El día parecía haber sido pintado por un filtro gris que entristecía cada célula de mi cuerpo. Solo podía bostezar mientras trataba de concentrarme en la tarea que tenía enfrente, pero el frío adormecía mis manos impidiéndome sostener el lápiz con fuerza.
La única parte de la casa con calefacción era la sala de estar que estaba unida al comedor, lo que significaba que toda la familia se reunía allí. La cual no es precisamente pequeña, con cuatro hermanos y dos sobrinos, el hogar parecía muy pequeño y el caos demasiado grande. Con ese conjunto no podía concentrarme adecuadamente.
Me rendí, solté el lápiz sobre la mesa y fui a darme una ducha caliente para quitar el dolor de mi cuerpo, culpa del frío. La calidez de mi cama era perfecta para mantener el calor que había recuperado, y mientras revisaba las historias de mis compañeros lo vi a él. A quien no pude dejar de observar desde que me cambié de escuela.
Ese chico tan innatamente genial que provocaba una envidia enfermiza en mi ser. Lo odiaba por ser tan elocuente, tan feliz, tan simpático, agradable y guapo. Parecía que todo lo que él hacía o dijera fuera correcto y aceptado por todos a su alrededor. Analice cada detalle de la foto, desde el fondo donde se veía una parte de su cuarto, hasta su cabello imperfectamente perfecto y su ropa tan casual pero linda.
"¿Por qué es tan genial?" Pensé.
Seguí pensando lo mismo cuando lo vi entrar al salón de clase con esa imagen tan limpia y genial. Pero solo por un momento, estaba más preocupada por terminar la tarea que deje el día anterior.
—¿Puedo copiar tu tarea?— Una voz baja y aguda como el zumbido de un mosquito hablo a mi lado. Natalia Pérez, mi compañera de clase, es delgada y pequeña, que junto con su timidez era difícil de apreciar.
De todos mis compañeros, ella era la única persona con quien hablaba a diario en el salón, lo más parecido a una amiga, pero en realidad no lo éramos. Siempre pensé que juntas podíamos considerarnos las raritas de la clase.
Aunque no me consideraba muy rara o fea, el problema era mi trauma. Cuando estaba en primaria todos mis compañeros se rieron de mí, sentí tanta vergüenza que desde entonces tenía miedo de realizar algo vergonzoso o fuera de lugar, sin darme cuenta comencé a recordar cada detalle que la gente criticaba de mí para evitar hacerlo o para poder cambiar. Fue tan agotador que decidí que era mejor aislarme y volverme invisible, probablemente no sea la solución ideal, pero era lo que me permitía vivir de manera más relajada.
—Yo necesito copiar la tarea de alguien.— Dije distraídamente.
Ella hizo una mueca y siguió tratando de resolver los ejercicios de matemáticas. Finalmente, tuve la suerte de concluirla a tiempo, lamentablemente Natalia no pudo terminar de copiar mi tarea. Pero ese no era mi problema.
Hasta qué...
—¿Por qué eres tan mala? ¡Por tu culpa no pude terminar mi tarea!— Grito con enojo Natalia, parecía haber olvidado que ella es muy tímida.
En el silencio del aula todos observaban en nuestra dirección, algunos sorprendidos, otros con morbo. Ante la situación, los nervios tensaron todo mi cuerpo, y me sentí irritada y enojada por su actitud.
—¿Acaso no te preste mi tarea? Si pudiste terminar o no, ¿qué tiene que ver conmigo?
El silencio se prolongó por tres segundos, luego todos empezaron a hablar, algunos dándome la razón, otros incitándonos a pelear. Cuando vi qué lágrimas comenzaron a caer por su rostro, dos emociones cruzaron mi mente, una fue sorpresa y otra fue fastidió.
—¿Esto es suficiente para llorar?— Supongo que mi expresión no fue muy buena cuando lo dije porque ella salió corriendo.
Todos en el salón estaban mirándome, no quería quedarme para que ellos siguieran viéndome y salí de allí también.
"Está loca, ¿qué culpa tengo yo?".
Solo me calmé cuando el frío ambiente de los sanitarios me recibió y el agua fría tocó mis manos. Me lamenté por todo, no podía dejar de pensar que pasaría al regresar, no quería que estuvieran observándome o susurrando frente a mí. Trate de suprimir tanto como pude la preocupación de que pensarían ellos.
