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Un Caballero Atrevido (+18)

Prologo

PROLOGO

Vacaciones de verano.

Cuando Valeria abrió la mariposa, la regadera disparo al acto millares de diminutas gotas que se apuntalaron a su rostro como alfileres, empapándola, a ella le encantaba esa sensación, era como una lluvia limpia en verano, su favorita, se sentía satisfecha, sin duda no se equivocó al bajarse de unos cuantos pesos para comprar una regadera en marketplace para cumplir su capricho.

Al salir de su "santuario" se colocó su albornoz rosa con rosas blancas, y ensartó los pies en sus pantuflas de conejo del mismo color.

Agarro su cepillo de dientes y lo untó con pasta azulacea con blanco. Desvió su mirada al espejo y comenzó a asearse la boca a un ritmo desperezado. Luego enjuagó y botó, sintiendo un dulce frescor en su boca.

Se quedó unos segundos observándose en el cristal. Tratando de ver algo puntual en ella. Si el espejo fuera humano que pensará y tuviera razonamiento estaría babeando con solo mirarla directo a los ojos. Sus ojos verdes biché penetraban hasta hechizar los corazones más cerrados.

—Mi momento es la mañana —. La voz de Valeria brotó de su boca con un notable ronquido. Lo que parecía ser una sonrisa se reflejó en su rostro redondeando el efecto de su frase.

Acababa de darse una buena ducha con agua fría para terminar de despertarse. Una ducha revitalizadora en su santuario era lo que necesitaba, sobre todo después de pasar casi toda la noche y parte de la madrugada pintando.

Cuando se trataba de pintar nada la detenía. Su amada pasión desde niña. La sensación que siente cuando elaboraba algún dibujo o pintorreaba un paisaje era efímera. Cada línea, cada trazo, la envolvía en una vorágine de emociones que ella solo podía entender. Pensó que quizás era lo que los grandes pintores como Da Vinci o Picasso sentían al hacer sus obras. Para ella el arte de pintar era como respirar, como dormir, como caminar, algo tan sencillo.

Valeria se quedó inmóvil mirándose frente al espejo sin parpadear. La sonrisa ya no estaba. Un tono negruzco casi visible se notaba debajo de sus ojos, pero aun así no opacaban el brillo de sus pupilas tan verdes como una esmeralda en bruto. Su mirada aunque esquiva y perdida, conservaba el hechizo con el que las personas, y por lo general, los chicos, tenían que mirarla dos veces cuando se la topaban. Dos dedos se deslizaron por su rostro limpio como una manzana y descansaron en el contorno donde unas cálidas lágrimas bajaron como un riachuelo por su piel blanca y sedosa.

Trataba sin éxito detener el llanto.

Pronto desistió y se sumió de nuevo en la pena que le agobiaba por dentro. Algún pintor se lucraría si pintase el retrato de ella en tal estado natural, se veía más bella. Más pura de lo que era. Y más inocente.

"¿Por qué las cosas no suceden como las queremos?", Se decía así misma en el silencio de su intimidad.

"Que narices te sucede Valeria, tu no eres así", otra voz hizo presencia. Pero por más que trataba no podía despejar su mente. Y, no. Ella no era así. No lloraba por tales cosas como esas.

Porque simplemente nunca las había sentido. O más bien estaban allí, guardadas en un baúl recóndito de su corazón y que se alimentaba siempre cuando lo miraba a él. Cada vez que compartían tiempo juntos.

"¿Quién mierda inventó el amor y si es un sentimiento hermoso por qué dolía tanto?" Los malos pensamientos apartaban a los buenos de un manotazo.

De pronto volvió a experimentar la misma horrible sensación cuando le vino el recuerdo de lo que vio.

Había llegado a la fiesta dos horas después desde que esta había comenzado. Aunque ella no quería ir su testaturada amiga la convenció y la arrastro consigo. Carla, era su única mejor amiga, era su polo opuesto, Valeria era inocente, Carla indecente. El cielo y el infierno. El hielo y el fuego. Pero ambas compaginaban muy bien. Se apoyaban con mutualidad y tenian entre si una infinita estima incondicional.

Cuando llegaron, la juerga estaba en pleno apogeo. La música se escuchaba muy fuerte por los altavoces. Todos bailaban. Bebían. Se manoseaban.

Valeria tuvo que agarrar de la mano a su amiga para no perderla de vista. De repente se armó un bullicio cerca de donde ellas se encontraban, pero había más personas que le impedían ver lo que acontecía, así que se abrieron paso entre el aglomerado, Carla iba en la vanguardia y Valeria evitaba caerse por la inercia a la vez que se disculpaba por los empujones de su amiga.

Cuando al fin consiguieron estar en la primera fila Valeria se detuvo en seco cuando vio cuál era el evento que estaba llamando tanto la atención. Su corazón conmovido se paralizó y comenzó a sudar frío, era él, quien bailaba pegado con una tipa que nunca había visto.

