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El Amor Que No Te Puedo Dar

UNO

...EL AMOR QUE NO TE PUEDO DAR es una obra original de IRWIN SAUDADE (Chico Literario)....

...Instagram: @winsde3...

...©️Todos los derechos reservados...

...©️Irwin Saudade ...

...La presente obra está escrita con todo el cariño y valor de mi vida, espero que te guste. ...

...Este libro es la continuación al libro titulado ¡PÍDEME QUE TE OLVIDE!...

...Este es un borrador, me disculpo por los errores que encuentres al leer. ...

...🍃🍃🍃...

...EL AMOR QUE NO TE PUEDO DAR (LIBRO DOS)...

...Primera parte. ...

...“SI FUERAS LLUVIA”....

...CAPITULO 1...

Hoy era el primer día de clases. Agradecí mucho que la escuela estuviera cerca de mi casa, así no tendría que viajar demasiado. Todos parecían estar emocionados, había muchos chicos y chicas en la entrada haciendo locuras. Me pareció muy padre el uniforme. Falda cuadriculada y entablada en color gris. Camisa blanca. Suéter azul. Decidí comprarme unos zapatos de charol para lucir mejor.

En mi caso, yo era la alumna nueva de este año. ¡Eso me provocó mucha emoción! Estaba por cursar mi último año de bachillerato y cuando me inscribí, decidí que esté año no sería la chica tímida, antisocial y reservada que solía ser antes. Este año sería muy diferente. ¡La nueva Miranda estaba con vida y a todo volumen! Mi pasado se había quedado en la ciudad.

El timbre sonó a las siete en punto anunciando que las clases comenzaban, así que me dirigí a mi salón. Quería empezar bien el año escolar. Tuve que preguntar al conserje donde estaba el salón de tercero B. ¡Me gustaba como clasificaban los salones aquí! Me detuve justo en la puerta, estaba abierta y había una maestra cerca del pizarrón. Cuando me vio, me animo a entrar, le sonreí.

—¡Hola! Tú eres la nueva alumna, ¿cierto?

Asentí.

—Si. Soy yo. Me llamo…

—Está bien, te parece si te presentas ante la clase —dijo interrumpiéndome

—Si. Está bien.

La maestra parecía agradable.

—¡Buenos días chicos! —saludó a la clase.

—¡Buenos días profe! —saludaron al unísono.

—Pues un gusto estar como su maestra este año, sé que nos esperan cosas emocionantes —ella era muy entusiasta—. Antes de proseguir, quiero que conozcan a su nueva compañera.

Hizo un ademán para acercarme a ella. Me cedió la palabra. Mis compañeros no eran intimidantes.

—¡Hola a todos! Mi nombre es Miranda, hace un mes que me mudé a San Francisco. Tengo diecisiete años, me gusta la fotografía, me encanta leer y recientemente estoy trabajando en un proyecto, quiero poner una granja —mis compañeros sonrieron junto conmigo—. ¡Y pues espero llevarnos bien!

Todos me recibieron con un aplauso. La maestra me pidió que ocupará un lugar. Elegí sentarme junto a la ventana, en la parte de en medio del salón. ¡Cómo en mi anterior escuela!

A la hora del receso, fui a la cooperativa escolar. Me compré una torta de milanesa, mientras esperaba, se me acercó una chica. Ella estaba en mi clase.

—¡Hola! —saludó ella.

—¡Hola! —Respondí a su saludo—. ¿Que desayunaras?

Ella era casi de mi estatura. Quizá un poco más chaparrita.

—Pedí una torta de jamón ¿y tú?

—Una de milanesa.

Las dos sonreímos.

—Me llamo Rosa, Rosí para los cuates.

—¡Un gusto Rosí!

Desayunamos juntas, ella era agradable y pensé que podríamos ser buenas amigas. ¡Lo intentaría! La invite a mi casa después de clases, ella acepto con gusto.

Cuando estábamos viendo historia mí celular empezó a vibrar. Era una llamada de Marcos. Pedí permiso para ir al sanitario.

—Marcos.

—Miranda ¿Cómo estás? ¿No te interrumpo?

Me quedé hablando cerca de la biblioteca.

—Pues estaba en una clase y tuve que pedir permiso para ir al baño. Tengo unos minutos.

Escuché su risa a través de la distancia. Parecía que él estaba en su receso.

—De acuerdo, pues mira, tengo algo que decirte —su pausa repentina me hizo sentir preocupada de repente.

—¿Está todo bien por allá?

—Sí, todo parece ir bien. Es solo que Emilio vino hoy a mi casa, antes de que me viniera para la escuela. ¡Él quiere verte!

Lancé un suspiro.

—¿Y qué le dijiste?

—No le dije nada porque él no me dejó hablar, solo me dijo que quiere verte y revisa tus archivos de WhatsApp, te acabo de enviar una carta que escribió él. ¡Me pidió tu número!

Recibí un PDF con el título ¡Te extraño!

—¿Le explicaste…?

—Por supuesto. Siempre le digo lo mismo y al final parece que eso le da más razones para tratar de averiguar tu ubicación. ¡De verdad le importas!

Arquee las cejas. Suspiré. Yo sabía perfectamente que Emilio estaba demasiado interesado en mi bienestar.

—Y bueno, cambiando de tema, Édgar me pidió que te mandara un paquete. Se supone que te llega hoy.

—¡Oh está bien! Supongo que él mismo podría haberlo enviado. Recibí sus geranios cuando recién llegué aquí.

Dejó escapar una risa chistosa.

—¡Miranda! Él es un espía es obvio que sabía a dónde irías. No me sorprende que sepa sobre lo que haces actualmente. Si no ha ido a verte es porque tú misma se lo pediste y creo que Édgar tiene palabra.

Terminamos la llamada cinco minutos después.

Al final de clases resultó que Rosí no podría acompañarme a mi casa. Pasé a comprar algunas verduras para la comida, pensaba en preparar un poco de espagueti y milanesas de pollo.

Estaba caminando hacia mi casa cuándo su camioneta se detuvo a mi lado. Fernando me estaba mirando, llevaba el cabello despeinado y un poco de aserrín en el rostro.

—¿Te llevo a tu casa?

Mi vecino era agradable. Camine hasta la puerta del copiloto, la abrí con toda confianza y subí a su Chevrolet Silverado.

—¿Entregaste algún mueble?

Su playera también tenía impregnada una buena cantidad de partículas de aserrín.

—Sí, a una clienta que quería un ropero —sus manos estaban bien aferradas al volante—. ¿Qué tal tú primer día?

—¡Muy bien! Me gusta esa escuela, es muy diferente en muchas cosas, pero me gusta mucho.

No tardamos mucho en llegar. Estacionó la camioneta debajo de los fresnos.

—¡Gracias por traerme!

—¡De nada! Ya sabes, es una ventaja que seamos vecinos.

Sonreí.

—Si. Pues te veo luego. Salúdame a Fran por favor.

Asintió. Comenzamos a alejarnos.

En ese momento el sonido de un auto llamó nuestra atención. El vehículo era un Audi color negro, brillante como la noche y despampanante como la gente rica. Samuel abrió la puerta de mi casa y se detuvo en seco sorprendido por el vehículo. Se había estacionado justo enfrente de mi casa. ¡Samuel iba tarde a la escuela!

Una puerta trasera se abrió, segundos después pude reconocer de quién se trataba.

