ADVERTENCIA: Contiene situaciones sexuales, violencia, temas tabú, lenguaje ofensivo y temas maduros. Recomendados para mayores de 18 años en adelante.
-Quédate aquí, River. ¿Entendiste?
Subiendo el aire acondicionado en el camión, ase ti y señale:
-Lo entiendo.
Cerrando de golpe la puerta fe al lado del conductor, mi padre y el propecto, se dirigieron hacia el bosque, siendo transportada por ellos la primera bolsa para cadáveres de los cuatro mexicanos muertos.
Espere hasta que estuvieran fuera de la vista y salte del camión, mis pies hicieron un crujido cuando golpearon la hierva seca.
Inclinando mi cabeza hacia atrás respire profundo, me encantaba estar al aire libre, me encantaba estar en la parte posterior de la moto de mi papá, me encantaba estar en cualquier lugar, lejos de la gente que esperase que yo hablara.
Dirigiéndome hacia la plataforma de la camioneta, rompí una larga y delgada rama de un cedro cercano y comencé a golpearla a mi alrededor solo por hacer algo. La reunión de los fiambres con el barquero podría tomar horas, excavando, descargando y cubriendo, así que me dirigí hacia los árboles y me puse a buscar serpientes en las altas hierbas.
No sé cuanto tiempo camine, pero cuando levante mis ojos, me encontraba profundamente en el bosque, el aire que me rodeaba completamente quieto y yo completamente perdido.
Mierda. Las instrucciones de papa eran tan claras como el día "Quédate aquí, River. ¿Entendiste?" Demonios, iba a matarme si tenía que venir a buscarme. Las reglas para el vertido de cadáveres eran simples: excavar, descargar, esquivar.
Buscando a mi alrededor, vi una subida y me dirigí a un terreno más alto. Tenía la intención de regresar a la camioneta antes de que mi padre volviese y se enojase.
Utilizando los troncos de los árboles para agarrarme, subí la empinada colina y cuando llegue a la cima comencé a quitarme el polvo de barro y de la corteza seca de mis jeans. Cuando estaban más o menos limpios, examine el horizonte y trunci el ceño. Aproximadamente a doscientos metros había una jodida valla enorme. Mi boca cayó por el tamaño; era mas alta y mas ancha que cualquier coda que jamas hubiese visto antes. Me recordó a la cárcel, con rizos de alambre de puas envueltos alrededor de la pared superior. Busque por todo mi alrededor, pero no habia señales de vida, nada que ver detras de la valla, solo mas bosque. Me pregunte de que se trataba. Estabamos profundamente en em culo del mundo, kilómetros y kilómetros a las afueras de Austin, a kilómetros de cualquier lugar. La ge de realmente ni iba tan lejos fuera de la ciudad... Ellos sabían bien. Mi padre dijo que alli pasan cosas malas alrededor de estos sitios: muerte, desapariciones, violencia, ybotras cosas inexplicables. Habia sido asi durante años es por eso que mi padre lo eligió como sitio de entrega.
Ahora completamente distraído de encontrar un camino de vuelta a la camioneta, empece vadeando a través de las hierbas altas hacia el borde de la valla. Curiosa emoción zumbaba a través de mí. Me encantaba ir a explorar, pero salte fuera de mi piel cuando de repente, algo detrás de la valla me llamo la atención.
Alguien estaba allí.
Me quede inmóvil, centrando mis ojos en una personita delgada, una pequeña chica, vestida con un vestido largo y gris, con el cabello recogido en un estilo divertido, en la parte posterior de su cabeza.
Se veía cerca de mi edad. ¿Tal vez un par de años más joven?
El corazón me golpeaba rápido en el pecho, mientras me arrastraba hacia la chica. Su pequeño cuerpo, de aspecto frágil se ahogaba en el material oscuro de su vestido mientras ella se acurrucaba entre las raíces de un gran árbol. Sus hombros temblaban mientras ella lloraba, su cuerpo tembloroso con sollozos, pero no hacía ruido.
Cayendo de rodillas , enrosque mis dedos a través de los enlaces de la valla y la mire. Quería decir algo, pero no lo hice, no podía, hablar con nadie más que Kyler y papa. Incluso con ellos, no era a menudo.
