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La Rosa De Bizandria

Encuentro entre los dos corazones

Soy Arthur, hijo del emperador Héctor y de la condesa Handan. Nací quinientos años después de la muerte del rey Arman, fundador de Bizandria.

Mis primeros años los pasé felices en la ciudad de Mirza. A los ocho años fui enviado a la ciudad de Daría porque mi padre había asumido el trono de Bizandria. ¡Qué día más glorioso!

Ya han pasado dos semanas desde que mi padre asumió el trono. Los nobles de todo el imperio han venido a felicitarlo.

Una tarde, mientras me encontraba en el jardín del palacio, escuché unas voces que pasaban por el jardín. "Padre, ¿por qué tengo que venir con usted al palacio?" escuché preguntar a una niña. "Porque el emperador, el príncipe Héctor, ha subido al trono y la heredera de nuestra familia debe presentar sus respetos junto conmigo", le respondió su padre. Esas fueron las últimas palabras que escuché antes de que el padre e hija entraran al palacio.

Cuando volvía a mi asiento, un hombre apareció de repente. "Mi príncipe, su padre lo está llamando", me dijo el hombre. "Está bien, llévame con mi padre", le respondí al hombre. El hombre me guió hasta una habitación que daba a un lado de la sala del trono.

"Mi príncipe, su padre quiere que se cambie y entre en la sala del trono", me dijo el hombre antes de salir de la habitación. Una vez cambiado, ingresé a la sala del trono donde me esperaba mi padre. "Buenas tardes, padre", le dije a mi padre. "Querido hijo, ven, siéntate aquí", me dijo mi padre señalándome el trono a la derecha del de mi madre.

Cuando me senté en el trono, mi padre le indicó al guardia que abriera la puerta. Cuando la puerta se abrió, pude ver entrar a un hombre acompañado de una niña de cabello rojo, vestida con un delicado vestido rosado pálido. "Su majestad, me place felicitarlo por su ascenso al trono", dijo el hombre. "Felicidades por su ascenso al trono, su majestad", dijo nerviosa la niña. "Gracias, Marcus. Ella debe de ser su hija", le agradeció mi padre al hombre que parecía llamarse Marcus.

"Si su majestad, ella es mi hija, Elena", respondió Marcus mientras presentaba a su hija.

Después de las presentaciones, Marcus le juró lealtad a mi padre y se retiró con su hija.

El día terminó sin ningún inconveniente y decidí irme a descansar. La noche llegó y no podía conciliar el sueño, la imagen de la niña aparecía en mis pensamientos.

Esa noche apenas pude descansar. Cuando el sol salió, decidí ponerme mi vestimenta para jardinería y salí al jardín.

"Mi príncipe, ¿desea que le traiga algo?", preguntó uno de los guardias.

"Vayan a la ciudad y compren rosas blancas y amarillas", les dije a los guardias.

Los guardias se miraron y luego salieron a buscar las rosas que solicité. Al cabo de una hora, los guardias volvieron con tres cestos llenos de rosas blancas y amarillas, además de otros colores.

"Ya pueden retirarse", les dije a los guardias.

Cuando los guardias se retiraron, recogí las herramientas de jardinería y me puse a plantar las rosas.

"Si los guardias te ven podrían arrestarte, ¿sabías?", me dijo una voz femenina.

Cuando me di la vuelta, pude ver a la niña que se presentó ante mi padre el día de ayer.

"Porque te me quedas mirando, será mejor que te vayas antes que llegue un guardia", dijo la niña un poco preocupada por mí.

"No te preocupes, no me ocurrirá nada si los guardias me ven", le dije a la niña intentando tranquilizarla.

"Cómo estás tan seguro. Este es el jardín del palacio imperial, solo la realeza y algunos nobles tenemos permitido entrar aquí", me dijo la niña aún más preocupada. Cuando estaba por responder, los guardias llegaron rápidamente y desenvainaron sus espadas.

"Mi príncipe, ¿se encuentra bien? ¿Quién es esa niña?", dijeron los guardias con cautela.

"Bajen sus armas, pueden retirarse", les ordené a los guardias.

"Príncipe", dijo la niña nerviosa por todo lo que había dicho.

"No te preocupes, déjame presentarme. Soy Arthur Nabókov, príncipe y heredero al trono de Bizandria", me presenté a la niña.

"Yo... yo soy Elena Capell, mi padre vino a la capital a felicitar a su padre", me dijo la niña.

"Bueno, Elena, no estés tan nerviosa. No te castigaré por haberme hablado de esa manera, pero dime ¿qué estás haciendo en el jardín?", le pregunté a la niña.

"Mi padre tiene asuntos en el palacio y me dijo que lo esperara aquí. Si no le molesta que le pregunte, ¿qué está haciendo usted aquí?", me preguntó Elena.

"Estaba aburrido, así que les pedí a los guardias que me trajeran rosas para plantarlas. ¿Le agrada la jardinería?", le pregunté a Elena.

"Me gusta, pero pocas veces puedo encargarme del jardín de mi familia", me dijo Elena.

