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Transmigre A La Novela Que Odio

El despertar de un nuevo destino

En la habitación de un hospital, una joven de cabellos negros despertó desorientada, mirando a su alrededor con los ojos entrecerrados.

—¿Eh...? No... No me dormí en el autobús, ¿verdad? ¡Voy a llegar tarde a clases! —musitó con voz ronca.

Pero algo no encajaba. Estaba postrada en una camilla, conectada a máquinas, vestida con una bata hospitalaria.

—¿Qué sucede? ¿Por qué estoy en el hospital...? —dijo confundida—. Además... ¿por qué mi estom...?

Antes de terminar la frase, un dolor agudo en su abdomen la hizo gritar.

—¡Aaaahhh! ¿Qué me está pasando? ¡Enfermera!

Con desesperación, presionó el botón de emergencias. De inmediato, una enfermera entró corriendo.

—¡Paciente, ¿qué sucede?!

—¡Me duele mucho...!

La enfermera salió rápidamente y regresó con un doctor joven y otra enfermera.

—¡Se rompió la fuente, doctor!

—¡Llévenla a la sala de parto de inmediato! —ordenó el médico.

Las dos enfermeras empujaron la camilla apresuradamente hasta la sala de parto. La joven no comprendía nada, y el pánico se reflejaba en sus ojos.

—¡Señorita, puje, por favor!

—¿¡Qué!? —exclamó incrédula.

—¡Siga pujando! ¡Ya se ve la cabecita del bebé!

Entre el dolor y la confusión, obedeció. Pujó con fuerza una y otra vez, hasta que el llanto de un bebé llenó la sala.

—Es una hermosa niña —dijo una de las enfermeras, mientras se alejaba para limpiarla.

Minutos después, la enfermera volvió y le entregó al bebé. La joven miró a la pequeña criatura con desconcierto.

(*Pensamiento: ¿De quién es este bebé...? No puede ser mío. ¡Nunca he estado embarazada! Además, ni siquiera tengo novio. No me digan que... ¿quedé embarazada por obra del espíritu santo? ¿¡Qué broma es esta!?)

La presión era demasiada. La joven se desmayó.

En su inconsciencia, se vio caminando por un hermoso jardín lleno de flores. De pronto, una figura femenina de cabello negro y ojos azul cielo apareció frente a ella.

—Hmm... me recuerdas a alguien —dijo con cautela.

La joven de ojos azules le sonrió.

—Hola. Mi nombre es Ana. Estoy agradecida por traerla al mundo sana y salva.

—Disculpa... no entiendo a qué te refieres.

—Mi tiempo se termina. Por favor, cuídala. Es lo único que te pido.

La figura comenzó a desvanecerse.

—¡Espera! ¡No te vayas!

Pero ya era tarde.

—Bueno... es mejor despertar de este sueño extraño. Tengo que ir a clases...

Abrió lentamente los ojos... y volvió a encontrarse en la habitación del hospital.

—¿Cómo puedo despertar de este sueño? —se dijo mientras se pellizcaba el brazo—. ¡Auch! ¡Me dolió!

Se incorporó con cuidado y se acercó a la ventana. Afuera, todo parecía... diferente.

—¿Estoy en el cielo? ¿O en el infierno?

Pero algo más la perturbó. En el reflejo del vidrio, vio a una joven con cabello negro y ojos azul celeste.

—¿¡Qué!? ¡Es la chica de mi sueño! ¿Un fantasma...? —cerró los ojos con fuerza, pero al volver a abrirlos, seguía allí.

—...¿Soy yo? ¡No puede ser!

Intentó razonar.

—Sólo me queda pensar que... transmigré. Pero eso solo pasa en novelas...

Entonces, un recuerdo golpeó su mente.

—¡Ah, ya recuerdo! Estoy en una novela... La leí hace mucho, una que no me gustó. “Verdades Amargas del Destino”.

La historia trataba de una joven traicionada por su prometido y su mejor amiga. Sus padres la enviaban al extranjero, y seis años después volvía con una hija. Tomaba el mando de la empresa de su padre y contrataba un guardaespaldas para su hija, Marcos. Tras varias circunstancias, surgía el amor... hasta que todo se arruinaba con un accidente mortal y la hija en coma. Un final trágico.

—La protagonista era fría y calculadora, pero su mal juicio causó el sufrimiento de quienes más la amaban...

Respiró hondo.

—No dejaré que esta historia se repita.

En ese momento, la puerta se abrió y entró una enfermera con un pequeño bebé en brazos.

—¿¡Mi bebé!?

—Señorita, es hora de su primera lactancia.

Le entregaron a la niña. Al tenerla en brazos, algo dentro de ella cambió.

(Es tan delicada... parece de cristal. ¡Y esos cachetitos!)

Por primera vez, entendió lo que significaba traer vida al mundo.

