NovelToon NovelToon

El Monstruo De Santiago

Capítulo 1

^^^Este libro está dedicado a todos los gatos del mundo, guardianes de las almas y protectores de todos los secretos del universo.^^^

Prólogo

Kiu.

Ese día hice un trato con los Doce Kutimaj que vivían sobre las inmensas llanuras del Hejmo. Recuerdo que sus ojos me miraban con un destello de diversión. Los Doce siempre habían sido admiradores de las apuestas, un rasgo que compartían con los humanos, seres de su creación a quienes tanto querían.

El Reĝo, junto con los once restantes, eran más grandes que un gato del Tero, pero no tanto como los leones. A diferencia de los gatos terrenales, todos los Kutimaj portaban una corona y una pechera de plata. Los Doce podían hablar, mientras que los terrenales, a pesar de entender todos los idiomas del universo, no podían comunicarse con los humanos.

Todos los gatos del mundo eran los ojos y oídos del Reĝo y los once restantes. Los gatos de la tierra eran guardianes de las almas humanas, y los gatos celestiales eran protectores de los entes universales. Entes como yo, que fuimos creados por capricho de los Doce para cuidar el equilibrio del universo.

Mi nombre es Kiu neniam Mortas, pero en el Hejmo solo soy Kiu.

Ese día lancé los dados al cielo y gané la apuesta. Fue así como el 24 de octubre de 1990, nací de una madre humana en alguna ciudad de un país llamado México. Nací sin poderes, pero con la memoria de mi vida en el Hejmo. En ese momento, el Señor de la Muerte se convirtió en algo más que un humano y mucho menos que un inmortal. El único problema era que no podía haber vida sin muerte, ni luz sin oscuridad. Así que la muerte, en un intento desesperado, buscó a un sustituto.

Capítulo 1

Alberto.

Llegué a la ciudad en un día nublado, justo en el momento en que el día se volvía noche. Las gotas en los cristales del camión se escurrían y se deformaban en un conjunto uniforme que se deslizaba sin prisa sobre la superficie de la ventana.

Afuera había un mundo entero, docenas de personas que se aglutinaban en una pasarela perenne: empresarios, doctores, oficinistas que se tambaleaban sobre la banqueta con un portafolio en mano. El autobús ingresó a la central de autobuses.

Santiago de Querétaro se erguía imponente. El cielo, arracimado de nebulosas espesas, formó un claro que dejó ver la débil naturaleza del último rayo del sol. Había carteles en las paradas de los camiones con la figura sonriente del Gobernador. También había algunos anuncios de refrescos y alguna que otra propaganda del gobierno federal.

Enfrente de mí, una señora de trasero prominente me obstaculizaba el paso en el umbral del autobús. Sus manos rechonchas trataban inútilmente de alcanzar las maletas de la gaveta superior.

—Disculpe, ¿me permite? —pregunté mientras le hacía una seña con la palma de mi mano para que me dejara avanzar.

La señora me miró desconcertada, pero segundos después y de mala gana, se desplazó para dejarme atravesar el pasillo. Con mi maleta en mano, descendí cuidadosamente cada escalón de la salida del autobús.

El aire gélido entumeció mis mejillas. Miré hacia adelante. La terminal de Querétaro lucía abarrotada de gente, la noche comenzaba a mostrarse insegura con su luna risueña. Caminé durante un largo rato. Los comercios de la central de autobuses arrasaban con los recién llegados pasajeros.

Cuando salí de la terminal, lo primero que vi fue una hilera de coches amarillos con cuadros negros. Había que tomar turno para abordarlos, pero era curioso ver a los dálmatas amarillos y negros estacionados enfrente de las puertas eléctricas, esperando y anunciando silenciosos el clima frío de Querétaro.

—¡Por aquí!, ¿a dónde lo llevo? —dijo un sujeto gordo y grasiento que me sonrió.

