Ha pasado bastante tiempo desde que comencé a escribir Mia Ragazza, conforme escribía iba imaginando nuevas cosas que añadir, dejando varios temas incompletos y capítulos fuera de la trama principal, además de dejar de lado el desarrollo de varios personajes que he querido abordar para darle un buen toque a la novela.
Por lo cual; en está nueva versión de Mia Ragazza habrán más detalles y cambios en varios capítulos.
Espero que las personas que ya habían leído está novela les agrade la nueva versión, y aquellas que es la primera vez que leen la novela; muchas gracias por darle una oportunidad.
♪Jacquie♪
Sinopsis
Abrí lentamente los ojos, desconociendo mi entorno y lo que pasaba en ese momento, estaba tan agotada y adolorida que no quería moverme, a lo lejos escuché gritos, mucho ruido... El aroma a algo quemarse me picó la nariz y posteriormente me caló en la garganta, desatando una terrible tos que lastimó aún más mi cuerpo, los pulmones me ardían debido al humo respirado y a la posible agua que había tragado... El frío me calaba en los huesos, poco a poco iba desaparecido, no sabía sí mi cuerpo se estaba apagando o mi entorno se estaba calentando, pero se sentía realmente cómodo.
Mi mente comenzó a crear escenarios nuevamente; una cama enorme, caliente, mullida... Un aroma varonil, fresco y delicioso, el calor corporal de aquella persona que tanto había amado.
Imaginé que sus brazos me rodeaban con firmeza y me levantaba del frío piso de madera en el que me encontraba tirada, cerré los ojos para poder disfrutar aún más de mi imaginación.
Unos segundos más tarde en verdad sentía como unos brazos me envolvían, podía sentir el calor que emanaba su presencia y el aroma a quemado fue sustituido por el de un olor ligeramente intenso, cómo a especias, posiblemente canela o incluso menta.
Me dejé sumir por el cansancio, el dolor y el repentino calor que sentía en ese momento, caí en un sueño profundo que no se cuanto duró, sólo sé que al despertar… No sabía en donde me encontraba, no reconocía el lugar, pero estaba sobre una enorme, mullida y caliente cama, cubierta con sábanas suaves y calentitas, la alcoba era grande, las paredes de madera se veían elegantes al igual que los pocos muebles que había dentro. Era rústico y elegante.
Salí de la cama lentamente, miré mis manos, mis dedos se sentían extraños y había vendas blancas rodeándolos, el dolor que antes aquejaba mi cuerpo había desaparecido, me sentía un poco adormilada, no distinguía si era por haber despertado recientemente o si se trataba de algún medicamento.
Las piernas me temblaron cuando intenté caminar, la incomodidad en mi abdomen y costillas era extraña, como si hubiese hecho mucho ejercicio y mis músculos estuviesen adoloridos.
Una larga bata de suave tela color blanco me llegaba hasta los tobillos, era de manga larga que incluso cubría por completo mis manos, era holgada y cómoda.
Me dirigí al ventanal, lo abrí con algo de dificultad debido a mis dedos vendados, el sol se metía lentamente por el oeste, inhalé una bocanada de aire fresco, el color de los árboles y las hojas esparcidas por el extenso jardín que tenía delante de mí me daba a entender que ya era otoño, amaba el otoño, amaba ver como el color de las hojas de los árboles cambiaba, crucé los brazos para cubrirme de la brisa fresca, no quería moverme de mi lugar, quedé maravillada con la hermosa vista que me brindaba el lugar.
Enormes extensiones de pasto, árboles en distintas tonalidades y las hojas secas que estaban siendo arrastradas por el aire… Casi era como un bosque.
—Amore, despertaste. —la voz ronca y varonil de alguien sonó detrás de mí, me giré sorprendida.
Un hombre alto, de piel blanca, cabello color caoba, facciones sutiles, pero varoniles y unos lindos ojos azules me miraban con satisfacción.
—¿Amore? —pregunté frunciendo lentamente el ceño.
—Sí, cariño, ¿cómo te sientes? —tomó mis manos, su piel era suave y calentita—. Estás helada.
—No tengo frío. —miré sobre mi hombro derecho para seguir mirando el paisaje, me sentía algo confundida, pero por alguna razón… No me sentía incomoda al verlo, sentía que lo conocía y los latidos desbocados que comenzó a dar mi corazón confirmaban que ya conocía al hombre, sus labios besaron mi frente con cariño antes de sonreír un poco.
—Estaba tan preocupado, tuviste un accidente, estuviste en cama por mucho tiempo, ¿te duele algo? —frunció levemente el ceño, sus facciones se llenaron de preocupación.
—No, me siento desorientada, pero no me duele nada. —imité su gesto.
—El doctor dijo que era normal la desorientación, te diste un golpe muy fuerte en la cabeza y puede que tengas amnesia temporal, pero no te preocupes, yo estaré contigo para ayudarte a recordar. —caminó hacía el interior de la alcoba, llevándome de la mano.
