NovelToon NovelToon

EL DUCADO DEL SOL ISABELLA

CAPÍTULO 1 EL LLAMADO DEL REY

El Rey Evan se encontraba disfrutando de una mañana apacible en los jardines de su palacio, un paraíso de flores y fuentes que era su refugio personal. Junto a él, su hijo y heredero, el Príncipe Miler, le entregaba un informe detallado sobre el estado de las provincias más lejanas del Reino de Deira. El rostro de Miler reflejaba la gravedad del asunto. La provincia de la Frontera, una tierra de montañas y valles, había sido invadida por bárbaros que saqueaban y causaban estragos. El informe concluía con una urgente petición: la presencia militar de los caballeros para someter a los bandidos y devolver la paz a sus gentes.

En ese momento, la figura del Marqués Esteban irrumpió en el jardín con una reverencia impecable. Era el rostro de la formalidad y el protocolo, un guardián de las normas que regían la monarquía. "Mi señor," anunció con voz grave, "el Duque del Sol ha llegado sin previo aviso y solicita reunirse con Su Majestad inmediatamente."

El Rey Evan sintió una alegría sincera al escuchar el nombre de su viejo amigo. Hacía años que no lo veía, y la noticia de su llegada sin protocolo lo llenaba de una felicidad infantil. "Permitid que pase, Marqués," ordenó con una sonrisa que iluminó su rostro.

Pero antes de que Esteban pudiera dar la orden, el Duque del Sol, con la impaciencia que lo caracterizaba, ya había entrado al jardín sin la debida autorización. Se inclinó cortésmente ante el rey, pero la rigidez de su postura y la molestia en sus ojos eran evidentes.

El Marqués Esteban, un hombre que vivía por y para las reglas, no pudo contener su indignación. "Duque, por favor, debéis respetar las normas y los protocolos de la monarquía, aunque seáis la mano derecha del Rey. Vuestro ingreso es una falta de respeto imperdonable."

El Rey Evan soltó una carcajada, un sonido profundo que resonó en el jardín. No era la primera vez que el Marqués regañaba al Duque, pero Erik, al parecer, nunca le daba importancia a sus palabras, y mucho menos a las etiquetas. El rey, con un gesto de la mano, indicó al Marqués que todo estaba en orden y que podía retirarse.

Mientras Esteban se alejaba con el ceño fruncido, el duque rompió el silencio con una ironía mordaz. "Al parecer, Su Majestad cuenta con bastante tiempo libre para tomar el té con el Príncipe y escribir tonterías en una carta."

El Rey, que conocía la afilada lengua de su amigo, no se inmutó. "Pero esas tonterías fueron las únicas que te hicieron venir, Duque Erik," respondió con una calma que desarmaba. "Llevo meses escribiéndote y tú has tenido la osadía de no contestar, ni asistir al llamado de tu Rey. Me sentía muy solo, y al parecer esta fue la única manera de hacerte venir. Y, como puedes ver, funcionó espléndidamente. Mira, solo tardaste un día en llegar."

El Príncipe Miler, que había escuchado la conversación con atención, conocía el carácter del duque. Sabía que Erik solo acudía al palacio cuando su presencia era estrictamente necesaria. No gustaba de sus modales ni de su irreverencia, y no entendía el aprecio que su padre le profesaba. Sin embargo, no podía negar la lealtad inquebrantable de ese hombre hacia el rey. Si Evan lo había convocado con urgencia y de forma personal a través de cartas, era porque algo de gran importancia estaba sucediendo, y el príncipe no había sido informado. Así que, sin dudarlo, se dirigió al duque.

"Si mi padre ha insistido con tanta devoción durante estos meses, ¿por qué habéis rechazado su llamado y no habéis cumplido con vuestro deber, Duque?"

El Rey intervino en favor de su hijo. "Eso es exactamente lo que he querido en estos meses: tu presencia. Pero te has negado y me has obligado a tomar una decisión radical que te hiciera venir ante mí."

El duque Erik se acercó a la mesa, golpeándola con el puño con una fuerza que hizo temblar las tazas. "¡Porque al contrario de ti, que vives perdiendo tu tiempo tomando el té con tu padre, Príncipe de Deira, tengo cosas más importantes a las que recurrir que al llamado de un rey que me solicita venir a tomar el té o a dar un paseo por el reino!"

