“Tú y yo, nunca seremos compatibles”.
Había sido la boda del año. Incluso tan grande como la del Emperador Isis y la Emperatriz Isabella. Sin embargo, todos decían lo mismo.
“—Son la pareja perfecta. ¡El mejor matrimonio!”
Pero su esposo, Arthur Von Fontier, no parecía contento con las palabras de los demás. Ni siquiera, con su presencia.
Y sus palabras eran duras, frías.
“¿Te comió la lengua el ratón? Te pregunté, ¿cuál es tu nombre?”
“Me llamo Iris...”
Ese era el nombre que le había puesto su madre antes de abandonarla para siempre. La vida daba muchas vueltas, y ahora, cuando su sueño más grande se había cumplido parecía estar destrozado.
Se trataba de la única fantasía que tuvo desde que era una niña, alguien sin modales ni educación, solo deseaba ser amada como todos.
Pero ella era una niña ilegítima, nadie la amaría.
“¿Iris? ¿Iris qué?”.
Cualquiera diría que parecía una niña, pero su esposo estaba siendo muy frío con ella. De hecho, sus ojos azules demostraban un enorme hielo.
“Soy Iris Blister, hija del Vizconde Blister”
“Bien... Quiero decirte la verdad, Iris”.
Lentamente, su querido esposo se acercó a ella tocando su rostro, viendo fijamente a los ojos azules de él. Su rostro perfilado y atractivo. Desde la primera vez que lo vio, se había enamorado.
Él y ella pasarían toda la vida juntos.
¿No era todo un sueño?
‘¿Quizá todo sigue en pie?’, pensó con esperanza.
Quería seguir creyendo que su fantasía de cuentos, podía suceder.
“Te dejaré vivir libremente en mi Ducado, tendrás un lugar donde dormir y disfrutar de tu vida, pero tú y yo no podemos estar juntos”.
“¿Qué? Arthur, espera...”
“No quiero que mi nombre salga de tu boca, nunca más. Eres un insulto para mí, no podría consumar el matrimonio contigo”.
Con tosquedad, le respondió.
Bajo la luz de la luna que caía por los ventanales de la habitación, Arthur rompió la mágica ilusión de Iris.
“No necesito de una mujer inútil como tú”.
Era más doloroso.
“Su Alteza...”
Si el matrimonio no consuma la primera noche, de forma automática, es inválido.
“¡Por favor, reconsidere su decisión!”
Iris, a pesar de sentir que le rompió el corazón, ella necesitaba que ese matrimonio fuera válido. No existía lugar al que regresar.
“Puede usarme, tocar, ¡todo lo que usted quiera! Pero por favor, no me abandone”.
Suplicó ante sus pies, dejando su orgullo de lado. Era complicado.
“¿Estás ofreciendo tu cuerpo?”
“Es la única manera de confirmar que el matrimonio fue consumado, se lo suplico, será una sola noche”.
Sus manos temblaban, su boca estaba seca y todo en ella no parecía querer estar ahí por ningún segundo más.
“¿Cómo tendría relaciones con un gatito temeroso? Solo escúchame, niña. Vive tu vida y yo viviré la mía”.
Fueron las palabras finales de su esposo.
“No quiero cargar con un peso tan irrelevante”.
Cualquiera que la viera, diría que era una niña caprichosa y sensible. Sin embargo, por más de 10 años soñaba con esa boda. Tan bella y reluciente. Llena de felicidad y mucho amor.
Seguía habiendo esperanzas en ella, por supuesto, de que su esposo volviera y se disculpara por su comportamiento tan grosero.
Pero eso jamás pasó, tal como alguna muestra de interés por parte de Arthur.
...****************...
Su vida, desde el principio, fue solitaria. Nunca hubo nadie para ella, vivió la mitad de su vida en la casa de la servidumbre hasta que sus hermanos murieron. Archie y Richie.
Y la única persona, además de ella, capaz de heredar al Vizconde era su tercer hermano. Sin embargo, el único problema real es que él era muy enfermizo.
Actualmente, sufría de pulmonía por solo salir del país durante unos días.
Pero ella era una mujer, jamás se le permitiría heredar un título tan pesado como el de su padre. Su educación era pobre, los modales que tenía eran básicos y casi no sabía leer.
Ella era inadecuada para el puesto, su esposo se lo había dicho hace 8 años. En ese entonces, esperaba ciegamente que él le diera la atención y amor que siempre quiso. A pesar de los años, Iris seguía esperando por él.
Había vivido tal como él le había dicho que lo hiciera, como si fuera una persona muerta, jamás le dio un solo problema y solo seguía esperando por Arthur.
Aquel bello hombre del que se enamoró por primera vez en el día de su debut y del que nunca olvidaría hasta que su matrimonio fue confirmado por su padre.
Su vestido de bodas fue el más hermoso con el que alguna vez soñó, la gente que estuvo ese día en su boda la hizo tan feliz. Fue un gran sueño.
Un buen momento que jamás olvidaría.
“Señorita, ¿qué desea hacer ahora?”
Había sido así los últimos años. Ni una sola comida, una taza de té o verse al rostro. Su esposo vivía en el gran Ducado de los Fontier, ella en cambio, solo vivía en una mansión aledaña que tenían los Fontier.
“Lo mejor será entrar, estoy cansada...”
No salía mucho, por lo que no era activa en la sociedad. Desde su matrimonio hace 8 años, no había mucha gente que recordara su rostro o la llamara ‘Gran Duquesa’. Su nombre, tampoco lo recordaba muy bien.
