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Iskies: El Camino De Los Muertos

Prólogo

Según las historias que me contaba mi madre, la humanidad solía estar rodeada de tecnología y grandes ciudades de acero, incluso hasta podían volar y crear todo tipo de aparatos con solo imaginarlo. Cuando era pequeña, solía pensar en lo genial que era vivir en una utopía como aquella, donde todos éramos iguales y podíamos vivir de la manera que quisiéramos sin importar tu etnia o sexo. Pero a la misma vez, pensaba que era demasiado bueno para ser verdad.

Ahora nos veíamos obligados a vivir bajo tierra, debido a los demonios que plagaban la superficie. Esos eran llamados Iskies, criaturas demoníacas que poseían cadaveres y devoraban las vidas de aquellos que caían en sus garras. ¿Cómo llegamos a esta situación? Nadie sabe con exactitud.

Se dice que en el pasado, la humanidad quiso saber sobre ellos mismos y al no poder controlar su curiosidad, terminaron trayendo a la luz cosas que no debían saberse. Producto a ello, las puertas del infierno se abrieron y las criaturas del abismo empezaron a devorar todo lo que veían en su camino.

A veces intento imaginar que encima de mi cabeza hay un cielo azul inmenso plagado de nubes blancas, pero cuando caigo en la realidad y descubro que encima de mi solo hay un enorme techo de piedra, metal y tuberías, no puedo evitar sentir una gran decepción.

Irónicamente, esta sociedad puede seguir viviendo precisamente por los mismos Iskies. Descubrimos que sus cuerpos poseídos tienen una gran energía, por lo que eso nos sirve para mantener esta ciudad chatarra a flote. Ahí es donde entra mi familia, los únicos que pueden salir a la superficie y cazar Iskies para recolectar Kitts, la energía necesaria que solo se puede obtener con una espada chupa energías (cómo le digo yo) y un enorme tanque de metal en la espalda que permite el almacenamiento de dicha energía.

Según mi padre, el cielo en el exterior no es como lo pintan los libros. Nubes oscuras cubren constantemente todo el cielo como un enorme manto, impidiendo la entrada de la luz solar, uno de los principales medios de energía renovable de antaño. Incluso si hubiera sol, sería bastante difícil ya que tarda mucho su recolección (más ahora que la tecnología escasea).

También es bastante difícil recolectar combustible fósil, ya que eso representa un riesgo para la cuidad. Los ingenieros creen que si continuamos cavando, el suelo podría ceder y terminar destruyendo lo poco que tenemos, por lo que definitivamente no es una buena idea.

Como verán, no tenemos opción más que salir y enfrentar todo tipo de seres salidos de las peores pesadillas para recolectar ese precisado Kitt.

Sin embargo, lo que más me molesta de todo esto, es que ni siquiera puedo hacer algo para ayudar en verdad. Todos los hombres de nuestra familia salen y enfrentan el peligro, gracias a eso el gobierno nos premia y nos da cierto “status especial” sobre todos los demás; después de todo son la principal línea de defensa y ataque. Pero lo que más me enoja de todo esto es… que a nosotras las mujeres no nos dan la opción de elegir quien queremos ser.

Siempre soñé con salir al exterior y luchar al lado de mi padre, mis tíos, primos y principalmente… al lado de mi egocentrico hermano mayor. Pero eso es algo ciertamente imposible para mi ahora mismo.

Mi vida está totalmente limitada a vivir encerrada en esta maldita ciudad chatarra.

Sin embargo… estaba muy equivocada. Ahora desearía volver a esos días en los que vivía en paz.

Sin duda, nadie nunca aprecia lo que tiene.

1. Limpiando la mugre

...Dedicado a todas esas valientes mujeres que lograron cambiar su vida con su propio esfuerzo y nunca se rindieron en el camino.💪...

NAKKSU

Me encuentro cepillando con fuerza el suelo de madera sosteniendo un escobillon de mano. El sudor me corre por los costados y me limpio con el dorso de la mano liberando un suspiro de cansancio.