—Siempre pensé que tener un hijo era una gran responsabilidad... Pero este mundo es cruel. Debo protegerla.

Mientras la bebé se alimentaba, la miró fijamente con esos ojos azules tan intensos. Al terminar, se durmió plácidamente.

—Ahora entiendo lo que llaman “el primer amor”... Tú lo serás, pequeña. Te protegeré. No seguiré el curso de la historia. Esta vez... todo será a mi manera.

El nombre de la pequeña

La puerta se cerró suavemente tras la enfermera, dejando un silencio espeso en la habitación. Ana se quedó inmóvil por unos segundos, mirando la figura diminuta de la bebé que dormía a su lado. Su respiración pausada, apenas un suspiro, contrastaba con el torbellino de pensamientos que golpeaban sin tregua en su mente.

—Así que… eres mía —susurró, apenas creyéndolo—. Mi hija.

El vértigo regresó, más suave esta vez, como una brisa que sopla desde lo desconocido. Ella, una simple lectora que nunca pudo terminar esa novela cursi porque detestaba a la protagonista. ¿Cómo había terminado aquí, en el papel de esa misma mujer, en un punto crítico de la historia?

"Ana", se recordó. El nombre de este cuerpo. Pero también el suyo. ¿Coincidencia? Imposible. No en una historia donde ya todo parecía orquestado por un autor invisible.

Se inclinó despacio, con temor de romper algo tan frágil, y acarició la mejilla de la niña. Tenía la piel cálida, suave como el pétalo de una flor apenas abierta. La pequeña se movió un poco, soltando un ruidito gutural que hizo reír a Ana por reflejo.

—¿Sabes? No tengo idea de cómo criarte. Nunca he cambiado un pañal. Apenas sabía hervir agua sin quemarla —confesó, con un nudo en la garganta—. Pero te juro… te juro que haré todo para protegerte. Aunque el mundo esté en mi contra. Aunque el guion de esta historia diga otra cosa.

Levantó la vista al techo, como si pudiera ver más allá de las lámparas blancas y las placas de yeso. Recordaba vagamente los primeros capítulos de la novela. Ana —la anterior Ana— había sido abandonada en el hospital tras dar a luz. Nadie la visitó. Nadie se preocupó por ella. Ni siquiera el padre de la bebé, cuya identidad era un secreto, envuelto en chismes de aristócratas, poder y escándalos.

Pero ahora… ahora ella tenía la oportunidad de cambiarlo todo.

Un golpe suave en la puerta interrumpió sus pensamientos. No esperó respuesta. Era otra enfermera, más joven, con una tablet en la mano y una sonrisa algo forzada.

—Señora Ana, buenos días. Vengo a registrar el nombre de la bebé. ¿Ya lo ha decidido?

Ana parpadeó. ¿Nombre?

La enfermera esperó con amabilidad, sin notar la lucha interna que se desataba en la mirada de Ana. ¿Y si escogía mal? ¿Y si el nombre era clave en la historia? ¿Y si cambiaba demasiado?

Miró a la niña.

—¿Puedo… puedo verla bien? —preguntó, señalando el moisés.

La enfermerA asintió, acercándole a la pequeña, que abría los ojos lentamente, revelando un par de iris azules que parecían observarlo todo con una sabiduría ancestral.

—Eres fuerte. Lo siento en tus manitas cuando me agarras el dedo —susurró Ana—. Y también dulce, como la voz que me calma.

Recordó un nombre que una vez le gustó, aunque nunca tuvo oportunidad de usarlo. No estaba en la novela, eso lo sabía bien.

—Se llamará Lía —dijo, con seguridad que brotó de lo más profundo de su nuevo ser.

La enfermera sonrió y anotó el nombre. Luego salió sin más, dejándolas nuevamente solas.

—Lía… —repitió Ana en voz baja, saboreando el sonido—. Ahora sí, todo empieza contigo.

Se sentó, con la bebé ya en brazos, y por primera vez desde que abrió los ojos en este extraño nuevo mundo, sintió algo parecido a la paz. Su historia podía haber comenzado como una comedia trágica, pero eso no significaba que debía terminar igual. Tenía conocimiento del futuro. De los errores de la otra Ana. De los enemigos que vendrían.

Y también… también había algo más que flotaba en su memoria: el guardaespaldas y el prometido infiel.

El prometido ,el típico caballero frío y poderoso que todos amaban y que ocultaba un pasado oscuro. La anterior Ana lo perseguía con desesperación, cayendo en humillaciones constantes. Pero esa no era su historia. No ahora.

—No te necesito, galán de novela —murmuró con una sonrisa torcida—. Si apareces, será bajo mis reglas.

Lía estornudó, y Ana rio suavemente. Era extraño sentirse tan completa con un ser tan pequeño entre sus brazos. Pero también era reconfortante. En esta vida, en este mundo ajeno, al menos tenía algo que proteger. Alguien por quien luchar.