Volví a mirar sus ojos y fue como una punzada en el pecho.
—Nat. —susurré, los ojos le brillaron con alegría, incluso con picardía y maldad juntas.
—Sí mi amore, ¿sabes quién eres? —me miró expectante.
—No. —susurré cohibida, no recordaba mucho de mí, ni siquiera me había mirado al espejo para ver mis facciones, no recordaba el color de mis ojos ni el de mi cabello, ni cuantos años tenía ni siquiera recordaba con exactitud mi nombre.
—Tú eres la prometida, la mujer, el amor y la niña del Capo de la mafia italiana, eres intocable. —tomó mis mejillas con cuidado antes de pegar sus labios a los míos en un beso tierno que aceleró aún más los latidos de mi desbocado corazón, era tan alto que tuvo que inclinarse bastante para evitar que yo levantara tanto el cuello.
El aroma que desprendió me alteró los sentidos; canela y menta.
La piel comenzó a picarme, las manos me temblaron y como pude; abracé su cuello para evitar que se separara, de repente todo explotó en mi cabeza, como si ese beso fuese el detonante para hacer explotar la bomba de recuerdos que me invadieron en pocos segundos.
Lo recordé todo, quien era, en donde estaba y que había pasado.
Me separé de golpe y miré al hombre, él simplemente sonrió, volvió a tomarme de las mejillas y susurró suavemente sobre mis labios, sin romper el contacto visual conmigo, su aliento me embriago debido a la menta que emanaba de sus suaves, calientes y carnosos labios.
—Nessuno vale la pena guardare negli occhi la mafia…
Pamela Iblin Giles
Miré por la ventana, solté un suspiro profundo e hice una mueca de aburrimiento fatal. No entendía la mayoría de las decisiones que mis padres tomaban al respecto de nuestras vidas, pero está en particular había sido una tontería monumental.
¿En qué época vivíamos? ¿Acaso aún estaba de moda intercambiar hijas por dinero? Sí es así; quisiera que cambiaran a mi hermana por una vaca, siempre quise tener una vaca.
—¿Por qué nosotras tenemos que venir? —pregunté ya que sólo le habían prestado suprema delicadeza y atención a mi hermana mayor, papá soltó un suspiro de agotamiento como si yo no tuviese remedio y hablarme le hiciera morir más rápido... Ojalá que así fuese.
—Por qué yo lo digo. —respondió a las malas, rodé los ojos, mamá me dio un pellizco en la pierna.
—Auch. —me quejé sobando mi piel.
—Respeta a tu padre, no le hagas esos gestos. —me reprendió, puso su atención en mi hermana mayor, le sonrió con ternura y acomodó su cabello—. Eres preciosa mi amor.
Volví a rodar los ojos con discreción, me sentía sofocada, como si algo pesado estuviese sobre mí y me impedía llenar mis pulmones de oxígeno.
—Gracias mami. —sonrió levantando el mentón.
—¿Y yo mami? —preguntó Nastya, mi hermanita de 10 años, mamá la ignoró—. Mami. —insistió.
—Guarden silencio. —nos miró molesta, Nas bajó la mirada, después me miró y yo le guiñé un ojo, sonrió un poco, la imité.
Estire la mano, ella igual, entrelazamos nuestros meñiques y sonreímos aún más, amaba a mi hermanita con locura. A veces imaginaba que sólo éramos las dos, todo era mayor felicidad cuando ella y yo estábamos solas en casa jugando e imaginando cosas que nos ayudaban a sobrellevar la espantosa realidad a la cual habíamos sido obligadas a vivir.
Minutos más tarde llegamos a la lujosa y enorme mansión, en donde mis padres la miraban como si fuesen perros hambrientos frente a un jugoso y enorme trozo de carne, me daban asco, los odiaba cuando tenían ese tipo de comportamiento avaricioso y altanero.
—Es enorme. —mi hermana mayor llamada Charlotte miraba el terreno con ojos enormes y brillantes una vez que bajamos del auto, ella había heredado todo lo malo de nuestros padres y sentía lástima por ella.
—Serás dueña de todo esto. —papá apretó sus hombros y avanzaron, Nas y yo nos quedamos detrás de ellos, tomé su mano.
—¿Qué ves con tu pequeño y bonito ojito? —pregunté, ella miró en todas direcciones.
—Veo, veo... Algo enorme de color blanco y forma de delfín. —dijo, imité su acción de mirar alrededor de mí, había varios adornos en forma de delfín color blanco. Al parecer a la familia le encantaban los delfines.
—¿La fuente? —indague.
—Fría. —negó.
—¿Los adornos que están en el césped?
—Tibia. —retuvo una risa.
Subimos las escaleras de la entrada, fingí pensar mucho, incluso añadí suspiros de frustración que la hicieron soltar pequeñas risitas que me alegraban la noche.
—¿Las luces de la entrada? —levanté una ceja.
