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Bruja Imperial

El fuego del resentimiento

¿Qué es lo que hace diferente a una bruja de un humano? Absolutamente nada, solo un par de cosas sin importancia son las que nos distinguen, o al menos eso es lo que solía pensar antes de mi muerte.

Mi nombre es Maxine Colette Benoit, princesa del reino de las Brujas, y juro que, a partir de hoy, día en que regresé en el tiempo, mi único objetivo será vengarme de aquellos que destruyeron mi pueblo, pues todo el amor que una vez le tuve a los humanos se ha convertido en un profundo resentimiento hacia ellos.

Hubo un tiempo en el que creía en la coexistencia pacífica entre las brujas y los humanos. Veía la magia como un don especial, una conexión con el mundo espiritual que nos hacía únicas y que le era útil al Imperio. Pero todo eso quedó atrás cuando presencié la aniquilación de mi Reino a manos de aquellos que una vez consideré mis iguales.

Ahora me encuentro una vez más en mis tiernos 18 años, un momento en el que aún había esperanza en mi corazón, y aunque mi vida está a salvo en esta nueva línea temporal, no puedo evitar revivir el dolor de perderlo todo, la impotencia de no poder evitarlo, y sobre todo, la ira inextinguible que arde en mi interior cada vez que recuerdo que fueron los humanos los responsables de nuestra desgracia.

— Princesa, no se ve bien —dice Amara, mi fiel sirvienta, mientras examina mi rostro en busca de cualquier señal de malestar.

Aparto bruscamente su mano, mis ojos se llenan de amargura. Esas cuatro palabras, "no te ves bien", me recuerdan a dos personas en particular, el príncipe heredero actual (en aquel entonces, el Emperador) y su Emperatriz, Suzette, quienes las pronunciaron el día de la masacre. Esas cuatro palabras, cargadas de indiferencia y crueldad, que se han grabado en lo más profundo de mi ser.

Un escalofrío recorre mi espina dorsal al recordar cómo, en medio de la masacre, me encontré cara a cara con los emperadores. Mientras mi pueblo era reducido a cenizas a su alrededor, el príncipe heredero y su Emperatriz observaban con una fría y despiadada indiferencia. No mostraron ni un ápice de compasión hacia los inocentes que perecían bajo sus órdenes.

Ese fue el momento en el que mi percepción de los humanos cambió por completo. Todo el amor y la admiración que sentía hacia ellos se desvanecieron en un instante, reemplazados por un profundo resentimiento que se arraigó en mi corazón. Desde ese día, mi único propósito ha sido buscar venganza contra aquellos que destruyeron todo lo que amaba.

— No necesito tu preocupación, Amara —respondo con voz fría, dejando traslucir mi resentimiento. — No necesito que me recuerdes lo mal que me veo.

Amara retrocede, sorprendida por mi reacción, ella no sabe el por qué estoy actuando así, por lo que no puede evitar sentirse herida por mi actitud despectiva. Sin embargo, su lealtad hacia mí es inquebrantable y decide dejar pasar mi comentario.

— Lo siento, princesa. No quería incomodarte. Solo estaba preocupada por ti.

Me doy cuenta de que mi reacción ha sido injusta hacia Amy, quien solo intenta cuidar de mí. Sus ojos reflejan la tristeza y el desconcierto por mi comportamiento. Me doy cuenta de que mi resentimiento y mi sed de venganza están nublando mi juicio y afectando a las personas que me rodean. Respiro profundamente, tratando de controlar mis emociones y suavizar mi tono de voz.

— Perdona mi actitud, Amara. No es tu culpa. Estoy pasando por momentos difíciles y mi ira ha nublado mi juicio. Aprecio tu preocupación, de verdad lo hago. — Amara asiente con una leve sonrisa y yo prosigo. — Amara, por favor, pide una reunión con mis padres de inmediato.

