Italia.
Uno de los países donde conviven las mafias y dinastías del crimen más peligrosas del mundo. Un mundo oculto para el ojo público.
Organizaciones y carteles, hay muchos de por sí, y en esta historia nos vamos a centrar en una familia dedicada al crimen, aunque todavía no hablaremos de ellos...
Iniciemos por el principio, para eso debemos introducir a otra familia: Los Lindroich.
Si los mirabas de lejos, se veían como una familia común y corriente. Y no, no eran apariencias, ellos en verdad eran normales, felices. Los Lindroich no cargaban ningún peso criminal sobre sus hombros.
Eso fue hasta el día en que asesinaron a uno de los suyos.
En el año 2000, la cabeza de la casa Lindroich, esposo y padre de familia fue asesinado a sangre fría por un sicario.
Su familia quedó devastada al enterarse de la muerte de un ser preciado, por obvias razones. Dando inicio a una temporada de llanto, duelo e investigaciones policíacas que no llegaron a ningún lado.
El único que no demostró rastro de dolor durante todo ese tiempo fue el hijo mayor del fallecido: Makar Lindroich, puesto que su tristeza había sido reemplazada por una gran furia y sed de venganza.
Pasaron los meses, y cada vez se hacía más evidente que la policía se había rendido con el caso. Se excusaban diciendo que fue un crimen perfecto, ejecutado por un profesional. A partir de ese momento, Makar Lindroich decidió manejar el caso en sus propias manos y vengar la muerte de su padre.
Comenzó a investigar, y tras muchas indagaciones finalmente descubrió que el responsable era un hombre que aparentaba ser humilde a los ojos de la gente, pero en realidad, tenía una doble vida que se ganaba como sicario.
Con estos datos acumulados, Makar Lindroich lo vió todo claramente y decidió prepararse para castigar al culpable.
El sicario vivía con su familia en un pueblo rural alejado de la civilización más cercana, debido a que ellos, supuestamente, eran personas que siempre habían vivido en el campo y les disgustaba el sonido de las grandes ciudades.
Makar Lindroich descubrió que la familia del sicario solo estaba conformada por su mujer, la cual había dado a luz a un bebé hace poco. Y a pesar de ganarse la vida como sicario desde hacía años, su mujer no tenía ni idea de ello, ya que fingía trabajar como carpintero para no levantar sospechas.
Una tarde, el sicario recibió una llamada anónima en su casa:
—Si el pueblo pide sangre, es su deber derramarla...
—Habla el carpintero, ¿Qué necesita? —Respondió el hombre. Debido a que estaba con su mujer en la misma habitación, debía disimular.
—Necesito sus servicios, venga ante mí lo más rápido posible. —Habló aquella voz desesperada al otro lado de la línea. —Mi hermano ha sido secuestrado, y solo usted es capaz de ayudarme.
El sicario frunció el ceño confundido, no era nada común que lo llamaran a una misión de rescate... y mucho menos confiable.
—Claro, entiendo… —El hombre esperó a que su mujer le quitara la vista de encima para después carraspear y susurrar. —¿Y qué hay de la ley?
—No confío en la ley. —Refutó la voz anónima.
—Está bien, envíeme la dirección. —Luego de eso, el hombre cortó la llamada.
—¿Otro trabajo? —Preguntó su mujer, arrullando al bebé.
—Si, me debo ir ahora. Ciao, tesoro. —Se despidió dándole un beso en la frente.
—Ciao, amore mio… No llegues tarde.
El hombre salió de su casa, subió a su motocicleta y partió en dirección a la ubicación encomendada.
El punto de reunión se trataba de una construcción abandonada. El sicario se extrañó, pero tampoco se le hizo extraño aquel punto de encuentro. Era discreto.
Decidió entrar, percatándose de la oscuridad que cubría su visión, lo único que podía divisar eran las partículas de polvo y plagas muertas en el suelo. De un momento a otro, una luz apareció frente a él, iluminando a un hombre enmascarado.
—Benvenuto... —Habló con voz grave el hombre ante él. —A tu tumba.
—Esa voz... Eres el joven Lindroich, ¿No? —Adivinó el sicario.
—¿Cómo sabes quién soy? —Cuestionó con sorpresa el enmascarado.