—¡Sí! —soltó una carcajada, mamá nos miró como si quisiera borrarnos el rostro de una bofetada, nos pusimos serias antes de entrar a la mansión cuando las enormes puertas se abrieron.
Las definiciones de extravagante, moderna, lujosa y majestuosa se quedaban cortas al tratar de describir la mansión. Así que simplemente puedo resumirlas en un enorme WOW.
—Bienvenidos a nuestro hogar, adelante. —una mujer de cabello negro y hermosos ojos grises nos recibió, saludó con efusividad a mis padres y Lottie.
—Muchas gracias, Maritza. —sonrió mamá. Nos saludó con un beso y abrazo cálido que ni nuestra propia madre nos había dado jamás.
—Que hermosas hijas. —nos miró con ternura que se sentía... Extraña, como esa clase de ternura que te ves obligada a demostrar delante de los hijos de otras personas.
—¿Verdad que sí? Son mis princesas. —papá sonrió engrandecido, no pude retener la sonrisa burlona que apareció en mi rostro mientras entrábamos a la sala, el piso brillaba tanto que parecía reflejar nuestro andar, era de una fina madera bien pulida, las paredes combinaban con el piso, todo era colores crema y oscuros que resaltaban ligeros detalles al igual que los adornos finos que había en todos lados, dejé de detallar la gigantesca mansión para prestar atención en la sala en donde 2 hombres y 2 chicos estaban perfectamente vestidos, cambiados y muy guapos.
—Les presento a mis hijos, Jackson; el mayor. —lo señaló sutilmente. Era el más alto, rubio, de ojos grises y barba creciente, ya era un adulto.
—Un gusto. —besó las manos de nosotras y le dio un firme apretón a papá.
—Después sigue Daniel. —señaló al castaño de ojos gris oscuro, era el segundo más alto y con cuerpo tonificado, imitó la acción del mayor.
—Un gusto.
—Nathan tuvo un problema con su traje y tardará un poco... Aquí tenemos a los mellizos; Karl y Kennedy. —le sonrió a los menores, eran unos adolescentes de unos 14 años quizá ya que aún tenían facciones muy sutiles y suaves, como cuando estás en la última etapa antes de comenzar a desarrollarte.
—Hola.
—Un gusto. —dijeron, uno tenía ojos grises azulados y el otro tenía ojos azul grisáceo.
—Lamento llegar tarde, Nathan bajará enseguida. —un hombre de cabello castaño y potentes ojos azules llegó.
—Buena noche Santiago, un gusto. —se adelantó papá.
—Christopher, al fin te conozco en persona. —se saludaron muy amigables antes de saludarnos a nosotras.
—Mi esposa Arleth, mi hija Charlotte, Iblin y la pequeña Nastya. —papá nos presentó, sonreí un poco, me miró durante unos segundos antes de asentir con una sonrisa forzada.
—Mujeres muy hermosas, eres afortunado. —miró a papá, eso le hinchó el ego. Pasamos al comedor en donde sirvieron una cena lujosa, algo que nunca pensé en cenar, más que nada porque era alérgica a los mariscos.
Simplemente me quedé mirando como todos comían, uno de los gemelos me miraba ocasionalmente antes de mirar mi plato y seguir comiendo, yo apenas había tocado la comida, no quería picarla ni mucho menos jugar con ella.
—¿No te gustan los mariscos? —preguntó el chico de ojos gris azulado.
—Soy alérgica. —respondí antes de apretar los labios, arrugó un poco sus cejas.
—¿Y por qué no lo dijiste antes? ¿quieres otra cosa? —ladeó un poco el rostro, de repente todos nos miraban.
—¿Pasa algo? —preguntó la mujer.
—Es alérgica a los mariscos. —respondió el chico.
—Lo siento mucho, no sabía. —se disculpó.
—No es verdad, simplemente no le gustan. —negó mamá—. Iblin, come.
—Es verdad, ¿recuerdas la última vez que comí camarones? —fruncí el ceño, me miró amenazante al igual que papá, bajé la mirada al plato. Mi pecho dolió y sentí que los ojos me ardían.
—¿Te gusta la sopa de verduras, Iblin? —preguntó Maritza.
—Sí, pero esto está bien. —me aclaré la garganta antes de dedicarle una mirada rápida con una sonrisa fingida.
—Yo quiero sopa. —dijo uno de los gemelos.
—Yo también. —secundó el otro.
—También traigan un plato para ella. —añadió el primero, en pocos minutos ya me habían cambiado el plato, la sopa se veía y olía deliciosa. Probé una cucharada y era absolutamente deliciosa. Comencé a comerla con más ganas, tomé un trozo de pan, lo mordí antes de seguir comiendo, sentí la mirada de alguien, miré a mi costado, Lottie me miraba de mal modo mientras mis padres hablaban con Maritza y Santiago.
Levanté una ceja, ella se enfocó en su plato y siguió comiendo tranquilamente, entonces me di cuenta de que yo estaba inclinada sobre la mesa y estaba comiendo demasiado rápido, sentí que las mejillas me ardían de pena.