"Puedes utilizar cualquier herramienta si gustas". Elena y yo pasamos toda la mañana plantando los rosales alrededor del jardín.

"Elena, ¿dónde estás?", escuchamos a Marcus llamar a Elena.

"Aquí estoy, padre", lo llamó Elena.

"Aquí estabas, Elena. ¿Cómo ensuciaste tu vestido así?", le preguntó su padre.

"Fue mi culpa, Lord Marcus", salí en defensa de Elena.

"Mi príncipe, no lo había visto. Espero que mi hija no lo haya molestado", me dijo su padre.

"Por el contrario, disfruté pasar la mañana con su hija", le dije al padre de Elena.

Esa mañana fue la última vez que la vi. Los días pasaron y se volvieron semanas, las semanas en meses y los meses en años. Yo siempre volvía al jardín con la esperanza de encontrarla. Al no encontrarla, me quedaba contemplando los ya crecidos rosales que plantamos en aquella primavera.

Acababa de cumplir catorce años cuando mi padre me llamó a la sala del trono.

"Querido hijo, ya tienes catorce años y es momento de enviarte a gobernar alguna de las ciudades del imperio", me dijo mi padre.

"Como ordene, padre", le respondí a mi padre, que al fin me concedería mi deseo de mandarme a gobernar una ciudad.

"Gracias a tu educación, estoy convencido de que la ciudad de Mirza es la mejor ciudad. Ya he enviado una carta a los nobles de la ciudad", me dijo mi padre. Y a la mañana siguiente, después de despedirme de mis padres, partí hacia la ciudad costera de Mirza.

Fueron siete exhaustivos días hasta que alcancé con mi comitiva la ciudad de Mirza. La gente de toda la ciudad me esperaba para verme y saber quién sería el nuevo gobernador.

Mientras marchaba con mi comitiva alrededor de la ciudad en dirección al castillo, la vi. Una joven de cabello rojo pasó corriendo entre la gente. Durante ese corto momento, creí haber visto a Elena.

"¿Mi príncipe se encuentra bien?", preguntó uno de mis guardias.

"Sí, estoy bien. Creí haber visto a alguien conocido", le respondí al guardia.

Al no volver a verla, decidí continuar con mi camino hacia el castillo. Las calles se encontraban repletas de personas, más de las que imaginé que habría. Tarde unos quince minutos en llegar al castillo.

"Bienvenido, príncipe Arthur. Soy el jefe de sirvientes del castillo", se presentó un hombre mayor.

"Sea bienvenido, príncipe Arthur. Soy el jefe de cocineros, Víctor Villier", se presentó el hombre que estaría a cargo de lo que comería.

"Agradezco su bienvenida. Mañana por la noche me gustaría que se prepare una fiesta. Inviten a todos los nobles de la ciudad y a aquellos que estén de visita en Mirza", les ordené.

Ese día no tenía mucho trabajo, así que decidí irme a descansar. A la mañana siguiente, decidí recorrer el castillo para recordar el pasado. Cada habitación me llenaba de nostalgia por el tiempo que pasé aquí con mis padres. Recorrí varias habitaciones hasta que llegué a una puerta de cristal que daba al exterior. A través del cristal, se observaba un bello jardín de rosas.

"Bienvenido, mi príncipe. Escuché que le gustan las rosas blancas, así que me tomé la libertad de plantar algunas", me dijo el jardinero al verme entrar.

"No recuerdo que el castillo tuviera este jardín", le dije al jardinero.

"Eso es porque cuando usted se fue aún no se construía. Su padre nos ordenó hace seis semanas construirlo para que lo viera tras su llegada", respondió el jardinero.

Pasé el tiempo observando el jardín hasta que el jefe de sirvientes llegó.

"Mi príncipe, la fiesta ya casi está lista. Sería conveniente que se cambiara y se preparara para ingresar", me recomendó el jefe de sirvientes.

Regresé a mi aposento y me cambié. No pasó más de una hora cuando el jefe de sirviente volvió.

"Mi príncipe, los invitados lo esperan", me dijo mientras me indicaba por dónde ir.

"Presentamos a su alteza imperial el príncipe Arthur Nabókov", dijo un hombre ante mi llegada.

Todos los invitados me observaron llegar y me reverenciaron.

"Bienvenido a Mirza, mi príncipe. Espero que encuentre su estadía agradable", me dijo el anterior gobernador de la ciudad.

"¿Son todas las familias nobles de la ciudad?", pregunté al gobernador.

"Han asistido la mayoría de los nobles de la ciudad", me informó el exgobernador.

"Presentamos al señor y señora Claw junto a su hija Aurora", dijo el hombre que me presentó.

"Presentamos a la Condesa Elena Capell", el nombre captó mi atención, pero al girarme la joven ya no se encontraba a la vista.

"Príncipe, ¿busca a alguien?", me preguntó el exgobernador.

"No es nada", le dije.

La música dio inicio y varios nobles comenzaron a bailar, otros se acercaron a las mesas con comida.

