

«Porque es mi secretaria. ¡Por Dios, solo es eso!» me dije.

Sí, solo era eso y nada más.

Poppy

«Psicópata, Nicholas Kuesel»

Cuando llegué al apartamento solté un suspiro lleno de alivio. Al entrar vi a mamá y a mi hermana Lily sentadas en el comedor, viendo una revista, de esas que ellas siempre solían comprar para estar informadas sobre sus famosos favoritos y chismes de la semana.

—Hola —dije entrando para después de cerrar la puerta tras de mí.

Las dos mujeres me voltearon a ver y me dedicaron una radiante sonrisa que aprecié y guardé en mi corazón.

—Hija mía, ¿cómo te fue? —me preguntó mamá levantándose de la silla, se acercó hasta mí y depositó un cálido beso en mi frente.

—¡Poppy! —exclamó Lily con alegría—, al fin llegas. Creí que lo harías más tarde.

—Lo mismo pensé —agregó mamá dirigiéndose a la cocina a preparar un poco de té.

Cuando mamá estuvo en la cocina preparando su adictivo té, Lily y yo nos quedamos en el comedor. Me miraba de una manera tan extraña que presentí que quería decirme algo. Su insistente mirada me lo indicó.

—Poppy, mira esto —movió la revista que tenía en la mano—, pero sin que mamá se dé cuenta. No he permitido que lo vea porque sé cómo se pondrá.

Sin pensarlo, me acerqué hasta ella y tomé la revista, la cual me entregó en una página en específico, que tenía como título: "James Miller, el nuevo CEO que está creando un gran revuelo en el sector de los videojuegos". Debajo del título estaba la foto de la persona de la que se mencionaba. Al ver nuevamente su rostro sentí aquella grieta que yo había creído que había sanado, pareció volver a abrirse.

Miré a Lily con algo de tristeza y le dediqué una pequeña sonrisa antes dejar la revista en la mesa con languidez.

—Me alegró por él —me obligué a decir.

Y sin decir más me levanté de la silla y me fui a mi habitación.

Sentí los ojos llorosos y la grieta nuevamente abierta. Al llegar, no prendí la luz, me tumbé en la cama y sin esperarlo de mis ojos empezó a salir aquel líquido que muchos odiamos, que muchos consideramos una debilidad para el ser humano, algo que otros consideran de fuertes y valientes, pero que sin esperarlo sale sin control cuando realmente necesitas hacerlo. Estaba llorando.

¿Por qué? ¿Por qué tenía que ver su rostro otra vez? Quería borrar su recuerdo y olvidar que en algún momento lo amé, y que fui su... esposa.

Dos pequeños golpecitos en la puerta me hicieron volver a la realidad.

—Poppy, ¿te encuentras bien? ¿Puedo pasar?

—La voz de Lily a través de la puerta me reconfortó.

—Pasa, Lily.

Me senté en la cama y con el dorso de la mano derecha limpié mis ojos. Lily se sentó junto a mí, puso una mano en mi espalda, frotándola pausadamente.

—No llores, sé que eres una mujer valiente. No te preocupes —comentó con tranquilidad.

—Fue mi culpa —contesté entre sollozos.

—No, no lo fue —aseguró.

—Quiero ser fuerte, fui yo quien le terminó, no lo comprendo. ¿Por qué ahora duele? ¿Lo seguiré amando, Lily?

Ella guardó silencio, pensativa. Tal vez, tanto ella como yo, tratábamos de buscar respuestas a mis preguntas. Las cuales no encontrábamos.

Segundos después se atrevió a hablar con lentitud.

—Tal vez sea porque cuando se ama o amó de verdad, cualquier cosa relacionada con la otra persona nos afecta de una u otra manera, fortuito. Y no quiere decir que aún lo ames, simplemente que tu corazón aún guarda los recuerdos de lo que una vez fue bonito y se mezcla con la pregunta de incertidumbre que nos hacemos: ¿Qué habría pasado si? Y duele aún más cuando se quieren borrar los recuerdos y el pasado vuelve haciendo sobresaltar todo eso.