—¿Tú vives aquí? —preguntó el abuelo a Samuel.

—¡No señor! Yo vivo en frente, pero trabajo aquí.

Samuel me lanzó una mirada, parecía nervioso. ¡Nunca pensé que mi abuelo fuera el primero en venir a mi nuevo hogar!

—¿Para quién trabajas?

Samuel levantó su mano y con el dedo índice me señaló. Mi abuelo se giró y al fin pudo verme. Me sorprendió escuchar la voz de Fernando detrás de mí.

—¿Lo conoces?

Su respiración retumbaba en mi cuello.

—Si. Es mi abuelo.

***

—¿Cómo ha estado? —le pregunté.

Estábamos sentados en la sala, le ofrecí un poco de té de manzanilla.

—Bien. Creo que en un estado intermedio, ya sabes, no tengo veinte años.

—Es verdad, pero aun así yo creo que su corazón se siente como si tuviera veinte.

Sonrió. Vestía pantalones grises, una camisa blanca y una corbata de moño en color morado. Sentí un poco de confianza hacia el abuelo.

—Solo vine de rápido a saludarte. Pensé que me llamarías, pero parece que estás bien y eso me da gusto.

—¡Ah! Si. No quería importunarlo con…

—No digas eso. Eres mi nieta. ¿Por qué me causarías molestia? Después todo, soy yo el que te debe mucho.

Negué con la cabeza.

—¡Descuidé! Entonces estamos a mano.

Asintió. Dio un sorbo a su taza de té y se animó a hablar de forma directa.

—Tom está en la cárcel. Sé que eso no te devolverá a tu madre, pero al menos, el hombre podrá pagar un poco de todo lo malo que hizo. ¡Cadena perpetua! Y Miguel, bueno, intentó localizarte, pero ya me he encargado de eso. Está en la misma situación que su hermano.

Esa noticia no me sorprendió. Hablar de Tom no era algo necesario. Hablar de papá tampoco era algo que me causará alegría. ¡Me daba igual la vida de esos dos hombres!

—¿Y cómo pudo encontrarme? —cambie el tema.

—Édgar. Tú sabes que es mí sabelotodo.

Era verdad. Édgar era espía, era mi anónimo.

—Es verdad. ¡Sí que lo sabe todo!

—Le pedí que viniera conmigo para que pudiera saludarte, pero por alguna extraña razón no pudo venir.

La sonrisa del abuelo era agradable. Así que Édgar estaba respetando mi petición. Le había dicho que no me siguiera, que no intentará venir a mí. ¡Y me estaba respetando! ¿Hasta cuándo serian así las cosas entre nosotros?

—Estoy planeando hacer una cena o comida dentro de quince días, vendrán amigos de la familia y toda la familia en sí. ¡Me gustaría que pudieras venir!

Su invitación me sorprendió.

—Ah. Yo, no sé si debería…

Pensaba rechazarlo.

—Eres parte de mi familia. ¡Me gustaría bailar contigo el vals del abuelo y la nieta! Espero que puedas venir. ¿Necesitas que venga alguien por ti? Puedo mandar a Édgar si tú quieres.

Me lo pensé unos segundos. ¿Estaba bien que yo intentara recuperar mis lazos familiares? Quizá sí debería ir. Quizá no. ¿Realmente éramos familia? ¿Por qué después de tanta tragedia hay interés por mí?

—¡No se preocupe! Yo llegó sin problema.

Mi abuelo sonrió. Su piel arrugada se arrugó más a causa de una sonrisa. ¡Como una ciruela pasa súper viejita!

—Está bien. Le diré a Édgar que te envié la invitación.

***

Eran las seis de la tarde. Había decidido salir a caminar un poco a tomar algunas fotografías del bosque. Resulta que atrás de mi propiedad había un terreno grande, extenso con muchos árboles. Un pozo llamo mi atención, me asome con mucho cuidado y pude comprobar que estaba muy profundo. Tomé una piedra del tamaño de mi mano y la lancé dentro. Después de unos segundos escuché el impacto.

—¡No te vayas a caer! —su voz captó mi atención.

Me resbale, sentí nervios y casi me voy al hoyo. Él corrió a mí y me sujeto rápidamente, me puso en suelo seguro.

—¡Gracias! —dije entre nervios y suspiros.

Se me puso la piel de gallina.

—¿Estás bien?

—Si. Todo bien. ¡Gracias! Creo que si no hubieses estado aquí, yo estaría allá abajo ahora mismo.

Reí. Empezamos a caminar entre el pequeño bosque. El viento era fresco y me gustaba estar aquí. Me sentía tranquila.

—¿Ya tomaste fotos?

—Si. Ya tomé algunas. ¿Quieres ser mi modelo?

Él se sorprendió un poco. Pero al final asintió.

—¿Qué tengo que hacer?

—Mmmmm solo tienes que posar para la foto, intenta hacer algo casual y no te me pongas nervioso.

Se lo pensó unos segundos. Su mirada estaba puesta en mí y nuestro alrededor, sonrió. Comenzó a caminar hacia un árbol de colorines y trepó. Una rama. Otra. Y luego otra. Se sentó ahí.

—¡Estoy listo!

Sonreí. Asentí. Apunté. Comencé a fotografiarlo. Fernando se veía bien. Cómo si mi lente pudiera inmortalizar su belleza casual, su sonrisa y su mirada tan tierna llena de compasión. Cambiaba de poses y parecía divertirse con lo que estaba haciendo. ¡Fue un momento agradable!

—Saliste súper bien. ¡Gracias por ser mi modelo!

—De nada. Pensé que sería más complicado.

Comenzó a bajar.

—Imprimiré algunas y te daré las copias.

Apagué mi cámara. Empezaba a oscurecer, el sol ya se había ocultado, una luz tenue todavía nos alumbraba.

—Pensé que tu abuelo se quedaría más tiempo.

—Solo venía de rápido. Ya sabes, una visita exprés.

—¿Él está de acuerdo en que vivas sola?

—Supongo que sí.

—¿Has hablado con tu papá?

Su pregunta me desconcertó un poco. Yo no había contado mi historia completa a doña Fran y supongo que mi querida vecina no le había contado de mí a su querido nieto.

—Fernando, si tú hubieses recibido una gran herencia. Dinero, propiedades, una compañía algo millonaria y poder, ¿cómo te sentirías?

Hizo un gesto de imaginación. Quizá pensó que le estaba cambiando el tema.

—¡Pues muy feliz! Supongo que eso estaría bien para mí y mi familia. Nuestra vida cambiaría por completo.

—¿Te gustaría cambiar tu vida?

—No estaría mal. Quizá así podríamos tener lujos y vivir bien.

—Yo pienso que ustedes viven bien. Están juntos, tienen lo necesario y son muy agradables. ¿Realmente te gustaría cambiar todo eso por un poco más de dinero?

Ahora él lo meditó unos segundos. Su gesto cambio por completo.

—¡Es verdad! Creo que no tengo necesidad de pensar así.

Asentí.

—En mi caso, me hubiese gustado tener una familia como la tuya. ¡Ni siquiera tengo padres! Y mi abuelo, hace un mes que lo conozco. ¡Si tú supieras todo lo que he pasado!

***

Querida Miranda:

Se pasó muy rápido el tiempo desde que decidiste huir. ¡Un mes! Aún no me lo creó y la neta te extraño.

