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Un Ángel Para El Diablo.

Te amo.

¡Eres un maldito egoísta! ¡Me usaste según tu conveniencia! ¡Has destrozado todo lo que amé! ¡Estoy sola gracias a ti! — En medio de una de las vías principales de la ciudad, las calles se abren a medida que avanzo en dirección a él.

— Tienes que escucharme, sé que cometí un error, pero... — Lo interrumpo, no me interesa escuchar sus explicaciones.

— No trates de volverme a manipular, tu juego se acabó. Querías todo para ti y me destruiste en el proceso, ahora debes asumir las consecuencias. — Seco las lágrimas producto de la rabia y el odio que siento hacía ese que sentí que amaba más que a mi propia vida.

— Ariel, perdóname... Te amo... — Dice mirándome a los ojos y si no lo conociera podría creer en las falsas lágrimas que se asoman en sus ojos.

— ¿Y se supone que debo creer en esa absurda frase una vez más?

— No debes, pero es verdad... es mi única verdad, la verdad de este ser que perdió su alma, pero que aun así aprendió a amar y a creer una vez más gracias a ti.

— Te odio, prepárate para la guerra.

— Haz lo que debas hacer, no pienso defenderme... Solo espero que cuando acabes, puedas perdonarme.

TIEMPO ATRÁS

Pov Azrael:

— Que arda quien tenga que arder, los daños colaterales son un riesgo que siempre estoy dispuesto a correr, y si es necesario hacer arder la tierra o trasladar el mismo infierno a la superficie, eso es justo lo que haré.

— No considero que resulte tan fácil, recuerda que a Belial le costó más que su reinado, el precio fue su existencia... — No permito que Thaumiel continúe, me molestan este tipo de comparaciones.

— Nadie ha dicho que es fácil, de ser así no hubiese tardado veinte años en encontrarla, por otra parte, no me compares con el estúpido de mi padre, no soy tan débil como él lo fue, yo si sé lo que es portar la corona del príncipe de las tinieblas. Pronto este estúpido sistema cambiará, los tontos puritanos estarán de rodillas ante mí, tendrán que arrastrarse a mis pies para lograr mi favor, ten por seguro que mi nombre se grabará para la eternidad en la memoria de todos, sin importar el plano en que se encuentren.

— "Gran Azrael" — Dice con cierta sorna grabada en su voz. — Y ¿Cómo piensas conseguirla? No creo que puedas obligarla, al menos no teniendo en cuenta de quién se trata, es un ángel humano y eso lejos de hacerla frágil, es todo lo contrario, podría destruirte. — Habla su segunda cabeza.

— Mikha'el, tiene prohibido interferir, eso lo hará aún más fácil, y definitivamente no la obligaré a estar de mi lado, esa no es una opción viable, necesito que esté de mi parte y para eso voy a acudir a ese sentimiento absurdo y patético que mueve a los humanos, voy a doblegar su fuerza e incluso preceptos y dignidad. Seré todo aquello que una mujer puede desear, ¿qué tan difícil puede ser para el rey del engaño? — Sonrío sabiendo plenamente que podré cumplir con mi objetivo sin mayor dificultad.

— Cuando hablas de ese sentimiento que doblega a los humanos ¿Te refieres al amor? Jajajaja piensas... ¿piensas enamorarla? El rey del averno, tratando de conquistar a una jovencita, eso tengo que verlo. — Su burla; no me cae para nada en gracia, así que me coloco en pie y acerco mi rostro al centro de los suyos obligando a que sus cuatro ojos se posen en mí, mientras las llamas arden en mis ojos.

— Creo que eso he dicho, Ariel de la Torre, me amará tanto que su poder será mío, así como su voluntad. No olvides que no hay mejor actor que el que tienes en frente, seré todo lo que una mujer puede desear.

— Opino que es justo ahí donde todo se complica, ella no es una mujer cualquiera.

— No importa si es única o cualquiera, ya la verás caer. Eso es algo de lo que serán testigos tus dos cabezas.

Pov Ariel.

