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Las Nietas Del Duque

Más que diferentes

En el reino de Sharath, vivía una familia de cuna noble, los Winston, ellos eran muy conocidos por ser una de las familias más ricas y de mayor antigüedad. 

El pilar de esta familia era el duque Edmundo, quien estaba casado con Alysse, hija de un conde muy adinerado que contribuyó bastante a la riqueza de la familia Winston, ambos tenían dos hijos en común, Gerard y Rena, al principio estos eran el orgullo del duque, pero al pasar los años poco a poco se fue decepcionando de sus hijos, pues con cada decisión que estos tomaban le hacían dudar sobre el futuro de la familia, su hija se había casado sin su permiso con William Osborne, un barón de cuna bastante inferior con el que tuvo dos hijas, Bernadette y Camille. 

Por otro lado, su hijo Gerard a sus casi treinta y tres años se rehusaba a contraer nupcias, los rumores comenzaban a cernirse en su familia, Edmundo notaba que su estado de ánimo y sus sentimientos eran cada vez más aleatorios, llegando al punto de molestarse por todo y romper con la armonía que alguna vez existió en la mansión Winston.

Un día, como tantos y cómo de costumbre, el duque Edmundo estaba tomando té, antes del desayuno con su esposa Alysse y su asistente Lady Margaret. 

— ¡No me lo creo! Al llegar, Annie me informó que llegaron veinte cartas más a la mansión, ¿Es eso cierto? — pregunto Lady Margaret, entrando al salón del té, dejando su bolso en el sillón y sentándose enfrente de la pareja. 

— Mis nietas son muy bellas, inteligentes y de buena familia, ¿Que hombre no querría casarse con ellas? — sonrió Alysse, respondiendo de manera cortes. 

— ¿De buena familia? — interrumpió Edmundo — Su padre es un bueno para nada, una deshonra para nosotros, gracias a Rena somos la burla de la sociedad — añadió el duque alzando la voz, casi al punto de gritar.  

Alysse suspiro cansada del tema, siempre las discusiones que tenían eran por el mismo tema — William es un buen hombre, no entiendo por qué lo juzgas tanto, su rango es lo único inferior a nuestra hija, pero la ama y eso es lo único que importa — Margaret sin disimulo alguno soltó una ligera burla.

— ¿Amor? — pregunto el duque — ¿Y de qué nos sirve eso? — miro a su esposa casi al punto de perder los pocos estribos que le quedaban — No contribuyó en nada a esta familia, dime ¿quién pago la educación de esas niñas?, dime ¿quién les dio de comer todos estos años?, su salario no alcanza ni para pagar los impuestos de la mansión. 

— Lo hiciste tú, por qué son tus nietas, son familia y las amamos — Alysse trato de calmar la situación. 

— Esas niñas no se casarán hasta que yo encuentre una familia que no deshonre a la nuestra, nos salvarán de la ruina, eso te lo aseguro — Edmundo dijo con tono amenazante.

— No es presión, pero Bernadette es considerada una solterona con muy mal carácter y Camille, la pobre, no se puede casar hasta que su hermana lo haga, lo que a mí parecer está muy lejos de suceder — añadió Lady Margaret, su intención era más que clara hacer pelear a la pareja, ese había sido su modo de ser desde que comenzó a trabajar para la familia, Alysse por no seguirle el juego, se levantó saliendo rápidamente del salón muy molesto por los comentarios sobre sus nietas. 

— Esa mujer me vuelve loco, ODIO LOS MATRIMONIOS POLÍTICOS — grito Edmundo, con la intención de que Alysse escuchara. 

— Te casaste con ella, porque yo soy una baronesa, mi título era demasiado bajo al lado del tuyo, tu padre lo decidió así, ¿Recuerdas querido? — Margaret se acercó a Edgar besándolo en los labios, se puso detrás de él y comenzó a masajearle los hombros. 

— Este no es el momento, mis hijos o peor aún, mis nietas pueden entrar — el duque se separó abruptamente de ella. 