Se levantó de la silla y caminó en dirección a la mansión. Había mucha suerte porque tenía todo para vivir tranquilamente, pero ¿hasta cuándo sería eso? Ella era una mujer muy reservada, tampoco elevaba mucho la voz. Casi siempre, le enseñaron que hablar fuerte era para los hombres.
Pero siempre intentaba esconder su presencia de los demás.
“¿La viste? Parece como si fuera un muerto viviente”.
“Ja, ja. ¿Por qué crees que Su Alteza ni siquiera viene a buscarla? Es una mujer tonta”.
Los murmullos de sus criadas la deprimían mucho. Fueron 8 años así de largos en los que su matrimonio jamás fue consumado, así que si lo deseaba podía irse en cualquier momento.
Nadie lo sabía, pero si le preguntaban al mayordomo o la jefa de criadas, todos sabrían de su mentira más grande.
Iris suspiró, ese mismo día empezaba el festival de las parejas. Por supuesto, ella ni siquiera podría asistir porque su esposo no estaba interesado en su vida o belleza.
“Señorita, no haga caso a sus comentarios. Me encargaré de darles un buen castigo”.
“Está bien, Lilith. En realidad, tienen razón”.
“Usted es muy amable, Señorita. ¿Será que tiene un corazón de oro?”.
Ser así de amable, quizás a su esposo no le agradaban las mujeres dulces. Si no, las más fuertes y habladoras.
“No inventes cosas así, Lilith. Los rumores corren muy rápido aquí”.
“Oh sí, lo lamento, Señorita”.
Eran días muy oscuros, pero en esos 8 años aprendió a leer y escribir. Descubrió lo mucho que le gusta la jardinería y pudo hacer más cosas de las que en su infancia, nunca creyó lograr hacer.
En la mansión que su esposo le había dado, la opinión sobre ella estaba dividida. Habían criadas que la maltrataban, creaban rumores y se burlaban de su timidez. Y habían sirvientes, criadas y trabajadores que la querían mucho.
De hecho, muchos decían que la Gran Duquesa era benevolente es por eso que su esposo se avergonzaba de tenerla.
Por largos 8 años, Iris se esforzó en aprender todo lo que los nobles sabían. Quería impresionarlo cuando llegara el momento adecuado y llamar su atención, aunque fuese un poco.
“¿No le gustaría viajar, Señorita? El invierno aún no llega y los festivales en la capital son muy hermosos”.
Con el tiempo, Iris había decidido esconderse del mundo para vivir en secreto. No quería que nadie supiera de su identidad y avergonzar a su esposo.
“¿Dónde podría ir? Estoy bien así”.
Mensualmente, el Gran Duque le enviaba una cantidad de fondos para que ella viviera sin preocupaciones, pero en esos 8 años, no había usado ni el 2% del dinero. No se compraba vestidos regularmente, ni joyas o maquillaje.
Iris creía que eso no le pertenecía.
“Hubiera sido bueno, podría haber ido con Su Alteza, el Gran Duque. ¿No han salido juntos desde el cumpleaños de Su Majestad, el príncipe?”
Eso fue hace más de 8 meses, pero esa fiesta fue tan lamentable. En el carruaje no la miró ni habló, bailaron una sola vez juntos y eso fue todo.
Se tuvieron que retirar mucho antes de lo que deberían. Iris, estaba segura de que eso crearía muchos rumores.
Sujetó la tela de su vestidos, mientras miraba el piso.
¿Es así cómo tendría que ser su vida hasta el final?
“Intentaré hablarle a Su Alteza, el Gran Duque. ¿Cuándo dijiste que era el festival?”.
Su voz era suave, casi siempre desde que era pequeña la habían llamado ‘muñequita de porcelana’. Ella, realmente, parecía ser muy débil a la vista.
“Es el fin de semana, estoy segura de que si habla hoy, podrán ir. Buena suerte con eso, Señorita”.
Una vez Iris llegó a su habitación, se preparó para ver a su esposo. Era verdad que habían vivido alejados por 8 largos años y jamás decidieron consumar su matrimonio, pero solo hubieron tres veces que lo vio.
En la ceremonia oficial de sucesión del Príncipe heredero, en el Festival Nacional del Imperio y la última vez, fue hace 8 meses. En el cumpleaños número 22 del príncipe.
Iris suspiró, Arthur se veía tan lejano a ella. ¿Existiría alguna vez en que él pudiera mirarla de la misma forma? Con cada año nuevo que pasaba, esa posibilidad se hacía mínima.
Incluso, había pensando en irse. Soportar la vergüenza y la humillación social. Todos la llamarían ladrona, aprovechada. Demasiadas cosas.
Lo peor de todo, es que no existía lugar al que regresar. Tras tomar esa decisión, Iris quedaría completamente sola.
Lo único que deseaba realmente era ser amada. En las historias que las criadas de su padre le leían en secreto cuando era una niña, siempre terminaba triunfando el amor. Ese final feliz de cuentos de hadas era lo que más deseaba lograr.
Tenía esperanzas de que Arthur le dijera que sí y quisiera acompañarla.
Quería disfrutar del amor que una vez se prometieron y que al menos, quisiera darle un hijo para estar acompañada.
Ambos estarían más unidos que antes, estaba segura de eso. Los rumores que la rodeaban, sospechaban que ella era infértil. Tras largos años, nunca se anunció un verdadero heredero.
Ya estaba anocheciendo, el atardecer estaba en pleno apogeo. El otoño se notaba a plena vista.
“Lo mejor será ir rápido al Gran Ducado, Arthur debe estar muy ocupado. No quiero molestarlo”.
Los primeros años de matrimonio fueron así. Todos los días, por más de tres años esperó que Arthur viniera a verla. A la Gran Mansión Eldham.