Mi equipaje aguardaba detrás de mí, temeroso. Miré hacia el cielo. Había un conjunto de edificios nuevos en la ciudad que hacía tiempo no visitaba. Sin pensarlo dos veces, tomé mis maletas y me dirigí a la puerta del taxi. El sujeto regordete suspiró aliviado y tomó mi equipaje. La cajuela del automóvil expedía un olor pútrido. Una vez dentro del coche, mis ojos escurridizos repasaron el entorno. El sol era la luna, las nubes se cargaban de oscuridad y las luces de Querétaro comenzaban a brillar.

—¿A dónde lo llevo? —me preguntó el chofer mientras azotaba la puerta y encendía aquella vieja máquina.

Sonreí.

Un sonido estrepitoso, el glamour cotidiano de la gente, las avenidas repletas y las jacarandas muertas que ondulaban sometidas ante el viento álgido. El mundo circulaba afuera de la ventana, yo adentro con el hedor a vainilla del taxi, mirando por el parabrisas y absorto en el recuerdo. El norte se veía lejos, pero sabía que tarde o temprano llegaría a mi destino.

Itzel me miraba con sus ojos serenos de siempre.

—¿Crees que todo esto tuvo que pasar para que nos conociéramos? —dijo cuando se fue. Después, ella, con su toque de reina y sus labios cerezas, se desvaneció entre las cortinas de la silenciosa noche.

El sonido me despertó. Habíamos llegado.

Abría los ojos con dificultad y me costaba mantenerme despierto.

—Buenas noches —dijo el taxista.

Descendí del coche lentamente y esperé con mi equipaje, solo y aletargado en la recepción del hotel. Me entregaron la llave del cuarto número dieciocho. Al final llegué a salvo a la habitación. Sólo recuerdo que caí dormido sobre la cama sin prepararla.

Malú le maullaba al cielo. Era rojo el día en que murió.

Capítulo 2

Cecilia.

Santiago de Querétaro es una ciudad de la que muchos hablan: artistas, periodistas, amas de casa, abuelos, nietos y perros callejeros. Todos ellos mencionan su recinto sagrado, la cuna de la independencia y los zapatazos de Doña Josefa Ortiz de Domínguez. Esta ciudad es conocida por sus canteras, sus luces al rojo vivo, su histórico río y sus acueductos hipercodificados que cuentan la leyenda de un amor imposible. Los arcos son una obra increíble del misterioso benefactor, el Marqués de la Villa del Villar del Águila, un hombre que, por el amor más bondadoso, edificó una obra tan soberbia.

Todas las semanas, Reporte Querétaro publica en su página de Facebook un apartado llamado: «¿Qué hacer en Querétaro?», en esta sección se habla sobre las increíbles maravillas de la región y sus alrededores: lugares nuevos, restaurantes, hoteles, expediciones a la sierra, etc. Todo parece ser maravilloso, porque, como lo afirma el Gobernador, Querétaro es un estado lleno de dicha; y su capital es una metrópolis en crecimiento, una ciudad donde no hay crimen y donde no pasa nada. ¿Qué podría pasar?, después de todo, esta historia no se trata de lo que sucede, sino de lo que nunca debería haber sucedido.

La mañana inició tan radiante, el lucero del alba y sus cortinas de plata se alzaban prominentes en el cielo. Con un júbilo genuinamente esperado, Cecilia despertó y se desperezó. Con una mano desactivó la alarma de su despertador, y con la otra miró somnolienta la hora: eran las ocho en punto. Lentamente se incorporó y salió de su cama. Sus pies cayeron por inercia sobre sus pantuflas que reposaban en el suelo.

Ricardo Quintana no era feo ni guapo; era un joven de mediana estatura, robusto, de piel cobriza y barba abundante. Estaba allí, como era costumbre, sirviéndose un plato de cereal con una maestría impresionante.

—Buenos días, bella durmiente —dijo.

