Los reyes de Inver por mucho tiempo habían deseado tener un niño, un heredero. A través de su consejero Ralf, le pedían a los dioses que los ayudarán a cumplir su anhelo.
Finalmente, sus plegarias fueron escuchadas y la reina dió a luz a un hermoso hijo varón, al que nombraron Lars.
Lars era realmente llamativo, había heredado el cabello rojo fuego de su padre, la tez de tonalidad dorada de sus antepasados paternos y los ojos verde esmeralda de su madre. Cuando el pequeño yacía en su cuna, parecía que ésta resplandecía con su presencia.
Los padres del niño afirmaban que su pequeño era un rayo del mismo sol que había llegado para bendecir esa tierra.
Orgullosos de su heredero, los reyes decidieron brindar un inmenso banquete, invitando a todo el mundo a su celebración. Invitaron tanto a monarcas vecinos como lejanos y a todos los plebeyos de su reino. Todo el mundo podía asistir a la presentación del pequeño Rayo de Sol.
Fue un día espectacular, los dioses mismos habían despejado el cielo y calmado el clima para asegurar una jornada tranquila y agradable. Todo estaba dispuesto para la presentación del Príncipe Heredero de Inver.
Nublados de felicidad y orgullo, el padre del niño cometió un error trágico que cambiaría la vida de la familia real y del reino entero. Subido al escenario que prepararon especialmente para el evento, con su hijo en brazos, a un lado la reina y al otro su fiel consejo, Ralf, el rey alzó a Lars y lo mostró a la multitud.
"Lars Rayo de Sol, heredero del reino Inver"
Todos los presentes estallaron en aplausos. El niño parecía brillar allí en lo alto, con su cabello rojo, su piel dorada y sus inmensos ojos verdes. Nadie dudaba que su sobrenombre "Rayo de Sol" le quedaba a la perfección.
"Lars será el próximo gobernante en esta tierra. Será un rey justo y bondadoso que llenará de luz y calor a todos" El rey bajó al niño y lo miró con ojos llenos de amor "La reina y yo nos encargaremos que así sea. Serás el sol de esta tierra"
"Señor" Le dijo Ralf acercándose con cautela y hablando en voz muy baja - Sea prudente con las palabras, su majestad.
"¿A qué te refieres?"
"Esta tierra tiene un Dios Sol que nos protege. No queremos ofenderlo."
"No digas tonterías, Ralf. Hasta los mismos dioses están de acuerdo con nosotros." El rey miro hacia el cielo despejado, su rostro iluminado de alegría. "Ellos mismos nos regalaron este milagro, por el que les estoy inmensamente agradecido."
"Si, señor, pero no olvide que ellos son los supremos. Los mortales no debemos compararnos con los dioses... jamás."
El rey ignoró a su consejero, volvió a alzar al niño y a mostrarlo frente a todos.
"Lars Rayo de Sol, enviado por los propios dioses..."
"No diga eso, su majestad... los hará enfadar."
Las nubes del cielo comenzaron a moverse en círculos alrededor de la celebración, solo algunos prestaron atención al extraño comportamiento en el firmamento...
"Protector de nuestra tierra, con su fuerza, luz y belleza guiará a Inver a ser un reino próspero dónde todo el mundo querrá vivir."
"Señor, no intérprete la voluntad de los dioses tan livianamente..."
"La voluntad de los Dioses es clara. Lars es un Dios entre mortales, lo enviaron para gobernar y guiar."
Las nubes se arremolinaron tornandose oscuras. Un viento helado azotó la fiesta, volando mesas, comida y utensilios por todos lados. Los invitados se aterrorizaron por el extraño suceso, todos convencidos que las palabras del rey habían ofendido a los supremos.
De pronto, paredes de hielo comenzaron a brotar de la tierra, apresando a todos los presentes en un corral helado.
"Vaya, vaya... cómo que se ha pasado un poco de la raya, Rey de Inver... " Se escuchó que decía una voz de mujer, imponente y burlona.