Ese era el lugar en que vivió todo ese tiempo. Se suponía que era una mansión que pertenecía a las esposas de cada Duque Von Fontier. En cada ceremonia de matrimonio, las esposas elegidas para los herederos del Ducado debían tener alguna descendencia Imperial o poder.
De tan solo recordarlo, le daba vergüenza su propio poder.
La familia Von Fontier era muy cercana a la familia Imperial, es decir, tenían tanto prestigio que ella misma debía causar humillación o vergüenza.
Sujetó con fuerza la tela de su vestido.
Ella ni siquiera era lo suficientemente bonita para poder estar al lado de Arthur.
Ellos dos se casaron por simple decisión del Emperador Isis. Él dijo que de cierta manera, ambos debían estar juntos porque combinaban.
“Saludos a Su Alteza, la Gran Duquesa..”
Los caballeros de la entrada la saludaron, ellos la reconocían. Cuando era más joven, esperaba paciente en ese lugar para que Arthur la dejara pasar a verlo.
“Sir Michael, Sir Jayard. Qué bueno verlos, hace mucho tiempo que no venía...”
Cuando cumplió 19 años, entendió que era una molestia para los demás y se volvió más reservada. Dejó de hacer pataletas y no quiso seguir viniendo más.
Ella sólo se aparecía cuando el carruaje del Gran Ducado iba a buscarla.
“Se ve más preciosa que nunca, Su Alteza. ¿No lo crees, Mike?”
“A diferencia de hace años, se ve más tranquila y elegante. ¿Será que maduró?”
“¡Oye, no seas grosero!”
Arthur nunca salía cuando venía a buscarlo, así que se hizo amiga de ellos dos. Les traía de comer, de beber o a veces, simplemente les enseñaba un poco de jardinería.
Solo que esta vez, Iris era un poco más diferente que antes.
“¿Arthur está en su oficina?”
Ellos dos cuestionaban la entrada trasera del Gran Ducado, era la parte más desprotegida y más cercana al Duque, así que necesitaba de protección.
“¿Su Alteza? Él no ha salido hace dos días, dicen que el trabajo está muy pesado”.
Pero se preocupó. Sus sentimientos eran honestos, Iris lo amaba con todo su corazón.
“Dijo que no quería a nadie cerca, así que Su Majestad, debemos...”
“Permitan que entre, por favor”.
Los interrumpió y se acercó. Estaba asustada. Él podía estar enfermo, o quizás algo peor.
“Su Majestad, no podemos. Son órdenes de Su Alteza”.
Iris miró hacia la puerta y dudó, ella acostumbraba a obedecer las órdenes. Pero realmente quería ver a su esposo, con esas palabras la hicieron sentir muy preocupada.
“Soy su esposa, es normal que sea la única que pueda romper sus órdenes”.
Sin demorarse ni un poco, se acercó a la puerta y la abrió. En cuanto vio lo diferente que era su vida a la de Arthur, supo que ella era muy inferior a él.
Siempre había sido así.
“¡Su Majestad, no puede hacer esto!”
Al ser amiga de ambos caballeros, ni siquiera la tocaron. Tan solo se ubicaron a su lado.
Había algo más.
Según lo que su criada le había dicho y Sir Michael le confirmó, la habitación de su esposo estaba ahí cerca. Era cruzando el pasillo y luego a la derecha.
La última vez que había entrado en ese gran Ducado fue la que se supone era su noche de bodas. Cerró con fuerza sus manos y avanzó de todas formas.
No pensaba detenerse, ya estaba dentro del Ducado de su esposo. Ella tenía lugar en esa gran Palacio.
Sin embargo, estaba asustada. ¿Y sí él la miraba de esa forma aterradora? No quería terminar esa relación contractual por un simple error de su parte.
Solo entraría con la excusa de querer saber si estaba bien. Tras eso, esperaría el momento correcto para comentarle sobre ese festival.
Sí, era una buena idea.
“...¿Es así cómo lo hace el Gran Duque?”
Pero esa voz era de otra mujer. En cuanto se acercó a la puerta, lo escuchó.
Estaba más asustada que antes. Incluso, retrocedió. ¿Su esposo le estaba siendo infiel? No, ¿siquiera era eso posible?
Caminó temerosa, puso su delgada mano sobre el pomo de la gran puerta y quiso girarlo. Pero su mano no lo hizo.
Se sentía mareada, si ella abría esa puerta, rompería la gran ilusión que tenía con Arthur. Esperaba algún día que él la amara, tal como ella lo sentía.
“¡Arthur~!”
Abrió la puerta y así fue. Se trataba del peor escenario que podía encontrar.
Su esposo le era infiel con su mejor amiga. Ni siquiera dijo una sola palabra contra eso, porque no había ni una sola explicación. Era tal como parecía.
De inmediato, cerró la puerta y se dio la vuelta. Cubrió su rostro, sin siquiera darse cuenta ya estaba temblando, y solamente caminó en silencio. Iba de regreso a su mansión.
No tenía caso seguir allí.
(...)
Las flores del jardín habían dejado de ser cuidadas hace mucho tiempo. En cada mañana, ya no se escuchaba la delicada voz de la Gran Duquesa.
El otoño y el invierno ya habían pasado con rapidez. Nadie en la mansión de Eldham había vuelto a ver a la Duquesa.
Fue extraño. Tal como las mariposas, aquella bella mujer de delicada apariencia y carácter débil, desapareció.
Es lo que al mayordomo del Duque había anotado en el último informe.
“¿Qué significa esto? Esas flores no van a continuar creciendo por sí solas”.
Patrick, el mayordomo oficial del Duque, se sorprendió un poco. Hace tiempo que no escribía los informes mensuales de las actividades que realizaba la frágil Duquesa. Él solo lo hacía porque el anterior duque se lo había pedido. Era lo normal.
