El amor, esa palabra tan hermosa que todos los seres humanos esperan con ansias. Todos, o la gran mayoría, han sentido amor por alguien, pero no todas las historias tienen final feliz.
Los personajes de esta historia me han contado lo que les ha pasado en su vida con respecto al amor. Ellos han creído, han amado, pero desgraciadamente se han dado cuenta de que no era lo que ellos esperaban. Simplemente era otra cosa diferente, no llenaba sus sentidos, estaba totalmente hueco. Pero todas estas experiencias les servirían en un futuro para no volver a cometer el mismo error.
Cuatro historias diferentes que nos revelan cómo ha sido su vida con respecto al amor. Muchos no tienen ni idea de lo que pasó y no saben cómo enfrentar la situación. Sin embargo, tenían que seguir viviendo con o sin amor. La vida es así, unos ríen, otros lloran, unos tienen amor y otros viven en la soledad más terrible. Las cuatro historias se mencionarán alternativamente y que sirvan como ejemplo para que no caigamos en su mismo error y sepamos escoger a la persona que nos acompañará para toda la vida.
Empezamos con las historias, gracias.
En una capilla funeraria había alrededor de 50 personas reunidas. La persona que estaban velando era don Genaro, padre de Belén.
"Tranquila amiga, que Dios te dé resignación y fortaleza", decía una amiga de Belén. Belén lloraba mucho, su padre siempre le había dado todo su amor, su tiempo, sus consejos, era todo para ella. Ya que su madre siempre estaba ocupada en sus cosas y no le ponía mucha atención.
Belén sentía que se le acababa el mundo. Las amigas trataban de ayudarla a salir adelante y no querían que se desmoronara. Una de ellas le llevó café y galletas para que aliviara un poco su dolor.
"Ven amiga, vamos a sentarnos un ratito, necesitas descansar".
"No, déjenme, papá, papá no te vayas".
Un poco retirada, doña Carlota lloraba también. Era la mamá de Belén. Hacía tiempo que don Genaro no estaba bien del corazón y un infarto fulminante acabó con su vida.
Poco tiempo después, el cortejo fúnebre enfilaba hacia el panteón. Ahí sería su última morada. Un chico que observaba estaba muy triste. También era su padre, aunque nunca se casó con su madre. Lloraba alejado de la multitud, no quería ser descubierto. Su madre le había dicho que él era casado, pero no por eso dejaba de ser su padre. Se subió al camión que los llevaría al panteón. Nadie notaba su presencia sumidos en su propio dolor. Todo el tiempo pasó de incógnita, nadie se percató de su presencia. Era el mes de julio, cuando el calor estaba a todo lo que daba. Los árboles estaban muy frondosos, solo se oían los llantos de las diferentes personas que estaban en el panteón. Cuando regresaron, Carlota le decía a Belén: "Es hora que te vayas, aquí ya no hay lugar para ti. Tu padre se ha ido y es hora de que te vayas tú también. Al fin y al cabo, no eres mi hija". Belén se quedó muda con la confesión que le hizo su madre. "Pero mamá, ¿por qué me dices eso? Soy tu hija". "Ya te dije, tú no eres mi hija, solo eres hija de tu padre. Cuando él y yo nos casamos, él ya te tenía. Su amante murió y te trajo conmigo. Al principio, yo te acepté y te cuidé como si fueras mi hija, pero después se me hizo muy pesado. Yo quería internarte, pero tu padre no me dejó. Ahora ya eres lo suficientemente mayor para que te hagas cargo de tu vida, no descompongas la mía". "Está bien ma... que diga señora, ya me voy. Solo déjame sacar todas mis cosas". "Está bien, pero que sea rápido". Carlota se fue a su habitación. Jamás había querido a Belén, la soportaba solo por su esposo, pero al morir él, Belén salía sobrando. Belén estaba en su cuarto empacando todas sus cosas. No entendía por qué había madres que abandonaban a sus hijos a su suerte. "Si pensaba echarme a la calle, ¿para qué me aceptó en su casa? Solo para guardar las apariencias con mi padre. ¿Y ahora qué voy a hacer? No tengo a dónde ir". Belén, a sus 22 años, trabajaba en un banco y estudiaba. Su padre le estaba pagando la escuela, pero ahora ya no podría seguir estudiando. Lo que ganaba en el banco no le iba a alcanzar para pagar todo.
