Antes de empezar, algunas lectoras frecuentes notarán que casi todas mis novelas tienen un principio parecido, pero se desarrollan de forma diferente variando la protagonista. También quiero decir que no me molesta que corrijan mis errores ortográficos, normalmente pasan por el teclado de mi teléfono y autocorrector, que de por sí separa la palabra "autocorrector". Espero apoyen esta novela y gracias por leer.
El amor nunca fue lo de Anabel. Desde pequeña tuvo una madre amorosa, la cual murió repentinamente por una enfermedad del corazón. Su padre se reprimió totalmente de todo tipo de sentimientos y se hundió en su propia miseria. Por un tiempo, incluso abandonó a Anabel, la cual tuvo que adaptarse a convivir con diversas niñeras y maestros en casa.
Casi como una herencia de su madre, Anabel se volvió una niña enfermiza. De por sí, tuvo que lidiar sola con el dolor de la pérdida de su madre. También tuvo que aprender a estar sola, no tenía amigos y su padre la había acostumbrado a recibir clases en casa sin ninguna oportunidad de socializar.
La vida de Anabel era dura. Ni siquiera podía contarle su pesar a su padre. Su padre reaccionó cuando Anabel cayó enferma. Tanto el corazón como el cuerpo de su hija eran débiles. Él cayó en desesperación. Su esposa murió por aquella misma enfermedad que ahora atacaba a su hija. Él dejó a su hija de lado y ahora se sentía culpable. ¿Qué podía hacer? Lo único que le quedó fue buscar a los mejores doctores que estuvieran a su disposición para controlar el estado de su hija.
Andrew no sabía el tipo de mal que estaba pagando. Perdió a la única mujer que realmente amó y ahora su única hija, lo único que quedaba de aquella hermosa mujer, estaba en un estado deplorable. Se sentía un padre terrible.
Todavía con todo eso, Anabel le seguía sonriendo con cariño. Su hija lo amaba y lo veía como su único lugar seguro. Debía esforzarse un poco más para mantener viva aquella dulce sonrisa.
Aunque la situación no pintaba un buen panorama, con un poco de esfuerzo y mucho trabajo, un doctor le dio un diagnóstico preocupante pero manejable: Anabel tenía insuficiencia cardíaca al igual que su madre. Solo se le pudo medicar y mantener bajo controles.
Un padre que se sentía culpable y además estaba un poco carente de ingresos antes podía pagar por profesores y una vida estable, pero no le alcanzaba el dinero para vivir bien y pagar los costosos tratamientos de su hija. Andrew estaba cayendo en medio de una crisis y, para terminar con sus desgracias, fue despedido por un recorte de personal.
Su hermana decidió darle una mano ofreciéndole trabajo, pero el dinero seguía sin ser suficiente. Su hermana también comenzó a ayudarle con los tratamientos de Anabel, pero el costo fue elevado. Andrew recibía humillaciones de su hermana, pero él sabía que se las merecía.
Con el paso del tiempo, las cosas eran demasiado difíciles. Andrew estaba cansado de ser humillado y tratado como simple basura. Él no creyó que su hermana llegaría a ser tan cruel con él, pero mientras su hija pudiera seguir bien, él soportaría todo.
Para pagar sus deudas, Andrew tuvo que vender su casa. Cansado de trabajar para su hermana prácticamente como un esclavo con un sueldo penoso, Andrew decidió renunciar, cosa que hizo enojar más a su hermana.
Aunque Andrew no fue estúpido, primero buscó otro empleo. La paga no era tan buena, pero fue lo mejor que pudo encontrar. Aunque se le presentó una oportunidad un tanto tentadora, puesto que conoció a un mafioso que le estaba ofreciendo trabajo.
El trabajo era simple: debía manejar un bar en el cual también debía ensuciarse las manos. En pocas palabras, debía volverse un matón, pero fue lo mejor que se le presentó. Además del hecho de que en su trabajo actual no cobraba lo suficiente, todo esto hizo que aceptara sin dudar aquel trabajo.
No pasaba mucho tiempo con su hija, pues seguía bajo el cargo de su hermana. Aunque su hermana lo tratará como basura, seguía comprando los medicamentos de su hija, y eso era lo único que le importaba a Andrew.
