El sol de la tarde iluminaba el cálido salón de la casa familiar. Marta se encontraba sentada en el sofá, con la mirada perdida en el hacia la ventana mirando los transeúntes comunes y turistas que caminaban por la calle, mientras esperaba a Marcus, su esposo, quien había prometido llegar temprano ese día. Un nudo de ansiedad se formaba en el estómago de Marta, ya que sentía que ese día seria diferente , tenia una especie de presentimiento de que algo iba a ir salir mal, muy mal.
Finalmente, la puerta principal se abrió y Marcus entró en la sala con una mirada fría y distante. Marta pudo ver en sus ojos el reflejo de un cambio que no había anticipado. Marcus se acercó lentamente, sin mostrar ninguna emoción en su rostro. Marta levantó la mirada, su corazón latiendo acelerado en su pecho.
—Marta—, dijo Marcus con frialdad, —. Necesito hablar contigo—. Sus palabras resonaron en el silencio, cargadas de un Desdén inesperado.
Marta tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta mientras respondía con voz temblorosa:
—¿Qué sucede, Marcus? ¿Por qué pareces tan distante? —pregunto Marta nerviosa.
Marcus suspiró con desdén y se sentó en el sofá frente a ella. Cruzó las piernas con una actitud de superioridad, haciendo caso omiso de la angustia de Marta.
—No tengo tiempo para rodeos, Marta. He tomado una decisión—respondió Marcus con una voz áspera y desprovista de cualquier rastro de afecto.
El corazón de Marta se hundió mientras esperaba ansiosamente sus palabras.
—¿Qué decisión? —preguntó marta, conteniendo las lágrimas que amenazaban con escapar.
Marcus la miró con indiferencia y pronunció las palabras que destrozaron el mundo de Marta en un instante.
—Ya no te amo, Marta. He encontrado el verdadero amor en Lorena, tu hermana
—¡¿Que?! —pronunció Marta con una mezcla entre ira, desprecio y dolor, mucho dolor.
¿su hermana? Marta no pida creerlo. Lo pero, era que Lorena era su hermana gemela, la había abandonado por la persona más cercana que había tenido. Era cierto que tenían tiempo sin verse, pero por qué ella la traicionaron y de la peor manera.
Marta volvió a mirar el rostro de Marcus, buscando algo que le digiera que no era cierto, que era todo una broma. Una mentira. Pero no. No había, en el rostro de ese hombre con el que había convivido por dieciocho años rastro de compasión, empata o alguna emoción positiva. Solo encontró una mirada cargada de frialdad y desprecio.
—¿Cómo puedes hacerme esto? — sollozó Marta, su voz se estaba quebrando por el dolor. —¿Qué pasó con todo lo que construimos juntos, nuestra familia?
Marcus se levantó con brusquedad, apartando la mirada de Marta como si su presencia fuera una molestia.
—Eso ya no importa. Mi decisión está tomada y no hay vuelta atrás—, declaró el padre de sus hijos de manera cruel.
El corazón de Marta se rompió en mil pedazos mientras Marcus continuaba con su desprecio.
—Pero no todo esta perdido para ti. Aún puedes irte con algo de mi dinero. Pero si lo quieres, tendrás que irte de esta casa, de la ciudad, y del País. No me importa a donde vayas, solo con que no te vuelva a ver en mi vida.
—No necesito tu dinero, Marcus. —Dijo Marta con las lagrimas corriendo le por las mejillas —. Yo tengo mi propio dinero. ¡Y no necesito del tuyo!
Pero Marcus solo se ríos de manera burlona y cruel.
—No te hagas ilusiones, Mujer. Todo lo que tienes proviene de mí. Estás en quiebra y sin mi apoyo financiero, te hundirás—, dijo con desprecio. Después agrego: —. Así que lo mejor es que aceptes mi dinero, pero para eso tendrás que renuncia a la patria potestad de ¡Mis hijos!
Marta no podía permitir eso. No sus hijos. Ella y Marcus habían tenido tres hijos juntos y no podía perdernos, no a ellos. Así que negó con la cabeza.
—¡No re puedes quedar con mis hijos! —Gritó Marta entre lágrimas.
Marcus no cambio su expresión y no parecía sorprendido.
—Ya esta hecho. Tu marta, no tiene dinero y no podrás mantenerlos, o no como ellos esta acostumbrados ¿los perjudicaría de esa manera, marta? —pregunto levantando las oscuras cejas intrigado.
Marta negó con la cabeza.
—Los perjudicaría si los dejara con un monstruo como tu. Ahora lárgate de mi casa ¡No quiere volverte a ver!
—No entiendes —dijo Marcus . — Acaso no soy claro contigo, vieja bruta. ¡Esta casa es mía! Y tu, estas en la calle.
