La triste historia de cómo Nereida Hammer arruinó su vida, fue el principal tema de conversación por todo el reino.
Hija primogénita del Marqués Morrison Hammer, héroe de guerra, y general del ejército Real, Nereida quería seguir los pasos de su padre y por lo tanto, nunca fue la típica dama de sociedad, ni tenía intenciones de serlo.
Nunca asistía a los bailes sociales, a no ser que estuviera obligada, rechazaba cualquier invitación a una fiesta de té, detestaba los compromisos, y las bodas concertadas, a la vez que juraba que nunca iba a casarse. Era el dolor de cabeza de su madre, y siempre que su esposa no lo estuviera vigilando, también el orgullo de su padre.
Además, había otra cualidad en la chica que le dio cierta fama, y la hizo conocida mucho antes de su trágico final. Nereida Hammer, detestaba con toda su alma a los hombres infieles. Lo había visto mucho en el pasado, pese a vivir alejada de la sociedad noble, las noticias de infidelidades, o que a una persona importante se le habían descubierto dos o más hijos bastardos, eran el pan de cada día. Todas esas historias, alimentaban más odió a la alta nobleza, y la hacían reforzar su promesa de dedicarse a la vida militar, y nunca relacionarse con ese mundo tan podrido, sin embargo, en una fiesta a la que su madre le obligó a asistir, ocurrió aquello que la hizo famosa, y que también la llevaría a su triste final.
En una esquina, un pequeño grupo de hombres conversaban de manera amena, y Nereida, que deseaba estar lo más alejada posible de la fiesta, estaba a cierta distancia de ellos, a la superficie como para escuchar, sin querer, partes de sus conversaciones.
Escucharlos hablar de dinero, y cuáles eran las mejores opciones para invertir, no le provocó ninguna reacción, el trató con madre era permanecer en esa fiesta hasta las 9, y Nereida solo miraba un gran reloj de pie junto a ella, y maldecía que las manecillas fueran tan lento.
Sin embargo, cuando el tema pasó a que al mayor del grupo, tenía una aventura con una de las criadas de su casa, Nereida paró las orejas, y empezó a estar más pendiente de la conversación.
"Solo es una chica tonta que viene del campo" era como la describió aquel hombre.
"Debería estar agradecida de que le haya dado trabajo" repetía cada cierto tiempo con una sonrisa sibilina.
"¿Si se embaraza? Bahh, le daré algo de dinero y la enviaré devuelva a su pueblo, es una estúpida si pretende que haré algo más" Al comentario final, le siguieron las risas y la aprobación general de todo el grupo, y Nereida por su parte, estaba roja de ira, con los puños tan apretados que sus uñas se clavaron en sus palmas, y rechinando los dientes de tal manera, que podía ser escuchado por cualquiera que pasara cerca.
Dejando que la ira la domine, Nereida caminó en su dirección, y apartando al grupo que la miraban desconcertados, le plantó un puñetazo en la cara de aquel hombre, que lo mandó a volar por casi 5 metros. Su padre, el General Hammer, con sus 2.03 metros, era el hombre más alto y fornido del reino, y ella, habiendo heredado sus genes, y habiendo desde muy pequeña cambiado las fiestas y clases de baile, por las espadas y el duro entrenamiento militar, con su 1.91 metros, era la mujer más alta del reino. Es por eso, que aquél hombre fofó y regordete, quedó completamente fuera de combate por ese único puñetazo que le partió la nariz, y lo hizo estrellarse contra una mesa.
Cuando su sangre se enfrió, y fue capaz de racionalizar lo que había hecho, Nereida tuvo miedo a las represalias que pudieran haber contra ella y su familia, sin embargo, rápidamente cayó en cuanta de algo que hasta ese día había ignorado, ella y más que nada su padre, eran personas importantes en el reino, y aquel insignificante conde al que había dado un puñetazo, carecía de la influencia o el dinero para siquiera reclamar. Aprovechándose de la sociedad noble que tanto detestaba, ese día fue vista como una heroína, y la única dueña de la verdad.
La historia del puñetazo recorrió el reino a una velocidad impresionante, y las razones del mismo fueron exageradas y se contaron una infinidad de versiones, sin embargo, todas tenían como base el hecho que aquél conde engañara a su esposa con una humilde criada, y la merecida ruina social y económica lo volvió a golpear apenas salir del hospital.
