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Secreto

Una resentida

Enrique De Aragón une su vida en matrimonio con Laura Olguín. Están en plena ceremonia ambos novios están irradiando felicidad. La mirada de Enrique desborda de ternura, destila amor, está enamorado y encantado de tener una compañera de vida como Laura. Laura por su parte, sonreía ampliamente su mirada era dulce, irradia mucha felicidad, sus cristales solo veían en frente a un hombre perfecto. Todo era perfecto en ellos, pero ¿qué hay de las reacciones de ciertas personas que estaban invitadas a la fiesta?

Uno de asistentes es un humilde tapicero, quien antes de convertirse en tapicero, su padre y él trabajaban como sirvientes para la familia De Aragón, pero por motivos personales Rodrigo renunció a ser sirviente, de esa casa se fue con el corazón hecho pedazos por qué su corazón sintió tierno cariño por Laura y no soportaba ver cómo Laura era cariñosa con Enrique.

Laura siempre ha tratado bien a todos sin importar su estatus y oficio, esa conducta ablandó el corazón de Rodrigo y fue ella quien lo invitó, ella lo hizo porque lo considera su amigo, un hermano. Ella estaba feliz de verlo en su boda, se le acerca y lo saluda como un viejo amigo.

- ¡Rodrigo! Que gusto de verte. Sabía que vendrías. - Con gran sonrisa.

- ¡Hola! – estaba medio avergonzado – mejor dicho, buenas tarades señora De Aragón.

- Nada de formalidad. Somos amigos, me salvaste de apuros tantas veces.

- Sólo hacia mi trabajo.

- Eres mi amigo, no sería justo que yo me case y te deje en el olvido.

- Gracias. Lo único que puedo decirte es que seas muy feliz en esta nueva etapa de tu vida, que el Señor te colme de bendiciones.

- Un gusto muy grande de poder verte, después de cuánto tiempo. Me tienes que sacar a bailar, termina la pieza con Enrique y me sacas de lo contrario te saco ¡Eh! Te lo advierto. Voy a seguir saludando.

La otra persona es la resentida, su nombre es Sara Montalván. Ella es una mujer ambiciosa, siempre estuvo encaprichada con Enrique De Aragón, siempre lo ha admirado y según ella estaba enamorada, quería oponerse a la boda, pero como nunca tuvo interacción con él, jamás han cruzado palabra alguna, sería algo bochornoso, así que, se mordió la lengua y siguió actuando como una buena prima de Laura.

- ¡Mi querida prima! – con toda su alegría la abraza – Gracias por venir a este día tan especial para mí.

- Estoy muy feliz por ti. Eres la señora De Aragón. – actúa muy bien.

- A Enrique le gustaría que fueras la madrina para cuando tengamos nuestro primer hijo.

- Para mí sería un honor. Por supuesto que sí, seré la tía más feliz del mundo.

- Puedes expresar tu agradecimiento cuando saques a bailar a Enrique.

- Yo no me voy a perder el baile, y más aún con un motivo por el cual hacerlo.

Las primas se abrazan efusivamente, ese abrazo no pasó desapercibido de los ojos de Enrique, él se da cuenta lo mucho que se estiman ellas dos.

Los recién casados siguen saludando a los invitados, pero la mirada de Sara cambia drásticamente y sale del salón de baile y busca el baño. Una vez en el baño, se mira al espejo y maldice.

- “Sigue disfrutando de tu fiesta primita querida, ríe todo lo que quieras, tu felicidad será opacada en breve y la quien reirá mejor seré yo. Enrique será mío, te voy a enseñar cómo se conquista a un hombre y verás como con gusto me escogerá como madre para sus hijos. Tú quedarás afuera mientras yo disfruto de una vida llena de atención y lujos. Eres tan tonta mi primita, te lo quitaré así de fácil, él es tan celoso que te abandonará a la velocidad de un pestañeo”.

Sara se ríe, está dispuesta a todo con tal de estar con Enrique, siempre ha soñado con la vida perfecta, llena de lujos y plena atención. Ser la señora De Aragón era su sueño, quería hacerlo realidad, pero ¿Por qué esperar a que nazca el niño? Enrique se aferraría al primogénito cómo heredero y otro hijo no engendrará. Ella tiene que difamar a Laura, y ocupar su lugar tan rápido como sea posible, luego vendría el trabajo de la seducción y quedar embarazada lo antes posible. Eso le ayudaría a permanecer en la familia De Aragón y pase lo que pase ella se quedaría por ser la madre del heredero.