“Oh, lo lamento, Su Alteza. Ese informe es de hace más de seis meses”.
Se inclinó a modo de disculpa. Ya estaban comenzando el verano otra vez, cerca del cumpleaños número 25 del Emperador. Otra vez, tendría el permiso de visitar a la Señora de la casa.
Ella era encantadora. Muy delicada.
“¿De qué hablas? Esa mujer debió haber dicho algo en estos meses”.
El problema es que el Gran Duque solo seguía con ella para aparentar y no tener que buscar a otra mujer. Así que, es obvio que la necesitaba.
“La mansión Eldham ha estado en silencio por mucho tiempo, ¿será que la Señora estará ocupada en otra cosa?”.
“Tch. Como sea, iré a verla después”.
“Sí, yo le avisaré. Con su permiso”.
Una vez se retiró, Arthur quedó solo dentro de la oficina. A decir verdad, él creía que Iris solo era una mujer molesta y patética. Era analfabeta, idiota y muy débil.
No era muy complicado saber que ella nunca le sería de ayuda, ni siquiera para actuar como una verdadera anfitriona.
Odiaba que su padre lo hubiese obligado a casarse con esa mujer. La detestaba.
Y aún así, tenía que estar al pendiente de ella.
Era odioso.
Al menos, ella le hizo caso cuando le dijo que viviera como si estuviera muerta.
Esa mujer no era nada para él.
“Ah, Reinhardt. Creí que no volverías hasta dentro de unos días”.
Su mano derecha, Reinhard Greenfield. Era un hombre muy habilidoso, se conocían desde que eran niños.
“Preferiría no haber vuelto nunca, ¿supo lo que ha estado sucediendo estos últimos días?”.
“¿Qué?”
“Es la tierra muerta, se dice que la barrera se ha roto”.
“Es ridículo pensar eso. Lleva más de un siglo igual”.
“Es verdad, pero algo cambió. El Conde Lewis envió un reporte diciendo que ha notado algo extraño cerca de las llanuras”.
“Tendré que verificarlo. Su Alteza, el emperador me llamará pronto a una reunión y va a querer saber de qué se trata todo esto”.
“Es cierto. Además, quería decirle también...”
*¡Taack!*
La puerta de su oficina se abrió con fuerza, llamando la atención de ambos. Se trataba de una criada, acompañada de la Jefa de criadas.
Arthur las miró con frialdad, sin entenderlo.
En cambio, Reinhardt reconoció de inmediato a Stelle y Emily.
“Stelle, ¿se puede saber por qué están aquí? Su Alteza, el Gran Duque está muy ocupado ahora mismo”.
Ambas se veían agotadas, su respiración era muy irregular. Se veían ansiosas.
“E-Es Su Alteza, la Gran Duquesa...”
Habló Stelle, retomando el aire.
“¿Qué fue lo que hizo?”.
Esta vez, respondió Arthur. Su tono de voz fue tan frío que asustó a las criadas.
“Ella... Lo lamento, la Señorita lleva horas sin aparecer”.
De no ser porque Arthur no conocía nada de Iris, él ni siquiera se hubiera preocupado un poco. Pero ella era un completo misterio.
“Envíen la autorización a los caballeros. Deben encontrar a la Gran Duquesa, cuánto antes”.
Reinhardt fue la persona que respondió por Arthur. De inmediato, las criadas hicieron lo que se les ordenó.
El silencio se extendió en la habitación. Era obvio que en algún momento eso pasaría, pero si ambas mansiones estaban en caos es porque la situación era grave e Iris no se había ido de sus tierras ni terminó con el compromiso.
Simplemente, había desaparecido.
“Creí que había arreglado las cosas con la Señorita, Su Alteza”.
“Piensa lo que quieras, esa mujer volverá de todos modos”.
“Si está pensando en elevar su estatus y ser reconocido por ser usted mismo, ¿no cree que es la mejor manera de demostrarlo? Debería ir a buscarla usted mismo también”.
No es que ella le importara mucho realmente. Solo estaba con Iris por apariencias. Porque a su padre le había gustado como era Iris. Porque el anterior emperador dijo que serían perfectos. Y porque ella era una burla para él.
“Su Alteza, necesito decirle algo muy importante...”
Pero el mayordomo también llegó y se veía alterado. Un poco más nervioso.
Aquello encendió sus alertas. De alguna forma, no quería ser recordado como una vergüenza.
Iris había robado su pistola de cañón. Esa arma, de seguro lo hizo para llamar su atención y poder conseguir que él le hablara.
El verdadero problema es que, ¿cómo ella sabía dónde estaba? Y lo peor de todo, ¿qué es lo que pensaba hacer con el arma?
Existió una vez en su vida que deseó formar parte de la infantería del Imperio. Las mujeres no estaban permitidas, pero eso nunca impidió que pudiese aprender a utilizar una arma.
Su tío, la única persona capaz de criarla, le enseñó a utilizar las armas. Fue una educación muy básica, considerando que todavía era pequeña y tenía una mente infantil.
Gracias a eso, Iris nunca supo lo que era comportarse como una verdadera dama de la sociedad. Hasta que él murió y su tristeza regresó.
Cuando descubrió que su esposo tenía un arma, fue después de la supuesta primera noche de bodas. Estaba escondida en medio del clóset, debajo de las chaquetas oculta en una caja envuelta en un pañuelo de color celeste.
Era un arma ligera, pequeña y sencilla. Fácil de usar.
Estaba dispuesta a usarla para matarse. De todas formas, su matrimonio acabaría muy pronto.
