Jane Zell, hija de los duques de Hamill, era una niña hermosa, querida profundamente por su madre y su padre desde el día en que nació. Ambos eran los más felices del Reino, y todos los felicitaban por aquel acontecimiento. Sin embargo, así como su nacimiento trajo alegría al matrimonio y al ducado, también pareció traer consigo desgracia… o al menos eso quería pensar la duquesa.
Un año después del nacimiento de su pequeña, el duque comenzó a distanciarse de ambas. Y un año más tarde, murió en batalla. Aquella pérdida la destrozó. Aunque él ya no la mimaba ni se acercaba a ella como antes, ella lo seguía amando, pese a todos sus cambios.
Meses después de su muerte, la duquesa debía tomar una decisión: asumir el cargo del ducado o renunciar a él casándose, o bien, rebajando su estatus a plebeya. Pero ella no lo aceptó. No quería otro hombre en su vida. Menos aún después de lo que descubrió medio año más tarde. Poco a poco, se fue alejando también de su hija, dejándola al cuidado de niñeras. Al principio se decía a sí misma que era por la carga que representaba el ducado. Pero eventualmente, la dejó en el olvido… igual que al recuerdo de su esposo.
Ser plebeya jamás estuvo entre sus planes. ¿Cómo sostendría a una niña de apenas un año si no sabía siquiera lo que era vivir como tal?
Todos en el Reino opinaban lo mismo, y el murmullo recorría los salones nobles: ella debía casarse para que la niña “tuviera una figura paterna”, y porque, simplemente, se pensaba que una mujer no era apta para ocupar el puesto de un hombre, mucho menos uno tan alto como el suyo. Pero ella estaba decidida: no se casaría con nadie, ni renunciaría a su título. Podía con eso. Esperaría hasta que Jane tuviera la edad suficiente para hacerse cargo del ducado. Entonces, ella decidiría si casarse o no. Aunque, como madre, deseaba que no lo hiciera. Imploraba que no lo hiciera.
Jane, que ignoraba todo el pasado, vivía feliz en su niñez, aunque no podía evitar preguntarse por qué su madre la ignoraba. ¿Acaso no la amaba? Porque ella sí la amaba, y mucho. Tenía entendido que ese sentimiento debía ser mutuo.
Oh, linda niña, no tienes idea de nada en esta vida. Un ser tan inocente como tú no imagina lo que el mundo perverso tiene reservado para cada uno de nosotros.
Madre, ¿qué has hecho con tu hija, que añora un padre?
Madre, ¿qué has hecho con aquella niña de ojos alegres?
Madre, ¿qué has hecho con ella, que solo quiere tu amor?
¿Qué has hecho...?
La niña de ojos esmeralda solo quería un padre y una madre que la quisieran. Pero tan solo le quedaba resignarse.
Su padre había muerto.
Y su madre… su madre vivía en su propio mundo.
ESPEREMOS QUE PASA EN LA VIDA DE JANE Y LA DUQUESA.
Agradezco a todas las personas que se tomaron el tiempo de descubrir esta novela, puede tener faltas de ortografía, más en cambio acepto que corrijan estás.
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DM
¿Extraño a la vista o… no?
—Jane, corre —susurraba la niña para sí misma. Después de haber escapado, como ya era costumbre, había tomado una ruta diferente. Sabía que llegaría al pueblo más tarde que nunca, pues, aunque ya había recorrido ese camino dos o tres veces, era más largo. Aun así, lo prefería. Estaba sedienta y cansada, pero era mejor que quedarse en casa.
—Tú puedes, falta poco —se animaba con voz baja. Para ella, esto era pan de cada día. Odiaba estar en casa cuando su madre se enfurecía… y esa parecía ser su emoción constante. Todo la enojaba: un paso mal dado, un ruido inesperado, incluso el simple hecho de que Jane existiera.
Y eso entristecía profundamente a la pequeña. Solo quería verla feliz, pero eso parecía casi imposible… si no es que completamente imposible.
Desde que su padre murió en batalla, su madre no había vuelto a ser la misma. Siempre estaba en su despacho, fuera de casa, o simplemente encerrada en su habitación. Lo que más dolía era que ni siquiera la miraba. Parecía que no tenía hija. Jane se conformaba con que, al menos, no le hiciera daño, como sí lo hacía con las personas que la confrontaban.
