Jamás se imaginó que el día en que planeó ir a la torre magica para contratar los servicios de un mago experto en materialización de materia, el jefe de aquel misterioso lugar le presentaría a una chica que suponía apenas estaba en sus veinte años de edad.
—Me dijo Sir Arthur que de todos los magos de materialización, tu eres la mejor—observó con sumo detalle a la chica.
No solo dudaba mucho de ella por su juventud, también lo hacía por su apariencia física. Tenía sobrepeso, su piel estaba tan pálida que parecía un fantasma, su cabello estaba rapado y poseía unas ojeras muy marcadas. Estaba empezando a pensar que lo querían engañar dándole a un mago enfermo.
—Si, señor. Gracias al entrenamiento que Sir Arthur me ha dado, he logrado destacarme en dicho campo—respondió con una sonrisa.
—Muéstrame de lo que eres capaz de hacer—ordenó sin tapujo alguno.
La chica colocó un viejo diario en el escritorio y comenzó a escribir en el. A medida que formulaba sus oraciones, un brillo púrpura invadía todo el diario y de este salió un orbe del mismo color, que comenzó a cambiar de forma en cuestión de segundos. El general se encontraba sin palabras, al lado suyo se había materializado un soldado con la misma energía mágica que los soldados imperiales; sin embargo, en vez de tener el emblema imperial, tenía su escudo familiar.
—¿Qué más eres capaz de hacer?—tanta era su sorpresa que los truenos por la tormenta no lo perturbaban.
—¿Puede pasarme su mano?—preguntó con un poco de cansancio.
La chica empezó a escribir en la mano del hombre y en solo unos segundos se materializó un guantelete de oro carmesí.
—Tu...—solo alcanzó a decir aquello antes de que el soldado y el guantelete desaparecieran—¿Qué es lo que quieres a cambio de trabajar para mi?
La chica lo observó con la mirada fija en sus ojos, algo que por primera vez lo hacía sentir incómodo. Siempre permanecía estoico ante todo, debía mantener su imagen fría para evitar que los enemigos pensaran que el era debil. Sin embargo, algo raro tenía aquella maga y no le gustaba para nada.
—¿Puede prestarme un momento más su mano?—la chica rogó con las lágrimas apunto de desbordarse.
El general cedió su mano un poco preocupado, aquella chica le era difícil de comprender. Sin embargo, con tal de poder ganarle a sus enemigos, haría lo que fuera. Lo que jamás pensó fue la reacción que tuvo la joven cuando un brillo comenzó a emanar de su propia mano.
—Usted es muy cálido—sonrió con verdadera sinceridad—me gusta...me gusta mucho.
Incómodo soltó su mano de la de ella, no sabía de dónde provenía ese brillo extraño pero no se iba a dejar manipular por nadie.
—General Henry, no deseo dinero ni fama. Mucho menos más poder del que ya tengo, lo único que deseo es que usted se case conmigo—dijo con una amplia sonrisa.
—¿Está queriendo jugar una broma conmigo, señorita Claire?—preguntó estupefacto.
—No, señor. Estar al lado mío me devuelve un poco la alegría de vivir—respondió mientras observaba sin miedo sus ojos adornados por claras líneas de expresión —usted me necesita para ganar la guerra y yo lo deseo para sentir esta calidez en mi vida. ¿Le gustaría ser mi esposo?
Estaba sin palabras, no entendía nada. En sus largos cuarenta y dos años de vida, se había cruzado con muchos tipos de personas. Desde las más atrevidas o interesadas, hasta las mas recatadas. Pero la maga frente suyo era rara, a falta de encontrar otra palabra que la describiera de manera perfecta.
—¿Sabe lo que me está pidiendo?—se sentó recto—soy conocido por ser alguien muy serio en sus cosas, por lo que los temas románticos jamás me han interesado. Lo único que quiero de ti, es usar tus habilidades para ganar la guerra. ¿Estás segura de querer casarte con alguien como yo?
