Cuando eres un niño, en la mayoría de los casos eres solamente eso, un niño, no tienes que preocuparte por pagar cuentas, o por donde viven y en que se trasladan, nada, la vida la pasas simplemente siendo niño.
Y así era la vida de Martina di Tomasso, una niña que vivía sin preocupaciones.
Martina era la mayor de tres hermanos, siempre fue menuda y más bien pequeña, su madre casi nunca cortaba su cabello por lo que lo tenía más largo que el restos de las niñas que la rodeaban, y su cara estaba adornada de dos perlas color miel que cuando uno la miraba, parecía hablar más con los ojos que con la boca.
Ella nunca fue de los niños que gustaran mucho de correr o hacer travesuras, era más bien tranquila, con muñecas y jugar con sus vecinos Donato, el que tenía su misma edad, y Gio, casi dos años mayor, era suficiente para ella.
Su vida era simple, había nacido en una familia de trabajadores y vivía en un barrio de trabajadores que era muy tranquilo, no morían de hambre ni mucho menos, pero el trabajo era su fuente de ingresos y su padre era el único proveedor de la misma, su madre cuidaba de ella y sus hermanos, que eran siete años más pequeños, pero nunca les faltó de nada de lo que pudieran necesitar, aunque nunca tuvieron lujos.
Y todo en la vida que rodeaba a la pequeña Martina y a su familia era tranquilo y de bien, en su casa todos se amaban y no tenían problemas y sus amigos terminaban de completar la felicidad de la niña.
Pero la vida no siempre es tan fácil o por lo menos no por todo el tiempo, cuando Martina tenían alrededor de once años se terminó la tranquilidad de su pintoresco y hermoso barrio obrero.
Un buen día llegaron unos hombres a aquel lugar, y las pequeñas tiendas que estaban a dos calles de la casa de la familia di Tomasso fueron cerradas de un día para otro y unificadas en un solo local, que enseguida ostentó un lujoso cartel anunciando la próxima apertura de un salón de juegos y casa de apuesta.
El barrio tranquilo que había visto la pequeña desde que nació se había convertido en un caos de la noche a la mañana, ya los niños no podían salir a jugar en las tardes a la plaza de la esquina supervisados solamente por una madre o por algún hermano que fuera lo suficientemente mayor como para responsabilizarse y habían protestas y enfrentamientos cada dos por tres, una parte de sus habitantes veían como un peligro para las familias que se abriera un local de aquel tipo allí, sin contar de la forma en la que habían conseguido el espacio y la otra parte veía aquello como una oportunidad de ser algo más que un barrio obrero y que eso ayudaría a los otros negocios de la zona.
Las manifestaciones y los discursos se escuchaban por todos lados y cada día, hasta que empezaron a desaparecer, como también desapareció algún que otro padre de familia de los que estaban en contra del local y de los que nunca más se supo nada y otros fueron encontrados en condiciones nada fáciles de describir que los obligó a dejar todo por lo que habían trabajado toda su vida y marcharse de allí con los suyos, así que el disturbio terminó calmándose y como en todas las batallas hubo un bando ganador y en esta ganó el peor, ganó la amenaza, la coacción y el miedo.
Pero al final hay que adaptarse y seguir la vida, y los niños por lo general tienen un poder de adaptación mayor que los adultos, así que la plaza de juegos de Martina, Donato y Gio ahora era la terraza de una de las dos casa que habitaban aunque ni para ir de una a la otra lo pudieran hacer solos.
Pero todo iba a cambiar muy pronto y nada sería para mejor, no por lo menos para los di Tomasso.
Cuando Martina llegó a los trece años despertó un día con que los niños con los que había estado toda su vida se marcharían de allí, y prácticamente sin poderse despedir, todo fue tan rápido que ni siquiera tuvieron tiempo de devolverse uno al otro las cosas que tenían y a la niña solamente le quedó de sus amigos una bolsa de canicas y un escudo del Capitán América.
Resultó que el padre de Gio y Donato había estado frecuentando el local de juegos a escondidas de su familia, y en aquel lugar la suerte le había sonreído y le había dado la sorpresa de su vida.
Una tarde después del trabajo, y de haber gastado el dinero que llevaba en su bolsillo y que era para comprar los uniformes del colegio de sus hijos, la tragaperras en la que se encontraba jugando el buen hombre se volvió loca y comenzó a lanzarle dinero, para al final entregarle un recibo que decía que el resto del monto ganado debía cobrarlo en caja, debido a la cantidad.
Y de la noche a la mañana los vecinos del barrio vieron como uno de ellos, que siempre habían vivido del sudor de su trabajo, se había convertido en millonario jugando en la casa del diablo, así que aquel lugar no podía ser tan malo como algunos querían hacerles creer y eso provocó que la clientela comenzara a crecer gracias a los residentes del lugar.
