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La interminable pesadilla

Palabras previas por el autor

¡Bienvenidos! Antes de adentrarnos en esta historia, quisiera agradecer a todos aquellos que han decidido tomar el tiempo de leer estas palabras y sumergirse en el mundo que he creado. Espero de todo corazón que disfruten de la trama y los personajes tanto como disfruté creándolos.

Sin embargo, antes de continuar, es importante que haga una advertencia. La presente obra contiene temas y escenas que pueden resultar perturbadores para algunos lectores, como violencia explícita, encuentros de índole romántico pasional y sexual. Quiero enfatizar que esta historia está escrita con el único afán de entretener y no busca ofender o dañar a nadie. Es una obra totalmente ficticia que está destinada únicamente a público adulto.

Mi objetivo al escribir esta historia ha sido crear un universo propio, con personajes complejos y situaciones retadoras, que permitan explorar distintas facetas del ser humano y su psicología. No obstante, entiendo que no todos los lectores estén interesados en este tipo de contenido, por lo que sugiero tener precaución al continuar leyendo si consideran que alguno de estos temas puede resultarles ofensivo o incómodo.

Dicho esto, una vez más agradezco su tiempo y dedicación al leer mi trabajo. Espero que disfruten de la historia y que, a través de ella, puedan transportarse a un mundo lleno de emociones y aventuras.

¡Que disfruten la lectura!

Introducción:

La epidemia estalló sin previo aviso, convirtiendo nuestras vidas en un caos sin precedentes. Las calles se llenaron de gente en pánico, desesperada por conseguir comida, agua y refugio. La electricidad y el agua se interrumpieron, y los servicios médicos se desbordaron. Como teniente retirado del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos y antiguo miembro del Pelotón de Francotiradores Exploradores con experiencia forjada en el campo de batalla, pensé que estaba preparado para cualquier situación de peligro, pero nada me había preparado para esto. La plaga se extendió rápidamente, convirtiendo a los seres humanos en bestias sedientas de sangre. Las calles se convirtieron en un campo de batalla donde la vida no valía nada. La humanidad se vio arrastrada a un abismo oscuro y desesperado. Mientras luchaba por sobrevivir, también luchaba contra la desesperación y el miedo. Con mi esposa embarazada y una joven vecina a quien había jurado proteger, emprendí un peligroso viaje hacia el sur en busca de un refugio seguro. Las autopistas que solían estar llenas de automóviles se habían convertido en un cementerio de vehículos abandonados, y las ciudades que antes eran lugares vibrantes de actividad y alegría, ahora eran ruinas humeantes y fantasmales. Nuestro destino era un lugar desconocido, pero teníamos la esperanza de encontrar algún sitio donde pudiéramos comenzar de nuevo. La esperanza era un lujo efímero en un mundo donde la muerte acechaba en cada esquina. Nos enfrentamos a saqueadores que buscaban comida y suministros, a seres infectados que vagaban por las carreteras, y a nuestra propia humanidad, a veces más peligrosa que cualquier otra amenaza. A pesar de que juramos mantenernos unidos, a veces parecía que todo estaba en nuestra contra. Perdí amigos y familiares en las primeras semanas de la plaga, pero algo dentro de mí seguía adelante. Tal vez era la necesidad de proteger a los sobrevivientes, o tal vez era algo más oscuro.

Esta es la crónica de mi batalla en un mundo apocalíptico, donde cada día es una lucha por la supervivencia, una epopeya de dolor, sacrificio y pérdida. Pero también es un relato de amor, coraje y valentía, de cómo la humanidad puede sobrevivir en los peores escenarios. Les doy la bienvenida a mi mundo, un lugar en el que la muerte y la desesperación se dan la mano, pero donde la esperanza y la resistencia son los pilares que nos mantienen en pie. Esta es la narración de un superviviente en un mundo infectado y putrefacto, un testimonio que anhelo inspire a otros a luchar por la vida en los momentos más difíciles.

Capítulo Primero: Katie

^^^"La vida es una serie de colisiones con el futuro; no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser"^^^

^^^- José Ortega y Gasset^^^

Después de servir como oficial en el Cuerpo de Marines, me di cuenta de que la transición a la vida civil no era fácil. Como dicen, "los humanos somos animales de costumbres", estaba luchando por adaptarme a la vida hogareña. Decidí entonces establecer una nueva rutina y comenzar mi día temprano en la mañana, viviendo en nuestro hogar en el norte de Los Ángeles junto a mi amada esposa Katie, una mujer de belleza radiante y mirada penetrante que siempre estaba allí para apoyarme. A menudo, realizaba largas rutinas de ejercicios en un gimnasio cercano antes de empezar el día. Aquella mañana de verano, el sol brillaba con fuerza en el cielo, y el aire estaba cargado del aroma dulce y fresco de las flores que florecían en los jardines cercanos. Mientras corría de regreso a casa tras mi sesión de entrenamiento, noté que algunos de mis vecinos estaban cargando sus vehículos y empacando sus pertenencias. Aunque en esa época del año es común que las familias salgan de vacaciones, me pareció extraño que tantos estuvieran partiendo al mismo tiempo, lo más extraño era la manera precipitada en la que lo hacían. Sin embargo, no le di demasiada importancia y seguí corriendo para no perder mi ritmo. Al llegar a casa, el olor a café recién hecho y el sonido de la música suave que Katie había puesto en la sala me dieron la bienvenida. Recogí un par de flores del jardín y las deposité en el jarrón favorito de mi esposa mientras la buscaba con la mirada.

—Katie, mi amor, la factura de los servicios públicos nos va a salir muy costosa —comenté en voz alta al darme cuenta de que la televisión estaba encendida y nadie la estaba mirando, ya que mi esposa no estaba por ninguna parte.