Aquella chica de cabellera rojiza tenía un cuerpo despampanante y se movía muy bien. Tanta era su conmoción que no parpadeaba ni un segundo, solo están bailando, eso es todo, se decía, pero no se esperaba lo que iba a ocurrir... como si premonitora las cosas al inverso.

La canción estaba ya dando sus últimas melodías, la tipa se le acerca sensualmente a él y le planta un beso en la comisura de sus labios y luego le susurra algo al oído, este suelta una sonrisa de oreja a oreja hasta que por cosas del universo gira su cara en su dirección y la ve.

Valeria dio un sobre salto al salir del recuerdo. Dolía menos cada vez.

¿Pero por qué se sorprendía? Si en el fondo sabía que la realidad es cruda. No se parecía a la ficción de sus películas de amor que tanto veía con lágrimas de alegría cada vez que los protagonistas arreglaban sus problemas y terminaban juntos.

Ni era parecido a sus maravillosos dibujos de parejas enamoradas bajo la lluvia.

Pero sobre todo ¿Por qué se sorprendía si ella lo conocía muy bien? Lo conocía más que a la palma de su mano, sabía su historial, hasta sus secretos.

Pero aun más ¿Por qué se sorprendía si nunca ha habido algo más que una linda amistad que llevaba muchos años?... Y ella sabía muy bien que era solo eso. Así como él. Así como todos los amigos de ambos. Y también, las nuevas amigas que él le presentaba y que hasta incluso trataban con ella para ganársela, ya sabes, para ganarte el cariño de alguien debes ganarte el corazón de sus mejores amigos, darles una buena impresión, o eso era lo que intentaban con ella. Tanto esfuerzo en vano por caerle bien solo para acostarse con su... mejor amigo.

Aunque Valeria siempre se mostraba risueña, en el fondo quería espantarlas con algún cuento para asustar gatas en celo.

Y eso no era todo, hubo una joven de su edad más o menos que le hizo una propuesta… No tan decente que digamos. Estúpidas, insípidas, que no se valoran.

Jamás se le ha pasado por su mente coquetearle a un chico. Bueno haber no es que fuera una santa, ella tenía sus secretos más privados.

Su celular que estaba en una mesita de caoba comenzó a emitir un tono personalizado de mensaje de texto. Sin verlo ya sabía de quién era. Sin agarrarlo, leyó la barrita en la pantalla de bloqueo.

De Andrew:...

Capitulo 1

Dos meses antes de las vacaciones de verano.

ANDREW.

Calor, sudor y perfume flotaban libremente como un aroma que habría conseguido impregnarse en el aire de la habitación, en la que sus paredes fueron íntimos testigos de esa madrugada.

Tal aroma era sumamente perceptible, como una esencia exquisita.

El silencio reinaba bajo la brillante luz de la mañana, salvo por las pausadas respiraciones de los amantes que dormían a pierna suelta, eran profundas, pesadas, entrecortadas, hasta se podría decir que sucedían al unisono, como muestra latente de que hubo una unión entre los dos.

Las sábanas blancas se removieron cuando Andrew Menéndez giró por la cama de dos cuerpos, hasta quedarse boca arriba.

Su mano izquierda palpo su cien y sintió que le palpitaba. Cuando consiguió abrir sus ojos con dificultad lo primero que ve es el yeso blanco del techo. Y luego al incorporarse a medias con sus codos observó a su alrededor, encontrando el resultado del desastre que se desató en esa habitación; prendas tanto de él como unas que parecían ser de una mujer estaban tiradas por todas partes.

Una nube confusa se reflejó en su cara cuando vio su bóxer en el piso.

—¿Qué rayos?.— Masculló.

La escena era tan caótica como erótica.

Como acto reflejo alzó la sábana y observo dentro.

—¡Oh, mierda!—musitó por lo bajo.

Además, de verse desnudo... Vio unas esbeltas piernas, que rozaban las suyas— hermosas piernas que deberían ser de una diosa— su mirada las recorrió en dirección ascendente hasta toparse ante una tremenda cola de infarto, un tintuaje de rosas de varios colores sobresalía en el lado izquierdo, que abarcaba parte de su cintura y muslo, su trasero le apuntaba indirectamente a la entrepierna, como llamándole —diablos, jamás en la vida habrás visto una igual ¡Tócame! — acto que Andrew no se atrevió a hacer por más que la tentación le carcomía, sino que siguió paseando su vista más arriba, pasando por su monumental cintura, y toda su espalda, hasta encontrarse cabellos dorados, que le llegaban poco más desde donde se ubica la clavícula.

Desconocía quién era la chica de pelo corto y rubio, tez caucásica, y cuerpo escultural. Así como también desconocía cómo había terminado enrollándose con semejante mujer.