—Supe que nos encontraríamos de nuevo. —Respondió el sicario, mientras sonreía. — Además, soy bueno reconociendo a mis víctimas cuando las veo.
—La única víctima aquí, es usted.
El enmascarado sacó un arma, y sin pensarlo dos veces le disparó al sicario hiriéndolo en el pecho. El impacto fue capaz de tumbarlo al suelo, y una sonrisa orgullosa se coló en sus labios.
Sin embargo, desde el suelo, el sicario comenzó a reír en lo que se levantaba como si nada, desconcertando al joven Lindroich.
—¡Ja!... ¿Qué fue eso? ¿Es lo mejor que tienes? —Se burló el sicario, riendo a carcajadas.
—¿Pero cómo? ¡Se supone que debiste morir!
—Que ternurita… ¿En serio creíste que eres el primero que intenta matarme? —El sicario descubrió su camisa, mostrando que tenía un chaleco antibalas. —Si no tienes otro as bajo la manga, me retiro.
El joven Lindroich pensó que el sicario se iría, pero no esperó escuchar el disparo qué directamente atravesaría su cabeza y que rompió la máscara en el proceso.
La bala, aunque parecía venir del exterior, terminó siendo igual de letal, matando al joven enmascarado de forma instantánea. El sicario sonrió con sadismo, luego sacó su teléfono y marcó un número.
—Te la rifaste con ese tiro Ralf, bien hecho… —Halagó. —Le diste justo entre las cejas a ese niño mimado.
—...
Nada se escuchó al otro lado de la línea.
—¿Hola? ¿Ralf?
—Que ternurita… ¿En serio creíste que me vencerías tan fácil, Vindobi? —Habló la voz, que perfectamente reconoció como la de el joven Lindroich.
Su risa siniestra resonando desde el teléfono atormentó los oídos del sicario, quien no podía creer que siguiera vivo. Inmediatamente revisó el cadáver, que al arrebatarle la máscara reveló el rostro de su compañero y amigo de confianza.
—¡¡RALF!! —Gritó el hombre, con la sangre hirviendo por sus venas. —¡Merda! ¡Maldita seas, Lindroich!
—Su error fue subestimarme, señor Vindobi...
Escuchó aquella frase a través del teléfono, y cuando volteó detrás de él, encontró la mirada del verdadero joven Lindroich sonriéndole de manera victoriosa.
El sicario de apellido Vindobi se levantó, reflejando su impotencia y dispuesto a perder el control.
—El dolor de perder a su amigo, no es nada comparado al que le espera. —Argumentó Makar Lindroich. —Y no será nada comparado al que yo sufrí...
—No tan pronto, pedazo de mierda...
—Ya es tarde, Vindobi.
De repente se escucharon bombas de gas que comenzaron a inundar el depósito abandonado. El sicario lo apuntó con su arma, pero esta le fue arrebatada por Lindroich de un golpe antes de que pudiera sostenerla bien.
Aprovechando que podía ver el chaleco antibalas, Makar Lindroich le disparó en un área del estómago descubierto y lo pateó con fuerza. El sicario trató de recuperar la respiración, pero el aire contaminado fue un enorme obstáculo.
El joven Lindroich se colocó una máscara de gas y se escabulló entre la oscuridad hasta salir del deposito.
Al estar bien lejos, sacó un botón de su bolsillo y lo presionó para que la construcción explotara. Aquello le brindó una vista placentera, y los gritos de su víctima eran una dulce melodía que lo hizo sonreír de oreja a oreja por haber cumplido su venganza.
...CONTINUARÁ... ...
Cuando los gritos del sicario cesaron y se aburrió de ver la casa arder, Lindroich decidió hacer una llamada para poner en práctica la segunda fase del plan.
Había culminado la Fase 1: acabar con el señor Vindobi con sus propias manos.
La Fase 2 estaba relacionada con la familia del sicario, quienes serían torturados y vendidos a las mafias que ayudaron a Lindroich a localizar al sicario.
—Dígalo fuerte y claro hermano, ¿Sufrió mucho esa perra? —Preguntó el joven Lindroich al comenzar la llamada.
—¡Pero claro! Sufrió mucho ese desgraciado.
La sonrisa de Lindroich se borró al escuchar la voz femenina.
—¿Usted... sigue viva? —Cuestionó el joven Lindroich sorprendido.
La mujer río maliciosa.