Últimamente he estado pensando y repensando en la decisión que tomaste. Saliste en las noticias, te veías mal, había vidrios rotos en la calle y el fuego era lo más preocupante. Saliste corriendo de tu casa y Tom fue la sombra que se asomó por la ventana. Te fuiste de ahí, la policía no tardó en llegar. Llegaste a mi habitación. Me diste mi regalo y me besaste. ¡Me sorprendió aquel beso!

Tantas veces me dijiste que necesita a una chica en mi vida, que necesitaba iniciar una relación, pero tú eras la única chica con la yo esperaba iniciar una relación de enamorados. ¡Pero te escapaste de mí!

En la graduación, mi mente no dejaba de pensar en ti. Te veías muy mal, herida, sangrabas y así con todo el dolor seguiste sonriendo. ¿Por qué no me dijiste nada? ¿Por qué no me habías contado tu plan? ¿Por qué me habías besado? ¡Quizá estaba imaginando todo! Pero la realidad me golpeó cuando escuché tu voz en el altavoz.

Aldo estaba intentando sobrepasarse contigo y fuiste muy valiente al enfrentarlo.¡Toda la escuela dejo de quererlo en ese momento! Sus padres intentaron limpiar su reputación y perdió un lugar en el equipo. Su universidad lo mancho por completo.

Volví a casa. Tomé las llaves de mi auto y conduje hasta tu casa. Tu ventana estaba rota, había una cinta amarilla de precaución en el perímetro y ahí confirmé que te habías ido. Yo seguía pensando, preguntándome y mi mente daba vueltas alrededor de todos nuestros recuerdos. ¿Realmente te habías ido por lo que había pasado con tu familia? ¿A dónde fuiste? ¿Me querías de verdad?

Miranda, hay cosas que necesitamos hablar y estoy dispuesto a ayudarte como siempre lo he hecho. Más que una amiga, tú eres esa parte que altera mi corazón, me haces sentir mariposas en el estómago pero me faltan las alas porque no estás aquí. ¡Vuelve! Al menos háblame por teléfono. Necesito que me digas que estás bien. Necesito que me digas que todo está bien entre nosotros.

¡Por favor! No te escondas de mí...

Era verdad. La vida seguía cambiando para todos, pero yo no me estaba escondiendo. La razón por la que Emilio no sabía de mi plan, es que yo no quería distraerlo más con mis problemas. ¡No se merecía estar encadenado a una chica moribunda! Él se merecía ser feliz sin tener que cargar con una chica deprimida. Además yo quería saber la verdad sobre mí, mis padres y mi verdadero origen.

***

—Este fin de semana será la quermes de bienvenida —dijo la maestra. Todos mis compañeros comenzaron a aplaudir y a gritar emocionados—. Y nos tocó el puesto de baile.

La emoción aumento por completo. Rosí me dijo que en la quermes de bienvenida, tanto el turno matutino y vespertino se unían en una celebración donde invitaban a todo el pueblo. ¡Era como una costumbre donde todos participaban!

—¿Crees que alguien se quiera casar conmigo? —Me preguntó Rosí—. ¡Ojalá Juan se quiera casar conmigo!

—¿Cuándo te vas a casar? ¡Estás muy chica para casarte!

Ella sonrió. Yo me sorprendí, me saque de onda.

—Pues el día de la quermes me quiero casar. ¡Ya sabes! En el puesto del registro civil. ¡Es uno de los mejores puestos! Te puedes casar con tu crush.

Su comentario me sorprendió. ¡Yo nunca había ido a una quermes! Sonaba divertido.

—¿Juan es tu crush?

—Si. Obviamente. ¿Y el tuyo? ¿Quién es tu crush?

La pregunta me tomó desprevenida.

—Yo no tengo crush. No he tenido tiempo para pensar en alguien que me guste.

Era verdad. No me había puesto a pensar en eso. Emilio. Édgar. ¡Besé a los dos! Me había ido de ambos.

—¡Descuida! Si aún no tienes crush, la clase se encarga de buscarlo por ti.

—¿A qué te refieres con que la clase lo busca por mí?

Ella tenía un gesto curioso. Sonrió emocionada.

—Cada salón escoge a sus favoritos. En nuestra clase todos votaron por Miguelito y por ti.

—¿Votaron ya? ¿En qué momento?

—Cuando la maestra nos dio aviso de la quermes. Bueno, el punto es que cada salón tiene a sus dos favoritos, sus nombres se envían al club de arte y el club de arte se encarga de sortear y emparejar a cada favorito. Luego se publica la lista de posibles parejas y todos votan por la pareja favorita. Al final, la pareja más favorita se termina casando en el registro civil de la quermes. ¿No es emocionante?

—La verdad...

—¡Tu nombre ya les pertenece Miranda! Todos tenemos fe en que tú ganarás.

¡Vaya que está escuela tenía una interesante tradición!

—No lo sé Rosí. Creo que eso es algo cruel. Ni siquiera me preguntaron si quería estar en esa lista. ¡No estoy lista para casarme!

—Tranquila. Todo es parte del juego. ¡Espero que ganes!

DOS

Rosi estaba muy emocionada. Llevaba puesta una falda amarilla y una blusa blanca. Estábamos en la fila de los algodones de azúcar.

—¿Has visto a Juan? —ella lo buscaba con la mirada.

Había mucha gente, realmente es que todo el pueblo venía a la quermes y eso estaba cool.

—Mmmmm. No, quizá y esté en la tómbola.

Juan era un chico alto, delgado, cabello negro quebrado, ojos cafés y piel tostada. Rosi estaba derretida por él, por sus ojos que brillaban como el sol.

—¡Acompáñame! Vamos a buscarlo.

Asentí. No tenía otra cosa mejor que hacer, salvo tomar fotos, había traído mi cámara.

No tardaron en darnos nuestros algodones, el mío rosa y el de ella azul, nos tomamos una selfie. Empezamos a caminar entre la multitud de gente y puestos, vi a doña Fran atendiendo el puesto de las chalupas, Fernando estaba platicando con unas chicas.

—¡Mira! ¡Ahí está! —exclamó Rosi.

No pude ver a Juan.

—Mmmmm. No veo a Juan.

—No, aún no encontramos a Juan. Te estoy enseñando el puesto, ahí el registro civil. ¿Lo ves?

En ese momento alguien se estaba casando y me causo cierta curiosidad. La chica tenía puesto un velo de novia y un ramo de flores, el novio tenía puesto un corbatín y una rosa en la solapa sé si camisa.

—¡Qué bonito! —dije emocionada.

Rosita asintió. Me lanzó una mirada pícara.

—¡Ojalá sea bonita tu boda!

Los novios salieron del registro civil tomados de la mano. Sonreían. Mi curiosidad se detuvo en un grupo que sostenía a un chico, lo habían vestido de novio y todos parecían emocionados, acababan de llegar al registro civil.

—¿Mi boda? —pregunté desconcertada.

Asintió.

—¡Si tu boda! Amiga ganaste. Todos votaron por ti.

¡Rayos! Eso no me lo esperaba. Durante la semana había estado recibiendo muchas cartas y notas de muchos chicos. ¡No los leía! Recibir tantas cartas me hizo acordarme de Édgar y de Emilio.

—¿Cómo sabes eso?

Ella arqueó sus cejas, lanzó un silbido y de momento aparecieron varios de nuestros compañeros. Juan también apareció.

—¡Está lista muchachos! Sabíamos que ibas a ganar.