El vestíbulo de la casa era enorme, y aún me quedaba por limpiar la gran escalera. La falda de mi vestido ya estaba mugrosa y mojada por estar tanto tiempo arrodillada, por lo general no vestía de esta manera, pero esta vez era la excepción. Odiaba hacer este tipo de cosas, de hecho, odiaba todo lo que tenía que ver con tareas del hogar.

Pero no tenía más opción.

Volví a suspirar y me puse en pie un momento para estirar los músculos entumecidos. En el vestíbulo, justo a un lado de los ventanales en forma de arco, había un gran espejo de cuerpo completo que en ese instante mostraba mi horroroso ser. Era una chica por lo general algo bajita pero de piernas anchas y bien tonificadas. El cabello rojo, rizado y rebelde, estaba oculto bajo un pañuelo color caca que definitivamente me quitaba puntos de belleza. Algunos rizos se escapaban del elaborado moño y aterrizaban en mi rostro en suaves ondas escarlatas. Uno pensaría que al ser pelirroja, mis ojos serían de un color verde llamativo, pero me había tocado la parte más corta de la pajita.

Mis ojos eran demasiado grandes para mi rostro redondo y pequeño, dándome un aspecto inocente que lo único que provocaba era que la gente no me tomara en serio. Eran de un color muy extraño que oscilaba entre el marrón y el… ¿amarillo? La verdad, no estoy segura.

Me acerqué al espejo y coloqué mi mano en el reflejo, conectando con mi otro yo al otro lado. Recosté mi frente en la superficie plana y suspiré nuevamente.

«Odio mi vida»

En ese mismo instante, las puertas dobles del vestíbulo se abrieron de par en par provocando que se adentrara el característico olor del aire concentrado y el humo del exterior. Imperceptiblemente hice una mueca de asco y rápidamente corro hacia mi anterior posición, donde se encontraba mil balde agua sucia y mi escobillon de mano.

Fingí estar concentrada en mis tareas de limpieza mientras por el rabillo del ojo observaba cómo se adentraba un grupo de hombres altos y fornidos. Todos estaban vestidos de negro, y tenían un aspecto ciertamente sucio y desaliñado. Sus ojos se veían algo apagados, pero era normal eso en ellos al llegar de una misión.

Ninguno de ellos me miró mientras caminaban por el lugar que había limpiado, sin importar que sus botas llenas de fangos arruinaran todo mi esfuerzo de limpieza. Todo mi cuerpo se tensó por la ira emergente que comenzaba a subir por mi garganta en forma de palabras hirientes, y al levantar la mirada dispuesta a protestar, me encontré con los ojos verdes de mi hermano mayor Tobías, el cual iba acompañado de mi padre Ren, el jefe de la familia.

Ambos se detuvieron en mi presencia mientras los demás hombres de la familia subían las escaleras notablemente agotados, seguramente hacia sus respectivas habitaciones.

Mi padre era un hombre más que intimidante. Era más grande que mi hermano mayor, sus ojos eran de un color muy similar a los suyos y la piel de su cuello y rostro estaba surcada de cicatrices viejas de batalla. Recuerdo que antes solía admirarlo por todas las historias que escuchaba constante sobre él y sus aventuras en el mundo exterior, pero ahora mismo no podía evitar mirarlo con puro resentimiento ardiendo en mis ojos.

—Veo que ese fuego en tus ojos aún no se apaga —espetó con desprecio en su voz. Se agachó ante mi y todo mi cuerpo se tensó ante su cercanía— Deja de mirarme a los ojos si no quieres que te vuelva a castigar, Nakksu.

Ante esas palabras, las heridas aún frescas en mi espalda provocaron punzadas dolorosas y no pude evitar que mi mirada titubeara hasta por fin caer a mis manos en el suelo mojado.

Mi padre se puso en pie y continuó con su camino, volviendo a ignorarme como siempre hacía. El único que se quedó fue Tobías. No pude evitar sentir vergüenza ante él. No sabía por qué, pero odiaba que mi hermano me viera de esta manera tan débil.