Sonó la alarma de final de receso, solo podía volver a clase. Caminé lentamente, me sentía mal a cada paso que daba, cuando abrí la puerta y fui a mi asiento sentí que era consciente de todo el lugar, pero también mi visión tembló ante el nerviosismo.
"Nadie de ellos importa". Me alenté interiormente.
Para mi sorpresa y gusto, Natalia había sacado todas sus cosas y se fue a otra mesa. Su comportamiento me pareció estúpido, pero realmente ya no quería seguir teniéndola a mi lado.
La clase fue aburrida y el tiempo paso mortalmente lento, aun así, para mi alivio nadie parecía dirigir sus ojos en mi dirección. Pero increíblemente sucedió un evento raro.
—Arián ¿Cuándo acabo la segunda guerra mundial?— Preguntó la profesora de historia.
Cuando gire hacia mi compañero, mis ojos chocaron con dos orbes grises.
No podía olvidar sus ojos en mí. Ese momento fue tan extraño que confundida fruncí el entrecejo, fue ahí que pareció darse cuenta de la situación y retiro rápidamente la mirada. Él ni siquiera sabía que lo había nombrado, hasta que su amigo le susurro algo y respondió a la pregunta de la profesora.
Fue la primera vez que lo vi en una situación así, fuera de lugar, como si estuviera nervioso.
—Ludmila, ayúdame a cuidar a los niños esta tarde.— dijo mi hermana mayor, María.
Mire a los dos niños que peleaban por un juguete y asentí con desgana. Los quería mucho, pero era demasiado agotador cuidar dos pequeños de tres años.
—¿A dónde vas?— Pregunté.
—Tengo que ir con Matías a chequear la renovación del café.
Matías era uno de mis hermanos. Solo tenía hermanos mayores y todos ellos decidieron abrir un café. La tienda que habían alquilado estaba siendo remodelada para su apertura, y quedaban los últimos toques para su inauguración en dos semanas.
Debido a eso los últimos meses han sido difíciles, el dinero apenas alcanzaba para pagar los gastos de la casa. Ellos decían que era un mal momentáneo que nos traería mucho bien.
—Bueno, cuídate.— Le dije mientras veía como se marchaba dejando atrás dos demonios.
—Vuelvo enseguida.
En algún momento mis sobrinos habían agarrado un marcador y comenzaron a rallarse el uno al otro. Solo me distraje un instante e hicieron un desastre de ellos mismos.
En vez de limpiarlos decidí tomarles una foto. Los dos sentados en el piso miraban a la cámara con sonrisas traviesas. Pensé que era una bonita imagen y la subí a mis historias de WhatsApp.
Al instante note que alguien había visto mi historia, era Natalia, un momento después apareció otro nombre, Arián. Dos personas completamente diferentes, como polos opuestos, realizaron la misma acción. Un hecho curioso para mí.
Al día siguiente, lo primero que vi al salir de mi cuarto fue a dos niños todavía con la cara con rayas y a María mirándome mal. Los marcadores eran permanentes. Lo peor de la situación fue que ni siquiera desayune debido a sus ojos llenos de furia.
En clase todo fue normal, nadie se fijó en mí y yo tampoco presté atención a ninguno de ellos. Solo de vez en cuando a Arián, él era quien yo deseaba ser, brillante y despreocupado.
Las clases fueron lentas y aburridas, solo hasta la clase de educación física. Era la asignatura que más disfrutaba, debido a que Javier, uno de mis hermanos, solía llevarme a jugar voleibol al club donde asistía.
Las chicas habían comenzado a armar los grupos de acuerdo con sus amistades, yo, en cambio, siempre jugaba para el equipo que primero me preguntara, pero esta vez pensaba jugar para aquel en donde no esté Natalia.
—Ludmila, ¿quieres jugar con nosotras?—Preguntó Carla, ella era muy bonita, todos en la escuela la conocían. Además de eso, iba al mismo club que mi hermano y habíamos jugado juntas un par de veces.
Sonreí y respondí:—Sí.
