Abrió los ojos un segundo, en aquella esquina abrazaba sus rodillas, quería ser muy pequeña, tan pequeña que no pudieran tocarla. Podía escuchar las voces de aquellos hombres a las afueras del frío y húmedo callejón. Cerró los ojos y deseo estar muerta, pero aún faltaban dos años, un tiempo bastante corto, pero que resultaba muy doloroso para ella.
Levantó el rostro y sus ojos sin algún rastro de luz, de aquella vitalidad que era común en los recipientes, observó la luna, recordó el amor que sentía por él, las palabras tan dulces que siempre le susurraba en sus oídos.
“Mi pequeña y dulce flor”
Ahora podía entender el significado detrás de aquellas palabras. Lo odiaba, lo odiaba tanto que lo quería ver muerto. Soltó una pequeña risa.
—¿Cómo matas a un vampiro? —Susurró tan suave para sí misma.
Algo que no debió decir, aquellos hombres en la entrada del callejón no eran humanos. En ese mismo momento giraron su cabeza y escucharon con tal claridad las palabras dichas por el recipiente rechazado.
Los pasos no se hicieron esperar y ella pudo notar la punta de unos zapatos viejos y llenos de porquería, de heces de ganado. Soltó un pesado suspiro, ella ya sabía qué iba a pasar, apretó con fuerza sus rodillas.
—¿Me quieres matar, vagabunda? —Dijo con burla el desconocido.
Ella guardó silencio y sujetó con más fuerza sus piernas, una fuerza que para ellos no era nada, escuchó como él ordenaba a los demás que la sujetaran. Ella intentó poner resistencia y evitar aquel sufrimiento del cual nunca se acostumbraría.
—Eres una zorra —arrastró sus palabras mientras sujetaba su rostro con fuerza.
Sus rodillas se rasparon contra las piedras de aquel callejón, quería llorar, pero ya no tenía lágrimas. Llevaba meses sin comer e incluso sin beber una gota de agua, su cuerpo cada vez estaba más débil y podía sentir como su corazón latía más despacio.
Había escuchado de algunos recipientes que morían antes de su mayor año de longevidad, había algunos que morían a la edad de 145 años. Ella llevaba 148 años, —¿podría ser que la muerte se iba a apiadar de ella? —, sintió como empezaron a arrancar su ropa, que eran pedazos de tela sucia que alguien le había tirado tiempo atrás. Cerró sus ojos y empezó a reírse.
—¡Cállate! ¡Maldita puta! —Gritó el vampiro enardecido.
Ella rio con más fuerza y fue ahí cuando él metió un pedazo de tela en su boca, sintió como su mandíbula se partió, su risa se esfumó y sintió como aquel vampiro profanaba su cuerpo, no opuso resistencia, no dijo nada, hizo lo que siempre hacía, quedarse quieta, fingir estar muerta. Pero podía sentir como su mandíbula se movía y chocaba con fuerza contra sus dientes.
Cerró los ojos cuando sintió que empezaron a cambiar de lugar y duró horas así, hasta que el sol iluminó el alba. Aquellos vampiros acomodaron sus ropajes y salieron del callejón con grandes sonrisas en los rostros.
Ella duró tirada en el suelo durante horas, cerró los ojos y sintió como el cansancio podía con ella, acercó su mano a su mandíbula y la acomodó en su lugar, el dolor que sintió fue mínimo. Se masajeó un poco y siguió en la misma posición en la que la dejaron.
Muchas veces solía tener sueños, pero aquella noche soñó con él, con el amor de su vida:
“Él sujetaba su mano mientras con orgullo la mostraba como su compañera. Los demás vampiros no lograban entender cómo era posible que un gran vampiro como el Duque de Larx tuviera a un recipiente como compañera sentimental, como su duquesa.
Verbena vivía con todos los lujos a su disposición, era envidiada por otras vampiresas, siempre fue el centro de las críticas, pero su exuberante belleza y su cercanía más la protección del duque, nadie se atrevía a hacerle nada.
En los bailes que hacía Larx, siempre había multitudes de vampiros con sus recipientes, los cuales siempre llevaban un collar donde su dueño y amo los guiaba por el lugar. Ningún recipiente podía apartarse de su dueño, tampoco podían conversar con los demás invitados y mucho menos mirar a los demás, su visión era limitada a solo mirar zapatos y tacones.