Mi nombre es Ariel, hija de la muerte y heredera de la profecía que hasta hace poco desconocía, una que se supone traería grandes cambios positivos al mundo de las divinidades, pero que a su vez me destruiría por completo.

Crecí junto a mis abuelos y esta es mi historia.

 — Ariel, es hora de ir a la universidad. — Escucho la voz de mi abuela, tras la puerta de la habitación.

— Estoy lista. — Respondo una vez que abro la puerta y me encuentro con el rostro sonriente de mi adorada abuela.

— Eso imaginé, pero no quiero que te marches sin desayunar una vez más. — Dice mientras me toma de la mano.

— Solo espera un momento mientras tomo mi maletín.

— De acuerdo, tu abuelo y yo te esperamos abajo.

Me miro al espejo una vez más y acaricio el anillo que cuelga de la delgada cadena de oro que siempre llevo conmigo y que a la vez es lo que me une a mis padres. La escondo bajo mi blusa y voy a desayunar.

— Buenos días, abuelo.

— ¿Cómo está mi pequeña princesa? — Saluda mi abuelo, Franco de la Torre.

— ¡Emocionada, hoy es el último parcial de este semestre, y lo mejor es que los chicos y yo hemos estado planeando un viaje! — Comento emocionada mientras tomo asiento.

— ¿Y por qué no estaba enterado? — Pregunta mi abuelo un poco escéptico.

— No me mires, lo ignoraba al igual que tú. — Agrega mi abuela al sentir la mirada acusatoria de su esposo sobre ella.

— Abuelo... — Lo miro con súplica en mis ojos. — después de este, solo me quedará un semestre y nunca he salido como el resto de las chicas, parezco el bicho raro de la carrera.

— Lo pensaré. — Dice tras un suspiro. Al escucharlo me levanto de la silla y dejo un sonoro beso en su frente.

— ¿Te he dicho qué eres el abuelo más apuesto que puede haber sobre la tierra?

— Solamente cuando te conviene.

— Pues lo eres, y no porque me resulte conveniente. — Sonrío al igual que ellos. — Ahora me voy.

— Ariel, aún no desayunas. — reprocha mi abuela.

— Me llevaré esto. — Tomo una manzana de la mesa mientras le sonrío ampliamente y ella niega con la cabeza.

Nota Autora:

Mis amadas lectoras y fieles compañeras. Una vez más emprendo un nuevo viaje en el que espero, sean mis copilotos. Sé que han estado esperando por esta historia y espero no defraudar, no había tenido claro como abordar la historia de Ariel y nuestro diablo, pero aquí vamos.

Ariel

Azrael.

Un par.

— ¡Ariel! ¿A dónde vas con tanta prisa? — Es la voz de Adrián, mi mejor amigo, quien me detiene al alcanzarme para luego caminar a mi lado.

— ¿En serio? ¿Acaso olvidas que hoy es la conferencia?

— Entiendo, es decir que ese tipo también te tiene embrujada como al resto, debo decir que eso lo esperé del gran número de chicas tontas y enamoradizas que sobran en la universidad, pero nunca de ti.

— No seas tonto, lo que menos me importa es su aspecto físico, pero si lo que puedo aprender de él.

— No creo que sea alguien digno de admirar, no es más que el abogado del diablo. — Refuta Adrián.

— Lo sé, desafortunadamente dedica su talento a la defensa de personas sin escrúpulos.

— Pero con mucho dinero. — Vuelve a interferir Adrián.

— Definitivamente, tienes razón, pero eso no le quita lo bueno que es, no en vano es el abogado de esos seres que de no ser por él, estarían pudriéndose en prisiones de máxima seguridad. Para ser buenos en esta profesión, debemos aprender a tomar lo bueno, incluso de personas malas.

— Nunca pierdes ¿cierto? — Pregunta negando con la cabeza.

— No en vano estudio derecho, en fin... ¿Vienes?

— Me has convencido, aunque había decido pasar de ver a todas las chicas babeando por ese hombre.

— No es tan guapo. — Afirmó convencida de mis palabras mientras me encojo de hombros.

— Por fin, alguien a quien no se le ha nublado la razón.

— No sé por qué te importa tanto. Mónica solo tiene ojos para ti.