Pero antes de que Amara pueda cumplir con mi solicitud, el cocinero del castillo irrumpe en la habitación con urgencia. Su rostro refleja una mezcla de preocupación y alarma.

— ¡Princesa, esto es una emergencia! ¡Alguien ha utilizado el "zicen"! — exclama sin siquiera esperar a ser invitado. La gravedad de la situación se refleja en su tono de voz apresurado. — ¡Tiene que venir rápido a la reunión del reino!

Mis ojos se abren con sorpresa y preocupación al escuchar que el "zicen" ha sido utilizado. El "zicen" es un antiguo y poderoso artefacto que solo debe ser utilizado en situaciones de extrema importancia y emergencia. Sin embargo, la verdad es que yo fui quien lo utilizó.

— Entendido, me prepararé lo más rápido que pueda. Por favor, avísale a mis padres que me reuniré con ellos de inmediato —le digo al cocinero con mi voz llena de determinación.

Le pido a Amara que se retire para que pueda cambiarme en privado. A medida que cierro la puerta detrás de ella, me encuentro paralizada en el centro de la habitación. La gravedad de la situación se hunde en lo más profundo de mi ser. ¿Cómo diablos voy a revelarle a mi familia que yo fui la responsable de utilizar el "zicen"? Y lo que es aún más desgarrador, ¿cómo les contaré que en cinco años nuestro reino será destruido?

Mis pensamientos se convierten en un torbellino de dudas y miedos. Sé que esta carga recae sobre mis hombros, que soy la única que tiene la información y la responsabilidad de compartir la verdad. Pero eso no hace que la tarea sea más fácil. Dar malas noticias nunca es sencillo, especialmente cuando se trata del destino de un reino y de las vidas de aquellos que amo.

En el reino de las brujas, el "zicen" es un artefacto sagrado y único. Se trata de una vela que descansa sobre un antiguo reloj y tiene la extraordinaria capacidad de retroceder el tiempo. Fue creado por la Gran Bruja del reino como una medida de salvaguardia en caso de una situación de emergencia, como la inminente destrucción del reino.

En nuestro reino, las brujas son seres especiales, distintos de los humanos. Poseemos cabello plateado o blanco, y nuestros ojos brillan en colores inusuales, como el rojo, rosa o morado. Además, hemos sido bendecidos con habilidades sobrenaturales, como el dominio de la magia. Estas diferencias nos han distinguido y, desafortunadamente, también nos han hecho objeto de discriminación y desprecio por parte del gran imperio.

Fue debido a esta animosidad que, hace mucho tiempo, se fundó el reino de las brujas. La gran bruja, en su sabiduría y poder, creó el "zicen" como una salvaguardia para proteger nuestro reino en momentos de peligro inminente. Sabíamos que algún día podríamos enfrentar la destrucción, por lo que se nos dio la oportunidad de retroceder en el tiempo y evitar el trágico destino que se cernía sobre nosotros.

Sin embargo, nunca esperé que llegara el momento en el que tuviera que utilizar el "zicen" yo misma. Ahora me encuentro aquí, en el pasado, con la carga de haber activado ese poderoso artefacto. Las consecuencias y responsabilidades que esto conlleva son abrumadoras.

Revelando la verdad

Mientras camino hacia la reunión del reino, mi mente se llena de pensamientos y preguntas sin respuesta. ¿Qué puedo hacer para evitar la destrucción que acecha a nuestro reino? ¿Cómo puedo reunir el coraje y la sabiduría necesarios para guiar a mi pueblo hacia un futuro seguro?

A medida que abro la pesada puerta de madera con ambas manos, puedo sentir las miradas de sorpresa y confusión que se posan sobre mí. Mi respiración agitada y el sudor en mi frente revelan el esfuerzo que he hecho por llegar aquí a toda prisa. Pero es evidente que mi aspecto desaliñado, vestida solo con un camisón, descalza y sin peinar, añade un nivel adicional de desconcierto a quienes me observan. Después de todo, nadie esperaba verme interesada en las reuniones del pueblo.