A pesar de ser tan pequeña, Jane sabía cosas. A sus cuatro años era muy inteligente, observadora, y aunque adoraba a su madre e intentaba comprenderla, no lograba entender por qué la ignoraba.
¿Acaso la odiaba? ¿Acaso no la amaba? ¿O simplemente le era indiferente su existencia?
La niña sacudió la cabeza con fuerza, intentando alejar esos pensamientos, y apresuró el paso. Tras varios minutos de caminata, llegó a su destino: un pequeño y encantador pueblo ubicado en las afueras del territorio de su madre.
Su madre era la duquesa de Hamill, un ducado conocido por sus ricas minas de carbón y también por sus piedras preciosas. Muchos otros ducados envidiaban esas riquezas y habían intentado quitarle el poder a la duquesa en más de una ocasión.
Sin embargo, el rey consideraba a la duquesa una mujer fuerte y capaz, y por eso nunca la obligó a desposarse, aunque sabía que muchos hombres la pretendían. También sabía que ella rechazaba a todos. No quería que ningún hombre interfiriera en su vida ni en su gobierno.
—¡Has llegado! Te mereces un pastel de zarzamora, Jane. ¡Sí, claro que sí! —se felicitó a sí misma con una gran sonrisa. Sus pequeñas piernitas palpitaban de dolor, pero eso no era impedimento. Anhelaba ese pastel que tanto le gustaba.
Con paso decidido, se dirigió a su tienda favorita de pasteles: la Pastelería McAkuil. El nombre podía parecer peculiar, pero a Jane no le importaba. Era el apellido de la familia que llevaba el negocio, y la fama de sus pasteles hablaba por sí sola.
Para ella, lo único que importaba era el delicioso pastel de zarzamora… y tal vez un poquito de la atención y cariño que le daban en ese lugar.
Entró con una sonrisa enorme. Todos los empleados la conocían y sabían que era la pequeña hija de la duquesa, pero no la querían por su linaje, sino porque se había ganado su afecto. Era dulce, alegre, educada, y siempre traía consigo un aire de inocencia que enternecía a todos.
Corrió con entusiasmo hacia el mostrador, tan concentrada en su pastel que no vio por dónde iba… y tropezó con un joven de cabello negro y ojos verdes.
—Disculpe, señor. No me fijé por dónde iba —dijo con voz suave, bajando la mirada, visiblemente nerviosa. Kalé, el joven frente a ella, la miró con una sonrisa cálida.
—Discúlpame tú a mí, no te vi —respondió, haciendo alusión a su diferencia de estatura.
—Desde hoy juro mirar hacia todos lados —añadió Jane con tono serio, intentando sonar adulta.
La sonrisa de Kalé se volvió más cálida. Aquella niña le pareció encantadora.
—¿Me permites invitarte algo? —preguntó, un poco nerviosa.
En la mente de Kale solo había una palabra para describirla: adorable.
—¡Oh! —exclamó Kalé, sorprendido—. Claro, bella dama, pero lo correcto es que yo le invite. Fue mi culpa.
Kalé, que solo había ido por un pastel y no tenía ningún plan para el resto del día, aceptó sin pensar mucho. Tal vez estar solo no era lo que más deseaba hoy.
—¿Qué te parece si yo te invito y tú a mí? —propuso la niña, con una sonrisa pícara. Eso sorprendió aún más al joven. Era demasiado ingeniosa para su edad.
—Bien… ¿qué deseas? —preguntó él con tono formal. Jane levantó la mirada, curiosa. Hablaba como un noble, pero su ropa era la de un plebeyo. Ya no estaba segura de quién era.
Desde el otro lado del mostrador, Mari, la dueña del local, observaba la escena con atención y cierta desconfianza. Ella quería a Jane como si fuera su hija. Ver a un desconocido hablarle con tanta familiaridad la ponía en alerta. Aun así, el joven no había sido grosero, ni le había dicho nada fuera de lugar. Le daría el beneficio de la duda, pero no le quitaría el ojo de encima.