Mientras observaba las imágenes en la pantalla, me di cuenta de que era la misma noticia del día anterior: "China decide cerrar sus fronteras y declarar una emergencia sanitaria". Sacudí mi cabeza en señal de desaprobación, sin considerar las posibles implicaciones de la noticia, y apagué la televisión.

—Katie, cariño —llamé mientras la buscaba en las diferentes habitaciones de la casa.

Después de una breve búsqueda, la encontré en el baño del piso superior.

—¿Estás bien, mi vida? —le pregunté al verla inclinada sobre el lavabo.

Mi esposa se volteó hacia mí con una sonrisa en su rostro, parecía profundamente conmovida. Sus ojos azules lo confirmaron. De repente, sin previo aviso, corrió hasta mí, me abrazó y me montó a horcajadas.

—Te amo, te amo mucho —susurró, dándome besos dulces e interminables.

—También te amo —dije sonriendo entre besos—. Alguien parece estar muy feliz hoy.

Aparté suavemente unos mechones de cabello que caían sobre el rostro de mi esposa, mientras ella escondía su sonrisa detrás de las manos. Me encantaba hacer eso, observar cómo su cabello se deslizaba entre mis dedos y revelaba su rostro radiante. Entonces, sin poder resistirme, acaricié su mejilla, deslizando mis dedos sobre su sedosa piel. Mis dedos avanzaron hacia su barbilla, la levanté y miré hacia sus preciosos ojos azules, como un cielo despejado. Allí encontré la emoción más hermosa que he visto en mi vida, la mirada iluminada de la mujer que amo. En ese momento, supe que ella era mi hogar, mi lugar seguro en este mundo lleno de incertidumbre. Me sumergí en su mirada, sintiendo la paz y la felicidad que me inundaban. Con un gesto suave, bajé mi mano para enlazarla con la de ella, como si quisiera sellar el momento y asegurarme de que no acabara nunca.

De repente, su expresión cambió, y su sonrisa se hizo más amplia, si es que eso era posible.

—Estoy embarazada, Luis. Vamos a ser padres —dijo con una voz emocionada y temblorosa.

La noticia me tomó por sorpresa y me dejó sin palabras, pero rápidamente la abracé tiernamente mientras mi corazón latía con fuerza y emoción. Era lo que habíamos estado esperando desde que dejé el ejército,  ahora finalmente se estaba haciendo realidad. Era como si ese momento fuera el comienzo de una nueva etapa en nuestra relación, una en la que podríamos construir un hogar y una familia. Después de todo lo que habíamos pasado para estar juntos.

—¿Lo dices en serio? ¿Estás segura, oh, mi amor? Te amo —le dije mientras la estrechaba en mis brazos y le daba un largo beso.

—Estoy segura al cien por cien

—respondió, con absoluta convicción. Se apartó un poco para acomodar sus hermosos rizos de cabello rojo que caían como cascadas de lava sobre sus hombros de piel blanca como la nieve—. Una mujer siempre sabe eso.

Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro, iluminando sus ojos que brillaron aún más intensamente, como si fueran dos joyas incandescentes, mientras sus mejillas se sonrojaban de emoción como si quisieran ocultar las preciosas pecas que las adornaban. Era evidente que la felicidad la invadía por completo, cuando sacó del bolsillo se sus pantalones cortos, una prueba de embarazo casera para mostrarme las dos líneas rojas.

—Mi amor, me haces tan feliz —le dije emocionado y conmovido hasta las lágrimas—. Te amo y prometo amar a nuestro hijo.

—Sé que así será —respondió ella antes de darme un suave beso en los labios.

Sonreí muy cerca de su piel antes de colocar delicadamente mi palma sobre su vientre.

—Seré el mejor padre que pueda ser. Sé que he cargado con muchas cosas que pueden volver loca a cualquier persona, pero te aseguro que no les afectará a ti, a nuestro hijo o hija —dije mientras me salían lágrimas de emoción—. Te amo, Kate, prometo cuidarlos y amarlos con todo mi ser.

Nuestro matrimonio estaba en peligro debido a mi compromiso con el cuerpo de marines, que me mantenía alejado de mi esposa durante largos períodos de tiempo. La vida militar puede ser abrumadora y, aunque regrese al hogar, nunca puedes dejar atrás la sensación de estar en una guerra constante, en un conflicto entre el pasado y el presente. La noticia era una de las más felices de mi vida, un sentimiento de inquietud me invadió. Sabía que mi pasado militar empezó a volverse una carga para nuestro matrimonio y no podía evitar preguntarme si estaría a la altura de las circunstancias como padre. Kate pareció darse cuenta de mi preocupación y, en lugar de decir algo, me acarició el rostro con ternura y besó mis labios. Fue un beso largo y profundo que me hizo sentir amado y apoyado en todo momento.

—Katie, yo.

—Lo sé, cariño, lo sé. No tienes que explicarlo —dijo ella sonriendo y acariciando mis labios con los suyos—. Lo importante es que estás aquí conmigo y tomaste la decisión correcta, mi amor.

Su dulzura me conmovió y no pude evitar soltar algunas lágrimas.

—Eres un ángel y no merezco tenerte, Katie. He visto lo peor de la humanidad y he sido parte de ello —le dije, avergonzado de mi pasado—. Gracias por seguir a mi lado a pesar de saber lo que soy.

—Mi amor, no te preocupes, —dijo ella con dulzura—, estás aquí conmigo y eso es lo que importa. Sé que eres un hombre tierno y amoroso que se entregó a su labor. Ahora lo más importante es que estás aquí conmigo y vamos a formar una familia juntos.

Katie notó mi preocupación y apretó su mano suavemente en la mía, transmitiéndome seguridad. Pero a pesar de su apoyo, no podía sacudir la preocupación que me embargaba. Mi pasado en la guerra, con todas las cosas terribles que tuve que hacer en nombre de la libertad, seguía acechándome. ¿Y si eso volvía a perseguirme? ¿Y si yo no era capaz de dejar atrás todo ese dolor y violencia?

