Corría el día 27 de agosto del año 2000, una noche torrencial con fuertes tormentas de agua salada y truenos azotaba con todo a la capital de Argentina.
Ante la extrema tormenta que sumergía a Buenos Aires en un punto de inundaciones y estragos, el gobierno porteño decidió activar la alarma roja para prevenir a los ciudadanos sobre este caos ambiental. Pero ante la incertidumbre que se generaba en la capital, en pleno centro de Buenos Aires, yacía edificado un hospital moderno llamado Hernández. En dicho hospital se encontraban dos padres esperando en la sala de parto a un doctor.
Los dos padres estaban nerviosos y ansiosos porque el doctor no llegaba, temblando y causándole miedo a la mujer, apuntaba con la mirada a la ventana que reflejaba cómo la fuerte lluvia llenaba todo de pura agua, el sonido tintineante e inconfundible, rítmico y sosegado de las gotas cayendo y golpeteando los alrededores y la ventana.
"Amor, tengo miedo... ¿Saldrá todo bien?"
Esta mujer tenía un deleite de rostro y cuerpo, como si fuera tallado por los mismos ángeles. Su cabello dorado y sus ojos azulados daban una sensación de que fuera del exterior, especialmente de Europa. Un collar de perlas relucientes posaba sobre su cuello, adornando su torso. Y vestía una prenda totalmente blanca y lisa sin nada más.
El hombre, que abrazaba y contenía a su esposa, le respondió haciéndole una broma en este tenso momento:
"¡No te preocupes amor, si mi amigo no llega, yo me ocuparé de ti! ¡Sabes que aunque me retiré sigo siendo uno de los mejores doctores de Argentina!"
Del hombre se apreciaban unos anteojos costosos y dorados, donde transparente se podían ver los ojos rubí que tenía tan fogosos como una fogata; junto a también un cabello verde, tan deslumbrante como la naturaleza misma. Su vestimenta era la de una planchada camiseta blanca y encima se imponía un chaleco grisáceo, un pantalón gris con rayas más oscuras y unos zapatos formales negros complementaban su elegante y sofisticada ropa.
La expresión confianzuda de su esposo le hizo soltar una breve risa a la mujer, que la tapó ligeramente con su mano cerrada. Un poco más alegre que antes y mirándolo afectuosamente, respondió:
"-Jeje- Siempre sabes cómo sacarme una risa, Dr. Acacio".
La bella y gentil expresión de su mujer provocó una reacción propia dentro de su cuerpo: su corazón se aceleró y se ruborizó levemente pero notoriamente en su cara. Se acercó a su cabeza y corrió su cabello para darle un beso y decirle algo que dejó perpleja a la embarazada:
"Tranquila, amor mío. Todo saldrá bien".
Aunque eran unas simples palabras, estaban tan redundantes de seguridad y protección que dejaron los ojos altisonantes a la mujer, que se quedó mirándolo por unos segundos. Una amplia sonrisa inconscientemente apareció en su rostro y contestó con un tono amoroso:
"Te amo mucho, amor. ¿Sabes que nunca te dejaré de amar, no?"
El esposo le pasó por los ojos una flecha en forma de corazón en la punta, como si Cupido lo visitara por segunda vez. Esto conmovió su corazón, que mostró la misma sonrisa que su esposa, y dijo acercándose a su boca:
"Sí, lo sé perfectamente. Y por eso yo te amo más".
La romántica escena finalizó con un largo beso que se dieron esta pareja. El hombre de apellido Acacio se despidió de su esposa, a la cual se refirió como María Acacio. Ella, al parecer, tomó el apellido de su esposo cuando contrajeron matrimonio.
Una hora después de que el hombre de 30 años saliera de la habitación, llegó una enfermera que se haría cargo de la paciente para los correspondientes procedimientos antes de la operación. Él se sentó en uno de los asientos cercanos a la sala, teniéndola justo en frente, a tres pasos.
Llamándole la atención el golpeteo que ocasionaba la lluvia, se paró del asiento y se acercó a la ventana para observar cómo iba todo afuera. Al mirar por la ventana, vio cómo el temporal iba inundando poco a poco las calles. Los autos trataban de imponerse en las calles pavimentadas y mover a un lado el agua, salía salpicada hacia arriba, como un pequeño levantamiento asemejado al de una mini ola.
"Se está poniendo feo, espero que esto no genere un apagón...", pensó el hombre, un poco nervioso y preocupado por la situación.
