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La Niñera Del Capo

PROLOGO

El olor a tabaco que desprende uno de los habanos, importados desde Cuba de mi padre, satura el pasillo, casi tanto como lo hacen los gritos incesantes de Kate dentro de su habitación.

–Las mujeres y el dolor no se llevan –dice uno de los consejeros de mi padre, quien ríe de su mal chiste.

–Solo esperemos que tanto grito valga la pena, necesitas un heredero.

Los miro furioso, logrando que el consejero enderece su postura.

–Lo siento, Capo, no quise incomodarlo con mis comentarios.

–Piensa antes de hablar, Angelo, si no quieres perder la lengua.

–¡Gabriele! –reclama mi padre.

–Silencio, padre, también harías bien en recordar quien es el Capo dei capi ahora.

Hace un gesto con sus hombros quitándole importancia a mi comentario. Todos saben que el gran Alessandro no ha llevado nada bien ceder su liderazgo a su primogénito. Creo que pensó que podría seguir manipulándome como lo hacía en mi juventud, pero no más.

Eso se acabó, ahora yo mando y decido cómo vivir mi puta vida.

Los gritos continúan acallando nuestras voces. Quisiera salir a recorrer la ciudad en mi moto, pero sé que no debo, mi hijo está a punto de nacer.

Hijo que nunca quise tener.

De una esposa que nunca amé.

Uno de los requisitos que me impuso mi padre para poder ser el Capo dei capo de la Camorra, era desposar una mujer italiana dentro de las familias de la mafia y concebir un heredero.  Mi ambición me hizo aceptar su petición y en menos de dos semanas estaba frente al altar con una mujer a mi lado que nunca conocí, la cual temblaba cada vez que la tocaba.

En la noche de bodas no me permitió tocarla, estaba aterrada, después de todo solo era una niña con diecinueve años. No es que yo sea un viejo, apenas tengo veintiocho años, pero he vivido y ciertamente tengo más experiencia que una virgen.  Me he acostado con decenas de mujeres desde que tengo catorce años.

A pesar de que no siento empatía, un rasgo que me ayuda en mi trabajo, no quise obligar a una niña asustada a cumplir su deber de esposa, así que continué con mis aventuras con mujeres e incluso las traje a esta casa, a mi cuarto. Y las cosas hubiesen seguido así si mi padre no me hubiese presionado tanto con tener un heredero. Finalmente claudiqué y consumé mi matrimonio. Intenté que fuera una experiencia placentera para ella, y creo que lo logré ya que las noches que siguieron me buscaba en mi habitación, y comenzó a molestarse cuando me veía con otras mujeres.

Después de un mes quedó embarazada y ya no tuve que acostarme más con ella, lo que fue un alivio. Nunca disfruté de nuestros encuentros, ya que muchas veces me sentí como si estuviera follando a una muñeca. Kate nunca me acarició, ni interactuó conmigo en nuestros encuentros, quizá por miedo, pero no podría importarme menos.

Ahora la Camorra me pertenece.

De repente los gritos cesan y luego de unos segundos un bramido furioso se escucha por toda la casa.

Papá golpea mi hombro y sonríe.

–Ha nacido el próximo Capo de la Camorra –exclama.

Endurezco mi mandíbula, ya que no pienso ceder mi puesto a nadie que no lo merezca, ni siquiera a mi hijo.

Golpeo la puerta de la habitación, pero nadie abre.  Maldita sea, tengo cosas que hacer, no puedo seguir perdiendo el tiempo.

Después de lo que parece una eternidad sale Anna, quien es la mujer que ha limpiado esta casa y ha cuidado de mí desde que mi madre murió.

–Lo siento mucho, señor –dice casi sollozando–. No pudimos detener el sangrado, su esposa ha muerto.

Todos me miran de forma cuidadosa, esperando alguna reacción a lo que acabo de oír.

–¿El niño?

Anna seca sus lágrimas. –Está bien –dice y corre a la habitación. Cuando abre la puerta puedo ver el cuerpo inerte de Kate sobre la cama y las sabanas teñidas de rojo.

–Lo siento, mi Capo –dice Angelo, pero ignoro su compasión.

–Aquí está –dice Anna con un bulto en sus manos que no deja de bramar–. Es una niña preciosa.

Santa mierda. Una niña.

Una niña con el cabello rubio y unos fuertes pulmones para quejarse, herencia de su madre.

Mi siquiera le doy una segunda mirada antes de dirigirme a Anna. –Contrata una niñera lo antes posible. No puedo perder mi tiempo cuidando a un bebé, no si queremos seguir expandiendo nuestro territorio.

