ADVERTENCIA
Esta historia está llena de descripciones de violencia muy gráficas por lo que es altamente apta para un público mayor de edad. El tiempo de la historia está basada en la historia real y en leyendas del Japón feudal, sin embargo algunos personajes son completamente ficticios.
Algunos términos estarán en japones para darle más presencia a la historia, pero no se preocupen ya que siempre pondré los significados de cada término para que no pierdan el hilo de la lectura.
La historia es una especie de Precuela de mi otro libro Los Ojos De La Luna por lo que se recomienda leer el libro anterior (que está completo), aunque no es necesario precisamente leerlo primero. La historia al contrario que la anterior posiblemente sea un poco más larga y con más capítulos.
Por último, también contendrá un poco de romance tabú por lo que advierto desde ahora que si no gustas de eso, es mejor que des la vuelta y no sigas leyendo.
Dicho esto, espero que les guste la lectura y no duden en preguntar en cuanto tengan dudas.
………….
El período Sengoku (1477-1588) marcó un gran punto de inflexión en la historia de Japón. Durante este periodo el país estuvo envuelto en una gran guerra civil que duraría un siglo.
Los terratenientes se encontraban inmersos en luchas internas por territorios y en la explotación de la mano de obra campesina. Por mucho tiempo, debido a todas estas guerras, el país se sumergió en un enorme conflicto donde las víctimas era la población en general, que siempre se llevaba la peor parte de la guerra.
La violencia y la muerte predominaba en todas partes como un fuego que no podría ser apagado en mucho tiempo, cuando casi un siglo después, por fin Japón logró unificarse.
Sin embargo, esa no era la parte de la historia más importante. Hay una parte que muy pocos conocen y que por mucho tiempo se había mantenido oculta del mundo.
El periodo Sengoku no solo se conoce por marcar la duración de una larga guerra civil; muchas leyendas surgieron en ese período y criaturas impensables para la mente humana nacieron a raíz de las partes más oscuras y sangrientas de la misma guerra. Los llamados Yōkais se convirtieron en una nueva amenaza para los más débiles.
Aunque se consideraba que los Yōkais tomaron más fuerza en el período Muromachi, se cree que todo se volvió peor en el período Sengoku cuando las guerras y la violencia inundaban todo el país como una plaga.
Con el tiempo, estas criaturas se convirtieron en viles leyendas para asustar a los niños, pero en su momento eran muy reales. Esa parte de la historia se encuentra actualmente oculta en numerosos templos sintoístas a lo largo del país. Solo los sacerdotes y sacerdotisas saben que tan real fueron estas historias.
Aunque en la actualidad ya no se ven tantos Yōkais como antes, hay una razón para ello y eso es lo que les contaré en esta pequeña historia. Una historia de amor y dolor, en un pequeño país lleno de sangre y violencia.
Y todo comenzó con la nada…
La parte señalizada en rojo es la Region Chubu que es donde se narrará la mayor parte de la trama.
ISE
⛩⛩⛩
El invierno llegó finalmente luego de un fructífero y caluroso verano que muchos pensaron que durarían para siempre.
Era apenas octubre y la nieve junto con la escarcha ya había cubierto con su manto blanco y frío gran parte del campo y el bosque. El viento gélido sonaba alrededor como un bailarín tenue y omnipresente, junto con un silencio abrumador que incomodaba cada pequeño rasgo de la chica.
Lo único que se escuchaba era el sonido del aire y los lentos pasos de la joven, que con cada paso que daba la pierna se le enterraba en la nieve prácticamente hasta la rodilla.
Era bastante dificultoso para ella caminar en un ambiente como ese ya que en si era bastante bajita pero ya parecía estar bastante acostumbrada a hacer este tipo de viajes.
Su cabello era negro como el carbón, lacio y suave como la seda, y tan largo que le llegaba hasta la espalda baja. Muchas veces había pensado en contárselo, cada vez que el aire soplaba el cabello volaba por todas partes impidiendola ver su camino, sin embargo no había podido evitar sentir cierta nostalgia. El cabello prácticamente se consideraba el alma de una mujer, más en estos tiempos donde la belleza era mucho más importante que cualquier otra cosa.
Este último año había sido muy difícil para ella y casi le era imposible mantenerse en pie por el cansancio que sentía.
Sus mejillas y nariz se habían sonrosado por el frío y de vez en cuando debía sobarse ya que los mocos se le salían, dándole un aspecto bastante aniñado e inocente.
Odiaba el frío.
El verano había sido tan caluroso y placentero que sentía que el invierno solo era un intruso o un enemigo que buscaba atormentar a la humanidad con su gélido aliento.
En su mano izquierda sostenía con fuerza un arco simple de madera y en su espalda colgaba un viejo carcaj con varias flechas que su padre le había hecho hace mucho tiempo para enseñarla a cazar. Junto al carcaj, una hermosa katana con hermosos detalles carmesí colgaba de su hombro dándole la protección y la seguridad que más necesitaba en estos páramos.