—Deberás de hacer mucho ejercicio cuando regresemos a casa después de comerte todos esos trozos de pan. —susurró de manera ácida lo suficientemente bajo como para que sólo yo escuchara.
—Apenas fueron dos. —me limpié la boca con la servilleta.
—Aun así, ya ni te cierran los vestidos. —se burló, mi pecho volvió a doler, la sopa me supo amarga y mi apetito se había esfumado como si fuese humo en un día con mucho viento.
Terminaron de cenar, porque yo ya no pude comer, el postre eran copas de frutas con una crema líquida color gris claro, no me apetecía probarla, Lottie no me dejaba de mirar como si fuese su fenómeno personal de circo y eso me estaba irritando.
—Vamos, come. —me animó y yo negué, ella insistió tomando la cuchara llena de frutas y crema para llevarla a mi boca.
—Basta. —me alegué un poco, la cuchara chocó contra mi barbilla, la crema y frutas cayeron en parte de mi pecho y regazo sobre la servilleta.
—Niñas. —nos regañó mamá.
—Fue un accidente mami, Iblin es remilgosa, ya no quiere comer. —Lottie se limpió las manos. Evité mirarla, me mordí los labios.
—Por favor, llévenla al baño. —pidió Maritza, quité con cuidado la servilleta, me limpié un poco la crema de mi pecho y me levanté para seguir a una mucama.
Me llevó a un pasillo a la derecha, abrió la segunda puerta y entré, me lavé las manos y con un poco de agua terminé de limpiar la pequeña mancha de crema que había en mi vestido color melón. Luché contra las tremendas ganas de llorar que me aniquilaban el pecho.
Sentía que estaba temblando, estuve dentro hasta que me calmé, eso me tomó varios minutos, incluso en el pasillo de regreso al comedor tuve que caminar lento para llenar mis pulmones de oxígeno, apreté el centro de mi pecho con mi mano izquierda tratando de buscar fuerza para retomar mi postura erguida. El final del pasillo casi estaba conectado al final de las escaleras en donde un hombre bajaba pausadamente... Como yo lo hacía cuando no quería llegar al final de los escalones. Vestía un elegante traje color musgo, pude ver su cabellera negra, su altura y su musculatura lo hacían ver... Intimidante.
De repente su cabeza se giró en mi dirección y juro por Dios que hasta dejé de caminar y respirar, fue como una especie de... Mirada que te paralizaba, apenas alcancé a mirar sus ojos, eran parecidos a los de Santiago, no tardé mucho en sospechar que quizá él era el hijo que faltaba en la reunión. Regresó la mirada al frente y llegó al final de las escaleras y siguió caminando hacía el comedor.
Yo lo seguí a una distancia prudente, fingiendo que no lo había visto antes ni que el desgraciado me había robado el aliento, literalmente. Caminé rápidamente a mi lugar y me senté.
—Buen provecho, buenas noches, lamento mucho la tardanza, los trajes no son lo mío, ni hecho a la medida me quedó bien. —sonrió algo tenso.
—Eso te pasa por dejar todo a última hora. —le regañó su madre. Todos se levantaron de las sillas y caminamos nuevamente a la sala, los gemelos caminaron con el hombre de cabello negro.
—Por cierto, mi nombre es Nathan. —se presentó cuando todos llegamos a la sala.
—Nathan, un gusto conocerte, mi nombre es Christopher Giles. —papá sonrió y estrechó la mano del hombre en un exagerado saludo.
—Señor Giles. —el hombre asintió.
—Mi esposa Arleth. —presentó papá.
—Señora Giles. —tomó la mano de mamá y dejó un pequeño beso en sus nudillos.
—Mi hija menor Nastya.
—Hola. —mi hermanita sonrió ajena a todo, a veces quisiera ser como ella.
—Hola pequeña. —Nathan sonrió un poco saludando a Nasy de la misma manera que a mamá.
—Mi hija mediana Iblin.
—Buenas noches. —me miró con los ojos más azules y perfectos que jamás había visto en mi vida, eran como 2 zafiros electrizantes, él era demasiado alto, se tenía que inclinar un poco y yo levantar mucho el cuello para mirarlo.
—Un gusto. —tendí la mano, la tomó, quise ignorar la extraña sensación cuando su enorme y cálida mano tomó la mía, fría y pequeña, pegó sus labios en mis nudillos sin dejar de mirarme.
¿Por qué me miraba tanto? Me mareaba que me mirara de esa manera.
Presentaron a Nathan y Charlotte, de ese modo pude detallarlo más discretamente, su cabello negro al igual que su madre y esos hermosos ojos azules, era como una perfecta mezcla de ambos. Su nariz fina, mandíbula bien definida, ligeramente cuadrada, los pómulos marcados sin llegar a exagerar, sus gruesas cejas perfectamente formadas y su piel blanca era brillante, podía jurar que incluso más suave que la mía.