Me alegraba que hubiera logrado su sueño, y realmente lo hacía. Pero... era inevitable no recordar todo aquello que se había vivido y que habíamos creído bonito y de la nada se había destruido. No lo amaba igual que antes, me lo decía mi corazón, pero no olvidaba su grato recuerdo. Y eso aún dolía.

Un fuerte dolor invadió mi cabeza, recosté la cabeza en el hombro de Lily mientras ella con su cariño afectivo me consolaba. Debía ser al revés. Debía ser yo quien la consolara en ese momento, no ella a mí. No debía ser así. Tal vez el consuelo no busca edad. Y el dolor tampoco.

—Gracias... —susurré.

—No es nada, Poppy —respondió.

Capítulo 3

.../PASADO/...

Poppy

A la mañana siguiente me había levantado temprano, ya que no quería que mamá viera que había estado llorando la noche anterior y me hiciera una larga lista de preguntas que tal vez no sabría ni cómo responder.

Gracias a lo buena madrugadora que había sido, había llegado temprano a la oficina y, por lo visto, el psicópata guapo de mi jefe aún no llegaba al trabajo como solía hacerlo con esa impecable puntualidad.

Supe que tenía tiempo como para bajar y tomarme una lata de Sprite para poder espabilarme.

Bajé hasta el piso de descanso y me dirigí a la nevera, saqué una lata de Sprite y después me senté en uno de los sofás que había al lado de la grande ventana que daba una perfecta vista de la ciudad.

Como había dicho, el piso de descanso era muy bonito, y cuando lo veías te era imposible pensar que Nicholas Kuesel fuera un insoportable e irritable de primera. Pero, era raro, solía ser más insoportable conmigo. Tal vez fuera porque era su secretaria y eso conllevaba mucho más cargo.

La primera vez que vi a Nicholas jamás se me cruzó por la cabeza que él fuera a ser mi jefe.

» Recuerdo que iba a llegar tarde a mi entrevista de trabajo y una capa diminuta de sudor ocupaba mi frente, parecía un desastre andante. También me había lastimado el pie al bajarme del autobús por culpa de los tacones e iba con ojeras de los mil demonios.

» A lo lejos visualicé que el ascensor estaba a punto de cerrarse por lo que no vi más opción que pedirle a la persona que estaba dentro que lo detuviera.

»—¡Alto! —grité.

» Las puertas se abrieron de golpe justo en el momento en el que llegaba. El rostro de un hombre con unas facciones interesantes y los ojos más hermosos que hubiera podido ver se hallaba frente a escasos metros de mí.

» Sonreí y entré al ascensor sintiendo un corrientazo recorrer mi cuerpo con intensidad.

»—Buenos días —saludé, sonriendo.

» Pero no recibí respuesta alguna, el hombre miraba al frente con neutralidad y una manera que me dio un escalofrío.

» «Que maleducado» pensé con indignación.

» El ascensor se detuvo en un piso y el hombre se acomodó la corbata con una elegancia que me entretuvo. Comenzó a caminar hacia la salida, pero se detuvo, giró la cabeza y clavó su mirada en mí, haciéndome sentir pequeña.

»—Buenos días, señorita. —Sonrió.

» Inconscientemente, asentí levemente con la cabeza a la vez que el hombre se iba dando unas largas y a la vez lentas zancadas.

» «Sí voy a trabajar acá tengo que hacer reír a ese hombre» me aseguré antes de que el hombre se perdiera de mi campo de visión.

Era irónico y de tan solo pensarlo me causaba risa. Yo queriendo hacerlo sonreír de seguido y lo único que había logrado hasta el momento era sacarle las peores jaquecas, de seguido. Qué podía decir, era mi don.

Minutos después tres compañeras de la planta de registros entraron a la sala y se sentaron en una mesa después de haberse servido un café que, para mi gusto, estaba demasiado cargado.

