Una joven delgada con el cabello largo y muy negro, de facciones regulares y la mirada perdida caminaba sola por la calle. Era Angeline Moreau había salido a comprar algunos víveres. Ella era huérfana y había sido acogida en un humilde internado para niñas regentado por un pequeño grupo de monjas desde que era pequeña. Angeline acababa de cumplir dieciséis años y aunque a las hermanas no les agradaba que la joven saliera sola, esa tarde tuvieron que hacer una excepción debido a la enfermedad de una de ellas.
Sor Lucia estaba a cargo del internado y era justa y noble. Las niñas habían vivido con sencillez pero nunca fueron maltratadas. Por el contrario, siempre trataron de brindarles un entorno seguro y tranquilo. Angeline se había adaptado desde muy niña a la vida del internado pero a Sor Lucia le preocupaba...Angeline parecía una automata, era obediente y practicaba la religión con rigurosidad, sabía de memoria todas las oraciones...pero ella percibía que la niña no tenía una sincera devoción. Además de ello, tenía demasiado interés por el mundo fuera del internado. Se relacionaba poco con las otras niñas y no parecía disfrutar ninguna actividad dentro de las paredes del internado. Tampoco parecía tener afecto por nadie y prefería mirar al vacío por largas horas mientras las otras niñas jugaban y reían.
Cuando Angeline comenzó a crecer acompañaba algunas veces a las hermanas cuando realizaban compras. Angeline parecía ser dócil, pero en las breves excursiones a la calle la hermana observó que la joven miraba fijamente a las personas sin ningún tipo de reserva. Sor Lucía comenzó a sentirse aún más preocupada por ella. Esa tarde estaban tan atareadas cuidando a la hermana enferma que encomendaran a Angeline para comprar unos víveres. Ella lo hizo. De regreso la correa de uno se sus zapatos se rompió y ella comenzó a cojear. Todavía le quedaba un largo trecho para llegar al internado. Su rostro no tenía expresión alguna.Cojeaba bajo el sol abrasador hasta que un carruaje sencillo se detuvo a su lado.
-Buenos días, señorita. Parece que ha tenido usted un accidente ¿Quiere que la lleve?-dijo un hombre joven con una amplia sonrisa.
Todo lo que pudo ver Angeline fue su hilera de blancos dientes. Cegada por la luz del sol no vio claramente su rostro. Sin decir ni una palabra ella asintió y subió al carruaje con el desconocido.
Él le hizo varias preguntas sobre su vida y ella respondió con monosílabos. Solo miraba fijamente la gran sonrisa de él. Se llamaba Gérard Carré y dijo ser el hijo de un rico comerciante. Una vez que él supo que ella vivía en el internado y era huérfana comenzó a decir frases encantadoras. Y para cuando llegaron al internado ya la había tomado de la mano y le había declarado su amor. Ella lo dejó hacer.
Por aquellos días la hermana enferma falleció y Angeline tuvo más ocasiones para salir a la calle. Él parecía estarla esperando siempre en una esquina. Ahora Angeline pudo ver que era un hombre fuerte y joven, rebosaba salud y vitalidad. Sus facciones eran regulares y siempre trataba de mostrarse divertido y ocurrente. Se vieron varias veces y él le dijo que quería casarse cuanto antes con ella. Le dijo que que quería permanecer el resto de su vida con ella.
Al poco tiempo, Angeline habló con Sor Lucía.
-He conocido a alguien. Voy a casarme-dijo Angeline de forma lacónica.
-¿Y en qué momento lo conociste? ¿Quién es?-preguntó sor Lucía sorprendida.
-Se llama Gérard Garré y es hijo de un rico comerciante. Lo conocí hace poco-dijo Angeline con indiferencia.
-Angeline me sorprende lo que me dices. Es un perfecto desconocido y¿ dices que te quieres casar con él?-dijo Sor Lucía asombrada.
-Sí-dijo de manera cortante Angeline.
-Es mi deber cuidarte. Voy a investigar la condición de este hombre-dijo sor Lucía preocupada por la acctitud de Angeline.
Pronto Sor Lucía averiguó que Gérard Garré solo era mozo en un bar y a veces tomaba prestado el carruaje de su jefe sin permiso. No tenía familia conocida y al parecer no tenía una buena reputación. Sor Lucía le contó todo esto a Angeline pero ella siguió en su empeño.