Ellos me sujetaron de las muñecas, un grupo de chicas me puso un velo de novia, Rosi me dio un ramo de rosas blancas. Me sentí nerviosa de repente.

—¿Y que se supone que haga?

—Nada. Solo has acto de presencia.

Caminamos hasta el registro civil. La gente nos estaba mirando, el sonido de la música parecía disminuir. Cuando me detuve frente al novio, mis nervios se tranquilizaron.

Él era un chico alto, fornido, su piel era canela, sus ojos miel y las pestañas rizadas. Tenía el cabello ondulado y su sonrisa era bonita. ¡No me sorprendió!

—Puede empezar —le dijo al juez.

Él hombre empezó con su introducción, el novio me miraba y yo no le aparte mi mirada ni un segundo, comencé a preguntarme por su nombre.

—... Él joven Manuel Anaya y la señorita Miranda... —el juez no sabía mi apellido.

Su nombre me hizo pensar en él. Mi enamorado fugaz, mi chico ideal, el chico que terminó embarazando a una morra en su pueblo natal.

—Miranda Saudade —le dije.

—...la señorita Miranda Saudade han decidido unir sus vidas en matrimonio...

Parecía que los diálogos eran más que un simple juego, esto era una realidad que muchos no se atrevían a respetar. El matrimonio es algo que hoy en día ya no se respeta y que al amor mismo han deteriorado con tanto desprestigio.

—... Antes de proseguir con la declaración de votos, me gustaría preguntar, ¿Hay alguien que se oponga a la unión de este joven y está señorita?

Resultaba ser que todos en la quermes podían ver nuestra boda. Nos estaban trasmitiendo en algunas pantallas y bocinas de la escuela.

El novio me miraba, asintió. Yo simplemente me quedé erguida. Nunca había hablado con él, es más, ni siquiera sabía de su existencia. Todos mis compañeros estaban viendo y Rosi estaba muy emocionada.

—... ¡Bien! Pues parece qué nadie...

—¡Esperen! -grito alguien entre la multitud de espectadores.

Reconocí su voz al instante. Apreté mis manos y deseé que no fuera él. Levemente, gire mi rostro en su dirección.

Era Édgar.

***

—¿Así que ahora vives aquí? —pregunto mientras deambulaba por el comedor.

Yo estaba recargada contra la estufa, había puesto a calentar agua para café.

—¿Te gusta? —le pregunté.

—Es lindo. Parece un lugar tranquilo y unido. ¿Que estaban festejando aparte de tu boda?

La boda se canceló. Manuel dejo de sonreír.

—Pues como dijiste, la gente de aquí es muy unida, solo estaban festejando el inició de clases, ya sabes, para animar a sus hijos y así. ¿Cómo ves?

—Pues está bien —se detuvo desde un ángulo en el que pudiera mirarme—. Por lo que veo has estado muy bien, te ves tranquila, feliz, bonita.

—Se supone que mi verdadera madre vivía aquí, está era su casa y tú sabes, estoy buscando mis raíces. ¡Me siento tranquila!

—Tu abuelo dijo que era un buen lugar. ¡Realmente quiere que vengas!

Había olvidado su invitación.

—¡Claro! Iré.

La casa empezó a oler a café de olla. Édgar me pidió un café se olla de barro. Serví dos tazas.

—¿Pensaste en mí? —su pregunta me tomó desprevenida.

—Un poco.

—¿Pensaste en Emilio?

—Un poco también.

Él dio un sorbo a su café.

—¿Le quieres?

—Si, por supuesto.

—¿Me quieres?

Ahí fue cuando casi me ahogo con mi café.

—Te quiero, pero no de la misma forma que a Emilio.

—¿Entonces? —él parecía muy curioso por saber la respuesta.

—Aunque tú conoces muchas cosas sobre mí, yo aún no logro conocer lo suficiente de ti como para quererte fuerte, o de la misma forma que a Emilio. ¡Claro! Esto es, bueno, no significa que yo tenga sentimientos románticos por Emilio.

—¿Y por qué lo besaste?

¡Rayos! Había olvidado que él era espía. Su mirada era curiosa.

—¿Por qué me besaste antes de que subiera al autobús?

Su sonrisa pícara me hizo sentir bien. ¡Estábamos a mano! Nos sonrojamos.

—Resulta que una parte de mi siente afecto romántico por ti.

¿Me quiere de verdad?

***

—¿Y él muchacho de ayer? ¿De dónde salió?

Doña Fran tenía mucha curiosidad por saber. Todo el pueblo, tenía curiosidad.

Cómo cada sábado desde que llegué, le pedí a Fran que me enseñará a hacer tortillas. Así que las dos llevábamos puesto un delantal, estábamos cerca de un comal de barro y el fuego cocía las tortillas. Está vez ella me dejó aplanar la masa y ella solo volteaba. ¡Aprendí rápido!

—Es un amigo. Vino por mí. Iré a la ciudad está semana.

Ella se sorprendió.

—¿Te irás una semana? ¿Y la escuela?

—Descuide. Cuando me inscribí le expliqué al director que a veces no asistiría por mi situación.

—Pues está bien. ¿Vas a visitar a tu familia?

—Si. Tengo que ir a ver a mi abuelo, me pidió que fuera a conocer más sobre mi padre.

Yo había contado mi historia a Fran. Sabía que yo era huérfana, que tenía el alma rota y una fortuna recién dada. Ella hizo un gesto pensativo.

—Resulta que el jueves nos llega un paquete de Estados Unidos pero la paquetería no quiso venir aquí por qué resulta que estamos en el pueblo y ya sabes cómo son esas gentes chocosas. Así que Fernando iba a ir a recogerlo. ¿Crees que él pueda ir contigo?

Saqué una tortilla de la prensa y la puse en el comal.

—Si, con gusto lo llevó.

Una hora después, entre a mi casa junto con un canasto de tortillas recién hechas. Édgar estaba cocinando el desayuno. Le había escrito una nota para decirle que no estaría en casa.

—¡Buenos días! —le saludé.

—¡Buenos días Miranda!

—¿Descansaste bien?

—Si. Podría vivir en esa cama una eternidad, muy cómoda —sonrío, volteó el huevo en del sartén—. Y tú, ¿hiciste tortillas?

Su pregunta reflejaba admiración completa.

—Si. Todos los sábados hacemos tortillas. ¡Ya aprendí!

—¡Quién lo diría! La chica de ciudad tiene un lado rural y eso está muy bien. ¡Me gusta!

Después del desayuno, Édgar me ayudó con el gallinero. Samuel les estaba dando de comer a los pollitos. Yo le estaba enseñando las gallinas a Édgar, por qué si, había comprado gallinas para mí pequeña granja.

—¿Que más has aprendido en este lugar?

Édgar sostenía una canasta llena de huevos. Mis veinte gallinas producían suficiente huevo todos los días.

—Es todo —encogí mis hombros—. ¡Pienso aprender a ser agricultura!

Él asintió. Parecía sentirse orgulloso de mí.

—¡Muy bien! Nunca dejes de aprender.

Sonreí.

—¿Qué opinas? —le pregunté mientras cargaba a una gallina abada— ¿Aún me quieres siendo granjera?

Asintió.

—Te quiero siendo lo que tú quieras ser.

Samuel se sorprendió al escuchar.

—¿Es tu novio? —me pregunto.

Édgar esperaba escuchar una respuesta afirmativa.

—Por el momento no. Él es un amigo.