Su esposo, el hombre que la había salvado de esa fatídica vida en la mansión de su padre, muy pronto la dejaría y volvería a ser abandonada. Intentó negar la realidad de su matrimonio.
Nunca sería amada, ese era su castigo.
Aún si fue un matrimonio político, esperaba que él Duque Von Fontier fuese una persona comprensiva. Que al menos le diera compañía.
Iris perdió a su madre, una mujer que había sido exiliada de su lugar de origen, cuando su padre decidió que no le servía más. Una mujer tan brillante y delicada. Ella siempre sospechó que su madre fue una princesa exiliada.
Sus actos, dignos de una princesa, pero que fue obligada a vivir como la amante de un Vizconde. Porque Iris, ni siquiera era considerada como una hija ilegítima de su padre.
Continuó caminando, se había escapado por un momento del Ducado. Ese medio año fue tan largo que se le hizo insoportable seguir viviendo verdaderamente como si estuviera muerta.
Ya ni siquiera quería seguir en esa mansión. Con cada día que pasaba, ella estaba segura que en algún momento Arthur la olvidaría y la echaría.
Para eso, pensaba acabar con su vida antes de que Arthur quisiera hacerle algo.
Miró hacia delante y tocó el árbol de duraznos que estaba en la cima. Se había escapado y se había retirado a un valle que hace un par de años había encontrado por sí sola.
Había sido una estúpida.
Si Arthur nunca la vio a los ojos en el pasado, ¿cómo era posible que alguna vez le quisiera dar una sola palabra? Era imposible. Él ni siquiera estaría pendiente de que ella se hubiese escapado.
De no ser por Lilith, nadie sabría que se había ido de su mansión.
Soltó su cabello, tirando de la pequeña cinta de seda morada que rodeaba su cabello. La melena rubia, de un tamaño alargado casi llegando a sus pies, cayó sobre sus hombros y el viento lo movió enseguida.
Ella tenía un cabello rubio como su madre, sus ojos también lo eran. Ella era una copia exacta de su madre. Cualquiera que la recordara, sabría que era una hija ilegítima.
“Es una bendición o una maldición”, susurró Iris.
Existía ese rumor, cuál fuera el poder bendecido de los Blister, se diría si estaban malditos o beneficiados.
Como ella, nunca mostró su poder a los demás, Iris fue despreciada hasta ese día.
Levantó la pistola y la observó, tras eso miró hacia delante. Estaba atardeciendo y hacía más frío que otros días.
“Mi amor por Arthur... Siempre deseé que se volviera real”, murmuró.
Su voz, más apagada que otros días, fue un mísero rastro de sonido en ese lugar vacío. Era un buen lugar para cometer su objetivo y nadie la podría interrumpir.
“Fuiste mi primer amor, el primer hombre al que de verdad amé con todo mi corazón...”, continuó hablando.
Estaba triste. Había llegado al punto más bajo de su vida. Sin importar si los días eran solitarios, Iris lo esperaba con paciencia porque lo amaba.
Habían días en los que ni siquiera tenía ganas de levantarse por la soledad que había en su vida. Todos los días, la misma historia.
Iris estaba dispuesta a obedecer la orden que su querido esposo le había impuesto hace 8 años atrás.
Había sido un tiempo muy largo.
Pero su mente ya no lo soportaba, estaba dispuesta a morir para romper ese compromiso y apartarse del verdadero amor de su amado esposo.
Arthur la había engañado con su mejor amiga. Ella reconocía esa voz en cualquier lugar, pero no los culpaba de nada.
Si es lo que quería Arthur, Iris pensaba apartarse.
Se apartaría de la forma más sencilla de la vida de su amado esposo, de hecho, era la idea más perfecta que alguna vez había pensado.
Escapó sin que nadie creyera que había sido por sus mismos pies, dejó una carta escondida para que Arthur supiera que hacer una vez ella estuviera muerta y estaba muy lejos de la mansión. Seguían siendo las tierras de los Fontier, pero al menos su muerte no maldecería ni una sola estructura.
“Con la bendición que se me fue otorgada al nacer por obra de Dios, me deshago de este poder y de mi vida para siempre”, murmuró con lágrimas cayendo de sus ojos.
Ella ya se había decidido a renunciar a su vida y a su propio poder con el que fue bendecida. El apellido que ella misma ensució por solo nacer. Todo lo que Iris había hecho mal en esa vida, se despedía de eso.
Sujetó con mayor miedo la pistola, estaba segura que dolería. Aunque fuera una muerte rápida, le dolería demasiado recordarlo todo.
Su vida pasaría delante de sus ojos y por supuesto, la haría darse cuenta de lo doloroso que fue su propio destino.
Pero ya no había forma de retroceder a eso.
Muy pronto, solo sería olvidada y todos los problemas que alguna vez ocasionó con su existencia, desaparecían para siempre.
“Iris Blister, descendiente de un gran linaje de poderosos santos... Qué patetica. No debería siquiera llamarme así”.
Puso la pistola sobre su sien, ubicando su dedo anular sobre el gatillo y quitó el seguro. Iba a decir sus últimas palabras al viento.
“Arthur, de verdad te amo. Te amo demasiado que duele saber que jamás fuimos compatibles. Fuiste mi salvación, pero cumpliré nuestra promesa de matrimonio”..
Hasta que la muerte los separe.
*¡PAMP!*
El atardecer de ese día de primavera, bajo la copa de un árbol de duraznos en plena floración, el suelo verde se manchó de color carmesí.
Aquel estruendo se pudo oír por todos lados, pero ya había sucedido.
La Gran Duquesa Iris Von Fontier había muerto a los 24 años.
...****************...
En el año 1330, una enorme guerra ocurrió. Magos, caballeros e incluso Santos estuvieron dentro de esa gran guerra.