El juego fue divertido, y se prolongó por treinta minutos. Al terminar todas estábamos agotadas hasta el cansancio, y nos sentamos sobre el césped a recuperar el aliento. Sin darme cuenta, el grupo se había convertido en uno bastante animado; los chicos que habían estado jugando en la otra mitad de la cancha se acercaron y conversaban entre todos. Por otro lado, vi a Natalia mirándome mal junto a dos chicas más, eran algunas compañeras de quienes no recordaba su nombre, no me moleste en prestarle atención o preocuparme por ello.
Estaba sentada allí sin saber qué hacer; si me iba podría parecer raro, pero si me quedaba sin poder integrarme a ellos me sentía incómoda. Al final decidí quedarme los quince minutos que faltaban para terminar la clase.
—Vamos a comprar agua, ¿quién quiere?— Preguntó Tobías, el amigo y compañero de escritorio de Arián.
Ambos empezaron a recolectar el dinero de todos los que querían comprar, Arián se acercó a mí y me preguntó. —¿Vas a querer agua?
La primera vez que Arián, el genial, me habló fue demasiado normal. Sin embargo, también sentí que estaba hablando con una especie de ser humano superior.
—Tengo el dinero en el salón de clase.—Respondí un poco avergonzada, la verdad si tenía sed, pero no quería beber el agua directamente del grifo, hacer eso me ponía nerviosa y terminaba mojando mi cara y ropa.
—Te prestó, puedes devolverlo después.
—Bueno, gracias.— Le dije sonriendo. Él solo asintió y se fue.
Después de unos minutos, Natalia y las otras dos chicas pasaron junto al grupo y hablaron en voz lo suficientemente alta como para que todos pudieran escucharlas.
—Ella es mala, pensé que era tu amiga, pero no te quiso ayudar.
—Desde que la vi me di cuenta de que era así, por algo siempre está sola.
Las tres se alejaron rápidamente mientras supuestamente consolaban a Natalia, quien en todo momento mantuvo su cabeza gacha de manera lamentablemente. Me sentí mal de inmediato, en parte debido a qué Tobías y Arián estaban regresando. Por algún motivo no quería que él escuchará ese tipo de cosas sobre mí.
—¿Podemos preguntarte algo?— Habló uno de mis compañeros. Todos giraron sus cabezas hacia mí y asentí con un poco de pánico por su pregunta.
—¿Por qué se enojó Natalia?
Suspiré y desvié la mirada hacia el pasto debajo de mí. No quería hablar de eso, me incomodaba esa pelea tonta y sin sentido, sobre todo porque ella terminó llorando cuando no hice nada para qué reaccionará así.
—Sinceramente, no sé por qué se enojó.— Dije sin poder levantar la mirada, me incomodaba mucho toda la atención que estaba recibiendo.
—Ella es demasiado exagerada.
—Yo pienso que solo buscaba desquitarse con alguien.
Sin duda la aceptación de la gente podía hacer sentir bien a alguien.
—No es por ser mala gente, pero Natalia es rara.— dijo otro chico.— ¿Por qué te sentaste con ella?
Levanté los hombres y dije—Ella siempre fue muy tranquila.
Agradecí que justo tocó el timbre que indicaba el final de la jornada. De verdad, ya no quería seguir hablando de esa pelea tan tonta y sin sentido que había armado Natalia.
Cuando llegue al aula comencé a guardar mis pertenencias, saqué el dinero que le debía a Arián y miré hacia su escritorio, pero él ya no estaba ahí, recorrí con la mirada el salón de clase y lo vi saliendo por la puerta. Caminé para alcanzarlo y llamé su nombre en medio del pasillo, él se detuvo y giro para verme.
Reduje la distancia y le ofrecí el papel en mi mano. —Es el dinero del agua. Gracias.
El tomo el dinero y lo guardo en su bolsillo.—De nada.— Dijo y se quedó parado como dudando de si irse o no.
—Soy compañero de Natalia desde kínder, no es la primera vez que hace algo así. No te preocupes, pero deberías alejarte de ella.
—Ah, sí, bueno, gracias.— No sabía que más decir, él estaba frente a mí dándome palabras consoladoras que jamás espere recibir.
Él pareció contagiarse de la incomodidad. Se rascó la nuca y dijo:—Bueno, me voy. Nos vemos.
—Sí, adiós y gracias.— Volví a agradecer. Él sonrió y se dio la vuelta para seguir su camino.
