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«Una Amante Por Contrato»

Capitulo 1

Advertencia ⚠️. Si eres de esos lectores sensibles, te recomiendo no leer la historia, ya que contiene escenas de maltrato a la mujer, sumisión, y engaños.

Ser obediente, y respetar a tu pareja sentimental, no significa soportar humillaciones, y maltratos.

Por favor, no olvides apoyarme. Gracias

...🩸«Sumisa Por Contrato» «La Amante Del Millonario»🩸...

...❤️«Una Amante Por Contrato»❤️...

Muriel se despidió de los presentes, y se disponía a partir. Miró el orfanato y sus alrededores, y sintió mucha nostalgia, ese fue el lugar que la vio crecer.

Beatriz pudo deducir la tristeza de la chica, y para darle ánimos, le dijo con amabilidad. “Podrás volver cuando quieras, cariño. Ahora vámonos”.

Se marcharon a la mansión Brown. Al llegar a dicho lugar, Muriel quedó maravillada con tantas bellezas. La casa era grande, con enormes ventanales, y una lujosa decoración.

La señora Beatriz estaba satisfecha con la esposa que había elegido para su hijo. Era obediente, decente, y muy devota de Dios.

Muriel contemplaba todo el lugar.

— Tu habitación será en el primer piso, hasta que en dos días contraiga matrimonio con Noah.

Al escuchar esas palabras, volteó y miró a la señora.— ¿Tan pronto? — preguntó.

— Entenderás que no puedes vivir, bajó el mismo techo que tu prometido, sin estar casados.

— Como ordene, señora.— dijo Muriel, e hizo una reverencia.

Muriel era una joven hermosa, inteligente, educada. Se había enamorado de Noah, pues era lo único que escuchaba a diario. “Debes ser obediente, amar y respetar a tu esposo”.

Para Noah, Muriel no le era indiferente, pero tampoco era su prioridad. Él había desarrollado una adicción por los juegos de azar, y sin darse cuenta, poco a poco, estaba acabando con su herencia, y de paso con la empresa familiar.

Dos días después se casaron. La boda fue sencilla, y un tanto aburrida. Muriel no soñaba con una gran fiesta, pero al menos con algo más colorido.

La joven sabía poco de sexo, pues de ese tema nadie le decía nada, lo único que escuchaba era que no se podía negar a ser tocada.

Después de casarse, se fueron de luna de miel. La noche de boda no tuvo nada en especial. De hecho, ella pensaba que el sexo era bueno, mágico, pero después de su experiencia, no entendía por qué eran necesarias las relaciones sexuales. Noah no fue caballeroso, la besó, y tomó su cuerpo sin ninguna caricia. Su primera vez fue dolorosa, quizás más de lo que imaginó.

Dos años después, la herencia Brown había desaparecido, y la empresa estaba en la quiebra. 

Una noche, la familia Brown, se encontraban en el comedor, cenando. Beatriz estaba molesta con su hijo, pues no cesaban las llamadas de abogados, los bancos, y de cobradores.

— Noah, me puedes explicar qué está sucediendo.— pidió Beatriz, alterada.

Noah tocó la mesa fuerte con ambas manos, luego se frotó las sienes, estaba verdaderamente frustrado. Las mujeres se exaltaron, por esa reacción inesperada.

— Hice un mal negocio, Mamá. Lo voy a resolver.— explicó mirando hacia el plato.

Muriel sabía que todas sus deudas eran consecuencias de los juegos. No le parecía justo que siguiera derrochando lo poco que les quedaba, pero no podía hacer nada.

— ¿Seguro que fue un mal negocio?— se atrevió a preguntar Muriel. Pregunta que después de algunos minutos, terminó lamentando. Los esposos entraron a su habitación. Ella, ajena al enojo de su esposo, se ofreció a quitarle los zapatos, pero un ardor en su mejilla, la hizo reaccionar.

Noah, después de abofetearla, la agarró por el cabello con fuerza, y le volvió a pegar. Esta vez, provocándole sangran por la nariz. No conforme, la sujetó por los antebrazos, ejerciendo presión.

— Jamás me vuelvas a cuestionar, no eres nadie.— le gritó fuerte y se retiró.

Muriel se dejó caer al suelo, y lloró amargamente. Nunca nadie la había golpeado. Sintió que no merecía ser tratada de esa manera. Fue la primera vez que la golpeó, pero no imaginó que esa sería la primera de muchas.

Tres años después, estaban totalmente en la ruina, perdieron la empresa, y no tenían empleadas domésticas. Muriel se encargaba de los quehaceres del hogar. Era una mujer infeliz, pero se adaptó a obedecer a Noah, pensó que de eso se trataba el matrimonio. 

— Muriel, cubre esos morados de tu rostro.— pidió Beatriz, sin darle importancia a los golpes, ya que eran frecuentes.