De repente, su oído captó un chillido o un sonido muy parecido al de un cortocircuito. Estimulado por este sonido, se dio la vuelta al instante, pero no vio nada ni a nadie. Sin embargo, la luz del techo parpadeaba consecutiva y pausadamente, creando ese sonido que lo hizo darse vuelta.
Ya más amargado y creyendo que fueron sus propios pensamientos los que hicieron que esto pasara, exclamó: "Maldición, hoy no tengo buena suerte, eh".
El largo tubo de luz repitió ese mismo sonido mientras parpadeaba peligrosamente. El hombre pensó que no había otra opción que llamar a alguien del hospital para que apagara la luz. Pero, pese a sus gritos, nadie atendió a sus llamados. Le pareció raro, no obstante, no le dio tanta importancia y, en cambio, buscó él el interruptor de la luz.
Consiguió apagar la luz a cabo de unos minutos de búsqueda, para proseguir observando desde la ventana. Todo quedó en absoluta oscuridad en el pasillo donde estaba el hombre, solo las visibles sombras de los asientos se podían lograr ver.
Estuvo concentrado en sus pensamientos reflexivos fomentados por la lluvia, hasta que vio pasar un auto que, repentinamente, seguido de un rayo cayó cerca del lugar con un estruendoso sonido. Consiguió que éste se desconcentrara y, del susto, diera un paso hacia atrás. Al apenas concretar el paso, su espalda se topó con algo que obstruía el retroceder, algo duro e inamovible tocaba su espalda.
El hombre se percató de ello y se dio la vuelta. Al ver a quien tenía detrás, cambió radicalmente su expresión. Sus ojos altisonantes y su expresión aterrada provocaron un escalofrío en todo su cuerpo que, por consecuencia, su piel de gallina apareció.
Los truenos comenzaron a caer más frecuentemente haciendo que la iluminación que reflejaba la ventana, ilumine aquel misterioso ser con que se topó este hombre.
Un monstruo con una forma humanoide de aproximadamente dos metros de altura, teniendo unos amenazantes ojos verdes de serpiente. Su cuerpo estaba cubierto por una gruesas y brillantes escamas rojizas, donde en su espalda se logran ver que tiene unas grandes alas también rojas y que resplandecen tal cual un trueno.
Este monstruo muy similar a la descripción de un dragón, le dijo a quien tenía en frente con su gruesa e intimidante voz:
"Humano... Ya no intentes escapar, estas bajo las garras de mi, ¡el gran dragón Sarlva!".
Después de aquellas palabras de este ser, los truenos se intensificaron por todo los alrededores y la lluvia se volvió más potente aún. Pareciera como si el dragón tuviera algún vínculo extraño con la tormenta, generando más desconcierto y terror al hombre que grita por ayuda desaforadamente.
Los gritos no fueron más que una molestia para los oídos de Sarlva, que decidió sujetarlo y apretarlo con su mano. Ya cara a cara, mirándose a los ojos, el dragón le dijo:
"Humano, se que tienes muchas preguntas ahora mismo, ya las responderé. Pero primero quiero que te calmes".
El hombre tranquilizandose luego de esa oración, se quedó totalmente pasmado hasta que determinado a preguntar lo que seguía rondando por su cabeza, exclamó con una expresión seria:
"¿Cómo llegaste hasta aquí?"
El dragón ante la intrigante pregunta del humano, río y dijo: "¡Ja, ja! Es la primera vez que ves a un dragón y la primera pregunta que tienes es esa.., intrigante. Que espécimen más curioso eres, Samuel Acacio". Posteriormente lo miró penetrantemente y expectante para escuchar la respuesta de aquel que llamó su atención.
Samuel Acacio, tratando de conservar su cordura, siguió cuestionando al dragón con más preguntas: "¿Cómo sabes mi nombre? ¿Y porque no hay nadie más aparte de mi?"
Salrva interesado en seguir contestando las preguntas que mantiene en vilo al ex médico, respondió con honestidad con un tono imperante e irónico:
"Sé tú nombre porque me han mandado aquí para que seas parte de un juego, un juego muy divertido, jeje~. En cuanto a porque no hay nadie, es por que yo mismo formé una cúpula para que nadie pueda vernos y desde el exterior es como si estuvieras desaparecido"
El hombre tomando noción del asunto, se empezó a mover desesperadamente para tratar de salir de las garras del dragón. Éste, por su parte, irritado un poco por los ridículos movimientos de su contra parte, le dijo confundido:
"¿Que crees que haces, humano?"