Inicia el baile, los recién casados están en la pista dando inicio a la fiesta. Luego, bailan los familiares cercanos con ellos y Laura sacó a Rodrigo por tímido y a la vez por miedo a una mala reacción de Enrique, esa actitud de Laura no pasó desapercibida ante la aguda mirada de Enrique, no le gustó ver la presencia de un ex sirviente bailando con su esposa. Sara saca a bailar Enrique a su momento y allí da inicio a su plan.

Terminan los familiares cercanos bailan los otros familiares, acto seguido los amigos. Rodrigo vuelva a bailar con Laura porque Enrique tenía pareja y ella no, así que, ¿Porque no repetir el plato?

Señor De Aragón, me concede bailar esta pieza.

- ¡Oh! Sara. – le tiene por mano.

- Gracias por aceptar.

Se dirigen a la pista de baile.

- La señora De Aragón me comentó que yo tendría el honor de ser la madrina del heredero.

- Si, he pensado en ello. Pero no sé si usted está de acuerdo.

- Si, claro. Para mí es un honor ser la madrina del heredero.

- No se habla más, puedo estar tranquilo en hacer el heredero.

- No vaya tan rápido. Disfrute su matrimonio primero, que se fortalezca la unión…

- Ya lo he decidido, por eso me he casado hoy – Enrique corta la conversación – el bebé ya está planificado.

La mirada de Sara se desencaja por completo ¿Cómo hacer para evitar que Laura quede embarazada antes de que ella pueda destruir el matrimonio?

- ¿Pasa algo señorita Montalván? Parece que no está contenta con lo último escuchado.

- ¿Ya han planificado todo? – está muy desconcertada.

- Cuando uno se casa, es porque ya tiene todo planificado.

- Pero hay matrimonios que tardan en poder tener su heredero. – está ansiosa.

- Te noto preocupada ¿De qué tiene miedo? Laura y yo llevamos medio año intentando y parece que ya llegó el momento.

Sara queda petrificada, quedó rígida.

- El anuncio será pronto. – la mira atentamente, algo sospecha.

- No puede ser ¿Tan rápido ya hicieron el bebé? ¿Es por eso que se casaron hoy?

- ¿Puedo saber por qué se sorprende tanto señorita Montalván? ¿Está usted oponiéndose a mi decisión? Sólo tenemos sospechas de que hay bebé.

- No, no. Es que necesito tiempo para poder preparar el regalo perfecto para el heredero. – intenta justificar su estado de decepción.

- Para mí no existe mejor regalo que una madrina como tú para mi hijo.

El baile acaba y otra mujer está esperando su turno para bailar con Enrique. Sara sigue desconcertada y no deja de mirar a Enrique, no deja la pista de baile, su mirada lo sigue y el corazón de Sara se hunde en el desánimo. El recién casado lo nota y eso es una actitud muy sospechosa, lo incomoda mucho. Ambos están cruzando miradas.

Sara está más resentida que nunca, ella tenía planes para ir seduciendo a Enrique e ir difamando a Laura, pero jamás pensó en ese detalle. Debe pensar rápido, Laura no debe dar a luz a ningún bebé, es más, ni debe quedar embarazada. Sara debe descansar bien para luego pensar en cómo deshacerse de Laura y quedarse con Enrique.

Golpe de suerte

Después que hubo terminado el baile, los recién casados saludan a sus invitados para despedirse. Laura no ve a su prima Sara. Sigue saludando a los invitados más cercanos pensando que así la vería, pero no, Sara se había ido.

Por su parte Enrique, buscaba a Rodrigo, lo buscó como último invitado a quien quería ver, necesitaba hablar con él en privado. El estado de alerta no pasó desapercibido por Rodrigo, el pobre hombre pensó que podría correr peligro e inicia su camino al retiro de la fiesta. Justo en la puerta principal hay guardaespaldas y parecen buscarlo, así que tuvo la magnífica idea de entablar una conversación con alguien.

- Buenas noches. No quisiera molestar. – Rodrigo da el primer paso algo dudoso, temía ser rechazado y que los guardaespaldas lo apresen en ese instante.

