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La Dama Del Basurero

01 - MISERIA

MISERIA

Este otoño estaba resultando singular. Los días seguían siendo tórridos, pero en las noches la temperatura descendía hasta casi cero grados centígrados. Era pasado el mediodía y Katrina corría de un auto a otro intentando vender su mercancía a los conductores detenidos en el semáforo. El trabajo había estado flojo y aún no había sacado ni para compensar los gastos. Lo peor de todo, era el concierto que estaban montado sus tripas en protesta por no haber comido nada desde el día anterior. Esta temporada estaba siendo difícil. La gente no tenía dinero y eso repercutía desfavorablemente en las ventas callejeras.

Katrina se dirigió a la vereda, pues el semáforo ya se había puesto en verde y los autos comenzaron a avanzar. Se sentó en el cordón y suspiró sonoramente. Tenía hambre y estaba cansada. El sol le daba directamente sobre la cabeza haciéndola transpirar como un cerdo. Una de sus zapatillas se había roto y, por el agujero, se colaba el calor del asfalto lastimándole el pie.

Sacó una botella de agua de su mochila y bebió un trago. Estaba caliente y le sintió un sabor desagradable. No tenía elección, así que bebió otro trago a disgusto, pero sin quejarse. Luego, tomó un pedazo de cartón de una pila de basura a pocos pasos y lo cortó dándole la forma aproximada de la suela. Se quitó el calzado y lo puso como plantilla. Se puso de pie y probó el injerto. Lo halló bastante cómodo, por lo que se volvió a sentar y se ató el cordón nuevamente.

Estaba distraída en estos menesteres cuando un automóvil de lujo se acercó al borde con la intención de estacionar. Katrina no lo notó inmediatamente por lo que el bocinazo la hizo saltar del susto. Maldijo para sus adentros al conductor y se paró inmediatamente. No dijo nada. Sabía que no tenía sentido pues a nadie le importaba la gente como ella.

La luz del semáforo volvió a ponerse en rojo y ella retomó la venta de ventanilla en ventanilla. Miró por el rabillo del ojo y pudo ver la espalda de un hombre alejándose del auto que la había asustado. "Malditos ricos", pensó. Pero fue solo un momento ya que correr de un vehículo al otro requería toda su atención para no lastimarse.

Pasaron tres cortes de semáforo y vio al coche retirarse. Decidió volver al lugar que éste acababa de dejar, pues allí, por lo menos, podía estar un rato sentada. Al acercarse, notó un bulto al lado del cordón de la vereda. Se acercó disimuladamente y vio que era una billetera. Le arrojó la mochila encima y esperó a que nadie mirara para esconderla disimuladamente en ella. Si alguno de los otros vendedores la veía, eran capaces de todo por quitársela. No quería añadir una costilla rota, o algo peor, a su recuento de males.

Se quedó un rato más sentada. Estaba realmente cansada y el calor la debilitaba aún más. Hizo un recuento mental de sus fondos para ver si podía gastar algo en comida. Llegó a la conclusión de que mejor no. Se colgó el macuto en la espalda y decidió terminar con la venta por hoy. De todos modos, le estaba yendo muy mal con eso.

Caminó por varias cuadras mirando disimuladamente a todos lados para asegurarse de que nadie la seguía. Tenía miedo de que alguien hubiera visto levantar la billetera y se aprovechara de que se hallaba sola y alejada del resto para quitársela. Entró en un callejón y esperó tensa durante un rato. No vino nadie, así que pudo relajarse un poco.

Salió de ese pasadizo y dio un par de vueltas más para estar completamente segura de no ser perseguida. Luego, entró en su “residencia”, un estrecho espacio entre dos edificios con el que había logrado quedarse. La lucha entre los callejeros por las buenas ubicaciones para dormir era feroz y agradecía ese pedacito de mundo al que podía llamar su hogar. Ella lo mantenía aceptablemente limpio y, a cambio, los vecinos no la molestaban. Utilizando algunas cajas de cartón descartadas, había logrado construirse una rústica chabola que la protegía un poco de los elementos. Se metió en el burdo refugio y, una vez a salvo, decidió revisar la billetera.