— ¡NUNCA ES EL MOMENTO! — Margaret se quejó con lágrimas en los ojos.

— Hablemos de los posibles pretendientes para Bernadette — ordenó Edmundo con tono firme. 

— Si, señor — Margaret, se limpió los ojos, puso cara, sería mientras se dirigía al escritorio, tomo el libro de las familias nobles y regreso con el duque. 

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Por la noche, toda la familia estaba reunida para cenar, los Winston comían siempre en silencio a excepción que Edmundo les hiciera una pregunta o les hablara de un tema en específico.

— Bernadette — llamo el patriarca de la familia a su nieta mayor.

La joven inmediatamente dejó de comer, con algo de nervios hablo — ¿Abuelo? — lo miró tímidamente, la relación que tenía con sus dos abuelos era muy diferente, Alysse era su mundo, era la mujer que más la entendía en la mansión y la que más amor le demostraba, con Edmundo todo era distinto él era un hombre impulsivo y violento, si las cosas no salían como él quería se desquitaba con los miembros de la familia sin excepción alguna. 

— Tu amiga Louisa regreso del extranjero, su padre me dijo que fue a estudiar, si lo deseas puedes visitarla tienes mi permiso — dijo mientras él aún comía. 

— Gracias — Bernadette sonrió confundida.

— Aprovecha la ocasión para aprender de una jovencita de mundo, espero que puedas entender como relacionarte con los hombres y por fin consigas un buen marido — Bernadette hizo una mueca de disgusto — ¿Estás inconforme con mis palabras? — pregunto el duque al ver la expresión de la joven. 

— Yo no fui al extranjero, eso es cierto — Bernadette se levantó de la mesa, mirando a su abuelo a la cara — Pero le seguro que sé comportarme y mucho mejor que otras chicas de sociedad — Alysse trato de hacer que su nieta se sentará, jalándola ligeramente del vestido — ¿Es un pecado no estar desesperada por encontrar un marido como las demás? — todos en la mesa miraron sorprendidos a la joven, su madre Rena observo de reojo con miedo a su padre temiendo mucho por la integridad de su hija. 

— Eres mujer, Adette tu único valor es ese, engrandecer a la familia — Edmundo sonrió cínicamente, Bernadette hizo una mueca de molestia por el diminutivo que uso su abuelo para dirigirse a ella, pocas personas la llamaban así y él no era una de ellas.

 — Yo no soy uno de tus caballos abuelo, mi objetivo no es ser un adorno en una bonita mansión, yo quiero conocer el mundo, quiero aprender, quiero viajar, no quiero un esposo que me ate a una vida que de verdad no deseó — William, miro con orgullo a su hija, años atrás, su esposa Rena había dicho palabras similares y lo que obtuvo de su padre fue la golpiza más fuerte de su vida. 

— Lárgate a tu habitación sin cenar y reflexiona sobre tu deber con la familia — Bernadette asintió, arrojo la servilleta a la mesa, el ambiente se puso tenso de inmediato para los demás miembros, quiénes ya habían perdido el apetito. 

— Descansen — agrego ella y se apresuró a irse a su habitación.

Edmundo muy enojado arrojó su plato al suelo con su dedo índice señaló a Rena — Esto es culpa tuya, si no fueras tan mediocre como madre, tus hijas entenderían su posición — William, el padre de las jóvenes y esposo de Rena, se sobó las sienes, cansado una vez más del mismo tema. 

— Vayan a descansar — Alysse dijo sonriendo, cómo siempre tratando de aligerar el ambiente, todos asintieron, se despidieron apropiadamente del duque y cada uno poco después se fue a su respectiva habitación. 

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Unas horas después, cuando la mayoría estaban en sus habitaciones o dormidos, Camille entro a hurtadillas a la habitación de su hermana, tenía en la mano un pan con mermelada de frambuesa y un vaso de leche que muy amablemente Annie, la chica del servicio había preparado para que Bernadette pudiera comer algo antes de dormir. 