— Hoy no me ha volteado a mirar. — Reconoce con molestia en el tono de su voz.

— ¿Y asumes que es por la visita de Azrael Bernard? — No puedo evitar sonreír ante una idea tan absurda, Mónica se muere por el chico grande y musculoso a mi lado. — No seas tonto, no tiene ojos para nadie más.

— Eso espero.

— Mejor démonos prisa, la conferencia está a punto de empezar. — lo tomo del brazo y lo obligó a apresurar el paso. Una enorme e imponente camioneta negra con vidrios polarizados se estaciona frente a nosotros — Justo cuando estamos a un par de metros del salón lo veo bajar, es él, Azrael Bernard, o el abogado del diablo, como es conocido dentro del círculo de abogados. Desprende un aura sombría y cargada de misterio. Aunque no se quita los lentes de sol, tengo la impresión de que su mirada se cierne sobre mí por un par de segundos y luego sigue su camino hasta ingresar al enorme recinto.

— Pensé que eras inmune a él, pero me has hecho perder la fe en el género femenino. — Dice Adrian, fingiendo estar afligido.

— Deja de decir tonterías y entremos de una vez. — Mi amigo suelta una carcajada sonora logrando que me contagie. Estamos tan fuera de lugar,

 que entramos riendo al lugar que hasta hace contados segundos permanecía en total silencio, mi risa se congela al notar desde la distancia la mirada acusadora del decano, le hago un gesto en señal de disculpa y Adrián toma mi mano para lograr que dejemos de llamar la atención y sentarnos en la última fila.

— Buenos días, jóvenes, agradezco su asistencia el día de hoy, aunque es una actividad extracurricular, todos sabemos bien que la persona que impartirá sus conocimientos el día de hoy, aportará grandes conocimientos y ¿por qué no?, puede que una nueva perspectiva de lo que es el mundo del derecho. Sin más preámbulos, hagamos pasar a nuestro invitado, Azrael Bernard. — El púlpito estalla en aplausos ante la entrada del hombre en mención, quien para este momento ya no trae lentes y su mirada es aún más imponente de lo que se puede ver atreves de las fotos que puedes encontrar en internet. Él se aclara la garganta antes de dirigirse a nosotros, los espectadores.

— Buenos días, es un gusto para mí poder encontrarme frente a ustedes, sé que algunos de ustedes en un par de años serán grandes abogados de talla internacional, de eso no tengo duda, con solo verlos podría señalarlos, aunque no son muchos. — Al escuchar lo que acaba de decir, no puede evitar indignarme, ¿quién se cree para pensar que puede juzgar lo que seremos o peor aún, lo que no seremos con solamente mirarnos? Mis manos se hacen puños y aunque no ha dicho más que un par de palabras estoy a punto de levantarme y salir de aquí antes de cometer una imprudencia. Adrián se da cuenta de que sus palabras empiezan a sacar lo peor de mí y coloca una de sus manos sobre mi pierna ejerciendo un poco de presión logrando que frene en mi intención. Pero lo que sucede a continuación es la gota que derramó el vaso. — Teniendo esto en cuenta, sé que mi tiempo no se habrá perdido al estar aquí, ahora bien; más que dictar una conferencia, voy a responder a todas las inquietudes a las que haya lugar, si hay algo que deseen saber acerca de cómo ser un abogado de éxito, tienen frente a ustedes al mejor, no duden en preguntar. — Jamás en mi vida vi o escuché a alguien tan arrogante, ya había escuchado hablar de su actitud fría y déspota, pero no creí que alcanzara niveles tan altos, creí que tal vez era una de sus tácticas para ganar los casos que defendía.

— ¿Cuál es la clave para lograr el éxito en todos los casos que ha llevado sin excepción alguna? — Pregunta un chico en la tercera fila.

— Estar seguro de lo que defiendo.

— ¿Eso quiere decir que todos sus clientes en realidad eran inocentes? — Pregunta de vuelta el chico.

— Dije que debes estar seguro de lo que defiendes, en ningún momento hablé de inocencia. — Contesta con un atisbo de sonrisa que denota fastidio.