Katie leyó mis pensamientos y me miró fijamente a los ojos.

—Escucha, mi amor. Entiendo que te preocupes por tu pasado en la guerra, pero no dejes que te consuma. Eres un hombre valiente y honorable, y estoy segura de que serás un gran padre. No tienes que ser perfecto, solo tienes que amar a nuestro hijo y estar presente para él.

Sus palabras me llenaron de aliento y emoción. Katie siempre había sido mi roca, la que me sostenía en los momentos más difíciles. Y ahora, con la noticia del bebé en camino, era más importante que nunca que pudiera superar mis miedos y ser el mejor padre posible.

Asentí, mientras ayudaba suavemente a Katie a volver al piso.

—Tienes razón, mi amor —dije, sonriendo y secándome las lágrimas con energía—. Deberíamos llevarte a ver a tu ginecóloga. No sé demasiado del tema, quizá ella pueda responder algunas de mis preguntas -agregué, poniendo con delicadeza mi palma en su vientre.

Me agaché y esta vez puse mi mejilla sobre su piel, mientras Katie acariciaba dulcemente mi cabello.

—No puedo creer que seré papá, tengo que contárselo a mis padres ¡y a todo el mundo! —grité emocionado.

Katie suspiró dulcemente y dijo:

—Lo haremos pronto, mi amor. Y en cuanto al asunto de la doctora, podemos ir mañana. Voy a hacer una cita con ella hoy mismo. Tienen que hacerme una nueva prueba para asegurarme de que realmente estoy embarazada.

—¿Es posible que la prueba haya fallado? —pregunté sintiendo algo de tristeza, ya que sabía la respuesta.

Levanté el rostro hacia ella para mirarla con adoración

—Sí, Luis, hay una probabilidad.

—respondió ella, sonriendo—. Pero te juro que en el fondo de mi corazón sé que tengo a nuestro bebé gestando en mi vientre.

Escuchar esas palabras fue todo lo que necesitaba. Tomando su delgada cintura entre mis manos, le di un par de besos en el vientre.

—Te amo más que a mi vida misma, Katie —le dije una vez me incorporé para dedicarle a su rostro las más dulces caricias.

—Eres lo mejor que me ha pasado, Luis

—respondió ella—. Vamos a desayunar.

En medio de las tiernas risas y miradas cómplices de ambos, la levanté suavemente entre mis brazos para salir del baño.

—¿Es esto necesario? —preguntó ella de manera divertida.

Me incliné hacia ella con adoración, dejando caer un par de besos en sus preciosos labios sonrosados.

—Desde luego que es necesario, no querría que te esfuerces innecesariamente en tu estado —reí muy cerca de sus labios, disfrutando de su cálida cercanía.

—Aún no soy un globo, sigo insistiendo que esto no es necesario todavía

—bromeó ella mientras acariciaba mis mejillas y levantaba el rostro para mirarme tiernamente.

—Tienes razón, pero como futuro padre, es mi obligación ser sobreprotector con la madre de mi hijo —sonreí y volví a besarla.

Katie me devolvió la sonrisa y, con ella aún en mis brazos, empecé a bajar las escaleras. En pocos minutos, estábamos cruzando el salón en dirección al comedor. Mientras caminábamos hacia la cocina, sentí una oleada de emociones abrumadoras: la alegría de convertirme en padre, la preocupación por mi esposa y nuestro futuro hijo, y el temor de no estar a la altura de la tarea que se me presentaba. Pero mirando a Katie, su rostro lleno de amor y felicidad, supe que juntos podríamos superar cualquier obstáculo; criaríamos llenos de felicidad a nuestro hijo con amor y dedicación, y juntos crearíamos un futuro.

Llegamos a la cocina y comencé a preparar el desayuno mientras Katie se sentaba en la mesa. A medida que cocinaba, mi mente divagaba, imaginando cómo sería la vida como padre. Me preguntaba cómo me cambiaría el ser responsable de otra vida, cómo afectaría mi carrera y cómo podría equilibrar el trabajo y la familia. Pero a pesar de mis preocupaciones, me sentía más vivo que nunca. Estaba ansioso por abrazar mi nuevo papel como padre y todo lo que eso implicaba. Y sabía que, con Katie a mi lado, todo sería posible.

Junto a ella, mi preocupación se disolvió, tal y como siempre lo hacía. Me transmitió esa paz con solo sonreír.

—Debería haber preparado esos muffins que tanto te gustan —dije sonriendo mientras servía unos cuantos pancakes en su plato.

—No te preocupes, mi vida. Ya tendrás tiempo de cumplir mis antojos —ella tomó la botella de miel y dejó caer una larga porción en sus tortitas.

—Estoy tan feliz, aún no lo creo —le di un largo beso en el cabello y rodeé la mesa para tomar mi asiento—. Come bien, mi amor. Ahora lo haces por dos  —sonreí y le pasé un gran platón de ensalada de fruta.

—Gracias, mi vida. Eres tan amable —dijo ella quien en medio de una sonrisa empezó a servir algo de fruta en su plato.

—¿Quieres más pancakes? —pregunté.

Ella negó con la cabeza y sonrió mientras señalaba la pila de unos cuatro que ya tenía en su plato.

—Lo siento, amor. Si estoy actuando un poco exasperante —sonreí y la miré con adoración—. Esto es completamente nuevo para mí y creo que se activó mi instinto sobreprotector.

—No hay problema, mi amor. Siempre eres muy tierno y hemos compartido momentos así antes —respondió Kate con una sonrisa—. No es muy diferente a lo que hemos tenido todos los días desde que nos casamos hace cinco años.

—Sé que por mucho tiempo no estuve presente para tener momentos como estos a tu lado, Kate. Incluso me negué a tener hijos contigo a pesar de saber que siempre habías deseado ser madre. Todo por el trabajo —confesé, bajando la mirada en señal de arrepentimiento—. Fui un auténtico imbécil, pero te juro que he cambiado. Quiero esto, mi amor. Quiero que seamos felices juntos con nuestro pequeño o pequeña.