Abrió la mochila y tomó el objeto. Su primera impresión fue de sorpresa, ya que era muy suave al tacto. "Cuero legítimo", pensó. A continuación, la olió, disfrutando el aroma del material. Hacía mucho que no tenía una cosa tan perfecta entre sus manos. La acarició otra vez y la restregó en su rostro, disfrutando su tacto un momento más. Pronto reaccionó, pensando en lo estúpida que parecería si alguien la viera.

Dejó el morral a un lado y abrió la cartera. Revisó el interior quedando inmediatamente impresionada: había mucho dinero dentro, tanto en billetes nacionales como en dólares. Se sintió mareada y tragó sonoramente. Con eso podría vivir tranquilamente un par de meses. Incluso podría alquilar una habitación en alguna pensión y dejar de dormir en la calle. Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos y miró los compartimentos laterales. Vio tarjetas de crédito de todos los colores del arco iris: Nombres conocidos como Visa y Mastercard. Pero algunas tenían impresas denominaciones de bancos extranjeros de los cuales ni siquiera podía pronunciar bien el nombre. Incluso había una tarjeta negra con una serie de números en dorado y ninguna otra señal en ella. Las sacó del lateral de la billetera y las barajó como si fueran cartas. Entre todas ellas encontró una identificación. La tomó y devolvió el resto a su lugar.

Eduardo Matías Gómez Plaza - leyó. Dio vuelta el documento y vio la dirección: Avenida Magnolias siete mil ciento cuatro. Barrio: El Millar. Ciudad Capital. Hizo memoria intentando recordar dónde quedaba ese barrio. Dibujó un mapa mental de la ciudad y se dio cuenta inmediatamente de dónde quedaba el lugar. ¡Maldita sea! - dijo - ¡Queda en la otra punta del conurbano, y yo sin un peso! Dio un resoplido frustrado. Se levantó del improvisado refugio no sin antes guardar la billetera en la mochila. No quedaba otra: tendría que caminar. Esperaba que el parche de la zapatilla resistiera el desafío. Lo bueno era que cartón había en todos lados.

Salió del callejón y comenzó a caminar por las derruidas calles de su barrio. Pensó que el recorrido le llevaría varias horas y no lo aguantaría sin comer algo. Contó las monedas y entró a un kiosco que sabía que no era tan caro. Compró un paquete de galletitas de las más baratas y se fue royéndolas como un ratón por el camino.

02 - BARRIO RICO

BARRIO RICO

Caminó toda la tarde, lo que la dejó aún más exhausta de lo que ya estaba. Llegó a la entrada de un barrio privado, de esos con cámaras por todas partes y perros recorriendo el perímetro junto con vigilantes armados. Le dio mala espina el asunto, pero de todos modos se acercó a la caseta de seguridad y le explicó al guardia el motivo de su visita. Este la hizo esperar mientras llamaba a la dirección y pedía instrucciones.

Mientras el hombre hablaba por teléfono, ella se dedicó a mirar los alrededores, tanto como se lo permitían los grandes árboles que crecían frente a las imponentes fachadas. Se notaba que los residentes del lugar eran gente de dinero.

- Dijeron de la casa que deje la billetera aquí. Ellos pasarán a retirarla más tarde - dijo el guardia.

Katrina se rió. No había atravesado la ciudad caminando para darle la billetera a cualquiera. Las calles le habían enseñado a ser cautelosa y desconfiada.

- Está bien - dijo - La billetera está a nombre de Eduardo Gómez y solo se la voy a entregar a él. Dígale eso a los de la casa.

El guardia volvió a comunicarse con la casa y les repitió lo que ella había dicho. Hubo unos instantes de silencio mientras escuchaba lo que le respondían del otro lado.

- Dicen que el señor Gómez no está en este momento. No saben a qué hora volverá. Pero si usted vuelve mañana temprano lo podrá encontrar antes de que salga - informó el guardia.