"Lo sentimos" Se adelantó a decir Ralf "El rey solo está muy feliz y agradecido por su divina generosidad"
"Es...es cierto" Tartamudeo el rey "No.. fu..fue mi.. inten... intención"
"Pues a mí me pareció que estaba alardeando" Comentó otra voz, está vez de varón "Dejé que llamarán al niño Rayo de Sol, pero compararlo conmigo... eso es demasiado."
"¿Dios Sol?" Preguntó con temor el consejero.
"El mismo."
"¿No vas a decir quién soy yo? ¿Que clase de sacerdote eres?"
"Lo siento, sagrada presencia. No reconozco su voz."
"Obvio que no." Rio la mujer. Una silueta femenina se vio reflejada en el hielo junto a otro masculino, pero no se podía ver sus rostros "Nunca me has invocado, ni rezado."
Ralf lo pensó con cuidado. Él era muy respetuoso de los Dioses, los veneraba a todos ellos, cada uno en su especialidad...
"No... no puede ser..."
"Estúpido mortal. No sirves como sacerdote, por eso la reina no quedaba embarazada."
"Tú... ¿No lo permitias?"
"No, duh"
La Reina dió un paso al frente, sus ojos llenos de lágrimas.
"Lars... él está aquí... porque yo te recé... yo te lo pedí."
"Eras la única con cerebro en éste reino. Lastima que no hayas cayado a tu marido."
"Mi reina..." Ralf la miró con temor e inseguridad "¿Quien es? ¿A quien le ha rezado?"
"A la belleza" Respondió la reina "Le pedí por la belleza de un niño, la belleza del amor de madre que no había podido sentir nunca y que tanto anhelaba sentir."
"¿Belleza?" Se preguntó Ralf desconcertado
"Y vaya que me esmeré con ese pequeño" Se felicitó la Diosa "Lo he hecho casi perfecto"
"¿Porque "casi"?" Preguntó el rey. Ralf se tomó la frente frustrado, no debía cuestionar a los dioses.
"Por que es mortal" Respondió el Dios Sol "Nunca será como nosotros, nunca será un Dios."
"Lo sabemos" Se apresuró Ralf "No quisimos inferir tal cosa. Un humano nunca será como un Dios."
"¿Y crees que con decir eso nos basta?" Pregunto la Diosa "No solo se han atrevido a comparar a ese mortal con uno de nosotros, sino que además, se atrevieron a ignorar mi generosidad."
"Lo siento mucho, Diosa" Le dijo Ralf "Jamás me había fijado..."
"Jamás te habías fijado en la belleza, jamás le has dado importancia. ¿Acaso no hay belleza en los prados de éste reino? ¿En las altas montañas con sus picos nevados? ¿En las orillas del mar que baña las arenas doradas?"
"Si, claro que la apreciamos"
"¿No hay belleza en los días cálidos cómo el que hoy fuera? ¿O en la lluvia cuando riega sus sembradíos?"
"Si, mi Diosa. Hay belleza en todos lados."
"Pues ya no la habrá."
El frío se intensificó. Los mortales, golpeados por la baja temperatura se arrodillaron en el suelo. El césped que antes pisaban se tornó hielo, el hermoso palacio rodeado de hermosas rosas rojas se enfrió tanto que las mismas perdieron su color y sus hojas.
Todos se abrazaron a si mismos buscando calor.
"No tienen derecho a la belleza que da el calor ni el sol" Dijo el Dios Sol con voz furiosa.
"Y no tendrán derecho a la belleza que le he otorgado al niño."
"¡No!" Gritó la reina y corrió hasta su marido, quien trataba de proteger con su túnica a su hijo "Lars es solo un bebé. Él no los ha ofendido y nunca lo hará."
Un remolino de viento y nieve emergió de las paredes heladas, rodeando al rey. El monarca aferró a su niño contra su pecho, esforzándose por defenderlo del ataque helado.