Todo se trataba de la enorme grieta que separaba el mundo humano de los demonios, los peores seres que eran capaces de existir en el mundo. Y no fue hasta que después de casi 10 años de batallas, nació y se demostró la verdadera salvación del mundo.
Un descendiente perteneciente a la familia Blister, del cual, descendía parte de sangre Imperial y bendecida por Dios. Aquel héroe de la humanidad, logró derrotar ese enorme sacrilegio.
Y así, era la historia del Imperio Laencaster.
Los Blister siempre nacían para una razón. Eran los humanos elegidos y bendecidos por Dios. Pero desde la era Solar de Laencaster, hubieron veces en las que no fueron solo bendiciones. Hubieron maldiciones.
Los destinados a sufrir eran los que jamás debieron nacer. Los que contenían sangre Blister, sabían la responsabilidad que traían encima.
Es por eso que no existía manera de escapar.
“¿Iris?”
La humedad que sentía era más que real en ese momento. Miré hacía el suelo y después levanté mis ojos hacia la voz.
Era una criada. Yo estaba rodeada por unas cuantas sirvientas y sentía que nada de eso era real. Espera, ¿no había muerto hace unas horas?
“¡¿Por qué la Señorita Blister está en el suelo?! Es una mujer noble, ¡deben ayudarla!”.
¿Una mujer noble?, ¿en qué momento?
El frío que sentía era muy real, hasta entonces, creí que toda esto era falso.
“¡L-Lo lamento mucho, Señorita Blister!”, exclamó esa criada.
Miré hacía el suelo, en el reflejo de ellos podía ver claramente mi rostro. Lo toqué con las manos y no entendí esto.
“Esto es algo inaceptable, ¡estás castigada Valentine! ¡¿Cómo puedes empujar a la Señorita Blister y tirar toda la charola con agua?!”, la Jefa de criadas continuó gritando.
Esa niña era yo. ¿Tal vez tenía 14 o 15 años? Yo era muy diferente en ese momento, mi rostro siempre fue así de delicado. Muchas criadas envidiaban mi supuesta belleza, por tantos años tuve que soportar las sirvientas de esta mansión y ahora, había vuelto.
¿Esto era un castigo divino?
Sé que suicidarse es un pecado en contra de la Iglesia, pero quería escapar. Cuál fuera la manera de irme, decidí que tenía que ser así.
Estaba cansada de esa soledad. De esa mansión. De la vida que mi esposo me había dado solo porque me odiaba. Ya ni siquiera era divertido vivir en una mansión que solo me pertenecía a mí y estaba repleta de lujos.
Es demasiado difícil para mí procesar todo esto.
¿Regresé a la vida?
Estoy muy consciente que oí el disparo y por un solo segundo, sentí la bala pasar por mi cabeza. No dolió nada y pude sentir paz.
Pero estoy aquí, otra vez.
¡¿Por qué estoy en esta mansión?!
“Señorita Blister, ¿está bien? La llevaremos..”, pero no pudo terminar de hablar.
Golpeé la mano de esa criada. No quiero que nadie me toque. Absolutamente nadie.
Todas estas mujeres se burlaron de mí, desde que era pequeña. Mi madre se había ido y aprovecharon eso para tratarme como una sirvienta.
Casi como una esclava.
“No quiero verlas más, ¡todas váyanse ahora mismo!”, exclamé con fuerza.
Estaba rodeada de ellas, de seguro solo pensaron en ayudarme porque Halsey, la Jefa de criadas, las estaba regañando a todas.
No estoy dispuesta a pasar por esta vergüenza de nuevo.
“S-Señorita Blister, está toda empapada. No podemos irnos, además..”, no pudo terminar de hablar porque Iris la golpeó.
*¡chiaak!*
Le di una cachetada.
Me siento tan miserable ahora mismo, ¿por qué tengo que soportar a todas estas mujeres ahora? De todas formas, solo es un castigo después de la muerte. Es imposible que haya vuelto a la vida, ¿no?
Esas cosas solo son sueños.
“Vete ahora y conoce tu lugar”, amenacé. Mi cuerpo está empapado, pero prefiero vestirme sola.
No pienso dejar que nadie en esta mansión me toque.
Fue de un segundo a otro y la mayoría de criadas que habían estado ahí a mi alrededor, desaparecieron. Tomaron todas sus cosas y solo quedé yo.
Cerré mis puños con fuerza.
¿Es posible que esto no sea un sueño?
“Señorita Blister”, la llamó Halsey.
Halsey fue la única criada que en el pasado, cuando era una niña y mi madre me abandonó, tuvo el valor de ser amable conmigo. Pero ella también me abandonó cuando tuvo la oportunidad.
Cuando contraje matrimonio con Arthur, sentí que toda esta miseria la dejaría atrás.
He vuelto a esta maldita casa del Vizconde Blister.
Mi padre.
Y también, estoy segura que están mis hermanos mayores.
¿Qué tan desgraciada puede ser mi vida?
“Señorita Blister, ¿se golpeó en la cabeza?”, preguntó.
“¿Solo vas a preguntar esas tonterías, Halsey? Tú también vete de aquí”, respondí y comencé a caminar.
Me iré a mi habitación para cambiarme esta ropa y no salir de ella hasta que vuelva a morir.
Mi vida se acabó desde el momento que me casé con Arthur.
De seguro ahora debe estar feliz con mi mejor amiga, la Condesa Rilley. Suspiré, ¿por qué gasté tantas lágrimas en él?
“Necesita cambiarse, Señorita. Está totalmente empapada y puede enfermar. Su Majestad estará muy molesto si le sucede algo”, añadió siguiéndola.