Pese al regaño de su madre, Nereida no sufrió ningún tipo de represalia, solo tuvo que hacer la promesa de asistir a más fiestas, debido a que ese era el único castigo que surtiria efecto en la chica, sin embargo, por una extraña serie de coincidencias que en el futuro se pondrían en su contra, en la siguiente fiesta en al que asistió, una escena similar a la pasada volvió a ocurrir, y envalentonada porque ahora su objetivo era vizconde de una familia casi en la ruina, Nereida no dudo apenas en darle un puñetazo en el estómago, y una patada en la entrepierna cuando aquel hombre se quiso defender.
La historia volvió a recorrer el reino en un par de días, y Nereida, se volvió el terror de los hombres infieles. Por las calles se contaba, que si eras descubierto engañando a tu esposa, Nereida Hammer aparecería para darte una golpiza, y si eras tan valiente o estúpido como para intentar responder, esta vez, era el General Hammer el que estaría en tu espalda para llevar tu nombre a la ruina social y económica.
Pese a que en la opinión pública sus víctimas se contaban por decenas, la realidad era que aquel evento solo había ocurrido unas escasas 5 veces, Nereida como es obvio, no era omnipresente, y llegados a cierto punto, fue su propia madre la que le prohibió asistir a más fiestas, mientras que le repetía una y otra vez, que si continuaba con esa actitud, tarde o temprano se iba a meter en un problema del que ni ella ni su padre podrían sacarla.
En paralelo a su historia, había otra madre quien tenía una infinidad de problemas con su primogénito, a su 20 años, el príncipe había rechazado a todas sus pretendientes, y también había amenazado con nunca casarse, en pos de preferir irse a vivir aventuras, descubrir lugares inexplorados, y llegar a sitios que solo existían en cuentos.
Tanta era la insistencia de la reina por qué su hijo abandonará tanta estupidez infantil, sentará cabeza y tomará una esposa, que hizo organizar la mayor fiesta en la historia del reino, una en la que todas las jóvenes nobles en edad de casarse estaban obligadas a asistir, entre tantas jóvenes damas alguna debía cautivar el corazón de su hijo, y debido a que el príncipe siempre rechazaba a sus pretendientes debido a que estás solo parecían quererlo por su estatus, hizo que la fiesta fuera una mascarada.
Aunque Nereida no quería asistir, y su madre no quería que fuera, la orden impuesta por la reina era absoluta, la familia Hammer había jurado lealtad a la corona desde hace generaciones, y hasta una petición tan simple, era una orden absoluta para el viejo general, y así, sin que nadie pudiera evítalo, Nereida fue a regañadientes a la fiesta que marcaría su deshonroso final.
Fue en esa fiesta donde Nereida conoció a Susan Heart.
La historia que Susan le contó a Nereida era terrible. Pese a estar disfrazada, y nunca haberse visto, era imposible confundir a Nereida, solo había que dar con la chica más alta en la fiesta y darás con ella.
Con lágrimas en los ojos, Susan juraba que el único error en su vida fue enamorarse de la persona equivocada. Bruno Jardaz, el primogénito del Conde Jardaz, pese a estar comprometido, había jugado con los sentimientos de Susan. Con promesas de amor eterno, y terminar su compromiso para casarse con ella, ese desalmado la había llevado a su recámara para desflorarla, y cuando hubo obtenido lo que quería, no volvió a hablar con ella, e incluso usaba la influencia de su casa para mantener alejada a la chica.
Llorando a lágrima viva, Susan le contó a una Nereida roja de ira, que había logrado descubrir que Bruno asistiria a esta fiesta con una máscara plateada, y el disfraz de Nocheblanca, el intrépido ladrón del folclore popular, que según las historias, robaba a los ricos para dárselo a los pobres.
Fue ahí, que comenzo la fatal lista de coincidencias que llevaron a la caída en desgracia de Nereida.
La primera de todas, es que Susan estaba mintiendo. El joven Bruno Jardaz, tenía una excelente relación con su prometida, y siempre había rechazado cualquier insinuación de Susan, y debido a que esta última le había tirado una botella de vino en la cabeza durante una discusión en una fiesta, era verdad que el chico usaba la influencia de su familia para mantener a Susan alejada. Fue por eso, y por la noticia de contraería nupcias la próxima primavera, que Susan explotó, y conociendo la historia de Nereida, cuando la vio llegar a la fiesta de máscaras, la chica montó aquella historia.
La segunda gran conciencia, fue que en aquella mascarada donde habían más de mil invitados, solo había una persona con el disfraz de Nocheblanca.