Katrina lo pensó un momento. Era un incordio, pero parecía que tendría que posponer la entrega, no más.

- ¿Qué tan temprano tendría que venir? - preguntó.

El guardia reflexionó un momento tratando de recordar los movimientos de ese inquilino en particular.

- Suele estar saliendo a eso de las seis y media. Es raro que se retrase - respondió.

Katrina maldijo mentalmente. No conocía la zona y no sabía dónde pasar la noche. Su refugio habitual estaba a varios kilómetros de ese lugar.

Resignadamente contestó al guardia:

- Ok. Mañana a las seis estaré por aquí.

Se acomodó mejor la mochila en el hombro y se dispuso a buscar un callejón dónde pasar la noche.

Un rato después, se acercó a la entrada un coche lujoso. El guardián lo reconoció como el auto del señor Gómez y decidió contarle el incidente. Se acercó al vehículo, golpeó la ventanilla del conductor y esperó respetuosamente a que el chofer le abriera. En un tono de voz mesurado, para no molestar al pasajero, le refirió los hechos.

En el asiento trasero, Eduardo Gómez se sobresaltó. Tocó sus bolsillos y notó que era cierto: su billetera no estaba. Miró alrededor en el asiento y hasta rebuscó en su portafolio, pero nada. No se había dado cuenta de que la había perdido.

- ¿Cómo era la persona que la trajo? - preguntó.

El guardia no esperaba que el hombre le hablara. Dio un pequeño brinco, pero se recuperó de inmediato. Pensó un momento y, con voz vacilante, dijo:

- Aproximadamente un metro setenta. Unos 20 años. Usaba una gorra con visera, por lo cual no pude ver el color de su cabello. Piel trigueña, ojos grandes color café. Usaba un mameluco de trabajo que se veía muy grande para ella, pero que no permitía ver su contextura. Zapatillas rojas, sin marca y una mochila azul bastante desgastada.

Eduardo quedó impresionado por la capacidad de observación del hombre.

- ¿Dijo que mañana a las seis estaría aquí?

- Exacto, señor Gómez. Eso dijo.

El empresario se acomodó nuevamente en el asiento.

- De acuerdo. Gracias.

Cerró la ventanilla y fue reflexionando hasta su casa. El banco le mandaba un aviso cada vez que había un consumo en sus tarjetas. Se metió al homebanking a través de su móvil y no vio movimientos. Hacer todos los trámites y denuncias era engorroso, por lo que decidió arriesgarse y no hacer nada hasta la mañana, después de ver qué se traía esta chica.

Llegó a su casa, despidió al chofer. En lo que colgaba su abrigo en el recibidor, se acercó el ama de llaves y le refirió el incidente de la billetera.

Agradeció a la mujer y subió a su habitación. Había sido un día intenso y solo quería dormir. Pensó con ansias en una ducha, pero cuando se dirigía hacia el baño, golpearon la puerta.

- Hijo, ¿ya te fuiste a dormir?

- No, Mamá. Pasá.

La mujer entró a la habitación de su hijo y lo miró con ternura.

- ¿Qué tal tu día? - preguntó.

- Bien. Un poco cansador, nada más.

- Si tuvieras una compañera apropiada que te colaborara con la empresa, no estarías tan cansado.

"Ahí vamos de nuevo", pensó Eduardo. "Es como un Bulldog, cuando muerde no suelta".

- No empecemos, Ma. Ya te dije que Micaela no es mi tipo. Entiendo que sea hija de tu amiga y que te caiga bien. Pero no por eso me voy a casar con ella. No me mueve ni un pelo.

- Pero estudió administración de empresas. Podría ser de gran ayuda para vos.

- Que presente un currículum y tal vez la contrate. No necesito casarme con ella para eso.

- Pero…

- Basta, Ma. Estoy cansado y quiero irme a dormir. Si no hay nada más de lo que quieras hablarme, me voy a meter a la ducha.

El tono de Eduardo no daba lugar a réplicas. Mabel decidió dejar el tema por ahora.