—¡Ay, por favor querido! ¿De verdad creíste ese cuento de que no sabía a lo que se dedicaba mi hombre? —Habló la señora Vindobi. —Sabía que su trabajo le traería problemas y que eso me iba a perjudicar. Pero basta de charla... ¿Dónde está?
—Diría que está en el cielo, pero en realidad se ganó un boleto al mismísimo inferno. —Dijo Lindroich, dichoso.
—¡Ah! Está acompañando a tu hermano entonces, jaja... —La señora Vindobi soltó una risilla, al saber el trago amargo que le proporcionó a Lindroich. —Suenas feliz por matar a mi hombre, me recuerda al placer que sentí cuando asesiné a tu padre.
La sangre de Lindroch se congeló con aquella revelación.
—¿U-Usted mató a padre?
—Y tú a mi hombre, estamos a mano, querido.
—¡Va a pagar muy caro por esto!
—Quiero ver que lo intente. —Retó la señora Vindobi.
—No necesito atacarla directamente a usted... ¿Por qué no mejor a su amado bambino?
La línea quedó en silencio, demostrando que el joven había tocado el punto débil de la mujer.
—Le tocas solo un pelo a mi hijo y haré de tu vida una miseria.
—Nuestra guerra ha comenzado, señora V. —Cortó la llamada.
Ahora las cosas se habían ido a la mierda.
La señora Vindobi no podía subestimar al joven Lindroich, sabía que ese tipo no descansaría hasta matar a su hijo. Ella no dudó ponerlo en peligro, por lo que decidió tomar una decisión un tanto fuerte:
Darlo en adopción, así fuese por un tiempo. Por lo menos hasta que ella matara al joven Lindroich y las amenazas acabarán.
La mujer se dirigió a una de las ciudades más pobladas de Italia, Nápoles, donde conocía a una familia amorosa que estaría dispuesta a cuidar a su hijo.
—No te preocupes hermana, él estará en buenas manos. —Aseguró una mujer, a quien la señora Vindobi le entregaba su bebé.
—Hasta luego, angelo mio. —La madre le dio un último beso en la frente a su bebé.
La señora Vindobi se despidió de los padres adoptivos y se marchó. De inmediato, la pareja cerró la puerta de la mansión y admiraron fascinados al bebé.
—¿Cómo lo llamaremos? —Preguntó el hombre con una sonrisa. —Cuando crezca debe imponer el mismo miedo que su padre, o peor.
—¿Qué te parece Leonardo? —Sugirió la mujer, aunque ni siquiera esperó la respuesta de su esposo. —Leonardo Vindobi, el sicario más peligroso del mundo. —Río con entusiasmo.
—Suena bien, aunque es una lástima que no podamos tener hijos propios.
—No te deprimas, amore mio, que este puede ser el inicio de nuestro legado.
...El legado de los Vindobi....
—¡Per favore, señore Diablo! —Suplicaba la voz asustada de un hombre. —¡Le prometo que le pagaré, se lo juro! ¡Déjeme ir!
Pero su atacante no se inmutaba a los lloriqueos, su atención se encontraba ocupada en afilar un cuchillo.
La pesadilla vuelta carne de aquel hombre amarrado a una silla, era un joven de cabello y ojos oscuros cuál carbón que le resaltaba una cicatriz debajo de su ojo izquierdo.
Era nada más y nada menos que Leonardo Vindobi… al que muchos apodan El Diablo.
—¡Por favor, tengo hijos! —Lloró el hombre, empapado en su propio moco y lágrimas.
—Yo les daré la noticia.
Leonardo creció en Nápoles, donde fue criado para convertirse en un sicario profesional. Lo moldearon para ser un bloque de hielo incapaz de sentir pena, lástima o compasión. Nunca le demostraron amor, afecto o cariño…
Nada.
Lo único que importaba era entrenarlo con el fin de que fuese inquebrantable. Cuando Leonardo era pequeño y fallaba en algo, lo castigaban dejándole varios golpes en el cuerpo.
Al principio, no había momento del día en el que no llorara, pero con el pasar del tiempo los golpes y las lágrimas fueron menos y la experiencia junto a la fuerza mucho mayor, al punto en que se volvió un exitoso sicario al que contrataban semana a semana.