La reina se apresuró a querer ayudarlos, pero el remolino la empujó hacia atrás. Al verse el pecho, dónde la ventisca la había golpeado, vió como se le congelaba el vestido y hasta la piel.
"Reina" Chilló Ralf acercándose a ella.
"¿Qué podemos hacer, Ralf?" Preguntó la reina llorando "Los están matando."
"No podemos hacer nada..." Se lamentó el sacerdote "Es el castigo de los dioses."
"Diosa Belleza, te he rezado y adorado todo este tiempo" Imploró la reina fijando su mirada en la silueta detrás de la pared de hielo "Valoro tu presencia y tu generosidad. Tengo que pedirte clemencia, por favor... no castigues a mi hijo por nuestros errores. Él será un fiel devoto de tu figura, él te adorará cómo ningún otro mortal lo ha hecho. Te lo ruego, déjalo vivir."
"Te concederé tu petición." Respondió la Diosa "En reconocimiento a tus tributos y oraciones. Pero debes prometer, que Lars de Inver será un ferviente adorador de la belleza, de mi figura y mi generosa divinidad."
"Lo prometo."
"En consecuencia a esto... No podrá adorar ni amar a ningún otro ser. Tendrá prohibido admirar belleza si no es a mi propio templo." Se detuvo "Que por cierto, deben construir"
"Lo prometo, Diosa. Lars solo tendrá ojos para su belleza."
"Trato hecho."
La ventisca se disipó, desplomandose la nieve alrededor de la figura del rey. Ralf y la reina se acercaron con cautela, sus corazones inundados de angustia mientras observaban a quien fuera el monarca de aquel lugar, convertido en una fría estatua de hielo.
Todos los presentes observaban atónitos la estatua del rey y se preguntaban por la salud del niño, hasta que se escuchó el llanto del pequeño emerger de entre los helados brazos de su padre.
"¡Lars!" Gritó la reina y se acercó corriendo. Miró el rostro congelado de su marido, se veía la angustia en el rostro de aquel poderoso hombre que buscó proteger a su niño.
"Mi amor... " Murmuró ella, dejando que las lágrimas bañaran su rostro. El niño volvió a llorar y la reina lo rescató de entre el hielo.
El pequeño estaba envuelto en la túnica roja de su padre. La única prenda del rey que no se había congelado. La madre abrió las telas para contemplar una imagen que casi le desgarra el corazón...
El rojo fuego de los cabellos de su niño fueron reemplazados por un blanco puro como la nieve, la piel dorada de sus ancestros ahora era pálida y sus ojos verdes esmeralda, se había vuelto en un azul frío como el hielo. Su pequeño Rayo de Sol se había apagado.
"Mi pequeño ángel..." Murmuró la Reina y quiso tomar sus delicados dedos con los suyos, pero al tocarlos una escarcha helada ascendió por sus yemas, congelándo los dedos que lo habían tocado.
"Es una maldición." Dijo Ralf al ver lo que había pasado con la mano de la reina "A la Diosa no le bastó con su promesa.
"Debo estar agradecida" Respondió ella mirando a su pequeño descolorido "Ha cumplido su palabra. Mi niño aún está vivo. Es todo lo que importa."
El Imperio Farah dominaba las grandes extensiones de tierra del Oeste, incluyendo uno de los oasis más maravillosos de esa parte del mundo.
Aunque estaba rodeado de un cruel desierto, la particular tierra era bendecida con un río gentil que ofrecía agua, frescura y recursos a sus habitantes.
Alrededor del Imperio se habían construido inmensas murallas que protegían a todos de las invasiones o ataques de otros reinos deseosos de obtener las riquezas de las que ellos disfrutaban, pues en el desierto el dueño del agua era el que tenia el mejor tesoro de todos. ¿De qué podría servir el oro y las joyas si ibas a morir de sed en el desierto?