Cerré los ojos, concentrandome en tratar de relajar la garganta, luchando para liberar las palabras que no querían venir. Una batalla que siempre trataba de luchar, pero rara vez ganadora.
Dejando caer mi boca, me puse a relajar los músculos de mi cara cuando la pequeña chica se congeló en el acto sus ojos fijos en los míos. Tropecé, mis dedos deslizándose hacia atrás a través de la valla. Tenía unos enormes ojos azules, ribeteados con marcas rojas. Su pequeña mano se trasladó a su cara para limpiarse las húmedas mejillas; su labio inferior temblaba y su pecho se agitaba con fuerza.
Desde mi nueva posición, pude ver que su cabello era tan negro como el carbón y su piel muy pálida. Nunca había visto antes, a nadie como ella. Por otra parte, no conocía mucho de niños de mi edad; no había muchos en el club. Estaba Kyler, por supuesto, pero él era mi mejor amigo, mi hermano del club.
De repente, la chica entro en pánico; su rostro palideció se puso de pie, y su cabeza se volvió hacia el bosque. Me apresuré a la valla de nuevo en su movimiento, el metal chirriando en el contacto. La chica se quedó inmóvil y mira hacia atrás, agarrando una rama mientras me miraba.
-¿Quién eres?- Hable en signos muy rápido.
La chica trago nerviosamente y ladeo la cabeza. Cautelosamente, ella se adelanto en silencio, la curiosidad grabada en su pequeño rostro. Ella estaba mirando mis manos, viendome hacer los signos, sus cejas oscuras cayendo muy bajo.
Cuando más se acercaba, mi respiración más se cortaba y me sentía caliente por todas partes. Su cabello negro azabache estaba atado en un nudo apretado en la parte posterior de su cabeza. Cubierto por un paño blanco rato. Nunca había visto a alguien vestido como ella antes. Ella parecía tan extraña.
Cuando se detuvo a dos metros de distancia, mi aliento se corto, aprete los musculos de mi estomago tensado, e insisti de nuevo.
-¿Quien eres?
No hablaba, solo me miraba sin comprender. ¡Maldita sea! Ella no entendía el lenguaje de signos. No muchas personas lo hacían. Podía escuchar muy bien, pero no hablaba. Ky y papa eran las únicas personas que podían traducir para mí y ahora estaba solo.
Aspirando otra bocanada de aire, trague y trate muy duro de aflojar la garganta. Cerré mis ojos y estudié detenidamente lo que quería preguntar y con una exhalación lenta y controlada, intente todo lo posible para hablar:
-¿Qu... qu... quien e... res tú?
Retrocedi en estado de shock, con los ojos como platos. Nunca habia sido capaz de hacer eso antes, de hablar con un extraño. Mis manos se inquietaron por la emoción . ¡Podia hablar con esta chica! Podía hablar... eso la hacia la numero tres.
Impulsada por la curiosidad, la chica se acerco mas aun. A solo unos metros de distancia, lentamente se arrodilló en el suelo del bosque, con la cabeza inclinada hacia un lado, solo me miraba con una expresión divertida en su rostro.
Sus grandes ojos azules ni una vez se alejaron de mi. La vi escaneandome poco a poco desde la cabeza a los pies y luego de vuekta otra vez. Pense en lo que ella debia estar viendo: mi cabello oscuro y desorfenado, camisa negra y pantalones vaqueros, botas negras y pesadas, y los puños de cuero en las muñecas mostrando el parche de los Hangmen.
Cuando sus ojos se encontraron con los míos, una vez más. Sus labios parecían curvarse ligeramente hacia arriba en una pequeña sonrisa. Torcí mi dedo en dirección a ella, instándola a que se acercara.
Rápidamente, se dio la vuelta, buscando alrededor de ella. Viendo que estábamos solos, se puso de pie, y lentamente, igual que antes, avanzó poco a poco hacia mí, la parte inferior de su largo vestido ensuciándose en un pedazo de tierra fangosa.
Ahora, mientras ella estaba de pie delante de mí, no pude dejar de notar una vez más lo pequeña que perecía. Yo era alto, de manera que ella tuvo que inclinar su cabeza hacia atrás para mirarme. Mientras apretaba la valla, se me revolvía el estómago. Se veía tan cansada y sus ojos azules se contraían en las esquinas mientras se movían hacia mí, como si estuviera sufriendo.
