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Cambiando Roles

Capítulo 1

La mujer despertó por el rayo del sol que entraba por la ventana, y al levantarse, se acercó a ella para admirar la vista del exterior. Descuidadamente, volvió su mirada hacia el espejo que estaba justo a su lado y vio a una joven de cuerpo pequeño y delicado, grandes ojos verdes, cabello castaño lizo, nariz pequeña, labios rosáceos finos y una tez clara. Coloco su mano en el frío espejo quitando la idea de su mente de que era un sueño.

—¿Esta se supone que soy yo?

Luciana se quedó quieta frente al espejo, observando su nueva apariencia. Aunque era completamente desconocida para ella, algo en esa imagen le resultó extrañamente familiar. Trató de recordar dónde podría haberla reconocido a esa persona, pero su mente estaba en blanco.  Entonces, de repente, recordó donde había visto la descripción de esa apariencia.

La mujer que tenía delante era un personaje extra de esa novela.

—Soy Dianela Winston ¿Verdad?

Luciana se sintió confundida por la situación. ¿Cómo había llegado a tomar la apariencia de un personaje de una novela que había leído?

La mujer volvió a mirar a su nueva apariencia, que era muy diferente a su apariencia original. No podía equivocarse con respecto a la apariencia que tenía delante suyo.

Ella era un personaje extra que tuvo una pequeña historia en “El jardín de las rosas”, una novela romántica popular a nivel mundial, pero con una trama absurda que había terminado de leer por recomendación.

Miró a su alrededor. Pudo ver que la habitación tenía un diseño moderno y llena de objetos caros, pero algo descuidada. La acumulación de polvo en los rincones de la ventana y en las esquinas de la habitación saltaba a la vista.

La mujer se quedó mirando fijamente la imagen de Dianela en el espejo, tratando de asimilar lo que acababa de ocurrir. Pero a medida que la imagen se iba haciendo más clara, también iba recordando la vida del personaje de Dianela.

Un personaje que no era ni la villana ni alguien cercano a la protagonista.

Dianela solo había sido una joven brillante e inteligente desde temprana edad que había avanzado rápidamente en sus estudios y había demostrado una capacidad excepcional para liderar y tomar decisiones importantes.

Pero su familia, una familia de políticos, no podía ver más allá de su género.

No importaba cuánto se esforzará Dianela por hacerlos sentir orgullosos, siempre había un aire de decepción en sus miradas.

La situación empeoró cuando la familia cayó en una crisis financiera. Dianela se dedicó a buscar soluciones para ayudar, pero todo parecía ser en vano. Hasta que un día llegó a sus oídos que un hombre rico y poderoso estaba dispuesto a ofrecer su ayuda a cambio de un matrimonio político.

Dianela sabía que esta era su oportunidad para salvar a su familia. Y aunque su corazón latía con fuerza de dolor y miedo, pensó dar el gran paso adelante.

Abandonó todo lo que conocía, todos sus estudios y su vida anterior, para casarse con Adrián.

Pero lo que Dianela no sabía era que este matrimonio era solo una trampa. Adrián la abandonó en una mansión alejada de la ciudad, con unos sirvientes que la maltrataban física y psicológicamente.

Y cuando finalmente Dianela ya estaba rota y herida, no pudo escapar de su trágico destino a manos del protagonista principal, Daniel.

El único que había sobrevivido en el matrimonio era solo su esposo que había quedado viudo, Adrián.

La situación de la Dianela original reflejaba mucha debilidad. Luciana no podía entender cómo pudo permitir que su familia la haya manipulado, y mucho menos que abandonara todo para casarse con un hombre desconocido, aunque sea para salvar a su familia de una crisis financiera.

Y sobre todo haberse dejado ser maltratada por los sirvientes de la mansión a pesar de tener un estatus mayor a ellos. En lugar de ponerlos a su sitio, pero hizo todo lo contrario.

Dianela solo se rindió y ayudó a que su vida se desvaneciera lentamente, perdiendo su felicidad y libertad.

Sin embargo, Aunque Luciana no podía entender la situación de Dianela, aún podía sentir pena por el destino que le había tocado vivir.  Era evidente que Dianela había sufrido mucho en su vida y que había pagado un alto precio por su error de juicio.

Pero, Luciana no tenía el mismo juicio que Dianela.

No cometería el mismo error que ella.

—Así que ya no seré Luciana, de nuevo— Se dijo a sí misma.

La puerta del cuarto de Luciana se abre repentinamente y una sirviente entra en la habitación, sosteniendo una bandeja de comida.

—Le traje su desayuno.

La actitud de la mucama era claramente desagradable, y su rostro estaba marcado por una expresión de desagrado hacia Dianela.  Cuando Dianela ve a la mucama, inmediatamente la reconoce como la misma mujer que se encargaba de atormentar y humillar a Dianela en la novela.  Y esta sirvienta no era cualquiera, era una de las manos derechas de Adrián, y era la única mucama en la mansión, Laura.

Pero esa historia no tenía nada que ver con ella, por lo que decidió ignorarla.