Pero no todos tenían tan buena suerte, y en las mesas de juego comenzaron a desaparecer los ahorros de las familias, las pocas joyas que habían pasado de generación en generación, los anillos de matrimonio y hasta los trabajos, sin contar que a la vez que se perdía lo poco que tenían estas familias aparecían deudas que muchos de ellos no iban a poder pagar en su vida y que comenzaban a ser cobradas de una forma u otra.
Y la niña que hasta el momento había vivido en un ambiente feliz vio como se iba desmoronando poco a poco todo a su alrededor, lo que comenzó con la partida de sus dos amigos y su familia a un barrio de gente rica, siguió con las peleas constantes de sus padres por algo que ella no lograba saber que era .
Su madre se volvió mal humorada y de aspecto peor que el carácter, ella tuvo que hacerse cargo de llevar y traer a sus hermanos del colegio, la comida y los insumos comenzaron a escasear y las cosas de la casa a desaparecer, en la cocina que con tanto amor había amueblado su madre, solamente quedaba una nevera vieja que había venido no sabía de donde a suplantar la grande y gris plateado que tenían hacía solo un año y las camas de los niños se había convertido en una sola donde dormían los tres juntos.
Y para colmo la niña sentía que todo el tiempo alguien la vigilaba, ella no era muy ducha en algunas cosas, pero sabía muy bien que encontrar una camioneta negra a donde quiera que fueras no era una casualidad, y en lo que se había convertido su barrio, estaba segura que aquello no era lo mejor.
Después de muchos días de notar la camioneta negra y de encontrarla donde sea que ella estuviera, Martina lo habló con su madre, y aquella noche la discusión entre los padres fue la peor que presenciaron los hijos del matrimonio di Tomasso, pero todo se calmó y se fueron a dormir, aunque no por mucho tiempo.
El el medio de su sueño Martina sintió como la tomaban de una mano y la levantaban de la cama y la llevaban hasta la sala de su casa sin que ella tuviera que poner siquiera los pies en el suelo, mientras que detrás escuchaba los gritos de sus hermanos pequeños que también eran arrastrados como ella.
La misma mano que la llevó hasta allí la lanzó a los pies de un hombre de apariencia desagradable que estaba sentado en el sillón que siempre usaba su padre para ver la televisión mientras con tranquilidad fumaba un tabaco que llenaba la casa de un desagradable olor.
- Es hermosa tu hija di Tomasso- escuchó la niña referirse a ella y el hombre la tomó por el mentón y la hizo levantar el rostro- Y muy tierna, va a aprender rápido, estoy seguro.
- Por favor, deje a mi hija.- pidió el padre que abrazaba a la madre que solamente lloraba- Le juro que voy a pagarle todo, se lo juro.
- Eso a mi no me vale, tu palabra no la quiero, quiero mi dinero y como sé que no lo tienes te propongo un trato- el hombre, sudado y con aquel olor desagradable siguió hablando- Ya te dije que tienes una hija hermosa, va a servir por unos años mientras no crezca mucho, y para cuando eso suceda prometo que te la devolveré, si tu deuda no vuelve a crecer- le aclaró- En cambio si me la das de garantía, me voy a olvidar de cada euro que me debes.
- No, mi hija no.- el padre quiso acercarse al hombre pero fue detenido por uno de los guardias que le propinó un golpe seco en el estómago que lo dejó en el suelo sin aire.
- Bueno, yo tú me lo pensaría bien, tú tienes dos hijos más, y estoy seguro que a alguno de mis hombres le han gustado- el miserable chupó otra vez su tabaco y lanzó el humo sobre el padre- Si te niegas puedes mirar como ellos se divierten con tus tesoros antes de poner una bala en cada uno y después yo me llevaré igual a tu hija, en cambio, si aceptas mi oferta, tu deuda está saldada y todos somos felices, bueno mis hombres no, que tienen que buscar diversión en otro lado.
- Por favor, por favor, es solo una niña.- pidió el hombre desde el suelo con el corazón roto en mil pedazos.
- Eso es lo que ha aumentado su valor, si no como crees que la iba a cambiar por todo lo que me debes.- le contestó como si de la compra de pescado fresco se tratara.
- Por favor- volvió a pedir en voz baja entre lágrimas.
- Ya veo que eso es un sí, chicos nos vamos.- dijo levantándose y haciendo una seña para que tomaran a la niña del suelo donde seguía tirada y salió caminando mientras dejaba atrás los gritos de los padres y los de la propia niña que se rehusaba a ser llevada.