Salió de la casa sin que su madre la despidiera. Se sentía muy sola, así que se fue a llorar a la tumba recién hecha de su padre. Así estuvo mucho rato cuando una señora con dos hijos llegó a la misma tumba. Ella la vio y le dijo: "¿Me permites ponerle estas flores a tu padre?".
"¿Por qué? ¿Quién es usted?", preguntó Belén un tanto curiosa.
"Tu padre y yo tuvimos una relación, perdón, es el padre de mis hijos. Él me decía que sufría mucho con tu madre. Ella lo trataba mal, y él se refugiaba en mí", explicó la señora.
Belén se puso a llorar. "Mi mamá no es mi madre biológica, me corrió de su casa", dijo.
"Pobrecita. En mi casa sobra un cuarto, te lo ofrezco con el corazón", ofreció la señora.
"Ya veremos cómo le hacemos para sobrevivir", respondió Belén.
"Gracias señora, le prometo que no me sentirá", agregó.
"No te preocupes hija, yo sé que estarás a gusto ahí. Nadie te molestará. Vivo sola con mis dos hijos. Mi pareja, o sea tu padre, me dejó bien protegida", aseguró la señora.
"Gracias señora, yo trabajo y estudio. Casi no estaré en la casa. No daré problemas", prometió Belén.
Así fue como Belén se fue a vivir con la amante de su padre. Dos semanas después, Carlota estaba en la notaría. "¿Qué espera que no lee el testamento?", preguntó impaciente.
"Faltan dos personas. Hasta que lleguen, lo leeré", respondió el notario.
"Pero ¿quién falta si yo soy su esposa? No hay más familia", se quejó Carlota.
"Tranquila señora, guarde la compostura o la echo de aquí", amenazó el notario.
"No me pida que me calme. No sé a quién más espera. Mi esposo no tenía familia, solo Belén y yo", explicó Carlota.
"No se desespere señora, ya no tardan. Ya las conocerá", tranquilizó el notario.
Carlota no tenía idea de quién más debía llegar, pero lo que sí sabía era que no pensaba compartir su herencia con nadie más. Estaba sentada esperando, preguntándose a quién esperaba. En eso llegó una señora con una joven.
"Belén, ¿qué haces aquí?", preguntó sorprendida.
"¿Se te olvida que soy la hija de Genaro?", respondió Belén.
"Ok, y usted señora, ¿quién es y qué hace aquí?", preguntó Carlota.
El notario intervino: "Son las personas que esperábamos. En seguida daré lectura al testamento. Si gustan tomar asiento, por favor".
Carlota los veía con ojos de pistola. Estas personas no tienen nada que hacer aquí...
Tranquila, señora, o hablo con seguridad...
El notario les enseñó el sobre sellado. Apenas lo iba a abrir... Muy bien, lo leeré...
Yo, Genaro Díaz, en pleno uso de mis facultades mentales, sin que nada ni nadie me presione, reparto mis bienes de la siguiente manera:
A mi hija Belén Díaz le dejo un fideicomiso para que pueda seguir estudiando. Como ella ya es mayor de edad, ella lo manejará como mejor convenga a sus intereses. También le dejo la casa donde ha vivido hasta el día de hoy. Si mi esposa no está de acuerdo, que busque dónde vivir. Mi hija se queda ahí...
A mi esposa le dejo la casa del norte y los dos coches que hay en ella. El otro coche es para mi hija Belén...
También le dejo la mitad del dinero del banco. Espero que lo sepa administrar bien porque es todo lo que recibirá...
A Luly le dejo la otra mitad del dinero del banco... Así, sin más explicaciones...
Carlota sintió como si le hubieran pegado una bofetada...
"¿Eso no puede ser? ¿Por qué le deja algo a esta señora?" - pensó.