Samuel Acacio agobiado por saber lo que pasa en el exterior, le respondió ya dando golpes sin sentido a la mano que lo sujeta firmemente:
"¡Sueltame, monstruo! ¡Quiero ir y ver lo que pasó con mi esposa y el bebé!"
El dragón comprendiendo ya los motivos de sus desesperados movimientos, dijo, bromeando:
"Bien. Te soltaré"
Rápidamente al ser liberado por la mano del dragón, Samuel Acacio pensaba que iba a caer en el suelo del piso del hospital, no obstante, fue todo lo contrario. Justo cuando se esperanzó de que podría ver a su esposa e hijo, el suelo del hospital se desarmó y se esfumó en frente de sus ojos. No sólo eso, sino que el hospital entero, las calles, autos y todo lo demás que rellenaba la escena también desapareció y se convirtió en polmo de estrellas, dejando sólo ahora un oscuro y lúgubre vacío.
El hombre desconcertado y asustado, perdiendo cualquier tipo de esperanza, fue cayendo lentamente al vacío. Sin embargo, Sarlva lo agarró nuevamente y le dijo, riéndose de lo traumada que se contempla la expresión del hombre:
"¡Jaja, humano deberías ver tu cara! ¡Fue tan divertido ver como caías y tu desesperación y el miedo tomaban posesión de tu cuerpo!"
"Ten cuidado con lo que deseas, humano" Finalizó el poderoso ser con su intención.
Samuel Acacio sin darle importancia a las palabras del monstruo y más fijándose en lo que aconteció, preguntó temeroso y sumamente confundido recordando el vacío y demás:
"¿Qué... fue lo que sucedió? ¿Qué fue todo eso?"
El dragón dejando de reír y bromear, respondió a las dudas que le generó al humano, ya más serio en su expresión:
"Lo que acabas de ver es cuando alguien sale de la cúpula sin mi permiso. Si hubieras caído en aquel vacío ya estarías hecho polvo sin poder siquiera reencarnar o revivir. Me debes una, humano"
El hombre un poco sarcástico en su incómoda sonrisa, le dice: "Gracias por eso...". Después, miró a los alrededores para observar si todo seguía como antes y así fue.
El gran dragón Sarlva sabía que había pasado mucho tiempo ya y que se le acababa. Apurado por el tiempo, le dijo:
"Humano, prestame atención... Me han ordenado que te visite para decirte que haz sido elegido para entrar en el Veryguard, o Mundo Guardián"
Samuel cansado ya de tantas cuestiones fantasiosas, repitió como loco que no le creía que esto era real. Pero el ser no le hizo caso, en cambio, continuó con su línea.
"Ya me tengo que ir, humano. ¡Solamente recuerda el día 16 de marzo del 2015, esa fecha será el día donde la humanidad desaparecerá!"
El dragón humanoide salió volando con sus alas y despegó hacia arriba destruyendo el techo del piso del establecimiento. La lluvia que caía sin fin y los rayos que se aprecian desde el cielo acompañan de fondo al dragón que se lo avista surcando los cielos, para luego desaparecer de la vista en un parpadeo.
El hombre no entendió muy bien lo último pero tenía una cosa clara: estaba siendo testigo de algo muy grande, posiblemente de algo tan grande como un peligro a nivel de extinción a la cual se tendrá que enfrentar la humanidad muy pronto.
Samuel Acacio le entró como un intenso dolor de cabeza que le hizo encorvar su espalda ligeramente a la vez flexionaba sus piernas y llevaba su mano derecha a su frente. El dolor de cabeza y un chirriante sonido ensordecedor acabaron cuando parpadeo un par de veces.
Se recompuso de este breve dolor y vio como todo volvió a la normalidad, sólo con dos diferencias: la luz ya había vuelto y la puerta de la sala estaba entreabierta.
Caminó en dirección a la sala y tocó levemente la puerta, luego de que su esposa le dijera que entre, él abrió completamente la puerta y la vio a ella todavía con signos de un abrumadora y exasperante experiencia que tuvo que vivir, como recompensa poder ver al hermoso y peculiar bebe que engendró.
Dos enfermeras seguían en la sala guardando los diferentes utensilios que usaron para la operación; el médico a cargo, se estaría sacando los guantes después de terminar con su labor.