Y eso lo cambiaba todo.

---

Pasaron dos días en el hospital antes de que les dieran el alta. La habitación se volvió más familiar con el tiempo, aunque Ana aún se sentía como una impostora cada vez que firmaba un documento. Nadie parecía notar nada raro, como si realmente fuera Ana, la mujer que había dado a luz a Lía.

Al salir, una señora de rostro severo la esperaba. La reconoció de inmediato por las descripciones del libro: la madre de Ana. Fría, manipuladora, interesada solo en la reputación familiar. En el pasado, había forzado a Ana a mantener el embarazo en secreto.

—Ana —dijo la mujer, sin emoción—. ¿Estás lista?

—Sí —respondió, pero su tono era distinto. Firme. Seguro.

La mujer alzó una ceja, como notando algo diferente, pero no dijo nada más. Se limitó a girar y avanzar, como si esperara que Ana la siguiera sin chistar.

Pero Ana no lo hizo. Se quedó parada con Lía en brazos.

—No vamos contigo —dijo de pronto.

La madre se giró, sorprendida.

—¿Qué estás diciendo?

Ana la miró con una frialdad que nunca había sentido antes.

—Esta es mi hija. No voy a permitir que alguien como tú la críe entre gritos, reproches y apariencias. Ya no soy esa Ana sumisa. Si quieres arruinar tu reputación por desheredarme, adelante. Pero no te llevarás a Lía.

El silencio cayó entre ambas como una losa. Finalmente, la mujer volvió a hablar, con una mueca de desprecio.

—Entonces, no esperes nada de nosotros. No tienes apellido, ni casa, ni apoyo.

Ana asintió.

—Lo sé. Pero tengo algo más importante. Tengo una hija. Tengo una nueva vida.

Y sin mirar atrás, caminó hacia la salida.

El encuentro inesperado.

Ana caminaba por los pasillos del hospital, dejando a tras a la madre de la protagonista, sujetando con suavidad a su bebé en brazos. El sonido de sus pasos resonaba en la quietud del lugar, mientras su mente seguía procesando la absurda realidad en la que se encontraba. Había despertado en el cuerpo de otra mujer, dentro de una historia que no entendía completamente, con una hija que, por alguna razón, ya parecía haber existido antes en los recuerdos de la novela que había leído. La vida de la joven Ana había tomado un giro insospechado, pero no podía quedarse paralizada. Debía encontrar respuestas.

Primero se dirigio a sala de neonatología para un breve chequeo y luego se fue sin rumbo ,no sabía exactamente hacia dónde se dirigía, pero sentía que su camino la llevaría a un lugar donde pudiera entender más sobre su nueva vida. Sin embargo, antes de llegar a su destino, una puerta abierta atrajo su atención. Era la habitación 105.

Desde dentro, se escuchaba una voz femenina regañando con tono severo a un joven que, aunque intentaba defenderse, no parecía tener mucho que decir ante las palabras de la mujer.

—Hijo, ¿eres ciego o qué? ¿Cómo puedes aceptar casarte con una mujer como ella? ¡Solo le interesa la herencia que te dejará tu padre! Y por favor, no me hagas creer que la amas, porque no puedo ver ni una pizca de amor en tu rostro. Solo te lo digo por tu bien, hijo mío. ¡Quiero que seas feliz!

Ana se detuvo un instante, dudando si debía continuar su camino o escuchar un poco más. Fue en ese momento cuando el joven en la habitación atendió una llamada. Su voz sonó tensada al contestar, pero la que le respondía tenía un tono chillón y claramente molesto.

—¡Querido! ¿Cómo puedes olvidarte de mi cumpleaños? ¡Esto es imperdonable!

La mujer en la habitación, al escuchar el reclamo de la otra parte de la conversación, soltó una risa burlona.

—Hijo, cuelga de una vez. Su voz me está dando jaqueca.

El joven, al parecer sin ganas de discutir, se despidió rápidamente con una promesa.

—Te daré un hermoso regalo, mamá. Ya verás.

La mujer rió con suficiencia.

—¡Ay, hijo, tendrás que comprarte un par de orejeras! Si no, pronto estaras más sorda que yo.

Ambos compartieron una risa, y finalmente, la mujer salió de la habitación con su hijo detrás de ella.

—Debes apresurarte , no quiero llegar tarde a ver a los angelitos —dijo la madre, caminando rápidamente.

Ana no podía evitar escuchar la conversación entre madre e hijo. Algo en la atmósfera la hizo detenerse por completo, sintiendo una extraña mezcla de compasión y curiosidad. Aun así, decidió volver a neonatología porque ya debio terminar su chequeo.

. .............