—En efecto general, conozco muy bien su reputación. Lo que quiero es que su alma se una a mi en matrimonio, para poder sentir con mayor intensidad la calidez que ella tiene. No es necesario consumar nuestra unión, mucho menos que me reconozca como su esposa frente a todos. Usted me desea por mis habilidades y yo por la calidez de su alma.
Henry acarició sus sienes bastante confundido, seguía sin comprender a qué calidez se refería la chica. Sin querer soportar ni un segundo salió de aquella oficina para intentar respirar aire fresco. Aunque solo pudo medio asomarse en el balcón, debido a la lluvia, el fresco lo ayudaba a relajarse un poco.
Hasta cierto punto era un buen trato. De hecho, quién ganaba en realidad era el. No solo no le daría dinero, ni tierras, ni joyas, ni muchos menos poder a la maga. Si aceptaba su pago, lo único que tenía que hacer era casarse con ella. Ganaría a un aliado muy fuerte para ganar la guerra y con ello se evitaría derramar más sangre de lo que ya 15 años de conflicto había cobrado.
—Acepto—dijo una vez que volvió a la oficina—en unos días vendré a recogerte para llevarte a mis tierras;sin embargo, antes te llevaré a la iglesia para casarnos. Prepara todo para entonces.
Sin observar a la chica, la cual estaba con los ojos muy abiertos por la sorpresa, debido a que jamás pensó que el general aceptaría su propuesta, tomó su abrigo y se marchó de la torre en medio de la tormenta.
Hacía tan solo quince años que toda la paz que había logrado mantener, el reino de Argeli, se había ido a la basura. Luego de que la mitad de la población del vecino país de Karmin se fuera abordo del arca, a un nuevo mundo, el imperio de Azuri se había adueñado de dichas tierras aprovechando el caos que reinaba.
El general Henry llevaba casi la mitad de su vida intentando que las tropas enemigas no cruzaran las fronteras, y aunque Argeli era considerado uno de los reinos más fuertes del hemisferio occidental, estaba comenzando a debilitarse por la enorme fuerza de Azuri.
Por dicha razón, es que había acudido a la torre mágica más lejana del reino, con el fin de encontrar al mejor mago de todos; sin embargo, jamás pensó que el precio de su colaboración fuese desposar a una maga cuya apariencia la hacía ver como una enferma terminal. Aunque tenía sus reservas sobre el trato que había hecho, no daría ningún brazo a torcer. Haría lo que fuera para defender la frontera.
Mientras esperaba a que Claire terminara de entregar sus maletas a sus sirvientes, quienes estaban esperándolos en el carruaje. Observaba bajo la copa de un árbol a la joven maga. Algo seguro sabía, aunque no comprendía la actitud de la chica, y es que no dudaría en matarla si al final representara una amenaza. No le importaría si con ella se quedaba viudo de una mujer a quien no siquiera amaba.
—Claire me comentó cual fue el trato—dijo Sir Arthur, una vez se acercó al general—no se preocupe, solo yo sabré el precio de su acuerdo—queria intentar calmar el rostro fruncido de Henry—pero déjeme decirle la enorme sorpresa que tuve al saber que usted aceptó. Sé que solo hizo porque Argeli se ha quedado sin opciones;no obstante, le juro por mi vida que ha encontrado a la mejor de las compañeras.
Apenas vio que todo estaba listo, se separó del anciano sin siquiera despedirse o dejar que el terminara su explicación. Tomó con fuerza el brazo de la joven regordeta y subió sin mirar atrás. Estaba tan enojado por la situación, por primera vez sentía que algo se le salía de su control.
En el camino, Henry seguía observando la ventana sin punto fijo mientras que Claire estaba recostada contra la ventana del otro lado. El brusco movimiento que había hecho el general para subirla al carruaje la había lastimado demasiado.