Sin embargo, la tercera gran coincidencia de aquella noche, fue que Bruno Jardaz, había sufrido una pequeña emergencia familiar, por lo que tuvo que retirarse temprano, sin embargo, cuando el chico salía por una puerta, otra persona con el mismo disfraz, entraba por la otra.
La cuarta gran coincidencia, fue que todos sabían que el primer príncipe asistiría con una máscara dorada, y el disfraz de Oberon, el legendario Rey que había unificado a los pueblos y fundado el reino. Sin embargo, mostrando un verdadero interés por la idea de su madre de organizar una fiesta donde los nombres y el estatus no valían nada, el príncipe Fausto, se dijo que era una tontería que todos supieran quién era él, así que obligado a su mejor amigo a ocupar su lugar y vestir el disfraz de Oberon, el príncipe esperó escondido a que la fiesta llegará a su mejor momento, y luego salió de su escondite vistiendo una máscara plateada, y el disfraz de Nocheblanca.
Entrando en el momento exacto en el que el otro salía, es por eso que aquella noche se dio la impresión de que solo había una persona en vestir como Nocheblanca, y estando este rodeado de media docena de chicas jóvenes, con las que intentaba coquetear con nulo éxito. Nereida creyó que había dado con el correcto.
Un puñetazo que se hizo escuchar por encima de la música y las conversaciones en el salón les llamó la atención a todos, sin embargo, al ver a una mujer muy alta de pie, y un hombre tirado en el suelo en un pequeño charco de sangre, hizo que la historia fuera clara como el día, el terror de los hombres infieles, Nereida Hammer se había cobrado una víctima más. Ese era el plan que Susan Heart había ideado, al ser golpeado por Nereida, sea en verdad un hombre infiel o no, para la sociedad no importaba, Bruno Jardaz vería su reputación destruida, su matrimonio arruinado, y cuando no le quedará nada, Susan le abriría los brazos para consolarlo, sin embargo, el silencio se hizo en la sala cuando el príncipe en su disfraz de Oberon, salió corriendo para llegar a lado del supuesto infiel.
Quitándose su máscara, un rostro desconocido por muchos apareció, sin embargo, un grupo muy reducido sabía que aquel chico era Nicol Breno, el guardaespaldas del príncipe, y su mejor amigo, y por ende ya se imaginaban lo peor.
Cuando la máscara de Nocheblanca fue retirada del joven inconsciente, el silencio se hizo en aquella sala donde había más de mil personas. Esa noche al volver a casa, nadie hablaría de cómo Nereida Hammer, el terror de los hombres infieles se había cobrado una nueva víctima, en cambio, todos contarían como una loca violenta, había atentado contra la vida del príncipe del reino.
Las críticas y los reclamos no se hicieron esperar, y la Reina, tan iracunda como una Leona a quien atentaron en contra de sus cachorros, quería que la cabeza de la joven Nereida le sea presentada en una bandeja de plata.
La influencia del general Hammer había llegado a su límite, siempre había podido cubrir a su hija y hacer callar a las personas que había atacado en el pasado, pero al ser ahora un miembro de la corona la víctima del ataque, si el general se ponía de lado de su hija, iría en contra del juramento centenario que los Hammer tenían con la familia real. Aquel viejo general se veía en la obligación de elegir por el amor por su patria a la que le había dedicado la vida, o el amor a su hija, quién era su mayor orgullo. Evitando elegir un bando, el general Hammer movió todas las influencias que tenía para al menos el castigo de su hija se redujera, y cobrando una antigua deuda de honor con el Rey, logró cambiar la sentencia de muerte, por una de exilio.
Nunca volvería a ver a su hija, pero al menos tendría la certeza que está no moriría tan joven. Y con algo de suerte, podría rehacer su vida en otra parte del mundo.
Fue una suerte extraña que en el juicio tuvieran otro aliado.
El propio príncipe Fausto había aparecido en el juicio de Nereida, pero lejos de atacar a la chica, su intención era defenderla. Había descubierto la mentira de Susan Heart, y la declaraba a ella como la mente maestra en el atentado, Nereida solo había sido una víctima en el plan de la chica, y por la confusión en los disfraces de Nocheblanca, las cosas habían terminado de esa manera.
En sus palabras, todo el asunto era una historia divertida, digna de contar en una tarde aburrida, y que todos recordarán con unas risas en unos años cuando alguien les pregunte por lo que había ocurrido en la mascarada.
Por un momento, debido a que el príncipe no parecía tener intenciones de juzgar a Nereida, y no parecía guardarle rencor a la chica, el ambiente en el juicio se relajó, y ya se hablaba de una posible absolución.