Precisamente en este momento, el joven Vindobi fue contratado para torturar a ese hombre por no haber pagado una deuda de aproximadamente un millón de euros en negocios ilegales de trata de blancas.
Leonardo había recibido varios encargos con una temática similar, era una de las secuelas que dejó la cuarentena: el endeudamiento y la bancarrota de varias empresas. Pero su ideología era que si no cumplías con tu trabajo, tú mismo pagarías el precio.
Ahora que todo fue aclarado, sigamos...
—¡Per favore, no! ¡Juro que pagaré, solo deme más tiempo! —Gritaba el hombre, atemorizado al ver el cuchillo a pocos centímetros de su cara.
—¿Tiempo? ¡Ja! Es lo que menos tengo...
El sicario agarró la mano del hombre y con el cuchillo le cortó meticulosamente el dorso de manera que fuese tortuoso, lo que provocó un grito que desgarró la garganta del hombre.
Y eso que Leo apenas estaba empezando.
Junto a ellos, había una taza que contenía sal marina sobre una mesa. Leo roció la sal sobre los cortes de las manos, como si estuviese condimentando una carne de lo más casual. El dolor infernal le devolvió la voz al hombre, que gritaba debido al sufrimiento.
—¿Qué? ¿Te duele? —Preguntó Leo con una falsa inocencia.
El hombre apretó los dientes antes de gritar:
—¡¡AH!! ¡Hijo de puta! —Por inercia, el hombre, le escupió a Leo en la cara, desesperado porque parara. —¡Eso es lo que te mereces, rata asquerosa!
Leo solo procedió a limpiarse la cara con un pañuelo perfectamente doblado que sacó de su bolsillo, mientras se volteó a buscar sus últimos dos juguetes: una hojilla y una caja cubierta por una tela.
El sicario tomó la caja, y se la enseñó al torturado antes de quitar la tela, revelando una pecera con pirañas.
—Tranquilo, son inofensivas... A menos de que huelan sangre. —Dijo en un tono siniestro. —Cuando la huelen, entran en un estado de desenfreno y comienzan a comer toda la carne hasta que no quede nada de ella.
—E-ey... —Titubeó el hombre, nervioso. —Po-Por favor pe-perdóname... Ju-Juro que aprendí mi lección ¡En serio! Prometo que no volverás a verme nunca más...
—No te preocupes, de todos modos nunca te volveré a ver…
Leo acercó la pecera hacia los pies del hombre, pero antes de introducirlos ahí, tomó la hojilla y realizó una carita sonriente en los dos pies.
El hombre intentó forcejear para escapar, lo cual no funcionó. En cambio, empeoró las cosas, ya que estaba sujeto a la silla con un alambre de púas y cualquier movimiento que hiciera le causaba más daño.
Leo procedió a meter los pies en la pecera, donde las pirañas se dieron un banquete. El hombre comenzó a gritar y a sacudirse nuevamente, sin importarle los alambres de púas.
El sufrimiento era horripilante, solo quería morir y que acabará esa tortura para dejar de sentir dolor.
Las pirañas dejaron de comer, el agua de la pecera pasó de ser un transparente cristal a un rojo turbio. Leo retiró los pies de la pecera, o lo que quedaba de ellos, mostrando que sólo quedaban huesos y cartílagos colgantes.
El hombre de alguna forma seguía vivo, rezando, mientras esperaba que lo peor ya hubiese pasado. Pero estaba equivocado.
Leo lo liberó de la silla y lo cargó hacia un tanque de agua profundo. Todo estaría bien, de no ser porque el tanque contenía en su interior vidrios rotos en lugar de agua.
Leo dejó caer al hombre, quien al impactar con los vidrios comenzó a gritar. Esta vez sin salida, su piel era perforada por miles de cuchillas en cada movimiento.
—Yo perdono al que se lo merece, y castigo al que se lo gana. —Pronunció Leo, como un mantra personal. —Recuerda mi nombre, te servirá de mucho en el inferno.
Leo se retiró en paz, dejando al hombre morir desangrado por sus propios crímenes.
Toda esa escena ocurrió en una bodega en medio de la nada, ubicada en un terreno que llevaba años abandonado. Lejos de la ciudad más cercana y de oídos curiosos.
Leo dejó el lugar subiéndose en un helicóptero, el que lo había traído hasta ahí y el mismo con el que se iría por los aires de vuelta a su casa en Nápoles.
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