Sin voltear atrás marta salió apresurada de la casa que había considerado su hogar por quince años. Salió al pasillo del departamento y ahí cayó al suelo con el llanto suelto dejando salir todo el dolor que Marcus le había provocado.
La batalla legal había sido agotadora y desalentadora para Marta. A pesar de su valiente lucha, los recursos financieros y la influencia de Marcus demostraron ser demasiado poderosos. Marta quedó en ruina total, lo poco que tenía en sus cuentas se había acabado. Ahora está en quiebra.
Abatida por su derrota y llena de arrepentimiento, Marta finalmente aceptó el dinero ofrecido por Marcus. Era un acuerdo difícil de aceptar, pero sin fondos para mantenerse a sí misma y a sus hijos, no le quedaba otra opción.
—Es lo mejor, Marta —le había dicho Marius el abogado de Marcus, y el que le había dado el dinero, ya que Marcus no quería volver a tener nada que ver con ella.
Dejo Francia con un par de miles de euros y un terrible pasado que la carcomeria de por vida. Había dejado atrás a sus hijos ¿había sido lo mejor? Pensó Marta durante el vuelo de París a Madrid. No tuvo respuesta.
Marta había nacido en España y había vivido ahí, hasta los diecisiete años cuando se caso con el amor de su vida, Marcus. En ese momento, Marcus era un joven ambicioso que se quería hacer un nombre en el mundo de los negocios.
Los dos se casaron, y esto le dio suerte a Marcus, ya que después de regresar de su luna de miel, a Marcus le ofrecieron un trabajo como uno de los asesores financieros de un recién fundado fondo de inversión, de cientos de miles de euros.
Dos años después, Marcus era el administrador del fondo, y había hecho un par de cuentos de miles de euros en varios millones. Ahora Marcus tenia una envidiable cartera de clientes, que querían darle sus millones para que el los invirtiera y los hiciera más multimillonarios. A cambio Marcus se llevaba un veinte por ciento de las ganancias.
Mientras todo eso pasaba marta estaba con él en todos esos buenos momentos. Y ella creía que el la amaba de verdad y que moriría juntos. Pero de eso ya nada.
En Madrid la familia de marta, se limitaba a una vieja tía media sorda, enferma de un pie, y con problemas de la vista.
Marta se instaló con ella en su casa, un pequeño y modesto apartamento de dos habitaciones, que tenia goteras por todos lados, y las puertas rechinaban, y las llaves goteaban. Aun así… era mejor que dormir en la calle.
Marta se instaló en la pequeña habitación que su tía había preparado para ella. Aunque las circunstancias no eran las ideales, encontró consuelo en la serenidad de aquel lugar. Decidió que sería allí donde comenzaría a reconstruir su vida y planificar su venganza contra Marcus y Lorena. Por qué claro que se venganza de ellos, ese par se las pagaría.
Habeces se miraba en el espejo y se miraba feliz como lo había sido todos esos años, pero ese mismo rostro reflejaba a alguien más, a otra mujer: a Lorena. Tenían el mismo rostro, aunque como lo recordaba ella tenía el rostro más ancho, y un poco más delicado, mientras que por todo lo demás estaban iguales: el cabello rubio hasta los hombros y los ojos color verde. Marta movió la cabeza frenética y trató de no pensar ya en eso.
Un día, la luz del sol entraba insistente por el rabillo de la ventana cruzando la cortina. Marta ese día estaba especialmente deprimida, su tía esta en su habitación tomando la siesta. Se despertaría en un rato para comer y después daría una pequeña vuelta por la calle que duraba unos veinte minutos, regresaba a la casa y se recostaba para su otra siesta.
Marta estaba leyendo un libro sentada en el sofá de la pequeña sala de estar, cuando alguien tocó a la puerta.
Marta se acercó a la puerta y la abrió, esperaba encontrarse a la vecina del departamento de enfrente que Habeces les pedía que le cambiaran billetes por monedas. Pero no era ella.
Marta quedo sorprendida.
—¡¿Noel?! —dijo Marta al sujeto que estaba frente a ella en el marco de la puerta.
La atmósfera en la habitación de Sofía, la hija mayor de Marta y Marcus, era tensa y cargada de emociones. Sofía estaba furiosa, con los ojos llenos de lágrimas mientras confrontaba a su padre por el dolor que había causado a su madre.
Pero además todo el dolor que les había provocado a ellos ¿Cómo es que pudo separarlos de su madre?
—¡No puedo creer que hayas hecho esto, papá! —, exclamó Sofía con voz temblorosa y los ojos hinchados y rojos apunto de romper a llorar. —. Destruiste a nuestra familia, rompiste el corazón de mamá. ¿Cómo puedes ser tan egoísta y despreciable?
Marcus, visiblemente enfadado, trataba de calmar a su hija de la mejor manera que podía, pero tenía los nervios a flor de piel ¿Por qué lo trataba así?