Ella no hizo el menor ruido. Con la esperanza de otro milagro, inhalé profundamente y luego exhalé
Lentamente:
—¿Q… qué e… es este lu… lugar? ¿V… vives a… aquí? —tartamudeé, deteniéndome de vez en cuando y pensando a través de mis palabras mientras luchaba por empujarlas hacia fuera. Una ola de emoción lavó a
través de mi estómago... ¡Estaba hablando... otra vez!
Sus ojos estaban enfocados en mi boca, pero todavía permanecía callada. Sus cejas negras estaban apretadas y sus labios rosados estaban fruncidos en la concentración. Sabía que ella se preguntaba por qué
Hablaba raro; todo el mundo siempre lo hacía. Ella se preguntaría por qué tartamudeaba. No lo sabía. Siempre lo tuve. Nos dimos por vencidos tratando de arreglarlo hace años. Hablo con mis manos ahora. No me gustaba que se burlaran de mí por tartamudear... pero ella no se ríe de mí... Ni siquiera un poco. Ella se ve, pues, confundida.
Ella no hizo el menor ruido. Con la esperanza de otro milagro, inhalé profundamente y luego exhalé lentamente:
—¿Q… qué e… es este lu… lugar? ¿V… vives a… aquí? —tartamudeé, deteniéndome de vez en cuando y pensando a través de mis palabras mientras luchaba por empujarlas hacia fuera. Una ola de emoción lavó a través de mi estómago... ¡Estaba hablando... otra vez!
Sus ojos estaban enfocados en mi boca, pero todavía permanecía callada. Sus cejas negras estaban apretadas y sus labios rosados estaban fruncidos en la concentración. Sabía que ella se preguntaba por qué
hablaba raro; todo el mundo siempre lo hacía. Ella se preguntaría por qué tartamudeaba. No lo sabía. Siempre lo tuve. Nos dimos por vencidos tratando de arreglarlo hace años. Hablo con mis manos ahora. No me gustaba que se burlaran de mí por tartamudear... pero ella no se ríe de mí... Ni siquiera un poco. Ella se ve, pues, confundida.
Pero ahora mismo lamentaba más que nada no poder cambiar todo eso, para tan solo saber cómo hablar bien. No quería que me tuviese miedo. No la chica de los ojos azules, ojos azules del color de un lobo.
Con un leve movimiento, la chica trajo su mano temblorosa hacia el frente, a la valla; el hielo-azul y trozos blancos en sus irises nunca rompieron mi mirada, la parte blanca brillante mientras me miraba. Me quedé completamente inmóvil. La muchacha era como un conejo asustado y no quería asustarla. Nunca había visto a nadie como ella, mis manos se estaban poniendo húmedas y mi corazón latía muy rápido. Nerviosa, ella pasó un dedo a lo largo de mi mano, un rubor rosado estallaba en sus mejillas. Luché por respirar, los golpes demasiado rápidos de mi corazón me hacían perder la concentración.
Doblé mi dedo índice, enganchándolo alrededor del suyo y apreté la frente contra la malla de alambre duro.
La chica frunció sus labios de color rosa ligeramente abiertos y movió la punta de su nariz. Dejé de respirar... Ella era hermosa.
—A… acércate m… m… ás —dije en voz baja, con un toque de desesperación en mi voz. Su nariz se estremeció de nuevo y sonreí.
—E… eres tan… tan h… hermosa —le espeté, mordiéndome los labios como una ocurrencia tardía. Mis puños cerrados a medida que mi frustración crecía más y más con mi discurso.
Ella frunció el ceño y negó y me di cuenta de que ella me podía entender. Deseaba tanto que me hablase de nuevo.
—Perdóname, Señor, porque he pecado. Haz de mí lo que consideres conveniente. Perdóname, Señor, porque he pecado. He sido débil y debo expiar.
—H… hablas con... m... migo. ¿E… e… estás bien? —le pregunté en voz alta, con la voz cada vez más fuerte mientras sacudía la cerca, tratando de encontrar la manera de llegar a ella. No lo entendía, pero por alguna razón necesitaba abrazarla. Sabía que tenía que hacer las cosas bien. Estaba tan triste... tan asustada... lo odiaba.