La familia real era adorada por los habitantes del Imperio. El linaje de monarcas se caracterizaba por ser especialmente justos y generosos con el pueblo. Aunque había lujos y privilegios, los emperadores se preocupaban por el bienestar de su pueblo y buscaban ofrecer una buena calidad de vida para todos.
El Emperador y su Emperatriz eran figuras respetadas y admiradas, así también lo era su hijo mayor Farid, quien estaba destinado a sucesor del trono. Las princesas Nabila y Dalia no gozaban de la misma admiración que despertaban los mayores, pero sus rangos les ofrecían respeto.
Lamentablemente Farid nunca llegaría a gozar del poder que ejercía un Emperador. Jamás podría realizar los proyectos que inundaban su mente para potenciar el Imperio y modernizarlo. Sus ideas revolucionarias, que buscaban incorporar tecnología y conocimientos extranjeros a las actividades de la ciudad, solo traerían desgracia.
Era una celebración especial, la más convocante del año, pues esa noche se ofrecía un tributo a los Dioses del Desierto para que les ayuden a tener un año próspero, y al Dios Rio que sus aguas alimentaran los sembradíos para el Imperio y el comercio. Era una fiesta larga, que duraba varios días y noches, cada jornada dedicada a un Dios especial.
La noche 5ta era la favorita de Dalia, pues se homenajeaba a su deidad favorita, la Diosa Hoguera.
La hoguera era más que el fuego, según Dalia, porque no tenía la violencia de lo salvaje que tenía aquel. La hoguera era fuego controlado, que daba calor a los hogares en las noches frías del desierto y ayudaba a cocinar los alimentos. La hoguera representaba la familia, pues alrededor de ella se reunían para contar historias y conversar de sus actividades. La hoguera era pasión, porque despertaba el fuego dentro de los amantes.
Dalia veneraba especialmente a su Diosa y cada noche pedía su protección, por su hogar, por su familia y por un futuro amado (que todavía no conocía, pero sabía que vendría) Por lo que, esa noche, sería la encargada de rendirle homenaje, con un baile especial que llevaba varios meses ensayando. Le mostraría a su Diosa toda su devoción al danzar alrededor de la hoguera principal, ubicada en el centro del patio de palacio.
Estaban detrás de una pesada cortina esperando su turno. Nabila estaba nerviosa, aunque era una excelente bailarina siempre se tensionaba antes de salir en escena...
"Tranquila. Todo saldrá bien" Le decía Dalia tomándole las manos "Hemos ensayado hasta el cansancio, es imposible que salga mal."
"No lo sé, Dalí... " Respondió su hermana con un hilo de voz "Tengo un mal presentimiento."
"¿Que tipo de presentimiento?"
"No sé explicarlo" Nabila llevó sus manos a su pecho "Siento que algo saldrá muy mal."
Dalia la miró con preocupación. Nabila era especialmente perceptiva, muchas veces sus corazonadas eran bastante certeras. Movió la cabeza hacia los lados, tratando de no pensar en ello. Quizás Nabila solo tiene miedo de olvidarse algún paso de baile.
"Yo estaré contigo, hermana." Le sonrió, tratando de transmitir confianza "Si estamos juntas, nada puede salir mal."
El retumbar de los tambores dió la señal. Era hora de salir al escenario y ofrecerle a la Diosa Hoguera el baile especialmente diseñado para ella.
Dalia sonreía con entusiasmo al salir de la cortina y comenzar su ensayado baile.
El vestuario para la ocasión destacaba con los movimientos elegantes de su danza, la larga falda de fina tela que se movía con gracia alrededor de sus piernas, el cinto de monedas doradas que brillaban con el reflejo de la hoguera y la blusa corta de tela semitransparente que dejaba libre su abdomen para que su baile se apareciera con mayor esplendor. El cabello negro y ondulado de la princesa se movía libre y sus ojos oscuros brillaban con alegría y devoción a su Diosa, su piel morena se iluminaba con ayuda del fuego que tanto amaba.