—Por favor, Luis, no hablemos más de eso —pidió Kate—. Dejemos el pasado atrás y enfoquémonos en el presente. Hagamos planes para nuestro futuro juntos".

—Tienes toda la razón, mi amor. Lo siento, no hay razón para preocuparme —dije, sonriendo mientras le servía un poco de crema para sus frutas—. Tenemos esta casa, la hipoteca está pagada. Creo que nos esperan grandes cosas juntos.

Entonces Kate bajó la mirada y mencionó la intención de una compañía militar privada de contratarme. Sabía que ahora más que nunca me sentiría tentado a aceptar, ya que me ofrecían mucho más dinero del que ganaba en mi trabajo actual como consultor militar. Pero Kate me rogó que no lo hiciera, recordando lo difícil que fue la última vez que me embarqué en una misión de ese tipo y cómo casi me destruyó.

Suspiré profundamente y tomé la mano de Kate.

—Lo sé, mi amor. Pero ¿cómo puedo darles la vida que mereces si no puedo proveer lo suficiente? Esta compañía me ofrece una estabilidad económica que nunca hemos tenido antes. Podríamos comprar todo lo que necesitamos y más, una casa más grande. Podríamos viajar por todo el mundo, hacer realidad todos nuestros sueños. ¿No es eso lo que quieres?.

Kate me miró con tristeza en sus ojos.

—Sí, claro que lo quiero, mi amor. Pero no a cualquier costo. El dinero no puede comprar la felicidad, y mucho menos la vida. Ya perdimos demasiado en tu última misión, no quiero arriesgarnos de nuevo. Además, ¿qué pasa si te envían a un lugar peligroso? ¿Cómo me sentiría si algo te sucediera?

Mi esposa bajó la mirada intentando ocultar su visual incertidumbre.

—Me prometiste que se había acabado, Luis. Me dijiste que dejaste la guerra atrás.

—Lo entiendo, mi amor. No quiero perderte a ti, ni a nuestro futuro hijo. Te prometo que tomaré la decisión correcta. No importa cuál sea, siempre estaremos juntos, ¿de acuerdo? —me acerqué a ella para rodearla con los brazos y besar delicadamente su frente.

Kate asintió y se acurrucó en mi pecho.

—Siempre juntos, mi amor. Lejos de la guerra —susurró alegremente mientras se llevaba algo de fruta a la boca.

Bajé la mirada y suspiré, sintiéndome abrumado por los recuerdos que seguían acechándome. Katie tenía razón: aquella última misión en Kismayo, Somalia, había sido un verdadero infierno. A pesar de que había sido entrenado para lidiar con situaciones extremas, las atrocidades de la guerra eran inolvidables. Había visto la muerte de cerca y había sido testigo de actos de violencia que me habían sacudido hasta la médula. Sin embargo, había un momento en particular que no podía borrar de la mente: el momento en que tuve que disparar a un muchacho de quince años que estaba armado y que había apuntado su AK-47 en mi dirección. Aunque sabía que era un acto de defensa propia, no podía sacarme de la cabeza la imagen del chico con el cráneo destrozado por mi bala. Era un combatiente más, pero mi vida y la apreciación por la misma cambió desde ese día.

—No volveré a tocar un arma en mi vida —dije con firmeza, tratando de convencerme a mí mismo más que a Katie—. Te lo prometo, cariño.

Mi amada esposa me ofreció una sonrisa cálida y extendió su brazo hacia mí. Agradecido, tomé su mano y juntos disfrutamos del desayuno, sintiendo cómo el calor de nuestra unión se esparcía por todo nuestro cuerpo. Saboreamos cada bocado y cada sorbo con intensidad, conscientes de que era un momento único y especial. Después de terminar, nos dedicamos a lavar los platos en silencio, pero nuestros ojos se encontraban de vez en cuando y nos regalábamos sonrisas cómplices que llenaban nuestros corazones de amor. Ella; mi ancla en la realidad, mi compañera de vida en las buenas y en las malas. Sentía una profunda gratitud por tenerla a mi lado, por cada momento que compartíamos y por su presencia reconfortante en mi vida.

Mientras la ayudaba a secar sus manos con un mantel, le pregunté con cariño:

—¿Quieres algo más para comer, mi amor? No has terminado tus pancakes.

Katie reflexionó por un momento y luego me miró con una sonrisa traviesa.

—En realidad, ahora que lo mencionas, sí. Quiero comer algo más.

Ella se acercó aún más a mí con una mirada coqueta, poniéndose en puntas de pie para rozar sus labios húmedos contra los míos. Luego, de un salto, se montó a horcajadas sobre mí, sosteniendo mi cuello con ambas manos y rodeando mi cintura con sus piernas.

—Katie, ¿estás segura? No quiero hacerte daño a ti o al bebé —le pregunté preocupado.

—Recuerda que fui enfermera, mi amor. Sabemos que podemos tener relaciones sexuales con normalidad durante todo el embarazo —respondió acentuando aún más su coquetería.

—Lo sé, pero aún así... —comencé a decir antes de que ella me interrumpiera con otro beso apasionado.

Ella asintió con un breve jadeo, que se desvaneció sobre la piel de mis labios.

—Lo sé, nuestro bebé en desarrollo está protegido por el líquido amniótico, así como también por los músculos fuertes del útero mismo —proseguí—. ¿Que si somos muy bruscos o algo así?

—Somos amantes apasionados, pero ya no tan salvajes como a los diecisiete. —bromeó ella mientras acariciaba el bermellón de mis labios con su pulgar—. Seremos cuidadosos, mi amor. Buscaremos una posición cómoda y segura para los tres. Por favor, Luis, lo deseo tanto.