El tacto, hablando de este sentido como una metonimia del roce menos inocente, se hizo presente. Cecilia sintió el picor en sus labios finos cuando besó a su hermano.

—Buenos días, guapo.

La rutina diaria volvió a comenzar; rápidamente abrió las gavetas superiores, cogió un plato hondo y tomó la caja de cereal que estaba arriba del refrigerador. Su hermano comía su plato de pie, recargado en la barra, tan iracundo y tan estúpido.

—¿Padre te depositó lo de este semestre ya? —preguntó Cecilia fríamente.

Su hermano asintió mientras se metía una cucharada pastosa y grotesca de cereal a la boca.

—Ya sabes que ese cabrón lo único que sabe hacer es mandarnos dinero.

Cecilia sonrió.

—Eso y meter a zorras a la cama. —soltó Cecilia.

Por lo menos tenemos algo en común con nuestro progenitor, hermanito.

—¿Ya estás lista para tu último semestre? —preguntó Ricardo.

—Sí —respondió Cecilia.

Su hermano resopló, o por lo menos, intentó hacerlo.

Siempre hace eso cuando algo le molesta.

—Ayer te dormiste tarde, te escuché mandando notas de voz con Jorge. —le espetó Ricardo.

Cecilia gesticuló con una mueca no exenta de una sonrisa. Sus delgados labios estaban húmedos por la leche. Tomó una servilleta y se limpió.

—Alguien anda muy preguntón esta mañana —dijo tiernamente.

La hermosa chica se acercó a Ricardo Quintana y colocó su mano tibia sobre ese pecho de espeso follaje que tanto le gustaba.

—Mandé a Jorge por un tubo —sonrió y comenzó a deslizar su mano hasta el miembro de su hermano, lo apretó suavemente—. Él no me daba lo que necesitaba.

Los ojos almendrados de Quintana ardían como el infierno más negro, llenos de obscuridad maldita. Pensaba únicamente con una cabeza, o quizás con dos, pero el impulso mermó cualquier acto racional que pasara por su mente. Ricardo se balanceó despacio en dirección a su hermana. Por un momento sus bocas casi se rozaron. Cecilia lo tocó con ternura justo en esa parte en donde se articulan las palabras.

—Tenemos que irnos ya —dijo Cecilia mientras se apartaba de Ricardo y se dirigía al baño.

La mujer se miraba en el espejo y abría la llave del lavabo para lavar su rostro cobrizo y suave.

Me observa, me ha desvestido con la mirada.

Cuando humedecía su semblante divino, sus ojos irradiaban llamas de plata. Su hermano; atrás de ella, la miraba incrédulo y con firmeza, así como el sol mira al ojo humano, deslumbrante e incómodo, pero al mismo tiempo reconfortante y majestuoso. Probablemente él solamente deseaba permanecer así, viendo sus muslos marrones y gruesos desde atrás, escuchando el sonido del agua que caía sobre sus manos de algodón dulce.

Cecilia lo miró de reojo por el espejo. Ricardo se aproximó a ella y la abrazó por la cintura.

Está ardiendo. Lo siento y lo sabe, soy presa fácil cuando él lo sabe.

La mujer se mordió el labio mientras se apretujaba contra el muchacho. Volteó con frenesí y comenzó a besarlo apasionadamente. Por un instante fue eso, besos y chasquidos, diamantes en el universo que crujían al compás de sus deseos.

Mientras la besaba, sus manos la desvestían. Ambos danzaban sin dejar de amarse. El momento era eso, sentir sus pechos debajo de la ropa, su entrepierna en la suya, su aliento como un mismo hálito de placer. Vivir era eso, la eternidad en una fracción de segundo. Lentamente, Ricardo la tomó de la mano y la llevó a su habitación.

La historia del Marqués de Querétaro no era mentira después de todo. Los amores imposibles y perversos sí existen.