La joven estaba fregando los platos, escuchó esa voz autoritaria, y respiró profundo para no ser grosera. La señora Beatriz no hacía nada para defenderla.

— Dígale a su hijo que no me pegue.— dijo afligida.

— Eres una mala agradecida. Mi hijo está enfermo, ¿acaso no lo ves? — preguntó Beatriz, tratando de justificar a su amado hijo. En el fondo, eso era lo que ella quería creer.

Muriel sonrió con sarcasmo. “¿Enfermo? Admita que es un adicto a los juegos, y un abusador”, pensó la joven

— Lo siento, señora.— respondió para finalizar el tema.

Noah regresó a la mansión, después de una cena con uno de los pocos amigos que le quedaban, ya que debido a su evidentemente pobreza, todos le dieron la espalda.

— Hijo, regresaste temprano.— dijo Beatriz, acomodada en el sillón.

— ¿Dónde está Muriel?— preguntó quitando el saco.

— En la cocina lavando los platos. Gracias a Dios que la tenemos a ella, yo no soportaría estar limpiando.

Noah no hizo ningún comentario, y se dirigió a la cocina. Él la observó por varios minutos, ella lucia cansada, y los moretones del rostro eran muy notorios. Se acercó y la rodeó por la cintura.

— Perdóname, soy un imbécil, te prometo que no te vuelvo a golpear.

Capitulo 2

Ella cerró los ojos, deseaba que fuera cierto. Había escuchado esas palabras tantas veces, que ya no significaban nada. Todas sus promesas eran rotas cuando él regresaba de haber perdido una partida de juego.

— No pasa nada.— dijo ella, se giró hacia él y lo abrazó.

Noah le acarició el rostro, lamentó haberle pegado. Se portaba como un verdadero monstruo con ella, y no lo merecía.

— Amor, te conseguí trabajo, en el Banco Richardson.— dijo Noah, entusiasmado por la nueva entrada de dinero, al hogar.

El Banco Richardson, era el más importante, y contaba con muchas sucursales en todo el país. El dueño era el multimillonario, Yeikol Richardson.

— ¿En serio? ¿Y qué voy a hacer?— preguntó Muriel, porque nunca había trabajado en ningún lugar.

— Eres inteligente, y muy amable. Le pedí a mi amigo que te coloque en servicio al cliente.— Noah, lo único que buscaba era una entrada de dinero, y la forma de un préstamo fácil.

A Muriel le agradó la idea, por lo menos, no tenía que estar todo el día al lado de Beatriz, recibiendo órdenes como esclava. Suponía que la señora se encargaría de la casa si ella trabajaba.

— ¿Cómo que trabajar? ¿Quién hará los quehaceres de la casa?— preguntó Beatriz exaltada, quien había escuchado la conversación.

Los dos miraron a la señora. Él caminó hacia ella, la abrazó, le arregló un mechón de cabello que le caía en el rostro, y con tranquilidad, le contestó. — No te preocupes, madre, ella podrá con todo, es una mujer joven.

“Par de inconvenientes, cómo se supone que yo voy a poder con todo. Qué va a hacer la señora todo el día aquí. Dios, lléname de tu grandeza”. Pensó la joven.

El tiempo continuó pasando, había transcurrido un año. 

Muriel estaba en su lugar trabajo, cuando recibió una llamada de su suegra. Informándole de que, Noah, fue víctima de un brutal ataque, y estaba en el hospital. Ella se presentó en la oficina del gerente, para pedir un permiso.

El señor Pedro, gerente de la sucursal, era un hombre comprensivo, y muy generoso. Pero tenía límites en ciertos temas.

— Señora, Brown, no le puedo dar más dinero prestado.— dijo el señor, al dejarla pasar, sin escuchar su petición.

— No vine a pedir prestado. Necesito que me dé permiso, mi esposo está en el hospital.

Él se sintió apenado, la juzgó sin saber la situación. — Lo siento mucho. Tómese el tiempo que necesites. Puedes irse.

Ella salió deprisa, muy distraída por la noticia. Sin darse cuenta, chocó con alguien. Era un hombre, cuya fragancia era exquisita y embriagadora. Y su porte de caballero, prominente. Era nada más que el señor, Yeikol Richardson. Él la sujetó para evitar que cayera al suelo, puesto a qué, sus tacones no la ayudaron en ese instante. Muriel se aferró a los brazos de su jefe.

Ella volvió a tomar compostura, se acomodó la falda, y el cabello.

— Disculpe, señor.— dijo avergonzada.

— No se preocupe, ¿Estás bien? ¿La puedo ayudar en algo?— preguntó Yeikol, con amabilidad.

— Estoy bien, gracias.— respondió

— ¿Estás segura?