La mucama avanza hacia la cama de Luciana con la bandeja en la mano, sus movimientos son bruscos y poco cuidadosos, como si la tarea de llevar la comida fuera una molestia para ella.

—Listo, termínelo antes de diez minutos si no me lo llevare y ya no tendrá nada que comer.

Dianela finge obediencia ante las palabras amenazantes de la mucama.  Observa con atención cada detalle de la bandeja del desayuno.

Toma una cuchara de la sopa y la mastica lentamente, mientras que la mucama la mira sonriente. De repente, Dianela nota un sabor extraño en su boca y, al examinar su taza de café, antes de tomárselo, ve algo flotando en el líquido oscuro. 

Dianela mira a la mucama, y se da cuenta de que alguien había escupido en su bebida.

La expresión de mucama al ver que Dianela se había dado cuenta de lo que hizo, es triunfante, como si hubiera logrado su objetivo de humillar a la joven. Sin embargo, Dianela se levanta de la cama con determinación y agarra la bandeja con firmeza. 

Mira a la mucama directamente a los ojos, con una sonrisa, y lanza la bandeja a la cara de la mucama con fuerza, haciendo que la comida y la vajilla se esparzan por toda la habitación.

La mucama se queda atónita, sin saber cómo reaccionar ante el acto de rebeldía de la joven. Luego, con una expresión de furia en su rostro, levanta su mano para golpearle en la cara a Dianela, pero esta última no se dejaría intimidar.

—¿Qué crees que haces? —Dijo furiosa la mucama.

Dianela sintió un fuerte impulso de defenderse ante la amenaza que percibía en la actitud violenta de la mucama. Con rapidez y agilidad, agarró la mano en el aire y sin pensarlo la tomo por los hombros y le golpeo con su rodilla en el estómago.

La mucama, cayó al suelo, grito de dolor. Tumbada en el suelo, atónita y con una mirada llena de odio.  Nunca antes había visto a Dianela reaccionar de esa manera, yaque siempre había sido sumisa y callada ante sus maltratos.

Pero en ese momento, la actitud de Dianela había cambiado por completo. La mucama sentía cierta aura intimidante de Dianela.

Daniela sonrió con satisfacción y miró a la mucama.

—Veo que has olvidado tu posición en este lugar, pero no te preocupes. Yo te voy a enseñar como tu maestra, los errores que has cometido hasta ahora.

La mucama la miró con cierta sorpresa ante las inesperadas palabras de Dianela.

—Primer error, no tocar la puerta antes de entrar— Dijo Dianela con firmeza.

—¿Qué?— respondió la mucama.

—Segundo error, no preguntar dónde voy a desayunar— continuó Dianela.

—Usted siempre desayuna aquí— replico la mucama.

—¿Ahora eres adivina? — preguntó Dianela, frunciendo el ceño. —Me imagino que despues de esto sabras que te espera. Tercer error, nunca alzar tu mano ni tu voz contra tu maestro.

La mucama se quedó con silencio, pero estaba empezando a enojarse y Dianela se dio cuenta.

—Y cuarto y último error, no llamarme por mi título de “Señora”.  Después de todo soy la ESPOSA DE TU MAESTRO— Concluyó resaltando las últimas palabras y mirando fijamente a la mucama.

La mucama apretó su puño con furia mientras que en su mente se repitió la frase: “Yo la hice así, solo es una rata sumisa”

Y era verdad, ella había tenido un papel importante en la transformación de Dianela en una mujer sumisa y temerosa. Durante años, había atormentado y humillado a la esposa de su amado maestro, convirtiéndola en su mascota obediente.

Pero ¿por qué lo hizo? Recordó aquel día en que Adrián anunció su matrimonio con Dianela. Había sido un gran golpe para ella, que había estado enamorada en secreto de él durante tanto tiempo. Y luego, el hecho de que él nunca regresará a la mansión después de dejar a su esposa… era culpa de Dianela.

La mucama sintió una mezcla de celos y resentimiento hacia la joven esposa. Así que, para vengarse de ella, hizo de su vida un infierno.

Pero ahora, mientras miraba a Dianela sumisa y temerosa, la mucama se dio cuenta de que algo había cambiado en ella. Ya no era la misma, pero no quería creerlo.

“Yo la hice así”, pensó de nuevo la mucama.

El último hilo de cordura que tenía la mucama se rompió.  Se levantó del suelo con brusquedad, olvidando su dolor en su estómago, lanzando una mirada llena de furia hacia Dianela.  Levanto su mano para golpearla mientras que su voz se alzó en un grito que apareció salir de lo mas profundo de su ser:

—¡Eres solos una…!

Pero no llegó a terminar la frase ni la pudo golpear, ya que Dianela la detuvo en el momento del ataque y la recibió con tres bofetadas en la cara.

La última bofetada fue tan fuerte que la mucama nuevamente cayó al suelo, pero esta vez ya había entendido.

—Atrévete a terminar la frase y veras que terminaras muerta.

“Yo no soy esa Dianela”, pensó Dianela.