—¿Sí vieron? —preguntó una, llamando la atención de las otras dos—. Hoy el señor Kuesel llegó tarde, algo muy extraño en él.

—Al menos no fui la única que vio ese momento —agregó otra antes de darle un sorbo a su café.

—¿De verdad? —preguntó la última, sorprendida—. Pero eso es imposible de creer.

—Tal vez parezca imposible de creer, querida, pero yo lo vi con estos dos bonitos ojos —se señaló las cuencas de los ojos como si de verdad fueran los más bonitos y lo que contaba lo más importante.

¿Nicholas ya había llegado? ¿Y tarde?

Me esforcé por no prestar atención a la charla que estaban teniendo las tres mujeres como si fuera lo último del mundo. Bueno, aunque siendo sincera, Nicholas nunca llegaba tarde, ya que él decía que debía ser el principal en brindar ejemplo a sus trabajadores. Pero para todo había una primera vez, ¿no?

Pensaba hacer de cuenta que no había escuchado nada y que no me importaba, pero lo que dijo una de ellas a continuación me dejó intrigada y con ganas de quererme unir al cotilleo.

—Sí, y eso no es todo —siguió—: Su aspecto no era el de siempre; tenía el cabello alborotado, la chaqueta y la camisa estaban un poco desordenadas y la corbata la traía en la mano y se le veían ojeras. Es como si no hubiese dormido en toda la noche. Aunque eso no le quitaba su encanto, claro —terminó suspirando como una enamorada.

Disimuladamente, me acerqué hasta ellas sin que se dieran cuenta. La charla se estaba poniendo cada vez más interesante.

—¿Será qué estuvo con alguna mujer? —preguntó una haciendo que un silencio se instalara en el lugar.

—No tengo pruebas, pero tampoco dudas —respondió la otra.

La duda me empezó a invadir y muchas preguntas absurdas empezaron a surgir de la nada, como si lo que hiciera él fuera mi problema. ¿De verdad había estado con una mujer anoche? Vale, sí, eran preguntas que no tenían nada que ver conmigo, lo sé, pero qué importaba.

«¡Aaaaah! ¿Y a ti qué carajos te importa lo que ese psicópata haga o deje de hacer?» me recriminé.

Qué importaba, chisme era chisme.

Sacudí mi cabeza para borrar aquellos pensamientos y, sin que se dieran cuenta de que había estado escuchado su conversación, me levanté de la mesa y volví a mi puesto de trabajo. Aunque no quería, la duda aún seguía en mí y renacía con mucha más intensidad.

¿De verdad Nicholas había estado con una mujer?

De todas maneras, eso no me incumbía a mí. Lo único que había pasado era que nos habíamos dado un beso inconscientemente y sin querer. Eso no significaba nada. No era para estar así.

Ojeé la oficina de Nicholas y al ver que las cortinas estaban abiertas confirmé que ya había llegado. Me senté en mi escritorio y seguí con el informe que no había terminado y debía entregarle pasado mañana a primera hora.

Nicholas

La cabeza me dolía y los ojos me ardían con intensidad. Constantemente, pasaba la mano por mi pelo y trataba de concentrarme en lo que tenía que hacer para ese día.

No había podido dormir en toda la noche a causa de que, cuando cerraba los ojos para así poder dormirme, mi traidora mente proyectaba la figura de una menuda mujer risueña encima de mí, con sus labios pegados a los míos y su tacto ardiendo en mí.

Poppy Halper.

Había sido un martirio total.

Tenía mucho trabajo que hacer y no lograba concentrarme con la facilidad de siempre. Es más, el trabajo me gustaba más que cualquier cosa.

Era el dueño de una de las aplicaciones de mensajería y red social más famosa y exitosa del momento: Lite Chat. La había fundado con mi compañero Liam cuando estábamos en la universidad. El quinto aniversario sería ese año y aquello traía una responsabilidad grande consigo. Y, aunque compartía las responsabilidades con un extenso grupo de personas que me ayudaban, la responsabilidad mayor era la mía, pues debía velar por ciertos asuntos de la aplicación y ver qué extensión podíamos darle para su aniversario.