“¿Molesto? Ese Vizconde solo teme perder su moneda de cambio”, respondí con frialdad.
Estar tantos años a la sombra de mi esposo me hizo darme cuenta de muchas cosas. Tales como que nuestro matrimonio, más allá de lo político, solo fue un intercambio monetario.
El Duque Von Fontier odia a Arthur, pero él era su único heredero. Mi padre estaba deseoso de dinero y yo era su única hija mujer.
“Fui una tonta al pensar que mi padre me quería...”, susurré con tristeza.
Cuando ocurrió mi debut en sociedad, mi hermano mayor Cedric vio que Arthur me había gustado mucho. Siempre asistía a las fiestas en que él estaba presente, pero nunca me atreví a hablarle.
Entonces, fue cuando mi padre empezó a ponerme más atención. Incluso permitió que mi habitación estuviera en el tercer piso de la mansión porque quería estar más cerca de él.
De todas formas, eso se acabó tan pronto Arthur y yo nos casamos.
“No debería pensar eso, Señorita. Usted es igual de importante que los Señoritos, el Joven Duque Richie la quiere mucho a usted... Tiene que ser igual para Su Majestad, el Duque”, continuó hablando.
Richard Blister era el principal heredero del Vizcondado, al igual que su gemelo, Archie. Ellos dos eran distintos y a la vez muy parecidos.
Desde que era pequeña, la primera vez que los conocí, siempre les tuve mucho miedo y ellos dos se aprovecharon de eso.
Como sea, mi habitación ahora mismo debe estar en el mismo lugar que siempre. No sé qué edad es la que tengo ahora, solo parece que estoy cerca de los 16 o 17 años. Ahora mismo, mi padre tiene que estar encargándose muy bien de convencer al Duque Von Fontier para que Arthur se case conmigo.
“Solo terminemos pronto con esto. Quiero descansar un poco”, murmuré y llegué a la puerta que llevaba a mi habitación.
Es verdad, todavía no cumplo los 16 años porque todo sigue igual que siempre aquí. Es decir, tengo que estar muy cerca del día de mi cumpleaños.
Pero ¿realmente regresé de la muerte?
¿Cómo?
“Señorita, iré a prepararle el baño”, dijo y se retiró de inmediato.
Aunque estoy empapada, no tendría tanto frío si esto fuera un sueño. Mi mano no estaría roja después de golpear a esa criada.
Entonces...
¿Esto es real?
Me acerqué al espejo que estaba cerca de mi tocador y desde ahí, pude ver mi rostro. Otra vez, me veía como una niña y tenía un rostro tan delicado e infantil.
Puse mi mano sobre mi mejilla derecha y la aplasté un poco. Era extraño sentirlo.
En el futuro, mi rostro tan delicado sería más maduro y aunque tendría una pequeña cicatriz cerca de mi ojo, seguía siendo así de bonito. O eso decía Emily.
Desvié mi mirada, si quería evitar ese matrimonio y toda esa infeliz vida, ¿qué es lo que podía hacer?
No hay razones por las que quisiera volver a esa mansión, a esas comodidades y un amor que nunca existió. Todo era unilateral.
Jamás existió un ‘nosotros’. Arthur siempre lo dejó claro.
Suspiré, desearía simplemente morir.
Sabía que mi primer pecado en mi vida fue haberme suicidado y rechacé mi poder divino, el que por desgracia, heredé al poseer sangre Blister. Sé que la única forma de morir sin cometer un solo pecado, es la muerte natural.
Pero eso solo ocurre cuando una enfermedad sin tratamiento o la vejez llega al cuerpo.
“¿Qué puedo hacer ahora?”, me pregunté.
Estoy tan enojada. Tan molesta. Todas las cosas que tuve que pasar en esta mansión, de nuevo tendré que recibir el mismo trato y luego, me casaría con Arthur.
Realmente es algo que no quiero.
“El baño está listo, Señorita Blister”, dijo Halsey en la puerta del baño.
Pero yo... Aún sigo amando a Arthur.
Después de todo, él fue mi primer amor.
(...)
Ya había pasado un buen rato. Tal vez unas tres horas desde que había regresado a la vida.
Halsey ya se había ido, me ayudó a secarme y ponerme un vestido seco. Desde este momento pude darme cuenta de lo poco que me había dado mi padre.
Cuando mi madre me abandonó, creí que mi padre me amaría de la misma manera que lo hacía con ella, pero me equivoqué. De hecho, todas las criadas siempre me decían que solo se había quedado con mi mamá por vergüenza a las críticas y cuando se fue, no tuvo problemas en abandonarme.
Viví con la servidumbre hasta mis 10 años, de seguro fue ahí cuando el dinero del Vizcondado se comenzó a acabar.
Terminé de peinar mi cabello y dejé el cepillo sobre el tocador.
Si ahora mismo fuera una hija querida, la familia Blister llovería en rumores. Yo soy muy diferente a mis hermanos, tanto en apariencia como ambición.
Pero ¿por qué debo repetir mis errores? En el pasado, todo fue peor porque creí que siendo más callada y no me quejaba, todos terminarían amandome.
“Cometí el peor error de mi vida...”.
Aunque quiero odiar a Arthur, es imposible para mí. Lo amo. Sigo amándolo con todo mi corazón.
Incluso ahora, me encantaría saber si está bien.
Miré mi cabello, luego mis ojos. Era igual a mi madre.
Por lo que sé, mi madre de alguna forma se encargó de ser amada por todos aquí y cuando ella desapareció, eso se acabó.
“¿Y sí decido morir?”, me pregunté otra vez.
Mientras más rápido muriera, nadie me recordaría. No tendría razones para volver a esta vida. Las desprecio a ambas por igual.