El príncipe, al escuchar la queja, comprendió que su padre lo había molestado por cosas insignificantes y que él, sin querer, había caído en sus juegos al inmiscuirse en la conversación.

El Rey, imperturbable, continuó tomando su té tranquilamente. El príncipe, al ver la tranquilidad de su padre, sintió que algo no encajaba. "¿Duque Erik," le preguntó con una mezcla de curiosidad y desconfianza, "no creo que una simple invitación a tomar el té y a salir de paseo por el reino sea lo que os tiene molesto."

El duque, sin apartar su mirada fija e intensa del rey, calmó sus ánimos. "Rey Evan, espero que lo dicho solo sea un juego vuestro, ya que no pienso acceder a vuestros caprichos. Solo vine a dejároslo claro, Su Majestad."

El Rey dejó su taza sobre la mesa con un sonido seco y respondió en un tono molesto que rara vez se le oía. "¡Duque Erik, no es un capricho, es un mandato sellado por mí que debéis cumplir! Si desobedecéis, os despojaré de todo lo que poseéis y de vuestros títulos. Yo os los otorgué y volverán a mí si no cumplís con el mandato."

Erik, con la rabia contenida, respondió. "En primer lugar, Su Majestad, el Ducado del Sol, cuando me fue entregado, era una pocilga que ahora florece gracias a mí. En segundo lugar, ese fue mi pago por mi servicio durante años en la guerra, así que no tenéis derecho. Y en tercer lugar, jamás le solicité ni me interesan vuestros estúpidos títulos. Así que no penséis que por despojarme de todo accederé a vuestro mandato. Es todo lo que he de decir. Con permiso, Rey Evan y Príncipe Miler."

El duque Erik salió del jardín con una furia contenida, como alma que lleva el diablo. No podía creer que el rey se atreviera a involucrarse de esa manera en su vida personal. Sabía que era caprichoso y manipulador, pero esto ya había rebasado su copa. Cuando estaba a punto de retirarse del palacio, una voz femenina y dulce lo detuvo.

"Duque Erik."

Erik se giró y se inclinó cortésmente. "Reina Vera, es un placer volver a verla tan noble y saludable como siempre."

La reina se acercó a él y notó la molestia en su rostro. "Veo que al fin acudiste al llamado del Rey Evan," le dijo con una sonrisa. "¿Hasta cuándo teníais planeado dejarlo esperando? Mi esposo os tiene un gran aprecio, Duque, y solo desea vuestra compañía. Sois un ingrato."

"¿Acaso el rey no tiene esposa e hijos para que se entretenga, mi señora?" respondió Erik, con la impaciencia asomando en su voz.

"Tenéis razón," le contestó la reina. "Pero no somos lo suficiente. Está encantado con vos, al igual que mi hija."

Erik se sentía agotado de discutir con la familia real. Todos le daban la razón a los caprichos del rey. "Majestad Vera, agradecería que prestarais más atención a Su Majestad Evan y así me evitaría a mí dolores de cabeza y evitaría que se metiera en decisiones de mi vida personal."

La reina ya conocía de antemano la razón de su molestia y lo que había provocado que el duque se presentara en el palacio. "Erik, eso hago. Mi esposo estaba muy deprimido debido a vuestros desplantes, así que le di una idea. Una idea que haría que vos os presentarais ante él. Y por lo que veo, funcionó a la perfección."

Erik no podía creer lo que sus oídos habían escuchado. Se había dicho a sí mismo que una idea tan retorcida no pudo habérsele ocurrido al rey. Al parecer, todo había sido orquestado por la reina. La reina, al ver su intranquilidad y molestia, le expresó. "No fue una decisión apresurada y caprichosa de mi parte, muchacho. Pero si no lo hacía, toda vuestra vida seríais molestado por el rey, y yo perdería su atención por vuestra culpa."

"¿Y yo qué tengo que ver?" respondió Erik, la molestia en su voz ahora mezclada con la confusión.

La reina caminó hacia la salida del gran portón del palacio, solicitando a sus sirvientes y guardias que los dejaran solos. Erik la siguió, esperando una respuesta a tan absurda situación.

La reina se acercó a una de las rosas que embellecían los jardines y, con un gesto de la mano, la acarició. "Duque Erik, nadie mejor que yo entiende el corazón de mi esposo. Él os considera como una rosa: valiosa, bella, pero muy espinosa, que no deja que nadie se le acerque. Y tal vez es por eso que permite tanto irrespeto de vuestra parte. Si vos estuvieseis casado, él estaría tranquilo y no os volvería a molestar a menos de que el reino lo requiriese."