Recorrí el salón, hablando con distintas personas.

"Majestad, ¿a dónde va?", me preguntó el jefe de sirviente.

"Iré al jardín a tomar un poco de aire", le respondí y salí.

Vagué por el jardín en silencio por un tiempo hasta llegar a un único brasero que iluminaba el lugar. Desde este lugar, la ciudad de Mirza se veía pequeña, pero al mismo tiempo mágica. No muy lejos del borde se encontraba una niña de cabello rojo con un vestido tan azul como el mar. Estuve por acercarme cuando escuché pasos que se acercaban.

"Prima querida, aquí estás. ¿Por qué no estás en el salón?", dijo una joven un poco mayor que yo.

"Perdona Aurora, quería un poco de aire fresco", respondió la niña.

"Está bien, mi madre te está buscando. Te esperamos en el salón", le dijo la joven antes de alejarse. La niña se alejó del borde y se quedó observando las rosas blancas que crecían por el jardín.

"Quisiera hablar contigo, al menos una vez más", dijo la niña con nostalgia.

"¿Quién es el hombre que entristece a una joven tan bella?", terminé diciendo inconscientemente y provocando que se asustara.

"Príncipe Arthur, lamento que escuchara eso", dijo la niña después de reconocerme.

"Es mi culpa, yo aparecí de improviso", le dije a la niña. La niña se quedó en silencio sin saber cómo responder.

"Ha pasado mucho tiempo, Elena", le dije tras el incómodo silencio que hubo.

"Lo mismo digo, príncipe. Estas rosas son iguales a las que plantamos hace seis años", dijo Elena un poco más calmada.

"Son iguales, pero ninguna se compara a las que nosotros plantamos", le respondí. "Y dime, ¿qué haces en Mirza?"

"Mis padres me enviaron de vacaciones con mis tíos hace un mes", me respondió.

"¿Y qué te parece la ciudad? No ha cambiado nada en los últimos años", le pregunté.

"La ciudad es hermosa, pero no se compara con este jardín", respondió.

Permanecimos hablando un tiempo cuando decidí que era momento de volver al salón.

"Ya es momento de regresar, ¿vienes conmigo?", le pregunté mientras extendía mi mano.

Tras dudar de si agarrarme la mano o no, ella aceptó y regresamos juntos al salón. Los invitados se detuvieron al verme regresar con Elena.

"¿Ella no es la joven de la familia Capell? ¿Qué hace con el príncipe?", escuché susurrar a los nobles. Elena se puso nerviosa al escuchar el susurro de los nobles. Cuando llegamos al centro del salón, le dije a Elena lo suficientemente claro para que todos los nobles escucharan: "Elena, como la joven más hermosa de este imperio, me concedería el honor de un baile".

"Yo... yo... sería un honor", respondió con una radiante sonrisa que cautivó el corazón de todos los presentes. Tras mi orden, los músicos comenzaron a tocar una bella melodía. Nunca me consideré bueno para bailar, pero esta noche no importaba. Al fin me había reencontrado con la niña que llevaba años esperando. Desearía que este baile nunca acabara, pero todo tiene un fin. "Después de seis años, al fin te vuelvo a ver. Quisiera que el baile no acabara", le dije en su oído.

"Pienso igual, mi príncipe", me respondió. El clímax llegó mientras nos separamos. Los aplausos se escucharon por todo el salón. Elena regresó con sus tíos, tan radiante que las mujeres que la vieron sentían envidia.

Mientras me dirigía a hablar con el jefe de los sirvientes, escuché a alguien gritar: "¡Cómo te atreves! Te dije que podías venir a la fiesta, pero que no hablaras con nadie, y lo primero que haces es bailar con el príncipe. Hoy era el día de tu prima y lo has arruinado", dijo molesta una mujer. Todos los invitados voltearon cuando escucharon el escándalo. La mujer molesta no resultó ser otra que la tía de Elena.

"¡Mira a tu prima! No siente culpa alguna. Ella se arregló para conocer al príncipe, y tú te pusiste en medio", dijo la tía molesta.

La tía levantó la mano para golpearla cuando fue sujetada. "¿Quién te crees que eres para levantarle la mano en frente de la realeza, además de prohibirle bailar conmigo?", le dije a la tía mientras la sujetaba.

"Mi príncipe, yo lo siento, pero ella...", "¡Cállate!", le grité a la tía que quería excusarse.

"¡Guardias!", grité. En ese momento, más de una docena de guardias ingresaron rápidamente al salón. "Llévenla al calabozo. Pasará la noche en una celda, no recibirá agua ni comida, para que aprenda a comportarse en presencia de la realeza".

"Príncipe, espere, lo siento. Fue mi error. Por favor, no me encierre", suplicó la tía.

Ningún invitado se atrevió a intentar proteger a la mujer por el temor a obtener el mismo castigo que ella.