—No te metas en lo que no te incumbe, Sofía. —Le dijo Marcus a su hija —. Tu madre y yo habíamos tenido muchos problemas, y ya entre ella y yo no había amor.
Sofía no podía creer esto. ¿Cómo no había amor, si tan solo dos días antes de que su mamá se fuera ella le había dicho a Sofía que tenían planeado irse de vacaciones solo los dos a Taiwán? Era imposible. Además de que en esa casa siempre había la cantidad suficiente de peleas y reconciliaciones como para dar a entender que ahí había interés. Ella no recordaba donde había leído que cuando no hay amor en una relación, hay muchas peleas o se sumergen en discusiones por lo más mínimo o entran en una fase de indiferencia hacia las decisiones de sus exparejas que era prácticamente palpable. Pero Sofía no había notado nada de eso.
Alguien abrió la puerta del cuarto de Sofía: era Lucas.
Cuando lo vio Marcus se sorprendió. Lucas se parecía bastante a marta, tenía la misma forma del rostro y el cabello rubio, solo que a diferencia de su madre, el cabello de Lucas era más oscuro. Mientras que Sofía había heredado de su padre su cabellera castaña clara. Pero eso sí, ambos habían heredado de su madre sus ojos verdes.
Marcus volvió a su hija y le reprocho con la mirada el escándalo que estaba haciendo y que había molestado a su hermano cuatro años más joven que estaba ayudando con la tarea a su hermana menor. Pero Sofía no se dejaría intimidar tan fácil, en eso también se parecía a él.
Pero Lucas no veía a un solo culpable. El veía a dos.
—¡Ya dejen de pelear! Esto no nos llevará a ninguna parte. —les dijo Lucas preocupado.
El no solía pelearse con su hermana, con ninguna de las dos de hecho. Y siempre que Sofía se peleaban con su madre o padre el siempre trataba de ser el mediador.
Pero las palabras de Lucas cayeron en oídos sordos. La discusión entre hija y padre se intensificó, con acusaciones y resentimientos saliendo a la luz. Los gritos llenaban la habitación, ahogando cualquier intento de diálogo constructivo. Lucas veía impotente la escena, mientras Sofía sacaba antiguas peleas, y viejos resentimiento mezclado con los nuevos.
Finalmente, Marcus salió de la habitación de su hija, dejando a Sofía y Lucas en un silencio incómodo.
Sofía se dejó caer sentada en la alfombra que estaba a los pies de su cama. Lucas se acercó a su hermana y se sentó a su lado y le cruzo un brazo, abrazándola con ternura y en un silencio tranquilo y acogedor.
Sofía dejo que todas sus lágrimas saliera. Entonces volteo a ver a su hermano. El apenas tenía trece años, ella era aún más alta que el pero sabía que pronto la sobrepasaría. Lo miró a la cara y vio lagrimas correrle por las mejillas.
—Entiendo tu enojo, pero no podemos seguir así. —Susurró Lucas a su hermana —. Necesitamos encontrar una manera de seguir adelante, por nuestro propio bien.
Lucas acarició suavemente el cabello de su hermana, tratando de distraerla del dolor que la consumía.
—Intentemos hablar de otras cosas, ¿Esta bien, sofí? —Dijo Lucas. Sofía asintió, y Lucas agrego: —. Recuerda ese viaje que siempre quisiste hacer. Podemos soñar con lugares nuevos y emocionantes.
A medida que Lucas hablaba de aventuras y lugares lejanos, Sofía se esforzaba por apartar de su mente la situación dolorosa en la que se encontraba. Por un momento, el peso de la tristeza se aligeró y permitió que una pequeña luz de esperanza se asomara en su interior.
Entonces se escucharon varios golpes en la puerta. Lucas y Sofía voltearon hacia la puerta que se habría y una cara se asomó por ahí. Era Chloe. Era su hermana menor de tan solo diez años.
Ella era baja, con el cabello negro, piel ligeramente morena, y ojos oscuros.
Ella era adoptada, pero no había ninguna diferencia entre ellos.
—¿Qué hacen? —Pregunto Chloe acercándose a sus hermanos con las manos juntas.
Lucas y Sofía instintivamente hicieron un espacio entre ellos para que Chloe se sentará, ella lo hizo sin que le digieran nada.
—¿De que hablaban? —Pregunto Chloe.
—De nada —dijo Sofía —. Bueno hablamos sobre el viaje que hicimos a Japón ¿lo recuerdas?
En ese entonces ella tenía siete años, y si, aún lo recordaba. Ella sonrió. Había escuchado la pelea que ella había tenido con su padre, y no le gustaba que su familia se peleara.
—Si me acuerdo —Dijo Chloe —. También me acuerdo que en ese viaje fue cuando Lucas se intoxica del estómago ¿no?
Las dos chicas empezaron a reír, mientras Lucas se sonrojaba, pero después el también se empezó a reír.
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