"¿Y qué gano yo con todo esto?" contestó el duque Erik, sin creer del todo en las palabras de la reina.

"Mi palabra de Reina de que Su Majestad el Rey Evan no os volverá a molestar," respondió Vera con una seriedad inquebrantable. "Y además, haré que firme un decreto que ni siquiera el rey mismo podrá despojaros de vuestros bienes y vuestros títulos. ¿Qué me decís?"

Al duque Erik no le molestaba la propuesta de la reina. A sus ojos, reconocía que la paz que vivía el reino de Deira en gran parte era por la astucia de la reina. "Trato hecho," respondió. "Solo tengo una sola condición: no quiero ninguna relación familiar con la realeza."

La reina Vera esbozó una gran sonrisa, juntando sus manos y aplaudiendo la decisión del duque. "No os preocupéis por lo demás, la candidata ya está elegida. Viene de una gran familia, educada y muy inteligente. Además, la fecha de la boda está fijada, solo tendréis que asistir elegantemente."

Erik no podía creer lo que escuchaba. Al parecer, había caído en la trampa de estos dos infames y se habían salido con la suya, sin contar con él. Todo estaba organizado, incluso la forma de convencerlo. No tenía ánimos para discutir. El oponerse lo llevaría a ser fastidiado nuevamente por el rey. Tomó un suspiro profundo, se despidió de la reina con un gesto de cabeza y salió del palacio.

...^^Autora^^...

...Gracias por el apoyo de sus 👍...

CAPÍTULO 2 ISABELLA DE LENNOX

El Rey Evan se encontraba profundamente preocupado por la respuesta del Duque Erik. Era un joven testarudo, una roca que no cedía ante él, salvo cuando utilizaba un decreto real como yunque y martillo. Sin embargo, a pesar de que en todas las ocasiones anteriores Erik había acatado sin objetar, esta vez había sido diferente. El Rey temía que, en su ingratitud, el duque prefiriera vivir en la miseria antes de acceder a su petición. Caminaba de un lado a otro en los jardines, sus pasos medidos y pensativos, mientras su hijo se preguntaba qué clase de orden había dado su padre para que el duque se opusiera, poniendo en riesgo la lealtad que lo unía al reino.

El Príncipe Miler, su curiosidad insoportable, rompió el silencio. "Padre, ¿qué habéis hecho? ¿Por qué habéis provocado la ira del Duque de Cork hasta el punto de que prefiera vivir en la pobreza antes que acceder a vuestro mandato?"

Una sonrisa se dibujó en el rostro del Rey. Colocó sus manos empuñadas sobre su cintura con un gesto de orgullo. "Solo le he conseguido una esposa," respondió, la voz llena de satisfacción. "Para un hombre valeroso y rico, lo único que le falta es casarse y tener hijos. Quizás su mal humor cambie un poco, ¿no crees, hijo?"

El príncipe Miler no podía creer lo que escuchaba. Su Majestad pretendía obligar al Duque a casarse, con quién sabía qué persona, a través de un decreto real. La obsesión de su padre por ese hombre había llegado a un punto de no retorno. En ese mismo instante, el rey se detuvo al ver a su esposa, la Reina Vera, que se apresuraba hacia el jardín. Al llegar a su lado, el rey tomó su mano, la besó y le preguntó: "Dime, esposa mía, ¿lo habéis logrado? Porque yo he fallado. Ese granuja prefiere ser pobre e incluso que lo envíe a la horca antes de obedecer. ¿Acaso el matrimonio no es algo maravilloso?"

El Príncipe Miler sintió que no podía sorprenderse más, pero las palabras de su madre lo hicieron agitarse de vergüenza. El solo pensar en lo que el Duque Erik podría pensar desfavorablemente de la familia real, y que él también sería señalado por un acto tan degradante a causa de sus padres, lo hizo temblar.

La Reina Vera tomó las manos de su esposo y lo guio hacia unos muebles que hacían juego con el jardín. Con una calma que solo ella poseía, le dijo: "Ha accedido a casarse sin problema, solo ha impuesto una condición."

"¿Cuál condición, esposa mía?" preguntó el Rey con impaciencia.

"Que su futura esposa no tenga nada que ver con la sangre real," contestó la Reina.