Lamentablemente, había alguien para quien nada de la historia tenía el menor chiste. La Reina estaba harta, la fiesta que con tanto esfuerzo planificó, había terminado en un fracaso, el honor de su hijo se había mancillado, su esposo le había dado la espalda, el juicio se había convertido en un circo. Todo estaba saliendo contrario a sus deseos, y esa chica, esa chica estaba en medio de todo. Así que, si había que darle un castigo más suave al no ser del todo culpable, la Reina tenía el castigo perfecto.
En una esquina del reino, estaba el ducado Lumiere, era una zona apartada y casi olvidada en la que nadie tenía intenciones de visitar, porque no había nada que ver. Era una tierra fría, mala para la agricultura, apenas apta para la ganadería, con un par de minas de carbón y sal como único sustento. Aquella era una tierra olvidada donde cabe la casualidad, que el joven duque Fran Lumiere, a sus 24 años, tampoco había contraído nupcias, y estaba soltero.
Siendo que desde hace décadas en el reino se prohibía el celibato en sus regentes, y la edad máxima para contraer nupcias eran los 25, la reina tuvo una idea.
Así que ese fue el castigo de Nereida Hammer, la chica que según todos los que la conocían, tenían un futuro brillante en el ejército, y llegaría tanto o más alto que su padre. Se volvería la esposa del duque Lumiere, y viviría el resto de su vida en una tierra olvidada por todos donde la principal causa de muerte era el aburrimiento.
Así, la triste historia de cómo Nereida Hammer arruinó su vida fue el principal tema de conversación por todo el reino, todo el mundo conocía su historia, quizás en versiones más exageradas y dramatizadas, pero era difícil encontrar a alguien que no haya escuchado su nombre, a la vez, que se lamentaba que una chica con tanto talento y con tan brillante futuro, terminará en un lugar tan olvidado.
Sin embargo, como era de esperar en estos casos, poco a poco las personas empezaron a hablar de temas más interesantes. Con la temporada social a la vuelta de la esquina, y con cientos de nuevos chismes de engaños y desamores ocurriendo cada día, la triste historia de Nereida Hammer, empezó a tornarse aburrida.
Sentados en una mesa ubicada en el balcón de una mansión. Dos jóvenes almorzaban en perfecto silencio.
Superando el metro noventa, vistiendo camisa marrón en cuello V, pantalones de vestir, y botas de cuero, la chica tenía el cabello castaño claro bastante cortó, y levemente alborotado. Una pequeña cicatriz en su ceja izquierda, y otra en la parte baja de su mentón adornaban su cara, y sus ojos, azules como el cielo despejado, miraban con más atención la comida en su plato, que a su compañero delante suyo.
El joven en cambio, pese a ser 5 años mayor, era unos 25 centímetros más bajo. Donde la chica tenía una complexión fuerte, con músculos que eran visibles aún bajo la ropa y una piel ligeramente bronceada, el joven tenía la piel muy blanca de quién no tiene mucho contacto con el sol, y no parece hacer mucha actividad física. Con ropa quizás demasiado elegante para lo informal del almuerzo, el joven de cabellos negros y bien arreglados, miraba a su compañera cada pocos segundos, y parecía buscar cualquier tema para romper el hielo, ya que sin despegar nunca la vista de su plato, la chica parecía ignorarlo, ya sea consciente o inconscientemente.
Para cualquiera que viera a la pareja, les era imposible decir que ambos estaban comprometidos y que estaban esperando dar una fecha para la boda.
Dejando media docena de platos casi perfectamente limpios delante suyo, donde sólo quedaban huesos sin rastro alguno de carne, y roídos hasta el tuétano. La chica se levantó, e hizo una pequeña reverencia.
— gracias por el almuerzo señor Lumiere.
Asintiendo, el joven dejó su nerviosismo atrás y respondió.
— no tiene que agradecerme señorita Ha… Nereida…, ¿Desea quedarse un poco más y acompañarme con el café?
Sin mostrar ninguna reacción al ser llamada por su nombre sin su consentimiento, Nereida sin levantar la cabeza, solo dijo.
— preferiría retirarme a mi habitación, si no es mucha molestia.
Cerrando los ojos, y negándo levemente, el joven Fran cedió a su petición.
– no, no es molestia, puede retirarse.
– se lo agradezco mi señor.
Declaró la chica, y fue directo al interior del edificio sin voltear a ver al joven muchacho.