La chica se quedó inmóvil, callada en silencio, y solo me miró de nuevo.
—¿River? ¿Dónde diablos estás? —La profunda voz de mi papá cortó mi trance cuando me llamó desde lo más profundo del bosque. Dejé caer mi cabeza en mis manos.
—¡River!
Me volví rápidamente, corriendo colina abajo, hacia mi padre.
—¡¡¡RIVER!!!
Bombeando más mis rodillas, me empujé a través de la hierba alta, corriendo de vuelta a mi vida, de vuelta a mi papá y al MC2; todo el tiempo preguntándome si volvería a ver a Pecado otra vez...
La chica con los ojos de lobo.
...Salomé...
...Quince años más tarde......
Corre, corre, solo sigue corriendo...
Intenté que mis piernas cansadas siguieran bombeando. Mis músculos quemaban como si me inyectasen veneno y mis pies descalzos estaban completamente insensibilizados, ya que se estrellaban en el frío y duro suelo del bosque, pero no podía parar... no podía darme por vencida.
Respira, corre, simplemente sigue avanzando...
Mis ojos se movían alrededor de la oscuridad del bosque, en busca de los discípulos. No veía ninguno, pero solo era cuestión de tiempo. Pronto se darían cuenta de que faltaba. Pero no podía quedarme, no podía cumplir con mi deber pre-ordenado por el profeta; no después de lo que pasó esta noche.
Mis pulmones ardían con la severidad de mis jadeos agudos y mi pecho se movía con esfuerzo excesivo.
Empuja a través del dolor. Corre, basta con correr.
Pasando la tercera torre de vigilancia sin ser vista, me dejé sentir una pizca momentánea de alegría, la valla perimetral no estaba demasiado lejos. Me permití la esperanza de que realmente me podría escapar.
Entonces la sirena de emergencia gimió y me estremecí
deteniéndome.
Ellos lo saben. Vienen por mí.
Obligué a mis piernas moverse aún más rápido; espinas y palos afilados se clavaban en las plantas de mis pies. Apretando los dientes, me dije a mí misma, no sientes dolor. No sientes dolor. Piensa en ella.
No me podían encontrar. No podía dejar que me encontrasen. Sabía las reglas. Nunca irse. Nunca intentar salir. Pero estaba huyendo. Estaba decidida a escapar de la maldad de ellos de una vez por todas.
Detecté los altos postes de la valla perimetral, mis brazos bombearon con renovado vigor mientras hacía los pasos finales de mi carrera. Me estrellé contra el rígido metal con un choque, los postes aplastándose en la fuerza de mi colisión.
Frenéticamente buscaba un hueco.
Nada.
¡No! ¡Por favor!
Corrí a lo largo de cada uno de los postes, sin espacios, sin agujeros... sin esperanza.
Presa del pánico, caí al suelo, arañando la tierra seca, haciendo un túnel, cavando en busca de la libertad. Mis dedos arañaron en el duro barro, uñas rompiéndose, piel rasgándose, la sangre fluyendo, pero no me detuve.
No tenía más remedio que encontrar una salida.
La sirena gemía, pareciendo gritar cada vez con más fuerza, como una cuenta atrás para mi recuperación. Si me encontraban, me vigilarían constantemente, siendo tratada peor que nunca, y sería aún más prisionera
de lo que era en estos momentos.
Prefiero morir.
¿Cuánto tiempo he estado fuera? ¿Estarán cerca? Pensamientos aterrorizados se arremolinan en mi mente, pero sigo excavando.
Entonces escucho a los perros acercándose; ladridos, gruñidos, furia rabiosa de los perros guardianes de la Orden y mi excavación se hace más frenética.
Los guardias de los discípulos llevan armas; grandes, pistolas semiautomáticas. Ellos defienden esta tierra como leones. Ellos son brutales y siempre consiguen a su presa. Sería capturada y castigada, al igual que ella.
Torturada por mi desobediencia.
Justo. Como. Ella.
Los perros de búsqueda eran ahora más escandalosos, violentos, con pesados jadeos y los nervios crispados ladrando cada vez más cerca. Me tragué el grito que amenazaba con rasgar mi garganta y seguí excavando,
haciendo una madriguera, recogiendo, paleando, para ser libre. Siempre anhelando ser libre...