El Rey Evan no se sintió sorprendido por las palabras de su esposa. El Duque Erik había ganado su título por su destacada labor al dirigir las caballerías militares, sobresaliendo desde muy joven. Fue él quien llevó al Reino de Deira a someter a sus opresores, permitiendo que vivieran en un tiempo de paz. Erik no provenía de la nobleza, pero por sus venas corría la sangre de un guerrero que merecía todos los honores y privilegios que se le habían otorgado. Incluso en la administración de sus bienes y tierras, Erik no lo había decepcionado, multiplicando sus ganancias y convirtiendo al Ducado del Sol en la segunda tierra más fértil y comercial del reino, cuando no existía ninguna esperanza. El Rey comprendía el rechazo de Erik por la realeza.

"¡Jajajajaja, qué miserable al rechazar a mi hija!" exclamó el Rey con una carcajada. "Pero algo así suponía... no sé cómo lo hiciste, pero eres maravillosa, cariño. Ah, envejeceré, pero tendré una preocupación menos... tranquilidad."

La Reina respondió: "Cariño, el Duque de Cork es muy joven y en su mente solo existen las palabras 'espada' o 'negocios'. Así que no opté por luchar, sino por negociar. Le prometí, como Reina de Deira, que si accedía, vos decretaríais que sus tierras y bienes no podrían ser tocados ni siquiera por la realeza."

"¡Madre!" exclamó el Príncipe Miler. No podía creer hasta dónde habían llegado solo por casar al duque. Continuó su oposición: "El Duque de Cork es un hombre muy poderoso. ¿Cómo sabremos que un día no se opondrá al reino y nos traicionará? Si hacemos eso, no podríamos doblegar su voluntad."

La Reina y el Rey estaban seguros de una cosa: la fidelidad de Erik. No podían olvidar la primera vez que lo conocieron. Tenía tan solo 12 años y ya podía manejar una espada con destreza. Había crecido en un mundo lleno de dolor; la muerte de sus padres a manos de los bárbaros lo había vuelto un hombre impulsado por el odio a ser fuerte y hábil con la espada.

Erik había salvado la vida de la reina cuando se dirigía en su carruaje con la princesa a uno de los poblados para realizar obras de caridad a las familias afectadas por los bárbaros. El filo de la espada del enemigo estuvo a punto de cortar su garganta mientras abrazaba a su hija, que tan solo tenía seis años. Pero un niño salió de entre los árboles y, con una agilidad impresionante, acabó con todos ellos. El Rey Evan quedó sorprendido al ver la escena de los hombres muertos en el suelo, y no podía creer la historia contada por su esposa. Así que le ofreció a Erik una vida cómoda en la realeza, pero este únicamente pidió ser parte del ejército de Deira e ir a la guerra. Era un alma sin vida que, con el paso de los años, había cumplido la venganza por la muerte de sus padres y ahora necesitaba otro motivo para seguir adelante... Y para los reyes de Deira, el matrimonio era lo que le faltaba al Duque Erik de Cork.

La Reina tomó las manos de su hijo y le dijo: "Hijo mío, Erik jamás nos traicionaría. Él tiene un lazo irrompible con tu padre y conmigo. Si aún fuera despojado de toda su riqueza, aun así acudiría a nuestro llamado de auxilio. Así que trata de mantenerlo a tu lado, él debe convertirse en tu mano derecha también cuando seas rey."

El príncipe Miler desconocía los hechos del pasado y el lazo que los unía, pero sabía que sus padres amaban a Cork como a otro hijo más. Y, a pesar de que el duque no era muy afable y se mostraba esquivo al afecto de sus padres, reconocía que los respetaba y daría la vida por ellos.

El príncipe, al despejar todas sus dudas, preguntó a sus padres: "Madre y padre, ¿con quién piensan casarlo?"

El Rey respondió con orgullo: "Bueno, hubo un momento en que pensamos casarlo con tu hermana. Como sabes, la pobre se desvive por él, pero solo sufriría rogando por un poco de afecto. La idea fue inmediatamente descartada, aunque pensamos en sus sentimientos. Además, no estaba calificada. Y él dejó claro que no quiere nada con la realeza."

"Entonces, ¿quién es su futura esposa?" preguntó el príncipe.

"Será la hija del Duque de Lennox, la señorita Isabella," contestó la Reina muy feliz.