Édgar bajo la mirada. Lanzó un suspiro y se rasco la cabeza. ¡Lo acabe de mandar a la zona de amigos!

***

—¡Váyanse con cuidado! —la voz de Fran preocupándose por nosotros me hizo sentir querida.

Édgar ya había subido mi equipaje. Una mochila con las cosas necesarias. Encendió el motor. Fernando venía hacía nosotros.

—¡Claro que sí! Le diré a Fernando que le llamé cuando ya estemos haya.

Ella asintió. De pronto, me tomó de las manos y cubrió mis dedos con sus manos.

—¡Cuídalo mucho! Por favor, te lo encargo.

Fernando era el nieto más querido de doña Fran. ¡Era un buen muchacho según ella!

TRES

Estábamos viajando por la autopista, casi llegábamos a la ciudad. En el radio sonaba Go Solo de Tom Rosenthal en remix. Yo viajaba en el asiento del copiloto, Fernando venía detrás mirando por la ventana con mucha atención y de vez en cuando lo veía sonreír a través del retrovisor. ¡Seguramente se sentía emocionado de estar fuera del pueblo! Édgar conducía, sus manos fuertes se aferraban al volante y de forma variada me miraba de reojo.

—¿Estás nerviosa? —preguntó Édgar.

—No. Bueno, siento un poco de curiosidad por saber cómo están las cosas por aquí. Pero no diría que estoy nerviosa.

—¿Le avisaste a Emilio?

Fernando empezó a poner atención a nuestra plática.

—No. No he hablado con él desde hace dos meses. Le escribí una carta y recibí una carta suya. ¡Solo eso!

—¿Lo irás a ver?

—¿Tú qué me recomendarías? Se que él está en la universidad y no me gustaría distraerlo de su nueva rutina.

Él asintió. Parecía sonreír.

—Supongo que deberías ir. Después de todo es tu mejor amigo. ¡Y de por sí es un joven muy distraído!

Sonreí. Édgar tenía razón. Me emocione de repente al pensar en mi amigo. ¡Por supuesto que quería ver a Emilio! Había tanto que tenía que hablar con él, tantas cosas que contarle, pero solo una recuerdo me empezó a doler y a causar controversia: nos habíamos besado.

—¡¿Esa es la ciudad?! ¡Que grande!—la voz de Fernando me hizo mirar a través del cristal.

Todas la luces estaban iluminando el área metropolitana, avanzábamos en un columpio de carretera. Después de pasar la caseta de cobro, se veían los edificios iluminados, el ambiente urbano y la gran cantidad de autos que conducían por el boulevard. Era de noche y se apreciaba todo bien por aquí, me sentía bien mirando a todos lados contemplando los semáforos y pensando que todo saldría bien en este viaje.

—¿Te gusta la ciudad? —le pregunté a Fernando.

—Si. Se ve que esta muy padre. La verdad es que solo había venido dos veces, está es mi tercera vez por estos rumbos.

Sonreí. Nos detuvimos unos segundos antes de tomar la salida al periférico. En ese momento se me ocurrió hacer algo divertido y eufórico. No le pedí permiso a Édgar, solo abrí el quemacocos, Fernando me miraba con sorpresa.

—Miremos la ciudad un poco más de cerca —le dije.

Sonreí. Me puse de pie y atravesé el quemacocos, el semáforo se puso en verde. En ese momento sonaba Reflection No. 6 de Vansire. Fernando también atravesó el quemacocos. No había frío, el viento golpeando nuestras caras era de lo más agradable. Ver los edificios iluminados, sentir alegría en el corazón y compartirla con Fernando me hizo querer alzar las manos. Mi cabellera danzaba junto al viento, mi risa era pegajosa.

—¡Estamos de vuelta! —grité con todas mis fuerzas—. ¡Me siento invencible!

Era verdad. Ya no me sentía triste, ni opacada por mi pasado. ¡La nueva Miranda era lo mejor que tenía en estos momentos!

***

Édgar detuvo el vehículo justo en frente de la casa. Resultaba ser que papá, es decir Miguel, quería vender la casa. Había compradores listos para desembolsar pero el abuelo se encargo de evitarlo, pues Miguel no era el dueño. Mamá era la dueña y como ella había muerto ahora yo era dueña de la casa de mi infancia, el abuelo me dio el testamento. Baje del auto. Mis sentimientos se encontraron en una revolución. ¡Cuánto habían cambiado las cosas! Muchos recuerdos pasaron por mi mente. Entramos. El mobiliario seguía intacto. Las persianas eran las mismas y las alfombras seguían siendo del mismo color. ¿Mi habitación? ¿La habitación de mis padres? ¡Todo estaba casi igual a como lo habíamos dejado!

—¿Estás bien? —me preguntó Édgar.

Mi vista estaba puesta en la biblioteca, el lugar donde papá solía estar.

—Si. Todo bien. ¿Tienen hambre?

Habíamos comprado tacos para la cena.

—Si. Yo muero de hambre, mi estómago nomás anda chillando.

—Vamos a cenar entonces.

Los tres nos sentamos en la barra de la cocina. Se sentía extraño el saber que ahora esta casa era mía.

—¿Hace cuánto que no venías aquí? —me preguntó Fernando.

Le puse más salsa a mis tacos.

—¡Mmmm! Quizá cómo medio año. Probablemente un poco más.

—¿Cómo te sientes de estar de vuelta?

—Pues normal. Bueno no tan normal. Me siento un poco extraña, cómo si fuera una desconocida.

Édgar estaba concentrado en su cena, se veía lindo mientras cenaba.

—¿Tus padres…?

Fernando no sabía sobre mi pasado, algunos detalles no se los había dado y el no saber no era su culpa.

—No tengo padres. Al parecer, ellos murieron hace varios años.

Un poco de carne logro salirse de su taco. Fernando se sintió avergonzado por la pregunta que me había hecho. Édgar le lanzó una mirada neutra.

—No quise…

—¡Tranquilo! No pasa nada. No me siento mal. Eso paso hace muchos años, ni siquiera pude conocer a mis padres y eso no es tu culpa.

Hubo un silencio incómodo. Los tacos eran lo mejor de nuestra estadía en la ciudad.

—¿El abuelo vive lejos de aquí?

—No, pero la fiesta no será en su casa. Cada año tienen la costumbre de celebrar el aniversario de bodas en la casa de campo que tiene en Atlixco.

Eso sonaba interesante.

—¿Aniversario de bodas?

—Si, el aniversario de bodas de tus abuelos. Aunque tú abuelita falleció desde hace una década.

Así que el abuelo estaba sólo, probablemente por eso accedió a buscarme.

—¿La familia es grande?

—Un poco. Tuvieron cinco hijos, de los cuales solo viven cuatro. Dos hombres y dos mujeres, cada uno con sus respectivas familias.

En esta breve plática descubrí que mi familia es grande.

—Supongo que es un evento formal y de alta sociedad.

Édgar asintió. Fernando solo miraba y escuchaba.

—Si. Para está familia esa fecha es la más importante.

—¿Cuándo tenemos que llegar a esa casa del campo?

—El sábado. ¿Cuánto tiempo planeas quedarte por aquí?

Me puse a pensar por unos segundos. ¿Realmente quería estar allí con toda esa gente adinerada que al parecer era mi familia?

—El Lunes regresaremos a casa. ¿Cómo ves Fernando?

Sus ojos se cruzaron con mis ojos y por algunos instantes, aquella mirada me puso a pensar en muchas posibilidades.