— ¿Alguna vez ha rechazado un caso por no estar de acuerdo con el actuar del posible cliente?

— Solo si es él quien no está de acuerdo con el trato que le ofrezco, verás, todo en esta vida tiene un precio y mis servicios son sumamente costosos.

— ¿Es por eso que únicamente defiende gente con dinero y poder? — Pregunta una chica.

— Es por eso que únicamente defiendo a gente con ambición y visión; no soy monja de la caridad, no estudie para ello. — El auditorio se llena de preguntas de distintas personas las cuales responde una tras otra con ese aire de superioridad del que tanto se jacta.

— Víctor Hurtado, fue la mente que maquinó el genocidio en ciudad H, aun así usted lo defendió y lo ayudo a lograr salir ileso ¿No le genera eso remordimiento de conciencia? — Pregunta otro asistente, lo cual es una pregunta poco inteligente.

— Víctor Hurtado, fue declarado inocente, debería saber que es la conclusión a la que llegó el juez, yo solamente fui su defensor. Ahora, el señor Víctor ante los ojos del mundo no cometió delito alguno y siendo usted un aspirante al título de abogado debería saber, que difamar el buen nombre de una persona constituye un delito; afortunadamente para usted, en este lugar seremos discretos. — Deja de referirse al aludido y vuelve a hablar en general. — Ahora pueden entender el porqué dije que podía señalar nada más a unos cuantos.

— Me parece osado de su parte el atreverse a hacer semejante afirmación. — Su mirada viaja hasta a mí al escuchar mis palabras y aun cuando estamos a gran distancia y puede parecer imposible, puedo sentir su mirada al posarse sobre la mía.

Impertinente.

— ¡Señorita De la Torre! — Se apresura a intervenir el decano, pero Azrael hace un gesto indicando que me permita continuar y así lo hago. — Como le decía, me parece no solo osada, sino atrevida la forma en que discrimina nuestro coeficiente intelectual, no es digno de un buen abogado lanzar juicios apresurados de personas de las que no conoce absolutamente nada.

— La mirada. — Responde únicamente.

— ¿La mirada? — Pregunto incrédula al escuchar lo que acaba de decir. — ¿Es eso en lo que se basa su percepción de una persona?

— Me basta con sentir la mirada de una persona para conocer sus fortalezas y debilidades, puede llamarlo instinto u osadía como lo acaba de mencionar, pero no necesito nada más y me mantengo firme en lo que dije. De no estar en lo cierto, no sería usted la única en reclamar lo que he asegurado en un par de ocasiones, verá, solamente las personas con convicción defienden sus ideales... aún por encima del decano de la universidad; las otras se dedican a hacer preguntas insulsas de las que ya conocen las respuestas. Con el pasar del tiempo, aquellos que realmente tienen la vocación, agudizarán sus sentidos, aprenderán a reconocer la verdad y la mentira, aunque a veces esta última se disfrace de la primera.

— ¿Es decir que para llevar un buen caso, hay que seguir el instinto? — Interviene alguien más.

— Eso quiere decir que el instinto es una pieza clave, pero las pruebas, la destreza con que se manejen y la intención con que se presenten, garantizan el éxito.

— ¿No cree que es soberbio de su parte autodenominarse como el mejor abogado? — No lo digo yo, lo dicen las estadísticas, ahora bien, si sabe de alguno más eficaz puede mencionarlo. — No vuelvo a intervenir me limito a escuchar como la mayoría al sentirse atacados lanzan preguntas tratando de hundir sus argumentos de manera infructuosa, y por paradójico que parezca, acaba de darnos una gran lección a todos, no importa quién tiene la razón, pero si quien argumenta mejor sus razones, porque a fin de cuentas logrará convencer incluso a su contraatacante.

Una vez acaba la conferencia, uno a uno los asistentes se retiran, Adrián y yo estamos entre las últimas personas que se dirigen a la salida.