Tal vez fuese por su estado de salud tan deteriorado, pero su brazo le dolía con mucha pasión. Sin embargo, no lo admitiría y si algo ocurría, prefería decir que estaba cansada por su partida. Lo único que me interesaba era estar al lado de aquel hombre cuya alma le brindaba calidez a su fría existencia. Por lo que, si podía cumplir todas sus expectativas sin evidenciar su estado, soportaría su mal carácter.
Pasó una hora hasta que llegaron a una capilla fuera de la ciudad. Al bajar pudieron notar como un sacerdote los estaba esperando.
—Bienvenido, primo—saludó a Henry con un escueto abrazo y a Claire con un apretón de mano.
Hizo que la pareja entrara a la capilla y que Henry esperara en el altar, mientras que Claire hablaba con el sacerdote en su despacho.
—Pequeña...—hablo con preocupación—Henry me ha comentado todo, así que no te agobiare con ese punto. Pero, antes de iniciar la ceremonia hay algo que me preocupa—tomó la mano enguantada de la maga—se nota a simple vista que no estás bien. Tus razones tendrás para casarte con Henry, pero yo no soy ciego como el. ¿Estás segura de continuar?
—Si, padre. Lo estoy.
—Entonces que el dios Aion te bendiga, hija mia—dijo mientras le hacía la bendición.
Una vez terminada su conversación, guió a Claire al altar. Cuando ya la ceremonia había terminado, no había pasado ni en segundo para que Henry saliera rumbo al carruaje. La maga hizo una pequeña reverencia en señal de despedida y salió con paso firme.
El era un hombre espiritual, por lo que creía que lo imposible podía ser posible. No obstante, cuando se enteró que iba a casar al amargado de su primo tuvo problemas para creerlo. Le costaba creer que aquella pequeña jovencita, dentro de un simple vestido blanco primaveral y una túnica negra, hubiera sido capaz de convencer a un hombre que había jurado su vida entera solo a la guerra.
—Gran diosa Aletheia, que en paz descanses. Tu que siempre fuiste veladora de la verdad y que luchaste en contra del dios de la mentira hasta tu último aliento, si tu alma está aún en este mundo...brindale tu valentía a esa chica para que soporte lo que se le viene encima—expresó en una pequeña oración.
A medida que avanzaban a la frontera norte de Argeli, donde se ubicaba la mansión del general así como el campo de batalla, tuvieron que detenerse en una pequeña posada a las orillas del rio Lena.
Una vez que el general pagó las habitaciones tanto para el, su ahora esposa y sus sirvientes, se encerró a descansar. La noche sería larga, en especial por la época de lluvias, por lo que prefería dormir todo lo que podía antes de volver a sus labores.
Las sirvientas que habían sido designadas a la maga, la habían acompañado hasta su habitación. Luego de prepararle la bañera, se dispusieron a quitarle la ropa. Sin embargo, un poco incómoda por la situación, Claire las detuvo enseguida.
—Pero, señorita, debemos ayudarla. Ese es nuestro trabajo—intentó calmarla, la mayor de las dos sirvientas.
—Lo sé y se los agradezco. Pero quiero bañarme por mi misma. No obstante, me gustaría que me ayudaran trayendo un poco de comida. Tengo un apetito muy feroz—respondió intentando que las sirvientas calmaran su actitud.
Sin poder hacer más, ambas hicieron una reverencia y salieron rumbo a la cafetería en búsqueda de comida. Una vez Claire quedó sola, se dispuso a cerrar con seguro la puerta. Le daba gracias a los dioses que aquel cuarto solo tenía una pequeña ventana con una cortina bien frondosa, de modo que nadie la vería desvestirse.
Poco a poco, con una debilidad muy evidente, comenzó a sacarse su vestido. Estando desnuda y frente al espejo que había al lado de su cama, comenzó a observar las múltiples razones por la que no quería que nadie viese su desnudez.