— A menos que tus deseos de casarte hayan cambiado, el abuelo no te alimentara — sonrió con diversión ofreciéndole el plato y el vaso a su hermana.

— Antes prefiero unirme a un convento, juro que sería más feliz o en el peor de los casos morir de hambre suena más atractivo — suspiro resignada, tomando la comida. 

— No digas tonterías, eres todo lo que tengo — Camille se sintió herida por las palabras de su hermana. 

— Lo siento Cami, no haré nada estúpido, me quedaré y afrontaré mi destino con gracia — sonrió cálidamente — Y con el estómago lleno gracias a ti.

— Adette, quiero pedirte un favor — Camille se sentó en la cama de su hermana.

— Dime — la mayor, la miro directo a los ojos, sabiendo que su hermana le pediría como siempre algo imposible.

— Quiero ir a la fiesta del pueblo, tu habitación tiene escaleras, la mía no, ¿Podrías cubrirme? — Camille sonrió cálidamente. 

— ¿Y si te pasa algo? No quiero más problemas con el abuelo — la menor negó con la cabeza — Estaré bien, solo quiero pasear y probar los manjares que venden, prometo traerte más comida — Bernadette termino accediendo cómo siempre, su hermana era su debilidad, con gusto la cuidaría y haría lo posible para que está fuera feliz. 

— Te suplico que no te tardes, el abuelo me molerá a golpes si se entera — antes de que alguna pudiera decir nada más, el mayordomo Lewis llamo a la puerta.

— Adelante — hablo Bernadette, rápidamente Camille escondió el plato y el vaso bajo la cama. 

— Buenas noches, su abuelo la espera en el estudio, le pide que transcriba un par de libros de cuentas para él — Bernadette sonrió — Por supuesto, iré en unos minutos, me gustaría cambiarme, ponerme algo más cómodo — el anciano accedió, cerrando la puerta antes de regresar con el duque.

— ¿Habrá escuchado? — pregunto Camille. 

— No creo — respondió su hermana.

— Voy al estudio, vete con mucho cuidado y por favor no te tardes o será mi fin — Camille asintió, abrió la puerta que daba al balcón, el cual tenía escaleras que daban a un jardín trasero en la mansión, bajo los escalones sigilosamente y aunque en esta parte no había mucha seguridad trato de ser cuidadosa, cuando logro pisar el pasto, corrió hacia la puerta trasera logrando escapar con éxito.

Brocheta de durazno

— Abuelo, ¿Me mandaste llamar? — preguntó Bernadette mirando a su abuelo, quien estaba sentado fumando.

— Sí, me gustaría que transcribas esos libros de cuentas para mí — el anciano señalo el escritorio, el cual tenía aproximadamente doce gruesos libros. 

— Claro que sí — Bernadette fingió estar conforme, pues sabía que está tarea o mejor dicho castigo le llevaría toda la noche, aun así lo prefería a ser golpeada como las otras veces. 

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Camille llegó al pueblo muy rápido, conocía bien la ciudad y a diferencia de su hermana le encantaba salir a pasear con su madre o con su abuela. 

Observó los hermosos decorados en los techos de las casas, los adornos del suelo hechos con flores frescas y sobre todo los puestos de comida, en la mansión estaba obligada a tener una dieta rigurosa, su abuelo era muy meticuloso con el peso de ambas hermanas, pero aquí estando ella sola podría comer lo que quisiera sin ser castigada o cuestionada por ello.

Lo primero que hizo fue comer un par de helados caseros que vendía una señora con tres niños, siento honesta, a Camille no le gustaba mucho el helado, pero tal vez su compra ayudaría a esa señora, aunque no había recibido educación en el extranjero, ni era una jovencita de mundo, sabía de los problemas económicos de las personas en el pueblo, sabía de los altos impuestos y de las carencias que tenían los de rango más bajo; sin embargo, ella no podía hacer nada, no tenía riqueza propia e incluso su dote sería para alguien más, molesta por pensar en ello, decidió ir por una brocheta de durazno, eran de las más populares en el reino y pocas veces las había comido. 