Fue incómodo porque los dos íbamos hacia la salida del instituto, aunque ya nos habíamos despedido, seguimos caminando casi a la par. Al llegar a la calle miró en mi dirección y preguntó.
—¿Hacia dónde vas?
Señale la dirección que tenía que tomar para llegar a mi casa y dije:—Hacia allá, ¿por qué?
—Yo también, vamos juntos, es incómodo seguir caminando así.
Solté una risita nerviosa y asentí. Claramente, yo sabía que él tomaba el mismo camino por un par de cuadras, pero no se lo iba a decir.
—Ayer vi que subiste una historia de dos bebés, ¿son tus hermanos?— Preguntó él.
—No, ellos son mis sobrinos.
—Ah, son muy lindos, yo tengo una hermana de cinco años, ella es muy delicada, si llega a rallarse la cara así podrían salirle ronchas.— Después de una pausa continúo. —Deberían tener cuidado.
—Sí, quise quitarles la tinta de inmediato, pero me di cuenta de que era marcador permanente.
—¿Qué?— Arián me miró con ojos sorprendidos. Inconscientemente, imité su expresión y hablé.
—Ellos siguen con sus caras rayadas.
Arián me miró por unos segundos más y se río. Después de eso no sabía qué decir y él continuó caminando en silencio. Todo lo que decíamos parecía un poco tosco y el ambiente no dejaba de ser incómodo. Afortunadamente, llegamos a la intersección dónde nuestros caminos se dividían.
—Nos vemos en clase.
—Adiós.
Fueron las últimas palabras que dijimos antes de finalmente dejar la atmósfera incómoda atrás.
Finalmente, nuestros caminos se separaron en esa intersección, él giraba a la derecha, dónde quedaba uno de los barrios más exclusivos de la zona, y yo, a la izquierda, hacia un edificio de oficinas, el cual ocultaba un viejo conjunto residencial, al que se accedía por un callejón un poco deteriorado.
"Espero no tener que caminar con él nunca más". Pensé.
Mi deseo se cumplió por el resto de la semana. Hubiera sido feliz si así fuera por lo que quedaba del último año de instituto, pero el día lunes, nuevamente nuestros caminos se cruzaron en esa intersección. Lo vi mucho antes de que llegara a la calle principal.
Arián lograba resaltar entre todos los adolescentes que caminaban por la zona escolar, él era el único que parecía limpio y fresco, incluso pensé que si me acercaba a él olería el agradable aroma del suavizante de ropa. Su atuendo le quedaba muy bien, y con los rayos del sol sobre él se veía etéreo.
Estaba tan perdida en mis pensamientos que no frene para evitar encontrarme con él. Cuando él se dio cuenta de mí, pareció dudar entre seguir como si no me hubiera notado o esperarme.
Al final se quedó parado, mirándome mientras terminaba de cruzar la calle. Aunque estoy segura de que ambos preferíamos ahorrarnos una caminata incómoda, él decidió esperarme.
—Buenos días.— Dijo con una pequeña sonrisa.
—Buenos días.— Respondí de vuelta.
No nos habíamos hablado en toda la semana, no más allá de saludos cortos y simples. Por mi parte, prefería que siguiera siendo así.
—Los lunes son muy molestos.— Comentó mientras bostezaba. Podía notar que tenía mucha flojera por la manera perezosa en la que caminaba.
—Tampoco me gustan.
—Entonces, ¿qué te gusta?— Me preguntó mientras sacaba un chicle y se lo metía en la boca.
—Mi cama.— Respondí sin pensar mucho.
Arián se río y saco otro chicle que luego puso frente a mí. Lo tomé y le dije gracias. Era uno de frutilla, pero a mí me gustaba más el de menta, aun así, no pensaba devolverlo.
El resto del camino fue un poco incómodo porque yo no sabía qué decir y él decidió permanecer callado durante el trayecto. Cuando entramos al instituto él sostuvo la puerta para mí, después de eso dude en seguir caminando con él o no, pero supuse que sí, ya que íbamos al mismo salón.
Al legar al salón, él volvió a abrir la puerta para mí, suavemente le dije gracias, solo recibí una sonrisa antes de dirigirnos respectivamente a nuestros escritorios.
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