-¿Después de lo que te he contado no piensas cambiar de parecer?-le preguntó la monja.
-No. Él vendrá mañana a hablar con usted-dijo Angeline con petulancia.
-¿Sabes que él vive cerca de los arrabales en una habitación? ¿Qué tiene para ofrecerte?-preguntó la monja.
-Él vendrá mañana-dijo Angeline para luego retirarse.
Sor Lucía estaba atormentada. Sentía que Angeline estaba cometiendo un gran error, así que habló con el sacerdote.
-Nada puede hacer,hermana. Ella ya ha tomado su decisión-dijo el sacerdote.
-Pero creo que tendrá una vida miserable junto a ese hombre-dijo sor Lucia.
-Casos como estos he visto a centenares y no se pueden evitar. Si usted se lo prohíbe huirá con él. Mejor deje que se casen, yo mismo agilizaré el asunto-dijo el sacerdote pensativo.
Sor Lucía no tuvo otra opción. Gerard Garré habló con ella y le pareció un hombre falso y desagradable. Sin embargo,no pudo oponerse.
Angeline Moureau y Gerard Garré se casaron y él la llevó a vivir a una destartalada casa que había conseguido cerca de los arrabales. Al llegar a su nuevo hogar todo cambió para Angeline.
-Bueno este es tu palacio y yo soy tu rey-dijo Gerard con una sonrisa maliciosa.
Angeline se quedó paralizada observando que todo en el lugar estaba sucio y deteriorado. Todo era muy distinto al internado.
-Faltan cosas que ajustar por aquí y por allá. Ya te ocuparás de limpiar todo-dijo Gerard.
-¿No hablas? Tienes que decirme " sí, señor"-dijo él con rostro serio.
-Sí, señor-dijo ella
-Te pondré las cosas claras. Tienes que ocuparte de la casa y atenderme en todo. Si quiero agua tu tienes que correr para traerla y si quiero algo más...tienes que estar siempre limpia y dispuesta-dijo Gerard mirándola de forma lasciva.
Angeline asintió.
-Bueno me gusta ir al grano ¡Así que basta de charla! Para eso me casé contigo, haré uso de mis derechos cuando me plazca-dijo Gerard tomando del brazo a Angeline y llevándola hasta la desordenada y sucia habitación matrimonial.
La señorita Adel lBalzac regresaba del sepelio de su padre. Estaba vestida de luto riguroso y sus ropas eran como siempre extremadamente sobrias. A pesar de su juventud, Adele tenía un carácter agrio, en su frente ya lucían algunas arrugas prematuras. Su madre había fallecido a cuando ella tenía seis años. Tuvo una hermana que falleció cuando tenía diez años. Había vivido sola con su padre y algunos sirvientes hasta la muerte de él. Su padre había sido un próspero comerciante hasta que hizo algunos negocios no muy atinados a nivel financiero. Fue poco lo que quedó tras la muerte de su padre, pues sus acreedores se llevaron casi todo. Ella se quedó solo con la casa y con su capacidad para coser... Extrañamente Adele había tenido desde niña cierto interés en la costura. Su padre pensó que era una extravagancia, pues ella no necesitaba ejercer ningún oficio. Él le brindó una vida cómoda.
Desde su más tierna adolescencia tuvo varios pretendientes. Adele encontraba defectos en cada uno. Los rechazaba sin piedad. Algunos estaban interesados en su dinero y otros sinceramente la pretendían. Adele tenía un rostro elegante y aristocrático, un perfil romano y una figura estilizada. Un gracioso lunar estaba en su mejilla derecha. Ella odiaba el lunar. Sentía que le restaba seriedad a su porte. A todas luces Adele Balzac no poseía una belleza común pero pese a su ropaje sobrio seguía siendo una mujer bastante atractiva. Atrajo a muchos pero así como llegaban ella los rechazaba.
Ahora que su padre había muerto, estaba sola en el mundo. Tenía algunos tíos lejanos pero no quería recurrir a ellos. Era tremendamente orgullosa. Vendió su gran casa y compró una casa más modesta donde comenzó a ofrecer servicios de costura. Sus primeras clientes fueron las beatas de la iglesia, admiraban el estilo de Adele y lo recomendaban ampliamente. " Sabe hacer vestidos para mujeres decentes"solían decir.