El príncipe Miler sintió, ante su respuesta, como si un rayo hubiera caído sobre él. ¿Acaso su hermana y él estaban destinados a sufrir por su primer amor? El príncipe solo sonrió, pero su corazón sintió dolor al saber que Isabella sería la esposa del duque. No podía oponerse a la decisión de sus padres, una decisión que, aunque dolorosa para él, era para el bien del reino.

...^^Autora^^...

...Gracias por el apoyo de sus 👍...

CAPÍTULO 3 DESTINADA

La familia real y los duques más cercanos a la corona de Deira gozaban de un privilegio inigualable. Sus hijos tenían acceso a una educación de élite, una amalgama de ciencias y artes que los preparaba para administrar los vastos negocios de sus familias. Por tradición, el primer varón nacido era el heredero principal, no solo de la fortuna, sino también de la mejor educación, casi a la par de los príncipes, siempre y cuando la familia mantuviera una cercanía constante con el Rey.

El Ducado de Lennox no tuvo la misma fortuna. La familia había sido bendecida con tres hermosas hijas, pero ningún varón. Según la ley, la hija mayor, Isabella, heredaría la vasta fortuna familiar y el apellido. Sin embargo, si se casaba, su esposo, por ser hombre, se convertiría automáticamente en el dueño de todo, y el linaje de los Lennox se extinguiría en el nombre. Mientras esta situación se debatía, Isabella, la mayor de las hermanas, debía hacerse cargo de los negocios familiares, una responsabilidad inmensa para una joven.

Esto llevó a que la educación de Isabella fuera una prioridad. El Rey Evan, en un gesto de gran magnanimidad, hizo una excepción con la familia Lennox. Permitió que Isabella fuera educada en la escuela real, junto a los varones, algo inaudito para una mujer de su rango. Esta excepción, sin embargo, venía con una condición: en el momento en que la realeza solicitara un favor de la familia Lennox, este debía ser concedido sin objeción. Además, se permitió que, si Isabella o sus hermanas tenían un varón, este podría heredar el apellido Lennox, asegurando que el linaje no se perdiera para siempre.

En la escuela real, el Príncipe Miler conoció a Isabella. Él era un niño de diez años y ella, una niña de solo siete, que era llevada a diario a un mundo dominado por varones. Al principio, fue despreciada, su presencia considerada una intrusión en un espacio sagrado para los hombres. Sin embargo, con su encanto natural y una inteligencia que superaba a la de muchos de sus compañeros, Isabella logró ganarse el respeto de todos. El Príncipe Miler la admiró desde el primer momento y se enamoró a primera vista. No fue un amor ruidoso ni expresado; era un sentimiento que atesoró en silencio en su corazón. Solo cruzaban palabras de vez en cuando, pero cada conversación era un tesoro. Miler soñaba con convertirla en la princesa heredera, no solo por su innegable belleza y agudeza mental, sino porque reconocía la dulzura de su corazón.

Dejó de verla a diario cuando Isabella cumplió los quince años. A esa edad, entró de lleno en la administración de los negocios de su familia. Aunque Isabella visitaba el palacio de vez en cuando, Miler siempre estaba ocupado con sus compromisos reales, y sus caminos no volvieron a cruzarse.

Isabella también era muy apreciada por el Rey y la Reina, quienes la invitaban a tomar el té de vez en cuando. Era una situación que complacía enormemente a la familia Lennox y al propio príncipe. Todo el reino especulaba que tal aprecio de la realeza solo podía significar una cosa: Isabella estaba destinada a convertirse en la princesa heredera y futura reina. Pero los reyes jamás insinuaron tal cosa. Y al escuchar el Príncipe Miler que ella sería de otro hombre, sintió que su corazón se rompía en mil pedazos. Solo podía observar cómo sus padres se regocijaban por su gran hazaña.

El Rey se levantó de su asiento y manifestó que iría a buscar al Marqués para que enviara una carta a los Duques de Lennox, solicitando su presencia en el palacio. Con un beso en la frente a su esposa, se retiró, no sin antes dar una última orden a su hijo: "Habla con el Duque de Cork y busca la manera de que mueva su trasero a las provincias en la frontera para contraatacar a esos bárbaros. Debemos aprovechar su venida. Es muy seguro que descansará, pero se moverá mañana por la mañana a su ducado." Con estas palabras, se marchó.