Después de todo, La Cosa Nostra siempre puede atacar e intentar recuperar el territorio que le hemos quitado.

–Que sea joven, italiana y virgen. Necesitas desposar a otra mujer y tener un heredero varón –ordena mi padre.

Me giro y lo miro con la frialdad que mis enemigos temen y envidian.

–Querías un nieto, ahí lo tienes. Ahora soy el Capo y viviré mi vida como me plazca.

–Hijo, necesitas un heredero.

–No –ordeno en un siseo furioso.

Todos retroceden un paso.

–¿Qué nombre le pondrá a su hija, señor? –pregunta Anna en un susurro.

–Tú encárgate de cumplir lo que te ordené, después vemos lo del nombre. Tengo cosas más importantes que hacer. Avisa a la familia de Kate para que se encarguen del funeral y saquen su cuerpo de mi casa –ordeno antes de salir.

Como ya dije, tengo cosas mucho más importantes que atender.

La bienvenida

Sofía

Me deslizo por el amplio asiento de cuero blanco de la limusina, de ventana en ventana. ¡No quiero perderme absolutamente nada!

Hace ya unos veinte minutos que las casas han ido aumentado en tamaño y belleza. Ahora cada casa ocupa una cuadra completa. Estoy a punto de ponerme a chillar como una niña pequeña incapaz de poder controlar sus emociones.

La casa en la que viví con mi papá era hermosa, pero modesta. Todos los fines de semana cuando papá tenía libre paseábamos en su auto por los barrios más acaudalados de la ciudad, y quedábamos maravillados con las hermosas y enormes casas. Siempre me decía que algún día me construiría una casa digna de una princesa, pero lamentablemente murió el mismo día que cumplí doce años.

Aún lo extraño, y creo que siempre lo haré.

Mi mamá murió cuando nací, pero papá siempre me hablaba de ella y me enseñaba fotos y vídeos, así que de alguna manera siempre estuvo presente. Y además, papá se esforzó mucho para cumplir el rol de padre y madre, y creo que lo logró con creces. No pude pedir un mejor papá.

Lástima que un trabajo que hizo para su Capo le quitó la vida, pero en la Camorra morir siguiendo las órdenes de tu Capo es celebrado y admirado, y se usa como ejemplo para los demás.

Mi papá es y siempre será un héroe para mí y para la Camorra.

No puedo evitar chillar de alegría cundo la limusina gira y comienza a entrar por un camino empedrado y rodeado de enormes árboles de hoja perenne. A lo lejos se alza una enorme casa.

¡No. No es una casa, es una maldita mansión!

Comienzo a rebotar en mi asiento al pensar que viviré aquí los próximos meses, si todo sale bien. Pero sé que lo hará. Nunca he cuidado de un bebé, pero me he cuidado sola desde que papá murió y lo he hecho bien, digo, al menos estoy viva. Cuidar de un bebé debe ser mucho más fácil, ¿no?

Además, es un bebé, ni siquiera tendré que preocuparme de que escape por las noches.

Mis pensamientos son interrumpidos cuando puedo ver la mansión con más detalles. Predomina la arquitectura mediterránea, y los colores blanco hueso y gris. Tiene dos pisos y hay enormes ventanales por todos lados, los que imagino deben ser antibalas, ya que estamos en la casa del nuevo Capo de la Camorra, y siempre es mejor prevenir, sobre todo, si su hijo está aquí.

Es una lástima que la mamá del bebé haya muerto, según la poca información que me dio mi tía, quien estaba ansiosa por deshacerse de mí. Pero espero que tenga suerte como la tuve yo y que su papá sepa cumplir ese rol o se case con una mujer amable que ame al nuevo heredero, aunque no sea de su sangre.

–Mierda, ¿es eso un helipuerto? –pregunto al mirar hacia la parte trasera del terreno.

–Lo es, señorita Sofía –responde el chofer.

Mi rostro enrojece al darme cuenta que ha presenciado todos mis chillidos y gritos de admiración.

–Lo siento –susurro tan bajito que apenas yo consigo escucharme.

–No tiene que disculparse, señorita Sofía. Es una bella casa.

–¡Es la casa más hermosa que he visto en mi vida! –exclamo abrazándome con una enorme sonrisa en mi rostro que no creo que desaparezca tan fácil.

El señor baja de la limosina, abre mi puerta y me ayuda a bajar. Una vez en el suelo giro en trescientos sesenta grados y vuelvo a chillar.

¡Sigo sin poder creer que viviré aquí!

Es un sueño hecho realidad.