La mujer de la habitación 105 no paraba de hablar sobre lo maravilloso que sería ser abuela, deseando que alguno de esos bebés fuera su nieto o nieta. Mientras tanto, su hijo la miraba con una mezcla de alegría por ver a su madre feliz, pero también con tristeza al recordar que ella estaba enferma. Los doctores aún no podían descubrir la causa de su malestar, lo que hacía que él se preocupara cada vez más.

Ambos llegaron a la sala de neonatología, donde la mujer no pudo evitar mostrar una fascinación absoluta por los bebés que allí se encontraban. Pero hubo uno en particular que la hizo detenerse en seco.

—¡Mira! —exclamó, señalando a un bebé que la enfermera levantaba de su incubadora—. Este es especial, seguro que es mi nieto.

El joven miró a su madre, quien estaba perdida en su admiración por los pequeños. Pero su atención fue desviada cuando la enfermera se acercó, sosteniendo al bebé en brazos y dirigiéndose hacia él.

—Señor, por favor, tome a su bebé —dijo la enfermera con una sonrisa—. Estaba a punto de llevárselo a su madre, pero como ha llegado, puede llevarlo usted.

El joven la miró confundido, sin saber cómo reaccionar. Finalmente, sin poder negar lo que estaba pasando, extendió los brazos y tomó al bebé. A pesar de que las palabras no salían, lo sostuvo entre sus brazos, sintiendo la calidez de la pequeña. La madre no pudo evitar reírse un poco, al ver la confusión que había causado la enfermera.

—Hijo, ¿no me digas que ahora eres padre? —comentó la madre con una sonrisa burlona—. El bebé no llora.

_Eso es raro. Y te ves tan serio, como si nunca hubieras tenido un bebé en tus brazos.

El joven estaba sorprendido, pero se sentía extrañamente tranquilo. En sus brazos, la bebé no lloraba, algo que le parecía inusual. Recordó, vagamente, que los bebés y los niños siempre lloraban cuando él estaba cerca.

En ese momento, Ana apareció en la sala, buscando su hija. Al verla, la confusión aumentó en su mente. La bebé estaba en los brazos de ese hombre extraño, pero algo en él le resultaba familiar, como si su rostro le hubiera parecido ya conocido en algún lugar.

La enfermera se acercó a Ana con una sonrisa.

—Señora, su esposo y padre de la bebé están por llevarla a su habitación.

Ana frunció el ceño, sorprendida. No sabía qué responder ante lo que acababa de escuchar, hasta que un joven detrás de ella se adelantó y, con tono dramático, exclamó:

—¿Por qué no me dijiste que ya habías conseguido un nuevo papá para la princesa? Eres cruel, me has roto el corazón —dijo en un tono exagerado, pero con un leve toque de broma.

La enfermera, visiblemente confundida, se disculpó de inmediato, creyendo que había cometido un error.

—¡Oh! Disculpe, señor. Pensé que usted era el esposo de la señora, ya que el parecido entre ustedes dos es impresionante. Pero veo que me equivoqué.

Ana no sabía si reír o si quedar perpleja ante la situación. Finalmente, la señora que estaba con el joven intervino, explicando el malentendido.

—Mis disculpas, fue un error de mi hijo no aclarar la situación —dijo con una sonrisa afable—. Pero este bebé es tan hermosa, y se parece tanto a mi hijo en su infancia que pensé que era mi nieta.

El joven, aún en silencio, observaba fijamente a Ana, notando por primera vez lo hermosa que era. Durante un breve segundo, sintió una extraña decepción, al darse cuenta de que esta mujer tan cautivadora ya estaba casada.

—¿Así que es una mujer casada? —pensó, sintiendo un golpe de tristeza en su pecho.

Ana, saliendo de sus pensamientos, recogió a su hija y se acercó a la mujer.

—Gracias por su ayuda, pero me retiro ahora. Debo llevar a mi hija a su habitación.

Con una última mirada al joven, Ana se despidió y comenzó a caminar hacia la salida, dejando atrás la sala de neonatología.

La madre del joven, observando cómo Ana se alejaba, no pudo evitar comentar:

—Hijo, parece que ya te han flechado el corazón. Qué lástima que la conociste tarde.

El joven no respondió, su mirada aún fija en el lugar donde la mujer había desaparecido. Cuando su madre lo observó, se dio cuenta de que algo en su hijo había cambiado. Con una sonrisa traviesa, comentó:

—¿Te gusta, hijo mío? ¡Ya lo veo!

Pero el joven simplemente reaccionó con una expresión seria, como si intentara alejar esos pensamientos de su mente.

—No digas tonterías, mamá. Solo estaba pensando en lo hermosa que es la bebé.

La mujer rió y, viendo que no obtendría más respuestas, se giró y caminó junto a él.

—Vamos, hijo, necesito descansar. Ya no puedo más.

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