Finalmente, cedí a sus deseos y nos entregamos a la pasión, con ella guiándonos hacia la sala de estar mientras la sostenía en mis brazos. El roce de su piel contra la mía me hizo temblar de placer. Nos tomamos nuestro tiempo, disfrutando de cada instante juntos, sabiendo que nuestro amor y cuidado mutuo eran la prioridad. Nos dejamos llevar por el amor que sentíamos el uno por el otro, moviéndonos con la misma armonía que un baile sincronizado. Mis brazos la sostenían con delicadeza mientras ella me deleitaba con sus tiernas caricias.

Ella volvió a besarme apasionadamente, deslizando sus labios hasta mi barbilla. Yo correspondí con un beso húmedo y profundo, dejando que mis manos se deslizaran suavemente por su espalda. Sentí cómo su cuerpo se estremecía al contacto de mis dedos, lo que me impulsó a continuar acariciándola. Cada caricia era un acto de amor, cada beso un juramento de fidelidad eterna.

—Aquí mismo, —gimió ella con dulzura pegada a mis labios—, no puedo esperar más para estar contigo.

Con suavidad, la dejé sobre el sillón, y nuestros labios volvieron a encontrarse en un beso apasionado. Sin prisas, nos fuimos desnudando mutuamente, descubriendo poco a poco cada centímetro de piel que nos unía. Yo acariciaba suavemente su cuerpo mientras ella gemía con el tono dulce almizcle, deseando que aquel momento no acabara nunca. Pronto nos despojamos de nuestras prendas y mi bella esposa, quedó desnuda tendida de espaldas, me incliné y empecé a besar el contorno de sus pechos, disfrutando del sabor de su piel suave y sedosa bajo mis labios.

Ella rió nerviosamente, antes de rodear  mi cabeza con sus manos aferrándome con cariño y pasión, obligándome a no apartar mis labios de su piel. Pronto sus risas se transformaron en gemidos largos y placenteros cuando llegué a sus pezones. Los acaricié con mi lengua y mis manos que nunca tenían suficiente de su calidez sintiendo cómo se endurecían bajo mi tacto y desatando un placer indescriptible. Sentía cómo el calor se apoderaba de mi cuerpo, y supe que ella estaba sintiendo lo mismo. Continué bajando, trazando círculos con mi lengua sobre su piel, disfrutando de cada jadeo y suspiro que emitía.

—Te amo, te amo —dijo con una voz entrecortada por el placer cuando empecé a hacer un camino de besos mucho más abajo.

Mi preciosa esposa, arqueó su espalda con anticipación cuando mis labios alcanzaron la delicada piel de su pelvis. Me respondió gimiendo a la espera de ese soñado beso que no tardó en llegar, de ese derroche de amor y pasión que tampoco se hizo esperar.

Luego de hacer el amor, nos tomamos un tiempo para acurrucarnos sentados en el sillón. Estaba cómodamente sentada entre mis piernas, sonriendo, con la cabeza acostada en mi pecho, mientras, le prodigaba caricias tiernas en la espalda y hombros con mis labios. En ese momento, no existía nada más que nosotros dos, y el amor que nos unía.

—Te amo, Luis —susurró, casi sin aliento.

—Te amo también, mi amor —le dije, mientras la besaba con dulzura en la delicada y sedosa piel de su cuello.

En medio de un suspiro, volteó y nuestros ojos se encontraron en un momento que parecía detener el tiempo. Esbozó una sonrisa dulce y tierna que me hizo sentir amado, seguro e igual de feliz en lo más profundo de mi ser. En ese instante, supe que nada en este mundo podría separarnos, que nuestro amor era indestructible y eterno. Katie se acercó a mí y con suavidad dejó caer sus labios sobre los míos en un beso que irradiaba dulzura y complicidad. Nos abrazamos fuertemente, nuestros cuerpos pegados y corazones latiendo al unísono, en un abrazo que sellaba el infinito amor que sentíamos. Entonces, se acostó sobre mi pecho y pude sentir sus latidos, vibrando en mi piel y resonando delicadamente en mis oídos con una cadencia celestial. Cerré los ojos y respiré profundo, inundando mi ser del aroma de su cabello y de la sensación de su piel contra la mía. En ese momento, supe que nuestro amor era verdadero y duradero, capaz de superar cualquier obstáculo que la vida nos pusiera en frente.

La miré a los ojos y vi en ellos un brillo especial, un reflejo de todo el amor y la pasión que sentíamos el uno por el otro. Así nos quedamos, en ese abrazo eterno, disfrutando de cada momento juntos, sabiendo que nuestro amor era la razón de ser de nuestras vidas y que juntos podríamos enfrentar cualquier desafío que se presentara en el camino.

¿Que es lo que trae el mañana?

^^^"La civilización no es más que un castillo de naipes. Todo lo que se necesita es un pequeño soplido para que se desmorone."^^^

^^^- Dan Brown, "El símbolo perdido"^^^

El sol apenas comenzaba a asomarse por encima del horizonte cuando mi esposa y yo nos subimos a nuestra camioneta, emocionados por lo que el día nos depararía. Con el sonido atronador de Metallica sonando en el estéreo, conduje al centro de la ciudad en busca de la clínica de especialidades de nuestra querida amiga y doctora.

Una vez allí, mi esposa y yo esperamos ansiosos mientras se realizaban algunos exámenes. La expectativa en el aire era palpable, y las manos de Katie aferradas a mi brazo demostraban su nerviosismo.

Finalmente, la puerta de la oficina, se abrió y ella apareció sosteniendo un sobre en sus manos. Mi corazón latía con fuerza mientras esperábamos ansiosos los resultados. La doctora comenzó a leer el contenido del sobre en voz alta, explicando cada detalle con sumo cuidado. Mientras tanto, mi esposa y yo nos mirábamos con los ojos llenos de esperanza, deseando con todas nuestras fuerzas que todo estuviera bien.

