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SILVER

I

Si había algo peor que ser un fantasma amarillo eso era ser un fantasma gris.

El amarillo odiaba serlo solo por su desagradado al color y no por algún significado o algo especial que tuviera implicado el ser un fantasma amarillo, pero él, que molestia implicaba ser de color gris.

De no ser por el brillo inusual su piel se vería igual que un cadaver (aunque de hecho estaba muerto, ya no era un ser orgánico) de un enfermizo tono de gris; a lo único que ese color había hecho relucir para bien era su cabello brillante y platinado, sin duda más bonito y llamativo que el que tenía antes.

Los mortales solían señalar a los colores opacos como fuentes de cosas malas; tachaban al negro como el color de lo maligno y al gris de lo depresivo. No podía juzgarlos pues él mismo había pensado lo mismo cuando estaba vivo, pero ahora siendo una entidad bañada casi por completo de ese color le era difícil no molestarse con los vivos y los muertos que seguían pensando así.

Se supone que al morir y llegar a la ciudad fantasma uno dejaría esas creencias de lado pero no es así, para su mala fortuna varios de los habitantes en aquella ciudad se alejaban de él tan solo por su color, pues estos lo creían rebelde, complicado y con mal genio.

Leo podía ser algo sarcástico a veces y normalmente solía irritarce por nada pero eso no significaba que fuera una mala persona o anduviera por ahí molestando a los demás.

En vida se la había pasado viajando de un lado a otro sin preocuparse por tener que formar lazos con otras personas y en su muerte había sido igual; solo pasear sin rumbo por la ciudad, daba igual si quisiera cambiar o no después de todo nadie quería relacionarse con él ahora por su color. Leo era conciente que habían más fantasmas con el mismo color pero a lo largo de su estadía en aquel lugar solo había visto a unos cuantos, lo que no le sirvió de nada pues estos eran incluso peor que él, parecían automarginarse del resto de la comunidad fantasma. No podía creer que sus hermanos de gris se etiquetaran a si mismos apartándose de los demás y transcurriendo las calles de la ciudad como meras sombras; ni siquiera los negros -presuntos poseedores de maldad y oscuridad- se comportaban así, pues se había encontrado con algunos en grupos siendo muy sociables.

Por mucho tiempo le gustó que fuera así, jamás lograba entenderse con las demás personas e incluso llegó a sentirse cansado luego de entablar conversación con alguien pero ahora era diferente, se sentía solo.

Fue curioso, jamás llegó a sentirse así cuando estaba vivo y solo pudo sentir la necesidad de una compañía ahora como un fantasma y ni siquiera sabe el porque de su dicho anhelo ¿Qué sería aquello que lo hiciese anhelar a alguien?.

No lo sabía pero entonces se decidió. Encontraría a alguien que le ayudará a dejar de sentirse solo.

II

Era muy diferente pensar en hacer las cosas que llevarlas acabo. Incluso ahora sin todas aquellas reglas o cosas banales que en el mundo mortal eran muy importantes y las principales razones por las que Leo no era capaz de entablar una conversación con otro ser humano le resultaba terriblemente difícil acercarse a otro e interactuar con él.

No recordaba que fuera tan difícil. En su vida pasada era el miedo a hacer algo mal lo que lo orillaba a apartarse se los demás, pero ese no era el caso ahora y aún así se sentía incapaz de lograr su objetivo por una simple razón: Ya no recordaba como era acercarse a alguien más.

Sin dudas el haber pasado tantos años limitándose a relacionarse con solo un puñado de personas y otros años más (aunque ya no estando vivo) alejado por completo del resto había tenido grandes consecuencias que no le habrían molestado de no ser porque ahora deseaba llevarse bien con al menos una persona, o bueno, fantasma.

Su misión acaba de comenzar y ya se estaba frustrando sin siquiera haberla puesto en marcha. Tenía que tener calma, no podía ser muy difícil; era solo cuestión de acercarce a otro individuo y hacer un comentario casual, una pregunta quizás. Recuerda que las preguntas simples eran muy buenas para dar inicio a una conversación amistosa.

Pero por supuesto eso no era algo que pudiera pasarle a él, después de todo era Leo: el chico al que nunca le sale nada bien.

Aunque está vez debía admitir que se lo había buscado. No se había puesto a pensar que está era la ciudad fantasma; un lugar igual pero diferente al mundo de los vivos, lo que significaba que las preguntas casuales que solían ser las indicadas con los vivos ya no las eran en este lugar. Oh bueno, talvez estaba tratando de ser positivo al pensar en ello como la principal razón por la que le estaba resultando difícil pero en el fondo sabía que tenía más de culpa su color y la mirada fría y distante que tenía y le era difícil tratar siquiera de cambiarla.