— Buenas noches, me vende por favor una brocheta de durazno — sonrió cálidamente.

El señor sonrió encantado, la jovencita era bastante amable — Solo me queda una y se la acabo de vender al buen hombre que está por allá — señalo el vendedor a un apuesto joven sentado con la brocheta en la mano. 

— Gracias — Camille avanzó hacia el hombre, el cual a la luz de la luna era bastante atractivo.

— ¿Necesitas algo? — pregunto el joven.

— Sí, la brocheta, te pagaré el triple — sonrió cálidamente.

— No me hace falta dinero, en todo caso puedes comprar los ingredientes y hacerla tú misma — contesto de manera un poco grosera.

— Casi nunca puedo comer esas brochetas, te estoy pidiendo por favor que me la entregues, o es que ¿Acaso no eres un caballero? — Camille pregunto en tono sarcástico.

— Lo soy, por supuesto, pero yo no veo aquí a ninguna dama — la cara de Camille se transformó, saco de su bolsa una moneda de oro, la puso en la mesa y acto seguido le arrebato la brocheta de las manos al hombre. 

— Pero qué educación señorita y se dice una dama — la miro sonriendo y hablando en tono mordaz.

— Desde un principio la pedí por favor — Camille movió ligeramente la cabeza en señal de respeto.

— ¿Puedo saber el nombre de la ladrona de brochetas? — el misterioso hombre la miraba con diversión

— Me llamo Rose Millan — respondió tranquilamente.

— Señorita Winston, que gusto verla aquí, pase a nuestro puesto cuando termine — una mujer amiga de su abuela se le acercó, delatando que mentía sobre su identidad.

— Por supuesto, iré en unos momentos — sonrió la joven. 

 — ¿Winston? ¿Cómo el duque? — preguntó el misterioso hombre una vez que la señora se fue.

— Me llamo Bernadette Winston, soy su nieta, puedes preguntarle a cualquiera — en ese momento Camille decidió mentir, sabía que su hermana era un repelente para hombres, sin duda si el, preguntaba por ella, se asustaría con la reputación de Bernadette y así no tendría ninguna clase de problemas. 

— Un placer, yo soy Maximiliano Bartholy — tomo la mano derecha de la joven y deposito un ligero beso en ella. 

— Al menos se sabe comportar como un hombre de sociedad — Camille se burlo de la aparente cortesía.

— Podría decir lo mismo de usted, muy educada con la gente del pueblo, pero conmigo toda una ladrona de brochetas — un hombre se paró junto a Max, saludando brevemente a Camille con la cabeza.

— Señor, debemos irnos — el joven, asintió, tomo la moneda de oro de la mesa y añadió — Te la devolveré después, cuando nos volvamos a ver — A Camille se le borró la sonrisa de la cara. 

— Te la regalo, no es necesario que me busques — gritó para que Maximiliano, quien ya se había ido, la escuchará — ¿Qué hice? — dijo en voz baja, tenía miedo de que el hombre la encontrara sin duda su abuelo la castigaría. Camille aún nerviosa, opto por comprar un par de cosas para su hermana, justo como lo había prometido.

Cuando regreso a la mansión, Winston se dio cuenta de que la luz de la habitación de Bernadette estaba aún encendida, sintió miedo, pero aun así subió por las escaleras cuando ingreso por el balcón, noto que su hermana aún no estaba descansando, sin duda el castigo de su abuelo duraría toda la noche, dejo las bolsas con comida cerca de la cama, escribió una nota agradeciendo la ayuda y se fue a dormir, pues ella también estaba cansada, nerviosa y preocupada.

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— Toc, toc — Bernadette se despertó sobresaltada al escuchar la puerta. 

— ¿Sí? — preguntó.

— Señorita, su abuelo quiere que acompañe a la señora Alysse con la modista — dijo Lewis desde fuera de la habitación. 