Sus habilidades con el arco no se comparaban para nada con su gran talento para las artes marciales. Su padre, mientras aún tenía fuerzas, se había asegurado de darle un duro entrenamiento en el arte de la espada japonesa. Por lo que con solo dieciséis años se había convertido en toda una profesional.
No es que fuera exactamente necesario llevar un arma como aquella por el bosque, pero a veces era mejor asegurarse. Más en estos tiempos tan invernales donde los páramos solían estar llenos de bandidos y desertores de algún combate.
Había estado siguiendo desde hace varios días el rastro de un venado por lo que no dejaba de observar sus alrededores como un depredador vigilante y silencioso en busca de su presa. Finalmente tanta búsqueda y paciencia había obtenido resultados placenteros, tanto para ella como a su estómago hambriento.
El animal se encontraba en el medio de un gran claro, al parecer rebuscando entre la nieve algo para comer. Se veía demasiado joven pero eso a ella no le importó. Necesitaba comer algo bueno esta noche. Ya estaba cansada de las sopas de tomate y las bolas de arroz.
Se agachó rápidamente entre un tumulto de piedras sin dejar de vigilar al ciervo con sus agudos ojos azules como el cielo. Colocó con lentitud una flecha en el arco y estiró con suavidad y fuerza el hilo elástico, apuntando directamente al animal que desconocía lo que sucedía. Aspiró profundamente y sin pensarlo más, en una leve exhalación que se liberó de entre sus labios, soltó el hilo y dejó que la flecha volara directa y silenciosamente hacia el venado. Sin embargo, jamás esperó que la flecha pasara al animal de largo, rozando apenas por su costado.
El venado reaccionó y levantó la cabeza de inmediato al notar la presencia de la muchacha. Ella maldijo entre dientes al ver que la criatura empezaba a correr velozmente sobre sus cuatro patas. Su pelaje marrón claro destacaba aún más entre tanto blanco invernal.
La chica no perdió tiempo y de un hábil salto sobre un pedrusco, emprendió la carrera detrás del animal que ya le llevaba una buena distancia. Sabía que era inútil, pero debía intentar lo mejor que podía ya que su padre necesitaba con urgencia esa proteína y en el pueblo más cercano la carne escaseaba terriblemente.
Al shogun (Señor feudal) de estas tierras parecía importarle más la expansión de su territorio que el alimento de sus campesinos. Era bastante molesto, pero en esta época, la palabra de los shogun era la ley, más ahora que el pais estaba dividido e inmerso en una guerra que cada día tomaba más victimas.
Mientras corría, intentó colocar otra flecha en el arco pero los bruscos movimientos de su cuerpo se lo impidieron y molesta tiró el arco a alguna parte de la nieve y agarró su katana con ambas manos. Aumentó su paso veloz un poco más aprovechando que el ciervo se había desviado para esquivar un enorme pedrusco en el medio del camino. Sin embargo, al contrario que el animal, ella no esquivó el obstáculo. De un salto cogió impulso en la madera de un árbol y luego se impulsó a la cima de la gran piedra grisácea. Desenvainó rápidamente la katana y de un saltó alcanzó al animal.
Con un corte recto diagonal cortó la piel del ciervo. Ella aterrizó en la nieve con bastante habilidad. El animal cayó en la nieve moribundo no muy lejos de ella y la sangre no tardó en liberarse en grandes cantidades, salpicando los alrededores y la nieve pálida.
Sus pantalones de cuero y su capa de caza se manchó del rojo intenso de la sangre en pequeñas salpicaduras casi imperceptibles. Se puso en pie y su cabello se dejó caer en suaves ondas lizas. Se lo apartó de la cara con un ademán molesto de su mano y enseguida se dirigió al venado desangrado.
Suspiró con cierta lástima ya que su intención era matarlo de la manera más rápida posible, pero las cosas nunca funcionaban como uno quería.
Acercó sus manos enguantadas dispuesta a tomarlo pero un sonido a su espalda la alertó y apenas pudo esquivar el hacha que se dirigía a su rostro a gran velocidad.
El momento fue instantáneo.
El lado filoso del hacha apenas pasó por el costado de su rostro antes de que ella lograra esquivarla, lanzándose a un lado directamente hacia la nieve. Retrocedió prácticamente arrastrándose por la tierra gélida hasta que su espalda chocó contra la madera de un árbol.
Delante de ella, su atacante se incorporaba con hacha en mano, listo para terminar lo que había empezado. Era un hombre de estatura promedio y con un aspecto bastante desagradable. Su vestimenta estaba sucia y grisácea, apenas lo protegía del frío invernal. Su kimono estaba desgarrado en la parte de las piernas y en sus pies solo llevaba un par de Gestas (Sandalias japonesas de madera) mostrando sus horribles pies, cuyos dedos se veían azulados, seguramente al borde de la congelación.
Sus ojos pequeños y rasgados miraban a Ise llenos de pura locura y una gran sonrisa de dientes amarillentos se formaba en sus labios al notar que después de todo, era una chica y muy hermosa.