Pero Verbena era una excepción, ella bailaba en el centro del gran salón y hablaba cálidamente con los invitados. Su Duque se lo permitía y nadie podía negarle ninguna petición que ella hiciera por lo más descabellada que fuera. Aunque no siempre fue así, los primeros años que Verbena estuvo junto a Larx, nunca pronunció una sola palabra, él no permitía que ella hablara.
Pero una noche, mientras Larx se fue de la gran mansión, dejó a Verbena sola en aquel lugar, ella se había vuelto dependiente de él, aunque nunca hubieran tenido una conversación decente. Aquella noche ella estaba en el jardín mientras entonaba una dulce melodía en susurros.
El Duque había llegado esa noche en silencio y la había escuchado cantar, su voz lo enamoró y su relación empezó a avanzar con una gran velocidad. La primera vez que ella apareció en la alta sociedad como compañera y duquesa de Larx, todos los vampiros lo miraron con horror, pero guardaron silencio.
Solo hubo uno, un vampiro que estaba empezando su marquesado y no conocía al Duque, se había burlado de Verbena y había dicho todas las fechorías que cruzaron su diminuta cabeza. Larx se había mantenido inmutable y Verbena estaba horrorizada con todo lo que aquel hombre decía de ella, fue la primera vez que Verbena lloró delante de Larx.
Allí en ese momento todos presenciaron la muerte de un vampiro que era un ser inmortal, bajo las manos del Duque de Larx ningún vampiro era inmortal.”
Verbena abrió los ojos al sentir las gotas de agua sobre su piel, soñar despierta se había vuelto un pasatiempo poco favorable. Se sentó y apoyó su espalda contra la pared. Abrió su mandíbula y sintió un leve crujido, al parecer aún podía regenerar su cuerpo. Se levantó notando la sangre que bajaba por sus piernas, sangre que estaba café por el tiempo que llevaba al aire libre y que además estaba seca. Sujetó su ropa y empezó a hacer nudos con aquellas telas.
Cuando su ropa estuvo en su lugar, levantó el rostro y estuvo dispuesta a irse de ese lugar, estaba segura que ellos iban a volver, y su cuerpo no podía aguantar más maltratos. Además, ellos no podían saber que su mandíbula se había curado, así que nuevamente durante el día emprendió su viaje hacia el siguiente pueblo.
Mientras caminaba con los pies descalzos y escuchaba como algunos nobles murmuran cosas por su apariencia y su terrible olor, pudo notar como lo que ella una vez tuvo en sus manos le afectaba directamente, aquellos nobles se apartaban con sus sombrillas llenas de finos bordados y encajes.
La lluvia era muy leve, pero podía notar como aquellos nobles subían en sus carruajes con emergencia y como arrastraban sus recipientes desde sus collares.
Ese día Verbena se prometió a sí misma, matar a un vampiro.
No había pasado mucho tiempo desde que alguien se apiadó de ella y le tiró un poco de comida, ahora volvía a esconderse en un callejón de otro pueblo. Siempre deseaba que fuera un pueblo de humanos, porque tal vez podía hacer un poco de resistencia bajo el maltrato, pero aquel pueblo también tenía una población bastante alta de vampiros.
Un año había pasado desde que cambió su ubicación, solo faltaba un poco menos de un año para que su sufrimiento llegara a su fin. Se había acostumbrado a estar en pueblos, aunque su trato no era el mejor, pero podía resistir un poco. Al estar a las afueras, en la zona rural, había muchos vampiros exiliados.
Esos vampiros vivían con una constante sed de sangre y ella era un recipiente, quedarse en el campo donde varios de esos vampiros podían tener a cualquier momento, a su disposición su sangre era su peor pesadilla. A ellos no les importaba que su sangre supiera mal, con tal de alimentarse de sangre de un recipiente, les bastaba.
Por lo menos en los pueblos no se alimentaban de ella y la despreciaban por su sangre, al fin y al cabo, de eso se trataba ser un recipiente rechazado. Los últimos años se había mantenido detrás de todos, no había vuelto a pedir comida, ni siquiera se atrevía a pedir dinero. Los vampiros solían ser criaturas poco piadosas y los pocos humanos que se había encontrado, resultaron ser igual o incluso peor de bestias que los vampiros.