Me gustaba mi trabajo, como tampoco iba a negar que solía estresarme cuando algo no salía como yo quería o no podía darle la mayor concentración a lo que estaba haciendo, como en ese momento.

Alguien tocó a la puerta.

Estresado, puse las manos en mi cabeza y solté un hondo suspiro.

—Adelante —dije.

Alguien entró y la puerta se cerró con cierta parsimonia.

—¡Hey, viejo! —Apreté los ojos, era Liam—. ¿Cómo estás? —se sentó frente a mí.

Lo miré y suspiré.

—Bien —respondí a la vez que llevaba mi cabeza hacia atrás.

—¿Bien? —inquirió—. Pues eso no dice tu aspecto de los mil demonios, viejo.

—Solo estoy cansado, no logré dormir en toda la noche. Nada más.

—¿Y eso? ¿Nuevo amor o mucho trabajo? —preguntó jocoso.

Volví la cabeza al centro y le dediqué una mirada fulminante. Liam amaba burlarse de mis desgracias y yo detestaba que lo hiciera. Lo conocí cuando tuve que irme a vivir con mis abuelos en la mansión Kuesel, él era hijo de uno de los magnates de petróleo más importantes en ese entonces. No tenía amigos, por lo que mi manera de socializar con los demás era torpe, pero con Liam todo fue diferente. Él era diferente.

Una noche, cuando ya me iba a dormir, vi una silueta entre los arbustos que quedaban frente a la vente. No negaré que me asusté, y mucho más cuando la idea de que se tratara de un ladrón invadió mi mente. Pero mi tranquilidad volvió cuando el rostro de un chico de mi edad, con el cabello castaño alborotado y un rasguño en la mejilla derecha se plantó frente a la ventana y me dedicó una gran sonrisa.

Y, aunque mi tranquilidad regresó, yo le cerré las cortinas en la cara antes de irme a acostar. Pero, segundos después, el remordimiento de culpa me invadió. Cuando me acerqué a la ventana lo encontré sonriendo y cuando la abrí para preguntarle qué quería se abalanzó adentro.

Su razón fue tan absurda y a la vez tan fascinante que me quedé perplejo. Él se había colado dentro de la mansión para poder conocerme y ser mi amigo.

—¿A qué viniste? —espeté volviendo a la realidad.

—Tranquilo, viejo, soy tu amigo, solo pasaba a saludarte —fingió inocencia.

Levanté las cejas dándole a entender lo poco que le creía.

—Ajá, y yo me sé hacer el nudo de la corbata, ¿verdad?

Liam soltó una sonora carcajada.

—¿Terminaste? —le pregunté segundos después.

—No, espera —respondió entre risas.

Volví a levantar las cejas. Liam notó que no le veía ni un ápice de gracia a lo que yo había dicho y decidió seguirse riendo.

—Oye, no me mires así. Sabes que es gracioso porque tú realmente no te sabes hacer el nudo de la corbata. Y a todas estas, ¿cómo te hiciste hoy la corbata, Nicholas? O mejor dicho, ¿quién te la hizo? —Me ojeó con atención y yo me crucé de brazos con seriedad—. Oh, conque no te la has hecho.

Le dediqué una mirada de pocos amigos.

—Note.

—¿Note? —preguntó.

—No te importa —solté.

—Quien te ve desde lejos cree que eres muy seriecito, pero en realidad eres un inmaduro.

—¿Y tú no?

—¿Yo? —se señaló a la vez que ponía su expresión más seria—. Pero por supuesto que yo no, yo soy todo un maduro.

—Ajá.

—Sí.

—Liam, mira, mejor dime a qué viniste, porque no tengo ánimos como para lidiar con tus pésimas bromas el día de hoy.

—Vale —levantó las manos en señal de rendición—. Pero mis bromas son mucho mejores que las tuyas, eso sí, admítelo.