Los murmullos comienzan a surgir en la sala, mezclados con miradas inquisitivas y sorprendidas. Es comprensible que mi repentino interés por los asuntos del reino cause revuelo. Durante mucho tiempo, he sido considerada una persona distante y ajena a los asuntos políticos y las reuniones públicas. Mi aparente indiferencia hacia tales asuntos ha sido objeto de críticas y especulaciones.

Además, durante mucho tiempo, había menospreciado mi propio reino y me había dejado llevar por una absurda admiración hacia los humanos. Soñaba con convertirme en uno de ellos, creyendo que la vida de una bruja era miserable y limitada, pues, a pesar de mi edad y de haber crecido en un reino lleno de magia, mis habilidades eran lamentablemente mediocres. Apenas podía realizar hechizos básicos, los mismos que los niños de seis años aprendían con facilidad. Mi magia interior parecía estar dormida, y ese hecho me llevaba a pensar que ser humana sería una opción mucho más satisfactoria.

Me convencí de que la humanidad poseía un mundo lleno de oportunidades y experiencias que como bruja me estaban vedadas. Anhelaba la libertad de caminar entre ellos sin la carga de la magia y sus limitaciones. Me aferré a la ilusión de una vida más plena y emocionante, mientras despreciaba mi propia identidad y herencia.

Pero ahora, con la perspectiva que me brinda el haber regresado en el tiempo, puedo ver lo equivocada que estaba. Comprendo que ser una bruja no es una maldición, sino una bendición única y especial. La magia que fluye en nuestras venas es un don extraordinario, capaz de crear y transformar el mundo a nuestro alrededor.

De pronto, mis padres se sitúan en frente de mí. Los ojos de mi madre se abren con sorpresa al verme en ese estado desaliñado, pero rápidamente recupera la compostura y me dirige una mirada inquisitiva. Mi padre, por otro lado, muestra su preocupación en su semblante arrugado.

— Maxine, hija mía, ¿qué te ha sucedido? — pregunta mi madre con voz suave pero cargada de inquietud.

Respiro profundamente, intentando encontrar las palabras adecuadas para explicar la situación. Mi corazón late con fuerza en mi pecho mientras me enfrento al desafío de revelar la verdad. No puedo ocultar más lo que he hecho, ni las terribles noticias que tengo que compartir con ellos.

Mamá, papá, hay algo que necesito decirles — comienzo, luchando contra el nudo en mi garganta. — Fui yo quien utilizó el zicen. He retrocedido en el tiempo, y he visto lo que nos espera en los próximos cinco años.

La tensión en la sala es palpable mientras todos me miran con horror y confusión. Mi padre, el Rey, se muestra angustiado y se lleva las manos a la boca, incapaz de comprender mis palabras.

— Padre, lo hice porque era la única opción que teníamos para salvar a nuestro reino. Vi el futuro y presencié la destrucción inminente que nos espera si no actuamos. No podía quedarme de brazos cruzados mientras nuestro hogar se desvanecía ante nuestros ojos — respondo con voz firme, intentando transmitir mi determinación.

Mi madre, la reina, sostiene mi mano con fuerza y me mira con ojos llenos de preocupación.

— Querida, ¿estás segura de lo que dices? Retroceder en el tiempo es una medida desesperada y peligrosa. ¿Cómo pudiste tomar una decisión tan arriesgada?

Mis hermanas mayores, visiblemente preocupadas, se acercan a mí y me rodean protectivamente. Sus rostros reflejan una mezcla de temor mientras esperan una explicación más detallada.

— Lo sé que suena increíble, pero he visto lo que nos espera. No hay tiempo que perder, debemos actuar ahora. El zicen fue nuestra única opción para cambiar el curso de los acontecimientos y evitar la catástrofe que se avecina — les explico con determinación en mi voz.