A Martina la lanzaron dentro de una camioneta como si de una bolsa se tratara y allí la sostuvo uno de aquellos hombres hasta que llegaron a no sabía ella donde, y en medio de la oscuridad, la llevaron hasta una habitación en la que ya estaba el desagradable hombre que había visto en su casa.
Lo que vino después fue todo como una película de horror para la niña, ella gritaba y trataba de defenderse de aquel miserable, pero por cada grito recibía un golpe y algo más, ella nunca pensó que su pequeño cuerpo pudiera aguantar tanto dolor con todo lo que estaba haciéndole aquel monstruo, hasta que como una defensa de su propio cerebro, cayó en la inconsciencia.
Martina despertó al sentir que pasaban algo húmedo por su cara y al abrir los ojos vio a una mujer mayor junto a ella.
Instintivamente se arrastró desnuda aún sobre la cama para alejarse de ella muerta de miedo.
- No, no cariño, yo no te voy a hacer nada- le dijo con voz suave y se giró hasta un hombre que también estaba allí y le dijo con desprecio- Puedes irte de aquí, no es que ella se vaya a escapar- el hombre sonrió con maldad y salió de la habitación. - Ya está cariño ahora estamos solas, dime como te llamas.
- Martina- dijo ella sin fuerzas y queriendo llorar.
- Bien Martina, necesito saber algo¿Ya tuviste tu primera menstruación?- la niña asintió- Bien, entonces tómate esto- le dijo poniendo dos pastilla en su mano- Esto- le señaló a la blanca- Lo vas a tomar cada vez que ese miserable aparezca por aquí hasta que tu cuerpo se acostumbre a esta otra- le señaló a una de color- Él no lo puede saber, y si yo no te la doy me lo recordarás y la otra te la daré cada día con el desayuno, no podemos arriesgarnos a que salgas embarazada.- la niña escuchó aquello y comenzó a llorar y la mujer se acercó a ella y la abrazó- Dios,¿cuando vas a mandar a alguien a que haga el trabajo?- dijo la mujer mirando hacia arriba, como un reclamo,y siguió consolado a la pequeña.
La vida para Martina no mejoró, aquel viejo miserable aparecía casi todos los días y muchos de ellos era solamente a golpearla, según él ella tenía que aprender, y mientras más rápido lo hiciera mejor, y la niña todavía tenía rasgos de rebeldía que tenían que desaparecer, sobre todo su renuencia a llamarlo papito y a mostrarse como una hija amorosa después de que el la usara a su antojo.
Y aquella mujer del primer día, que ahora sabía que se llamaba Greta, seguía apareciendo todas las mañanas, y a escondidas seguía dándole las pastillas, hasta que la niña tuvo la menstruación y entonces dejó de darle la blanca.
Con los días Greta además de alimentarla, medicarla en secreto y ayudarla a curar los golpes también le hablaba de las cosas de la casa, ya Martina sabía que allí había otra mujer, era la esposa de aquel demonio, la mantenía bajo fuertes calmantes, encerrada en una habitación y la torturaba psicologicamente, pero también sabía que ella no era la única prisionera que había estado allí, antes de ella hubo otra niña, hacía tiempo, cuando la hija de Belina se fue a un colegio interno, era más pequeña, por lo que no resistió mucho y murió.
Supo que Greta había sido la nana de Belina Lombardi, la esposa, y vino con la señora cuando esta tuvo a su hija para ayudarla a cuidarla, y así lo hizo hasta que el maldito de Giuseppe se la vendió a otro mafioso y las separó, desde ese día el afán del hombre por que Belina muriera se había intensificado y ya además de los barbitúricos que le daba, Greta había descubierto que la estaba suministrando un polvo blanco que ella no sabía que era.
Cuatro meses llevaba ya Martina en aquel infierno según lo que le contaba Greta, la mujer se había convertido en una madre, y la niña estaba segura de que de haber podido ayudarla con lo que estaba viviendo lo habría hecho, pero lamentablemente no podía.
- Greta ¿ Qué te pasa?- le preguntó Martina a la mujer al ver que aquella mañana habían lágrimas en sus ojos.
- Mi niña murió- le contestó poniendo la bandeja con el desayuno en la mesa que tenía Martina en la habitación.
- Por Dios Greta- la abrazó y también salieron lágrimas de la pequeña, ella nunca vio a Belina, solamente escuchó sus gritos de vez en cuando, como estaba segura de que ella había escuchado los suyos alguna vez, pero sabía del amor que la mujer mayor sentía por ella y eso era suficiente para llorar juntas.
- No me han dejado verla, estoy segura de que ese demonio le hizo algo malo.- se sinceró con la niña.
- Un día Greta, un día vamos a vengarnos y él va a pagarlas todas juntas.- le dijo ella tratando de consolarla sin saber que ese día estaba más cerca de lo que se imaginaba.