La mucama mantuvo silencio, mientras que Dianela la miraba fijamente para ver si decía o hacía algo, pero nada.

—Ahora, que ya entendiste bien. Ve y reúne a todos los sirvientes de esta mansión en la sala en dos horas.

La mucama asintió, todavía temblando de ira, pero sin decir nada más. Bajo la mirada y se alejó de la habitación en silencio, sintiéndose derrotada y humillada.

Dianela, por su parte, permaneció en su lugar con una sonrisa satisfecha en los labios.

Dianela se acercó lentamente al espejo, observando detenidamente las marcas de golpes que había dejado como consecuencia de haber dado una lección a una mucama.

—Este cuerpo es muy débil.

Colocó su mano en el espejo.

“No soy esa Dianela”, se volvió a repetir a sí misma.

No formaría parte de este escenario de protagonistas tontos ni permitiría ser controlada para morir por otras personas.

Con un respiro profundo, Dianela se alejó del espejo y se dirigió a su cama. Se recostó en ella, sintiendo la suavidad de las sábanas bajo su cuerpo adolorido.  Cerró los ojos y respiró profundamente, tratando de dormir.

“¿No soy esa persona, verdad?"

 

CAPITULO 2

Abre los ojos y desorientada mira el espejo central del carro con un fuerte dolor en la cabeza.  Observa su cara que tiene varios rasguños y su antigua cabellera negra como cuando lo tenía antes de estar en la novela.

Había vuelto a ser Luciana.

Siente una sensación de confusión. No entendía como había llegado ahí.

Observa a su alrededor y siente un peso encima de su cuerpo. Baja su mirada y ve a una mujer de cabello castaño encima de ella, cubierta de sangre. 

—¿Quién es ella? —Susurró.

Siente un impulso de tocarla para ver si estaba bien, pero en ese momento escucha un sonido que la hace sobresaltar.

Era un sonido leve, casi imperceptible, pero lo suficiente para abrir los ojos y despertarse del sueño.

—¿Qué fue ese sueño?

La puerta volvió a sonar.

Dianela suspira ante el sonido de la puerta por lo que decide responder:

—Adelante.

La puerta se abre y aparece un hombre viejo con un cobertor rojo en el cuello, indicando que era el mayordomo principal.  Es decir, la inconfundible, mano derecha de Adrián. 

La persona que había sido testigo de las humillaciones que Dianela había sufrido en la mansión, pero había hecho ojos y oídos sordos a ellas.

Sin embargo, a Dianela le era indiferente lo que había pasado en la novela, pero aún así no podía confiar en él por lo que su actitud se mantuvo fría y distante.

El mayordomo se acerca a Dianela y con una reverencia le saluda con respeto:

—Buenos días, señorita.

Dianela, al escuchar “Señorita” pensó que había escuchado mal por lo que decide aclarar su duda.

—¿Señorita?

El mayordomo se queda perplejo ante la reacción de Dianela, sin entender por qué se mostró tan ofendida.

—Ya veo de donde están aprendiendo la falta de respeto los sirvientes. Tal vez te estas volviendo muy viejo que estas olvidando algunas cosas. Cosas como que yo ya dejé de ser una señorita para convertirme en la señora de esta casa.  Es decir, tu maestra ¿O me equivoco?

Dianela se levanto de la cama y se acerco al mayordomo, mientras que este estaba en silencio.

—…

—Recuerde que me case con tu maestro y hace mucho tiempo deje ser una señorita de la familia Fiore—Agarró el cuello de la camisa y la acomodó, acercándose a su oído —Por lo que sería una falta de respeto que aún me sigas llamando señorita, ¿No crees?

El mayordomo bajó la mirada en señal de sumisión ante las palabras de Dianela y luego asintió con la cabeza.

—Mis disculpas, señora. Fue un error de mi parte. No volverá a suceder.

Dianela demostró al mayordomo y notó que su actitud había cambiado completamente, mostrándose más respetuoso y sumiso que antes. Pero ella no se dejaba engañar por su aparente humildad, sabía que el fondo era el mismo hombre frío que ignoró por completo a Dianela dejándola morir sola.

—Bien, me alegra que lo hayas entendido. ¿Hay algo que necesites decirme?

—Si, señora.  Su mucama me comunico que le había ordenado que reuniera a toda la servidumbre en el salón. ¿Es cierto?

—¿Ya los reunió?

—Aún no, quería confirmar el hecho antes de que lo hiciera— Respondió el mayordomo.

—¿Estas intentando decir que ella para obedecer una orden MÍA tiene que pasar primero por ti? —Preguntó Dianela con un tono de reproche.

—No —Respondió el mayordomo con voz suave.

—¿Entonces? — Inquirió Dianela con una ceja enarcada.

—Solo quería confirmar los hechos—Respondió el mayordomo.

—¿Por qué tiene que confirmar los hechos? ¿Acaso la sirvienta que está a “TU CARGO” es loca o ignorante? —Preguntó Dianela con una expresión seria en su rostro.

El mayordomo apretó duro sus puños y Dianela se percatado estando satisfecha con ese gesto.