Mis hermanos menores, confundidos y asustados, observan la escena desde la distancia. Fingen no conocerme, tratando de protegerse a sí mismos de las implicaciones de mis acciones.

Mi padre se acerca a mí, su rostro refleja una mezcla de incredulidad y desesperación.

— Hija, no puedo aceptar que hayas tomado esta decisión sin consultarnos. El zicen es poderoso y puede tener consecuencias impredecibles. ¿Estás segura de que hiciste lo correcto?

Respiro hondo, sintiendo la responsabilidad y el peso de mis palabras.

— Padre, entiendo tu preocupación, pero debíamos arriesgarnos, era la única solución. Después de todo, no podía quedarme de brazos cruzados mientras nuestro reino se desmoronaba.

La sala se sume en un silencio tenso mientras mis palabras se hunden en la conciencia de todos. Mi padre suspira y, finalmente, asiente con resignación.

— Muy bien, hija mía. Confío en tu juicio y en tu amor por nuestro reino. Trabajaremos juntos para encontrar una solución y proteger a nuestro pueblo. Pero recuerda que nuestras acciones deben ser cuidadosas y reflexivas.

Asiento con gratitud hacia mi padre, agradecida por su comprensión y apoyo en este momento difícil. Juntos, nos embarcamos en una misión para cambiar nuestro destino, enfrentando los desafíos que se avecinan con valentía y determinación.

El camino hacia la salvación de nuestro reino no será fácil, pero estoy decidida a liderar con sabiduría y coraje. Con el apoyo de mi familia, nos adentramos en lo desconocido, listos para enfrentar cualquier obstáculo que se interponga en nuestro camino.

— Princesa, ¿realmente usó el zicen? — pregunta uno de los siete sabios brujos. — Con todo respeto, princesa, pero su fama de querer ser humana es conocida.

— ¿Humana? — Mi estómago se retuerce al escuchar esas palabras. — JAJAJAJAJA — río como si estuviera fuera de sí. — Es cierto, mi señor. Sin embargo, debo aclarar que esa era mi antigua versión, una bruja insensata que no valoraba lo que tenía hasta que todo se redujo a cenizas.

El eco de los murmullos inunda la sala, la incredulidad se refleja en los ojos de cada uno de los presentes. Sus miradas se entrelazan con la mía, llenas de dudas y cuestionamientos. Puedo sentir la tensión en el aire, como si estuviera nadando contra una corriente de desconfianza.

Mi corazón late con fuerza mientras me enfrento a su escepticismo. Siento la necesidad de convencerlos, de hacerles entender la verdad que llevo en lo más profundo de mi ser. Pero, ¿cómo puedo hacerles creer en algo tan increíble y aterrador?

Respiro hondo y levanto la mirada, encontrando el apoyo en los ojos de Amelie, mi valiente hermana mayor. Su mirada transmite confianza y determinación, recordándome que no estoy sola en esta lucha.

— ¡Silencio! Dejen de juzgarla y escuchemos lo que tiene que decir. — interviene mi hermana mayor, Amelie. — Estoy segura de que lo hizo por nuestro bien.

¡Dios mío! Han pasado tantos años desde la última vez que vi a mi amada hermana. Verla apoyándome en este momento me llena de emoción y lágrimas. Amelie fue la primera en partir, la primera en experimentar las injusticias de la vida y la primera en ser rechazada.

Tres años antes de la masacre, Amelie decidió abandonar el reino y buscar trabajo en la capital del imperio. Desafortunadamente, consiguió empleo como sirvienta en el palacio imperial, y ahí es donde comenzó la tragedia...

Entre las llamas del caos

En el vasto y místico Reino de las Brujas, se forjaba una sociedad peculiar, donde reinaba la igualdad en todos los aspectos. Era conocido por dos rasgos distintivos: ser el hogar de seres que algunos consideraban "feos" y sufrir la carga de la pobreza. Sin embargo, detrás de esas apariencias superficiales, había un valor incalculable que ennoblecía a todos los habitantes de este reino mágico.