También se notaba que hacía ejercicio porque cada vez que movía los brazos, los músculos se le marcaban debajo del saco que resaltaba su piel y cabello.
De repente todos hablaban con todos, Nasy con los gemelos, mis padres con los padres de Nathan y sus hermanos mayores... Nathan con Charlotte quien no paraba de parpadear con coquetería, sonreír con seguridad ni tampoco podía despegar los ojos del hombre.
Oficialmente me sentía celosa de ella, veía que Nathan le prestaba toda su atención y por un momento quise que... Anhele que alguien me tomara en cuenta al menos por unos segundos. De repente Lottie bajó la mirada con las mejillas rojas, apreté los dientes, él me miró, vi que sus labios se curvaban ligeramente hacía arriba en una pequeña sonrisa apenas notable con la cual hizo que un diminuto hoyuelo se formara en su mejilla derecha.
Me quedé en blanco sin saber que hacer, simplemente separé un poco los labios para respirar lentamente antes de también sonreírle un poco, Lottie volvió a mirarlo y él regresó su atención a ella.
Ambos se veían tan bien juntos que eso fue como un golpe a mi autoestima y un recordatorio de que esta historia era de ella y no mía, que ella era la protagonista que se quedaba con las cosas buenas y yo apenas era un personaje secundario irrelevante en su vida, de aquellos que pueden morir y nadie les prestaría atención ni lo extrañaría porque no hicieron nada importante.
En esta historia yo no tenía ningún protagonismo... Ni lo tendría en mucho tiempo...
Habían pasado varios días desde la cena en la mansión Webster... Así era el apellido de esa familia que era italiana, yo aún no me podía quitar de la mente los hermosos ojos de Nathan. Ni había dejado de pensar en él.
Comenzaba a sentir algo que no debería sentir en ese momento, estaba aterrada y complacida a partes iguales, quiero decir; Nathan era bastante guapo y no podía dejar de admirar su rostro que había quedado plasmado en mi memoria, se veía que tenía una piel suave, su mandíbula era definida, nariz fina y ligeramente respingada, labios apetecibles color rosa pálido, cabello perfectamente despeinado... Lo tenía todo para ser el hombre más apuesto que había visto en mi vida.
Después de todo no había visto a tantos hombres así en mis escasos años de vida, tomé un color azul y pinté círculos en mi cuaderno de dibujos, combiné varios colores y crayones tratando de imitar el color zafiro electrizante de ese hombre, pero nada se asemejaba a ese color, era como un nuevo tono de azul, porque incluso un zafiro se veía insípido al lado de sus ojos.
—¿Qué haces? Supongo que ya terminaste con tú rutina de ejercicios. —me sobresalté al escuchar la voz de mamá, me levanté de la cama y la miré.
—No... —murmuré.
—Por Dios Iblin, ya no te queda ningún vestido, te estás poniendo demasiado gorda. —me miró molesta mientras sacaba mi escasa ropa del vestidor, me lanzó varios vestidos y me hizo ponérmelos delante de ella.
Lo que mamá no entendía era que ya no tenía 13 años, hace 3 meses había cumplido 15 años, había crecido bastante, tanto de altura como de... Anchura de cadera y pecho.
—Mete el estómago. —me ordenó jalando la tela de mi cintura para cerrar el cierre que estaba en mi espalda.
—Ya no puedo. —me quejé sin aire.
—Maldita sea. —bufó jalando la tela de mi espalda, lastimó debajo de mis axilas y en mi pecho, volví a quejarme por el dolor de la tela apretada a mi alrededor, volvió a jalar, volví a quejarme antes de que la tela se rasgara—. Es imposible, ya rompiste otro vestido. —me dio un manotazo en la nuca que me dejó el cuero cabelludo ardiendo al igual que mis ojos.
Salió de mi alcoba mientras yo retenía las ganas de llorar, poco después volvió a entrar, me lanzó una faja.
—Póntela. —ordenó, me quité el vestido, la tela elástica color negro apenas me cerraba de los primeros ganchos que estaban a la altura de las costillas.
—No me queda. —hice fuerza para unir los ganchos y sujetar otro par.
—Es tú problema, dentro de 4 semanas debes de enganchar los últimos ganchos sí o sí, ¿entendiste?
—Mamá...
—No mereces que gaste dinero en ti para comprarte más ropa sólo porque ya engordaste. —me miró con desprecio antes de dejarme sola otra vez.
Seguí batallando para ponerme la faja, era casi imposible que me cerrara por completo y era aún más imposible que cerrara los últimos ganchos, eran como 10 centímetros de diferencia. Quizá quitándome costillas podría conseguirlo, pero no con dieta y menos en tan poco tiempo.
Escuché ruidos extraños provenientes del pasillo, me giré, Lottie me miraba burlona mientras hacía ruidos de cerdo.
—Madura. —rodé los ojos.
—Lo siento, no entiendo el lenguaje de los cerdos.