Una vez que la puerta se había cerrado, y el joven supo que estaba solo, se reclinó en la silla, llevó sus manos para cubrir su rostro, y dio un largo suspiro.
– dale tiempo, tiempo y espacio.
Declaró una voz femenina detrás suyo.
– no sé qué hacer con ella nana.
Dijo el joven sin quitar las manos de su rostro.
– lleva una semana aquí, y creo que está es la conversación más larga que hemos tenido.
– no está aquí exactamente por voluntad propia.
Respondió la anciana que vestía un elegante uniforme de sirvienta, mientras depositaba una taza humeante delante del muchacho.
Sorbiendo el café, Fran no tenía ni idea de cómo tratar con Nereida, como todos en el reino, había escuchado su historia muy de pasada, solo que en su caso, se enteró de la la parte final cuando una carta firmada por el Rey y otra por parte del General, le habían ordenado al punto de la amenaza que cuidara de la chica. Y antes de que tuviera la oportunidad de responder, un carruaje con su ahora prometida, ya estaba estacionado en la entrada de su casa.
Bebiendo un café que sabía inusualmente amargo, el chico estiró la mano para tomar la azucarera, pero la anciana le dio un manotazo.
– ya tiene 3 cucharadas, es malo tomar tanta azúcar.
Declaró la anciana, mientras retiraba la azucarera de la cercanía del joven.
Sobando su mano donde había sido golpeado, Fran miro a la anciana de largos cabellos canosos. Para cualquier otra persona, hubiera sido un terrible insulto o hasta un ataque directo al duque que gobierna el lugar, sin embargo, aquella anciana ahora jefa de sirvientas, fue en su momento niñera del joven, y lo había criado desde poco después de que el niño haya aprendido a hablar. Siendo Fran el último, o más bien el único de su linaje, aquella anciana un poco gruñona, era la única familia que le quedaba.
–¿Porque siempre me pasan estas cosas nana?
Se quejó el joven mientras volvía a reclinarse en la silla.
– ni siquiera la conozco y ahora debo casarme con ella, y si le llegará a ocurrir algo, tendré a su padre y un batallón de 10 mil soldados tocando mi puerta.
– y no olvides que si llegaras a engañarla, la casa Lumiere se quedaría sin descendencia.
Río la anciana mientras recogía los platos.
– escuche el rumor que el vizconde Stone nunca volvió a ser el mismo después de la patada que esa chica le dio a la gemas su familia, hay quienes dicen que hasta su voz se volvió más aguda.
Continuó la mujer mientras reía, y colocaba los trastes sucios en una bandeja.
– no es divertido nana, realmente no sé qué hacer y el pesar me ha quitado el sueño de las últimas noches.
Con esas palabras, el chico iba a dar otro sorbo a su café, pero la anciana también se lo quitó de las manos.
– si no puedes dormir, es porque tomas 20 tazas de café al día, ya me di cuenta que debo hacer que bajes la cantidad.
– venga nana, al menos déjeme eso, el café es lo único que me hace feliz.
Con un largo suspiro, la mujer le devolvió la taza al muchacho, que continuó bebiendo con más pesar que con gusto.
– dale espacio y tiempo.
Repitió la anciana.
– si eres demasiado insistente, solo harás que se cierre ante ti, la chica ha pasado por mucho, no está viviendo exactamente el mejor momento de su vida. Fue apartada de su familia, casi es ejecutada, está sola en un lugar donde no conoce a nadie, le tomará tiempo, pero poco a poco se abrirá. Solo dale su espacio.
– si...
Respondió el joven mirando su taza ahora vacía.
– fue obligada a ir a una tierra olvidada por la mano de Dios, donde nada crece y dónde todos son miserables...
– muchacho, muchacho…
Comentó la mujer mientras negaba con la cabeza.
– no te comas la cabeza, haces un buen trabajo como duque, está tierra ya tenía mala reputación desde mucho antes de que nacieras, no se cambia la percepción de la gente en un par de años.
Con un largo suspiro, el chico se reclinó en su silla, y llevó sus manos para cubrir su rostro.
– ya lo sé nana, es solo que… no sé cómo sentirme al descubrir que es un castigo tan horrible el casarse conmigo.
Sonriendo de manera triste, la anciana sirvienta colocó una mano en el hombro del joven duque.
– ayy, muchacho, muchacho, yo soy la que no sabe qué hacer contigo.
...****************...
Ajena a la conversación del duque y su nana, mientras Nereida caminaba en dirección a su habitación, se repetía a sí misma que estaba viviendo el mejor momento de su vida.