En el corazón de nuestro reino, existía un sistema de clases, pero a diferencia de otros lugares, no había discriminación ni desigualdades desmedidas. En las calles del reino, podías ver a brujas y brujos de todas las edades, géneros y estratos sociales, colaborando en sus quehaceres diarios. No importaba si pertenecían a una familia noble o eran brujas ordinarias, todos aportaban su labor y conocimientos para el beneficio de la comunidad. Las diferencias de clase se desvanecían en el resplandor de la hermandad y el respeto mutuo.

Desde una temprana edad, mi inocencia y entusiasmo me llevaron a embarcarme en el mundo de los humanos. A los escasos 7 años, comencé a trabajar junto a mis hermanas mayores en una majestuosa mansión. Sin embargo, mis expectativas de amistad y bondad se desvanecieron rápidamente, reemplazadas por una realidad cruel y despiadada.

Las jornadas laborales eran interminables y agotadoras. Nuestras manos pequeñas trabajaban sin descanso, atendiendo las tareas impuestas por aquellos que se consideraban superiores a nosotras. Las palabras hirientes y los gestos despectivos eran moneda corriente en aquel lugar, donde éramos catalogadas como meros "adefesios" sin ningún derecho ni respeto.

Las humillaciones no se limitaban a palabras. En una ocasión, fuimos víctimas de un acto de crueldad sin igual. Las cubetas de agua que nos lanzaron, frías como el desprecio, nos recordaron nuestra condición de seres inferiores en aquel mundo humano. El dolor físico se sumaba al dolor emocional, alimentando una llama de indignación y deseo de cambiar en lo más profundo de mi ser.

En aquellos años de mi infancia, enfrenté no solo el rechazo de los adultos, sino también la crueldad de los niños de mi edad. Su ignorancia y prejuicios se manifestaban en su desprecio hacia mí, llamándome "bruja" y jugándome innumerables travesuras. Era difícil comprender por qué me convertía en el blanco de su desdén, pero en lugar de alimentar el odio hacia ellos, me encontré sumida en una culpa que no me correspondía.

La carga de ser una bruja me pesaba en el corazón. Creía que si tan solo pudiera dejar de serlo, si pudiera convertirme en humana, encontraría aceptación y llevaría una vida normal. Me culpaba a mí misma por no encajar en un molde que nunca fue diseñado para mí. En mi inocencia, pensaba que la culpa era mía y no de aquellos que no comprendían la magia que habitaba en mi ser.

Con el paso del tiempo, la economía del Reino de las Brujas se sumergía cada vez más en la adversidad. El apoyo insuficiente del Imperio solo exacerbaba los desafíos que enfrentábamos.

Dos años antes de la masacre perpetrada por el Imperio, se convocó una reunión para discutir posibles soluciones que pudieran impulsar nuestra economía debilitada. Fue entonces cuando mi hermana mayor, Amelie, junto a otros jóvenes de su edad, tomó la valiente decisión de trasladarse a la capital del imperio en busca de trabajo y mejores salarios.

Las esperanzas se elevaron cuando Amelie y sus compañeros comenzaron a laborar en el palacio imperial. Su arduo trabajo y dedicación empezaron a generar un notable aumento en la economía del reino. Por un breve instante, la ilusión de la prosperidad se apoderó de nuestras vidas. Parecía que, finalmente, habíamos encontrado una solución para superar nuestras dificultades financieras y asegurar un futuro más próspero para todos.

Sin embargo, la armonía y el optimismo que se habían instaurado rápidamente se desvanecieron. Detrás de las puertas majestuosas del palacio, se escondían intrigas y engaños que amenazaban con desgarrar la frágil paz que habíamos alcanzado.