—Esta bien. No hay problema por mí si regresamos mucho después a casa. Supongo que no has visto a tu familia en mucho tiempo.

No me agrado mucho la idea.

—Después de festejar y decir algunas palabras, tu abuelo tiene la costumbre de juntar a sus nietos varones y los pone a jugar.

—¿A jugar? ¿Cómo es eso?

Édgar sonrió.

—Lo averiguaras si te quedas después de la fiesta.

Hice un gesto de fastidio. Solo bromeaba. Supongo que podría intentar averiguar cómo es mi familia.

—De acuerdo. Nos quedaremos algunos días más después de la fiesta.

—¿Qué haremos mañana? —preguntó Fernando.

Mordí mi taco. Sabía muy delicioso.

—Edgar te llevará a conocer la ciudad.

Los dos se sorprendieron. Me dio risa su reacción.

—¿Y tú qué harás? —Édgar me estaba cuestionando.

—Ire a la universidad. Quiero ver a Emilio.

Después de cenar los muchachos fueron a la sala a ver un poco de televisión. Estaban retransmitiendo un partido de fútbol. Junte los platos sucios, ordene la cocina. ¿Dueña de está casa? Eso parecía, aunque de repente mis pensamientos se centrarán en el pasado. Mis papás discutiendo a todo pulmón, mi plato de comida muy desagradable y el tío Tom burlándose de mí desgracia. ¡Todo eso había cambiado!

Salí a tomar un poco de aire. Vi la casa de Emilio y muchos recuerdos vinieron a mí. Cruce la calle, las farolas alumbraban muy bien. Las luces de la sala estaban encendidas, seguramente sus papás estaban viendo algún reality show. Abrí la puerta trasera de la casa, mi objetivo fue el árbol. ¿Qué estará haciendo Emilio ahora mismo? Trepe rápidamente, en nuestros años de infancia él y yo solíamos jugar a qué éramos changos trepadores. Subíamos, bajábamos, nos descolgábamos y al final nos divertíamos. ¡Habíamos crecido tanto! Ahora los dos estábamos forjando una vida diferente. Tuve que separarme de él.

La luz de su habitación estaba apagada, abrí la ventana en un solo movimiento. Entre sin dudar y lo recordé. Me incorpore, ese día él se estaba cambiando para la graduación. Su camisa abierta, sus pies descalzos y esa mirada perdida en mí. Camine hasta él y aún con todo y las heridas, decidí que quería besarle. Le quería demostrar que una parte de mi también sentía atracción por él. Puse mis manos sobre su pecho, me separé de su cuerpo y le di su regalo.

—¡Vine a despedirme de ti! —le dije.

—¿Despedirte?

—Si Emilio, me estoy despidiendo de ti. ¡Pienso irme de aquí!

—¡Miranda! ¿Qué está pasando? ¿A dónde vas?

Me hubiese gustado que él viniera conmigo. ¡Lo necesitaba! Pero preferí dejar que el empezará a construir un futuro sin mí. La realidad es que ambos estábamos muy acostumbrados a estar cerca el uno del otro. Y a pesar de todos mis problemas, Emilio siempre fue mi sostén emocional.

—¡Tranquilo! Estaré bien.

Su habitación estaba a oscuras. La luz de la luna se escurría a la perfección por el vidrio de la ventana. Había un librero, una televisión, un escritorio, su cama y su clóset. Tenía la seguridad de que la madre de Emilio venía constantemente a hacer el aseo. Decidí tumbarme en su cama, la almohada olía a él. A esa mezcla de Emilio , perfume de hombre y suavizante de telas. Por unos minutos me puse a pensar en como es que habíamos crecido tan rápido y las cosas habían cambiado mucho. Me abrace a mi misma imaginando que mi amigo estaba aquí, acostado al lado mío. Nos mirábamos y él me platicaba sobre alguna técnica de fútbol y yo le escuchaba con mucha atención aunque yo no entendiera nada.

El sonido de unos pasos me hizo levantarme a toda velocidad. Me escondí debajo de la cama. Su mamá entró, encendió la luz.

—¿Dónde dices que están?

Ella parecía estar buscando entre los muebles. Sostenía su celular contra su oído.

—Ya busque en la cajonera y no hay nada. Haber hijo. ¿Cuándo dices que vienes a visitarnos?

Él vendría.

—Pues entonces lo buscas ese día que vengas. ¡Cuídate mucho! Te quiero.

Después de unos segundos ella avanzo hasta la ventana. Cerro aquel agujero por el cual yo había logrado entrar. Apago la luz, salió de la habitación y la puerta se cerró. ¡Debía volver a mi casa!

***

Al día siguiente ordenamos comida para el desayuno. Chilaquiles y huevos estrellados.

—¿Estas segura de ir a verlo?

—Por supuesto. Después de todo, tú me dijiste que fuera a verlo y necesito hablar con él.

—Te pasamos a dejar en la parada.

—Si. Solo dejá que me cambié. Estaré lista en diez minutos.

—El tiempo suficiente para que yo terminé de lavar estos platos.

Fernando estaba en su habitación alistándose para hacer sus pendientes.

Estar en mi vieja recámara me hizo sentir un poco emocionada, pero triste. Resultaba que no había nada en las paredes, mis fotografías habían desaparecido y no había muchas cosas. ¿Es normal sentir nostalgia cuando piensas en el pasado y comparas el presente? ¡Probablemente! La nostalgia es el aroma que nos hace recordar.

Me puse una falda azul, una playera blanca estampada con la portada de Buscando a Alaska. Alise mi cabello y decidí usar una diadema de flores de color rosa y blanco.

—¡Estoy lista! —dije mientras bajaba las escaleras.

Ellos están en la sala. Fernando con una mirada emocionada y Édgar con una mirada encantadora.

—Había olvidado como lucias tan guapa. ¡Mi corazón se aceleró!

—No seas dramático Édgar. Tú corazón no necesita acelerarse solo por mirarme.

Se sonrió.

—¡Te ves muy bien! —me dijo Fernando.

—¡Gracias! Pero tú me ganas con ese estilo tan genial. ¿Cambiamos de ropa?

Fernando tenía un estiló muy retro. ¡Vhs! Se ruborizo con mi idea.

—La falda no se me vería tan bien como a ti.

Arqueé mis cejas. Una sonrisa picara apareció en mi rostro.

—¿Quieres averiguarlo?

Puse mi mano en su hombro, su labio inferior temblaba.

—Ya es hora de irnos, necesitamos llegar a tiempo —Édgar interrumpió.

Esta vez le pedí a Fernando que ocupará el asiento del copiloto. El radio iba sonando con una canción de moda y mi vecino tenía la mirada enfocada en todo el panorama urbano. ¡Vivir en un pueblo es algo totalmente diferente a vivir en un mundo donde las flores ya no crecen por el concreto!

—¿Regresaras temprano? —Édgar siempre preocupándose de mí.

—¡No lo sé! Pero estaré bien. Prometo avisarte por cualquier cosa.

Me gustaba verlo, observar esa manera en la que sus ojos trataban de inmortalizar mi rostro en sus pensamientos. Me gustaba su bigote, sus labios y la forma en que su barbilla estaba tan bien dibujada. ¡Mi anónimo!

—¡Cuídate mucho!

—¡Cuida bien de Fernando! No quiero que se pierda en la ciudad y luego tenga que darle una explicación larga a su mamá.