Con el paso de los años, logró comprar de nuevo una casa y hacerse cargo de todo lo relacionado con Anabel. Ya no soportaba a su hermana y sus constantes humillaciones. Aunque no todo puede ser bueno, en consecuencia de su escasa presencia en la vida de su hija, esta se había vuelto fría y distante. No mantenía conversaciones con él e incluso la mirada sin brillo en sus ojos era una alerta ciertamente preocupante.
Cuando Anabel cumplió los veintiún años, Andrew le dio la oportunidad de volver a estudiar de forma normal. Aunque Anabel ya no sentía interés por salir, no quería hacer amigos y su condición no le permitía hacer deportes, por lo que ella creía que estaba de más esforzarse. Andrew estaba desesperado, había arruinado a su hija. Lo mejor que pudo hacer fue pagar un terapeuta, el cual ayudó mucho. Andrew deseaba que su hija volviera a sonreír, pero era algo difícil.
"Fueron las palabras frías que su hija le lanzó en cara: 'Te odio'". Respondió Andrew con lágrimas en los ojos: "Lo siento, te abandoné en más de una ocasión". Después de semanas en medio de terapias y charlas, Anabel al fin pudo abrirse un poco a su padre. No podía mentir, odiaba a su padre, pero también lo amaba. Su relación de padre e hija estaba muy quebrada, pero ambos deseaban mejorar eso.
"No importa, ya no". Andrew abrazó a su hija. Cada día vivía con el profundo miedo de que su hija muriera de forma repentina al igual que su esposa. Su vida había sido muy miserable y lo único que le quedaba era su hija. Aunque él deseara negarlo, era imposible. Su lamentable vida gitana en torno a su amada hija, aunque el estilo de vida que tenía no le permitía pasar mucho tiempo con ella entre semana.
El miedo de dejar sola a su hija hizo que Andrew dejara a su hija a cargo de su hermana cada vez que debía pasar tiempo fuera o cuando algún viaje se le presentaba. Él confiaba en su hermana, era mala con él, pero ella siempre cuidó de Anabel o al menos eso era lo que ella le hizo creer.
Ana era una mujer que odiaba a su hermano, por lo que naturalmente también odiaba a su hija. La cuidaba simplemente por un capricho de su esposo, pero aprovechaba cada visita de la ahora joven Anabel para hacerle la vida miserable.
Anabel estaba cansada, pero se sentía sola. Jamás había tenido a nadie a quien contarle sus desgracias y cuando empezó a confiar en su tía, esta mostró su verdadero rostro y comenzó a tratarla mal, al igual que su prima Andrea. Cada vez que su padre la dejaba en casa de su tía, Anabel experimentaba algo similar al infierno.
Quería dejar de sufrir, pero no tenía a dónde ir. Era una buena para nada, que jamás había aprendido siquiera a socializar, nunca había trabajado y apenas estudiaba una carrera de forma virtual. Pero su tía tenía planes para ella, planes que cambiarían la vida de Anabel.
Los rayos del sol que se colaban levemente por las cortinas golpeaban el rostro de Anabel, lo que indicaba que ya era momento de despertar. Al abrir sus ojos, Anabel se estiró y comenzó a acomodar su habitación, bueno, la habitación que se le asignó para sus visitas.
Su padre se había ido de viaje un día antes y no tenía fecha de regreso. Ese tipo de viajes siempre duraban de dos a tres meses, a veces más o tal vez menos, por lo que Anabel tuvo que quedarse en la casa de su tía. Arder en el infierno hubiese sido mucho más satisfactorio.
Después de terminar con su habitación, Anabel fue a tomar una ducha y prepararse para su día. Cuando terminó de vestirse, escuchó unos cuantos golpes en su puerta. Al abrir la puerta, su primo le sonrió.
- Buenos días -dijo su primo con una agradable sonrisa-. Hoy voy a trabajar, pero pasaré por la universidad. Me preguntaba si, bueno, ¿deseas inscribirte?