—Si es así, no entiendo por qué la contrarías—Añadió Dianela con un tono cortante.

—No es así, disculpe mi impertinencia. No quería que se sintiera incomoda ante mi pregunta principal —Se disculpó con voz humilde.

—¿Incomoda? No me siento así, diría que estoy enojada —Respondió Dianela con una sonrisa falsa que contrastaba con su tono frío y desafiante.

El mayordomo se sintió confundido ante el cambio de actitud de Dianela y no sabía como responder. Finalmente, balbuceó:

—Mis más sinceras disculpas, señora.

Dianela lo miró de arriba hacia abajo con desprecio.

—No te pongas pálido, ve a tomar un descanso. Creo que una hora será suficiente para que reúnas a todos los sirvientes de la mansión ¿Verdad?

—Si, señora— Respondió el mayordomo con rapidez.

—Entonces, retírate y avísame cuando estemos reunidos —Ordeno Dianela con voz firme.

El mayordomo se apresuró a salir de la habitación, sintiéndose aliviado de alejarse de la presencia de Dianela.

Dianela volvió a echarse en la cama y cerró sus ojos tratando de conciliar el sueño, pero no lo conseguía.  Se dio una vuelta en la cama, para ver si el cambio de posición le provocó un poco de sueño.

Dándose por vencida, se acomodó en la cama, nuevamente, y se encontró mirando el techo de la habitación. El papel tapiz floreado en las paredes le pareció aburrido y anticuado, y no pudo evitar pensar que necesitaba un cambio en la decoración.  Aún así, no podía apartar los ojos del tapiz. Había un girasol dibujado, su flor favorita, que de alguna manera le hacía recordar a esa mujer de cabello castaño del sueño.

—Muchas cosas han pasado hoy.

...***...

Unos golpes lograron resonar en la habitación de Dianela, despertandola de su sueño.  Se levantó de la cama, mientras que el mayordomo llamaba a la puerta.

—Disculpé, señori… señora Dianela, ya hice lo que me pidió en el tiempo exacto —Dijo la voz del mayordomo al otro lado de la puerta.

Dianela se levantó de la cama y se miró en el espejo, aún no acostumbrada a su nueva apariencia.  Se arregló el cabello y se acomodó la ropa antes de abrir la puerta.

—Enseguida voy—Dijo Dianela mientras tomaba el pomo de la puerta y encontró al mayordomo de pie a un lado como si fuera una momia.

—La acompañare hasta la sala principal.

El mayordomo avanzó por el pasillo y Dianela lo siguió.  Ella se sintió extraña al caminar por los pasillos de la mansión, su cuerpo estaba en un lugar conocido pero su mente no.  Todo lo que vio le resultó familiar, pero al mismo tiempo le pareció desconocido.

Mientras avanzaba hacia las escaleras, Dianela notó que el mayordomo la miraba de reojo, como si esperara algo de ella. Se pregunto si iba a decir algo, pero se mantuvo en silencio y siguió caminando.

Finalmente llegaron a las escaleras y el mayordomo empezó a bajar.  Dianela notó que la escalera era muy amplia y estaba hecha de mármol blanco pulido. A medida que bajaba, el sonido de sus tacones resonaba por todo el lugar, creando un eco que llamó la atención de todos los sirvientes que se encontraban en el primer piso.

El ambiente de la sala era opresivo y tenso, con un silencio casi palpable que solo era interrumpido por los murmullos de los sirvientes cuando Dianela se detuvo en medio de los escalones. La joven dama notó como todas las miradas posaban en ella, como si la estuvieran escudriñando con sus ojos, tratando de saber sus pensamientos. Pero a Dianela no le daba importancia.

Observó detenidamente cada detalle de los sirvientes, desde sus uniformes impecables hasta su postura inmaculada, pero no se dejó engañar por las apariencias. Sabía que detrás de esas sonrisas falsas y reverencias había una gran hipocresía hacia ella.

—¿Son todos los sirvientes de esta mansión? — Preguntó Dianela con un tono frío y distante, sintiendo el peso de la responsabilidad en sus hombros.

—Si, señora Dianela —Respondió el mayordomo con una reverencia, y luego se levantó esperando sus órdenes.

Dianela respiro profundó para preparar su voz y la escucharan bien.

—¡¡¡TODOS ESTAN DESPEDIDOS!!!

Los sirvientes quedaron atónitos ante lo que habían escuchado, pero no por temor o respeto a Dianela, sino por el simple hecho de que su autoridad no era reconocida dentro de la casa. A pesar de ser la esposa del dueño de la mansión, los sirvientes la vieron como una recién llegada que no tenía derecho a despedirlos.

Los murmullos y quejas consiguieron inundar la habitación, y algunos empleados se atrevieron a gritar en voz alta.

—¿Cómo nos puede despedir? — Exclamó un empleado, y otros empezaron a decir lo mismo.

—No nos puede despedir.

—¿Quién se cree que es?