Fernando se chiveo un poco.

—¡Nos vemos! —dijo Fer.

—¡Te quiero! —Édgar quería reafirmar sus sentimientos por mi.

Sonreí.

—¡Yo también los quiero! Cuídense mucho.

Cruce la avenida para poder llegar a la terminal. Pague mi boleto de viaje, cruce la zona de cobro y espere a que el metrobús pasara por mi. Conecté mis audífonos a mi celular, Territory de The Blaze sonaba en versión slowed por mis audífonos. Aborde el transporte. Me tocó viajar junto a la ventanilla, mis pensamientos comenzaron a volver al pasado, a mis días en que yo iba al Carolino. ¿Qué habrá pasado con Aldo? ¿Estará bien? ¿Tendrá problemas? Después de todo era un muchacho con pensamientos retorcidos.

Eran las doce de la tarde cuando el transporte se detuvo en la estación frente a la universidad. Muchos estudiantes se bajaron, cruzamos la avenida y de pronto no podía creer lo que estaba haciendo, << Habían pasado dos meses tan rápido, ¿pensará en mí? >> Me enderece un poco, desconecté los audífonos y comencé a caminar.

—¡Buenas tardes! Disculpa. Estoy buscando el campo deportivo. ¿Podrías indicarme donde está?

El chico se giro a mirarme.

—¿Eres nueva?

—Si. Nunca había venido a la universidad.

—¿Qué edad tienes?

Le lance una mirada neutra. Él era alto, delgado y con un estilo muy alternativo.

—La suficiente para poder hablar contigo.

Mi respuesta hizo que él arqueara sus cejas.

—Así que eres una chica directa. ¿Sigues en preparatoria?

Parecía que él quería platicar conmigo en vez de ayudarme a llegar al campo de fútbol.

—Estoy buscando a Emilio Vázquez. ¿Lo conoces?

Sus ojos me examinaron minuciosamente.

—¿Es tú novio?

—¿Eres detective? Por qué para ser sincera, eres muy pésimo en este trabajo.

Le saque una sonrisa al muchacho. Termino de acomodarse su mochila en la espalda.

—Emilio es mi compañero de cuarto.

—¿De verdad?

—¿Quién es el detective ahora?

Sonreí.

—Resulta que los dos somos malos al interrogar a las personas. ¡Pero tú me ganas!

—¡¿De verdad?!

Asentí. Sus labios se curvaron en una sonrisa de oído a oído.

—¿Sabes si Emilio está entrenando ahora mismo?

—Es muy probable. Todo el tiempo se la pasa en el campo. La próxima semana tienen un juego importante.

—Eso no es extraño. Emilio siempre ha perseguido el balón, es su vida.

—¿Lo conoces de tiempo?

—Lo conozco mejor que tú. Eso no lo dudes. Así que no me sorprende que todo el tiempo este en campo.

Asintió. Pude notar que tenía un piercing en la nariz.

—¿Eres su novia?

—¿Tu lo eres?

Me reí. Algo que me gustaba de mi carácter era esa facilidad de responder preguntas con más preguntas. Las personas se ponían a pensar o simplemente se sentian fastidiadas.

—De acuerdo. No eres una chica fácil.

—Concuerdo contigo. ¡Lo fácil siempre se termina muy rápido!

—¿Cuál es tu nombre?

—Miranda. ¿Y el tuyo?

—Gabriel.

—¡Un gusto Gabriel!

—Lo mismo digo Miranda. ¡Te llevaré con Emilio!

Me sentí agradecida con él. Comenzamos a caminar por el campus. La universidad era un mundo completamente diferente a la preparatoria. Los jóvenes parecían más cultos y despistados. Unos daban la impresión de saber que hacer con su vida y otros muchos simplemente no sabían pá donde hacerle. Me llamo mucho la atención que había como una feria de varias facultades. Los estudiantes se paraban en el puesto de la facultad que les pareciese más interesante.

—¿Estudiaras en esta universidad?

Su pregunta me hizo recordar mis ideales.

—No. La verdad no. No pienso estudiar la universidad.

—¿Por qué?

Su tono de voz reflejaba la preocupación por un pensamiento como el mío.

—No es mi prioridad. Tal vez para ti el estar en un plantel como esté lo sea muy importante porque tú futuro tal vez depende de estar aquí. ¿Qué clase de futuro quieres? La vida real no siempre es como uno quiere que sea, las posibilidades de lograr alcanzar tus metas tal y como lo planeaste son muy pocas. En vez de sufrir por un sueño frustrado, prefiero ahorrarme todo eso y empezar a ser independiente en varios ámbitos. Tengo una granja, soy fotógrafa, estoy aprendiendo a cocinar, tengo demasiadas cosas que no necesito y me siento despreocupada. ¡La universidad no lo es todo para mí!

El muchacho se sorprendió. Quizá y él era mayor que yo por algunos años, aún así, yo tenía bien definido lo que quería hacer con mi vida.

—Entiendo, eso tiene mucho sentido. ¿Tienes una granja?

—Si, compré algunas gallinas. Construí en la parte trasera de mi casa mi pequeña granja y todos los días hay huevos frescos.

—Suena muy bien. ¿Puedo conocer tu granja?

—Mmm yo creo que sí. Solo que vivo como a dos horas de aquí.

—¿Y viajaste dos horas solo para poder ver a Emilio?

Me reí un poco. Así no era la realidad.

—Pues digamos que si. Conozco a Emilio desde que somos niños y necesito hablar con él de algo importante.

—¿Amigos de infancia?

—Exacto. ¡Ahora has mejorado la forma en que investigas las cosas!

Gabriel se encogió de hombros.

Continuamos caminando por el campus. Era muy grande y los edificios de las facultades lo eran aún más. ¿Venir a la universidad? ¡Por supuesto que no! No estaba en mis planes. Pasamos frente al edificio de la biblioteca y me emocioné un poco. ¿Cómo era una biblioteca universitaria? Quizá le pediría a Emilio que me diera un tour por la biblioteca. Luego pensé en mi querido amigo. ¿Qué sentirá Emilio al verme otra vez? Sentí un escalofríos recorrer mi espalda, en mi bolso estaba resguardada mi cámara. La saqué en el instante en qué el campo apareció a mi vista.

—¿Tomarás fotografías?

—¡Por supuesto! Emilio no sabe que estoy aquí.

—Entonces vienes de sorpresa.

¿Sorpresa? ¡Pues si! Más que nada vengo a reconciliar mi amistad con él, aunque después de todo nuestra amistad nunca había terminado. Solo estábamos distanciados porque yo así lo había planeado.

—Si. Hice este viaje porque quería ver a mi amigo y ahí está. Corriendo, sudando, jugando tras ese balón.

Emilio estaba corriendo. Llevaba puesto su uniforme y no pude evitar sonreír al verle. Encendí la cámara, enfoque el lente en su dirección y tomé algunas fotografías de él. ¡Se veía muy bien! Gabriel me miraba con atención. El entrenador sonó su silbato.

—Creo que es mi momento de entrar al campo.

Gabriel sonrió.

—Si, aprovecha. Están en descanso. ¿Quieres que vaya contigo?

Él era un muchacho agradable.

—Si tú quieres, tú compañía no me molesta.