—Pequeña Jane, ¿qué quieres hoy? —preguntó con una sonrisa sincera dirigida únicamente a la niña. A Kalé, en cambio, le dedicó una mirada dura y reservada. Él lo notó y simplemente le devolvió una sonrisa educada.
—Oh, Mari, te presento a mi nuevo amigo. Nuevo amigo, ella es Mari. Hace los pasteles más deliciosos del mundo. Si no sabes qué pedir, pregúntame. Soy experta, los he probado todos —dijo Jane, inflando el pecho con orgullo.
Kalé rió con ternura. Aquella niña tenía una luz especial. Tal vez era su inocencia… o su gran sonrisa que le ponía rosadas las mejillas y le daban ganas de apretarlas.
—Claro, lo haré con gusto. Así que quiero que me recomiendes algo que no sea tan dulce, pero que sea inolvidable. Confío en ti.
Ese día, Kalé anotó en su lista de recuerdos especiales el pastel que iba a probar… pero sobre todo anotó el nombre de aquella niña que, sin saberlo, le había devuelto una chispa de felicidad a su corazón.
.....
Hola amigos estoy haciendo corrección de todos los Capítulos. Seguiré con la novela sean pacientes.
Besos y abrazos
..DM..
El extraño, mi nuevo amigo
—Pues te recomiendo un rico pastel de nieve. ¡No es nieve de verdad, eh! —advirtió con tono divertido.
—Y no es tan dulce. Como la crema es dulce y el pan no lleva azúcar, hacen una gran combinación. De verdad te lo recomiendo.
—Bueno, pues señora Mari, deme el pastel de nieve, por favor —declaró Kalé con entusiasmo genuino.
—Y a mí un pastel de zarzamora, por favor —añadió Jane con una sonrisa que le iluminaba el rostro.
—Enseguida se los traigo. ¿Quieres tu batido de chocolate? —preguntó Mari mientras alzaba una ceja.
Kalé frunció el ceño ligeramente. Según él, el lugar era solo una pastelería, no más. No esperaba que también prepararan bebidas.
—¿Puedes preparar uno para mi nuevo amigo? Yo lo pagaré —dijo Jane haciendo un puchero, sabiendo que ese gesto derretiría a Mari.
—Lo haré… pero él lo pagará —señaló al joven con un gesto directo. Kalé asintió sin comprender del todo el asunto, pero con gusto lo aceptó. No tenía problema.
Mari desapareció en la cocina y, minutos después, regresó con dos bandejas. En una llevaba las rebanadas de pastel: uno de zarzamora y otro de nieve. En la otra, dos vasos altos con batidos espumosos de chocolate.
—Un pastel de zarzamora, uno de nieve y dos batidos de chocolate. Buen provecho —anunció mientras dejaba todo sobre la mesa.
Ambos chicos sonrieron en agradecimiento. Había algo en sus miradas, en la dulzura de sus gestos, que dejó a Mari desconcertada. Había algo en ellos... una conexión, un reflejo que no podía explicar. Su corazón latió tan deprisa que pensó que le daría un infarto. Aun sumida en su confusión, se alejó lentamente y pidió a su hija que cobrara cuando los clientes se marcharan. Ella necesitaría descansar un rato.
—¿Cuál es tu nombre, nuevo amigo? —preguntó Jane, curiosa mientras probaba un sorbo del batido.
—Mmm… pues mi nombre es Kalé. Y al parecer, el tuyo es Jane —respondió él con una sonrisa traviesa. Ella asintió sorprendida, lo que provocó una risa suave del joven.
Su cara expresaba una pregunta muy clara: ¿cómo lo sabes?
—La señora Mari lo dijo —respondió él, y luego, inclinándose un poco, agregó—: Pero dime, pequeña… ¿qué haces sola por aquí?
—Ah, pues escapé de casa. Es que mi mamá se enoja mucho, y cada vez que lo hace, vengo acá a comer un rico pastel de zarzamora. Es mi favorito —respondió Jane, encogiéndose de hombros mientras comía un trozo de pastel con tranquilidad.