Siendo la hija del Vizconde Blister y la Gran Duquesa Von Fontier. Detesto que todo esto sea así y no quiero volver a formar parte de esto.
Si existe alguna manera de morir naturalmente, la tomaría sin dudarlo. Estoy demasiado segura de que todo esto tiene que ver con un milagro de Dios.
Soy la hija de un Blister, y todos los descendientes poseen un don que es bendecido por Dios.
Sé que si alguien descubre que poseo un don, dejarán de ignorarme y seré más importante para la familia, pero todo para buscar una manera de robarme mi poder.
Después de todo, Cedric es un hombre débil. La muerte de Archie y Richie es inevitable. Y aunque nadie lo sabe, Cedric ha perdido su poder con los años.
“Tiene que existir una forma de abandonar esta oportunidad que Dios me dio”, susurré.
Y también, debe haber una manera de darle mi poder a Cedric antes de que yo encuentra la manera de morir.
*Toc, toc*
Miré hacía la puerta de mi habitación y me levanté del tocador. Caminé con lentitud, estaba acostumbrada a abrir la puerta por mí misma.
“¿Quién es?”, pregunté ya de cerca.
Abrí la puerta de inmediato, con cierta lentitud.
Y no fue hasta que me di cuenta, se trataba de mi hermano mayor, Richard.
“Mi querida hermanita, ¿puedo pasar?”, habló con una sonrisa ligera.
Sin embargo, hubo una vez que dentro de la mansión corrió un rumor muy extraño.
Alguien dijo una vez que la manera en que Richie y Archie me querían, no era la más normal entre hermanos.
Sentí su mano tomando un mechón de mi cabello, tras eso, lo besó.
En el pasado, temí muchas veces de él. Ahora mismo, solo lo odiaba con toda mi alma.
Lo aparté con fuerza y evité que hiciera algo más. Era desagradable.
“¿Iris?”, preguntó.
Sí, de seguro debe sentirse confundido. Yo también lo estoy. Quiero morir, quiero desaparecer.
Y estoy completamente aterrada de ti, hermano.
“¿Qué te sucede ahora? Tú nunca hiciste algo así..”, comentó.
Cerré mi puño con fuerza. Sus ojos rojos me miraban incrédulos. Él y yo no parecíamos hermanos, ni siquiera un poco.
“No vuelvas a tocar mi cabello sin mi permiso”, respondí.
Quería permanecer fuerte.
“¿Qué? Siempre hemos sido así de unidos, ¿alguien te dijo lo contrario?”, siguió insistiendo.
Se adelantó un poco, él ya estaba entrando en mi habitación.
Si lo empujaba, podría cerrar la puerta de mi habitación y no verlo más.
“Me atrevería a darle un buen castigo para que no vuelva a mentirte, hermanita”, confesó. Él se veía orgulloso de sus palabras.
“Eres tú, Richard”, respondí.
“¿Qué? ¿De qué hablas? Solo quise venir a verte, Iris. Dijeron que tuviste un accidente y..”, no logró terminar de hablar.
Lo sujeté desde su camiseta y lo miré a sus ojos. Era tan aterrador como lo recordaba. Él realmente me daba mucho miedo.
“Sí, es cierto. Golpeé a la criada, pero se lo merecía. Todas esas mujeres se lo merecen”, hablé sin ningún problema. Me estaba molestando.
Su rostro se veía incrédulo, pero no quería verlo más. No por ahora ni nunca más.
“Así que, aléjate de mi vista, Richard. No te quiero cerca de mi y dile a Archibald que no se atreva a acercarse”, ordené sin ningún tipo de miedo.
“Espera, Iris...”
Intentó detenerme, pero solamente lo empujé con todas mis fuerzas.
“¡Déjenme sola!”, exclamé.
Y solamente cerré la puerta con fuerza.
Le puse la llave y la cerré desde dentro, me di la vuelta y me dejé caer al suelo. Mis manos estaban temblando, mi respiración estaba agitada y mi estómago dolía demasiado.
El verdadero problema es que Richard le dirá a mi padre, muy pronto cuando sea la hora de cenar, se atreverá a decirle todo lo que hice y dije.
Pero al menos, lo alejé de mi durante un rato. Rodeé mis brazos con mis propias manos, tratando de darme un abrazo a mi misma. Estoy aterrada de vivir esta realidad otra vez.
Ni siquiera en el pasado pude superarlo después de vivir tantos años en la mansión Eldham. Empezando porque Richard es el hombre más hipócrita que conozco y Archie es demasiado bipolar.
Ellos dos dan miedo.
¿Por qué mamá me dejó sola en esta mansión? Si puedo conseguir que el compromiso no se lleve a cabo, ¿cómo podría sobrevivir aquí? Aunque Richie y Archie mueran en medio año más, la vida seguiría siendo un infierno.
*¡Pamp, pamp!*
“¡Iris, abre esa maldita puerta ahora!”, gritó, golpeando.
Me cubrí las orejas, no quería escuchar nada ni sentir nada. Cuando mi primer amor me abandonó y tomé la decisión de morir, no creí que tendría que volver a esta horrible vida familiar.
“¡Maldición Iris, abre esa puerta! Le diré a papá, maldita ilegítima”, susurró la última parte.
“Cállate... Solo cállate”, murmuré.
Por años escapé de esta maldita vida, evitando en lo máximo posible cuando me casé toparme con alguien de la familia Blister, pero fue imposible. Cedric está comprometido y dentro de unos meses, ella vivirá aquí.
Fue ella la responsable de que mi matrimonio se adelantara un poco.
Nadie quería que estuviese ahí en la mansión.
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