Matías, un chico amable, no era su madre biológica. Aquel chico de ojos azules y cabello del color del sol era alguien odiado por su madrastra. Anabel no se explicaba por qué este chico era tan amable, puesto que siempre fue rechazado y dejado de lado. Cuando la tía de Ana se casó con el padre de Matías, este solo tenía siete años. Sin embargo, a Ana le molestaba tanto la presencia de Matías que terminó convenciendo a su nuevo esposo de enviar a su hijo a un convento en el extranjero. Después de regresar, se hizo buen amigo de Anabel. Aunque este era cinco años mayor que ella, se trataban muy bien. Aunque tiempo después de que regresara tuvo que irse a estudiar en una universidad en el extranjero, el odio de Ana hacia Matías no solamente venía por ser el hijo de su pareja, sino también por el parecido que este guardaba con su fallecida madre. Matías también era el heredero legítimo de todo, haciendo que Andrea, su hija, tuviera las cosas difíciles. Aunque ella tratara mal a Matías y lo hiciera a un lado, este no guardaba rencor alguno y mantenía siempre su sonrisa. Anabel envidiaba eso.
-No quiero, bien sabes que soy mala para socializar –respondió Anabel intentando ser franca– además, ambos sabemos lo difícil que se me hace adaptarme. Lo mejor será que siga con mis clases virtuales.
-Quisiera que fueras más optimista.
-Es un poco difícil también.
Anabel salió de su habitación junto a su primo. Ambos iban rumbo al comedor, pero en el camino se cruzaron con Andrea. Ella tenía cierto odio hacia Anabel. No había una razón, solo la odiaba y ya.
-Tal parece que la enferma vino a seguir molestando –dijo con un tono despectivo– Anabel, tienes veintiún años, ni siquiera puedes cuidar de ti misma. Eres únicamente una carga para todos. Sería mejor que desaparezcas.
Una risa un tanto cínica salió de los labios de Andrea. Matías la miró con cierto deprecio.
-Andrea, es demasiado temprano para tener que soportarte. A mi padre no le agradará tu comportamiento.
-No me importa lo que le digas a papá –respondió Andrea sin borrar la sonrisa de su rostro– sigo siendo su favorita. No soy a la que abandonaron por años en diferentes escuelas en el extranjero.
Ella sabía cuál era el punto sensible de Matías. Aunque no guardara rencor, no podía evitar sentirse mal al recordar aquellos solitarios años. Matías se quedó en silencio observando a Andrea.
-Por favor, si fueras la favorita, todo esto estaría a tu nombre –dijo Anabel con una sonrisa– pero todo sigue a nombre de Matías. Recuerda que en el futuro debes ser buena con tu hermano mayor. Por cierto, tu voz es chillona y molesta. Deberías controlar tu insoportable tono de voz en las mañanas. Puede que esté enferma, pero no soy una idiota como tú.
-¿Crees que me sentiré mal por escucharte? –respondió Andrea un tanto furiosa– recuerda que sigues viva por mi madre, ya que tu padre es tan inútil como tú.
Los ojos de Anabel se llenaron de rabia. Su padre la abandonó y la dejó de lado, pero jamás dejó de preocuparse por ella. No era culpa de su padre que su hermana fuese una persona sin sentimientos que lo trataba como basura.
-Andrea, esto es cansado, solo eres una mocosa irrespetuosa.
Matías sujetó la mano de Anabel y la arrastró hasta el comedor, donde su padre ya estaba sentado mientras bebía una taza de café. Al ver a su hijo y sobrina, sonrió de forma amable. Matías había heredado su personalidad de aquel hombre.
-Buenos días -dijo mientras veía a Anabel y Matías-. ¿Te has sentido bien?
-Sí, señor Marcos.
-Puedes llamarme tío, eso me alegraría mucho, Anabel.
Gracias a la amabilidad de Marcos, Anabel recibió sus tratamientos. Ana no tenía nada que ver con ello, pero siempre le sacaba en cara a su hermano que ella era la que pagaba todo.
-Claro, tío.
De un momento a otro, Ana se sentó junto a Marcos, no sin antes dedicarle una mirada de desagrado a Anabel. Anabel desvió la mirada, ignorando a su tía.
-Tengo buenas noticias -dijo Ana sonriendo-. Si todo sale bien, obtendremos buenos beneficios.
-¿A qué te refieres? -preguntó Marcos un poco curioso.
-¿Recuerdas a la familia Laurent? -dijo con una sonrisa un poco inquietante-. Su hijo mayor estaba en el extranjero, regresó hace poco y quiere un matrimonio arreglado lo más pronto posible. Su madre es mi amiga y elogió a Anabel.