Verbena observó el sol y soltó una leve sonrisa, durante el día la mayoría de nobles salían al pueblo y aquel lugar era algo pequeño, ella pensó seriamente sobre cuántos nobles tendría aquel lugar. En la ciudad donde vivió la mayor parte de su vida, había conocido todo tipo de nobles e incluso tuvo la maravillosa oportunidad de conocer al Rey.
Pero desde la lejanía podía notar la costura de aquellos vampiros que pasaban delante de la entrada del callejón, costuras que eran descuidadas y sin mucha precisión, aquello solo le podía indicar que no había muchos nobles, tal vez algún duque.
El pueblo parecía carecer de poca ayuda monetaria, lo cual le hizo cambiar de parecer, el noble que regía sobre esas tierras parecía alguien de bajo rango. Cerró los ojos y sintió una gran tristeza en su corazón, su muerte cada vez estaba más cerca. Había querido que ella fuera recordada y el día de su muerte fuera algo especial, pero ahora se resumía a ser tirada a una fosa común, donde eran enterrados la mayoría de recipientes de más baja calidad.
Duró horas sentada en la misma posición con la mirada fija en el cielo, podía ver como el sol se perdía entre las montañas y luego era reemplazado por la luna. Esa noche ella se movió un poco y notó algo extraño en la luna, tenía un color más oscuro de lo normal, se estaba tornando roja.
Su corazón, que estaba muy tranquilo, empezó a latir desbocado. Verbena apretó sus manos con fuerza, odiaba esa luna, la luna roja que hacía que los vampiros se dejaran llevar por sus instintos y cumplir sus más bajos deseos.
Ella por primera vez en su vida se levantó e intentó buscar un lugar para esconderse, no le importó la mirada que le dedicaban algunos vampiros, caminó mirando el suelo como los demás recipientes hacían y buscó otro callejón, se detuvo al ver muchas cajas de madera, se acercó a ellas con rapidez y se metió entre ellas.
Luego, al pasar por el pequeño espacio que había, se acercó hasta el final del callejón y se escondió en las sombras de la noche. Volvió a levantar la mirada y observó la luna roja, sabía que muchos vampiros no salían de sus casas durante la luna roja, pero en los pueblos era diferente, muchas veces los vampiros exiliados aprovechaban aquella noche para hacer cualquier tipo de fechorías.
Verbena se tapó los oídos al escuchar el grito de una mujer, sabía lo que estaba pasando, tal vez era algún recipiente que salió con su dueño en la noche y varios vampiros exiliados los atacaron, incluso podía ser un humano y los vampiros arremetieron contra su casa y entraron sin ninguna compasión. Pero aun así ella no podía soportar escuchar a otras personas siendo heridas.
Soltó un sollozo y apretó con más fuerza sus oídos, pero fue imposible no escucharla, los gritos eran desgarradores y ella no podía hacer nada, no podía detener aquel sufrimiento de un alma que no sabía nada sobre la maldad que había en aquel mundo.
Sintió una mano sobre su cabeza, era una caricia bastante suave y delicada, Verbena levantó el rostro y observó a quién le pertenecía esa mano, por la posición de la luz no podía ver su rostro con claridad, la luz le daba en toda la espalda, pero aquella persona desconocida seguía tocando su cabeza con demasiado cariño. Algo que Verbena había olvidado y que ahora le hacía tener un extraño sentimiento en su estómago, tal vez le dio ganas de vomitar.
—¿Estás perdida? —La voz de aquel hombre le hizo sentir un escalofrío.
Verbena guardó silencio y se limitó a negar con su cabeza, sabía que aquella amabilidad era fingida, ella también había convivido durante un largo tiempo con un vampiro, también había pasado innumerables lunas rojas junto a él. Ella sabía que era lo que iba a pasar a continuación.
—¿Estás perdida? —Volvió a preguntar, esta vez levantó un poco más la voz.
Él quería escuchar su voz, pero ella no lo iba a permitir, apartó su cabeza de aquella acaricia enfermiza y echó su débil cuerpo hacia atrás. Aquel movimiento molestó al vampiro e hizo que se colocara en cuclillas para estar a la misma altura que ella.
—Una lástima —murmuró mientras acercaba su mano a la mejilla de Verbena—, iba a ser cuidadoso, pero ahora ya no.
Ella abrió sus ojos cuando sintió que aquel vampiro se tiró sobre su cuerpo, sus colmillos se clavaron en su clavícula y Verbena mordió sus labios con fuerza, ella no quería gritar, así que sintió como sus propios dientes empezaron a desgarrar la piel de sus labios. Aquel vampiro estaba alimentándose de ella y no le importaba el sabor de su sangre.