Los sirvientes miraban con desprecio a Dianela, sintiéndose superiores a ella por su posición dentro de la casa. El único en quien realmente confiaban era en el mayordomo, quien era considerado como la verdadera autoridad en la mansión.

El mayordomo dio un paso más adelante, atrayendo la atención de Dianela y de los sirvientes, y habló en un tono calmado pero firme.

—SILENCIO, todo. Escuchen antes de comenzar un alboroto — Dijo el mayordomo dando dos aplausos para que la habitación volviera a estar en calma. Una vez que todos estaban en silencio, el mayordomo volvió a mirar a Dianela con una pequeña sonrisa en su rostro, demostrando su poder ante ella —Señora, ¿Puede explicarnos esta decisión que ha tomado?

Todos se callaron para escuchar la respuesta de Dianela, aunque en realidad sabían que ella no tenía la autoridad para despedir a nadie sin una justificación válida. Sin embargo, Dianela desde un principio estaba poniendo a prueba al mayordomo para descubrir sus verdaderas intenciones.

Dianela mantuvo una mirada fría en el mayordomo, y este sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No estaba acostumbrado a que la señorita que antes era callada, lo desafiará de esa manera, pero sabía que debía mantener la compostura.

—¿Por qué te debería contestar? —Preguntó Dianela con voz firme.

—Señorita, no puede despedir a los empleados de esta mansión sin una razón —Respondió el mayordomo con calma.

Dianela sabía perfectamente que no podía despedir a nadie sin una justificación y más cuando todos estaban sujetos a un contrato, pero tenía que poner a prueba al mayordomo hasta lo último.  Ahora sabía que el mayordomo era muy hábil con su lengua y que tenía el control de la mansión.

—Entonces, si lo sabe, no puede despedirlos — Insistió el mayordomo.

—Si que puedo.

—Pero…

—¿Y sabes por qué? —Interrumpió Dianela bajando el último escalón de la gran escalera, y camino hacia el mayordomo deteniéndose a dos pasos de él.

—Dígame, señora— Respondió educadamente.

—Tu sabes muy bien, te lo dije hace una hora. ¿Verdad? —Susurró Dianela acercándose al oído del mayordomo, quien quedó paralizado.

La reacción del mayordomo fue suficiente para Dianela, quien lo miró con una sonrisa.

—…

—Además, soy la esposa del presidente de “Umbel Company”, quien es su maestro. Espero que no lo hayan olvidado — Le dijo a todos, presentándose con el simple titulo de “Esposa del presidente”, lo cual la hacía sentir degradada, pero era lo único que tenía para protegerse en ese momento.

—Señora, sabemos quién es usted, pero aún no puede hacer eso —Volvió a insistir el mayordomo.

—¿Sigue interfiriendo? —Preguntó Dianela con una mirada fulminante al mayordomo, quien seguía molestando.

—No, pero que despida a los cincuenta empleados que están aquí es injusto ¿No lo cree?

“Qué cosas más divertidas salen de la boca de este anciano”, pensó Dianela para sí mismo.

—¿Injusto? ¿Lo ves así? —Preguntó Dianela con sarcasmo.

—Sí, señora. Disculpe mi atrevimiento.

—El solo hecho de que un empleado quiera sobrepasar mi estatus alzándome la voz, requiere el despido ¿Verdad?

—...

—Le pregunté si es verdad, ya que llevaba mucho tiempo sirviendo a esta familia.

–Es verdad.

—Entonces lo sigue viendo ¿Injusto?

—...

Dianela al ver que el mayordomo no se quería convencer, decidió dar un ejemplo:

—Bien, empecemos con esa de ahí —Señalo Dianela a la sirvienta insolente que intentó esconderse detrás de otro sirviente — Trato de levantarme la mano como si fuera su igual, eso es suficiente para despedirla y demandarla ¿No cree?

El mayordomo cubrió a la sirvienta que Dianela señalaba.

—Es un error que cometió sin querer.

Pero Dianela no estaba convencida y, sin pensarlo dos veces, arremetió contra el mayordomo con una abofeteada.

El anciano cayó al suelo, fingiendo un dolor que no era real ya que la bofetada que recibio no fue fuerte. Los demás sirvientes se apresuraron a salir en defensa del mayordomo, pero Dianela los ignoró por completo y se enfoco en el anciano en el suelo.

—Cometí un error, ¿me perdonará, verdad? —Con una sonrisa en su rostro, Dianela estaba claramente disfrutando del poder que tenía.

—Esta loca, eso no fue un error— Uno de los sirvientes salió a defender al anciano.

Los demás sirvientes levantaron la voz, pero Dianela los ignoró y se concentro de nuevo en el mayordomo.

—Ahora sí es suficiente para despedir a todos y de paso a usted.

—¿Cómo que despe…

Al mismo tiempo que el mayordomo habló, Dianela levantó su pie y piso con fuerza cerca de la entrepierna del viejo.  Su rostro se puso pálido por el susto.

—No se preocupe voy a detallar en cada una de sus cartas de recomendaciones el motivo por el que están despedido y espero que se vayan por las buenas porque pueden ganar una demanda ya que aún recuerdo cada cosa que han hecho y con pruebas.