Cuando se mencionó los altos niveles de la hormona gonadotropina coriónica humana (GCH) en las muestras de sangre y orina de mi esposa, comprendimos de inmediato lo que eso significaba. La felicidad invadió nuestros corazones y nos abrazamos con fuerza, incapaces de contener la emoción.

—Felicidades a los dos —dijo Elizabeth, sonriendo—. Tiene un poco más de dos semanas de embarazo.

Las palabras de felicitación de Elizabeth se perdieron en el aire mientras mi esposa y yo nos sumergíamos en un abrazo largo y cálido, sabiendo que nuestro sueño de convertirnos en padres finalmente se hacía realidad. Las lágrimas de felicidad surcaban los rostros de ambos mientras nos aferrábamos el uno al otro, sin poder creer la maravillosa noticia que acabábamos de recibir.

Finalmente, mi esposa me tomó el rostro entre sus manos y me dio un beso largo y apasionado, susurrando con voz entrecortada cerca de mis labios:

—Vamos a ser padres, mi amor.

La felicidad que sentíamos era indescriptible. La doctora nos dio una prescripción de vitaminas prenatales para Katie, pero en ese momento estábamos tan abrumados por la alegría que apenas podíamos concentrarnos en lo que decía. Le agradecimos a Elizabeth por su paciencia y amabilidad durante todo el proceso y le dijimos lo agradecidos que estábamos por haber ayudado a hacer realidad nuestro sueño de tener un hijo.

—Se lo merecen —dijo la doctora quien esbozó una sonrisa que para ese momento lucía incansable—. Se nota lo felices que están juntos. ¡Felicidades de nuevo, chicos!.

Mi esposa y yo nos abrazamos de nuevo, rebosantes de felicidad y emoción por el nuevo capítulo que estábamos a punto de comenzar juntos.

Los ojos de mi esposa brillaban con lágrimas de alegría mientras yo la abrazaba con fuerza, sintiendo su alegría en cada fibra de mi cuerpo.

—Gracias, Doc —dije con una sonrisa sincera—, realmente apreciamos tu paciencia y amabilidad durante todos estos meses.

Elizabeth sonrió y asintió.

—Siempre estoy aquí para ustedes, chicos. Nada que agradecer.

—Lizzy —dijo mi esposa mientras se levantaba de su asiento y caminaba hacia nuestra amiga para darle un abrazo, con los ojos todavía llenos de lágrimas—. No sabes lo feliz que me haces sentir en este momento. Te agradezco profundamente por haberme dado esta noticia. Ser madre es lo que más he deseado en la vida, y no puedo imaginar a nadie más adecuada para llevar adelante mi embarazo que tú, mi amiga. Gracias por estar aquí con nosotros.

—Realmente apreciamos tu amistad y tu ayuda en este momento. Me encantaría invitarte a un almuerzo para agradecerte —dije mientras me ponía en pie. Quería corresponder a su amabilidad—. ¿Te parece que nos encontremos en el restaurante de la esquina al mediodía? Sería un placer para nosotros invitarte.

—Gracias por la invitación, chicos. Créanme que lo aprecio. Pero he estado tan ocupada últimamente, atendiendo a pacientes que vienen a mi clínica porque los hospitales están saturados. Ha sido una carga enorme en mi trabajo, y no me gusta ver a mis pacientes sufriendo —respondió en medio de un suspiro, por primera vez reparé en lo cansada que lucía—. Pero gracias por pensar en mí. Cuando tenga un poco más de tiempo libre, definitivamente aceptaré tu invitación.

Katie, emocionada, regresó hacia mí y me abrazó por la cintura.

—Podemos invitarte a la cena en casa —dijo con una sonrisa—. ¡Hasta prepararemos algo especial para ti!

—Me encanta la paella, por si se lo preguntan —bromeó—. Gracias, Katie, tengo tu número y cuando esté libre, ten por seguro que aceptaré esa invitación.

La doctora recibió una llamada que parecía urgente, así que decidimos despedirnos.

—No te quitamos más tiempo —dije, levantando la mano para despedirme.

—Cuídate, Lizzy —añadió Katie imitando mi gesto.

Elizabeth apenas tuvo tiempo para despedirnos con una débil sonrisa, ya que, sumamente agotada, tomó el teléfono y enseguida atendió el llamado.

Mi esposa y yo, totalmente emocionados y absortos en los problemas de nuestra amiga, nos abrazamos antes de dejar su oficina.

A medida que avanzábamos por el pasillo de la clínica, noté que estaba abarrotado de pacientes. El olor a desinfectante se mezclaba con el constante murmullo de conversaciones entre médicos y pacientes, algunos de los cuales tosían con fuerza y de manera exagerada. Todo ello creaba una atmósfera cargada y ligeramente claustrofóbica, como si el aire se hubiera vuelto más denso y difícil de respirar. Me sentía atrapado, rodeado de una multitud que parecía agolparse a nuestro alrededor, y de pronto sentí cómo una oleada de ansiedad me recorría el cuerpo. Katie, que parecía ajena a esa presión, seguía abrazada a mí y hablando con entusiasmo sobre la comida que prepararía para la doctora. Yo traté de mantener mi mente ocupada con su voz, intentando ignorar el caos que se desplegaba a nuestro alrededor. Extrañamente, cada tos, cada murmullo, parecía resonar en mi cabeza y aumentar mi preocupación.

De pronto, un hombre que parecía tener dificultades respiratorias irrumpió en nuestra ruta a toda prisa, tomando desprevenidos tanto a Katie como a mí. Con su carrera desenfrenada, chocó bruscamente contra otra persona, lo que le hizo perder un poco el equilibrio. Sin embargo, ante la sorpresa del momento, mi instinto protector se activó al ver que el extraño hombre ponía en riesgo la integridad de mi amada esposa. En una fracción de segundo, moví mi cuerpo hacia ella, rodeé sus hombros con mis brazos y la protegí del posible impacto.