Podía sentir como lentamente su fuerza se iba, sentía que la cabeza le daba vueltas, levantó su mano y la acercó a la cabeza del vampiro con la intención de empujarlo, pero se detuvo a medio camino, la luz de la luna roja iluminaba todo con pequeños haces de luces con destellos rojizos. Verbena pudo notar como su piel cada vez se arrugaba más y por primera vez en mucho tiempo se dio cuenta de que la sangre de su cuerpo no se estaba regenerando.
Verbena sonrió en silencio y pudo sentir como la muerte la sujetaba entre sus brazos, el gran día deseado había llegado, ya no sentía nada y se atrevería a decir que su visión se estaba apagando, pero fue allí cuando vio la silueta oscura de un hombre.
Aquella silueta se acercó y de un solo movimiento le arrancó la cabeza al vampiro que estaba sobre Verbena, ella sintió como la sangre caliente del vampiro cubrió su pecho y su cuerpo inerte quedó sobre ella.
Su visión estaba borrosa, pero pudo notar como aquel hombre con sus finos zapatos de un solo golpe quitaba la presión de un muerto sobre ella. El hombre se inclinó sobre ella y la examinó con cuidado. Su mano a diferencia del vampiro muerto la tocó con un poco más de brusquedad, ella no sabía, pero aquel hombre estaba mirando la posibilidad de darle una pequeña oportunidad.
De su fino traje de paño, sacó un pequeño frasco, se quitó los guantes que cubrían sus pálidas manos y abrió aquel frasco de vidrio.
—El señor te quiere dar una pequeña oportunidad —declaró aquel desconocido en un murmuro.
Él abrió la boca con Verbena con su mano derecha y luego acercó el frasco a su boca, ella no se movió en ningún momento y dejó todo a la disposición en las manos del desconocido, —¿qué más podría salir mal?— pensó Verbena para sí sola. El hombre inclinó el frasco con cuidado y dejó caer una pequeña gota de aquel extraño contenido en la lengua de Verbena.
Sintió como la sujetó entre sus brazos y la sacó de aquel callejón, por una extraña razón ella podía ver con más claridad que antes y sentía como su corazón volvía a latir con la misma fuerza de antes, que, aunque no era la mejor, sentía que su vida había vuelto. El hombre la llevó a las afueras del pueblo y la dejó sobre la tierra húmeda de un bosque.
—Hacia el norte debes dirigirte —le ordenó el hombre y la ayudó a ponerse de pie para seguir con sus indicaciones—, debes correr, aunque el bosque no es peligroso en esta zona, debes llegar antes de que la Luna Roja llegue a su punto más alto.
—¿Norte? —Por primera vez en mucho tiempo Verbena habló.
Su voz salió rasposa y horrible, sintió bastante vergüenza, en sus recuerdos su voz era hermosa y melodiosa.
—Corre recto, por este lado —el hombre la sujetó por los hombros y la acomodó en su lugar, volvió a darle otra indicación—, debes llegar a una gran mansión, hay alguien que te ayudará.
Luego de aquellas palabras, el hombre desapareció dejando a una Verbena confundida en la entrada de un bosque que ella pensaba que era lo peor del mundo.
Ella se quedó de pie, aquel hombre había desaparecido sin dejar algún rastro, en su cabeza no podía pensar con claridad, no sabía si era correcto confiar en las palabras de un desconocido. Una lastimera sonrisa cubrió sus labios, durante todos esos años que había sufrido nadie la había ayudado y ahora que su muerte estaba cerca, había aparecido un alma piadosa.
Quería burlar su muerte, pero no podía confiar en aquel hombre, no existía ningún vampiro que no pudiera resistir la Luna Roja. Quizás aquel vampiro la estaba acechando entre las sombras y quería jugar con ella, un juego de caza.
Dio un paso hacia el bosque y un escalofrío cubrió su cuerpo cuando sintió humedad en sus pies, cuando bajó la mirada, allí en el suelo había un vampiro, quién no tenía la cabeza y además de eso parecía aplastada. Verbena llevó las manos a su pecho y cayó hacia atrás horrorizada. Las palmas de sus pies estaban cubiertas de sangre de un vampiro exiliado.