No lo iba a negar, como tampoco lo iba a admitir. Segundos después Liam parecía que pensaba algo, se acomodó en el asiento y supe que ahora sí sería serio.

—Iré directo al grano, Nicholas. Hay un CEO en el sector de videojuegos que quiere que trabajemos con él y al cual me he tomado la molestia de investigar. Se ha convertido en uno de los mejores en el sector de los videojuegos —dijo finalmente.

—¿Cómo se llama? —quise saber.

—James Miller, es casi nuevo en el sector, pero...

James Miller… su nombre me parecía conocido. Podía asegurar que lo había escuchado en alguna parte que no recordaba.

Lo interrumpí.

—¿Por qué deberíamos hacer negocios con él? —levanté una ceja, intrigado.

—Porque Game Star, su empresa, está teniendo uno de los mejores reconocimientos del momento y se está volviendo una de las mejores. Además —me observó—, dentro de poco será el quinto aniversario de Lite Chat. —Hizo una pequeña pausa analizando si había entendido sus palabras. Y claro que lo había hecho—. Además, tú habías comentado que te gustaría, para el quinto aniversario de Lite Chat, agregar juegos en línea.

Me quedé pensando. Liam sí me había escuchado esa vez y lo agradecía. Que Lite Chat tuviera juegos en línea había sido una de mis ideas más queridas, pero por ciertas razones no se había podido.

—Muy bien, ¿cuándo nos reunimos con él? —pregunté.

—Él dijo que, si podías, vendría mañana en la mañana —respondió.

—¿Hora en específico?

Sacó su reloj del bolsillo un reloj de oro que le había regalado una persona muy especial, pero al objeto ahora solo le quedaba la cabeza. Las manecillas se las había dañado borracho.

—Por ahí a las nueve de la mañana —guardó el reloj.

—Bien, le diré a mi secretaria que arreglé mi agenda. —Y en ese momento llevé la mirada hacia el escritorio de Poppy.

—Bien —dijo. Se levantó del asiento y sin decir nada se acercó a la puerta, iba a abrirla pero se detuvo, se giró a mí y agregó—: Pasa la corbata, te la voy a ayudar a poner.

Quise decirle algo, pero él iba a hacerme un favor, no debía despreciarlo. Me levanté de la silla, cogí la corbata y se la entregué. Mientras Liam hacía su trabajo yo me quedé quieto a la vez que observaba a Poppy con atención.

—Listo, campeón —me palmeó el pecho dos veces como si fuera un niño.

—Gracias, Liam.

Entonces, sin decir más, se alejó y caminó hacia la puerta.

—Ah, y Nicholas, deberías dejar ese amor que te destruye, Nicholas, no te hace bien; daña tu salud mental y acaba con tu estabilidad. Y te manda fatal al trabajo.

Habló con tanta seriedad que por poco le creo, sino hubiera sido porque al verse tan serio soltó una carcajada.

Cogí una hoja de papel, la aplasté y se la lancé con todas mis fuerzas.

—¡Lárgate!

Liam salió riéndose a sus anchas y yo quedé con el ceño fruncido, tratando de concentrarme en mi trabajo.

«Poppy...» susurró mi fuero interno con lentitud.

Su nombre llegó a mi mente de una manera fortuita e inesperada. ¡¿Pero qué carajos me estaba pasando con esa mujer?! Solo nos habíamos besado, y eso que había sido accidentalmente, por cierto.

Miré el teléfono inalámbrico y sin pensarlo le marqué.

—Dígame, señor Kuesel —respondió a través del teléfono.

—Necesito que ajuste mi agenda una reunión para mañana en la mañana, por favor —ordené.

—Sí, señor, ¿a qué hora?

—A las nueve y treinta de la mañana con el CEO Miller de Game Star.

—Bueno, señor.

—Gracias.

Poppy

El día había pasado rápido y sin pensarlo ya eran las ocho de la noche. Todos estábamos alistando nuestras cosas para salir del trabajo e irnos a descansar. Al terminar de alistar todas mis cosas me acerqué al ascensor, no sin antes echar un vistazo a la oficina de Nicholas y verificar que él aún no se iba.