"Es todo. Se pueden ir. En dos días vengan a firmar. Señora, si no está de acuerdo, empiece a desalojar la casa de Belén..."
Después de la firma, Carlota salió de esa casa para siempre. Belén invitó a Luly a vivir en su casa, había espacio para todos...
"Gracias hija, venderé mi casa y con eso terminarás de estudiar, y guardarás tu fideicomiso para una emergencia", dijo la madre de Belén.
Así fueron pasando los meses, Belén conoció a un muchacho que acababa de entrar y se hicieron amigos. Salían juntos a todas partes. Enrique y Belén congeniaban muy bien. "Oye, ¿vives con tu familia?", preguntó Enrique. "Vivo con mis dos hermanos y la mamá de ellos. Mi padre murió hace varios meses", respondió Belén. "Lo siento", dijo Enrique. "Gracias. Te invito a comer a mi casa para que conozcas a mis hermanos y a la señora Luly. Son buena onda", invitó Belén. "Está bien, gracias. ¿Y tu mamá?", preguntó Enrique. "Murió al nacer yo. La que me crió no es mi madre, pero hablemos de otra cosa", respondió Belén. La señora Luly ya tenía la comida hecha. "Hola, él es Enrique, un amigo, y ella es la madre de mis hermanos", presentó Belén. Enrique se portó como todo un caballero. En cuanto terminó de comer, se fue a su casa.
Varios días después, Enrique platicaba con algunas chicas nuevas. Les estaba explicando su trabajo. A él lo habían dejado a cargo de la supervisión y entrenamiento de los nuevos trabajadores. Belén lo observaba con ojos de pistola, pero se controlaba porque estaban en el trabajo. Al salir, ella buscó a Enrique y se fue con él, pero Enrique solo la dejó en el camión y se fue a su casa.
Se acercaban las posadas y en la empresa les iban a hacer una. Enrique le dijo a Belén que si quería ser su pareja de baile, y ella accedió gustosa. En realidad, a ella le gustaba él, pero Enrique no daba señales de querer andar con ella. "¿Por qué vas tan lento conmigo? Yo me muero por ti y tú ni en cuenta", pensaba Belén.
El tiempo pasaba, y pronto se llegó el día de la posada. Enrique pasó por Belén en el camino. Ella le sugirió que fueran novios para estar juntos con más confianza, pero Enrique no se daba por aludido. Él también trabajaba y estudiaba, y no quería perder el tiempo con romances. No estaba para eso.
Ya estaban reunidos todos en la posada. Había música y bebidas. Enrique y Belén bailaban suavemente al ritmo de la música. Belén tomaba y fumaba sin parar. Enrique la dejó por un rato para ir con sus amigos. Ellos se salieron un rato a la terraza para respirar un poco de aire puro, ya que ahí dentro había mucho humo, y a Enrique eso le molestaba, ya que él no fumaba.
"Jajajaj qué delicado te volviste amigo, deberías de gozar para fiesta", dijo uno de sus amigos.
"Sabes bien que no me gusta el olor a cigarro", respondió Enrique.
"Lo sé, pero mínimo despístalo, no que todos te vieron cuando te saliste", dijo su amigo.
"Me vale, a mí no me importa lo que diga la gente", respondió Enrique. Siempre estaba muy seguro de sí, nunca hacía caso de lo que decía la gente.
Belén ya estaba muy tomada y se le acercó a Enrique. "Hola, ¿por qué estás acá afuera?", preguntó. La chica apestaba a vino y cigarros. Enrique no pudo evitar una mueca de asco.
"Vámonos, ya estás muy tomada", dijo Enrique. Antes que nada, era un caballero y la respetaba.
"No me quiero ir, no seas amargado, dame un beso ándale", dijo Belén.
"Ya, estás borracha, te llevaré a tu casa", respondió Enrique.
"Suéltame, no quiero irme a mi casa, quiero estar contigo", dijo Belén.
"Ya te dije que no me voy a aprovechar de ti", dijo Enrique. Se la llevó a su casa contra su voluntad.
Más tarde, él llegaba a su casa después de dejar a Belén en la suya.