Me siento en las hermosas piedras planas que cubren la entrada. Paso mi mano por ellas y sonrío al sentirlas suaves y frías contra mi piel.

–El lugar tiene un helipuerto, tres piscinas, una de ellas se encuentra temperada. Además, hay una cancha de tenis y un enorme jardín que fue la creación del mejor arquitecto de paisajismos de Nueva York.

–La compro –suelto y luego rio al imaginarme alguna vez comprando una casa como esta.

El chofer ríe. –Se merece eso y más, señorita Sofía –dice mirándome con cariño–. Trabajé con su padre, siempre hablaba de su pequeña Sofía.

–Oh, es un gusto –digo levantándome y saludándolo con mi mano.

–El gusto es mío. Mi nombre es Matteo Rossi.

–Yo soy Sofía Palermo, pero imagino que ya lo sabe.

Asiente antes de hablar: –La mujer que lleva esta casa y estará a cargo de ti se llama Anna Romano, es amable, pero estricta.

–Entiendo.

–Espero que te guste estar aquí.

Sonrío. –Creo que sí, todo tiene que salir bien.

Me acompaña a la puerta y una vez que esta se abre, vuelve a la limusina.

Una señora de unos cincuenta años con un cabello tan negro como el mío, y unos ojos oscuros, me observa con detenimiento.

–¿Eres Sofía Palermo?

–Sí, señora.

–¿Cuántos años tienes?

–Diecinueve, pero le aseguro que cuidaré bien del bebé.

–Eso lo veremos –devuelve aun sin dejarme pasar–. Conocí a tu padre, uno de los mejores soldados que ha tenido la Camorra.

Sonrío como lo hago cada vez que alguien nombra a papá.

–Gracias.

–Espero que seas buena trabajadora y leal como tu padre.

–Lo espero también.

–Sígueme –ordena y comienzo a seguirla con la boca abierta al ver el interior de la casa, que es mucho más hermoso que el exterior, y yo que pensé que algo así no era posible –. Te quedaste con tu tío Narciso y su esposa, ¿no?

–Sí, señora.

–No me agradan.

Sonrío. –Ya somos dos.

Me mira y no puede evitar responder a mi sonrisa.

–Chica lista.

Comenzamos a subir una enorme escalera que lleva al segundo piso y mis ojos no se despegan de las hermosas obras de arte colgadas en las paredes.

–¿Es eso un Picasso?

–¿Te gusta el arte?

–No soy aficionada, pero reconocería un Picasso en cualquier lado.

–Es un Picasso.

–¿Réplica u original?

–¿Tú que crees?

Silbo impresionada. –Vaya.

–Tu habitación estará al lado de la del bebé.

–Entiendo.

Golpea una enorme puerta color bronce y sale una empleada con uniforme, con un olor nauseabundo y una mancha de vómito en su pecho y cabello.

–Al fin –exclama y sale corriendo de la habitación.

Un fuerte llanto, que oprime mi pecho, es todo lo que puedo escuchar.

–Bienvenida –dice Anna antes de empujarme a la habitación y cerrar la puerta detrás de mí.

–Mierda, ¿y ahora qué haré?

¡Qué pulmones!

Sofía

Me acerco a la cuna y miro a mi alrededor con tristeza. El lugar no está decorado para un bebé y está muy oscuro.

Abro las cortinas para que la luz solar haga lo suyo. El bebé grita con todas sus fuerzas y su rostro está rojo. No lleva pañal y la cuna se encuentra sucia con sus propios desechos.

Busco con desesperación pañales y toallas húmedas para poder atenderlo. En cuanto las encuentro, suspiro aliviada. Me acerco al bebé y levanto su pequeña camiseta que también se encuentra mojada, con lo que espero sea sudor.

–Oh, eres una niña –digo al poder verla mejor.

Extraño. Estoy casi segura que mi tía me habló del heredero del Capo, pero imagino que el sexo del bebé no impide que sea el heredero de su padre. Estamos en el siglo veintiuno, si una mujer quiere ser Capo, lo será.

–Lo sé, cariño, pronto estarás calentita nuevamente –le susurro al sentir su piel helada.

Cuando le saco la ropa descubro que la situación es peor que lo que imaginé. Voy a tener que bañarla. Limpio el exceso de suciedad con toallas húmedas mientras la pequeña llora con todas las fuerzas de sus pequeños pulmones. La tomo en brazos con mucho cuidado y camino con ella hacia una de las puertas, pero resulta ser un closet. Abro la otra puerta y bingo, tenemos un baño.