Dalia dejaba su aliento en aquella danza, regalandole su esfuerzo y pasión al elemento que adoraba.
Nabila bailaba junto a ella en perfecta sincronía, pero en su rostro se veía la preocupación que le carcomía por dentro. Dalia reconocía la expresión de su hermana y no podía evitar preocuparse, hasta que los tambores comenzaban la estrofa final de su canción, dándole alivio a la joven. No estaba pasando nada, era solo una corazonada.
Pero entonces, un estruendo detuvo la música. Las hermanas pausaron la danza y un griterío se contagió desde el fondo de la multitud hasta donde estaban ellas.
Una horda de caballeros vestidos con armaduras negras, con sus rostros cubiertos y blandiendo espadas curvadas se hicieron paso cortando cabezas y asesinando a todos los que tenían a su paso. Dalia los observó horrorizada y se volteo a ver a su hermana, quien tenía las mejillas bañadas de lágrimas...
"Nabila..."
"Huye, Dalia. Vete de aquí."Le dijo en tono desesperado. Dalia la tomó de la mano para llevársela consigo
"Nos vamos juntas" Nabila se soltó
"No." Dalia quiso agarrarla de nuevo "Eres la única que va a salvarse. Está destinado."
"¿Pero que ridiculez dices? Vamos, si yo me salvó, tú también."
En ese momento, uno de los violentos caballeros, se abalanzó contra ellas y su espada impactó directamente en el pecho de Nabila.
"¡Noooo, Nabila!" Dalia se quedó paralizada frente a la imagen desgarradora de su hermana cayendo al suelo sin vida. El caballero levantó otra vez su espada y la princesa lo miró con rabia "Maldito, ¿Porque están haciendo esto?"
El guerrero bajó la espada con violencia, Dalia no pudo atinar a moverse, pero antes que impactará sobre ella, su hermano Farid interpuso su espada antes que él atacante lograra tocar a la princesa.
"Vete de aquí, Dalia"
"Pero, hermano"
"¡Vete ya! Yo me encargaré de estos traidores"
Obedeció a su hermano, sabiendo que no había nada que ella pudiera hacer para ayudar.
Su imperio ardía, los invasores habían usado el fuego de la hoguera para encender antorchas ycon ellas quemar todo a su paso.
Su hogar, su familia y su futuro ardían al calor del fuego salvaje.
Vió tres caballeros negros acercarse con violencia. Siguiendo las órdenes de sus hermanos, se echó a correr. Ignoró las imágenes abrumadoras que se le cruzaban en su carrera y continúo su desenfrenado camino al costado del río, buscando la salida de la Ciudad Imperial hasta su desembocadura en el mar.
Los caballeros que la seguían, por sus monturas, se veían impedidos de sortear obstáculos con la misma agilidad que ella. Eso compensaba la velocidad de los caballos y le permitía avanzar en su búsqueda de supervivencia.
Llegó a las orillas del océano. Antes de dejarse guiar por el Dios Rio, decidió mirar hacia atrás. Las lenguas de fuego danzaban cruelmente mientras devoraban su Imperio. Dalia se preguntó si el resto de su familia había sobrevivido al ataque... No tenía tiempo de averiguarlo, sus perseguidores estaban muy cerca.
La princesa se zambullo en el mar. Comenzó a nadar hacia las tierras que se veían del otro lado del ancho camino de agua. Aunque se veían lejanas, confiaba en que podría llegar hasta allá.
Los caballeros tenían difícil el avance por el mar. Mientras que Dalia sentía que las aguas estaban calmas, a ellos parecía que los detenía impidiendo avanzar. La joven agradeció al Dios Rio, convencida que era su fuerza la que detenía a los perseguidores.
Lo que el río, ni el mar podían ayudar, era en la fuerza que necesitaba para llegar. Dalia sentía que el peso de aquella ardua carrera comenzaba a debilitar sus piernas y brazos. El agua de mar se sentía pesada, se le metía por la nariz y por la boca cuando sus brazadas no lograban ser lo suficientemente certeras.