—Parece que sí, porque hace unos segundos hacías como uno.
—Tienes razón, es que hablo con mi hermana que es como un cerdo asqueroso. —comenzó a reír, caminé hacía ella, cerré la puerta en su rostro y me acosté en la cama en donde logré cerrar los ganchos de la faja, sentí que los pulmones se me apretaban.
Recordé los ejercicios de respiración que había visto en internet para poder acostumbrarse a usar fajas o corsé.
No estaba taaaan gorda, es sólo que ya no tenía una buena digestión como antes y que mis caderas comenzaban a tomar forma redondeada al igual que mis pechos.
Eso era lo que me gustaba ya que siendo menor que Lottie tenía más cuerpo que ella, pero eso sí, ella era mucho más delgada y alta que yo, era esbelta y hermosa.
Estuve todo el día con la faja y no podía estar más incómoda, se enrollaba a la altura de mis costillas y en mi vientre cada vez que me sentaba o me movía mucho. Jugar con Nasy fue una tarea agotadora y sofocante.
—¿Por qué usas eso? —preguntó confundida.
—Tengo que usarlo, ya no me quedan muchos vestidos. —volví a acomodar la incómoda tela negra.
—¿Cómo quieres que te queden los vestidos de hace años? —levantó una ceja—. A mi tampoco me quedan muchos vestidos.
—Es que ya estás creciendo muy rápido. —sonreí un poco.
—También tú.
—¿Por qué no vemos una película? —cambié de tema.
—No.
—¿Segura?
—Segura, quiero dormir. —se frotó sus ojitos.
—¿Te cuento una historia? —propuse.
—No Pampam. —se fue a su cama.
—Bueno, entonces me quedaré aquí y...
—No es necesario, ya no soy una niña pequeña. —negó varias veces, me aclaré la garganta.
—Apenas tienes 10 años. —fruncí el ceño con diversión. Ella me miró seria.
—¿Por qué actúas así?
—¿Cómo?
—Como si no te importara nada de lo que dicen nuestros padres y por dentro te lastima mucho, se te ve en los ojos que siempre quieres llorar. —se acostó en la cama. Sentí que se me iba el aire y no por producto de la faja.
—Es difícil de explicar y anhelo que tú no tengas que pasar por esto. —pasé saliva con dificultad.
—Bueno. —me dio la espalda, la desesperación me golpeaba el pecho con violencia, estaba harta de sentirme así, ella tenía razón, pero yo no podía hacer nada al respecto.
Lo que más me gustaba de la avaricia de mis padres era que pasaban casi todo el día fuera de casa y la mayoría de las veces se llevaban a Lottie con ellos, eso era como un respiro para mí. Volví a mi alcoba en donde seguí pintando varias hojas de colores, casi siempre pintaba dos hojas de un color y dibujaba algo simple en ellas.
Pero en esa ocasión estaba bastante inspirada, miré ambas hojas llenas de los círculos azules, tomé un poco de papel y tallé un poco sobre estas para difuminar las diversas tonalidades de azul que había pintado hace horas, al finalizar se veía como una paleta de acuarelas que fácilmente podría ser un mar o un cielo en primavera.
Tomé un bolígrafo negro de punta fina, pero después lo cambié por un lápiz y comencé a dibujar lo que sería el tallo de una rosa, una rosa que ocupaba casi toda la hoja del cuaderno mediano. Una vez en el parque vi a un chico darle rosas azules a una chica y el tono azulado de ellas casi se asemejaba al color de ojos de Nathan.
Así que decidí reprimir mis sentimientos y emociones en ese dibujo porque odiaba cuando mi mente se ponía a crear falsos escenarios en donde yo ocupaba el lugar de Lottie, eso era prácticamente imposible.
Yo no era ella... Pero anhelaba serlo, por el simple hecho de que Nathan podría estar con ella... ¿Para eso era la cena, no? Para que se conocieran y posiblemente arreglar un matrimonio entre ellos. ¿Los padres de Nathan serían capaces de hacer eso? ¿También les habían arreglado un matrimonio a sus hijos mayores? ¿Qué edad tenía Nathan? Lottie apenas cumpliría 18 años en unos meses, aún era menor de edad.
Estaba casi segura que Nathan ya pasaba de los 20 años, se notaba en la postura que tenía, era imponente al igual que Santiago y sus hermanos mayores.
—Ya basta de pensar tonterías, Pamela. —susurré para mí misma mientras perfeccionaba el dibujo con el bolígrafo negro que iba a utilizar al principio.
No lo terminé porque tenía que ir a hacer mi rutina de ejercicios, el entrenador personal de la familia llegó a la misma hora de siempre, como mis padres no estaban; yo sería la única que haría ejercicio, me gustaba más así porque podía hablar con Johan con mayor libertad.
Me cambié de ropa y bajé, fui al jardín trasero en donde había una especie de circuito armado meticulosamente. El entrenador personal esperaba por mí, era un hombre alto, moreno de cabello negro casi rapado y muy musculoso, tenía un aspecto amenazador, pero era la persona más amigable que jamás había conocido en la vida.