"Y para todos los presentes, les advierto: yo soy el único que elige con quién bailar, no ustedes. Y si alguien tiene alguna queja, que venga y me lo diga", les dije a los invitados. Ningún invitado se atrevió a responder. "Y les advierto que cualquiera que se atreva a calumniar a Elena por este incidente, tendrá que responder ante mí. La fiesta acabó", les advertí a los invitados. "Y usted, Vizconde, le advierto: controle a su esposa, o el mayor perjudicado será usted".

Esa misma noche, sin que yo supiera, la noticia de cómo protegí a una joven que estaba siendo avergonzada y humillada por un miembro de su familia comenzó a recorrer cada rincón del imperio. No pasó una semana cuando me llegó una carta proveniente de Daria.

..."Querido hijo, te escribo para felicitarte. Aunque no apruebo que corrieras a los invitados tras el incidente, me enorgullece tu manera de actuar. Has hecho justicia al castigar a esa mujer y has demostrado que la nobleza no está libre de recibir castigo. Pero sería conveniente que no veas a esa joven de nuevo. No sabemos qué rumores desencadenará si se vuelven a encontrar. Espero grandes cosas de ti, mi muchacho."...

^^^Emperador Héctor Nabókov^^^

El primer latido

Tras leer la carta enviada por mi padre, la guardé en mi escritorio y me dirigí a la antigua sala del trono, donde me esperaban los administradores de la ciudad.

"Bienvenido, mi príncipe", dijeron tras mi llegada.

"Mi príncipe, el pueblo que se encuentra al norte de aquí está teniendo problemas con la comida. Las lluvias no han permitido que los cultivos crezcan y no poseen suficiente para resistir el próximo invierno. ¿Qué debemos hacer?", me informó el ex gobernador.

"¿Cuánto costaría el envío de alimentos para que resistan el invierno?", le pregunté al tesorero de la ciudad.

"La compra y el envío de alimentos nos costaría trescientos sils de plata", me informó el tesorero.

"Preparen el envío. Será pagado de mi tesoro privado", les informé.

"Como ordené, mi príncipe, a continuación quería hablarle de la condición de la ciudad", dijo uno de los administradores.

"Continúa", le dije después de que se quedara callado.

"Los parques y baños de la ciudad son antiguos y peligrosos para nuestros ciudadanos. Necesitamos restaurarlos, pero el coste sería muy elevado", me informó el administrador claramente preocupado.

"¿De cuánto estamos hablando?"

"Solo la restauración de los baños costaría cuatrocientos sils de platino y con la restauración de los parques serían unos seiscientos sils de platino".

"¿Cuántos sils poseemos en las arcas de la ciudad?"

"Mi príncipe, en las arcas poseemos lo recaudado en los últimos tres años, que son veinte mil sils de oro, lo que equivaldría a dos mil sils de platino", me informó el contador de la ciudad.

"Comiencen con la restauración de los baños. La higiene del pueblo es más importante. Después podemos restaurar los parques", ordené y mis administradores comenzaron a trabajar.

"Mi príncipe, cada cuatro años debemos enviar mil sils de platino a la capital debido a impuestos. ¿Cuáles son sus órdenes?"

"Separen setecientos sils de platino. Lo demás será utilizado en el mantenimiento y reparación de la ciudad. Durante el año recaudaremos lo que falta".

Las siguientes horas las pasamos trabajando en los diversos asuntos que requerían mi atención, hasta que se decidió parar por el día.

"Iré al jardín, diga que me lleven el té", le informé a uno de los sirvientes.

"Como ordené", respondió.

El jardín se encontraba en calma cuando llegué. Mientras esperaba el té, decidí caminar un poco. El dulce aroma de las rosas perfumaba el jardín. Mientras caminaba, mi mente recordó la fiesta y cómo pude reencontrarme con Elena una vez más.

"Mi príncipe, el Vizconde Claw se encuentra nuevamente en el castillo y solicita una audiencia", me informó un guardia.

"Si no queda de otra, tráiganlo aquí", le dije al guardia.

"Mi príncipe, me place que aceptara verme".

"Vizconde Claw, debido a que ya me he cansado, acepté verlo. ¿Podría decirme qué es lo que desea conmigo?".

"Mi príncipe, venía a disculparme por lo ocurrido", dijo Víctor.

"A mi parecer, yo no lo perdonaría, pero debido a que su familia es una de las más importantes de Mirza, los dejaré ir. Pero recuerde, si usted o su esposa cometen un error más, perderán sus títulos nobiliarios", le dije a Víctor.

"Muchas gracias, mi príncipe. Prometo que no volverá a suceder".

"Una última cosa, si su esposa comete un solo error más, la expulsaré de Mirza y de todas las ciudades del imperio. Y si con eso no aprende, le pediré personalmente a mi padre que la expulse del imperio", le advertí a Víctor.

"No se preocupe, ella no volverá a cometer otro error", respondió Víctor.

"Si eso es todo, puedes retirarte".

"Mi príncipe, mi sobrina e hija desean disculparse por lo ocurrido y les gustaría que nos acompañe a cenar en nuestra mansión".