- Buenas noches, joven. – Contesta el señor - No, no es molestia. Siempre es un gusto tener a alguien con quién conversar.

- Me presento. Soy el amigo íntimo de la novia, bueno de la flamante señora De Aragón; mi nombre es Rodrigo Sáenz.

- Mucho gusto, Rodrigo. Aurelio Casas, empresario ¿A qué te dedicas?

- Bueno soy tapicero, mi maestro fue Antonio Surco.

- ¡Interesante! ¿También tapizas muebles antiguos? Da la casualidad de que estoy buscando uno. En el ático tengo guardado unos muebles tipo Luis XV, la tela se ha dañado.

- Sí, sí puedo tapizar su sillón Luis XV.

- Te voy a dar mi tarjeta. – Sacando su billetera del bolsillo y le extiende una tarjeta de presentación – Mañana me llamas, coordinamos algunas cosas y te mando a recoger para que lo veas.

Justo en este momento pasan por delante del guardaespaldas, este hombre al escuchar el intercambio de palabras y ver el intercambio de tarjeta no sospechó ni en el más mínimo detalle que allí tuviera a la persona a quien debía detener.

- Me parece bien.

- No se olvide de llamarme mañana por la mañana, porque por la tarde no podré atenderlo.

Esta frase fue la más sonora a oídos del guardia. El detalle está en que los guardaespaldas recibieron las instrucciones de que Rodrigo está solo.

- ¿Mañana a las nueve le parece bien?

- Si, me parece un horario muy razonable.

Así es como pactaron y lo sellan con un fuerte apretón de manos. Rodrigo se fue a su casa, se quita el traje y tiene colgado dentro del porta traje. Debe devolverlo al día siguiente, pues es un traje alquilado y el alquiler se lo pagó el señor Ulises Olguín, papá de Laura.

A la mañana temprano, Rodrigo se prepara para estar listo para cuando lo recojan sin olvidar que primero debía hacer la llamada y se hizo, el guardaespaldas iba en camino por él. Alguien llama a la puerta.

- ¿Ya llegó el guardaespaldas? – recoge su bolso con papel y lápiz y otras cosas que todo tapicero necesita para cerrar un contrato de trabajo.

Al abrir la puerta, no era el guardaespaldas del empresario Casas, sino que era Enrique.

- Señor De Aragón, buenos días ¿Qué lo trae por aquí? – Quiso ser amigable, pero traga grueso.

- Guarda tus buenos días ¿Con qué derecho te atreviste a asistir a mi boda? – le trata con desprecio.

- Laura me invitó. Somos viejos amigos, usted lo sabe. – Dice con total sinceridad.

- Escucha bien, bastado de quinta. Tú no eres bienvenido a mi casa, tú no eres más que un sirviente y punto, deja de mencionar a mi esposa que tú coartada no funciona. – lo amenaza.

- No se preocupe, ayer fue la última vez que pude ver a mi amiga, ya nos hemos despedido. – está cabizbajo.

- Mas te vale, ahora que Laura es mi esposa, te debes alejar lo más posible de ella, si me llego a enterar de que tú te has acercado a mi esposa quemaré todo tu taller y tu casa ¿Quedó claro? – está furioso y muy amenazante.

- No se preocupe, como le dije, ella y yo ya nos hemos despedido.

- Eres un tapicero analfabeto.

- Yo no quería incomodar con mi presencia. Sólo saludarla por su boda y despedirme de ella.

- Escucha bien, tú no eres bienvenido y debes mantenerte en tu lugar, tú eres de la clase baja.

Un auto se estaciona y sale el guardaespaldas del señor Aurelio Casas.

- ¿Señor Rodrigo Sáenz? - interrumpe el hombre.

- Buenos días, soy yo.

- El señor Casas lo está esperando.

Enrique reconoce al guardaespaldas, y este también lo reconoce.

- Señor presidente De Aragón, buenos días.

- Buenas días ¿No me diga que viene por el tapicero?

- Sí, el señor Casas lo espera ¿Usted también tiene su pedido con el joven Sáenz?

- Este… bueno… yo… - no sabía que decir – ya terminé de arreglar con él.

Enrique no se atreve a decir la verdad, el jefe de ese hombre es su amigo y si el guardaespaldas se entera de lo que hubo en realidad hace un instante, podría dañar su reputación.

- Bien, señor Sáenz por favor suba al auto. El señor lo está esperando.