En otra parte de la ciudad, una chica de dudosa reputación trabajaba en un restaurante-cantina. Ella trabajaba ahí porque le gustaba andar de prostituta, según sus propias palabras. Fue ahí donde Moi la conoció.
Moi es un hombre de unos 34 años, de piel morena. A él le gustaba tener el cabello casi al ras de la cabeza. No es muy guapo, pero es buena persona y tampoco estaba tan mal. Se defendía.
"Hola, ¿cómo te llamas?", se le acercó Moi. Él trabajaba en el departamento de mantenimiento, se encargaba de arreglar todo en cuanto a monitores, cableado, etc.
Y fue ahí donde conoció a Oriana. Ella es una chica muy guapa, porque ese era el requisito que les pedían para trabajar en ese lugar.
Me llamo Oriana, ¿y tú cómo te llamas? Moisés, pero me dicen Moi. ¿Me puedo sentar contigo? Estoy trabajando, por el momento no puedo. Tal vez otro día platicamos... Un cliente le habló para que se sentara con él. A este tipo de chicas se les llamaba hostess. Ellas hacían lo que fuera por dinero. Muchas de ellas llegaban hasta tener relaciones sexuales por dinero... Moi la vio sentarse con el cliente y se fue a trabajar. Él se había enamorado de ella a primera vista y haría lo posible por conquistarla... Oriana tomaba con el cliente, reía y bailaba con él, mientras que Moi la observaba desde donde estaba. Ella ni se inmutaba, no le importaba en absoluto que Moi estuviera presente. Al contrario, más lo hacía. Lo besaba y dejaba que él le metiera mano... Cuando ya estaba más tomada, el tipo la invitó al privado y obvio ella se fue con él... No necesito decirles lo que pasó en ese lugar. Ella era una prostituta y el cliente la reclamaba. Eso es todo... Moi se fue a su casa. No quería ni pensar en lo que estaba haciendo Oriana con el cliente. Él se sentía muy mal, aunque ya sabía que ese era su trabajo, pero no le gustaba la manera en que se ganaba el dinero... Pero en fin, ¿qué podía hacer? El amor es así, te pega en donde menos te esperas... Moi se preparó para dormir. Mañana Dios dirá...
Varios días después, Moi estaba preocupado porque Oriana no había ido a "trabajar" al lugar... No sabía cuándo volvería. Él estaba enamorado de ella y solo deseaba que llegara el día en que ella le correspondiera. A veces el amor llega de repente y no se fija en clases sociales, ni en razas ni religiones... Y él se había enamorado de Oriana a pesar de saber a lo que se dedicaba... Día a día esperaba verla entrar por esa puerta, pero ella nada que volvía y Moi se estaba volviendo loco... No supo en qué momento se había enamorado de ella, pero se sentía desesperado porque ella no aparecía...
Enrique se sentía acosado por Belén. No hallaba cómo deshacerse de ella, ya que siempre lo perseguía. En el trabajo, no se separaba de él y casi no lo dejaba trabajar.
"Belén, no quiero ser grosero contigo, pero ya déjame en paz. A mí no me gusta que las mujeres anden detrás de mí. ¿Por qué no lo entiendes? Estoy estudiando y no quiero distraerme. Por favor, no es nada personal", le dijo Enrique a Belén.
Belén respondió: "Yo entiendo, pero no me trates así. Yo te amo y solo quiero que me des una oportunidad".
Enrique accedió: "Está bien, pero quiero que me des mi espacio. Vamos a intentarlo, pero no me obligues a quererte. Eso se dará con el tiempo, ¿ok?".
"Si, mi amor. Gracias", respondió Belén.
Enrique había aceptado más porque ella insistía mucho que porque quisiera andar con ella.
Desde que Enrique empezó a andar con Belén, no había tenido paz. Ella se la pasaba acosándolo y lo buscaba a todas horas. Enrique primero trataba de pasarle ciertas cosas, pero había llegado a un punto en que ya no la soportaba. Él trataba de llevar la fiesta en paz, pero Belén hacía que perdiera los estribos.