"Diles que sí iré", decidí aceptar la invitación.

En ese momento, los sirvientes trajeron el té. Después de que el Vizconde se fue, tomé mi té en solitario observando la ciudad y el horizonte.

"Mi príncipe, el carruaje ya está preparado. ¿Desea ir a la mansión Claw en este momento?", preguntó el jefe de sirvientes. Tras aceptar, me dirigí a la entrada del castillo y subí al carruaje junto con el jefe de sirvientes.

"Príncipe, esa mansión pertenece a la familia Claw", informó el jefe de sirvientes mientras nos acercábamos a una gran mansión.

El carruaje se detuvo y bajamos.

"Bienvenido, mi príncipe", dijo una joven de unos quince o dieciséis años.

"Usted debe de ser Aurora, un placer conocerla", le dije a la joven.

"Mi príncipe, es un gusto que aceptara la invitación para cenar de mi hija", dijo la tía de Elena, sin decir una palabra. Decidí pasar por alto lo que dijo. En cambio, el vizconde observaba con reproche a su esposa.

"Mi príncipe, ¿le gustaría entrar? Estaremos más cómodos", dijo Aurora nerviosa.

"Está bien", acepté y luego caminamos hasta el comedor de la mansión.

"Siéntese aquí, su majestad", dijo Víctor señalando la cabecera de la mesa.

"Se lo agradezco", acepté y me senté. En ese momento, entró una pareja al comedor.

"Mi príncipe, déjeme presentarle a mi hija Ana y a su prometido Murat. Llegaron el día de ayer de Nara", dijo Víctor presentándome a la joven de dieciocho años y al joven de piel oscura de unos diecisiete años.

"Es un honor conocerlo, príncipe Arthur", dijo el joven tras reverenciarme.

"Es un gusto conocer a la hija mayor de la familia Claw y a su prometido. Tiene suerte de haberse comprometido con una señorita tan bella", le dije a Murat, haciendo que Ana se pusiera roja por el elogio.

"Le confieso, mi príncipe, que aún no sé lo que Ana vio en mí", confesó Murat.

"Tonto, me enamoré de ti en cuanto te vi", le dijo Ana en un tono juguetón.

"¿Cuál es su profesión?", le pregunté a Murat.

"Estaba entrenando para convertirme en caballero imperial en la ciudad de Nara. Me acaban de transferir al cuartel de Mirza para continuar con mi entrenamiento", me respondió.

"Majestad, ¿le gustaría comenzar a comer?", preguntó la esposa de Víctor, claramente intentando detener la charla.

"Me encantaría, pero me parece que falta alguien en esta mesa", respondí a la mujer tras mirarla por unos segundos.

"Mi hijo mayor se fue hace dos semanas de la ciudad. Seremos solo nosotros seis", me respondió la mujer fingiendo ignorancia.

"Aurora, ve a buscar a Elena antes de que nuestro príncipe se moleste", le susurró Víctor a Aurora.

"Pero madre, la encerró en su cuarto y ella tiene la única llave. Temo que también me castigue si libero a mi prima", le respondió Aurora.

"¿Ocurre algo, Víctor?", dije fingiendo ignorancia.

"No, mi príncipe. Es solo que mi hija me acaba de decir que vio llegar a mi sobrina. Ahora estaba por ir a buscarla junto con mi esposa", respondió nervioso.

"Mi príncipe, ¿piensa visitar el cuartel?", preguntó Murat intentando cambiar el tema y reducir la tensión.

"Dentro de dos días planeo visitar el cuartel y las torres de guardia, además del puerto. ¿Qué rango es?", pregunté.

"Aún no nos otorgan nuestros rangos, pero soy el primero entre los reclutas", respondió Murat.

"Si resulta ser tan bueno como dice, cuando obtenga su rango podría reclutarlo para mi guardia personal. Después de todo, si es bueno, no me interesa el estatus social", dije deliberadamente en cuanto vi regresar a la tía de Elena.

"Mi príncipe Arthur, es un placer verlo de nuevo", dijo Elena rápidamente.

"Elena, qué gusto verte. Pensé que no nos acompañarías el día de hoy", respondí.

"Perdone mi príncipe, pero tuve algunas cosas que hacer en la calle del mercado y perdí la noción del tiempo", se disculpó Elena.

"Está bien, ya que estamos todos, creo que es momento de comer", dije.

La cena fue increíble. No conocía al chef, pero demostró ser diligente y supo preparar una comida más que adecuada incluso para los miembros de la realeza.

"Majestad, espero que haya disfrutado la cena. Aún es temprano, ¿le gustaría algo más?", preguntó Víctor.

"Si no le molesta, me gustaría conocer su mansión", dije.

"No será problema. Mis hijas y mi sobrina lo guiarán. Yo tengo que hablar en privado con mi esposa", dijo Víctor. La última frase dejó en claro que estaba molesto con ella.

"Por aquí, mi príncipe", dijo Ana. Cuando estuvimos fuera del comedor, las dos hermanas se voltearon y me observaron.