Rodrigo sube al auto y es atendiendo como un cliente importante para el señor Casas. Enrique se quedó sin palabras, el tapicero de quinta, como dice él, tiene por cliente a su amigo y maestro de los negocios. Sus planes de quemar su taller se esfumaron, pero no se quedó de brazos cruzados llamó a su amigo.

- ¡Aló! ¿Enrique? Buenos días.

- Buenos días, Aurelio ¿Cómo estás?

- Muy bien. Déjame decirte que tienes una esposa muy hermosa.

- Gracias. - sonríe ampliamente.

- Dime ¿Cuál es tu consulta?

- Me encontré con tu guardaespaldas y vino a recoger a un tipo. – su voz sonaba a descontento y Aurelio lo nota.

- ¡Ah, sí! Le pedí a mi guardaespaldas que vaya por el tapicero. Hasta que por fin encontré uno. No me lo vas a creer, fue un caído del cielo. Ahora puedo ver arreglados mis sillones Luis XV.

- Sería bueno que lo investigues, no vaya a ser que tenga malos hábitos.

- Por supuesto, está mañana recibí la información que pedí sobre él y su maestro, estoy conforme; está es la razón por la que acepté llamada de Rodrigo y arreglé que mi guardaespaldas vaya por él. Estoy ansioso de ver reparados mis sillones, tantos años guardados en el ático, porque no encontraba tapicero capaz de arreglarlo.

- Yo que tú, buscaría expertos en el extranjero si en España no encuentro.

- Pero lo encontré. Ahora voy a ver qué me dice y le diré que se lo lleve para que trabaje en la comodidad de su taller.

- Solo ten cuidado.

- Gracias.

Rodrigo tuvo un golpe de suerte sobre la amenaza de Enrique, con un cliente tan poderoso como Aurelio, el tapicero puede sentirse protegido, Enrique no sería capaz de quemar las pertenencias de su amigo ¿Verdad?

El pasado

Rodrigo Sáenz nació en casa, sus padres eran los empleados domésticos de la familia De Aragón, pese a las condiciones en las que nació, sus padres tenían que trabajar para no perder el empleo. Desde niño, a Rodrigo le enseñaron que su valor en este mundo es igual a cero, que su destino es servir, aguantar y callar, le era prohibido reclamar o decir cosas malas a espaldas de la mano que le daba de comer.

Enrique, el único descendiente de los De Aragón, era su amo, un par de años mayor que Rodrigo, a él le enseñaron que un niño de la nobleza debe ser servido y que Rodrigo estaba a su disposición. A Enrique todo le era permitido, cada mal que hacía era Rodrigo quién recibía castigo. Enrique disfrutaba de cómo se castigaba a su sirviente por culpa de sus mentiras.

Rodrigo iba a la escuela pública, como hijo de sirviente solo podía ir a colegio de gobierno y le prohibieron enfermar, ya que debía cuidar de Enrique. Pero Rodrigo conoció a una amiga, la única que le daba apoyo cuando él estaba triste; esa amiga era nada más y nada menos que Laura Olguín.

Laura Olguín era una niña risueña y rubia, ojos grandes y azules, sus padres eran adoptivos, a ella nunca le ocultaron la verdad debido a sus rasgos tan diferentes con el resto de la familia, pero la criaban con cariño e igual ella, les tenía cariño porque le daban la oportunidad de seguir viviendo y de recibir de todo para que tenga una buena educación, hasta tuvo una maestra que venía de su país de origen para que no pierda la esencia de su cultura nórdica. Laura quería mucho a su amigo Rodrigo y quiso ayudarlo.

- Mamá, papá, mi amigo Rodrigo siempre está triste por qué lo hacen trabajar y no puede tener amigos ¿Puedo ir a verlo?

- Laurita – papá le habla con cariño - entendemos tu preocupación, pero no hay nada que podamos hacer.

- Yo me encargo de hablar con el señor De Aragón.

- ¿De Aragón? – ambos padres están asustados.

- Sí, además papito, ya tengo pensado lo que tengo que decir. Iré a ver a Rodrigo todos los sábados. Cuando sea más grande iré más seguido, su amo Enrique es malo con él y tengo que darle su lección.