Sonrió. Estábamos apunto de bajar los escalones cuando su celular sonó. Lo estaban llamando por un proyecto escolar. Así que yo sola me encamine hacia el campo. Emilio venía con sus compañeros de juego. Su brazo sostenía el balón y aún no se había percatado de mí. Tomé una fotografía grupal. La mirada de uno de sus compañeros se cruzó con la mía, ése chico había descubierto mi cámara, sonrió para la foto.

—¡Guapa! ¡Te invito a salir! —exclamo el chico de la sonrisa.

Sus demás compañeros se dignaron a mirarme.

—¡Gracias por tu invitación! Será en otra ocasión.

Emilio se quedó sorprendido. Sus cejas se arquearon por unos segundos, soltó el balón y sus labios se curvaron en una gran sonrisa. Me quedé de pie mirándole, contemplando su reacción. Empezó a correr hacia mí y yo le imite. Segundos después sus brazos me acogieron y con toda su fuerza me elevó en un abrazo. ¡Abrazote!

—¡Te extrañe demasiado! —dijo poniéndome en el suelo.

—¡Yo también! Me da mucho gusto volver a verte. ¿Cómo has estado?

Mi pregunta pareció sorprenderle. Sus compañeros de juego se acercaron a nosotros.

—Pues estoy bien. Aunque el punto no soy yo. ¿Tú cómo has estado? ¿Dónde estuviste este tiempo?

Pensaba responder a sus preguntas pero uno de sus compañeros me observaba con mucha atención.

—¡Tu eres la chica millonaria qué escapó de su casa! —dijo el muchacho.

Le lance una mirada tenue.

—Si. Soy yo.

Todo había salido en las noticias y en muchas televisoras.

—¿Cómo te llamas?

Emilio parecía estar incómodo por la situación entre su compañero y yo.

—Miranda. ¿Y tú?

—Que bonito nombre. Soy Omar. ¡Un gusto!

Asentí para corresponder a su saludó. Emilio se acercó un poco más a mí, me tomó de la mano y se despidió de sus compañeros. Comenzamos a caminar en dirección opuesta a ellos.

—¿Quieres ir a tomar algo? Hay una cantina cerca de aquí.

Aún era menor de edad, no sabía si me dejarían entrar.

—Aun no cumplo los dieciocho. ¿Hay problema?

Sus labios sonrieron.

—No hay problema. Soy amigo del dueño y además es de día. Si fuera de noche entonces si habría problema.

Nuestras manos seguían unidas. Decidí romper aquella unión. Emilio pareció sorprenderse un poco.

Nos tomo alrededor de diez minutos llegar hasta la cantina. Este lugar era muy parecido a McCarthy’s. Había algunos universitarios conviviendo, pasando el rato o incluso hasta estudiando o haciendo algún proyecto escolar. Nosotros ocupamos una mesa cerca de la ventana. Pedimos unos raspados sabor mango.

—Pensé que ya no volvería a verte.

—¿Por qué pensaste eso?

—Pues porque te fuiste sin avisar a dónde. Ni siquiera me dejaste alguna pista, mi único contacto contigo era ese muchacho de Marcos.

Di un sorbo a mi raspado.

—Lo se. El no dejar rastro era parte del plan.

Mis palabras no parecieron convencerlo.

—¿Y parte del plan era dejarme?

—Si.

Bajo la mirada. Saboreo un poco su raspado. Parecía estar molesto de forma repentina.

—¿Por qué no me dijiste lo que planeabas?

Su mirada me hizo pensar. Emilio se había dejado crecer el cabello y una barba de días que le hacían ver más adulto.

—Porque no quería que tú futuro se viera afectado por mi culpa.

—¿Afectado? ¿Por qué se hubiese afectado mi futuro?

Mirarle a los ojos era un hábito muy agradable que extrañaba.

—Supón que te digo sobre el plan. Te cuento todo lo que pienso hacer y hasta te explico de forma detallada como pienso escapar y a dónde es que terminaré después de haber llevado a cabo la planeación. ¿Me hubieses dejado ir? Y sobre todo lo más seguro de todo esto es que tú hubieses querido acompañarme a mi viaje y entonces todos tus planes de venir a la universidad, de jugar en el equipo y tú familia misma, todo eso se hubiese visto afectado en gran manera.

Su forma de saborear el mango me indicaba que él estaba pensando en mis palabras.

—¿Y por qué no te comunícaste conmigo al instante?

—No quería distraerte de tu nuevo comienzo en esta etapa de tu vida. Aunque pudiera parecer egoísta o incluso hasta grosero, decidí no contactarte enseguida porque quería que comenzarás de buena forma todo esto. ¡Y vaya que te ha ido bien! Eres el cocapitan del equipo. ¡Felicidades!

Aún así, él me miraba con seriedad y sin gesto alguno.

—Ese día antes de irte fuiste a mi casa y me besaste. ¿Qué significó eso?

El beso. Sus labios y los míos. Su forma de sentir y mi forma de decirle adiós. ¡Un poco complicado!

—El beso significó que yo también te quería. Que aunque me iba sin decirte nada, no era porque yo no te quisiera. ¡Tu sabes que te quiero!

Sonrió de forma tenue.

—¿Volverás a irte?

—Si. He venido unos días, mi abuelo insisto en qué viniera. Hará una fiesta familiar y quiere presentarme a la familia como nieta legítima.

—Supongo que eso te pone feliz. Digo, después de todo descubriste la verdad sobre tu origen.

Pensé por algunos instantes.

—Aun sigo descubriendo sobre mis verdaderos padres. La idea se venir a la fiesta esa, me pone un poco incómoda.

—¿Que día es?

—Es este domingo, pero Édgar dice que tenemos que estar en casa del abuelo desde el sábado.

—¿Édgar?

—Si. El profesor de literatura.

—¿Cómo está todo eso?

Había muchas cosas que necesitaba explicarle y el tiempo era poco.

—Édgar trabaja para el abuelo.

—¿Estás saliendo con él?

—¿Te pone celoso esa idea?

Asintió. Di un sorbo a mi raspado.

—Pues por el momento, no estoy saliendo con nadie.

Su mirada perdió la ilusión.

—¿No somos novios?

—Nunca lo hemos sido. O al menos nunca hemos hablado de ello.

—¡Pero nos besamos y…!

—Un beso no nos convierte en novios automáticamente. ¿Estás de acuerdo?

—Eso creo.

Los dos probamos un poco más del mango.

—Ayer estuve en tu habitación. Dejaste algunas cosas. Me acosté en tu cama y pensé en ti. ¡Se sentía tu ausencia!

Un brillo en sus ojos apareció cuando él escucho mi aventura en su habitación.

—¿Fuiste a mi casa?

Asentí.

—Si. Me estoy quedando unos días en la casa que era de mis padres. ¡Ahora es mi casa!

Su sorpresa me hizo sonreír.

—Entonces eres muy joven para ser millonaria.

—Eso creo. Pero la verdad, no me gusta que me llamen así: La chica millonaria.

—¿Por qué?

—Tú mejor que nadie sabe el porqué pienso así. Preferiría un poco de cariño o incluso haber conocido a mis verdaderos padres. ¡Lo preferiría cien veces más a todo el dinero que tengo y no necesito!

—Pues yo necesito un poco de dinero para poder arreglar una luz de mi auto. ¡Quizá tú podrías hacerme un financiamiento!

—Me parece una buena idea. Con gusto te ayudo. ¿Quieres que vayamos de una vez al mecánico?

Mi idea le hizo sonreír. ¡Parecía que estábamos de vuelta!

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