En este lugar había un frío bastante agradable, nada de ese calor sofocante que había en la capital, si no un frescor que la ayuda con el molestó problema de sudor que la había atormentado toda su vida.
En el medio del camino, se encontró con un pequeño grupo de sirvientas que apenas verla, se alegraron y le sonrieron.
— Buenas tardes señorita Hammer.
Declaró el grupo casi al unísono, con visible buen humor
– Buenas tardes.
Respondió la chica devolviendo la sonrisa. En este ducado, tan lejos de la capital, una persona como el príncipe, no era más que una figura a la que nadie podía darle cara, era importante, pero hasta ahí, a la mayoría le daba bastante igual si le había atacado o no.
Antes de continuar, solo para probar un punto, miró a las sirvientas y dijo.
– disculpen, ¿podrían subir una taza de té y aperitivos a mi habitación?
Con sonrisas en su rostro, el grupo le respondió de manera afirmativa, y casi fueron corriendo a cumplir su pedido.
En este lugar tan alejado, la historia de la agresión al príncipe casi no se había extendido porque no era alguien a quien conocieran, sin embargo, su otra reputación, la de una mujer que repudiaba a los hombres infieles, había calado bastante fuerte, y al llegar, se había ganado la aprobación de todas la mujeres casi al instante.
Caminando a su habitación, Nereida era feliz.
Aquí, las sirvientas le traían dulces siempre que pidiera, no estaba su madre para decirle que se sentará derecha, masticara con la boca cerrada, y no subiera los codos en la mesa.
Al llegar a su habitación, esta estaba casi vacía, pero no vacía como en su antigua habitación, en su hogar, gracias a su tradición militar, se practicaba mucho el ascetismo y por lo tanto no podía tener muchas cosas, sin embargo, aquí no habían tradiciones así, es por eso que más que un espacio vacío, su habitación era un lienzo en blanco.
Al llegar a su cama, mirando a las suaves almohadas, tomó una entre sus brazos, y acto seguido, se tiró a la cama y empezó a rodar mientras usaba la almohada para contener sus gritos. Nereida estaba feliz, tan feliz que quería gritar.
En este lugar no tenía que tomar clases de etiqueta o baile, no era obligada a recibir prospectos matrimoniales, no tenía que seguir las mil y un reglas de etiqueta que tanto imponía su madre, y por sobre todo, no tenía que unirse al ejército.
Nereida amaba a su padre, le encantaba entrenar con él, acompañarlo en sus partidas de caza, y había heredado el mismo amor por las espadas, sin embargo, Nereida no quería unirse al ejército, y menos aún ser comandante de tropas.
Simplemente, odiaba la vida noble con sus fiestas y su infinidad de reglas, y la vida militar le era una opción ligeramente mejor, aún le tenía sus peros, pero lo prefería a ser una "señorita de sociedad" como tanto deseaba su madre.
Al poco tiempo, escuchó que tocaron la puerta, y poniéndose de pie, dio permiso para que entraran.
Una tetera, y una bandeja llena casi a rebosar de pasteles y galletas, le fueron colocados en una pequeña mesita. Y aunque Nereida acaba de tener un almuerzo abundante, siempre tenía espacio para los postres.
Comiendo acostada en su cama, porque aquí no había nadie para decirle que no lo haga, Nereida estaba viviendo el mejor momento de su vida.
Podría recibir cartas de sus padres, y estos podrían visitarla en situación especiales como su cumpleaños o festivales, quitando el hecho que no podía salir del ducado de Lumiere, este lugar era un paraíso, y no podía hacer otra cosa que alabar a la siempre benevolente y muy sabia Reina, que sin decirle una sola palabra, había visto que Nereida era infeliz, y le había hecho hasta lo imposible para cumplir cada uno de sus caprichos.
Sin embargo, en su pequeño paraíso, había un problema que lo manchaba.
Ella era incapaz de ver a la cara al joven duque de Lumiere, porque cada vez que lo hacía, sentía su estómago contraerse, y sus mejillas sonrojarse.
Es por eso que se sentía un poco sola por no tener a nadie con quién hablar sobre eso, deseaba enviar una carta a su madre acerca del tema, pero estaba segura que solo le diría que es un efecto secundario de comer muchos dulces.
Dándose golpecitos en las mejillas, Nereida apartó todos esos pensamientos que oscurecían su mente. Este lugar era un pequeño paraíso, y no importaba que no la dejarán salir, era ella quien no tenía razones para irse.