"Por favor, Belén, ¿por qué no tratas de entenderme? Yo no ando con nadie. Si acepté que saliéramos es porque tú insististe mucho, pero si sigues así, mejor terminamos", dijo Enrique.
"No, mi amor, perdóname. ¿Qué quieres que haga?", respondió Belén.
"Deja de seguirme, por favor", pidió Enrique.
"Está bien, pero no me dejes", suplicó Belén.
"Mira, Belén, no es que no te quiera, pero no quiero que estés atrás de mí todo el tiempo. Date y dame mi espacio. Quiero que la llevemos bien. ¿Qué dices?", propuso Enrique.
"Sí, tienes razón. Yo te amo", respondió Belén antes de darse un beso muy apasionado.
La relación iba bien, pero cuando ya llevaban un mes de relación, ella empezó a cambiar. Se hacía la difícil, hacía esperar mucho a Enrique y, cuando estaban en el trabajo, se hacía como que no lo veía y se iba sola. Ella quería que él le rogara, pero Enrique no era de ese tipo. Él solo la veía y no decía nada, pero esta situación ya le estaba cansando.
Varios días después, Belén invitó a Enrique a comer a su casa. "Ok, al rato nos vamos", dijo Enrique. Pero a Belén le gustaba jugar con Enrique, y en lugar de esperarlo a la salida, se fue con sus amigos sin importarle que Enrique estuviera esperándola afuera. Él la vio irse, pero no dijo nada. Ya estaba acostumbrado a esos desplantes por parte de su novia.
"Qué bárbara, amiga. Enrique te estaba esperando", comentó una amiga de Belén.
"No le va a pasar nada. Mañana voy a su casa", respondió Belén.
"Ay, amiga, primero andas detrás de él y luego lo tratas mal", dijo la amiga.
"No lo trato mal, pero él debe entender que no siempre voy a estar a su lado. Necesito mi espacio", justificó Belén.
Enrique no iba a caer en su juego. Dos días después, la buscó en su cubículo y le dijo: "Necesitamos hablar".
Por qué, ¿qué pasa? Belén se hizo la desentendida. Ven, vamos afuera. Enrique se la llevó de la mano hasta un cubículo vacío. No es mucho lo que te quiero decir. Belén, intuyendo lo que su novio le iba a decir, hábilmente le cambió el tema. Mi amor, ya viste que me compré zapatos nuevos. Te pido perdón por haberte dejado ayer, pero necesitaba ir por los zapatos, porque ya casi no habían. Y diciendo esto, se le colgó a su cuello y lo agarró a besos. Enrique la alejó muy suavemente. No importa lo que hagas, tú y yo terminamos. Belén se quedó asombrada, aunque intuía que algo así le diría, era más duro ver la realidad. Pero por qué, ¿no puedes dejarme? Yo te amo. Sí, tanto me amas que no te importa dejarme plantado para irte con tus amigos, sin importar lo que yo piense o sienta. Cuando quieres me ignoras, y me quieres manejar como si fuera un títere, pero conmigo no van esos juegos tan infantiles, así que no vuelvas a buscarme, lo nuestro terminó. Enrique salió de allí sintiendo que le habían quitado un peso de encima.
Moi volvió a ver a Oriana un mes después de la última vez que la vio. Estaba más guapa. Él le habló claro. ¿Quieres ser mi novia? La chica no esperaba esta petición. Ya estaba acostumbrada a que los hombres la usaran, porque para ellos solo era una prostituta, una mujer sin derecho a nada, vacía de sentimientos. No supo qué decir. Después de varios segundos de vacilación, ella le contestó. ¿Quieres que sea tu novia a pesar de ser lo que soy? Mírame, por mí han pasado muchísimos hombres. ¿No tienes miedo de que alguna vez estando juntos alguien pudiera reconocerme? No me importa, yo te amo de verdad y quiero formar una familia contigo. Moi, no sabes qué felicidad siento. Sí, quiero ser tu novia. Moi y Oriana iniciaron una relación. Al paso de los días, ella se enamoraba más de él, al grado de dejar de trabajar en ese lugar. Se dedicaba en cuerpo y alma a su amor.