Estaba cansada, asustada y devastada por lo que había sucedido en su ciudad. La adrenalina le bajaba y el instinto de supervivencia la abandonaba. Dejó de nadar, cerró los ojos y se rindió.
Llegó a la orilla opuesta empujada por las olas. Estaba inconsciente cuando su cuerpo tocó la superficie, pero el frío intenso de aquel suelo la obligó a despertar.
La arena le resultó extraña, nunca había sentido una tan fría ni había visto tan blanca. Quizás no se trataba de arena. La tocó con curiosidad, era muy fría y su textura no se sentía como nada que ella hubiera conocido.
Levantó la mirada y se encontró con un inmenso paisaje blanco. Avanzando por ese suelo desconocido, se encontró con la entrada a una especie de bosque. Los árboles tenían los troncos grises, bañados por esa sustancia blanca que encontró en el suelo, las hojas y vegetación también eran blancas.
Dalia sintió la fuerza del frío. Ni siquiera en las noches más frías del desierto había sentido nada igual a ese clima. Era extraño y dañino, su cuerpo temblaba y los dedos desnudos de sus pies se entumecian por el contacto con ese suelo.
El sonido del relinchido de un caballo la hizo ignorar el paisaje. Miro hacia atrás para comprobar que los insistentes caballeros seguían detrás de ella.
Volvió a correr, sus pies hundiéndose en esa superficie blanca, le dolían los dedos y su vientre desnudo se lastima a con las ramas secas que rasguñaban su piel.
Fuera del agua, los caballos eran más eficientes. La alcanzaron rápidamente, saltaron por encima de su cabeza y se colocaron frente a ella, destrozando un arbusto gris y blanco que había en el camino.
"Hasta aquí llega tu aventura, princesa." Dijo uno de los caballeros, alzó la espada y su filo descendió sobre ella. Dalia lo esquivo, pero logró darle al costado de su vientre.
El suelo blanco se tiñó de rojo. Dalia se arrodilló en el suelo por el dolor. Los caballeros chocaron sus puños en señal de felicitación.
"Te concedo el golpe final" Dijo el que ya la había herido. El otro levantó su espada "Te reuniremos con tu familia, princesa"
Pero antes que él filo cayera sobre ella, una ventizca poderosa los atacó de entre los árboles. Los caballeros intentaron luchar contra el viento y la marea de fragmentos blancos que los atacaban, pero está se volvió más intensa, cubriéndolos por completo.
Dalia sintió el dolor de su herida, miró su mano ensangrentada mientras la conciencia volvía a abandonarla.
Cayó rendida sobre el suelo blanco, su sangre brotaba manchando aquella arena desconocida.
Lars pasaba sus tardes en el jardín blanco de su inmenso castillo esculpiendo. Era un amante del arte, especialmente de las esculturas y disfrutaba plasmar todo lo que veía en estatuas cuidadosamente detalladas.
Por las mañanas, solía salir a caminar por el bosque, buscando animales o plantas que llamaran su atención para luego crear sus representaciones en hielo.
Fue una mañana muy temprano cuando escuchó que el bosque se alteraba. Las aves salieron volando por el cielo claramente asustadas y pequeños mamíferos se refugiaron entre los arbustos del jardín de palacio. Si había algo que enfadaba al rey de aquella tierra, era que molestaran a los animales a quienes consideraba sus amigos.
A paso enfadado se adentró en el bosque buscando el motivo de aquel alboroto. Escuchó el relinchido de caballos, el crujir de ramas arrancadas y el alboroto de hojas de los arbustos siendo arrancadas. Lars se enfurecía con cada sonido, nadie tenía permitido dañar su preciado bosque y quien fuera el atrevido, sufriría un castigo helado.