Maria Acacio, esposa de Samuel Acacio, preocupada por no ver a su esposo desde la pequeña ventanilla de la puerta asomándose para ver su parto, le dijo extrañada:
"¿Amor, está todo bien? ¿Porque no viniste a verme durante la operación?"
Samuel todavía desorientado por todo lo que le sucedió apenas dejó esta sala, no escuchó a los llamados de su esposa y se embullo en sus pensamientos que abordaban diferentes momentos con este ser salido de una fantasía. Ya se lo notaba afligido y sus manos temblaban, moviendo muy levemente a la cama donde está recostada su esposa que lo vio en ese preocupante estado.
María podía ver con mucha preocupación encima a su esposo, que levemente estaba pasando un momento de desconsuelo y miedo que le provocaba incertidumbre.
Ella, con la intención de mejorarle los ánimos a su hombre, le dijo gentilmente: "¡Amor, mira al bebé! ¡Es tan tierno y hermoso!".
La mujer alzó al bebé, que ni lloraba, y se lo acercó a Samuel. Solo este recién nacido disponía a observar su ambiente, algo demasiado extraño y peculiar que parece que pasó desapercibido por la nueva madre.
Samuel Acacio, desconcentrándose de sus negativos pensamientos, vio lo que lo rodeaba de otra manera, como si todo fuera más lúcido. Bajó unos centímetros la mirada y vio cómo su esposa le aproximó a su hijo. Una sonrisa yació en él cuando vio al bebé y una mirada paternal se avistó en sus reconfortantes ojos. Sosteniendo por primera vez a su bebé, acurrucándolo entre sus brazos en forma de cuna, le dio su dedo índice de la mano derecha para que jugara con él.
"Es hermoso..." exclamó cautivado por este bebé.
Las palabras sobraban para este momento, solo con observar las caras de ambos padres notabas el mágico y profundo sentimiento que le demostraban al bebé. El amor y más entre una familia es algo tan único como también inalcanzable para cualquier otra relación.
María Acacio rió tierna y cortamente, mientras acababa con una plena y satisfactoria sonrisa al observar a su hijo tapado en una manta celeste: "Jeje, no puedo dejar de mirarlo... Esperamos tanto por este momento que cuando está aquí ya no sé qué decir o qué hacer".
El hombre se inclinó hacia abajo para acercarse a su mujer, y dándole un pequeño beso a la vez que mantenía el bebé pegado a la cama, dejó su cabeza, más bien su frente arrimada a la de su esposa y dijo:
"No es necesario que digas nada. Ya pudimos tener un hijo y le daremos mucho amor. No hay nada más que protegerlo y amarlo con todo lo que tenemos".
La respiración de María Acacio al escuchar aquellas palabras se agitó y su corazón corrió a mil. Se la notaba ruborizada por aquella frase que la enamoró. En su mente revivía los felices y románticos recuerdos cuando conoció por primera vez a Samuel y las varias citas que tuvieron. Una relación que duró 6 años hasta la actualidad, donde ya hay un hijo de por medio.
María bajó unos centímetros sus ojos, observando con deseo los labios de su marido, y con una voz baja y un tono seductivo habló:
"Te amo..."
Los labios de la mujer se coordinaron con los del hombre dando por resultado un apasionado y largo beso, que terminarían siendo testigos el doctor y las dos enfermeras teniendo una empática sonrisa cuando ven a alguien feliz exhibiendo su amor hacia su pareja.
Al finalizar dicha muestra de amor, Samuel se quedó también un poco ruborizado, pero se le pasó al instante al pensar en lo que recordó. Le dejó a su hijo con la madre y se paró erguido, procediendo a acercarse a su amigo, el doctor y cabecilla de la operación.
El doctor, un hombre joven de unos 25 años, cabello café corto y flequillo estético, y unos ojos avellana hermosos que dan una sensación de que una sola mirada de aquellos ojos te conquista al instante. Viste una bata blanca típica en cualquier especialista cuando se trata de la medicina, debajo de ésta está una camiseta negra y un símbolo de una calavera rockera (una guitarra electrónica tiene al lado de ese cráneo humano medio aterrador). Un pantalón ajustado negro y unas zapatillas blancas de bajo costo, que tienen trazadas unas líneas en los dos costados en forma de onda, complementan su estilo.
El joven hombre, viendo a su amigo ir hacia él, se termina de apoyar en el mueble de la sala y también da unos pasos al frente. Justo en frente de la cama, éste amigo le dice en un tono cariñoso y curioso presenciando la cara seria de su ex compañero:
"¿Qué pasó, Sam?"