-¿Qué? -exclamó Marcos un poco desorientado-. No podemos comprometer a Anabel.
-¿Por qué no? Es común que entre familias de alto estatus se arreglen matrimonios. Además, esto traerá grandes beneficios para esta familia, además de que Anabel aceptará, ¿verdad, querida?
La mirada de Ana era una clara advertencia. Anabel no debía negarse, pero ella no quería casarse. Miró el rostro de Marcos. Él estaba considerándolo. Ellos le habían dado muchas cosas. No quería aceptar, pero tampoco debía negarse.
-No estoy segura -respondió Anabel un tanto nerviosa-. No conozco a esa persona.
-No importa. Será algo rápido. Es solo un matrimonio arreglado. No debes preocuparte.
-No estoy seguro. Es algo precipitado -dijo Marcos mientras miraba a Anabel-. Anabel es muy joven.
-Es una oportunidad del millón. Esa familia es de mucho renombre y jamás hacen colaboraciones con cualquiera. Incluso aseguraron un par de contratos -dijo Ana sin disimular su felicidad-. No debemos desaprovechar esta oportunidad.
-Tienes razón, pero… –La duda seguía dibujada en el rostro de Marcos. Él no tenía derecho a decidir sobre Anabel, mucho menos comprometerla–. Esto no es algo correcto. Anabel está a nuestro cuidado, no está aquí para que obtengamos beneficios.
Anabel se sentía presionada. Por otra parte, Matías estaba enojado. ¿Cómo podían tratar a Anabel como un objeto sin valor?
Aunque el trato original era un matrimonio con Andrea, sin embargo, Ana no lo quiso así. Corría el rumor sobre el terrible temperamento del hijo mayor de la familia Laurent. También se decía que no era muy atractivo y por eso no se mostraba mucho.
-Lo haré, no tengo nada que perder.
Anabel decidió por impulso, pero no estaba para nada segura de lo que decía. Quería correr, pero eso serviría como pago por todas las cosas que le habían dado. De esa manera, ya no les debería nada. Un matrimonio sin amor tampoco duraría tanto o eso era lo que ella pensaba.
-¿Por qué aceptaste algo así? –exclamó Matías, totalmente enojado– Debías negarte, papá no te habría obligado a aceptar algo así. ¡Es una completa locura!
Poco después de terminar la charla, Matías tuvo que irse a trabajar, por lo que no supo más del tema. Sin embargo, al llegar del trabajo, fue con Anabel a una cafetería un tanto alejada de su casa. Se estuvo conteniendo todo el día, pero al fin había logrado decir las palabras que estaban atoradas en su garganta.
-No es nada importante, Matías. Será un trato que beneficie a todos. Además, podré pagar todo lo que han hecho por mí. Ya tomé la decisión y no cambiaré de parecer.
-¿Qué dirá el tío Andrew sobre esto?
-Honestamente, no me importa lo que papá piense. ¿Por qué le importaría en primer lugar? –dijo Anabel, un tanto resentida– Ni siquiera me ha llamado desde que se fue. Siempre es así. Mis problemas son solo míos.
-Sigo estando en contra de esto, pero eres ciertamente muy terca, Anabel. Sabes que, aunque te sientas en deuda con mi familia, no lo estás. Si mi padre te ayudó, fue porque quiso, no porque esperara algo a cambio.
-Lo sé.
Matías se rindió un poco sobre su charla. Era más que obvio que Anabel no cambiaría de opinión. Ni siquiera él sabía quién era el dichoso prometido de Anabel. Aunque nada era oficial todavía, le preocupaba qué tipo de persona sería. Además, no estaba de más decir lo anticuado que era un contrato matrimonial.
Al llegar a la casa, Matías subió a su habitación. Estaba demasiado agotado y apenas tenía ganas de seguir en pie. Anabel también iba a su habitación. Sin embargo, fue interceptada por su tía en el camino.
Su tía ni siquiera le habló, simplemente le sujetó la muñeca y la llevó al estudio en el que ella trabajaba. Anabel jamás entraba a ese estudio, pero ella sabía que entrar a ese lugar no era una buena señal. Cada vez que era llevada a ese lugar era para recibir regaños por parte de Ana.