Como cada mañana, un pequeño grupo de sirvientas se habían reunido alrededor de las ventanas que daban al patio, para ver el que se había convertido en el nuevo espectáculo, ver a Nereida entrenar.
Por mera costumbre por los entrenamientos junto a su padre, la chica se levantaba con el alba, y se ponía a entrenar en soledad. Agitar 100 veces la espada, dar 10 vueltas al campo, varias series de abdominales, lagartijas, flexiones. Algo que sería un entrenamiento extenuante para cualquiera de sus espectadoras, pero que era poco más que un calentamiento para Nereida, ya que de eso seguiría varias horas de combate simulado, cosa que ya no podía hacer, ya que no contaba con nadie con quién practicar.
A fuerza de la costumbre, y de examinar bastante su rutina, apenas la chica terminó sus repeticiones de agitar la espada, el grupo de sirvientas se puso en movimiento. Ya sabían que al terminar, a Nereida le gustaba darse un baño de agua caliente, para después tomar el desayuno, es por eso que mientras unas iban a preparar el baño, y apurar en la cocina, otras más bajaban las escaleras a toda velocidad, para llevarle a la chica una toalla y una jarra de agua.
Desde cierta distancia, la jefa de sirvientas miraba levemente extrañada al grupo que se movilizaba en perfecto orden, para cumplir una tarea que nadie les había ordenado. Cuando Nereida llegó, había dado la orden de que se le tratara como una invitada, su posición como futura señora del territorio era demasiada incierta, y no dio la indicación que se le tratara como tal, pero en poco más de una semana, la chica ya era tratada igual o mejor que al mismo duque.
Sin darle mayor importancia lo dejo pasar, nadie estaba descuidando sus obligaciones, y mientras no llegarán a hacerlo, si querían hacer trabajo extra era completamente su problema.
Subiendo las escaleras al segundo piso, de la nada le llegó un tenue olor a café, y dando un largo suspiro, cambió de dirección y se dirigió directamente al origen del olor.
Sin tocar a la puerta, o siquiera anunciarse, entró a la oficina del joven duque, y lo encontró sentado en su escritorio frente a varias pilas de documentos. Tan centrado estaba en leer informes, que el muchacho no se enteró de la llegada de la anciana, y está negando con la cabeza, tomó la cafetera de latón que el muchacho tenía hirviendo en un pequeño mechero, abrió la ventana, y después de asegúrese de qué no hubiera nadie debajo, arrojó el contenido al patio.
– ¡¡eyy!!
Alcanzó a decir el muchacho mientras se levantaba cual resorte, y veía las últimas gotas de su café caer al piso.
Con expresión desolada, el joven miró a su nana, que lejos de querer disculparse, lo miraba con expresión acusadora.
– no le había dicho que dejara de beber tanto café, ¿Siquiera ha dormido? ¿Desde qué horas está despierto?
Preguntó la anciana con cada vez más insistencia, al ver que en el escritorio de Fran, habían varias velas ya consumidas.
– no lo sé.
Declaró el chico mientras miraba que el sol ya había salido.
– anoche no podía dormir, y me dije que podía pasar un par de horas revisando unos viejos documentos, y bueno, creo que no presté atención a la hora.
Tomando uno de los documentos de la mesa, la mujer leyó el encabezado, y exclamó iracunda.
– viejos documentos, ¡estás cosas tienen más de 10 años!
Rascando su cabeza, Fran sonrió con melancolía.
– ¿tanto? Revisando declaraciones de impuestos, me di cuenta que hace 8 meses pagamos de más a la corona. Quería ver si encontraba más irregularidades, así que empecé a ir más y más atrás, quizás me excedí un poco. Lo bueno, es que encontré muchas irregularidades en los últimos años de mi padre.
Con un largo suspiro, la anciana mujer dejó el documento en la pila.
– vaya a dormir, yo arreglaré este desastre.
Negando con la cabeza, el joven Fran se limitó a mirar el reloj.
– no hay tiempo nana, hoy tengo que ir reunirme con el capataz de la mina kairo, tengo que organizar los impuestos del mes, otra reunión con los señores locales, y una más con el experto en agricultura que mandamos pedir de la capital. No sé si hallaré tiempo para llegar a mi almuerzo con la señorita Hammer. De no hacerlo, le pido que me disculpé con ella.
Mirando al joven con un aire de lástima, la anciana mujer empezó a guardar los documentos.
– muchacho, no estás hecho de hierro y lo sabes ¿verdad? Debes descansar.
Suspirando, Fran miró al gran reloj de pie, y se dijo que ya se le hacía tarde para su primer compromiso.