Miro a mi alrededor y estoy segura que no podré bañarla en la enorme bañera, es muy peligroso. Doy el grifo del lavamanos y cuando el agua se entibia meto a la bebé dentro y la lavo con el jabón que hay sobre el mueble, que no es para bebés, espero que no le haga daño a su sensible piel.

La bebé calla unos segundos mientras siente el agua, pero luego vuelve a llorar con más fuerza.

–Es solo agua, cariño, ya pronto terminaremos.

Ya que estoy aquí decido lavarle su hermoso cabello rubio con extremo cuidado, evitando que le caiga agua en la cara y en sus pequeñas orejitas.

–Así, cielo, ya terminamos.

La saco y la envuelvo con la toalla que por suerte encontré en unos de los muchos cajones del enorme mueble que cubre en su totalidad una de las paredes del baño.

Busco por todos lados un secador de pelo, pero no encuentro nada. Cuando estoy perdiendo la esperanza, encuentro uno en un pequeño canasto de plástico que está sobre una de las tarimas.

Busco un enchufe y lo enciendo en la velocidad mínima y comienzo a secar a la resbalosa bebé, que creo que disfruta con el calor ya que se calla por unos minutos.

–¿Ves? No fue tan malo –le digo mientras me preocupo de secarla por todos lados.

Cuando ya está seca, apago el secador y camino hacia uno de los enormes sillones chaise longue de la habitación y me apresuro en ponerle el pañal.

Quiero llorar igual que la bebé cuando no entiendo cómo colocarlo, pero finalmente logro hacer algo respetable con el pañal. Luego intento vestirla, pero llora y mueve con fuerza sus bracitos y piernas.

Miro con tristeza como se marcan sus costillas cuando llora.

–Tienes que alimentarte mejor, pequeña –le pido y acaricio su mejilla, que espero algún día esté más rellena.

Coloco unos enormes cojines a su alrededor para evitar que caiga al suelo, y luego cambio la ropa de cama de la cuna, sin dejar de vigilar a la pequeña gladiadora que golpea el aire con todas sus fuerzas.

Al terminar la cojo nuevamente en brazos y la dejo en su cuna, no sin antes cubrirla con una manta limpia.

La bebé sigue llorando, pero hago oídos sordos y comienzo a ordenar el desastre que hay en su habitación y en el baño. Incluso busco los artículos de aseo de la pequeñita y los dejo más a mano. Tendré que organizar esta habitación cuando tenga tiempo. Y quizá decorarla, el color gris de las paredes consigue deprimirme. Si esta fuera mi habitación lloraría igual que la bebé.

–No pregunté por tu nombre, pequeña, pero estoy segura que es un nombre hermoso.

Mi corazón se rompe cuando veo lágrimas rodando por sus delgadas mejillas. Me acerco a ella y acaricio su estómago con mi mano, pero no tiene el efecto deseado, sigue llorando.

Cuando estoy a punto de ponerme a llorar como ella, recuerdo algo que siempre me repetía papá.

La tomo en brazos y abro mi blusa y la recuesto contra la piel de mi pecho. Tomo su manta y me dirijo al sillón más grande y me recuesto con ella sobre mi pecho y estómago. Es muy pequeñita. Sus pies apenas llegan a la mitad de mi vientre.

Comienzo a tararear una de las canciones que papá me cantaba para dormir y poco a poco va calmándose.

Beso la cima de su cabecita cuando suspira y comienza a cerrar sus pequeños ojos.

Tomo sus diminutos dedos y los acaricio hasta que ya no están tan helados. Luego los llevo a mi boca y soplo aire caliente en su manito. Vuelve a suspirar cuando siente el calor en su piel.

–Así es, bebé. Todo estará bien, yo te cuidaré. No pienso irme a ningún lado, bonita. Duerme tranquila.

Beso la cima de su cabeza y disfruto con su exquisito olor a bebé. Es una pequeña preciosa. Estoy segura que su papá se derritió de ternura en cuanto la vio. Porque aunque sea nuestro Capo y tenga que acabar con sus enemigos, estoy segura que guarda un lugar especial para esta preciosura en su corazón. ¿Quién podría no enamorarse de ella?

Tendré que preguntar sus horarios de comida, las medidas de la leche y sobre todo, dónde hay artículos especializados para ella. Hablaré con Anna antes que despierte.

Me muevo lo más lento posible, no quiero que despierte. Se ve tan en paz en este momento, que no quiero que nada arruine su merecido momento de descanso. Llorar de esa manera debe ser agotador.

Ya al lado de su cuna la alejo de mi cuerpo lentamente y la acuesto sobre las sábanas, pero antes de taparla abre sus ojitos y comienza a llorar nuevamente.

–Aquí vamos de nuevo.

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