El hombre, quien al parecer llevaba algo de prisa, también tropezó conmigo en su carrera, cayó con estrépito al piso, profiriendo maldiciones. Mientras se levantaba rápidamente y se alejaba a toda prisa, pude notar que se trataba de una persona de aspecto descuidado y cansado, como si hubiera corrido mucho tiempo.

A pesar del sobresalto, Katie me sonrió con agradecimiento y emoción, abrazándome con fuerza mientras agradecía mi rápida reacción.

—Ahí, estás de nuevo, instinto de sobreprotección —dijo, parándose de puntillas para darme un rápido beso.

—¿Estás bien, mi amor? —pregunté, acariciando su cabello.

—Lo estoy —respondió, en medio de una sonrisa, volvió a abrazarme. Y seguimos caminando.

Volteé levemente para observar por encima de mi hombro, afortunadamente ese tipo extraño había desaparecido.

—¿Qué te parece si vamos a tu restaurante favorito para almorzar? —pregunté, tratando de desviar la atención de la tensión en el ambiente.

—Digo que ya me muero por comer esas hamburguesas.

Asentí con una sonrisa en el rostro y rodeé mi brazo por su cintura, sintiendo su calor a mi lado mientras continuábamos nuestro recorrido. Fuera de la clínica avanzamos por el jardín. La brisa fresca de la mañana acariciaba nuestro rostro y el sol comenzaba a alcanzar el cenit, dejando un espectáculo de colores cálidos en el cielo. En pocos minutos, dejamos atrás la tranquilidad del jardín y volvimos a la ajetreada calle, avanzando hacia su restaurante favorito, un lugar acogedor y lleno de personalidad, con una decoración vintage y una oferta gastronómica que hacía agua la boca.

Dentro del coche, la música sonaba a todo volumen y ambos cantábamos a pleno pulmón cada canción que salía del estéreo. Teníamos una playlist de grandes éxitos que escuchábamos cada vez que viajábamos, pero nuestra pasión por la música, especialmente el rock y sus derivados, iba más allá de la música que escuchábamos en el coche. En los últimos años, gracias a nuestra pasión compartida, habíamos asistido a numerosos conciertos y festivales por toda California, disfrutando de la emoción y la energía de la música en vivo, viviendo el lado más nómada de nuestro amor. Aún recordábamos con cariño aquella gloriosa noche en que obtuvimos entradas en primera fila para el concierto de Metallica en San Francisco. La emoción de estar en primera fila, sintiendo la estridente energía de esos grandes músicos en vivo y compartiendo ese momento especial juntos, nos hizo sentir que nada podía detenernos. Después de esa experiencia, nos enfocamos en construir un hogar juntos y establecernos en la ciudad de Los Ángeles, pero siempre recordamos aquel momento como un hito en nuestra historia personal. Esa noche fue un momento de cúspide en nuestra relación, y aunque con el tiempo nuestras prioridades cambiaron, todavía amábamos la música en vivo y recordábamos con añoranza ese lado más salvaje de nuestra relación.

Mientras avanzábamos por el estacionamiento del restaurante, Katie desvió la mirada hacia un par de ambulancias que violentamente desgarraron el silencio del lugar con sus poderosas sirenas. La abracé delicadamente por la cintura y volvimos a caminar; noté que estaba un poco más callada de lo normal. Cuando la miré, pude percibir que tenía una expresión de intranquilidad en su rostro.

—¿Estás bien, amor? —pregunté preocupado.

—Sí, solo estaba pensando en lo que dijo la doctora, —respondió, frunciendo ligeramente el ceño mientras dirigía su mirada hacia la calle por donde se habían alejado los vehículos de emergencia—. Parece que los hospitales han estado recibiendo muchos pacientes últimamente.

Me di cuenta de que su mirada estaba llena de preocupación y temor. Me pregunté qué estaba pasando por su mente en ese momento. Sabía que ella no podía evitar sentirse inquieta por las palabras de la doctora y por lo que podría estar sucediendo en los hospitales de la ciudad. Como enfermera, siempre había sido su deber ayudar a los demás, y ahora se encontraba en una situación en la que no podía hacer nada para aliviar el dolor y el sufrimiento que estaba experimentando la gente. Sentí su cuerpo temblar ligeramente y la abracé con fuerza, tratando de transmitirle mi apoyo y mi amor en esos momentos inciertos.

—Sí, es un poco preocupante —dije, tratando de calmarla—, supongo que una enfermera nunca deja de serlo.

Le sonreí y la rodeé con ambos brazos, atrayéndola hacia mí en un abrazo cálido y protector.

—Cierto, un soldado nunca deja de ser un soldado, ¿verdad? —Katie esbozó una débil sonrisa—. Adoraba ser enfermera y ayudar a la gente.

Ella bajó la mirada hacia su mano derecha, acariciando con el dedo las cicatrices que marcaban sus nudillos.

—Mi lesión simplemente me alejó de eso —añadió en medio de un profundo suspiro, dejando en claro la amargura en su voz.

—Pero pronto te recuperarás, mi valiente guerrera —le dije, tomándole ambas manos y besándolas con ternura—. Estarás de vuelta ayudando a salvar vidas en poco tiempo.

—Gracias, mi cielo —me dijo Katie en tono melifluo—. Siempre encuentras las palabras exactas para animarme.

—Además —agregué tratando de hacerle olvidar un poco todo el asunto—. Tenemos algo increíblemente emocionante que esperar. ¡Vamos a ser padres!

Sonrió ampliamente ante mis palabras, y en sus ojos pude ver la mezcla de emociones que sentía. Sentí una ola de felicidad recorrer mi cuerpo, sabiendo que pronto tendríamos a nuestro pequeño bebé en nuestros brazos.

—¡Tienes razón! Hoy deberíamos estar felices —exclamó Katie emocionada, y apretó mi mano con cariño.

Seguimos caminando, con nuestras manos entrelazadas agitándose como dos niños en medio de risas y juegos.