Su memoria era nula al intentar recordar lo que sucedió después de la hora en la que se suponía que estaba en sus cinco sentidos, es decir, sin haber bebido todavía una sola gota de alcohol; la bebida se le daba mal después de algunas cuantas copas.

Que por eso no bebía tan a menudo, porque siempre terminaba en situaciones... embarazosas.

Andrew recuerda haber llegado a eso de las nueve y cuarenta de la noche a una de las típicas fiestas de Marcos, que suele hacer de vez en cuando en su casa. Había saludado a todos cuanto pasaba, había visto caras muy conocidas, y otras muy poco conocidas, aquellos que solo saludaba por saludar — más que nada por educación — y luego continuaba su camino. Pero siempre había una que otra chica que aprovechaba para plantarle un beso en la comisura de sus labios y otras más ágiles lograban robarle un beso.

Otras veces lo agarraban desprevenido y lo abrazaban para sentir... su calor y su cuerpo, y ¿Quién sabe que más?

Era una atracción curiosa, había una enigmática fuerza gravitacional que ejercía Andrew, puede ser su olor, su cautivadora sonrisa, su físico o su afición a las actividades físicas.

Y aunque a veces se mostraba cohibido ante la atención, para él escuchar cumplidos estereotipados le parecían cosas banales, que con el tiempo se volvió parte de su vida, como dejar su cabello rizado desordenado; le sentaba bien, ser un chico que pasaría el metro ochenta de estatura se había vuelto una obsesión para las chicas según las redes sociales y sus cansadas tendencias, tener un cuerpo robusto las impresionaba, cuando lo único que quería Andrew era sentirse bien consigo mismo. Y, que nacer con unos ojos miel, y su natural piel canela clara, era solo la cerecita del postre. Tal vez nació bajo una luna llena. Y los lobos aullaban su llegada.

Más, sin embargo, no se podría tapar el sol con un dedo, Andrew era un deleite que ellas apetecían con mirarlo.

"eres un jodido casanova, solo que tú no tienes que esforzarte para obtener la recompensa", le decía siempre, Marcos Lora, su colega.

Pero. Siempre había un .

Había un genuino motivo muy profundo, en realidad. Lo que le hacía sentirse incompleto.

Tal vez le llovieran chicas, pero nunca había tenido una relación oficial y estable. No porque no la hubiese querido tener.

Tampoco es que se la pasará pescando faldas para una colección de un fanático demente por seducir chicas para participar en los castings de Acapulco Shore para destacar que 'macho' se ha acostado con más 'hembras'.

Ni mucho menos es que se despertará cada fin de semana con una chica distinta.

Pero ahora la situación no le favorecía en su versión.

Se había despertado, desnudo, en una cama que no era suya, y había una mujer a su lado, desnuda, que no conocía.

Y al parecer dadas las circunstancias tuvieron sexo... salvaje. A menos que hayan jugado a la botella y solo se quitaron la ropa como parte del juego.

Andrew volvió a recostarse contra la almohada frotando con fuerza su cabello con ambas manos.

Cuando escucha que la puerta se abre de golpe.

—Eh... Eh...

Andrew palideció de sopetón, pero luego cuando vio al anfitrión y amigo en el umbral, se relajó.

—¡Perdón! Creí que este era el baño.

—Sabes que está es tu casa, Marcos, ¿Y tu mamá no te enseñó a tocar antes de entrar?

—Creí que habías ocupado otra habitación que no fuera la mía.

—¡¿Qué?! ¡Joder!... ¿Está es tu habitación?

—Eso creo, esa es mi sábana con la que me arropo después de la hora feliz cada noche.

Hubo unos segundos de silencio incómodo, ambos amigos se miraban como dos extraños. Hasta que Andrew le pidió casi molesto a su amigo de que se fuera.

Marcos cambio el curso de su mirada hacia el suelo, su boca formo una y sus ojos se le abrieron como platos.

—¿Es ese tu boxer o mio?—dijo señalandolo.

—Es mio— contesto Andrew con el ceño fruncido.

                                                                                     

...***...

La cocina estaba hecha un completo desastre que reflejaba el resultado de la alocada fiesta de anoche, había muchas latas de cerveza y soda arrojadas por doquier; sobre la encimera, en la mesa del comedor, en la caneca de basura y afuera de esta, como si hubieran jugado a las cestas o todos habían bebido demasiado que veían doble.

Unas lozas sucias aguardaban en el lavabo para que algún voluntario los lavará.

Y ahí estaban ambos amigos, uno 'martillado' y el otro trasnochado.

—Entonces, no te acuerdas de nada — dijo Marcos cuando sacaba una caja de pizza de la nevera.

—Como te dije, no recuerdo absolutamente nada. No tengo idea en que momento perdí la noción del tiempo—. Andrew se hallaba sentado en un taburete enterrando su cabeza en sus brazos sobre el mesón. Hizo un ademán y se recompuso.— ¿Tienes alguna idea de quién será ella?—: inquirió.