Durante esta transición había alguien que la ayudaba: Jacques Derrida un joven guapo y fuerte hijo de un comerciante modesto. Desde hace mucho la pretendía y Adele no lo rechazó abiertamente como a los otros. Él creyó tener esperanzas mientras ella solo pensaba en obtener favores de él. Él la había ayudado con la mudanza y con todas las cosas prácticas que un hombre sabía hacer.
A veces lo invitaba a tomar el té y en una de sus conversaciones él le comentó que amaba el mar y que se uniría a la Marina. Ella se molestó y el creyó que ella no deseaba separarse de él porque lo amaba. Sin embargo, ella solo pensaba en que perdería a un ayudante...Él le prometió que regresaría y se armó de valor para declararle sus sentimientos. Como respuesta ella lo miró fijamente.
-Por favor dime si me correspondes. Al regresar me gustaría casarme contigo-le dijo Jacques entusiasmado.
-Te daré una respuesta cuando regreses-dijo ella de manera fría.
Jacques no supo que pensar pero albergó esperanzas. Al poco tiempo se fue y ella continuó con su rutina como si nada. Sin embargo, dentro de ella creció un resentimiento hacia él que fue aumentando al pasar de los días. El trabajo se multiplicaba y decidió contratar a una asistente. Tuvo algunas pero ninguna le parecía competente, por ello terminaba despidiéndolas. Adele estaba frustrada y vivía su vida con amargura.
Al tiempo Jacques, regresó. Fue a buscarla como prometió. Ella lo recibió con suma amabilidad. Él dejó fluir lo que sentía y la besó. Ella permitió que la besara. Le propuso matrimonio y ella aceptó. Jacques estaba en la gloria. Su sueño más deseado estaba a punto de ser realizado pero su felicidad duró poco. Luego de unos días mientras él le hablaba de los preparativos de la boda ella comenzó a reírse cínicamente. Su risa macabra lo hizo sentir confundido e incómodo.
-¿Qué te ocurre Adele?-preguntó él nervioso.
-No me imagino como has podido ser tan tonto ¿De verdad pensaste que yo Adele Balzac" se casaría contigo?-dijo ella con ironía
-Adele me asustas-dijo él consternado.
-Eres un imbécil. Eres muy insignificante para mí. Vete de mi casa ahora y no vuelvas nunca. Tampoco me saludes más- dijo ella con seriedad.
Él no podía creerlo. Ella comenzó a gritarle y él tuvo que irse con el corazón destrozado. Estuvo meses así, hasta que poco a poco fue saliendo del foso donde ella lo había dejado. Los años pasaron y ella se mantuvo sola. Ya nadie osaba pretenderla. Supo de la noticia de la boda de Jacques tiempo después, se había casado con una joven llamada Letice, heredera de una tienda de antigüedades. Esa noche Adele lloró desconsolada pero luego se sintió como una estúpida.
"Es lo mejor que ha podido ocurrir" se repetía ella. " Es un don nadie" "Son tal para cual". Se repetía estas frases muchas veces y así pasó el tiempo. Durante un tiempo estuvo buscando a la aprendiz ideal y un día llegó a su puerta una jovencita muy linda y humilde. Se llamaba Rose. Era educada, dulce y diligente. Y era sin duda una gran costurera. Adele le brindó casa y cobijo pero la trataba de forma estricta. Rose tendía a imponer otros estilos de costura que fueron apreciados por otro tipo de clientas. Adele no veía esto con buenos ojos.Pero sus ventas habían aumentado gracias al trabajo de Rose. Ella recibía un mísero salario, pero estaba muy agradecida con Adele.
Adele notó ciertos cambios en Rose, salía sin avisar y luego se enfermó. Pronto descubrió que estaba embarazada de un marinero. Adele se enfureció pero decidió ayudarla. Rose dio a luz a una niña que llamó Rosamunde. Ella le escribía sin cesar al padre de la criatura pero él parecía haberla abandonado por completo.
Un día Adele le hizo una propuesta a Rose. Le pidió que le entregara la niña. Rose se negó por completo y estuvo a punto de huir de la casa de Adele. Sin embargo, no tenía donde vivir ni a quien recurrir. Siguió escribiendo al padre de su pequeña hasta que un día recibió respuesta. Él parecía haber estado enfermo y no podía trasladarse. Le dijo que si mejoraba se casarían y él se haría cargo de la niña. Rose estaba feliz. Acordó un encuentro con él pero él se hallaba lejos y no podía trasladarse. Rosemunde era demasiado pequeña y él estaba en un hospital pensó que lo mejor era dejarla con Adele. Tenía miedo de que la niña contrajera una enfermedad. Rose era joven e ingenua. Le contó a Adele que tenía que viajar sin decirle el motivo y le pidió que cuidara a Rosemunde. Adele aceptó inmediatamente.