Ella negó con la cabeza, el miedo empezó a cubrir sus huesos, ella solo conocía a un vampiro capaz de matar a otros de un solo golpe, cerró los ojos disgustada por recordar el nombre del Duque de Larx, un nombre que era bastante personal y que ella lo había acortado un poco para poder decirlo con cariño.
A sus espaldas escuchó un grito desgarrador, luego de ese otro le siguió y sin esperar a que el silencio llegara, escuchó con claridad como aquellos gritos terminaban sonando en un ahogamiento húmedo, recordó con claridad las palabras dichas por aquel hombre que la ayudo. Se colocó de pie y pensando en que su vida había sido terrible en los últimos años, decidió seguir las palabras de aquel vampiro.
Se adentró al bosque siguiendo una sola dirección, corrió con la única fuerza que le quedaba, ella no sabía que había hecho aquel vampiro, pero aquella gota solo le dio un suspiro más, mientras corría sentía como se quedaba sin aire. Tropezó con sus propios pies y cayó de rodillas sobre la tierra, la respiración de Verbena era descontrolada y agitada, por más silencioso que intentaba soltar el aire, no podía.
Allí en el suelo se sorprendió al ver los rayos rojos de luz que pasaban entre los espacios de las hojas de los árboles. Verbena volvió a ver sus manos, las cuales seguían arrugadas y pálidas, recordó a los humanos, a su familia, a su abuela, las arrugas que empezó a surcar su piel con el pasar de los años.
Ahora el recuerdo de su familia era distante, casi no los tenía presente, quizás porque el aprecio de ella hacia los miembros de su familia era casi nulo. Ella los odiaba, su madre la había vendido en una subasta para obtener un podo de dinero, la única persona que había estado en contra de aquella aberrante situación, había sido su abuela. Quizás por eso era el único rostro que podía recordar.
Verbena sacudió su cabeza, se había perdido unos segundos en sus recuerdos, ella se colocó de pie, en ningún momento había apartado la mirada de su trayecto, siguió su camino, aunque ahora casi no podía correr, sentía como sus pies estaban adoloridos de pisar piedras y ramas secas, ahora solo estaba caminando.
Pasaron unos largos minutos caminando en una dirección imaginaria, cuando a lo lejos pudo notar una mansión, su corazón latió emocionado y la adrenalina que aún le quedaba hizo que corriera hasta aquel lugar. Se detuvo cuando pudo ver la mansión en todo su esplendor, era enorme y bajo los rayos de la luna la vidriería de las ventanas soltaba destellos como si fueran piedras preciosas.
Ella se acercó a la mansión pasando por un campo verde de césped bien podado, se detuvo unos segundos para ver algunas estatuas que estaban junto al camino, las cuales eran vampiros mostrando sus dientes mientras sus propias manos parecía que se estaban clavando en sus cuellos. Verbena abrazó sus brazos y se detuvo a mitad del camino de piedras pulidas.
Esas estatuas eran aterradoras, siguió avanzando y vio como algunas tenían lágrimas cayendo por sus mejillas, allí se dio cuenta de que no estaban mostrando sus dientes, sino que eran gritos de dolor por las expresiones que tenían. Los detalles que tenían aquellas estatuas eran muy impresionantes, tanto que parecían vampiros reales.
Verbena, sin soltar sus brazos, siguió su camino y se detuvo al llegar a las puertas, las cuales eran enormes, parecían medir casi cuatro metros. Ella soltó una de sus manos y la acercó a una de las puertas, sus dedos acariciaron aquella madera que parecía ser de roble, su mirada se deslizó por toda la longitud de la puerta buscando algún picaporte o algo que le permitiera poder llamar al dueño de aquella terrorífica mansión.
Ella tocó la puerta con sus nudillos, pero el sonido no se hizo presente, allí en esa sangrienta noche solo podía escuchar la estridulación de los grillos. Verbena sintió que todo su esfuerzo se había perdido, se dejó caer y apoyó la cabeza en las grandes puertas.
—Por favor, ayúdame —pidió en una leve súplica.
Algo que no hacía hace muchos años, sabía que nadie la iba a ayudar y que probablemente sería la comida de otro vampiro exiliado, pero no quería morir sin sentir que alguien alguna vez quiso ayudarla. El sonido del movimiento de los engranajes se hizo presente, aunque era algo leve, Verbena pudo escucharlo, fue entonces cuando las puertas se abrieron dejando un pequeño espacio para que ella pudiera entrar.