—Ya veo… ¿y quién es tu mamá? Debe de ser alguien importante, ¿no? —preguntó señalando sutilmente sus ropas, que eran claramente de una noble.
—Sí, ella es la duquesa —dijo sin más.
El muchacho se sorprendió ante tal revelación. No esperaba estar compartiendo mesa con la hija de una duquesa.
—¿Y tú? ¿Quién eres? —se adelantó a preguntar Jane, con la confianza de quien no tiene miedo de preguntar lo que quiere saber.
—Kalé… vine en busca de mi padre y de mi hermano. Los perdí cuando era muy pequeño. No recuerdo mucho de ellos, solo tengo un recuerdo vago de sus nombres —respondió con nostalgia.
Kalé era un plebeyo que había perdido a su padre y a su hermano siendo apenas un niño. Él era el menor por tres años. Si ahora tenía veintitrés, su hermano debía tener unos veintiséis. Llevaba dieciocho años buscándolos. A los dieciocho, sus esperanzas se habían desvanecido, pero una señal, un mensaje, un papel con un símbolo grabado lo llevó hasta Hamill. Allí donde, según su intuición, debía estar la verdad de su pasado.
Recordaba solo fragmentos. Tenía vagas imágenes, palabras sueltas y un emblema dibujado en un viejo papel. Esa pista era lo único que lo había mantenido de pie.
—Pues mi padre murió cuando yo tenía un año. No recuerdo nada de él —añadió Jane, sacando de sus pensamientos a Kalé.
—Mamá era… bueno, dicen las sirvientas que ella era muy buena, pero que cuando papá murió, ella se hizo mala —su ceño se arrugó, y un puchero infantil se formó en sus labios, enterneciendo aún más a Kalé.
—Tu mamá no es mala. Te juro que ella te quiere mucho —dijo él mientras tocaba suavemente su mejilla.
Jane lo miró con los ojos muy abiertos y llenos de brillo.
—¿En verdad lo crees?
La esperanza, esa chispa frágil que había aprendido a esconder, volvió a encenderse en su pequeño corazón.
—No lo dudo. Cuando regreses a casa, dile lo mucho que la quieres. Verás que ella también te lo dirá. Pero si no lo hace, no la presiones… puede que le dé pena declarar sus sentimientos. Pero en serio, Jane, ella te ama. No pienses lo contrario nunca. Y si no lo dice...
—¿Qué? —preguntó, impaciente por escuchar la promesa completa.
Antes de que Kalé pudiera continuar, Kyla, la hija de Mari, apareció para cobrarles. Como habían acordado, Kalé pagó por Jane y Jane por Kalé.
Ya era tarde cuando salieron de la pastelería. Jane sabía que debía regresar a casa. Kalé, preocupado, se ofreció a acompañarla. No sabía cuán lejos estaba su hogar ni qué peligros podían cruzarse en el camino.
—No te preocupes, encontraré a los guardias de mi madre en el camino —le aseguró Jane con seguridad.
Él dudó. No quería dejarla sola.
—Solo acompáñame hasta que veas a los guardias, pero prométeme que no te dejarás ver. Si te ven, se lo dirán a mamá y ella nunca más me dejará salir —dijo con firmeza.
Kalé aceptó gustoso. Ambos emprendieron marcha por el camino corto hacia la casa de Jane. Ese camino lo conocían bien los guardias, pues era el que la niña usaba siempre que escapaba. Jamás imaginaron que conocía también la ruta larga.
Antes de llegar al pequeño bosque que separaba el pueblo de la vivienda, Kalé divisó a los guardias a lo lejos. Se detuvo.
—Jane —llamó. Ella se giró.
—¿Sí?
—No olvides que hay personas como yo… o Mari… que te queremos —confesó Kalé con suavidad.
—Yo también te quiero. ¡Adiós! —respondió Jane, y echó a correr dando pequeños saltos de un lado a otro, con su cabello rebotando tras ella.
Apenas la había conocido, y ya sentía que la quería. Era un angelito que había hechizado su corazón.
Ahora, solo le quedaba encontrar un lugar donde quedarse… mientras seguía buscando a su familia.
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Corregido
Que es lo que le espera a nuestro guapo protagonista, quédese para saberlo....
DM
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