Marion Salvatore nació en Sao Paulo, Brasil. Fue la primogénita de la familia Salvatore y una niña muy amada y consentida hasta los cuatro años de edad, cuando nació su hermana menor Salomé. Salomé era una niña tierna de ojos cafés y grandes, piel morena y cabello lacio, y se convirtió en la adoración de sus padres, ya que había nacido con un problema del corazón y se volvió el centro de atención de todos.
Marion no entendía lo que estaba pasando y empezó a tener celos por su hermana, ya que dejó de ser la adoración de sus padres. Ella admiraba a su madre, una mujer de cabello lacio largo y negro como la noche, de un cuerpo muy bien conservado para la edad que tenía, y con dos hijas siempre andaba muy bien vestida y perfumada. Trabajaba mucho, ya que eran de una posición social media.
Su padre era todo lo contrario: un hombre alto, de cabello lacio y color castaño, con un cuerpo bastante descuidado y pasado de peso. No se arreglaba bien y siempre pensaban las personas que no los conocían que era el abuelito de la familia. Pero él tenía un gran problema: le gustaba apostar y siempre terminaba debiendo dinero y dejando a su familia a la deriva con deudas de apuestas.
Marion fue creciendo y cuando cumplió diez años, su madre tuvo que buscar un trabajo de tiempo completo. Ella pasó a ser la niñera oficial de su hermana Salomé, quien era una niña malcriada y muy rebelde. A su corta edad, Marion hizo todo lo posible por ser una buena hermana, a pesar de que sentía el abandono de sus padres al solo consentir a su hermana. A ella le daban todo a manos llenas y Marion solo se quedaba observando cómo la dejaban de lado.
Cuando Marion salía a jugar, siempre tenía que llevar a su hermana. Sus amigos y primos no querían jugar cuando Salomé estaba, ya que era muy llorona y cada vez que perdía, lloraba. Su madre siempre salía en su defensa y regañaba a Marion por lo que le pasaba a su pequeña hermana. Poco a poco, dejaron de jugar con las hermanas y se quedaron solas, solo observando cómo los niños se divertían en la calle.
Cada día, crecían los sentimientos de celos y envidia de Marion hacia su hermana, quien la trataba como una sirvienta, exigiéndole atención y cuidado. Sus padres solo ignoraban las quejas de Marion y siempre terminaban diciendo: "Eres la hermana mayor, mi brazo derecho. ¿Podrías por favor ayudar a tus padres con esto un poco más? Eres la mejor hija que Dios nos ha mandado". La pobre Marion creía y se ilusionaba con esas lindas palabras que sus padres solían decir cada vez más seguido. Así pasaron los años y las hermanas fueron creciendo una al lado de la otra. Marion, la primogénita, morena, con cabello ondulado y largo, un cuerpo delgado, bustos grandes y una sonrisa que iluminaba el lugar. Salomé, alta, piel morena, ojos cafés y grandes, cabello lacio y negro como la noche, cuerpo delgado y cintura pequeña...
Cuando Marion tenía diecisiete años, comenzó a trabajar como ayudante de recepción en el gran hotel Encanto, uno de los más lujosos y solicitados en Sao Paulo. Se esforzaba por mantener su trabajo de medio tiempo y sus estudios, ya que no contaba con el apoyo de sus padres, se las ingeniaba para mantenerse a flote ella misma.
En cambio, su hermana Salomé tenía todos los estudios pagados en la mejor escuela de nivel medio superior y el apoyo total de sus padres, aunque sus notas académicas no fueran las mejores.
Un día lluvioso, en el cual Marion estaba de turno en aquel hotel, entró por la puerta principal una figura masculina que jamás había visto. Sus ojos se iluminaron al ver a aquel joven alto y delgado, piel blanca, cabello negro, ojos color miel que brillaban como las estrellas, una voz que hacía que el cuerpo se estremeciera.
Marion quedó hipnotizada al ver aquel apuesto joven entrar, que por unos segundos se perdió en sus bellos ojos, que no escuchó cuando él se acercó y preguntó por Brenda Galindo. Esta Brenda Galindo, preguntó el joven. Marion solo tartamudeó y contestó: sí, ¿quién la busca tiene cita? A lo cual el joven se limitó a decir: no, pero puede decirle que Darrechi quiere verla. A lo que ella se limitó a contestar: pasaré su recado, espere en el gran salón un momento, por favor. Aquel apuesto joven solo asintió con la cabeza y se retiró. No podía evitar ver su espalda y aquel traje negro que llevaba, que le hacía resaltar cada parte de su cuerpo, el cual dejaba sin aliento a quien lo mirara pasar. Marion pronto comunicó la llegada de aquel joven misterioso a su gerente, porque ese puesto tenía Brenda, era gerente de aquel gran hotel.
Brenda Galindo, una mujer de mediana edad, de baja estatura, delgada, cabello castaño corto, ojos color negro y siempre vestía de traje, tenía un carácter algo demandante. Todo lo quería perfecto, ya que ella era la estudiante y gerente, así dejaba en claro quién tenía el control de todo en aquel lugar. Cuando Marion le dio aquel recado, ella saltó de la silla y dijo: pero niña, ¿qué esperas? Hazlo pasar de inmediato, él no necesita ser anunciado. Marion se quedó un rato pensando quién era el que hacía que la mujer más fuerte y dura de este hotel se quebrantara de esta manera.