La Reina Vera, que conocía el corazón de su hijo como la palma de su mano, sabía el dolor que, como padres, le habían causado. Miler había amado a Isabella en silencio durante muchos años, pero la joven ya había sido destinada a Erik desde que era una niña. La Reina sabía que debía ayudar a su hijo a seguir adelante. Con un gesto sereno, tomó la tetera y sirvió té para los dos. Levantó su taza, bebió un sorbo y lo instó a él a hacer lo mismo.

Después de organizar sus palabras, expresó a su hijo: "Una madre siempre conoce el corazón de su hijo. Sé que desde el momento en que conociste a Isabella la amaste en silencio. Es una buena chica, inteligente, dedicada y responsable. Tiene todas las características necesarias para ser la nueva Reina de Deira y la mano derecha del futuro Rey."

Miler, desconcertado por las palabras de su madre, respondió con voz ahogada: "Si, madre, conoces mi corazón y mi dolor, ¿por qué la arrojáis a los brazos del Duque de Cork, un hombre frío y de mal humor? ¿Acaso no soy yo un mejor pretendiente para ella? Madre, vos misma habéis dicho que Isabella tiene la fortaleza para ser una reina, explicadme, Su Majestad, tal decisión." El príncipe se sentía agobiado. No solo había sido descubierto por su madre, sino que ella misma reconocía el valor de Isabella, y aun así, elegían a Erik por encima de él.

La Reina, con una calma que lo desarmó, tocó el rostro de su hijo. "No midas el amor, Miler. Tú, Anna y Erik son nuestros hijos. Nada más que uno es testarudo y algo rebelde... Erik me salvó la vida a mí y a tu hermana hace quince años. Era solo un niño de doce años que empuñaba una espada. Vi tristeza en sus ojos, pero también mucha venganza. Tu padre, por su acto tan valeroso, le concedió una vida de lujos y tranquilidad, pero él la rechazó. Solo pidió que se le permitiera unirse a la caballería militar. ¿Cómo un niño de esa edad podía pensar en ir a la guerra? Erik era diferente, así que tu padre le concedió su deseo. De esa manera, Erik fue fortaleciendo su espíritu durante años en medio de la guerra. Y en medio de toda esta situación, un día, los Duques de Lennox solicitaron una audiencia con el Rey, informando que no tenían heredero varón y solicitando que su patrimonio fuera heredado por uno de sus nietos, y no por el esposo de sus hijas como se acostumbraba, ya que no deseaban perder su linaje."

La Reina hizo una pausa, sus ojos se llenaron de un brillo nostálgico. "El Rey Evan miró a los ojos de Isabella, que tan solo tenía cinco años. Era una niña tranquila y obediente, así que decretó que Isabella sería educada con la realeza y ella heredaría la riqueza del Ducado de Lennox. La familia Lennox quedó sorprendida por la decisión del Rey, al ver cómo él vio favorablemente a Isabella, pero a cambio, solicitó a la familia de los duques que en el momento en que la familia real solicitara un favor, ellos debían concederlo sin objetar. Además, Isabella no podría comprometerse con nadie sin su aprobación. Hijo mío, tu padre ya había elegido el destino de Isabella y Erik, incluso antes de que tú la conocieras."

El Príncipe Miler comprendió entonces la verdadera razón del aprecio de sus padres por Erik. No era que existiera un lazo irrompible entre ellos, sino que sus padres habían creado esos lazos, dejando al Duque Erik atrapado en su destino. Además, se dio cuenta de que había perdido en el amor quince años atrás, antes incluso de que su corazón se atreviera a amar. Su alma se desgarró en un sollozo, y se dejó caer en el hombro de su madre. La Reina lo abrazó, dándole palmaditas de aliento. Ella sabía que en algún momento esto sucedería, pero desconocía la profundidad del amor de su hijo por Isabella. No había nada que pudiera hacer, a menos que Isabella se negara a casarse con el duque.

Miler lloraba desconsoladamente, desgarrando cada pedazo de su corazón roto. Se aferró a los brazos de su madre, intentando calmar su alma y decirle a su corazón que hasta allí había de llegar su amor por Isabella. La Reina lo sostuvo, su propio corazón latiendo con el dolor de su hijo, mientras la pesada verdad de sus decisiones se asentaba en el jardín, un lugar que antes era su refugio y ahora, un testigo de su dolor.

...^^Autora^^...

...Gracias por el apoyo de sus 👍...

Download MangaToon APP on App Store and Google Play

novel PDF download
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play