— Voy en seguida — Bernadette miro el reloj y se dio cuenta de que apenas había dormido dos horas, el castigo de su abuelo duro demasiado, le dolían las manos de tanto escribir, le ardían los ojos por desvelarse y le dolía la cabeza por no dormir como debía. 

— No se demore, el señor está molesto — Bernadette sonrió, era obvio que estaba molesto, al menos él también se encontraba en un estado lamentable. 

— Buenos días — sonrió Annie abriendo las cortinas.

— Buenos días — respondió cansada. 

— Levántate, tengo órdenes de vestirte — Bernadette muy a su pesar, obedeció. 

—¿Y mi hermana? — preguntó. 

— Bajó hace una hora, no sé qué hizo por la noche, pero tiene tanta energía, sorprendió a todos — dijo con un poco de diversión. 

— No aprietes tanto — Bernadette se quejó, Annie se disculpó, pero siguió apretando el corsé del vestido que le estaba poniendo a la joven — Tu abuelo quiere que muestres una buena figura envidiable.

 Bernadette trato de tomar aire — Mi abuelo quiere que me desmaye, no puedo respirar — se tocó el estómago con molestia.

— Ya estás lista — dijo Annie una vez que terminó de vestirla. 

— ¿Tú crees? — se quejo al mirar lo lamentable que se veía en el espejo.

— Tu abuela te espera, está emocionada, los nuevos bailes están a la vuelta de la esquina y la modista mando a un niño diciendo que tenía nuevas telas para ti — Bernadette tomo su abanico y sombrilla, respiro bien profundo, buscando fuerzas para poder soportar el día.

Y todo por una flor

— Entiendo que debemos ir con la modista, pero que hace Rena aquí — pregunto Bernadette en tono grosero, señalando a su madre. 

— También necesito vestidos — contestó Rena. 

— Claro que si — la miro mal.

— Bernadette Winston, trata bien a tu madre — su abuela Alysse intervino antes de que comenzará una pelea entre madre e hija. 

— Está bien, me disculpo, anoche, no dormí mucho — Rena asintió con la cabeza.

Mientras el carruaje avanzaba, Bernadette cerro los ojos, el ritmo constante la comenzaba a arrullar, mientras dormitaba escucho algo que le llamo la atención. 

— ¿Quién irá a la mansión? — pregunto, al mismo tiempo en el que abría los ojos mirando a su madre y abuela.

— ¿No dormías? — Rena cuestiono su intromisión.

— Aparentemente no — contesto Alysse.

— Bueno, ustedes no son muy discretas — con impaciencia pregunto de nuevo — ¿Quién irá a la mansión? — Rena miro a su madre sin saber qué decir. 

— Un hombre acaba de llegar al reino y quiere hacer negocios con tu abuelo — sonrió Alysse nerviosa.

— ¿Negocios? — pregunto confundida mirando a Alysse — Abuela, yo no necesito vestidos nuevos, tengo muchos en la mansión que ni siquiera tuve tiempo de estrenar — su respiración se agitó mucho — Ese negocio soy yo ¿verdad? — miro con desesperación a Rena la cual desvío la mirada. 

— Es solo una visita — añadió Alysse. 

— ¡No respiro, NO PUEDO RESPIRAR! — grito alterada, ambas mujeres la miraron nerviosas y sin saber qué hacer. 

— ¿Qué te pasa Bernadette? — alzó la voz Rena preocupada.

— El vestido está muy apretado, no respiro — comenzó a quejarse. 

— Hay que romperlo — Alysse se quitó un pasador de plata que adornaba su cabello, ofreciéndole esté, a su hija. 

— ¡HAZLO! — gritó, Bernadette llorando,

Rena obedeció, rasgando la tela del vestido, logrando aflojar el corsé, poco a poco Bernadette comenzó a recuperar el aliento. 

— Si sirve de algo, mi padre jamás aceptará a nadie inferior a su título, a menos que la visita sea de un príncipe, estás salvó — la joven no muy convencida asintió con la cabeza. 