— Sí, señor. Permiso.— contestó y se retiró. “¡Dios mío! ¿Por qué me pasan estás cosas? ¿Qué va a pensar el señor Richardson de mí?”— se preguntó Muriel, mientras entraba al ascensor.

En el hospital, la señora Beatriz le informó lo concerniente a su hijo. Noah fue golpeado en el casino, por una deuda de juego. Los golpes recibidos fueron tan severos que quedó en silla de ruedas. Para volver a caminar, se requiere de una operación quirúrgica.

Si la vida de Muriel era un calvario con Noah completamente sano y sus extremidades en total funcionamiento, ahora vivirá un verdadero infierno. 

Otro año pasó. Muriel, a su veintiséis años, había sufrido todo tipo de maltrato de parte de su esposo. Aun así, seguía creyendo que era su deber estar a su lado. Ella trabajaba, al regresar a la mansión, tenía que hacer los quehaceres, la cena, y bañar a su esposo. 

Eres una inútil, no sirve para nada, poca cosa, malagradecida. Esas eran algunas de las palabras que escuchaba a diario de su esposo, y suegra.

Un lunes por la mañana, ella se despertó temprano, como todos los días. Preparó el desayuno, luego se arregló para ir a su trabajo. Noah la recorría con la mirada, mientras ella se ponía un poco de brillo en los labios. Verdaderamente, era una mujer hermosa y con un cuerpo envidiable. Él se lamentó porque no la podía poseer sexualmente.

— Acércate.— le pidió con malicia, y una sonrisa malévola apareció en su frío y perturbador rostro.

— No, por favor, otra vez no.— dijo nerviosa. Sus ojos se cristalizaron, y un nudo en el estómago, hizo que su cuerpo temblara. Quería salir corriendo y desaparecer.

— Te pedí que te acerques.— gritó con estruendo, y se sacó su frío miembro de su bóxer.

Ella, atemorizada, se acercó, ya sabía lo que se aproximaba. Él le jaló el cabello, y la obligó a hacerle sexo oral, pero era imposible tener una erección. Frustrado, y enojado, gritó fuerte. — Haz que funcione.

Ella succionaba sin ningún éxito, todo esfuerzo era inútil. La sensación de sentir esa parte de él en la boca, le provocaba asco, por la flacidez de la virilidad.

Él le pidió que se quitara la braga, ella, tristemente, accedió. Salvajemente, introdujo varios dedos en su parte íntima, era algo doloroso para ella, y no sentía ningún tipo de placer. Aunque no podía tener una erección, eso lo disfrutaba. La mordida, le hacía chupetones, la golpeaba, para sentirse bien. Cada vez que quería tener sexo y no podía, se desquitaba con ella.

Después de ver su cara roja, la soltó. Muriel entró al baño, lloró amargas lágrimas. “Dios, sé que son tus designios que yo esté aquí, pero alivia mis cargas”. Dijo entre lágrimas.

Era algo deplorable para la joven. Esa acción la hacía sentir humillada. Cuánto tenía que soportar.

Se volvió a duchar, y se cambió de ropa. Esta vez, se colocó una bufanda al rededor del cuello. Él le había dejado una marca.

Capitulo 3

Ella, al caminar, sintió una molestia en su zona íntima, pero no le dio importancia, sabía que en cuestión de horas desaparecería.

Noah la miró y sonrió satisfactoriamente. Para él era un placer verla adolorida.

Al salir de la habitación, se encontró con Beatriz.

— ¿Cuándo vas a pedir el préstamo para la operación de mi hijo? ¿Acaso no te importa que sea un impotente?

La señora Beatriz, siempre la escuchaba llorar, pero no intervenía. Decía que era su deber como esposa dejarse tocar. 

Muriel estaba dudando de si quería ver a su esposo caminar, de toda forma, él la seguiría maltratando. “¿Valdría la pena verlo de pie? ¿Dejará de abusar de mí?”.— se preguntó para sus adentros.

— Hoy voy a hablar con el gerente, pero dudo mucho que me preste esa cantidad de dinero. — le contestó a Beatriz.

— Inténtalo. Maldita, inútil.— resopló la señora, con una mirada aterradora.

Muriel omitió palabras, y se retiró.

Al llegar al banco, caminó deprisa para entrar al ascensor, antes de cerrarse la puerta, porque iba retrasada. Entró apresurada, y sin darse cuenta, la bufanda quedó atascada en la puerta, logrando que su marca en el cuello, quedara visible, antes los demás.

Su rostro se turnó pálido, no solo por su marca en el cuello, que había quedado al descubierto. Si no por las personas que se encontraban ahí. Era su jefe, y el asistente.— Buen día. Lo siento, señores.— dijo Muriel. ¡Santo Dios!— exclamó nerviosa.

Los dos hombres le dieron los buenos días, y la observaron mientras ella jalaba la bufanda con gran esfuerzo. El mayor de ellos le dijo; — Señora, le recomiendo esperar.