La muerte de Belina había sido un lunes, y ya era el jueves de la siguiente semana, único día en que Martina tenía contacto con algo de civilización, la niña era llevada en secreto a un salón de belleza donde la arreglaban y la enseñaban a maquillar los golpes que recibía, resulta que al miserable le gustaba golpearla, pero no quería ver el resultado de su trato.
- Señor Parisi, usted está consciente de que si algo de esto sale mal mi cabeza será la primera en rodar- le dijo un afeminado peluquero a la muralla de pelo negro y ojos grises que tenía en frente.
- No te preocupes Jesy, ya esto lo hablé con Francesco y si algo sale mal, tú serás el primero en volar de aquí y si hay que cambiarte hasta el nombre después, lo haremos.- trató de convencer al peluquero.
- Dios, esto es emocionante, pero a la vez me muero del miedo, y sepa que lo hago más por esa niña que por cualquier cosa, ese miserable la tiene como si ella fuera un saco de boxeo y puede estar seguro de que si yo supiera como salvarla ya lo habría hecho.
- Ya la estás salvando Jesy, puedes estar seguro.- le dijo Santino.
- Vengan por aquí, se tendrán que quedar en este pequeño almacén hasta que yo venga con ella- le dijo a Santino y al otro hombre que lo acompañaba- A veces el hombre que la trae quiere quedarse a mirar como la arreglo, creo que le tiene morbo y le gusta verla, ya veré como me deshago de él.- y los dejó para ir a recibir los clientes que estaban a punto de llegar.
El peluquero estuvo en el salón de aquí para allá, hablando con esta señora o con la otra en lo que llegaba la hora pactada de los jueves y no pasó mucho rato que viera acercarse a la niña con gafas oscuras entrando a su local de belleza.
Enseguida los recibió y los condujo a una pequeña salita de espera en la que había un sofá y dos sillones, y en la esquina una máquina dispensadora de café.
- Tú te quedas aquí- le dijo al guardia que le había resultado desagradable desde la primera vez que lo vio- Hoy le toca depilarse y no creo que a tu jefe le agrade que un poca cosa como tú esté disfrutando sus vistas.
- Un día te voy a enseñar hasta donde va a llegar esta poca cosa.- le contestó el guardia que sabía que él no le agradaba al peluquero.
- Sueña querido, y mientras lo haces no te muevas de aquí.- le dijo y abriendo una puerta condujo a la chica por un pasillo fuera de la vista del guardia.- Martina, te presento al prometido de Giulia Lombardi.- le dijo a la niña cuando estuvieron en otra habitación, delante de los dos hombres.
- Jesy, no conozco a ninguna Giulia Lombardi y sabes que tengo prohibido hablar con alguien, llévame a donde vayas a hacer las cosas para irme.
- ¿Y a Belina Lombardi, la conocías?- le preguntó Santino y ella volvió a girarse para mirar al hombre.
- No en persona, pero la escuché gritar muchas veces en todo este tiempo, como sé que ella me escuchó a mi.
- Entonces oye lo que él va a decirte, él puede ser tu salvación ya que no pudieron salvarla a ella.- la detuvo con la mano y habló con el pelinegro- Señor Parisi, quisiera salir para que ustedes hablen con calma, pero no puedo, si ese miserable me ve que dejé sola a Martina todo se pierde.
- No te preocupes Jesy, confío en ti, si no quería que estuvieras aquí es por tu propia seguridad, mientras menos sepas es mejor.- le dijo al peluquero-¿Martina que edad tienes?- quiso saber Santino.
- Voy a cumplir quince el mes que viene.- le contestó sin alargar la respuesta, y sin la alegría que caracteriza a las chicas próximas a ese cumpleaños.
- ¿Puedes quitarte las gafas?- le pidió a la niña.
- ¿Para que quiere que me las quite?- le contestó ella con una pregunta.
- Por favor- solamente le dijo él y la vio sacarse de la cara el accesorio después de su súplica.
- Por Dios Martina, hoy estás peor- escuchó decir a Jesy cuando le vio los ojos y el otro hombre que estaba con ellos y que no había dicho nada hasta el momento entró en el almacén en el que estaban escondidos hasta llegar la niña y se escuchó como más de una cosa se rompía allí dentro.
Santino esperó a que dejaran de escucharse los ruidos para ver si el otro salía de allí, pero eso no pasó, y en vista de que no podían seguir perdiendo tiempo comenzó a explicarle a la niña quién era él y por qué estaba allí hablando con ella.
Martina escuchó pacientemente todo el plan de el pelinegro y que parte iba a tomar ella en todo aquello y preguntó solamente lo necesario, con saber que acabaría con aquel monstruo para siempre era más que suficiente para ella.
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