— ¿Cómo paso esto? — murmuro sin entender, Rena la miro con lástima, sintiéndose identificada con el sentimiento que abrumaba a su hija mayor. 

— El hombre dijo que te conoció en el mercado — Bernadette se rio — Yo no hablo con hombres, nunca salgo de la mansión, ¿cómo es eso posible? — Alysse le acaricio la mejilla que se había puesto roja por el llanto.

— Tal vez es un malentendido, solo es una visita, ya cálmate — el carruaje se estacionó en la entrada de la modista.

— Y si es una visita, ¿Por qué quieren comprar vestidos nuevos? — su voz se volvió ronca. 

— Bernadette, ya te lo dije, necesito vestidos — Rena respondió. 

— Yo no soy estúpida, sé cuando me están mintiendo y cuando me dicen la verdad y ahora ustedes me están mintiendo, lo sé porque no me miran a los ojos — chillo como cuando era niña.

Al llegar al establecimiento, Bernadette fue la primera en bajar del carruaje y entrar a dónde la modista, la cual tenía una gran variedad de vestidos listos para vender y telas de diferentes texturas y colores para mostrar.

— Bienvenidas — sonrió, la modista Lady Marjorie.

— ¿Aún me van a decir que no es alguien importante? — miro a su madre y abuela molesta.

— Queremos comprar una colección de veinticuatro vestidos, incluya los complementos, mejor dicho una colección completa — Bernadette comenzó a llorar. 

La modista miró de manera extraña a la joven — ¿Quieren ver los vestidos, hablar de los colores, las telas, con encaje o no? — pregunto mirando a la duquesa Alysse. 

— Bernadette, ¿Quieres verlos? — Rena se dirigió a su hija, la cual negó con la cabeza.

— Quiero un vestido nuevo, uno que pueda usar ahora, este está roto — las mujeres se miraron entre sí, antes de ofrecerle un par de vestidos.

Aunque no quería estar ahí, fue obligada a probarse la colección completa, literalmente parecía una muñeca de trapo a la cual vestían y le hacían lo que querían, desde ropa interior hasta joyas, todo era supervisado por la duquesa Alysse, mientras que Rena se centraba en los zapatos, medias, sombreros y joyas. 

Bernadette sentía que con cada cambio de vestido perdía más y más el aliento, la prueba duro alrededor de cuatro horas, cuando se seleccionaron los vestidos y complementos que comprarían, la duquesa pago la cantidad completa y pidió que los enviaran cuanto antes a la mansión Winston, la modista por supuesto accedió, al liquidarle en un pago toda la compra.

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Al llegar a la mansión, Bernadette respiro profundo antes de bajar del carruaje, aunque no quería entrar, debía hacerlo. 

— No quiero — susurro para sí misma. 

— Es solo un cortejo — dijo Rena tocando su hombro ligeramente.

— No me mientas — lloro — Si fuera solo eso, no habrían comprado veinticuatro vestidos, no soy estúpida — el cochero se acercó lentamente a ellas ofrecido un pañuelo para que Bernadette se limpiara. 

— Que el señor no la vea en ese estado — miro a la joven con lástima.

— Gracias Oliver — Bernadette tomo el pañuelo y se limpió lo más que pudo las lágrimas. Las tres mujeres entraron por la puerta principal, en el gran salón estaban el duque Edmundo y un misterioso hombre con el cual parecía llevarse bien, los sirvientes estaban estrictamente parados junto a la puerta por si se les ofrecía algo.

— Bernadette, hija mía, regresaste — su abuelo se levantó del sofá con una sonrisa en la cara, camino hacia ella abrazándola fuerte, lo cual la sobresalto mucho. 

— Buen día — saludo Rena al misterioso joven, Alysse solo le regaló una sonrisa.

— Querida, te presento al archiduque de Mounthelme — Bernadette miro a su abuela y Rena con tristeza en los ojos, ninguna de ellas pudo sostenerle la mirada, al escuchar la palabra “archiduque” su destino ya estaba trazado.