Moi era encantador y tenía un carácter muy agradable. "Amor, quiero que vayamos al rancho para presentarte a la señora que me cuidó desde bebé", dijo Moi. "¿Me vas a presentar a tu mamá?", preguntó Oriana. "No, ella no es mi mamá, es la señora que me crió. Desde bebé me abandonaron en su casa y nunca supe quién era mi verdadera madre", explicó Moi. "¿Es posible eso? De todos modos, si ella te crió, ella es tu madre, adoptiva o no, pero tu madre al fin", dijo Oriana. "Bueno, ¿entonces vamos al rancho?", preguntó Moi. "Sí, yo quiero conocer a tu madre", respondió Oriana.
Dos días después, Moi y Oriana viajaban al puerto de Veracruz, donde se encontraba la madre de Moi. Iban felices y abrazados en el avión, que iba en marcha con mucha tranquilidad. El cielo estaba libre y tranquilo, y ambos iban felices porque les esperaba un futuro prometedor. Varias horas después, ya estaban con la madre de Moi. Él ya le había avisado que llegaría con su novia. La madre ya los estaba esperando con una especie de cena de bienvenida. "Hola, Moi me ha hablado mucho de ti. Eres muy hermosa. ¿Trabajas o estudias?", preguntó la madre. Oriana tragó saliva, no sabía qué contestar. Moi respondió: "Por el momento no trabaja ni estudia, ella solo se dedica a mí". "Hoy en día las mujeres trabajan también y no le dejan todo el paquete a los hombres. No veo por qué tú no puedas trabajar", dijo la madre. "Mamá, esto no es un interrogatorio. Solo la traje para que la conocieras, no para que la investigaras ni la acosaras a preguntas", dijo Moi. "Perdón, hijo, pero pasen a la mesa. Ya está listo todo", dijo la madre.
Poco después, todos comían. Oriana sentía un ambiente tenso, como que algo no marchaba bien. La señora no le quitaba la vista de encima. "Era muy hermosa para que no hiciera nada", pensó Oriana. Moi trató de salvar la situación. Después de comer, le mostró su habitación a Oriana. "Mira, ésta será tu habitación. Mañana te mostraré el rancho", dijo Moi. "Amor, en cuanto tu madre se entere de mi profesión, me echará de su casa y yo sentiré mucha vergüenza", dijo Oriana. "No te preocupes, amor. Eso ya es pasado. Yo te amo y nada ni nadie logrará que yo deje de amarte", dijo Moi.
La mamá de Moi escuchó todo lo que hablaron, porque estaba escondida detrás de la puerta, y entró como si nada. "Hijo, tu padrastro quiere verte, está muy emocionado porque viniste a vernos", dijo. "Al rato regreso amor", dijo Moi mientras se fue y la dejó ahí con su madre. "Te la encargo Flor", agregó. "No te preocupes hijo", dijo la madre de Moi.
En cuanto Moi se fue, la madre de Moi preguntó: "¿Cuál es ese pasado que no quieres que sepa? ¿A qué te dedicabas antes de conocer a mi hijo?".
"Señora yo...", comenzó Oriana.
"Vamos habla, ¿por qué no quieres que me entere de tu 'profesión'?", interrumpió la madre de Moi.
Oriana se quedó callada, pero como luego dicen que el que calla otorga...
"No me digas nada, tu silencio lo dice todo. Si te queda algo de decencia y dignidad, aléjate de mi hijo. Él es todo un técnico y aspira a más, pero contigo a su lado, ¿a qué puede aspirar? Mi hijo es muy bueno y no se vale que lo quieras embaucar con tu presencia, aunque él te ame...", dijo la madre de Moi.
"Señora, yo lo amo...", respondió Oriana.
"Pues si en verdad lo amas, déjalo libre. Él te lo agradecerá. No lo condenes a una vida miserable llena de zozobra sin saber qué le depara el futuro. ¿Imagínate que se encuentren con alguien que te conozca bien? Piénsalo, ¿crees que vale la pena?", dijo la madre de Moi.
Flor la dejó sola, en su cara se dibujaba una sonrisa de satisfacción... "Mi hijo no se casará con una put****".
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