- Está bien, hijo. Perdoname. En mi afán de que estés bien a veces me pongo intensa, lo sé. Solo pienso en quién te cuidará cuando yo no esté.

- Dije que basta. El dramatismo no va a ayudar con este tema. Dije que no, y eso significa no.

Mabel se mordió los labios para no replicar. Había salido tozudo el muchacho. Tendría que buscar otra táctica para lograr que se enamore de Micaela. No quería que caiga en las garras de cualquier cazafortunas.

- Está bien, hijo. Te dejo descansar. Hasta mañana.

Eduardo, muy molesto, no respondió. Cerró la puerta detrás de su madre y se dirigió al baño, al tiempo que dejaba un camino de ropa todo por el piso. Una ducha caliente y meterse entre las sábanas era todo lo que anhelaba.

Se bañó y se acostó sin demoras. Estaba tan cansado que el sueño vino inmediatamente.

03 - DESAYUNO

DESAYUNO

Eran las cinco de la mañana y Katrina temblaba de frío. El lugar que encontró para dormir no estaba muy resguardado y el viento helado se colaba entre sus ropas, calándola hasta los huesos. Decidió que era mejor levantarse y caminar para entrar en calor. La urbanización no estaba lejos y pensó en tratar de convencer al guardia para que la dejara esperar en la cabina.

Llegó a las cinco y cuarto. El guardia era el mismo y la reconoció inmediatamente.

-¡Hola! Llegaste temprano -dijo- el señor Gómez sale siempre a las seis y media.

-Sí. Pero quería llegar temprano por si acaso. Vivo muy lejos y no me gustaría tener que volver.

Lo que dijo la muchacha no era mentira, aunque tampoco era la razón principal para haber llegado temprano.

-Hace frío afuera. ¿Puedo esperar con usted hasta que pase el dichoso señor Gómez?

El guardia meditó un momento y respondió:

-Podés quedarte hasta unos minutos antes de las seis. A esa hora es el cambio de turno y si alguien te ve en la casilla me traerá problemas.

-¡Perfecto! -Por lo menos no moriré congelada afuera -respondió la chica al tiempo que entraba riendo a la cabina. Comenzaron a charlar con el guardia hasta el momento en que el guardia debía entregar el turno. Entonces, ella se ajustó el mameluco y salió.

-¿No estás muy desabrigada? -preguntó el hombre.

Ella se encogió de hombros y le sonrió.

- Es lo que hay.

Se paró al lado de la entrada a esperar. El frío del alba se colaba por las costuras de su ropa haciéndola sentir entumida. Mientras tanto, se realizó el cambio de turno y el nuevo guardia recibió el parte, lo que incluía el por qué de la presencia de la muchacha en la puerta.

Pasaron los minutos lentamente hasta que, por fin, se acercó el mismo auto que la había asustado con la bocina. El guardia salió de la caseta y se dirigió al chófer cuando éste bajó la ventanilla.

-La señorita es la que trajo la billetera del señor Gómez.

El chófer asintió y se dirigió a la muchacha:

-¡Eh, muchacha! El señor Gómez viene en el auto conmigo. Dame la billetera.

Katrina se alejó unos pasos del auto y respondió:

-Dije que solo se la daría a él. Si el señor piensa que soy poca cosa para tocar sus ilustres manos, que por lo menos abra la ventanilla para ver si es el mismo de la foto.

A Eduardo le pareció divertida la situación. Bajó la ventanilla del auto y miró a la chica muy serio. Ella miró su rostro y le arrojó la billetera por la ventanilla.

- No se preocupe - le dijo enojada - No falta nada adentro.

Con eso, se dio media vuelta y dio unos pasos para alejarse del auto.

- Espere - dijo Eduardo - Quiero darle una recompensa.

Ella, sin darse vuelta, respondió:

- Si hubiera querido algo de esa billetera, lo hubiera tomado yo misma.