- ¡Ten cuidado hija! – la mamá está muy preocupada - los De Aragón son personas muy poderosas. Hay que evitar los problemas, tengo miedo de que algo te vayan a hacer. Eres nuestra única niña. – mamá abraza con ternura a la niña.

- Querido papito, tú me has enseñado de que las niñas buenas deben hacer el bien sin mirar quién, pero yo voy a ayudar a Rodrigo porque él es mi amigo. Somos niños, no tenemos por qué trabajar como empleados y recibir castigos por las mentiras de otros.

- ¡Ay, pequeña! Que Dios te proteja siempre.

- Papá, tengo siete años, ya no soy bebé y soy grande, casi alta como tú.

Esa fue una conversación entre Laura y su papá de corazón, Ulises Olguín. Ella tuvo éxito por su ingeniosa mentira bien preparada para salvar a Rodrigo, sino que, a los ojos de Enrique era hermosa y fue él mismo quien autoriza la entrada de Laura a su residencia.

Con el pretexto de que tenían trabajo de grupo y estudiar para los exámenes, Laura venía todos los sábados, Enrique no podía hacer nada contra ella, era su debilidad.

- ¡Rodrigo! – le ordena – ¿No vas a dejar sin refresco a tu visita? ¡Que descortés!

- Joven De Aragón – Laura se ponía firme – no ve que estamos estudiando. Si tanto le preocupa que yo pueda quedar bien atendida, traiga usted dos vasos, por qué yo tengo una botella de agua.

- Rodrigo es mi sirviente, él sabe cómo atender a la visita, ese es su trabajo.

- Yo estoy visitando a Rodrigo, no a usted. Por favor no nos distraiga más.

- A mí nadie me da órdenes.

- Estamos ocupados, no moleste.

Discusiones como estas tenían los dos, no eran todos los sábados, pero Enrique hacía lo posible para verla. Para él era una necesidad de verla y discutir, era vital mirar esos grandes ojos azules y melena rubia, cualquier excusa era válida para dejar de hacer sus cosas, muchas veces se escondía y quedaba en silencio contemplando los delicados rasgos de Laura.

En la época de la escuela secundaria, Laura venía con más frecuencia, conforme se hacía el desarrollo, Enrique quedaba más y más embobado. Fue una tarde que le hizo una propuesta de salir, esa propuesta se la hizo poco después de que la madre de Rodrigo cerrara los ojos. Escuchar esa propuesta partió el corazón de Rodrigo y es en ese momento que él abandonó la casa de los De Aragón. Ese lugar le trae muchos malos recuerdos, los únicos días bonitos era los sábados, porque Laura venía a estudiar con él, es más, ella le enseñaba lo que su maestra particular le enseñaba. Rodrigo tenía otra manera de ver las cosas.

Laura es una joven muy cultivada, aunque rebelde algunas veces, pero Rodrigo no terminó la escuela y se fue a vivir en casa del maestro tapicero, el señor Antonio Surco, quien lo aceptó en su casa y le enseñó el arte de hacer muebles desde cero hasta el acabo sobre la madera. Desde ese día, que Rodrigo se fue, Enrique nunca supo más de él, pero Laura lo encontró y lo guardó como secreto.

Enrique invitaba a salir a Laura, y los dos se fueron conociendo y enamorando, pero ojos malvados los vigilaba, era la prima de Laura, Sara Montalván. Quién se encapricha de ser su novia al llegar al punto de convertirse en obsesión.

Laura guardó su secreto de ser la hija adoptada de los Olguín, para que nadie se burle de ella y nadie ofenda a sus padres adoptivos quienes con tanto cariño la crían, así mismo, guardó en secreto que una maestra particular venía a profundizar sus clases especiales.

Rodrigo aprendió rápido los gajes el oficio, en pocos meses ya tenía sus primeros clientes, sus primeros contratos, sus primeros sueldos. Laura seguía recibiendo clases especiales, hasta convertirse en una señorita muy atractiva a los ojos de Enrique, éste último, se ha esmerado por conquistarla cada día, competía duramente contra otros rivales en la escuela y se mantuvo hasta en la facultad, hizo de todo para impresionarla.

Poco después de su graduación, Enrique le propone matrimonio a Laura, ella acepta sin saber que Rodrigo también la tenía en su corazón y que al enviar su tarjeta de invitación el corazón del humilde tapicero se le hizo pedazos.

Rodrigo cuando va de visita a casa de los Olguin

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