—¿Estás bien? —preguntó para mi mayor sorpresa. Lo miré anonada sin poder creer que mi hermano se preocupara por mi. Normalmente siempre me ignoraba o hacía como si no existiera. Siempre pensé que tal vez me odiaba como mi padre.

—Si —respondí fríamente poniéndome en pie y agitando mi falda con mis manos, retirando un poco de la mugre que la manchaba— ¿Puedes irte? Aún me queda muchas cosas por hacer y tendré que volver a limpiar lo que ustedes ensuciaron —intenté sonar lo más neutral posible, pero no pude evitar que un poco de mi odio y desprecio acumulado se mostrara en mi tono de voz.

Cuando volví a levantar la mirada y mis ojos conectaron con sus ojos verdes, no pude evitar sorprenderme. Una expresión triste dibujaba todo su rostro y por un segundo creí que me abrazaría, pero solo se limitó a asentir con la cabeza y se retiró rápidamente como si intentara huir de mi.

Anonada, contemplé como su espalda ancha se alejaba de mi persona. Mi mente intentó buscarle un sentido a esa mirada que me había dado, y lo que descubrió definitivamente no me agradó.

¿Tenía lastima de mi?

«No quiero su maldita lástima»

Enojada pateé con fuerza el balde de agua sucia provocando que el contenido se dispersara por todo el suelo de madera. Me quité el delantal de un solo manotazo y lo lancé al suelo como si fuera la culpable de todo mi malestar. Tenía que irme de ahí, de lo contrario terminaría haciendo una locura.

Atravesé la puerta principal sin molestarme en cerrarla. Bajé las escalinatas, atravesando un pequeño campo de tierra hasta llegar a la verja donde más allá se mostraba él tumulto de las personas de la cuidad, caminando de un lado a otro como si su vida dependiera de ello.

Sabía que al volver, me esperaba una gran reprimenda, pero en este instante solo quería sentir el ardiente sabor del alcohol en mi paladar.

2. Ciudad de chatarra

NAKKSU

Celestia era todo menos celestial.

Era una ciudad industrial, que antiguamente había sido creada con las mejores intenciones, pero el resultado final fue una ciudad llena de basura, chatarra y contaminación. A pesar de estar bajo tierra, el humo oscuro de las chimeneas de los bitrenes (el único medio de transporte de la cuidad), cubría por completo las alturas simulando una especie de cielo nublado. Ocultando así el alto techo de acero y piedra que cubría nuestras cabezas, separándonos de la peligrosa y desolada superficie plagada de Iskies, espectros que poseían cadaveres y perseguían todo lo que se movía, hambrientos de la vida y deseosos de expandir la muerte por todas partes.

Sin embargo, ese no era el único problema que teníamos en este momento. Además de la contaminación y la poca higiene de la ciudad, la sobrepoblación también era un problema. Los expertos calculaban que en unos 10 años como más, la ciudad superaría su capacidad de vida. Si no se creaba un plan de control de natalidad pronto, las cosas empeorarían rápidamente.

De hecho, precisamente estaban hablando de eso en una de las enormes pantallas holograficas en el edificio central del gobierno de la ciudad. Entre tantos edificios de chatarra y materiales de poca calidad, el edificio del gobierno era el que mejor condiciones tenía. Las elecciones presidenciales estaban cerca y uno de los candidatos hablaba sobre si quedaba electo, emplearía un plan de control de natalidad que nos ayudaría a aguantar por lo menos una década más. O al menos eso es lo que decía, la verdad es que no se le podía creer mucho a los políticos.

Suspiré y continué con mi camino entre la calle llena de personas. El aspecto de todos se asemejaban mucho entre ellos. Las ropas se veían sucias y de colores apagados. La mayoría de los habitantes comunes trabajaban en las fábricas de Módulos, el único alimento que comíamos por aquí. El resto o trabajaba en el gobierno, o en las pocas granjas que hacían alimentos explícitamente para los más privilegiados.

Hubo un tiempo en el que pertenecía al sector “afortunado” de la sociedad, pero ahora, no era muy diferente al resto a pesar de pertenecer a la rica y famosa familia Clear. De hecho, con esta vestimenta sucia y apagada, me confundía fácilmente con el resto.