Finalmente libre.
Me calmé momentáneamente cuando oí un murmullo de voces. Nítidos comandos de voz. Cañones de fusiles cargándose, los ecos de los pestillos de seguridad haciendo clic; pesadas botas pisoteando más y más cerca.
Estaban demasiado cerca.
Casi grité de frustrado terror cuando juzgué que el hueco debajo de la cerca no parecía lo suficientemente grande como para que pasase. Pero tenía que seguir adelante. No tenía otra opción. Tenía que intentarlo. No
podría vivir un día más en este infierno.
De cabeza, con el pecho pastoreando la tierra recién excavada, me colé por el pequeño espacio debajo de la cerca. La carne de mi hombro rallando sobre el metal irregular de la malla de alambre, pero no me
importaba, ¿qué era una cicatriz más?
Usando mis manos como garras, arrastré mi cuerpo hacia adelante. Oí voces claras y el timbre de cristal de los hermanos; sus perros salvajes, consumidos por la sed de sangre, aullaban de hambre deliberadamente inducida.
—Ella va a estar buscando brechas o puntos débiles. Asegura el segundo equipo a lo largo de la puerta norte. Nos dirigiremos hacia el sur, y no importa qué, ¡ENCUÉNTRENLA! ¡El Profeta traerá la ira del Todopoderoso en todos nosotros si se pierde!
Reprimiendo un grito angustiado, empujé y trepé hacia adelante. Arrastrándome a través del barro seco, agitando las piernas por la desesperación. Rasguños profundos cubrían mi piel. Mi vestido blanco se rasgó y se rompió en pedazos con los picos de alambre de púas irregulares, y observaba impotente como mi sangre goteaba sobre el suelo seco.
¡No! Casi grité de frustración. Los perros podrían oler mi sangre. Fueron entrenados para localizar rastros de sangre.
Con un último esfuerzo, lo atravesé con mi cuerpo, solo quedando mis piernas para pasar. Me arrastré en mi espalda, empujando con los talones, luchando por la libertad.
Un sentimiento, no, un torrente de alegría al darme cuenta de que estaba casi libre, se evaporó rápidamente, a la vista de un perro negro bordeando un arbusto cercano. Centrándome en un árbol fuera de la valla, una meta para avanzar, traté de impulsarme hacia adelante, cuando una sacudida de dolor quemó a través de mi pierna izquierda. Los dientes afilados cortaban mi carne, y cuando miré hacia abajo, un perro guardián muy musculoso sostenía mi pantorrilla izquierda en sus garras; gruñendo y sacudiendo su cabeza, desgarraba la piel frágil y el músculo.
Palideciendo con la severidad del dolor, aguanté una creciente sensación de náuseas. Di palmadas con mis manos en el suelo del bosque, descubriendo una gran piedra. Ahogando un grito que arañaba su camino
hasta mi garganta, arrastré mi pierna mutilada lejos de la cerca hacia mi meta. El perro intentó forzar su gran cabeza debajo de la cerca, apretando su agarre en mi extremidad, sacudiéndola de un lado a otro como si estuviera jugando con un palo.
Con lo último de mi energía, lo ataqué. Arrastré la gran piedra en mis manos y golpeé el cráneo del perro una y otra y otra vez, sus colmillos expuestos goteaban con espuma blanca-rojiza, sus infernales ojos negros
ardían brillantes con ira. Los guardias discípulos tenían a sus perros hambrientos para que fuesen sanguinarios y los obligaban a luchar entre sí para hacerlos permanentemente enfadados. Los guardias discípulos
pensaban que cuanto más hambrientos estaban sus perros, más viciosos estarían cuando cazasen a los desertores.
Inhalé por la nariz, tratando de enfocarme; solo tenía que aflojar el agarre del perro, solo una ínfima liberación para desprender mi pierna izquierda lesionada.
Y entonces sucedió.
Con un crujido final de la piedra, el enfurecido canino se echó hacia atrás, sacudiendo la cabeza magullada. Me arrastré liberándome del hueco poco profundo, respirando ráfagas breves y agudas mientras mi cuerpo
reaccionaba al shock.
Mientras me arrastraba lejos de la valla, un irónico pensamiento corrió por mi mente; en realidad lo había hecho. Soy libre.