Con eso, cuadró los hombros y se alejó pisando fuerte. A los pocos pasos, su cuerpo la traicionó y sintió un enorme mareo. Quiso agarrarse de algo, pero no había nada, por lo que cayó de rodillas. Respiró profundamente, luchando contra la neblina que se estaba instalando en su mente. Intentó pararse y todo se volvió negro.

Desde el auto, Eduardo Gómez la miraba. Al principio, pensó que estaba actuando. Pero de todos modos le dijo a su secretario que fuera a ver a la muchacha por si acaso. El subordinado se acercó a ella y la vio sumamente pálida. Se asustó y gritó al guardia que llamara una ambulancia. La levantó en brazos, sorprendido de lo poco que pesaba, y la llevó dentro, a la caseta. La dejó en el piso y estaba por pararse cuando notó a Eduardo parado detrás de él.

- Señor Gómez - dijo - Parece un desmayo real. Se la ve en muy malas condiciones. Está muy demacrada.

Eduardo asintió, no muy convencido. Estaba acostumbrado a las tretas de las mujeres y el desmayo era una de las más comunes. Mientras cavilaba, se oyó la sirena de la ambulancia y decidió seguirla en el auto. Después de todo, la muchacha devolvió la billetera íntegra. Eso no podía negarlo. . Pensó que vería lo que le decía el médico antes de tomar una decisión.

La ingresaron a urgencias, pero él no pudo pasar por no ser pariente. Se quedó esperando en la sala de espera mientras su secretario le refería el orden del día en voz baja. Poco rato después, salió el médico y se acercó a ellos.

- ¿Usted trajo a la señorita? - preguntó.

- Así es - respondió Eduardo.

- Bien. Ella ya despertó. Y quiere irse a su casa. Pero…

- ¿Pero qué? - preguntó el secretario. Ya se veía venir algún truco de parte de ella.

- Es que se desmayó de hambre. Le pregunté hace cuánto que no comía y me dijo que solo había comido un paquete de galletitas en tres días.

Eduardo se sintió mal por la muchacha, quien estaba hambrienta pero no tocó el dinero de la billetera. Si era un truco, no le encontraba el sentido.

- Está bien - le dijo al médico – cuando usted le de el alta, la llevaré a comer algo.

- Disculpe que me entrometa. Por favor, dele algo nutritivo. Se la ve muy desnutrida. Aunque sea por hoy, que coma bien - pidió el médico.

- De acuerdo - respondió él - haré caso a la prescripción.

El facultativo ingresó nuevamente a la sala de urgencias y, a los pocos minutos, ella salió. Eduardo la miró mientras se acercaba. La descripción del guardia era muy exacta, solo que ahora se había quitado la gorra y un cabello negro como las alas de un cuervo contorneaba un rostro delicado de grandes ojos expresivos.

La chica se acercó y le agradeció. - Muchas gracias por traerme. No se preocupe. Seguro que tiene muchas cosas que hacer, así que yo me retiraré y usted puede seguir con sus cosas - dijo sin levantar los ojos del suelo. Estaba muy avergonzada por desmayarse delante de él.

- Vamos - dijo él.

Ella pensó que le hablaba a su secretario, así que lo ignoró y, al salir, comenzó a alejarse con paso cansino. Eduardo se molestó por su actitud. Caminó hacia ella y la tomó de la mano.

- Vamos, dije - insistió.

Ella intentó zafar de su agarre, pero él no se lo permitió.

- ¿Qué cree que está haciendo? - dijo indignada.

- Te llevo a desayunar - respondió el empresario, al tiempo que abría la puerta del auto y la metía adentro.

Ella pensó en resistirse, pero estaba realmente hambrienta. - Está bien. Le voy a aceptar una taza de café y nada más. En cualquier puesto callejero me deja y ya - propuso.

Él no respondió. Estaba de mal humor. ¿Es que esta mujer no lo entendía?

- Dije desayunar. ¿Qué clase de miserable cree que soy? Usted me devolvió mi billetera, bien puedo pagarle un desayuno sin que mi economía se vea devastada - aclaró.

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