El tono de la pregunta fue más un susurro. Andrew miraba hacia arriba como si temiera que la chica rubia tuviera oídos biónicos.

Marcos solo se encogió de hombros y se dirigió directo al microondas.

—No sé. No vi bien como era ¿Dices que tiene un tremendo culo?

Andrew frunció el ceño irritado haciéndole una seña a Marcos de que bajará un poco la voz.

—Que su piel es muy blanca, tiene un tatuaje de rosas en su muslo y su cabello es corto y rubio— repitió Andrew entre dientes.

Marcos oprimió un botón y puso en funcionamiento el aparato. Luego se volteó haciendo un gesto teatral.

—Y que tiene un... gran corazón— insistió bisbiseando, mientras dibujaba la forma de un corazón con sus manos.

La cara de pocos amigos de Andrew no le encontró gracia alguna.

—Por eso es que Dayana no te da ni la hora—sentenció.

—Oye, amigo y ¿Qué tiene de malo? — la expresión de Marcos cambio al instante, no quería entrar en ese episodio melodramático.

—¿Qué tiene de malo qué? — cuestionó Andrew arqueando una ceja.

La sonrisa de Marcos se torció.

—No te lo tomes a mal, bro, pero... ¿Qué tiene de malo que te hayas acostado con una chica?

El microondas soltó un pitido avisando que la pizza estaba lista, bien calentita.

Marcos giró sobre sus talones y la sacó, no sin antes quemarse los dedos con el platillo, lanzó una maldición, dejó la pizza en la encimera antes de que la tirará por los aires.

Andrew estaba en sus pensamientos. Sopesando lo que le había dicho su amigo, y tenía razón, un acostón era un acostón después de todo.

No había hecho nada malo.

Lo único malo es que no se acordaba de lo que quien sabe qué, pasaría en esa 'batalla campal'.

Y si también uso protección.

Pero una cosa era una cosa y otra cosa era otra cosa. Una cosa es que él estuviera sobrio y otra muy distinta es que esté sumido en una necrofílica borrachera, y que su mente no le diera atisbo de vida alguna, y sus neuronas no le hicieran funcionar bien.

La imagen de la chica rubia se le vino a la mente, saltando encima de él como una jinete experta de feria gritándole "¡Oh, sí! ¡Funcionas muy bien! ¡Oh, sí!".

Un golpe seco de una bandeja de aluminio contra el mármol del mesón lo hizo salir del lapsus en el que estaba.

—Pizza fresca con doble queso a la orden — dijo Marcos tomando asiento en un taburete, a su lado.— Por cierto, feliz cumpleaños, bro — añadió dándole una palmada en la espalda a un, tal, Andrew confundido.

Ahora sí. Andrew, ha confirmado que su memoria estaba en la inmunda, una cosa es que no recordará un revolcón con una chica, pero ¿olvidar su cumpleaños?, ni siquiera Marcos lo olvidó, y, eso que él habría bebido lo que sea de la hielera.

Definitivamente, el trago no era lo suyo. Se juró a sí mismo no volver a tomar un shot en su vida.

—Gracias. Supongo— dijo llevándose una rebanada de pizza a la boca.

En sus recién cumplidos veinte años de vida, Andrew, nunca había amanecido de esa forma; con resaca y con aspecto de un borracho de la esquina, hizo un juramento, por segunda vez.

Claro, era veintidós de abril en la mañana de un sábado, debería estar en la comodidad de su cama acurrucado entre su grueso overol, como le habría dicho de broma, Valeria, anoche antes de asistir a la fiesta.

Valeria. Su nombre le vino a la mente como un reconfortante recuerdo.

Pensó en enviarle un mensaje para saber como estaba, después de que esta decayera ante un resfriado que luego se convirtió en una terrible gripa. Por tal motivo no le convido a venir aunque sabía perfectamente que a ella no le gustaban tanto las fiestas.

También pensó que de haber estado Valeria en la fiesta, él no hubiera bebido tanto, por ende, no se acostaba con la rubia. Respetaba tanto a Uvas —como le llamaba— que no se atrevía a hacer cualquier cosa impropia en su presencia.

Empezó a revisarse en busca de su celular cuando cayó en la cuenta que lo había dejado en la habitación de Marcos.

Se palmoteó la frente—. No puedo creer que se me haya olvidado coger mi celular—dijo irritado.

Cuando sabía que era lo primero que agarraba.

—¿Qué...?—Dijo Marcos intentando tragarse un pedazo de pizza con queso, cuando la engulló, continuó:—qué esperas para ir a buscarlo? ¿Acaso le temes a la rubia de trasero generoso?.

—Claro que no. Ya voy a ir a recuperarlo.

Andrew se puso de pie de un salto. Y se dirigió con total determinación hacia arriba.