Encontró a los culpables, eran tres personas. Vió a dos hombres corpulentos con armaduras negras levantar sus espadas contra una mujer que huía de ellos. La mujer fue herida por uno de ellos, la sangre roja tiñó la nieve blanca y Lars se perdió un segundo en observarla.
Durante toda su vida, lo único que él había visto era el blanco de la nieve, el azul del hielo y del mar, el gris de los árboles y alguna tonalidad de marrón en los animales del lugar. Pero nunca había visto un color tan vivo como ese rojo. Prestando atención, las ropas de la mujer también eran de un color rojo muy llamativo y Lars sintió una profunda curiosidad.
El otro caballero levantó su espada dispuesto a rematarla y fue en ese momento que Lars decidió intervenir. Se quitó uno de sus guantes y estiró la mano, dejando salir una fuerte ventizca que se origina ena punta de sus dedos y atacaba con crueldad a los caballeros.
Cuando Lars alivió la fuerza de la tormenta de nieve y se disipó la ventizca, de los caballeros solo quedaban dos estatuas de hielo.
El rey se acercó a las estatuas con una mueca de desagrado. Nunca había hecho esculturas tan grotescas y deformes cómo esas dos. Las odiaba.
Las miró con analítico detalle, las posturas retorcidas de los hombres que intentaron librarse de la nieve, los rostros con expresiones tan desesperadas que demostraban lo terrible de los poderes de Lars y los caballos, atrapados en un castigo que no merecían. El rey acarició las esculturas de los caballos lamentando su padecimiento, cerró los ojos y le pidió perdón a su Diosa
- Oh, Diosa Belleza, quien seguramente intervino en la creación de tan perfectas criaturas. Lamento que hayan sido utilizadas para dañar nuestro bosque y que hayan tenido que caer en el castigo. Si solo tuviera el poder de derretir mi propio hielo, le aseguro que haría lo imposible por volver a la vida a estás majestuosas creaciones.
Un grupo de ardillas blancas se animaron a salir de entre las ramas de los árboles. Lars las conocía bien, eran cinco revoltosas que solían invadir su castillo en busca de comida...
- No van a encontrar nada para comer aquí - Les dijo riendo, pero los pequeños roedores no estaban interesados en comida.
Descendieron del tronco del árbol con agilidad y se acercaron a la mujer que yacía en la nieve, cuya sangre pintaba la predominante blancura.
- Oh, la había olvidado - Confesó Lars y se acercó a ella. Las ardillas la olfateaban con curiosidad, evitando el charco de sangre - Que extrañas ropas lleva - Susurró el joven, observando esa tela semitransparente que jamás había visto en su tierra.
Lars se quitó su capa y cubrió a la mujer con ella.
- Morirá de frío de todas formas - Razonó - O desangrada.
Las ardillas lo miraron con una expresión de reproche en sus pequeños rostros
- ¿Que? No hay nada que yo pueda hacer.
Las ardillas comenzaron a chillar todas juntas y Lars revoleo los ojos.
- Saben bien que no las entiendo. No importa cuánto chillen.
Se dio media vuelta para marcharse, pero un majestuoso ciervo blanco le bloqueó el camino. El rey lo había visto en varias ocasiones y tuvo la oportunidad de esculpir su figura un par de veces. Era una criatura imponente de admirable porte. El ciervo le hizo un gesto con la cabeza y Lars resoplo molesto...
- ¿Usted también? - Se dio media vuelta y observó a la mujer tendida en el suelo - ¿Desde cuándo se preocupan por los humanos?
El ciervo lo empujó gentilmente con su nariz y Lars se rindió a tan increíble gesto, pues el ciervo jamás le había dejado acercarse antes y ahora él mismo accedía a tocarlo, así fuera para obligarlo a ayudar a aquella desconocida.
- Ustedes ganan. - Dijo finalmente - Después de todo, son lo más sabio en estas tierras.