— ¡Amor! — La voz de Mónica llamando a Adrián nos detiene. — Les, guarde lugares junto a mí, pero luego de la forma en la que entraron, pensé que era mejor que no se movieran de su lugar. — Dice mientras me saluda con un beso en la mejilla y luego se inclina para besar los labios de Adrián. Lo miro y no puedo evitar sonreír, él solo me hace un gesto indicando que no comente nada acerca de sus inseguridades.

— Mónica, es lindo verte, pero debo irme, tengo asuntos pendientes. — Menciono aunque en realidad sólo busco dejarlos solos.

— Creí que almorzaríamos juntos. — Hace un puchero, Mónica, tiene 19 y va dos semestres por debajo de nosotros, aunque también estudia derecho.

Me despido de ellos y atravieso el campus universitario hasta llegar al área del parqueadero.

— ¿Pero a quién tenemos aquí? Nada más y nada menos que a mi muñequita, la más bella de toda la universidad.

— Sabes qué no me agrada que me llames así, no soy tu muñequita. — Respondo a Raúl, el chico guapo y rudo de risos dorados por el que todas se mueren en la universidad, el cual viene acompañado por los chicos de la fraternidad a la que pertenece y de la que es el líder.

— Vamos, te invito a almorzar. — Dice mientras se acerca acorralándome contra mi auto e invade mi espacio personal. Lo miro fijo a los ojos, no me interesa que me perciban como alguien débil.

— Tal vez en otra ocasión, hoy no me apetece.

— ¡Uh! — Los chicos se mofan, Raúl lanza una mirada de advertencia y todos cambian de actitud.

— Quiero que seas mi chica. — Se acerca a mi oído y me habla en un susurro. — Dime ¿qué tengo que hacer?

— Nada, no tienes que hacer nada. — Sonríe ante mis palabras. — No me interesa ser tu chica; ahora, por favor aléjate. — Su mandíbula se tensa al escuchar mi negación.

— Chicos, váyanse, yo iré después. — Sus amigos le obedecen y se alejan.

— No me gusta tu actitud, será mejor que te alejes y me dejes en paz. — Hablo con voz firme al tiempo que lo empujo con las palmas de mis manos abiertas; aun así, no logro alejarlo de mí.

— Solo déjame probar tus labios, no sabes cuánto deseo hacerlo. — Se acerca de manera peligrosa y yo intento esquivarlo girando mi rostro, pero él me sostiene del Mentón y cuando está a escasos milímetros de mí, se escucha una voz fuerte y profunda.

— Señorita de la Torre ¿necesita ayuda? ¿Es mi impresión o el señorito la está acosando? — Raúl me suelta y con gran molestia se gira para encontrarse con Azrael Bernard, quien lo observa de manera gélida.

— Es mi novia ¿podría largarse? — Espeta molesto Raúl.

— Le hice una pregunta a ella, no sea impertinente. — Es la respuesta de Azrael y luego vuelve a dirigirse a mí. — ¿Quiere que me aleje? — Pregunta mirándome a los ojos.

— No, no quiero que se aleje. — Azrael asiente en mi dirección.

— Ya ha escuchado, no me alejaré, es usted quién está sobrando. — Raúl suspira enojado y se rasca la cabeza con frustración. Luego se acerca a Azrael, la intención de agredirlo físicamente es más que evidente.

— No lo intente, no soy un niño de los que acostumbra a agredir, debe recordar que no en vano soy el abogado del diablo. — Le habla mirandolo fijo a los ojos y Raúl se queda estático, luego sin decir o hacer algo más, se aleja rápidamente.

— Gracias por la ayuda. — Le digo y le doy la espalda para subir a mi auto.

— ¿Es usted siempre así de mal educada? — Sus palabras me detienen y me giro para encararlo.

— Le he dado las gracias.

— ¿Por qué? ¿Por qué la he salvado de ser agredida por un patán? De ser así, creo que su forma de agradecer es muy superficial para mi gusto.

— Y usted es muy arrogante para el mío, hemos quedado a par.

— Aceptaré su agradecimiento de manera formal en una cafetería mientras me acompaña con un capuchino.

— ¿Está jugando conmigo? — Pregunto mientras elevo una de mis cejas.

— No sería capaz, pero me encantaría que acepte acompañarme.

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