Capítulo 3

Valeria.

La rutina no siempre es mala. De hecho, los hábitos son los que en ocasiones dan sentido al más mínimo orden de la realidad. Para ella, la rutina era un mapa que la orientaba, hora a hora y minuto a minuto. A pesar de las noches sin dormir, tecleando frente a la computadora, se despertaba todos los días junto con el primer rayo del sol.

Una mancha de luz blanquecina con tintes de estrella y luna se colaba por las ventanas de la casa. El reloj cantaba las horas en el comedor, y su mirada marrón examinaba el rubí con semillas de corazón que reposaba sobre un líquido espeso y frutal.

Cuando tenía cinco años, solía ponerse los zapatos de su padre y caminar sobre sus piecitos disfrazados de piloto recién egresado. Era una actividad que realizaba siempre que podía. No sabía por qué, pero le daba calma sentirse en ellos. De todos los recuerdos de su infancia, los zapatos grandes en sus pies blancos e inocentes eran los que más amaba.

El reloj cantaba las horas en el comedor, tic-tac, sonaban las manecillas rojas sobre fondo blanco. Tic-tac, y las maletas de su padre se cerraban como un relámpago atroz que le rompía el corazón. Tic-tac, sólo el áspero engranaje que deslizaba la saeta del tiempo, el viaje de última hora que volvía a romper lo incontrolable de su indómito autocontrol.

Valeria miraba la manzana con detenimiento absoluto, como si estuviera tomando fotografías mentales de la fruta que estaba dispuesta a comerse. Cuando comía, masticaba con calma y de vez en cuando arrugaba la nariz tiernamente. Su madre la miró desconcertada. Ambas sabían la preocupación que dominaba el ambiente de la cocina, ambas lo sabían porque era una preocupación mutua que las perseguía desde hace meses.

Según los psicólogos, o los que se hacen llamar así, existe una época del ser humano moderno, justo antes de terminar la educación universitaria en la que se define la personalidad del hombre. En esta crisis de vida, cae sobre la espalda un balde de agua fría, una primera y eterna preocupación que los adultos llaman el mundo real. En este trágico episodio de la vida, los jóvenes que soñaban comerse al mundo se dan cuenta de que el mundo como lo concebían es una ilusión que jamás ha existido. En este mundo marginal, lo fantástico rompe en el hiperrealismo, el drama en la fragilidad de lo absurdo y la felicidad en la oscuridad más cruel y despiadada. En esta nueva y fría verdad, los títulos universitarios en los que se invirtió tanto tiempo y dinero, sirven poco (o nada) para enfrentar una cuestión tan básica como vivir.

Valeria sonreía con un destello inocente, típico de las niñas de su edad, pero con un sabor amargo de preocupación e incertidumbre, disfrazado de felicidad absoluta. Valeria le hablaba a su madre de un trabajo de medio tiempo en el extranjero y de una maestría que prometía algo, aunque no sabía exactamente qué era, pero la universidad aseguraba que era algo bueno. Valeria se imaginaba rodeada de amor verdadero, amigos y familia. Se veía a sí misma como una empresaria exitosa o una bailarina famosa, disfrutando de lujosas comodidades que tanto quería, pero que no podría costear con los sueldos actuales del mercado laboral. Afortunadamente, su habilidad con los idiomas podría ser la clave para construir el mundo que deseaba.

Mientras tanto, la madre de Valeria se ocupaba de sus labores cotidianas, preguntándole a qué hora entraría a la escuela, si comería en casa y si llegaría temprano. Valeria asintió y recordó que su hermano vendría de visita. Su amor compartido por las películas, a menudo ayudaba a aliviar el dolor de la partida de su piloto.

Esa misma noche, Valeria tuvo un sueño muy extraño en el que caminaba desnuda sobre una cuerda floja hecha de boyas amarillas.

Download MangaToon APP on App Store and Google Play

novel PDF download
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play