Ella se colocó de pie, sus piernas estaban temblando de cansancio, apoyó una mano en su pecho y se adentró a la mansión. En su interior estaba totalmente oscuro y no podía ver con precisión lo que había allí, a sus espaldas la puerta se cerró.
Sintió más frío de lo normal, ella volvió a abrazar sus brazos y empezó a dar pequeños pasos mientras con una de sus manos palpaba el aire para evitar chocarse con algo, se detuvo cuando sintió a su tacto algo duro y siguió tocando lentamente hasta que su mano subió y reconoció que era otra estatua.
De la nada el lugar se iluminó de golpe, lo que hizo que Verbena cerrara los ojos por el extenuante brillo de aquella luz. Al abrir los ojos lentamente pudo observar con más dedicación aquella estatua, la cual era muy diferente a las anteriores. Esta tenía un aspecto normal y era de un hombre con un antifaz que no dejaba ver su rostro, observó que tenía algunas joyas preciosas incrustadas y acercó su mano al rubí que tenía sobre el corbatín de paño.
Pero nunca llegó a tocarlo, porque la luz que iluminaba atrás de la estatua era muy brillante, se apartó de la estatua y observó de donde provenía aquella luz, se sorprendió al ver que no provenía de alguna vela y que parecía que venía de algún artefacto extraño que ella no conocía. Se acercó y sus manos se acercaron a la extraña esfera de luz, pero cuando sus manos hicieron contacto con aquella luz, sintió un escozor, Verbena se había quemado por su curiosidad.
Se apartó de aquella luz mientras intentaba calmar el dolor de sus manos, a lo lejos pudo escuchar una suave melodía, algo que en sus mejores tiempos le solía gustar, Verbena siempre pedía que tocaran algo para ella. Intentó enfocar su audición para poder escuchar con más precisión, pero aquel lugar era enorme, las luces la confundían un poco, podía notar que en el techo también había una lámpara de araña, pero en vez de tener velas, también tenía aquellas esferas irregulares que brillaban.
Verbena decidió buscar de dónde provenía aquella música, que parecía muy diferente a la que ella había escuchado alguna vez. Pasó la enorme sala que estaba ubicada en la entrada e ingreso por el umbral que estaba ubicado a su derecha, en cada paso que daba podía escuchar la melodía un poco más fuerte. Observó el suelo donde la luz reflejaba con fuerza y hacía que el lugar se pudiera ver con más claridad, como si fuera de día.
Ella estaba sorprendida por la luminosidad de la mansión, era algo innovador que nunca había presenciado, su vida se había reducido a estar en un callejón. Mientras caminaba por aquella lujosa mansión, se dio cuenta de que el dueño era alguien que poseía muchísimo dinero, recordó su tiempo viviendo en la mansión de Larx, pero aquel lugar era totalmente diferente. Todo parecía brillar como si la mansión estuviera construida de cristal, además poseía aquellos artefactos luminiscentes que desconocía.
Se quedó de en su sitio cuando escuchó que la melodía se detuvo, pero segundos después empezó a tocar con más fuerza, dejando que las notas se llenaran de un sentimiento de frustración. Fue allí donde Verbena corrió en búsqueda del dueño de aquella música que estaba escuchando, giró a su derecha en otro pasillo y fue allí donde encontró otra sala donde había dos escaleras que se unían al final.
En la mitad de aquella sala había un piano de cola, donde un hombre tocaba con los ojos cerrados y dejaba que su cuerpo se moviera al compás de la música, ella se acercó lentamente mientras la melodía parecía cautivarla cada vez más. Aquel hombre seguía tocando en silencio, él ya sabía que ella estaba allí, él fue quien abrió la puerta y la dejó pasar a su mansión, soltó un pequeño suspiro cuando se dio cuenta de que era un recipiente en sus días finales, podía sentir que la muerte estaba a los pies de ella.
Verbena dio un pequeño pasó, pero sintió como su corazón dio un latido doloroso, llevó sus manos a su pecho y abrió su boca dejando salir un quejido, mientras la música se volvía cada vez más dramática. Ella se dejó caer de rodillas y fue allí cuando la melodía se interrumpió de golpe sonando notas de más y arruinando por completo la interpretación, antes de que la cabeza de Verbena tocara el suelo, sintió unas manos sobre su cuerpo que la sujetaron.
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