El perro, aunque aturdido, se recuperaba con éxito y arremetió contra el hueco. Una vez más mordía con sus grandes mandíbulas y dientes afilados y con ello, salí de mi bruma. Ribeteé hacia delante, llenando rápidamente
el vacío con tanto barro como pude reunir, luego traté de ponerme de pie, pero mi pierna herida no podía soportar el esfuerzo, no podía soportar mi peso. En el interior, lloré, ¡Ahora no! Por favor, Señor, dame la fuerza para
seguir adelante.
—¡Aquí! ¡Ella está aquí!
Un discípulo con uniforme negro surgió del denso follaje, mirándome con furia en mi forma agazapada detrás de la valla. Se quitó el pasamontañas y mi corazón cayó. Reconocería esa larga cicatriz en su
Mejilla, en cualquier lugar. Gabriel, el segundo al mando del Profeta David; su espesa barba marrón ocultaba la mayor parte de su rostro, como era la costumbre con todos los hermanos de la Orden. Sin embargo, Gabriel era el discípulo que mi gente más temía, el hombre responsable de la atrocidad que presencié esta noche... el responsable de que la perdiese a ella...
Chasqueando la lengua y sacudiendo la cabeza, Gabriel avanzó hacia delante, agachándose para mirarme a los ojos.
—Salomé, niña tonta. No creerías que podrías irte ¿verdad?
Una sonrisa se extendió por su rostro y se inclinó aún más cerca de la barrera de metal.
—Vuelve y haz frente a tu castigo. Has pecado... gravemente... —Se rio condescendientemente, los otros discípulos le siguieron. Cada centímetro cuadrado de mi piel se arrastró con horror—. Se debe manejar en la familia.
Traté de ignorar sus burlas. Con una búsqueda sutil, recorrí mi entorno, en busca de una ruta de escape. Gabriel se enderezó de repente y entrecerró los ojos.
—Ni siquiera lo pienses. Te encontraremos si corres. Perteneces aquí, con el Profeta, con tu gente. Él está esperando en el altar, y después de los acontecimientos de hoy, él está dispuesto a proceder con la ceremonia. No hay nada para ti fuera de la valla. Nada más que el engaño, el pecado y la muerte.
Arrastrándome a mi árbol, mi objetivo, usé la áspera corteza gruesa para levantarme del suelo del bosque. Intenté con todas mis fuerzas bloquear sus palabras, pero vacilé en mi pie. Más discípulos rompieron a través de la densa vegetación para verme tropezar; sus grandes cañones apuntándome, con una precisión perfecta, en mi cabeza.
Ellos no podían, no iban, a disparar. El Profeta David no lo permitiría. Sabía que mantenía el equilibrio del poder en estos momentos. Pero incluso si lograba liberarme hoy, nunca renunciarían a buscarme, yo era todo lo que ellos creían que tenía que suceder. Miré hacia mi tatuaje en mi muñeca y froté a través de la letra tatuada que había sido forzada sobre mi piel cuando era pequeña. Simplemente, ya no creía más en La Orden. Si esto me hacía una pecadora, entonces estaba contenta de ser una caída.
Haciendo caso omiso de mis manos temblorosas, me agaché, rasgando a lo largo de la parte inferior de mi vestido, rompiendo una larga tira de material del dobladillo. La até alrededor de la herida abierta de mi
pierna, para detener la sangre.
—Salomé. Piénsalo bien. Tu desobediencia causará severos castigos en todas las hijas. ¿Seguramente no quieres hacer eso a tus hermanas? ¿A Delilah y Magdalena? ¿Causarles dolor porque eres débil y te dio la tentación?
El tono tranquilo de Gabriel me heló el corazón. Mis hermanas. Las amaba, las amaba más que a nada... pero tenía que hacerlo. No podía volver atrás, no ahora. Tuve la llamada de atención que finalmente necesitaba para dar el salto, para escapar. Sabía que tenía que haber algo más en la vida que esta existencia... con ellos. Con una última mirada a la única familia que había conocido, me volví, arrastrando la pierna izquierda en mi estela, y hui a la oscura espesura del bosque.
Corre, solo sigue corriendo...
—¡Maldita del infierno! —gritó Gabriel, su voz chillaba con su orden—. Encuéntrenla. Abran las puertas y dispérsense. ¡NO LA PIERDAN!