– hoy intentaré terminar temprano para dormir toda la noche, no tengo compromisos en la mañana de mañana, ahí podré tomarme un… no esperá, había olvidado la inspección a la nueva granja. Gracias por recordármelo.
Suspirando, la mujer solo vio como el muchacho se alejaba, y mientras abría los cajones para organizar los documentos, miró de reojo a la puerta y declaró.
– mandaré a esconder todo el café, haber si eso ayuda.
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Con los brazos bastante pegados a su cuerpo, y caminando a paso rápido, Nereida se dirigía a darse un baño.
Para cualquiera que la hubiera conocido en el pasado, uno diría que la joven amaba los baños, estando en el marquesado de su familia, la chica podía bañarse 3 o hasta 5 veces al día, dando la impresión de ser una persona increíblemente pulcra, sin embargo, eso no era del todo correcto, el verdadero problema, era que Nereida odiaba sudar.
Para alguien tan activa, y viviendo en un lugar tan caluroso, el sudar era más que inevitable, sin embargo, había un segundo problema relacionado, que era la verdadera razón del porqué era tan fanática de los baños.
Nereida se avergonzaba de su olor corporal, y apenas sintiera su ropa llena de sudor, corría al baño a lavarse.
Desde que había llegado al Ducado de Lumiere, el clima fresco le había ayudado con su problema, esa era una de las razones del porque el lugar le encantaba, pero está mañana, cuando varias sirvientas se reunieron alrededor suya para ofrecerle agua, y una toalla seca, una de ellas comentó que sentía un olor extraño, y roja de vergüenza, Nereida casi corrió al interior de la mansión para escapar de las chicas.
Es por eso que la joven caminaba a paso rápido por los pasillos, mientras apretaba los brazos al cuerpo, había una persona que definitivamente no deseaba encontrarse en ese momento, y para su mala suerte…
– buenos días señorita Ha… Nereida.
Declaró el joven duque al encontrarse al final del pasillo que transitaba.
Bajando la cabeza para evitar mirarlo, Nereida no sabía porqué de la nada sintió su estómago revolverse cuando todavía no había ni desayunado. Eso no le pasaba antes, comenzó a ocurrir cuando Fran empezó a llamarla por su nombre.
– buenos días.
Declaró la joven de modo un poco tajante mientras se hacía a un lado del pasillo, no quería que el duque se acercara, si este llegará a mencionar su mal olor se sentiría morir.
Con una mueca en su rostro, Fran no sabía cómo reaccionar, apenas verlo aparecer, la chica no solo había bajado la cabeza para evitar mirarlo, si no que también se había apartado de su camino. No parecía agradarle, y eso era obvio, y pese que su nana le había recomendado darle espacio y tiempo, Fran pensó que un enfoque más directo era una opción mejor, he ahí, porque había decidido llamarla por su nombre de pila, y no por su apellido.
– ehh, Nereida, el día de hoy estaré bastante ocupado, y no creo que podamos almorzar juntos. ¿No hay problema?
Pegando más sus brazos a su cuerpo, el corazón de la chica había empezado a latir con fuerza, pese a tener más espacio en el corredor, el joven duque había dado varios pasos en dirección.
– no hay problema.
Respondió Nereida intentando pegarse más contra la pared, y hablando con tono seco, dijo.
– ¿podría hacer el favor de alejarse?
Deteniendo en seco, Fran creyó que se había excedido, así que colocando una mano en su cabeza, se disculpó.
– lo siento Nereida, es solo que yo…
– y podría no llamarme por mi nombre por favor…
Interrumpió la joven con tono cada vez más directo.
Con un largo suspiro, el chico se sintió derrotado, nada de lo intentaba funcionaba, y solo hacía que la chica estuviera más incómoda.
– lo siento si la ofendí señorita Hammer, mi intención no era ésa, es solo que lleva más de una semana aquí y nosotros...
Queriendo disculparse, el joven cometió el error de dar un paso en dirección de la chica, a lo que está levantando levemente la mirada, y enfocandolo con sus fríos ojos azules, con voz aún más fría declaró.
– le dije que no se acercara.
Tal fue el miedo del muchacho, que casi cae de espaldas, y aprovechado que el chico retrocedió, Nereida salió caminando a paso rápido por el pasillo.
Sintiéndose como un idiota, Fran pensó en seguirla y volver a disculparse, pero sabiendo que llevaba tarde a su primera reunión del día, fue en dirección contraria a la de la chica, y se perdió al cruzar un pasillo.
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