—Si es una niña, me gustaría que se llame Katherine, como tú. Y si es niño, podríamos llamarlo James, pero también podríamos pensar en otros nombres —le dije con una sonrisa.

—Cierto, hay que pensar bien en el nombre —dijo Katie, y se rió suavemente.

No pude evitar imaginarme a nuestro bebé aprendiendo a tocar un instrumento, como lo hacía en mi tiempo libre.

—Podríamos enseñarle música juntos. ¿Qué tal si le enseñas a cantar, y yo le enseño a tocar la guitarra? —le dije emocionado.

—Sí, me encantaría que nuestro hijo o hija aprendiera a tocar un instrumento. Aunque quizás también querrá bailar, pintar o hacer alguna otra cosa —respondió Katie con una sonrisa.

Nos miramos con ternura y seguimos caminando, imaginando todos los momentos especiales que tendríamos como padres. Yo no podía esperar para enseñarle todo lo que sabía a nuestro futuro bebé, pero también sabía que tendría mucho que aprender de él o ella.

—Ya quiero que nazca para que pueda enseñarle todo lo que sé —le dije en tono dulce.

Katie asintió con una sonrisa, y apretó mi mano con más fuerza.

Al llegar al restaurante, nos acomodamos en una mesa junto a la ventana que daba a la calle principal. La ciudad estaba en calma, y los transeúntes iban y venían sin preocupaciones. Pedimos nuestras hamburguesas favoritas y el olor de la comida recién hecha se mezcló con el aroma de café recién preparado. El sonido de las risas y las charlas animadas que surgían de las mesas cercanas, creaba un ambiente cálido y acogedor. Hablamos sobre el futuro, soñando con nuestra vida juntos como padres, mientras el sol de la tarde filtraba suavemente a través de los cristales de la ventana. Todo parecía perfecto, hasta que un fuerte golpe estremeció el cristal de la ventana haciendo que Katie saltara de su asiento y gritara. Miramos hacia afuera, confundidos por lo que acabábamos de presenciar; la mujer desesperada que chocó con la ventana, aterrorizada se puso en pie y se unió a un grupo de personas igual de irritadas quienes estaban fuera del restaurante, y pugnaban por entrar, generando confusión y caos.

La puerta del restaurante se abrió violentamente, y varios de esos hombres y mujeres entraron, empujando y arremetiendo contra la gente que se interponía en su camino. El gerente y el personal de seguridad trataban de detenerlos, pero parecía que la situación estaba fuera de control. Los recién llegados se veían nerviosos y molestos, estaban desesperados por conseguir algo, pero no sabíamos qué era. Los insultos se intensificaron, y de repente, el grupo se tornó aún más

violento. Pronto demostraron el motivo de su protesta, extrañamente pedían refugio a gritos, y empujaban y golpeaban a la gente que se interponía en su camino.

—¿Qué está pasando? —preguntó Katie con angustia en su voz.

—No lo sé —le dije, tomándole la mano con firmeza—. Vamos a irnos a casa, mi amor.

Katie asintió con preocupación, y nos pusimos de pie de inmediato, mientras yo sacaba mi cartera para pagar la cuenta. Traté de justificar la situación, diciéndole que quizás eran los manifestantes que se habían visto por la ciudad en los últimos días, pero noté la confusión en su rostro al ver la actitud exageradamente violenta de esas personas.

A pesar del caos que reinaba en el restaurante, Katie y yo logramos abrirnos paso entre los clientes alterados que se empujaban y gritaban. La tensión era palpable, y los sonidos de los objetos rotos y los golpes que se escuchaban a nuestro alrededor hacían que Katie estuviera constantemente dando respingos. En un momento dado, casi caímos, por un empujón, pero logramos mantenernos en pie y continuar hacia la salida. Al llegar a la puerta, nos detuvimos un instante para echar un último vistazo a la escena. El caos se había intensificado aún más: varias personas se estaban peleando con puñetazos y patadas, y otras corrían hacia la salida en busca de refugio. Afortunadamente, en ese momento aparecieron las primeras patrullas de la policía, y pudimos ver a los oficiales vestidos con trajes antimotines corriendo hacia el interior del local, dispuestos a poner orden.

En ese momento, abracé a Katie con fuerza, intentando protegerla del caos que nos rodeaba. Podía sentir su cuerpo tembloroso contra el mío, y me di cuenta de que estaba aterrorizada.

—Todo va a estar bien —le susurré al oído, intentando tranquilizarla—. Vamos a salir de aquí juntos.

Luego de una breve caminata en el estacionamiento del lugar, llegamos a nuestra camioneta, y a pesar del nuevo caos esta vez vehicular que se desarrolló, logramos alejarnos de allí lo más rápido posible, sin mirar atrás.

Horas antes, todo parecía estar en orden: habíamos recibido las mejores noticias en la consulta de nuestra amiga, algo que había llenado nuestros corazones de alegría. Rodeados de una atmósfera alegre, habíamos ordenado unas papas a la francesa en el restaurante que se había convertido en nuestro favorito. Los deliciosos aromas de la cocina nos hacían salivar, y reíamos mientras compartíamos la comida y disfrutábamos de la conversación en un ambiente agradable. Pero, sin previo aviso, todo cambió, como si el destino hubiera conspirado para llevarnos a ese momento, al día en que todo empezó a cambiar. De repente, como un golpe de viento que cambia la dirección de un barco, todo tomó una trayectoria diferente, un oscuro presentimiento se apoderó de nosotros, haciendo que el aire a nuestro alrededor se espesara y se tornara sombrío. La felicidad y la confianza que habíamos sentido momentos antes se desvanecieron, sustituidas por una extraña sensación de inquietud. Miré a mi alrededor, buscando alguna señal de que todo esto fuera una broma o una equivocación, pero en cambio, lo que vi fue un futuro incierto, lleno de preguntas sin respuesta.

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