—Hoy haremos piernas y glúteos, ¿lista? —me sonrió con diversión, lo imité.
—Lista. —asentí, amaba ejercitar piernas y glúteos, me dejaban con un dolor delicioso que me hacía olvidar mis problemas.
—¿Llevas puesta una faja? —se colocó unos guantes.
—Sí.
—¿Me dejas verla? —se acercó, levanté mi blusa, hizo una mueca— ¿Problemas otra vez?
—Sí, tengo que cerrarla por completa en menos de un mes.
—Eso no será posible a menos que te rompas las costillas y te quites intestinos, ¿cuándo van a entender qué cada persona tiene una genética diferente? Tú y Lottie no son la misma, no entiendo a tú madre. —negó con frustración.
—Yo tampoco la entiendo. —murmuré.
—Quítate ese trapo, te traje algo que te va a encantar. —se fue por una mochila negra, comencé a quitarme la faja que después de usarla todo el día me había dejado sofocada, respiré con fuerza, vi que me entregaba una nueva faja y unos guantes para pesas color gris oscuro—. Esta sí te queda. —sonrió un poco.
Me la puse y en efecto, me quedaba perfecta, ajustaba lo necesario y se sentía el soporte en la espalda baja.
—Gracias Johan. —le sonreí.
—Esas sonrisitas no harán que tenga piedad de ti. —levantó una ceja.
Encendió el equipo de sonido en donde música workout comenzó a sonar con potencia, hice los calentamientos que él me decía, el jardín era lo suficientemente grande como para trotar alrededor de el varias veces, así que eso hice, corrí durante más de 20 minutos como calentamiento antes de hacer la rutina más... Intensa de pierna que jamás había hecho.
Jamás me habían ardido las piernas como ese día, me dolían los muslos y debajo de los glúteos al igual que las pantorrillas y los cuádriceps.
—¿Ya te cansaste? Aún falta glúteos. —me miró divertido desde arriba, yo estaba tirada en el césped con la respiración agitada, sudando como... Un cerdo y casi escupiendo un pulmón al igual que con el vómito en el esófago.
—¿Hace cuánto no vomitaba durante el entrenamiento? —mi voz agotada y agonizante lo hizo sonreír aún más.
Maldito, él disfrutaba del sufrimiento ajeno.
—Hace 3 semanas vomitaste cuando hiciste flexiones y sentadillas con salto. —me recordó—. Pero sí tienes que vomitar, hazlo.
—No, ya pasó. —me senté lentamente, todo me daba vueltas, me dio una tolla con la cual limpié todo el sudor de mi rostro y cuello, me dio la mano para levantarme y la acepté.
Seguí con el entrenamiento hasta que terminé, me despedí de él y subí a mi alcoba para ducharme y quitarme la faja empapada de sudor, la lavé con mucho cuidado con un jabón suave y la dejé secando en la sombra.
Volví a ponerme la otra faja ajustada, me salté la cena, pero tomé agua y algunos suplementos alimenticios que se habían convertido en mis mejores amigos desde que tenía 12 años.
Estaba tan agotada que apenas me acosté en la cama, me quedé dormida después de quitarme la faja porque no dormía cómoda con ella.
A la mañana siguiente en el desayuno tenía demasiada hambre y para mi mala suerte mis padres estaban en casa, las piernas me dolían muchísimo al igual que los glúteos, todo eso sumando la incomodidad de la faja y mi apetito era demasiado para soportar.
En mi plato había pocos trozos de frutas; papaya, manzana y 3 uvas verdes, había jugo de naranja y... Sólo eso. Me senté y tomé el tenedor.
Miré de reojo el desayuno de Nasy, eran huevos revueltos con tocino y pan tostado con mermelada, mi boca se hizo agua, pero lo disimulé tomando un sorbo del ácido jugo, claramente no era temporada de naranjas y no le iban a poner azúcar a mi bebida.
Lottie comió su desayuno que eran panquecas con demasiada exageración, me hice oídos sordos comiendo los trocitos de fruta.
—¿Ayer hiciste la rutina de ejercicios, Iblin?
—Sí. —respondí.
—Rompió otro vestido. —le contó a papá. Lottie soltó una risita.
—Cómprale otro. —respondió con simpleza.
—No vamos a gastar dinero comprando vestidos sólo porque la señorita está engordando. —me miró con desprecio, me terminé mi jugo de naranja.
—Sí gastas dinero en cosas patéticas no veo porque no puedas gastar dinero en algo que al parecer te pone molesta, para evitar eso simplemente cómprale otros vestidos y ya dejas el drama. —le dijo con fastidio, a papá no le interesaba nada de nuestras necesidades siempre y cuando hubiese la manera de regresarle el favor con más dinero.