Rose se fue. Y al pasar de los días Adele fue desarrollando un plan. Un antiguo amigo de su padre era influyente. Le pidió un favor. Rosamunde fue presentada como Sarah Balzac. Sería su nieta. No tendría que darle demasiadas explicaciones. Sus padres habían muerto y ella se había quedado a cargo... Pensó que Rose sería una molestia, así que decidió vender todo e irse a otra ciudad. Quería irse desde hace mucho tiempo.No soportaba ver la felicidad de Jacques y Letice que ya tenían años de matrimonio y una tienda de antigüedades. Era incómodo topárselos en la misa o en plena calle.
Adele estaba harta. Pensó que lo mejor sería irse lejos y no creyó estar haciendo nada malo al llevarse a la niña.
"Para estas mujeres los hijos no valen nada, pronto olvidará a la niña y seguro tendrá muchos más", se repetía así misma. " Conmigo tendrá una vida más decente que con su madre". Con estas frases Adele trataba de calmar su conciencia. Se estaba robando a la hija de Rose pero en su mente todo estaba justificado.
El tiempo había pasado y tal como lo había temido Sor Lucía la vida de Angeline Moureau había empeorado radicalmente. Ya tenía cuatro niños y se encontraba embarazada del quinto. El mayor de los niños se llamaba Jean y tenía gran amor por su madre, aunque por su padre solo sentía miedo y rechazo. Al poco tiempo de casados Gerard Carré abandonó su empleo, se pasaba el día echado en un viejo sillón y frecuentemente tenía accesos de ira. Sin motivo alguno golpeaba a sus hijos y a su esposa. La comida escaseaba y solo cuando ya no le quedaba opción realizaba algún trabajo eventual. La mayoría del dinero que ganaba lo destinaba al alcohol y una pequeña cantidad para alimentos. Él comía grandes raciones y los pequeños solo comían lo que sobraba...Jean fue desarrollando en silencio un gran resentimiento hacia su padre mientras que, por otro lado, idolatraba a su madre.
Sin embargo, Angeline era descuidada y negligente con sus hijos. No hablaba con ellos, no se preocupaba por asearlos en demasía. Jean fue asumiendo algunas responsabilidades con sus hermanos pequeños. Sentía que su madre era una víctima y que debía ayudarla...Sin embargo, a Angeline solo le importaba Gerard, cuando él salía de fiesta con sus amigos se sentaba a esperarlo toda la noche con la mirada perdida. El mayor temor de Angeline era que Gerard no regresara a casa. A veces sus fiestas duraban días enteros y Angeline se encerraba en un estado de mutismo. Solo atendía al hijo más pequeño y le daba de mamar sentada hasta que ella misma se mareaba o se quedaba dormida. Estos días eran buenos para Jean, no había golpes ni gritos pero su madre estaba más distante que nunca. Ella observó que Jean la idolatraba y comenzó a manipularlo para que él se encargara de todos los oficios de la casa. Alegaba que estaba "muy cansada" y Jean era feliz al ser tomado en cuenta por su madre. Hacía todo para complacerla. Todo marchaba bien para Jean hasta que su padre regresaba. La violencia regresaba pero su madre parecía más contenta y se paraba del sillón para atender a su padre. Le quitaba las botas, le hacía de comer y se dejaba insultar y pegar por él con suma docilidad. Por las noches Jean veía que su padre ponía su cuerpo sobre el cuerpo de su madre y parecía hacerle daño. A veces estaban desnudos. Él y sus pequeños hermanos miraban todo pero ninguno parecía siquiera notar la presencia de ellos. Muchas veces mientras su padre le hacía cosas a su madre la halaba del cabello y le daba cachetadas mientras la insultaba. Al día siguiente su madre se levantaba muy temprano para hacerle el desayuno a su esposo. Su cuerpo estaba lleno de moretones pero ella no se quejaba. Solo solía quejarse cuando su padre se marchaba...