"Mi príncipe, perdone a nuestra madre por la falta que acaba de cometer", para mi sorpresa, las hijas de Víctor suplicaban clemencia por su madre.

"Su madre no será castigada por mí, pero les digo de antemano que si lo ocurrido esta noche sucede de nuevo, su madre será expulsada de esta ciudad. Además, no podrá acercarse a ninguna propiedad de la familia Claw o Capell", advertí a las hermanas.

Tras mostrarme el interior de la mansión, Aurora comentó que estaba agotada y que se retiraría a su habitación. En cambio, Ana y Murat nos llevaron a Elena y a mí al jardín.

"Majestad, Elena nos contó lo bello que es el jardín del castillo y mi familia espera que este jardín sea de su agrado", dijo Murat.

Elena y yo caminamos frente a Ana y Murat mientras recorríamos el jardín. Tras un momento de caminata, llegamos a un quiosco decorado con grandes enredaderas que cubrían la parte superior y pequeños canteros con flores de distintos colores colocados en los bordes del quiosco. Un par de antorchas iluminaban el centro, dando una sensación cálida. Elena y yo nos giramos para hablar con Murat y Ana, en cambio, descubrimos que nos encontrábamos solos. Sin saber qué hacer, decidimos sentarnos a hablar.

"¿Cómo has estado desde la fiesta?", le pregunté a Elena.

"Todo ha estado muy tranquilo. Después del castigo, mi tía no intentó nada hasta esta noche", respondió ella.

Cuando me encontraba dispuesto a hablar, me percaté de que múltiples luciérnagas comenzaban a abrir sus alas y volaban alrededor del jardín. La vista era tan bella que nos quedamos hipnotizados durante un rato. Inconscientemente, mi cuerpo se acercó al de Elena y la abracé. Tras abrazarla, ella ladeó su cabeza y la colocó sobre mi pecho. Aunque fueron únicamente minutos, se sintieron horas al observar el danzante vuelo de las luciérnagas. Cuando estas abandonaron el jardín, nos libramos del trance. A pesar de la sorpresa y vergüenza de ambos, ninguno de los dos tuvo la fuerza ni las ganas para separarnos. A partir de ese momento, nuestros corazones dejaron de latir por separado y comenzaron a latir como uno solo.

Conociendo la ciudad de Mirza

"Mi príncipe, sus hombres ya están listos", dijo el jefe de los sirvientes.

"¿Nadie en el cuartel sabe que voy, verdad?", pregunté.

"No, mi príncipe", respondió el jefe de los sirvientes.

Habían pasado dos días desde aquella mágica noche que pasé con Elena. Hoy ordené a mi guardia que se preparara para visitar el cuartel, los torreones y el puerto. Después de salir, los guardias trajeron a Triana, una yegua blanca con manchas café. Monté rápidamente a Triana y nos dirigimos hacia el cuartel. En el camino, nos desviamos por la calle del mercado. La gente de distintos estatus sociales recorría cada rincón comprando frutas, cereales, harina y especias. Los guardias recorrían las calles controlando que nadie robara nada. Los juglares se encontraban alrededor de la fuente central divirtiendo a sus espectadores. Con esta imagen, ¿quién pensaría que los pueblos cercanos, los cuales se encuentran bajo protección de Mirza, estarían solicitando comida?

"Mi príncipe, hay mucha gente por aquí. Sería conveniente ir por otro camino", comentó el jefe de guardias.

"No es necesario. Bajen todos. Caminaremos. Ustedes lleven a los caballos al otro lado del mercado y esperen", ordené.

Tras bajar de los caballos, comencé a caminar alrededor del mercado. "Fruta fresca, proveniente de Daria", dijo un vendedor. Cuando me acerqué, pude ver que las frutas que vendían provenían de la capital.

"¿A cuánto lo está vendiendo?", pregunté mientras recogía dos frutillas color blanco, llamadas pineberry. Aparte de su color, también destaca por su sabor a piña.

"Mi buen señor, cada una vale dos sils de cobre".

"Deme veinte", le dije al vendedor mientras sacaba un sil de plata.

"Muchas gracias, mi buen señor. Vuelva pronto", dijo el vendedor mientras me alejaba con mis guardias. Mientras comía una pineberry, me dirigí al área donde vendían joyería. Tras ingresar a un pequeño local, lo primero que vi fue una diadema decorada con pequeños diamantes y esmeraldas.

"¿Qué hace un niño en un lugar tan elegante como este? ¡Largo de aquí!", dijo una persona. Los guardias intentaron atraparlo, pero los detuve antes de que se movieran y seguí revisando los anillos, collares y pulseras. El hombre, al ver que lo ignoraba, se apresuró a donde estaba e intentó sujetarme del hombro. Pero para su sorpresa, mis guardias lo sujetaron antes.

"¡Suéltenme! ¡No saben quién soy! Si no me sueltan, hablaré con el príncipe. Él y yo somos cercanos", dijo el hombre, captando mi atención.

"Así que conoces a Su Alteza Imperial", dije fingiendo asombro.