Samuel Acacio estiró por un segundo a un costado su cabeza, a la vez que apuntaba con su dedo gordo la puerta. Su amigo entendió lo que quiso decir y ambos salieron de la sala, mientras las dos enfermeras interactuaban con María.
El médico, confundido por esta repentina charla, se arrimó contra la pared y le preguntó francamente en qué piensa:
"¿Sucedió algo importante?"
Samuel dio un pesado suspiro y posteriormente
continuó apoyando sus manos sobre los hombros del joven médico y empezó a soltar unas lágrimas de sus brillantes ojos, repitiendo la misma palabra: "Gracias, Valen, gracias...". Su amigo no sabía qué hacer, estaba desconcertado y eso se experimentó en su cara mientras se echaba un poco hacia atrás para sacar las manos del lloroso hombre.
Valentín sabía que su amigo no se iba a quebrar ante su mujer, por eso, resguardando como un secreto este momento, le dio un fuerte e inesperado abrazo buscando la forma de calmar a Samuel.
"Cálmate primero, amigo. Luego, contáme cómo has estado todo este tiempo. Jaja, debe ser un buen día para ti, ¡ya sos padre!", le susurró al oído, guiando la conversación para hacer sentir consentido a su amigo.
Este abrazo habrá durado a lo mucho unos 10 o 15 segundos. Luego, el experimentado hombre quitó las manos de los hombros del médico y le contestó ya más tranquilizado:
"He estado bien, estudiando de más sobre la medicina porque pensaba construir un hospital que sea el mejor de Argentina. ¿Vos cómo haz estado? ¿Todo bien después de lo que pasó el mes pasado?"
Valentín, recobrando memoria de lo que aconteció en aquel mes, cerró sus ojos y llevó su cabeza apuntando al suelo y suspiró lamentándose de algo. Los abrió a cabo de unos segundos y respondió honestamente:
"Y... como sabes, la paciente sigue insistiendo que la opere del corazón, pero no tengo tanta experiencia para hacer eso y si fallé en alguna arteria o en alguna conexión cardiaca, podría morir sin saber cómo. Es todo un tema..." Cortó sus palabras y prosiguió ya al levantar la cabeza y dar una contemplada expresión alegre: "Bueno, lo que te iba a decir antes de que me olvide. ¡Me hace feliz saber que aquel maestro que me ayudó a hacerme un gran médico quisiera hacer un hospital! Si me necesitas para algo, llámame y haré lo que pueda".
Samuel comprendió la pesada carga de su amigo y ex aprendiz y le dijo: "¡Jaja!, entonces te lo pediré algún día", le dio una palmada para motivarlo sobre ese asunto y prosiguió: "Escúchame, no te hagas tanto problema con eso de la operación del corazón, sólo enfócate en que podrás hacerlo y verás cómo todo sale bien. El que no arriesga, no gana". Haciendo una media sonrisa más animada, le respondió agradecido: "Gracias por tu consejo, Sam. Veré cómo lo haré. Me diste la confianza que necesitaba".
Valentín se alejó paso a paso de su amigo, caminando hacia atrás pero mirándolo, y le dijo elogiándolo: "Por algo fuiste el mejor médico de Argentina antes de tu retiro. Ya verás, cuando vuelva te mandaré un mensaje diciéndote que lo logré. ¡Espéralo!" El joven médico se perdió en el largo pasillo, feliz y seguro de que podrá operar a una mujer de 30 años con cardiopatía coronaria, una enfermedad cardíaca que se produce cuando las arterias coronarias no pueden transportar suficiente sangre oxigenada al corazón.
Samuel observó unos segundos, expresando una bondadosa sonrisa, cómo se alejaba su querido amigo. Al ya no poder verlo más, se dio la vuelta y se dirigió a la puerta de la sala mientras pensaba: "Ja, ja, qué hombre... Es por eso que tiene tanto talento".
Al apenas tocar con su mano izquierda el picaporte de la puerta, apreció desde la ventanilla a su mujer sacándose unas risas con una enfermera, mientras la otra enfermera sostenía y admiraba a su hijo, conquistada por su belleza. Pero lo extraño no era eso, sino cómo del bebé nacía un aura desagradable y oscura que se interpretaba en una borrosa y ennegrecida capa que rodeaba todo su cuerpo.
"¡¿Qué mierda es eso?!" exclamó el hombre, sintiendo una sensación aterradora que yacía en su pecho y lo hacía agitarse.
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