Jean soñaba con una vida donde su padre no estuviera. Muchas veces Gerard Garré pateaba a sus hijos sin motivo alguno frente a la mirada impasible de Angeline. Él gritaba cuando no tenía dinero para comprar alcohol y los culpaba de su pobreza. Entraba en largas crisis de ira y en ese momento Angeline peinaba sus largos cabellos, se hacía un moño y se ponía un viejo vestido y salía. Le pedía ayuda a Sor Lucía que casi siempre le daba algo de dinero. Angeline le entregaba todo el dinero a Gerard. Él lo tomaba y a veces a plena luz del día hacían lo que solían hacer por las noches.
Jean comenzó a salir con los chiquillos del lugar. Hacían travesuras y por momentos se olvidaba de su padre.
-¿Por qué siempre estás sucio y desaliñado?-le preguntó otro niño.
-Soy pobre, por eso estoy así-dijo Jean
-¿Tu madre no te asea? ¿No te lava la ropa? La mía sí y también somos pobres- dijo el niño
Jean se sintió incómodo pero no dijo nada.
-¿Tu padre no trabaja? Mi padre trabaja mucho aunque no gana demasiado- dijo el niño.
-¿Y tu padre te pega?-preguntó Jean con curiosidad.
-No, solo nos reprende cuando hacemos algo que no está bien-dijo el niño.
Jean volvió a sentirse incómodo.
-¿Tu madre te cuenta cuentos antes de dormir?-preguntó el niño con inocencia
-No- dijo Jean pensando que su madre solo le dirigía la palabra cuando quería que él se encargara de algo en la casa.
-Nuestra casa está allí ¿Quieres verla?-dijo el niño señalando una sencilla casa.
Jean asintió.
Entró a la casa y todo estaba muy limpio. El niño solo tenía otro hermano y su madre era muy dulce y agradable. Ella le regaló a Jean un pastelillo muy sabroso. Jean tuvo vergüenza de su ropa sucia y de sus manos mugrientas. Llenó todo de migajas y de repente sintió ganas de llorar pero las reprimió. La madre del niño los dejó solos.
-¿Tu padre y tu madre duermen en una habitación?-preguntó Jean.
-Sí, pero no nos dejan entrar allí. En la noche cierran con llave. Supe que de vez en cuando ellos hacen cosas para tener bebés, pero los niños no debemos ver eso. A Dios no le gusta-dijo el niño como contando un secreto.
Jean comenzó a temblar.
-Creo que debo irme-dijo Jean incómodo.
-Espera, mi hermano está en la escuela y su maestro le regaló un libro de cuentos ¿Quieres verlo?-dijo él niño sonriendo.
-¿La escuela?- Preguntó Jean dudoso
-Sí, pronto iré yo también para aprender a leer y a escribir y otras cosas. Papá dice que debemos estudiar para que seamos mejor que él-dijo el niño.
-Mejor me voy ahora-dijo Jean
-¿Irás a la escuela?-dijo el niño.
-Sí, seguramente- dijo Jean alejándose del niño.
Cuando llegó a casa, su padre estaba allí esperándolo con el cinturón en la mano.
-¿ A dónde estabas sanguijuela? Ustedes son mi desgracia, han arruinado mi vida- dijo Gerard para luego comenzar a golpear a Jean salvajemente.
El dolor era tanto que Jean le rogó piedad pero él siguió golpeándolo. Entre lágrimas vio el rostro inexpresivo de su madre observando la escena.
-Por favor mamá, ayúdame. Haz que se detenga-suplicó Jean.
Pero su madre se quedó inmóvil, no se movió ni un centímetro. No dejaba de observar la escena.
Luego de un rato, la vista de Jean se nubló y cayó inconsciente.
Al cabo de un rato escuchó a lo lejos la voz de su padre.
-Creo que lo maté. No hiciste nada-le decía Gerard a Angeline.
Ella no dijo nada.
-Trae al menos una sabana para envolverlo.Eres una inútil-gritó él.
Lo envolvieron en una sabana y Jean sintió que lo movían.
-Déjalo frente al internado. Si está vivo se ocuparan de él y si está muerto le darán sepultura-dijo Angeline sin expresión.
Y así lo hicieron. En medio de la noche lo dejaron a las afueras del internado. A la mañana siguiente Sor Lucía lo encontró y milagrosamente Jean estaba vivo.
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