Me encogí de hombros, solté un pequeño suspiro y salí.

Cuando llegó el autobús me subí. El trayecto fue agotador. Tener que estar apretujada junto a un montón de personas que solo les importaba su beneficio y tener que aguantar todos los olores posibles era algo a lo que aún no me acostumbraba, pero se soportaba, claro. Digamos que era más fan de las veces en las que el autobús estaba vacío, con pocas personas y el ambiente sumamente tranquilo.

Llegué hasta mi destino y me bajé.

Tomé aire y empecé a caminar directo al apartamento. Estaba atravesando un pequeño y bonito parque ecológico, mi parte favorita era el árbol de cerezo que había en medio de dos banquitos blancos, muy bonito todo, de hecho. Solía pasar por ahí constantemente para poder despejar un poco la mente. Al estar frente al árbol de cerezo comencé a parar lentamente, giré la mirada hacia el árbol y un doloroso recuerdo se proyectó en mi mente. Otra vez.

»—Tenemos que divorciarnos —había dicho cabizbaja.

»—¡¿Qué?!

»—Ya no podemos seguir juntos —mi voz se empezó a quebrar, como traté de ser lo más fuerte posible—. Este matrimonio ya no está funcionando.

»—Poppy, podemos arreglarlo, ¿dime en qué estoy fallando? —inquirió alterándose un poco.

»—James, sabes que no solo eres tú, soy yo también, somos los dos...

» —Por eso, dime, ¿en qué crees que estamos fallando, Poppy?

» Suspiré, estaba cansada, tanto física como mentalmente. No era solamente él, era yo también la del problema. Podía pensarlo mejor y retractarme de lo que le había dicho, pero ya no podía. No quería. Solo quería… descansar un poco.

» —James, tú más que nadie sabes en qué estamos fallando. Sabes que esto ya no nos llevará a ningún lado, que lo único que estamos haciendo es gastando nuestras pocas fuerzas en algo que creímos eterno, pero que ahora se está rompiendo.

»—Todo va a mejorar, te lo prometo —su voz también tendía a cortarse por momentos.

»—Sabes que no será así, lo sabes muy bien —soné dura, tal vez demasiado. Y hasta a mí me dolió.

»—¿Por qué no confías en mí? ¿Por qué no crees en mi sueño? —inquirió con insistencia.

»—¡Sí lo hago! —No lo soporté y comencé a llorar sin control—. James, no es tu sueño lo que me afecta, es todo lo que estás sacrificando por él —puse la cabeza en su pecho, queriendo buscar un ápice de protección, la cual no encontré. Entonces, empuñé las manos y comencé a golpear su pecho, levemente—. Esto ya no va a funcionar...

» Segundos después dejé de golpearlo y me alejé un tanto de él y, tratando de ser fuerte, dije:

»—Nos vamos a divorciar.

»—¡¿Qué...?!

» Me limpié las lágrimas de los ojos con el dorso de las manos, que me temblaban con insistencia.

»—No te preocupes, no tendrás que darme nada, solo... solo sal de mi vida, por favor... —Me di la vuelta, decidida a marcharme.

»—Pero, Poppy...

»— Espero que seas feliz y que cumplas tu sueño, James. —Y, sin decir más, me alejé de aquel lugar y de él. Aunque doliera. Aunque toda mi vida lo hiciera.

Aquel recuerdo me invadió y volvió a romper en mil pedazos mi corazón. Lo había amado tanto, que hasta creí que todo sería eterno. Parece hipócrita de mi parte sentir aquello, porque yo había sido la que le había terminado, pero tal vez había sido por un bien. Por su bien y por el mío. Mi padre había dicho una vez que amar también era alejarse si era necesario.

Y, como un rayo de luz, Nicholas Kuesel habitó mi mente con la primera sonrisa que me dedicó en aquel ascensor. Sonreí, como también me sentí confundida y aterrada.

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