—¿Qué tenemos aquí?
Ise frunció el ceño molesta. Sus ojos azules parecían brillar como diamantes y al notar el anormal color de los ojos de la chica, la sonrisa del hombre desconocido enseguida desapareció de sus labios, como si nunca hubiese estado presente.
—Una… una bru-bruja —bramó con voz temblorosa.
El hacha que sostenía resbaló de sus manos y pronto su rostro que hasta ahora marcaba deseo y expectación, se había convertido en una carcasa de miedo y temor.
Ise se puso en pie sin soltar el mango de su katana y dió un paso hacia el hombre, pero este no perdió tiempo y de inmediato, entre gritos de terror, empezó a correr hacia la dirección contraria, hasta desaparecer entre los árboles.
Ise suspiró con cierto agotamiento y pesar. Ya estaba acostusmbrada a despertar el miedo en las personas debido a sus ojos azules casi blanquecinos e inhumanos. Pero no podía evitar sentirse mal cada vez que sucedían este tipo de malentendidos.
—No soy una bruja… —dijo entre dientes, un tanto molesta consigo misma. Al decirlo de inmediato se arrepintió.
Tal vez, después de todo, las personas no se equivocaban. No es menos cierto que todo lo que toca termina muriendo tarde o temprano de la peor manera. No era una simple casualidad.
...(…)...
Subió las extensas escaleras del viejo templo, cargando al animal sobre sus hombros sin importar que la sangre de este manchara su ropa de caza o su cabello negro como la mismísima noche. A primera vista aparentaba ser una chica pequeña y delicada pero no era así. Ya estaba acostumbrada a este modo de vida desde pequeña y su cuerpo ya se había adaptado a cargar con cosas pesadas por lo que no le presentaba problema alguno subir las extensas escaleras de piedra con el pesado animal sobre su espalda.
El viejo templo era grande, tanto que parecía un antiguo palacio de algún señor feudal de antaño. A medida que subía los escalones, se dedicaba a observar las insólitas estatuas de dragones y demonios que yacían plasmadas a ambos lados.
Cuando finalmente logró llegar a la cima de la escalera de piedra, con el viento soplando a su alrededor, se dió la vuelta y se dedicó a observar la vista que se presentaba desde aquella altura donde se encontraba el templo en la cima de una montaña.
Desde ahí pudo observar perfectamente las ruinas de lo que antes solía ser una ciudad, que como tantos fué destruida por el fuego de la peste y la muerte. Lo que antes solían ser pequeñas casas familiares, ahora se habían convertido en edificaciones devoradas por el paso del tiempo y el polvo.
Ya nadie vivía ahí. Solo ella en este templo y su padre, el cual debía estar esperando por ella.
Al recordar eso rápidamente retiró los ojos melancólicos de la vieja ciudad y caminó con rapidez hacia la entrada del templo.
Abrió los enormes portones de madera con un empujón, provocando que el viento frío entrara apresurado en la fría y oscura estancia. Había incluso más frío allí adentro que afuera. Era difícil mantener caliente un lugar tan grande como este por lo que solo se concentraba en lugares explícitos, como su habitación y la habitación de su padre.
Un enorme salón de rezos se presentaba frente a ella, con sus estatuas religiosas, de las cuales la que más llamaba la atención era la del gran kami* de oro el cual era representado por un viejo espejo de plata, la cual se encontraba en ese momento cubierta por una vieja sábana.
Debía recordar mañana mover la estatua al sótano. No podía mantenerla en un lugar tan abierto como este. Estatuas como estas atraían constantemente visitas indeseadas y no podía permitirse eso.
Siguió avanzando hasta la cocina donde finalmente soltó al animal.
Se dió un baño rápido con un poco de agua y un trapo, para limpiar la sangre de animal en su piel pálida. Cubrió su desnudez con su usual túnica de sacerdotisa, la cual consistía en un kimono sencillo, de una sola pieza blanca que se adecuaba al cuerpo de modo que el lado izquierdo se pliega sobre el lado derecho, con una faja ancha atada con un nudo sencillo a la altura de la cintura llamada obi de color rojo. Y la parte de abajo, la cual consistía en un pantalón holgado igualmente de color rojo con 7 pliegues que representaban las siete virtudes, lo cual le daba un aspecto parecido a un vestido.
Se recogió el cabello negro aún algo húmedo en un moño alto unido por un cordón de color rojo al igual que su vestimenta, resaltando aún más su blanquecina piel casi como el papel.
Se dedicó de inmediato a limpiar el ya muerto animal y a destriparlo para sacarle las vísceras y los órganos innecesarios.
Tomó sus órganos más importantes, como el hígado y preparó un delicioso guiso que según su opinión quedaría exquisito. Lo que sobraba lo guardó en la despensa debajo del suelo de madera de la cocina junto con los sacos de arroz y los vegetales conservados.
Así luce el traje típico de sacerdotisa de Ise
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