— Bienvenido, es un gusto conocerlo, excelencia — Alysse y Rena, se presentaron apropiadamente también.

— Llámenme Max — el joven miro con confusión a Bernadette, la cual parecía estar enojada.

— Abuelo, quieres que pida café — su voz se quebró un poco. El duque Edmundo lo noto, la miro fríamente suspirando — Trae un poco de café y ponte agua en la cara, estás muy roja por el sol — el tono de su abuelo era una clara advertencia hacia ella. 

— Vuelvo en seguida — sonrió tímidamente, salió casi corriendo del salón principal para dirigirse a la cocina donde pocos sirvientes quedaban, pues la mayoría estaban con la visita. 

— Claire, mi abuelo quiere café, puedes prepararlo, yo lo llevaré — la señora asintió con la cabeza, le regaló una breve sonrisa, poco después comenzó con sus labores. 

Cuando el café estuvo listo, Bernadette tomo la bandeja y camino con paso firme al salón principal en dónde todos charlaban muy cómodamente. 

— Y dígame, duque Edmundo, ¿Bernadette es su única nieta? — ella lo miro fijamente a los ojos y entendió todo. 

— No, yo tengo una hermana, se llama Camille — Maximiliano sonrió —¿Por cierto donde está? — miro a su abuelo esperando una respuesta. 

— Usted dijo que vio a nuestra Bernadette en el mercado, ¿cómo fue? — pregunto Edmundo ignorando a su nieta, justo en ese momento, Camille llegó con una bandeja de pasteles dulces. 

— Mucho gusto, soy Camille Winston, la hermana de Adette, usted debe ser el hombre del que me habló, el que conociste en el mercado, ¿verdad hermana? — Camille la miro suplicante. 

Bernadette en ese momento se sintió muy molesta, su hermana coqueteo con un hombre que no conocía, pero eso no era lo peor había usado su nombre y ahora ella tenía este problema. 

— Si, lo conocí en el mercado cuando acompañe a Annie por flores para la casa — Maximiliano se rio, todos los presentes lo miraron extrañados, salvó Camille y Bernadette.

— Es cierto, necesitaba un par de flores, yo en persona fui al mercado a comprarlas, cuando de pronto su nieta me arrebato de las manos, una flor amarilla que me había gustado mucho — miro burlón a Camille la cual lucía muy tranquila. 

— Bernadette, ¿Qué modales son esos? — regaño Alysse. 

— La flor amarilla era en realidad un tulipán y yo lo tenía primero, solo que se me cayó y el señor se lo quedó y no me lo devolvió, yo se lo quite por qué es tu flor preferida mamá, la quería para ti — Bernadette miro al archiduque — Me disculpo por mis acciones — bajo los ojos y se inclinó levemente.

— No te preocupes, después de todo era el último tulipán en la florería, yo quise que te lo llevarás ¿Recuerdas? — Bernadette asintió, siguiendo la corriente. 

— ¿Y qué hace aquí entonces? — pregunto Camille haciendo su voz más coqueta que de costumbre. 

— Después del incidente pregunté por usted Bernadette y debo decir que me llamo mucho la atención, tiene una reputación interesante — Edmundo se aclaró la garganta — Le aseguro que mi nieta es inocente de todos esos rumores infundados, si se toma el tiempo de conocerla se dará cuenta — Bernadette lo miro asustada, temia que se molestara con ella si el Archiduque cambiaba de opinión. 

— Lo haré, cómo dije su nieta me interesó mucho— Camille al escuchar sus palabras frunció el ceño. 

— ¿Quiere decir que planea cortejar a mi hermana? — pregunto un poco molesta. 

— Por supuesto, con el permiso del duque y siempre y cuando la joven aún no esté comprometida— Edmundo sonrió encantado. 

— Tiene mi permiso, ella es soltera — una lágrima cayó por la mejilla de Bernadette la cual inmediatamente limpió con disimulo.

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