Ana tomó asiento e hizo que Anabel se sentara frente a ella. Anabel notó que el humor de su tía era mucho mejor de lo habitual.
-Me alegra mucho que hayas aceptado –dijo Ana con un rostro tranquilo–, pero espero que no te arrepientas. Esta es una buena oportunidad para ti. ¿Quién querría casarse con una mujer débil y enferma? Nadie, por lo que debo advertirte que para esa familia tu enfermedad es un secreto. ¿Está bien?
Anabel sentía muchas ganas de huir. Estaba cansada de siempre ser tratada como basura por su enfermedad. Ella sabía que no era su culpa nacer con un corazón débil. ¿Por qué sacárselo en cara todo el tiempo?
-Está bien, tía.
-Veo que al fin estás empezando a comportarte. Bien, prepárate para mañana. Nos reuniremos con la familia Laurent. Ellos están ansiosos por cerrar el trato de forma rápida. Al parecer, la prometida de su hijo lo abandonó y necesitan a alguien que tome su lugar.
Anabel asintió y su tía sonrió. Luego de eso, Anabel se levantó y caminó hasta su habitación. Estaba un tanto inquieta por todo, pero de todos modos su vida no tenía valor alguno. No sabía hacer nada. Su cuerpo no le permitía hacer muchas cosas y siempre era dejada de lado. Era inútil negarse a aquellos que tenían poder sobre ella.
Al llegar a su habitación, notó que la puerta estaba un poco abierta, pero ella recordaba haberla dejado cerrada. Tal vez la dejó abierta y lo olvidó, pero esa idea fue descartada cuando escuchó un estruendo desde el interior de su habitación.
Al entrar, sintió como su pecho se estrujaba. Andrea estaba revisando sus cosas, pero lo que realmente molestó a Ana fue ver el cuadro de su madre en el suelo destrozado. No le importaba ver sus prendas favoritas destrozadas mientras Andrea seguía rompiendo sus cosas.
Le dolía más ver aquel cuadro totalmente destrozado después de que lo cuidó por años. Ese cuadro era su posesión más preciada. No era un cuadro muy grande, simplemente era una imagen pintada de su madre sonriendo. Era tan pequeño que medía unos diez centímetros. Por esa razón, Anabel lo llevaba a todos lados.
-¿¡Qué estás haciendo!?
El grito de Anabel asustó a Andrea, sin embargo, se levantó y tiró el vestido que estaba rasgando anteriormente. Se acercó a Anabel con una sonrisa cínica.
-Te estoy poniendo en tu lugar. Honestamente, no me importa que defiendas a Matías, pero no debes olvidar que eres menos que yo. Estás en mi casa, bajo el techo de mis padres. Está demás decir que debes respetarme. ¿Qué haría mi madre si se entera de la forma en la que me has hablado? -dijo Andrea.
-¡No tenías ningún derecho! -respondió Anabel.
Anabel ignoró totalmente a Andrea y caminó hasta el cuadro. Lo recogió, pero este no tenía arreglo. Estaba rasgado y ni siquiera se podía reconocer el rostro que anteriormente estaba plasmado en él.
Anabel no pudo contener sus lágrimas y comenzó a llorar. ¿Por qué nada le salía bien? Era lo único que amaba más que nada. Todas las fotografías de su madre estaban en manos de su padre y este, de forma egoísta, las guardó bajo llave.
-¿Qué harás ahora? -dijo Andrea con un tono burlón-. Sigue llorando, es lo único que sabes hacer. Después de todo, ni siquiera debiste nacer. Estás sola y nadie te defenderá.
Andrea salió de la habitación riéndose a carcajadas. Anabel seguía en el suelo con los retazos del cuadro en sus manos. Sus lágrimas no paraban y ni siquiera lamentaba la pérdida de sus otras cosas de valor, las cuales también estaban en un estado irreconocible.
Se sentía vacía, no tenía sentido. Siempre había sido así. Ella soportaba todo, pero esta vez cruzaron los extremos. ¿Por qué romper algo tan preciado para ella? Anabel sabía que nadie la quería. Su único amigo era Matías, pero no entendía la razón para poner tanto empeño en molestarla. Era algo estúpido.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play