No tardé en llegar a mi objetivo. En un callejón oscuro a un lado de la calle principal, se encontraba mi lugar secreto. Un pequeño bar de aspecto inmundo como todo lo demás.

Ni mi hermano, ni mucho menos mi padre, sabían de este lugar tan preciado para mi. El único lugar donde podía ser yo misma sin ser juzgada por los demás.

Abrí la puerta de la estancia y el tintineo de la campana no tardó en sonar, anunciando mi llegada. El lugar estaba tan vacío y desolado como siempre, a estas horas, la gente estaba demasiado ocupada o cansada para venir a beber.

El lugar era bastante pequeño, las paredes tenían distintas superficies, como si hubieran sido hechos de todo tipo de láminas metálicas de distintos colores y tamaños.

Todas las mesas estaban hechas de materiales reciclados. La madera era un lujo aquí, después de todo, los árboles solo ocupaban espacio tan necesario ahora mismo. Me dirigí a la barra, donde se encontraba el dueño limpiando algunos vasos metálicos.

—Hola, que tal —lo saludé con una sonrisa y me senté en uno de los espacios libres en la barra.

—Vaya vaya, la princesa en persona me digna con su presencia —espetó él con un tono de voz exageradamente formal y no puedo evitar poner los ojos en blanco.

Era un muchacho de más o menos mi edad. Prácticamente nos conocemos desde pequeños, por lo que nuestra amistad es muy longeva. Era alto y delgado, los pómulos de su rostro se veían algo hundidos, pero eso era algo normal en él. Su cabello era de un rubio bastante llamativo y raro por aquí, y sus ojos del azul más claro jamás visto.

Sin duda alguna, su aspecto llamaba mucho la atención entre todos los demás.

Coloqué mi codo encima de la barra y apoyé mi rostro sobre mis nudillos. Ciertamente tenía los ánimos por los pisos y Carlis lo notó de inmediato porque enseguida procedió a servirme un trago en uno de sus horribles vasos de metal.

—¿Mal día? —inquirió con solo verme a la cara.

—Pésimo día —bramé abriendo los ojos con molestia.

Agarré mi bebida y me lo tomé de un solo trago. El fuerte líquido caliente bajó por mi tráquea provocando una mueca de asco hasta finalmente caer en mi estómago vacío en ese momento, como una bomba de químicos fuertes.

Carlis suspiró con una sonrisa y se inclinó sobre la barra, apoyando sus antebrazos en la superficie metálica.

—De acuerdo, ¿cuéntame que pasó ahora? ¿Volviste a provocar a tu padre?

Enojada, golpeé la parte inferior del vaso metálico contra la barra y respondí.

—No tuve remedio, odio que me trate como su puta sirvienta.

Carlis suspiró y se alejó de la barra para servirme otro trago.

—Aún ahora, no entiendo por qué tienes esa obsesión de ir a la superficie.

De un manotazo le quité el envase y la botella de sus manos y me bebí el líquido directamente de la boquilla.

—No lo entenderías —concreté—, las mujeres somos como esclavas en esa familia. Nuestro único deber es parir como animales y tener más futuros guerreros. Creo que somos la única familia en toda Celestia que se le permite tener hijos en grandes cantidades. Es jodidamente repugnante…

—¿Y de que te quejas? ¿Hasta yo quisiera vivir rodeado de comunidades sin tener que preocuparme de perder mi vida en el exterior.

—¿Qué clase de vida sería esa? —volví a beber un sorbo directamente de la botella— No lo entiendes porque eres hombre. No tienes ni idea de lo horrible que se siente no ser escuchada ni apreciada.

Claris se pasó la mano por su cabellera rubia.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Huir? No hay muchos lugares donde esconderse estando bajo tierra.

Fruncí el ceño y volví a beber de mi preciado amigo llamado alcohol. Aunque fuese mi mejor amigo, no confiaba en él lo suficiente como para contarle mis planes de huida.

Y no precisamente aquí abajo.

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