Los sirvientes se preocuparon al escuchar las peligrosas palabras de Dianela. 

—Hemos sido despedidos.

—¿Qué haremos?

—Incluso el mayordomo fue despedido.

Cuando Dianela volvió a subir las escaleras y se alejó de todos los murmullos de la sala hasta ya no escucharlos.  Mientras ella se acercaba a su habitación notó que alguien la estaba observando, pero al no ver a nadie lo ignoró.  Finalmente, llegó a su habitación y cerró la puerta sin mirar atrás.

El mayordomo se acercó sigilosamente a la puerta de la habitación de Dianela, pero antes de que pudiera tocarla, una mano le cubrió la boca y lo arrastró hacia un lado.  Una vez soltado, el mayordomo tosió y se volvió para enfrentar a su atacante, solo para reconocerlo.

—Veo que te han despedido —Dijo el hombre.

El mayordomo lo miro con sorpresa.

—¿Y tú que haces aquí, Asher?

—Vine a asegurarme de que no causaras problemas. Es mejor que te marches antes de que él se entere de todo lo que ha hecho.

—¿Qué puedo hacer? Necesito este trabajo— Contesto el anciano.

—Deberías haber pensado en eso antes de cometer esos errores. Pero si no te vas ahora, tendrás que enfrentarte a las consecuencias.

El mayordomo vaciló por un momento antes de asentir y alejarse, temeroso de lo que Dianela pudiera hacer si se enteraba de sus acciones. Asher se quedó de pie, observando mientras que el mayordomo se alejaba antes de desaparecer en las sombras.

—Esto si que es interesante —Soltó Asher.

 

Capítulo 3

...CAPITULO 3...

La alarma suena de manera insistente, rompiendo el silencio de la habitación. Dianela abre los ojos con su pesadez y su mente todavía en un estado de somnolencia.  Intenta ignorar el sonido, deseando poder continuar durmiendo, pero la alarma no cesaba. Con un suspiro de resignación, Dianela se sienta en la cama y busca el origen del ruido.

—¡¡MALDICIÓN!! ¿Qué está sonando?

Su mano se desliza bajo la almohada y se siente al tacto frío como de un celular. Lo saca de debajo de la almohada. Trata de detener la alarma, pero no logra encontrar el botón correcto en su reloj de alarma.

Después de unos momentos al tratar de apagar la alarma en el teléfono, se da cuenta de que está bloqueado con una contraseña.  Cansada del sonido incesante, tira el teléfono fuera de la cama y se da cuenta que al instante deja de sonar.

Ella vuelve a dormir, sin mirar al teléfono.

Luego de unos minutos, se escucha un ruido del estómago de Dianela. Trata de ignorar el ruido que hacía estómago, pero no se detenía.

Dianela se remueve incómoda en la cama, tratando de encontrar una posición cómoda para poder conciliar el sueño, pero su estómago no dejaba de hacer ruido. Cada vez el sonido era más fuerte y no podía ignorarlo más.

—Esto pasa porque me salte la cena.

Se levanta de la cama y camina hacia la ventana, observando el jardín de la mansión y la tranquilidad que se respira en el exterior.  Se queda allí por unos momentos, pero su estómago sigue gruñendo.  Se frota el estómago tratando de calmar su hambre, pero fue en vano.

—Debería pedir a alguien que me prepare…  Algo —Dijo recordando que había despedido a todos los sirvientes en la mansión. —Es verdad, ayer despedí a todos. Entonces tocará ver que hay para comer en la cocina.

Decide vestirse y bajar a la cocina para buscar algo para comer, pero al caminar hacia su armario se da cuenta que solo había tres vestidos floreados y solo un par de zapatos.   Se pone un vestido y decide ir descalza.

Se mira en el espejo y nota que los moretones que había obtenido, ya no estaban.  Dianela no le dio importancia y continuo.

Sale de su habitación, Dianela caminó por los pasillos de la mansión, tratando de recordar dónde estaba la cocina.  Por el camino, siente que alguien la sigue. Decidió continuar su camino, pero estaba atenta a cualquier sonido o movimiento extraño. ¿Aún se ha quedado algún sirviente?

Dianela siguió avanzando hasta que encontró la cocina y entró. Al entrar se encuentra con un espacio amplio y moderno, que estaba muy bien equipado con los últimos electrodomésticos que había.  Se acerca primero a los cajones, donde encuentra muchos tipos de utensilios que había desde tenedores de guarniciones hasta varios tipos de cuchillos.  Ella escoge un cuchillo cebollero y lo mantiene en su mano. 

Se acerca al refrigerador y lo abre para encontrar una variedad de alimentos frescos que se veían deliciosos. Había frutas y verduras, carnes y pescados, productos lácteos y bebidas. Se siente un poco indecisa por todas las opciones disponibles y tarda en decidir qué quiere comer.

—Es tiempo suficiente —Susurro. Desviando su mirada hacia la puerta de cocina.

