Relatos, Vol1
Relato 1
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-Ese uniforme te queda horrible-
Gritó ella de unos 20 a 25 años.
Desvíe mi mirada y evite verla a los ojos. En vos baja dije:
Al día siguiente la misma joven estaba allí de nuevo. Al igual que ayer, se encontraba sentada bajo la sombra de un árbol a orillas de un río, el cual miraba detenidamente. Hoy se veía turbulento.
Dije con nerviosismo y en vos baja.
Aparte mi mirada, otra vez. Camine con cautela, en silencio hacia el puente que estaba no muy lejos de ella. para escapar y llegar al otro lado de la ciudad.
Alguien se acercó y me susurro al oído:
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- Esa bufanda es asquerosa-
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-p…p… pero como llegaste hasta acá?-
Se acercó más de lo necesario, como si fuese a darme un beso, y creí que lo iba a hacer, pero no sucedió, en cambio, fijo sus ojos en los míos y yo no pude evitar fijarme en los suyos.
Ya que en ellos vi lo que siento por mí. Desprecio. Dila vuelta y busque otro camino.
Llevaba mucho sin verla. Tanto que ya hasta me había olvidado de que ella existía.
Pero un día solo apareció, me tomo de la mano. Me jalo con fuerza y caí.
intentando parecer furioso, aunque no lo estaba ni un poco.
Ella hizo un gesto de disculpa inclinado su cabeza. Me tomó de ambas manos y me levanto del suelo, no me soltó. Me sonroje e intente decir, mejor dicho parafrasear algo, pero me interrumpió.
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-Saltemos del puente juntos, el río está turbulento y hondo-
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-quiero morir, pero me da miedo hacerlo sola-
Al escuchar aquellas palabras, de mí brotaron cálidas lágrimas de felicidad.
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-De ti escuché aquellas palabras que tanto me costaban decir, soy un cobarde, egoísta y repugnante s…-
Me frenó y no me dejo terminar.
Con los ojos rojos y las mejillas rosas dijo:
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-Conozco tu alma y yo la mía, no nos castiguemos más, no somos culpables ni arrogantes, solamente buscamos la felizidad.-
sé que todo esto fue superficial, pero para mí era suficiente
asentí y detuve las lágrimas que amenazaba con desbordarse. Avanzamos entrelazando nuestros dedos, mientras nos acercábamos a nuestro destino final. Al llegar, nos detuvo un barandal del antiguo puente de la ciudad, apoyándonos el uno en el otro subimos por encima y mantuvimos el equilibrio.
Mientras mis ojos se perdían en el ocaso agonizante, me despedía, en silencio, de esta primavera cruel que se desvanecía.
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