"Sí, mi prima está comprometida con él. Si el príncipe se entera de esto, hará que lo expulsen", dijo el hombre pensando que está a salvo.

"Entréguenlo a los guardias, que lo encierren", ordené y me di la vuelta.

"No pueden hacer esto, no he cometido ningún crimen", gritó el hombre mientras lo sacaban del local, captando la atención de la gente que caminaba por fuera.

"¿Qué sucede aquí? Sueltenlo", dijeron un par de guardias que escucharon los gritos.

"Ese hombre será encarcelado hasta que aprenda de su error", dije, haciendo que los guardias me miraran.

"¿Quién cree que es para dar esa orden?"

Tras hacer una señal, el jefe de guardias dio unos pasos y habló: "Atención, Su Majestad Imperial el Príncipe Arthur Nabókov, decimotercer candidato al trono del Imperio de Bizandria". Tras escuchar lo que dijo el jefe de guardias, todos los presentes se giraron a mí y me reverenciaron.

"Pueden levantarse y continuar con lo que estaban haciendo. Los demás, es hora de ir al cuartel".

"Mi príncipe, perdóneme, yo no sabía quién era usted", dijo el hombre, pero lo ignoré y continué hasta llegar a donde estaba Triana. No tardamos más de quince minutos cuando llegamos al cuartel.

"Abran la puerta y díganle a su comandante que se dirija al patio", ordené, y los guardias, tras ver el emblema imperial, abrieron la puerta y buscaron al comandante. En el interior se encontraban los soldados y reclutas entrenando. En ese momento, el comandante salió y todos los soldados se formaron.

"Mi príncipe, bienvenido al cuartel de Mirza".

"¿Cómo están nuestros hombres?"

"Me complace informarle de que este año hemos recibido a muchos buenos reclutas y el Marquesado de Nara nos ha enviado a un recluta bastante prometedor".

"Me gustaría ver un combate entre sus mejores reclutas".

"Como guste. Despejen el patio. Murat y Dozon al patio, ustedes dos traigan unas espadas de verdad". Tras la orden, los reclutas abandonaron el patio, dejando únicamente a dos reclutas a quienes se les entregó una espada. "Quiero un enfrentamiento limpio. Comiencen". Tras la señal de inicio, el primero en moverse fue Dozon, quien atacó con fuerza a Murat. Debido a una abertura, Murat lo esquivó y obtuvo suficiente distancia. Sin quedarse atrás, Dozon se giró y atacó nuevamente. En esta ocasión, ambas espadas chocaron con fuerza. Durante los próximos minutos, pude contemplar el nivel de batalla que poseían estos dos reclutas. Durante la demostración, consideré que ganaría Dozon, pero para mi sorpresa y la de todos, Murat utilizó una serie de fintas las cuales consiguieron engañarlo y dejándolo desprotegido. Cuando el combate terminó, comencé a aplaudir lentamente al mismo tiempo que me levantaba y me acercaba al patio.

"Felicidades, Murat. Veo que lo que me dijo la otra noche no era mentira. Comandante, quiero que me dé informes regulares de cómo avanzan estos dos reclutas", dijo el príncipe.

"¿Como ordené, mi príncipe? ¿Le gustaría ver otro combate?", preguntó el comandante.

"Vayamos a su oficina. Tengo algunas cuestiones que preguntar", dijo el príncipe. Tras decir esto, el comandante lo guió al interior del cuartel y lo llevó a su oficina.

"Esta es mi oficina, mi príncipe. ¿Qué desea preguntar?", preguntó el comandante.

"Quiero que me marque donde se encuentran los campamentos militares del principado de Mirza, además de la condición en la que se encuentran", dijo el príncipe.

"Sí, mi príncipe. Los campamentos se ubican aquí, aquí y aquí. Además, tenemos soldados que recorren regularmente estas rutas y caminos", comentaba el comandante mientras señalaba cómo los campamentos se ubicaban sobre las dos principales rutas a la ciudad y cómo los demás soldados custodiaban los demás caminos. "Mi príncipe, también debo informarle que los soldados nos han informado de la presencia de lobos de fuego y la de un dragón. Ya he ordenado que los soldados se preparen para partir dentro de dos días".

"Ve al castillo y díganle a los guardias que preparen sus armas. Partiremos dentro de dos días junto a los soldados. Además, que saquen una balista de la torre que vigila el mar", ordenó el príncipe a uno de sus guardias.

"Mi príncipe, es muy peligroso que vaya con nosotros. No tenemos certeza de poder regresar", advirtió el comandante.

"Conozco muy bien los riesgos y estoy dispuesto a correrlos", dijo el príncipe autoritariamente.

Una vez que resolvió todos sus asuntos en el cuartel, ordenó que fueran a la forja para realizar un pedido especial.

"Mi príncipe, aquí está la forja militar como usted solicitó", dijo el comandante.

"Vamos adentro y llamen al jefe de herreros", ordenó el príncipe. En cuanto ingresó, fue golpeado por el calor de las fraguas.