A sus espaldas solo se escuchaba la voz de su amigo dándole ánimos.

Cuando llegó hasta la puerta, respiro hondo, giro el picaporte y abrió la puerta con cautela creyendo que la muchacha aún seguiría dormida, pero se la encontró de espaldas mientras se colocaba su vestido.

No pudo hacer más que seguir con la vista sus movimientos. Estaba tan embelesado por su sensualidad femenina que pronto se le olvidó lo que había venido a buscar.

Supo en ese preciso instante por qué su yo borracho cedió ante sus encantos de mujer, cuando ni en estado de sobriedad no podía resistirse. Era realmente espectacular. Tenía una figura de medidas perfectas que enloquecería más a los locos. Nadie podía evitarlo, y Andrew no era la excepción.

La diosa rubia giro sobre su propio eje y lo vio directamente a sus ojos. Haciéndolo parpadear varias veces por el sobresalto.

—Hola— dijo Andrew aún sujetado del picaporte, con la puerta a medio abrir.

La chica rubia, quién además, tenía ojos azules sonrío.— Hola, Andrew.

—¿Te conozco?—. Se oyó preguntar confundido.

¿De dónde rayos conocía a esa chica? Jamás en su vida la había visto.

—Sí. Anoche nos presentó una amiga que tenemos en común.— Hizo una pausa para ver si él asentía.—Supongo que no lo recuerdas.

Cobraba sentido de por qué no se acordaba de ella. Dadas las circunstancias en la que estaba.

—Lo siento. Creo que no estuve en las mejores condiciones para conocer personas. Me puedes escribir tu nombre en un papelito tal vez así ya no lo olvide de nuevo.

—Tranquilo. Es normal que no recuerdes nada cuando bebes de más—dijo la rubia sonriendo—. En cuanto a mi nombre, es Layla, la 'a' se pronuncia como 'e'. Por desgracia no tengo papel ni lápiz. Pero veo que ya estás cuerdo, así que no creo que lo olvides.

Se le hizo raro por qué no parecía decepcionada por haberse acostado con ella cuando ni siquiera se acordaba de nada. Otra estaría obstinada. Pero ella no. Se repitió para sí mismo después de todo.

—Pero, oye, tú si te acuerdas al parecer. La verdad es que eso me deja a mí como un pésimo bebedor— dijo Andrew pasando su mano libre por su pelo a modo de frustración—. Pues, un gusto, Layla, soy Andrew, aunque, claro, ya tú lo sabías.

Realmente se sentía muy avergonzado por la situación bochornosa. Era la primera vez que le pasaba algo similar.

—Bueno, después de que te has embriagado en tantas ocasiones te acostumbras a la intoxicación etílica. Y sí... me acuerdo perfectamente lo que pasó anoche— dijo Layla haciendo un guiñó.

Andrew dejó escapar un resoplido.

—¿Por qué no entras? Anoche no eras tímido—dijo la rubia usando por segunda vez esa sonrisa seductora cuando lo saludo.

—¿Qué? Para nada soy tímido. Es solo que estoy... algo... extenuado... es todo ¿ok?

—Sí, claro.

Le pareció que ella no podía aguantar la risa.

Andrew repasó mentalmente lo que acababa de decir. Claro 'extenuado' luego de la terapia corporal que sostuvo con esa endiablada chica rubia.

Pero no se iba a dejar intimidar. Sentía su masculinidad herida. Por lo que se envalentonó. Dejó de sujetar el picaporte y entró a la habitación.

—Aquí estoy— dijo plantándose a escasos centímetros de ella.

La chica rubia se pasó la lengua por los labios cuando él se acercó. Su lascividad le comía el coco.

Ella usaba tacones. pero no parecía muy alta.

—Perfecto.

Vio como la 'diosa' titubeaba, mientras mantenía la vista fija en su boca.

Esta vez le tocó a él sonreir—. ¿Qué te pasa? ¿Acaso eres tímida?

Jodida niña. Se había metido en terreno peligroso. Comenzó un juego que no ganaría. Y él le enseñaría como jugar.

—Vaya. Debo admitir que me has dejado impresionada. Si no fuera porque debo irme estaría montándote ahora mismo. Pero me conformaré con esto— dijo Layla, cogiendo su bolso de la cama y abrió la visera.

Andrew quedó casi petrificado cuando le vio sacar un condón usado.

—¿Por qué tienes eso dentro de tu bolso?— Se apresuró a preguntarle.

En su interior sintió alivio al saber que había usado preservativo por lo que no se tenía que preocupar por si le echo su semilla adentro, que suponía un problema demasiado gordo, que por nada del mundo estaba preparado para afrontar. Y por supuesto no de esa forma. Y también, confirmaba su escarceo con aquella chica.

—Esto es mi premio— dijo Layla sensualmente.