Dianela avanza silenciosamente hacia la puerta de la cocina. El sonido de sus pasos era apenas perceptible, mientras calculaba la rapidez con la que debería poner en sus manos cuando llegará a la puerta.

Finalmente, Dianela llegó a la puerta y vio al hombre oculto a un lado. Sin dudarlo, deslizó su mano donde tenía el cuchillo y lo empuño con firmeza.  Con un movimiento rápido y preciso, sin darle tiempo al hombre de reaccionar, colocó el filo de cuchillo en su cuello y presionó con fuerza.

—Espera— Dijo el hombre con una respiración acelerada.

—¿Quién eres?

—Soy Asher, un sirviente de la mansión.

—Ayer despedí a todos los sirvientes de la mansión.

—¿Los despidió? Yo recién acabo de llegar porque me mandaron hacer las compras de la semana en la ciudad desde ayer.

—¿Y dónde están las compras?

—En la mañana, ya me encargué de colocarlos en su sitio.

—¿Y por qué me estabas siguiendo?

—Como no había a ningún sirviente en la mansión, decidí ir a buscarla para preguntarle, pero no sabía cómo acercarme a usted.

Dianela observa a Asher con atención y nota que hay algo extraño en su comportamiento. No parecía nervioso ni sorprendido por la situación, sino más bien estaba tranquilo y seguro de sí mismo.  Además, cuando le pregunta por qué estaba siguiéndola, su respuesta es evasiva y poco convincente.

Dianela recuerda lo que había dicho el mayordomo sobre que todos los sirvientes estaban presentes en la casa, lo que significa que Asher debería estar ahí, pero no lo estaba.  Además, su ropa no era la de un sirviente, sino más bien la de alguien que quería pasar desapercibido.

Todo esto hace que Dianela sospeche aún más de Asher y se pregunté que es lo que realmente hace en la mansión. 

—¿Sabes cocinar? —Preguntó Dianela.

—Si.

Dianela quita el cuchillo del cuello de Asher y se la tira a él, suavemente, para que lo agarrara.

—Entonces cocina algo de carne—Dijo Dianela.

Asher se muestra un poco desconcertado por la situación de que tenía que cocinar.  Trata de pensar en qué platillo podría preparar con carne, pero al final decide hacer un saltado de carne. 

Mientras tanto, Dianela examina los cajones de la cocina en busca de algo más para comer. Entre las cosas que encuentra, se topa con un paquete de galletas de chocolate y decide comerlas.  Mientras come, observa a Asher cocinar con mucha concentración y se desenvolvía con facilidad con el cuchillo al cortar la carne.  Cada vez la desconfianza en él se hacía más grande, pero era mejor tener a tus enemigos más cerca. Además, que sabía cocinar.

—Señora, ¿Le gustan los tomates?

—Si, cuando termines llévalo a mi cuarto.

—¿Y de bebida?

—Lo que sea.

Dianela se dirige a la puerta de la cocina para salir, mientras que Asher observa como aleja y siente una sensación de incomodidad y desconfianza.  Sus ojos oscuros se clavan en ella con intensidad, analizando cada uno de sus movimientos y gestos.  Sabe que no puede bajar la guardia con su presencia.

Cuando Dianela sale de la cocina, Asher saca rápidamente el cigarrillo de su bolsillo y lo esconde detrás de su espalda al ver que Dianela regresa.

Vuelve a poner su rostro de sirviente obediente y pregunta con voz tranquila:

—¿Necesita algo más?

—Solo vine por más galletas en caso que se me acaben estas—Dijo Dianela mostrando sus galletas de chocolate.

Dianela observa a Asher con detenimiento, sintiendo que hay algo extraño en él, pero decide no decir nada y se retira.   Asher le responde con una reverencia y comienza a recoger la cocina como si nada hubiera pasado.

...***...

Dianela ingresa a su cuarto y se acerca a su cama para echarse a esperar la comida.  Pero al acercarse a su cama, siente un fuerte dolor en su pie y frunce el ceño en señal de incomodidad.  Baja la vista y ve el celular en el suelo, debajo de su pie.

Lo recoge y lo observa detenidamente, notando que la pantalla está completamente rota, con varias grietas y manchas negras. A pesar de eso, la parte inferior de la pantalla parece estar funcionando, mostrando un par de notificaciones pendientes.   Deja a un lado el celular en su mesa de noche ya que no se podía ver bien de quien era las notificaciones y se sienta en el borde de la cama, masajeando su pie para aliviar el dolor.

—Esto si que duele, tal vez mañana me duela más. Bueno de todas formas no voy a salir.

Dianela se recuesta en su cama y se siente confundida por la presencia de Asher ya que por su físico parece más un personaje de novela que la de un sirviente extra.

Por lo que había visto, Asher es un hombre simpático de cabello negro tiene una apariencia llamativa, sus rasgos son bien definidos y masculinos, con una mandíbula cuadrada y afilada, una nariz recta y una frente amplia. Además, que su complexión es atlética y bien formada, con músculos definidos y una gran altura.

Esa apariencia es casi igual a la de los personajes de la novela, pero Asher solo era un simple personaje de fondo.