Las acusaciones infundadas de estar planeando la destrucción del imperio y del Emperador resonaban en los pasillos del poder, sin que se realizara una investigación exhaustiva que pudiera demostrar la inocencia de Amelie. Su encarcelamiento no fue resultado de pruebas o evidencias, sino de la maquinación de mentes malintencionadas que buscaban silenciar cualquier voz disidente.

La oscuridad se cernía sobre nosotros, y la traición se manifestaba en la figura de mi valiente hermana, Amelie. Acusada injustamente de ser una bruja conspiradora, fue encerrada en las sombrías mazmorras del imperio. La justicia había sido despojada de su verdadero significado, y en su lugar reinaba la paranoia y la manipulación.

En un intento por justificar sus actos, el Emperador pronunció palabras incendiarias ante el pueblo, alimentando el miedo y el odio hacia las brujas. En lugar de buscar la verdad, se aprovechó de la situación para propagar el temor y la desconfianza, convirtiendo a todas las brujas en enemigas del imperio.

La voz de Amelie, en un último acto de valentía, se alzó entre los barrotes de su prisión. Ante el pueblo reunido, proclamó su inocencia y denunció la injusticia que se estaba cometiendo. Pero sus palabras, llenas de verdad y razón, fueron desestimadas y tergiversadas por aquellos que se beneficiaban de la opresión.

El destino cruel e implacable había llevado a mi hermana, Amelie, a un trágico final. La emperatriz Suzette, despreciable en su maldad, convocó a todo el Imperio para presenciar la ejecución de Amelie, como si fuera un espectáculo macabro destinado a aplacar su sed de venganza.

En ese momento, el mundo parecía desmoronarse. La pérdida de Amelie era una herida profunda que atravesaba nuestros corazones y nos dejaba vulnerables. Pero la tragedia no se detendría ahí. Las llamas del caos se extendieron por todo mi reino, envolviendo cada rincón en un manto de destrucción y desesperación.

Los caballeros del imperio, guiados por la oscuridad que los consumía, sembraron el terror y la muerte a su paso. El clamor de las espadas y los gritos de agonía sonaban en el aire, ahogando cualquier esperanza que pudiera quedar. El reino que alguna vez fue nuestro hogar se había convertido en un campo de batalla sangriento, donde la vida perdía su valor y el sufrimiento era la única certeza.

El Emperador cabalgó con ferocidad hasta las puertas de nuestro castillo, acompañado de su malévola amada, la Emperatriz Suzette, y sin piedad alguna, desató su ira contra mi familia, arrebatando vidas inocentes con su espada implacable. Yo misma fui alcanzada por su hoja afilada, sintiendo el dolor agudo atravesar mi cuerpo. Sin embargo, mi determinación por salvar a mi amado pueblo y mi profundo resentimiento hacia aquellos que nos oprimían superaron el tormento físico que me embargaba.

Con cada paso agonizante, me dirigí hacia la estancia donde reposaba el antiguo y sagrado artefacto, el zicen. Mi respiración entrecortada se mezclaba con el sonido de los gritos y la destrucción que envolvían el castillo. Aunque mi cuerpo se debilitaba, mi espíritu se fortalecía en la misión de detener esta masacre.

Mis dedos temblorosos alcanzaron el zicen y con todas mis fuerzas, lo giré cinco veces, consciente de que ese acto podría cambiar nuestro destino para siempre. Cinco giros que simbolizaban mi último esfuerzo, pues mis fuerzas se desvanecían rápidamente.

El aire se llenó de una energía mágica, envolviéndome en su esencia. La habitación se iluminó con destellos brillantes mientras el zicen desplegaba su poder ancestral. En ese momento, el tiempo comenzó a retroceder, deshaciendo los horrores que habían asolado nuestro reino.

Mis ojos se cerraron lentamente, agotados por la lucha y el sacrificio. Aunque la oscuridad me envolvía, mi corazón latía con la esperanza de que, al abrirlos de nuevo, nuestro reino renacería de las cenizas y encontraría la paz de reencontrarme con mis seres amados.

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