—¡Por el gran dios Aion, si que eres horrenda!—se reclamó mientras pasaba su mano por las diversas cicatrices que tenía su cuerpo.
La mitad de su torso estaba cubierto de quemaduras de cigarrillos y la otra mitad por latigazos. Su brazo izquierdo poseía una protesis que iba desde su codo hasta su mano, mientras que su brazo derecho estaba negro por una enorme quemadura. Su pierna derecha también tenía una protesis, aunque solo en su pie, y su pierna izquierda tenía inscrita múltiples runas malditas que la hacían tener un dolor extremo en las noches.
—Solo necesito su calor—dijo en un pequeño susurro, recordando la calidez que había sentido provenir del alma del general—mientras no seas un obstáculo para el, todo irá bien. ¡Haz tu trabajo!
Luego de recordarse varias veces la razón por la que estaba al lado de Henry, procedió a bañarse antes de que las sirvientas volviesen. La noche pasó entre truenos y fuertes brisas, hasta que la tormenta se detuvo a eso de las ocho de la mañana. Ya listos para partir, el carruaje siguió su rumbo a la frontera norte.
Mientras Claire observaba una carpeta con muchos de los documentos que le habían entregado para contextualizarse acerca de la situación tan fea que vivían en aquel lugar, Henry no dejaba de observarla.
—¿De dónde eres?—preguntó realmente como una pregunta al aire.
—De ningún lugar, señor—respondió sin apartar su vista de los papeles—hace diez años Sir Arthur me encontró desmayada a las orillas del Río Lena, cerca de la ciudad de Turín. No recuerdo nada antes de aquello, pero Sir cree que pude haber tenido un accidente mientras viajaba.
Después de eso no siguió indagando más. Si bien investigaría más a fondo a la que ahora era su esposa, al menos tenía un parte de tranquilidad de que no tenía a nadie detrás de ella moviendo los hilos; sin embargo, si resultaba traicionarlo no dudaría en degollarla.
El silencio invadió por una hora el carruaje, mientras Claire terminaba de leer todo el archivo. Una vez cumplió su tarea, colocó los documentos a un lado y se estiró un poco del cansancio.
—Entiendo todo lo que está ocurriendo en la frontera norte. Por lo que analicé, lo más urgente es evitar que el ejército de Azuri estalle una presa que hay cerca de un casco rural—dijo observando directo a sus ojos.
—Mis hombres han intentado que el ejército no llegue a la presa, pero sus magos nos superan en fuerza. Es cuestión de una semana antes de que entren en territorio de Argeli. ¿Crees poder hacer algo al respecto?—preguntó un poco preocupado, estaba cansado de tener que ver más sangre derramada.
—Apenas lleguemos a su territorio, general, lléveme de inmediato a la presa—respondió sin decir alguna palabra más.
El tiempo pasó con lentitud, el día le parecía extremadamente largo. Había hecho varios viajes largos de un extremo de Argeli a otro, y aunque tuvieran cristales de velocidad integradas a las ruedas del carruaje, seguía sintiendo todo demasiado lento.
—¿General?—escuchó a Claire llamarlo.
—¿Qué ocurre?—preguntó aun inmerso en sus pensamientos.
—¿Puede prestarme su mano?—pidió sin pena alguna.
Si bien era cierto que el trato para su colaboración involucraba aquello, aun le parecía extraño. No obstante, no mostraría su falta de entendimiento. Tomó su mano derecha y sacó su guante, luego la extendió a la joven maga.
Claire estaba atontada ante lo que estaba sintiendo, tan solo un simple toque de la mano de aquel hombre y un brillo muy cálido comenzaba a emanar de el y calentar su fría existencia. No amaba al general, eso era seguro. Pero lo deseaba, su existencia le traía felicidad a su vida o al menos lo que fuera que tenía su alma que la encantaba tanto.
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