"Mi príncipe, es un honor tenerlo aquí", dijo un enano.

"Mi príncipe, él es el jefe de herreros", presentó el comandante.

"Estoy aquí para solicitar la creación de tres cañones, pero deben de estar listos para dentro de dos días", dijo el príncipe.

"Mi príncipe, no tenía conocimiento de la construcción de un nuevo navío. ¿Pero no cree que solo tres serían muy pocos?", preguntó el jefe de herreros.

"Esos cañones no están destinados a ser utilizados en algún barco, por esa razón, tendrán que fortificar las ruedas lo suficiente para que resistan un viaje hasta este bosque", le dije al jefe de Herreros mientras le mostraba el mapa con la ubicación del dragón.

"Perdone la pregunta, mi príncipe, pero ¿qué ocurrirá en ese lugar?", preguntó el jefe herreros.

"Un dragón ha hecho de este bosque su morada, por lo tanto debemos eliminarlo antes de que cause daños a los campos o a los ciudadanos del principado", respondí.

"Ya entiendo su plan, mis hombres y yo trabajaremos toda la noche de ser necesario, pero no tiene que preocuparse", dijo el jefe de herreros emocionado.

"¿Cuál es su plan?", preguntó el jefe de mi guardia personal.

"La tecnología de los cañones es nueva, a pesar de todo, y desde su creación sólo han sido utilizados en navíos, pero si pudiéramos usar esa misma potencia en tierra, nosotros tendríamos una carta de triunfo ante cualquier enemigo", expliqué.

"Así que planea utilizar al dragón como una prueba para ver la potencia de dichos cañones", concluyó el jefe de mi guardia personal.

"Eso es muy acertado, ya es hora de partir hacia el puerto".

Una vez que abandonamos la forja, nos dirigimos directamente al puerto militar. A diferencia del puerto comercial, en este hay un muro de piedra de ocho metros de alto. En el interior se encuentra el astillero, las barracas y las oficinas del consejo naval. La primera parada fue el astillero, donde los carpinteros estaban construyendo la estructura principal de un navío de tres puentes.

"Mi príncipe, no puede estar aquí, la estructura no es fija y podría ocurrir un accidente", me advirtió un marinero una vez que me vio.

"Está bien, movámonos ahí arriba", les dije a mis guardias y comenzamos a subir unas escaleras. Una vez arriba, contemplé el verdadero tamaño del navío de tres puentes. "¿Cuántos cañones llevará este navío?", pregunté.

"El navío está destinado a llevar más de ciento veinte cañones", respondió el marinero.

"¿Cuál será su nombre?"

"Aún no elegimos un nombre, majestad, pero será el más grande construido hasta el momento y será complicado que pueda navegar".

"Si el navío logra salir a flote, llámenlo Fortuna".

"Así se hará, mi príncipe".

"Ahora lléveme con su almirante".

El marinero nos llevó fuera del astillero y nos guió hacia la oficina del almirante.

"Giancarlo Foscarini, a sus órdenes, majestad", se presentó el almirante tras mi llegada.

"¿En qué condiciones se encuentra el mar imperial?"

"Mi príncipe, la flota imperial recorre cada rincón de este imperio y debo informarle que hemos hundido cada navío pirata que hemos encontrado, pero por desgracia no hemos podido controlar a las serpientes marinas, las cuales hunden nuestros barcos en la primera oportunidad".

"¿Qué sabemos de estas serpientes marinas?"

"Solo son serpientes marinas comunes. Las especialmente peligrosas se encuentran en lo profundo del océano y rara vez atacan una flota".

"Según este informe, estas serpientes atacan a los barcos pesqueros. Si mi suposición es cierta, ellos deben alimentarse de los peces de esta zona", le indiqué al almirante.

"También hemos llegado a esa conclusión, pero necesitamos más información antes de lanzar un ataque".

"No será necesario. Suponiendo que este pescado es su debilidad, creo que sería conveniente que se cargara un barco con suficiente pescado para captar la atención de las serpientes. En la bodega, carguen demasiada pólvora. Cuando las serpientes ataquen el barco, ustedes dispararán al barco y provocarán una explosión lo suficientemente grande para acabar con esa amenaza".

"Podría funcionar. Usted llame a Angelo y a Gianmarco". Poco tiempo después, el marinero regresó con dos hombres a los cuales les expliqué mi plan.

"Podría funcionar. Si colocamos un navío de línea a una distancia adecuada del barco trampa, no tendríamos problemas".

"El único inconveniente sería que alguien deberá guiar el barco hasta la zona de pesca".

"En el primer tramo, uno de nuestros marineros lo llevaría y cuando nos estemos acercando, simplemente abrimos las velas y dejamos que el barco siga solo".

"Mi príncipe, si el plan funciona, habrá salvado al imperio de un potencial problema alimentario", me dijo el almirante mientras me acompañaba de regreso a mi caballo. Debido a la hora, decidí terminar el recorrido y dirigirme de regreso al castillo para cenar y descansar.

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