Se arrodilló en la nieve, cortó un trozo de sus ropas y rodeó la herida de la chica alrededor de su cintura. Luego, la tomó en brazos y se la llevó del lugar.
- No se hagan ilusiones - Los animales lo seguían en su ruta de vuelta al castillo - Todas las personas que se me han acercado, han terminado como estatuas.
Vio el rostro de la mujer. Sus rasgos exóticos llamaron su atención, nunca había visto a alguien como ella.
- Al menos será una estatua distinta.
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El palacio tenía muchas habitaciones, todas vacías. Lars no tenía idea de dónde estaría mejor su inesperada huésped, juzgando sus ropas y por como le había afectado el frío, pensó que la mejor opción sería una habitación cerca de la cocina, quizás allí se sintiera algo más de calor.
La cama no tenía mantas ni sábanas, así que tuvo que dejarla sobre el colchón e ir a buscar algunas. Él no solía necesitar abrigo, pues estaba muy acostumbrado al frío, así que entró a un cuarto que alguna vez fue ocupado por su cuidador Ralf. El consejero era bastante friolento y solía cubrirse con muchas pieles.
Rápidamente la eligió algunas que parecían abrigadas y volvió a la habitación donde había dejado a la muchacha.
Colocó una sábana para cubrir el colchón, luego acomodó a su ocupante para, en último paso, cubrirla con una piel muy gruesa.
Se dio cuenta que al recibir el calor de aquella manta, la chica dejó de temblar (no se había fijado en esa vibración continúa) Se quedó observándola unos instantes, sintiendo mucha curiosidad.
Nunca había visto a alguien como ella, con cabellos tan oscuros, con vestimentas tan reveladoras; sus labios eran más gruesos que los propios o de las personas que había conocido, su nariz también era más pequeña y recta, sus pómulos no eran tan pronunciados cómo la gente de su tierra. Estaba claro que venía de un lugar muy distinto y Lars estaba muy interesado en conocer todas esas diferencias.
Notó que había sangre manchando la sábana. En su cabeza comenzó a pensar en que cosas necesitaría para curarla. Él no solía lastimarse y nunca había curado a otra persona...
Salió apresurado hacía la habitación de Ralf otra vez. Entrar allí le daba mucha nostalgia y tener que hacerlo por segunda vez lo perturbaba. Preferiría no tener que invadir la morada de su cuidador, pero no sé le ocurría mejor lugar para buscar elementos para curar.
Hurgando en la habitación encontró dos pequeñas estatuillas de hielo con forma de ratón una y de ave la otra. Eran de sus primeras creaciones, se notaba la torpeza de su esculpido y lo errado de sus detalles. No sabía que Ralf los había guardado, verlo le dio una sensación muy extraña, un calor en su pecho que hacía muchos años no sentía.
En el ropero vio las pieles que solía usar su cuidador. Eran enormes, pues Ralf era un hombre muy alto y, además, muy exagerado. Lars solía burlarse se la extrema necesidad que tenía por cubrirse. No pudo evitar una risilla por eso y luego cerró el armario.
Buscó en el escritorio de Ralf donde encontró varios escritos, plumas y libros. Pero nada de medicinas o cosas para curar.
Resignado, iba a marcharse cuando vio una pequeña caja de madera bajo la cama. La tomó arrastrandola por el suelo y al hacerlo se oía el golpeteo de botellitas de vidrio
Al abrir la caja, encontró lo que estaba buscando. Allí había un rollo de venda y algodón que le serviría para curar y cubrir la herida. Al ver los frascos, leyendo sus rótulos, descubrió que eran medicinas. Algunas indicaban que eran para resfriado (normal en Ralf), pero lo que le sorprendió fue encontrar uno para quemaduras, ¿Para qué las necesitaría? El frasco estaba bastante usado, Lars se preguntó si su cuidador solía quemarse seguido.
Tomó los frascos que indicaban que eran para heridas y volvió a la habitación de su huésped con la cabeza llena de preguntas.
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