Se acercó hacía él y le clavo un beso en su cuello. Se había echado labial por lo que seguramente le dibujó un recordatorio, unos labios rojos.

—Gracias, Andrew. Cuídate. Quizás nos veamos en otra ocasión.

Y. Así sin más salió de la habitación dejándolo solo. Quien sea que fuera ella... también sabía a como jugar su juego.

Capitulo 2

CARLA

—Sí. Sí. Ya te dije tres veces que llevo todo lo que me pediste —dijo Carla a voz alta para su auricular inalámbrico que estaba en su oreja derecha.

Salía por la puerta de sensor del centro comercial Carver Johnson cargando un par de bolsas de compras.

El sol de mediodía le cayó encima deslumbrándola como un foco en un escenario de teatro. Los cristales rojos de sus gafas de sol producían un brillo irisado a contraluz. Lucía increíblemente fabulosa y elegante con su chaqueta de jean, su pantalón de cuero negro y con esos calzados de plataforma alta, que la hacía parecer más estirada y más delgada de lo que era. Había dejado su cabello liso suelto, el cobrizo casi rubio tintado se iluminó tomando un color rojo que la hacía resaltar. Combinaban sus labios cubiertos por un bálsamo rosado junto a los pequeños retoques con maquillaje en su cutis blanco. Le encantaba sentirse el centro de atención. Tan llamativo era su personalidad que procuraba cuidar su apariencia hasta el mínimo detalle, desde comer sano para mantener una vida saludable, hasta usar varios productos para combatir las espinillas o hidratar su piel, o hacerse tratamientos capilares y pedicura con regularidad, aunque, a veces resultaba agobiante ser perfeccionista y todo el esfuerzo que hacía para siempre tener una buena facha. Era el tipo de persona que llevaría un perfume en su bolso para mantener su deliciosa fragancia.

Algunas dirían que era vanidad, otras dirían que era amor propio, otras simplemente que era una chica guapa que sabía como lucirse.

Para Carlota Barzini, era un estilo de vida. Desde niña siempre le llamaba la atención el glamour algo que aprendió de su madre, quien era una reconocida diseñadora de ropa italiana, si alguien era estrictamente perfeccionista era ella, su progenitora, y como dicen, de tal vaca tal cual la ternera.

En la acera se había aparcado un taxi esperándola.

—Creeme, Val. Si no fuera porque te quiero demasiado no me levantaba muy temprano un sábado. El agua es terriblemente fría— dijo mientras entraba al vehículo.

Hablaba con su amiga ¿he dicho su amiga?, mejor dicho su mejor amiga, su amiga del alma, su confidente, su gemela de otra madre. Valeria y ella eran lo que se dice en jerga vulgar 'como uña y mugre'.

Las dos juntas hacían la pareja perfecta de amigas del año. Complementadas la una a la otra.

—¡Sí, claro que lo sé! Yo también te quiero mucho. Agradezco el esfuerzo sobre humano que hiciste para hacerme este favorcito— dijo Valeria al otro lado de la línea.

—¿Favorcito? No sabes cuanto pesa este 'favorcito' — respondió refiriéndose a la susodicha bolsa y su contenido-. Esto va a cortar mi crecimiento, ¡me voy a quedar como un duende!.

La risa ahogada de su amiga llegó a sus oídos— Vamos, Carly. No exageres, que no son muchas cosas.

—No estoy exagerando. Cuando dijiste que solo eran unas cositas imaginé que solo eran unas cuantas cosas. No que saqueará casi todo el centro comercial.

Las risas al otro lado pasaron a ser carraspeos. Carla cambió su chip dramático por un chip de amiga preocupada.

—¿Ya tomaste la pastilla?— dijo con un tono más dulce.

—Sabes que odio las pastillas, pero si me la tomé porque odio más enfermarme— respondió con ternura Valeria.

Carla, adoraba a esa chica. Sabía que de todos sus amigos ella era la única que la entendía a la perfección. También sabía que podía contar con ella cuando más necesitaba a alguien para desahogarse, porque la escuchaba con atención mientras le contaba sus problemas. Por eso haría cualquier cosa por ella.

—Está bien, Cielito mío. Ya voy de camino para allá. Verás como va a quedar todo para esta noche.

—Ok. Date prisa porque el tiempo pasa volando y tenemos mucho por hacer.— Valeria se quedó sumida en sus pensamientos —. También recuerda que es una sorpresa.

—Recuerda que soy una caja fuerte.

Ambas amigas rieron en complicidad y colgaron la llamada.

Carla le dio una dirección al conductor. Y se pusieron en marcha.

Pasaron por calles y calles. Hasta que las zonas residenciales se volvieron en edificios empresariales. El taxi giró por una calle más ancha y luego se detuvo en la acera al frente de un imponente edificio de veintiún plantas con muchos cristales y ventanas. Arriba había unas letras metalizadas con las palabras: Carson investment.