—Que desperdicio.

...***...

En una oficina amplia que esta iluminada por una gran ventana que da al exterior. El hombre está sentado detrás de un escritorio de madera oscura, en una cómoda silla de cuero negro. A su alrededor, hay estantes llenos de carpetas, libros y documentos.

El hombre está vestido con un traje oscuro y una camisa blanca, con un nudo de corbata cuidadosamente hecho alrededor de su cuello. Su cabello está peinado hacia atrás. Mostrando su rostro serio y concentrado. En la superficie del escritorio había varios papeles y una computadora portátil abierta.

La puerta se abre lentamente y entra un joven, vestido con una camisa blanca y pantalones oscuros, que cierra la puerta detrás de él.  El hombre que estaba revisando los documentos levanta la vista y lo mira con atención, su expresión cambia de concentración a una de curiosidad.

—Señor, toque varias veces, pero no contesto.  Disculpe si entre.

—No, importa. Dime.

—Un hombre llamado Harrison vino a buscarlo. Dice que es el mayordomo de la mansión de usted— Dijo el joven.

—Hazlo pasar —Contesto el hombre del escritorio.

—Si, señor.

El joven se retiro y en pocos segundos, regresó acompañado de un hombre mayor con un aspecto serio y un traje gris oscuro. 

—Buen día, maestro Adrián. — Dijo el hombre mayor.

El joven sale de la oficina dejando a solas a Adrián con el señor que había llegado a buscarlo.  La puerta se cierra y se escucha el sonido del cierre. 

Adrián tenía una expresión concentrada en su rostro mientras revisaba los papeles sobre su mesa, pero estaba atento a su alrededor.  Por otro lado, el señor que había llegado parecía estar nervioso, moviendo las manos y mirando hacia los lados.

Adrián deja a un lado los documentos que tenía en sus manos para escucharlo.

—Tome asiento—Indico Adrián.

El hombre mayor toma asiento un poco nervioso ante la presencia imponente de Adrián.

—Maestro, veo que tiene mucho trabajo.

—No creo haya venido solo para decirme eso. Entonces vaya al punto y dígame para que vino.

—Ayer lo llame, pero veo que estuvo muy ocupado para contestar.

—¿Qué sucedió? —Repitió Adrián.

—Ayer la señora Dianela despidió a todo el personal…

—Entonces contrata a otros empleados.

—… También me despidió a mí.

—¿Qué? ¿Qué pasó exactamente para que te despidiera?

—Me interpuse a que la señora despidiera a todo el personal y ella me golpeo, y me despidió —Dijo soltando una mentira.

—¿Dianela te golpeó? —Adrián arqueó una ceja por la dudas de las palabras del hombre que tenía en frente.

—Si, aún tengo la marca del golpe en mi mejilla.

—Bueno, regresa a la mansión y contrata a un nuevo personal.  Dentro unos días voy a ir a la mansión y espero que todo esté en orden cuando llegué. — Y así podría saber Adrián lo que realmente pasó.

—Si, maestro.

El hombre se retiró y dejo a solo Adrián en la oficina.  Adrián se acerca a la ventana y saca su celular para ver la agenda que tenía, y vio que en tres días tendría un día libre para saber que pasó con su esposa.

—Hace dos años que no la veo a Dianela. ¿Se habrá vuelto salvaje?

...***...

Dianela estaba durmiendo hasta que escucho que tocaban la puerta.  Se levanta y estira sus brazos.

Nuevamente tocan la puerta por lo que Dianela decide responder:

—Pasa.

Asher entra en la habitación con una bandeja de comida en las manos, equilibrándola con una gran habilidad mientras avanza hacia Dianela.

La bandeja despedía un aroma muy delicioso que volvió a despertar el hambre en Dianela, luego de las galletas que se había comido. Asher coloca la bandeja cuidadosamente en la mesa de noche junto a la cama de Dianela.

—Espero que lo disfrute —Dijo Asher con una voz suave.

Dianela coge la cuchara y le da una cucharada a la comida que Asher le había llevado en la bandeja y la lleva a su boca, siente un sabor medio insípido, pero igualmente se lo come.

—¿Qué tal sabe? —Preguntó orgulloso de su comida.

—Sabe muy insípido y no me gusta—Respondió Dianela con franqueza.

La franqueza de Dianela provoca una expresión un poco frustrada en el rostro de Asher.  Sin embargo, en lugar de disculparse o tratar de explicar el sabor de la comida, Asher simplemente quería que Dianela ya no lo comiera.

—Señora, entonces no lo coma más.

Dianela, sin escuchar a Asher, recuerda que cuando era niña comía peores cosas y decide no hacer caso a la petición de Asher.

—Habías dicho que sabías cocinar, por eso no te mate. Pero me vas hacer de utilidad.

La piel de Asher se erizo al momento de que Dianela había dicho que “Lo iba matar” si decía que no sabía cocinar.

—¿Esta bromeando? —Preguntó Asher con temor y con una risa fingida.

—Yo no bromeo con esas cosas.

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