Ella hizo un gesto de rendimiento y dejó de jalar.

Yeikol Richardson le dedicó una mirada esquiva, pero la volvió a mirar de inmediato. Observó la marca en el cuello de la mujer, y sin saber si fue por placer, o dolor, se excitó. Se mordió el labio, y sacudió la cabeza, queriendo bloquear toda sensación de placer en su mente.

Salieron del ascensor, ella, rápidamente, se envolvió la bufanda, y se dirigió a su lugar de trabajo.

— Muriel, ¿por qué llegaste tan tarde? Sabes bien que al señor Pedro no le gusta el retraso, cuando viene el señor Richardson.— dijo Carlota, una de sus compañeras de trabajo.

Muriel, mientras organizaba sus herramientas de trabajo, susurró.— Espero que no se dé cuenta, porque se molestará conmigo, y eso no me conviene en este momento.

— ¿No me digas que quieres más dinero prestado?— preguntó Sofía. Al parecer su amiga tenía buen canal auditivo.

Muriel sonrió ligeramente.— Sí, mi esposo necesita esa operación.

Carlota se echó hacia atrás, en la silla reclinable, y la miró con una ceja levantada. ¿Por qué su amiga era tan tonta?.— Dios, ¿por qué eres tan buena? Ese hombre y esa señora, no merecen nada de ti.— comentó Carlota.

Muriel por un segundo le dio la razón a su compañera, ellos no merecían ningún sacrificio de su parte. Pero de toda manera era su familia.

— Carlota, Noah es mi esposo y como tal, debo luchar por él. — Ella no contaba nada su vida privada, pero un día sus amigas le hicieron la visita, y fueron echadas de la mansión como animales, por los Brown. Además, en algunas ocasiones veían los moretones en su piel, señales obvias de que era maltratada.

El señor Richardson, se presentaba a fin mes en todas las sucursales del banco. Le gustaba ver el reporte personalmente. Era un hombre muy respetuoso, jamás miraba a sus empleadas con insinuaciones, ni mantenía relaciones sentimentales con ninguna. Pero, después de ver la marca en el cuello de Muriel, se activó en él una necesidad enfermiza en todo su ser.

Yeikol tenía una oficina en todas las sucursales, para trabajar cómodamente. Entró al acogedor lugar, y se sentó en su sillón. Su mirada perdida en la pared, sus puños cerrados con fuerza sobre el escritorio, y sus mandíbulas apretadas, mostraban signo de ansiedad.

— ¿Qué le pasa, señor?— preguntó el señor Alfred.

— No aguanto más… Necesito saciar esta maldita necesidad.— contestó frustrado.

Alfred era un señor de cincuenta años. Una de las dos personas más cercana a Yeikol. Era su guardaespaldas personal, amigo, y confidente. Siempre estaba a su lado, a cada instante. Sabía todo acerca de su vida. Conocía cada detalle de la vida de su jefe. Le preocupaba ver a Yeikol intranquilo.

— ¿Quieres que viajemos a otro país?— preguntó Alfred.

Yeikol se quedó pensando por varios segundos. Era la primera vez que iba a tomar una decisión, dejándose llevar por su instinto. Miró a Alfred, y le contestó. — No, no vamos a viajar. Quiero que investigue todo acerca de esa mujer.

Alfred estaba sentado en el sofá, y se sorprendió al escuchar tal petición. Negó con la cabeza, era absurda esa orden.— ¿Habla de la mujer del ascensor? No, es una locura, con todo respeto, mi señor.

Yeikol se levantó y caminó hacia el ventanal. Su mente generaba pensamientos perversos. No podía controlar la sensación que le provocó ver aquella marca. Era la primera vez que algo así le sucedía y no sabía cómo reaccionar.

— Alfred, es una orden, obedece.— dijo Yeikol.

Yeikol Richardson, era uno de los hombres más millonarios del país, oh quizás si el más adinerado. Tenía treinta y dos años de edad. Sus únicas familias eran su asistente, Alfred, y su esposa, con quien llevaba cinco años de casado.

Su relación matrimonial era perfecta. Su esposa, una mujer excepcional. Modelo muy reconocida a nivel nacional e internacional, la señora Milena Pierre. Yeikol la amaba, era incapaz de hacerle daño, o de tratarla con brusquedad. Por esa razón, buscaba otras mujeres, para saciar sus más pervertidos deseos. Cabe destacar, que esas mujeres eran de otros países, y no conocían la vida de Yeikol Richardson, el multimillonario y dueño del Banco central. Solo eran contratadas y bien pagadas por sus servicios.

Alfred sabía la urgencia que tenía su jefe por una sumisa. Sin embargo, no podía dejarlo tomar una decisión que, en un futuro, sea una catástrofe.

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