Marion se quedó ahí en el teléfono unos momentos sin decir nada, como siempre solía hacerlo, perdiéndose por momentos en sus pensamientos, en los cuales su cerebro comenzaba a llenarla de preguntas sin resolver, de dudas, y su mente seguía preguntando: ¿quién es él? Quiero saber.
Pero un sonido la hizo regresar a su realidad. "Niña, ¿eres tonta o qué? ¿No escuchaste? Dile al joven Darrechi que puede subir a mi oficina de inmediato", le dijo la persona al otro lado del teléfono.
A lo que Marion caminó por el extenso pasillo con colores en la pared color marrón y pisos de mármol. Al llegar al gran salón, el cual tenía asientos a juego con la decoración de la pared, finas plantas decorativas, una gran mesa de centro de cristal y ventanales que dejaban ver todo en aquel lugar y permitían que entrara la luz del sol.
Al llegar al lugar donde se encontraba aquel joven, solo se quedó ahí parada unos segundos sin decir nada, solo admirando lo que para ella era el hombre más guapo que jamás había visto en su corta vida. Al escuchar la voz de aquel joven decirle "¿te encuentras bien?", ella regresó a la realidad. "Sí, disculpa", contestó. "La señorita Galindo te espera en su oficina".
Después de que Marion llevara al apuesto joven al elevador para su reunión con la gerente Brenda, se olvidó de él y terminó su turno como de costumbre a las seis de la tarde para poder retirarse a su casa. Ella se quedó con las ganas de ver por última vez a ese joven que le cautivó desde el primer instante que lo vio.
En la oficina de Brenda:
Brenda Galindo: Hola, ¿qué te trae por este hotel el día de hoy?
Darrechi: Negocios como de costumbre. Mi padre quiere saber cómo va la administración del hotel. No has entregado tu reporte del mes.
Brenda: Querido, he estado bastante ocupada con la temporada. Es una época muy solicitada y nos hace falta personal y gente muy capacitada.
Darrechi: ¿Y entonces me estás diciendo que el puesto que tienes te queda grande y no puedes cumplir con tus responsabilidades? Que para eso no tienes personal que se ocupe de hacer los reportes para mi padre. Sabes que no le gustan las personas irresponsables en su trabajo.
Brenda: Lo siento, Alexander. No volverá a pasar. Mañana a primera hora mandaré el reporte. Soy la mejor en mi trabajo y no volverás a tener problemas conmigo.
Darrechi: En primer lugar, no soy cariño, soy Alexander. No confundas las cosas. Trabajo y placer no se mezclan. Y segunda, no quisiera volver de nuevo para tener que decirte cómo hacer tu trabajo. Que para eso te pagan, ¿entendido?
Brenda: Entendido, Alexander. No volverá a suceder. Y dime, ¿qué harás en la noche? ¿Por qué no te invito a la cena hoy? ¿Qué dices, aceptas?
Darrechi: Está bien. No puedo negarme a una cena con tan bella mujer. A las ocho en punto paso por ti.
Brenda: Estaré lista. Nos vemos.
En la calle, ya cansada y con ganas de dormir, va caminando Marion pensando como siempre y perdiéndose en su pensamiento. ¿Cuándo volverá a ver a ese guapo joven? ¿De dónde conocerá a Brenda y muchas cosas más? No se fijó cuando cruzó la calle que casi atropella un coche deportivo color rojo muy lujoso con cristales polarizados que evitaban ver al conductor.
Se escucharon las llantas rechinar y parar de frenón. Marion se asustó y cayó al suelo. Todas las personas del lugar voltearon a ver, asustados y otros con asombro, al ver a la joven tirada en el suelo y temblando de miedo. Cuando se baja el conductor y grita: "¿Estás tonta o qué? ¿Acaso no viste el semáforo? ¿Estás ciega?" Y seguía gritando. Marion solo observa al hombre alto, fuerte que parecía hacer ejercicio, con voz ronca que asustaba, de traje café, ojos color verde y barba de candado para gritarle como si ella fuera tonta.
No sabía qué decir, solo se asustaba más. En ese momento escuchó su voz, era él. Dijo su mente:
Darrechi: Basta, Josué, ¿no ves que la asustas?
Josué: Pero jefe, ¿qué hubiera pasado si la atropello? Es que no piensa.
Darrechi: ¿Estás bien? Te hiciste daño. Ven, toma mi mano. Levántate.
En ese momento, Marion sintió un nudo en la garganta. Era él y la vio en la peor de las posiciones, tirada en la calle. Que por tonta casi la atropella. Bien hecho, Marion, se dijo a sí misma.
Marion: Sí, estoy bien. Gracias. Lo siento mucho, no me fijé cuando crucé la calle. Disculpe por favor.
Darrechi: No te preocupes. Lo bueno es que estás bien. Solo fíjate al cruzar. Pudo haber sido peor.
Josué: Sí, fíjate, porque por personas como tú, gente inocente termina en la cárcel.
Marion: Lo lamento. Por favor, discúlpeme.
Darrechi: ¿Vas a algún lugar? Puedo llevarte si quieres.
Marion: No es necesario. Gracias y hasta luego.
Marion se sacudió su ropa y continuó su camino, lamentando lo sucedido y cómo fue que lo volvió a ver.
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