Antes de bajarse le dijo al conductor que aguardará hasta que saliera, que no iba a demorarse, que si de ser necesario le daba más propinas, este asintió aceptando, pero le pidió que por favor no demorará porque tenía que entregar informe de ruta, pero cuando le extendió un billete de cinco este cambió su semblante de inmediato.

Abrió la portezuela del vehículo y salió.

Se dirigió a paso ligero hasta las grandes puertas de cristal. El vigilante, un hombre moreno de alta estatura le hizo un saludo formal cuando la vio entrar al vestíbulo. Al parecer no era la primera vez que se paseaba por ese edificio porque igual le saludaban otras personas que laboraban allí.

Su caminar era seguro, empoderada, continúo su trayecto por ese aséptico recinto. Todo desbordaba elegancia por donde pasaba. El piso por donde taconeaban sus zapatos era de un material blanco reluciente.

Subió al ascensor y pulsó el número del último piso. Mientras aguardaba adentro se repasaba a sí misma en el cristal-espejo.

Cuando las puertas se abrieron ya se hallaba en lugar donde personal ordinario no debería estar. ¿Entonces qué hacía ella allí?, no tenía una tarjeta de autorización, ni había solicitado una cita con los altos cargos de aquella empresa. Solo entro como pedro por su casa como si ella fuera la dueña de todo ese edificio.

Era más extraño que en ningún momento nadie de seguridad intentará prohibirle el paso, solo la saludaban como cuan jefa, era un poder del cual Carla no podía evitar sentirse cohibida, para alguien con la ambición de ella era un regocijo. Se planteaba que ella estaba para grandes cosas.

El recibidor del último piso era por supuesto más aséptico que el primero, tenía más cuadros y e inmobiliario que el propio Versalles, se denotaba el buen trabajo de los diseñadores de interiores contratados para mostrar el poder de los Carson, una familia que había conseguido ser una de las más relevantes e importantes de la ciudad, construyendo tiendas de supermercados, restaurantes, almacenes de ropa por todo Flor Verde, hasta dar sustanciosas caridades a programas de acción contra la pobreza. Si, viéndolo bien no eran tan malos ¿eh? Pero se empezaron a mezclar con la política y se sabe perfectamente que la honradez no es sinónimo de política.

Pero, a todo esto ¿qué pintaba ella ahí?

Pues quien iba a imaginarse que una extrovertida jovencita de diecinueve iba a enredarse con alguien de esa acaudalada familia, en este caso, Jacob Carson, quien le llevaba una década de diferencia en edad, con él que sostenía una relación abierta hará media docena de meses.

Carla ni siquiera observó a la secretaria que estaba sentada detrás de su escritorio quien a su vez atendía algunas llamadas, sino que pasó de largo en dirección a la oficina de su ¿amigo con beneficios o su amante?, ya se disponía a agarrar el pomo cuando escuchó un carraspeo a sus espaldas.

—Disculpe, señorita Barzini. No creo que él joven Jacob pueda atenderla ahora.

Con irritación dio un giro de ciento ochenta grados sobre su propio eje quedando frente a frente con la secretaria. Una muchacha de mediana edad, bien arreglada, se notaba que se tardaría horas para echarse kilos de maquillaje como para impresionar al mismo rey de muy muy lejano.

No sabía si eran ideas suyas o qué rayos le pasaba a esta cuando venía, era como si le tuviera algún tipo maña y ni trataba en ocultarlo, por sus expresiones borde hacia ella.

—¿Puedes decirme dónde está? — No pudo detener la pregunta.

La secretaria arqueó una ceja incrédula- El señor Jacob se encuentra ahora mismo almorzando con...

El elevador se detuvo resonando como un timbre. Al abrir sus puertas aparece el nombrado Jacob bien elegante con su traje negro de gala, tenía una corbata a cuadros, zapatos pulidos, y su cabello corto peinado hacia atrás. Se acomodaba el saco cuando cruzó mirada con Carla, por su expresión no esperaba verla allí.

Carla esbozó una sonrisa al verle tan guapo como le recordaba el día en que lo conoció.

De repente, sale de las espaldas de él una mujer. Provocándole un vuelco en su pecho borrándole su expresión alegre.

La tipa era alta, morena, también vestida de gala ajustada a su buen cuerpo, llevaba el cabello liso suelto, le pondría unos veinticinco o veintisiete años, con celosa admiración contuvo el aliento ante lo elegante que era.

Miraba a Jacob y la miraba a ella mientras se acercaban.

—Hola— dijo el primero con una sonrisa — ¿A qué se debe esta visita?

¡¿A verte a que más?! Quería decirle, pero sostuvo la cordura con su fuerte carácter.

—Vine a hablar con usted sobre el proyecto que acordamos.