Veintiocho fantasmas después se sentía hastiado. Muchos de ellos no le dieron una oportunidad de hablar y solo huyeron de él asustados o molestos, otros se quedaron pero era evidente su incomodidad ante la presencia de chico gris; y luego estaban los peores, aquellos fantasmas que le habían dado esperanzas al hacerlo sentir bienvenido a hablar con ellos para al final hacer (aunque normalmente por accidente) que está vez sea él el incómodo o cansado de tanto escucharlos hablar sin parar.

Se sentía mal con sigo mismo al estar poniendo escusas con ellos para escapar de ahí, pues se quejaba cuando alguien no quería hablar con él y cuando al fin encontraba a un fantasma dispuesto a hacerlo era el quien se alejaba. No podía evitarlo, no pudo sentirse agusto con ninguno de ellos y sentía que no era lo que estaba buscando.

A los cuarenta se rindió y decidió que las interacciones sociales no eran lo suyo.

Iba sin rumbo por las calles de la ciudad con la vista gacha está vez importandole poco  su porte y dignidad que siempre llevaba con sigo pese a ser visto como un mal prefacio, hasta que un toque en su hombro izquierdo lo hizo detenerce.

III

– ¡Hola! Eres el chico desesperado, ¿no?

– ¿Qué?

Alto, rojo y algo atemorizante, así era el chico con el que se topo al darse la vuelta luego de que este lo tomara por el hombro. Su cabello parecía de sangre al igual que sus ropas —las cuáles, aparentemente, había decidido dejar de ese color—, sus ojos eran algo más oscuros lo que le hacía tener una mirada penetrante y todo lo demás de su figura era de un rojizo más claro. Parecía sacado de una película de terror o alguna película extraña pero no era su apariencia lo que le desagrado y puso de malas; más bien era cosa de su rara forma de dirigirse a él.

– Mi nombre es Francisco, ¿Cuál es el tuyo?

Con desagrado, Leo retiro la mano ajena de su hombro y retrocedió un paso.

– ¿Quieres qué te lo diga luego de tu comentario grosero?

Notando que el desagrado del chico gris era encerio levanto las palmas en son de paz y se disculpó con él.

– Se me soltó la lengua, lo siento. A veces me es difícil controlarme pero no quería ser grosero.

– Pues lo hiciste.

– Vamos, ya me he disculpado. Empecemos otra vez: Soy Francisco, ¿cuál es tu nombre?

Dudando un poco pero con el humor ya más tranquilo decidió ceder.

– Leo.

– Un gusto, Leo. Te he visto un par de veces merodear por ahí relacionandote con algunos fantasmas.

– ¿De ahí viene lo del "Desesperado"? ¿Solo porque me has visto socializar?

– Si es que a eso se le puede llamar socializar.

Rodando los ojos y no estando dispuesto a soportar a aquel fantasma, Leo se dió la vuelta y siguió su camino, aunque ya había olvidado hacia donde se dirigía.

– Oye, ¡Oye¡ Espera. En verdad no quería decirlo así.

– No te está saliendo muy bien eso de no querer y terminar haciéndolo ¿eh?

– Como dije, me es difícil controlar esa parte mía.

– Pues ve a tratar de controlarte con alguien más, no tengo tiempo.

– ¿Es encerio? Somos fantasmas, tenemos todo el tiempo del mundo. Oye no aceleres, de verdad quiero hablar contigo.

Sus palabras sorprendieron a Leo pero no lo demostró y mucho menos dejo de caminar; al contrario solo le respondió curioso.

– ¿Por qué?

– La verdad no estoy muy seguro, solo te ví por ahí tratando de encajar con los demás y me paresiste interesante. Pensé: oye, ese chico solo quiere hablar con alguien, y entonces recordé que hace un tiempo que yo tampoco he hablado con otro fantasma.

Leo se detuvo por fin y espero a que esté lo alcanzara y se situará a su lado para continuar.

– Entonces decidiste hacer una obra de caridad y te acercaste por lastima. No es por nada pero esas cosas son asuntos que debes hacer en el mundo de los vivos, no aquí.

– Talvez debería sentirme halagado, no suelo acercarme a los demás por lastima. Al contrario, me pareciste un buen tipo a pesar de tu ceño fruncido y pensé que podríamos llevarnos bien.

– ¿Solo me viste por las calles y decidiste que podríamos simpatizar?

– ¿No es así como suelen comenzar las amistades? Podríamos tratar de conocernos, quién sabe y podría salir algo muy bueno.

«O algo muy malo» Pensó pero no expreso; si continuaba siendo así de pesimista jamás lograría su objetivo.

Entonces, solo se limito a aceptar.

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