A veces sentía que nos miraba como una inversión; invierte dinero en nosotras para casarnos con alguien que tuviese dinero y así obtener más dinero... Como lo ha estado haciendo con Lottie desde los 16 años.
—Sí ella tiene vestidos nuevos, yo también quiero vestidos nuevos. —frunció el ceño.
—A ti te quedan perfectos los vestidos, mi amor. —mamá suavizó la mirada.
—Pero ya no tengo vestidos nuevos.
—Pero aún te quedan los que tienes. —papá se exasperó—. En ese caso dale tus vestidos a Iblin.
—No le quedan porque está gorda. —soltó, fruncí el ceño.
—No quiero tus vestidos, son horrendos. —negué mirando a papá, él a su vez me miró con fastidio—. Por favor. —insistí tratando de mirarlo para convencerlo de que me compré ropa de mi talla.
—Lottie ya gastó su dinero mensual en el tratamiento para el cabello, uñas y demás, Iblin ni Nastya han tenido nada nuevo en mucho tiempo, le diré a la niñera que las lleve a comprar un par de cambios de ropa, sólo eso. —advirtió, evité sonreír.
—Sí papá, gracias. —asentí, mamá siguió reclamando y papá la ignoró al igual que a Lottie que no paraba de quejarse sobre la injusticia de la situación.
Me levanté luego de un rato junto con Nasy, ambas nos arreglamos a la espera de la niñera que llegó minutos después, recibió órdenes de papá sobre 3 cambios de ropa y 3 vestidos elegantes cada una, le dio una tarjeta y la niñera de nombre Clara Barrón. Una mujer que nos cuidaba desde que yo tenía 3 años, ella tenía un hijo llamado Samuel, era un par de años mayor que yo y había días en los cuales pasábamos tiempo con él cuando mis padres viajaban y ella tenía que quedarse en nuestra casa cuidándonos y como es madre soltera; tenía que llevar a Samuel con ella.
Ese día dijo que Samuel estaba en casa de su hermana, así que tendríamos una tarde de compras muy agradable.
Estar con ella se sentía diferente, era como la vida que siempre soñé con tener; cantar y reír en su auto mientras planeábamos los lugares a donde iríamos.
Sólo fuimos a un par de tiendas, una que vendía ropa casual y del diario y otra en donde estaban los vestidos elegantes, aunque también aproveché para gastar un poco de mis ahorros semanales en las ofertas de ropa de segunda mano o bazares.
Por menos de 20 dólares compré más cambios de ropa, incluso le compré algunas blusas a Nasy ya que ella gastaba su dinero en dulces y no la culpaba, yo también quisiera gastar mi dinero en dulces, mi estómago gruñía cada vez que pasaba delante de un puesto de comida y el delicioso olor me hacía salivar.
A Nasy le dieron ganas de ir al baño, así que Clara la llevó mientras que yo me sentaba en una banca con las bolsas a mi lado, no aguantaba el hambre, me dolía la cabeza y tenía ganas de vomitar debido a la acidez estomacal. Miré el techo del centro comercial para pensar en otra cosa, respiré con fuerza. Bajé un poco la mirada, vi que una mano se movía con mucha energía en el segundo piso.
Un chico estaba casi sobre el barandal saludando energéticamente a alguien que se encontraba en el piso de abajo, el cabello rubio oscuro me parecía familiar, un chico idéntico al primero también se giró y saludó de manera más discreta, dudaba mucho que me saludaran a mí.
Para asegurarme de eso me acomodé en la banca y miré discretamente a mi alrededor, no había nadie que prestara mucha atención a ambos chicos. Volví a mirarlos, ambos me miraban con una extraña mueca, un chico me señaló y volvió a saludar, fruncí el ceño, aún así levanté la mano para saludarlo, ambos sonrieron. A su lado un hombre castaño con lentes de sol hablaba por teléfono. De repente lo vi... Una cabellera negra apareció detrás de los chicos, despeinó sus cabezas y los hizo girarse hacía él, uno de los gemelos me señaló y Nathan me miró, volvió a dedicarme esa ligera sonrisa que me puso la piel de gallina.
Maldita sea...
Nuevamente no supe cómo reaccionar, Nasy me sacó de mi ensoñación cuando se plantó frente a mí y me dio un cono de helado.
—No había de sabor fresa, pero te traje uno de vainilla. —sonrió, tomé el cono pequeño.
—Gracias, nena. —sonreí un poco, ellas se sentaron a mis lados, Nasy comenzó a contarle a Clara sobre una película que había visto, yo miré discretamente hacía arriba, ya no había nadie.
Lamí el helado que comenzaba a derretirse con facilidad debido al clima del lugar.
Volví a imaginar cómo se veía Nathan hace pocos minutos, mirándome desde la altura como si fuese una especie de ser divino y posiblemente lo era.
Porque tanta belleza no era normal, no era legal y era difícil de olvidar.
Yo misma me estaba dañando y dudaba mucho que pudiera olvidarlo una vez que caí en el efecto que provocaba Nathan...
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