El proyecto. Fue la causa de como se conocieron meses atrás cuando su madre le pidió que le supliera en aquella ocasión para llevarle algunos documentos acerca de diseños de nuevas prendas para comercializar. Desde entonces usan esa excusa para verse.

—Sí, por supuesto. Catalina ¿tienes alguna idea dónde está Donovan? — dijo dirigiéndose a la estirada secretaria.

—En este momento debe estar tomando un vuelo hacia Florencia— Le respondió sin quitarle la mirada de encima.

—Que maravilla. Mi hermano mayor se va de vacaciones mientras yo debo hacer todo el trabajo- bufó con ironía, revoloteándose entre las tres mujeres—. Bueno, gracias al cielo Juliana volvió del extranjero.

—¿Quiere que le avise cuando llegue? — Catalina se apresuró a inquirirle.

—Sí, te lo agradecería- dijo con suma firmeza. Luego se giró hacia la mujer elegante con la que llegó-. Bethany. Te importaría esperarme en mi oficina mientras arreglo unos asuntos con...— Miro a Carla — la señorita aquí presente.

—Claro que sí, no hay problema— dijo con una pequeña sonrisita en sus labios.

A Carla le pareció que le miro con ojos de corazón cuando asintió. Trataba con sus fuerzas contener la rabia que le emanaba en su interior.

Vio sin pestañear como él le abrió la puerta para que entrara. Después de cerrar la puerta volvió a donde ella, pero no se detuvo.

—Señorita Barzini, por favor sígame a la sala de juntas.

Se enderezó y le siguió los pasos obedeciendo como si fuera una orden.

La llevó por un pasillo bien iluminado hasta toparse con dos puertas de madera refinada.

Una decía y la otra está última le pertenecía a su padre. Jacob se declinó sin pensarlo a la segunda, abrió la puerta y jaló consigo a Carla que dio un respingo por tal repentina acción.

—¡Suéltame! —Vociferó zafándose de su agarre.

Jacob se puso un dedo en sus labios — Baja la voz y cálmate.

—No. No me voy a calmar hasta que me digas quien coño es esa tipa— dijo Carla desbaratando todo su autocontrol característico.

Esperaba una respuesta rápida sin tener que repetir dos veces. No estaba acostumbrada a hacer reclamos. Pero le llenaba de indignación como él solo la miraba de esa forma tan seria, con su mirada fría clavándole sus oscuros ojos negros como la noche.

—¿Por qué debería decírtelo? — se limitó a decir con el ceño fruncido. Alguna que otra arruga se le apreció en su semblante, consecuencia de su trabajo, le hacía parecer como si tuviera más edad.

Esa expresión le hacía enrojecer más. No iba a permitir que él viera como se moría de celos, le disgustaba tanto haciendo algo insípido como los reclamos, le hacía parecer patética.

Así que como pudo se las arreglo y cambio su postura.

—Ok. No me importa. Esta será la última vez que me verás porque decido romper esto ahora. Adiós.

Lo rodeó sin mirarle a la cara. Pero antes de que pudiera poner un pie afuera en el pasillo él agarró su muñeca de nuevo.

—¡He dicho que me sueltes! — Volvió a soltarse con todas sus fuerzas.— No puedo seguir con esto, Jacob — el agobio que la oprimía salió a flor de piel — Sé que acordamos no celarnos, ni ilusionarnos, ni mezclar nuestras palabras con los sentimientos, ¡pero no puedo!, no puedo..., d-de... repente empecé a sentir algo por ti. Sé que no puedo hacerte reclamos, pero solo dime ¿es ella tu nueva amante?

Jacob sacudió la cabeza, pero no le quitaba la vista de sus ojos.

—Ella es Bethany Wilson, copresidenta del diario El Mañana. Está mañana vino para hacer un reporte acerca de la campaña electoral de mi padre, pero no pudo recibirla hoy porque tiene muchos asuntos que atender, así que solo fui amable y le invité un café. Eso es todo.

Ya no podía pensar con claridad mientras se le arremolinaban desproporcionadas emociones en la cabeza.

—Carla, ahora debo pedirte que confíes en mí— le decía mientras se acercaba a ella —. Yo te echo de menos cuando no estás. Después de terminar todo ese jodido papeleo, después de las largas horas de trabajo, solo pienso en estar contigo... en tocarte— Le acariciaba lentamente con sus manos los hombros — con mirarte...— Alzó su barbilla haciendo que le mirará a los ojos — con besarte...— se inclinó con la decidida intención de juntar sus labios con los de ella, y ella lo permitió sin protestar.

En otro momento sus besos le sabrían de maravilla, y sentiría el efecto de cosquilleo en su barriga. Pero ahora solo le sabían a poco, simples, grises, y forzados. Sentía rabia por permitir que él la tratase como niña cuando hace tiempo dejó de serlo, estaba ante el hombre que le arrebató su virtud, así como también la inocencia que en ella habitaba. Ahora era lo que él había forjado, su mujer.

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