Ellos estaban en movimiento. Las puertas no estaban muy lejos, pero lo suficiente como para darme un tiempo precioso. Solo necesitaba tiempo.
Arrastrando los pies más profundos en el bosque, me obligué a avanzar más rápido. Me esforcé duro, llevando a mi cuerpo a su punto de ruptura, con mis oraciones acompañándome a cada paso. No gritaba, ni siquiera
Lloraba cuando fui golpeada por las ramas bajas que desgarraban mi cara o cuando cada centímetro de mi cuerpo estaba siendo agitado por arbustos de maleza.
Sabía que estaba sangrando mucho. Me estaba haciendo daño, pero seguí adelante. Aún magullada y maltratada, sabía que mi alternativa en La Orden, era mucho peor.
Pasé árbol tras árbol, en la cerrada oscuridad. Evité serpientes y alimañas mientras pasaban las horas, pero no me detuve. La luna brillaba por encima de mí, mientras la luz del día se desvanecía y me iba debilitando, mi sangre fluía en un arroyo lento pero constante, con el movimiento de mi pierna. Revestí mi herida con material más ensuciado, pero, más que nada,
no fui encontrada por los guardias discípulos. Estaba cansada... pero me seguí presionando.
Entonces, finalmente, cuando había llegado a mi límite físico, con la esperanza casi perdida, me encontré con una carretera. Con renovado vigor, me tropecé en una colina empinada, aterrizando duro en el hormigón de grava del pavimento lleno de baches.
Mi conciencia me felicitó que los discípulos no me hubiesen encontrado... Los discípulos no me encontraron. Pero nunca podía bajar la guardia. No podría ser libre hasta que no estuviese muy, muy lejos.
Estuve cojeando a lo largo de la carretera, en una calle tranquilamente desierta. El canto de los grillos y los gritos de los búhos eran los únicos sonidos en la oscuridad. No sabía mi ubicación. Nunca antes había salido de la Orden.
Estaba completamente perdida.
Mientras trabajaba en mi próximo curso de acción, las luces se encendieron de repente alrededor de una curva cerrada. Ellas me cegaron. Levanté mi mano para proteger mis ojos del resplandor, cuando un vehículo
Enorme apareció a la vista. Un vehículo negro grande, que estaba desacelerando. Un vehículo grande, negro que se detuvo a mi lado. La ventana fue bajada para revelar la cara sorprendida de una mujer mayor.
—¡Infiernos, Cariño! ¿Por qué estás aquí sola? ¿Necesitas ayuda?
Una forastera.
Las enseñanzas del Profeta David bombardeaban mis pensamientos; Nunca hablar con los forasteros. Son gente del diablo. Ellos hacen el trabajo
del diablo. Pero no tenía elección.
—Ayúdame. Por favor —dije con voz ronca. No había tenido nada que beber en mucho tiempo y mi garganta se sentía como si hubiera tragado arena. La forastera se inclinó hacia delante y la enorme puerta se abrió.
—Sube, cariño. Este camino no es lugar para chicas jóvenes como tú, sobre todo en este momento de la noche. Aquí merodea gente peligrosa y no desearías ser encontrada sola por ellos. Cojeé hacia adelante, agarrándome de los largos rieles de plata atados a un lado y subí en el caliente asiento. Me recordé a mí misma estar alerta; para mantener mi guardia.
Los ojos marrones entrecerrados de la dama se ensancharon, su cabello gris un mullido halo alrededor de su cabeza.
—¡Cariño, tu pierna! ¡Necesitas un hospital! ¿Cómo te sucedió esto?
¡Estás hecha un desastre!
—Por favor, solo lléveme a la ciudad más cercana. No necesito un curandero —le susurré, mi cabeza sintiéndose ligera y mi respiración desacelerándose en mi apretado pecho.
—¿La ciudad más cercana, chica? Eso está a millas de distancia.
¡Necesitas ayuda ahora! ¿Qué te pasó? Te ves como el infierno. —De repente se quedó sin aliento—. Por favor, dime que no has sido atacada.
Dime que ningún hombre te ha forzado. —Sus ojos detectaron en mi cuerpo la sangre que ya corría bajando por mi pierna, y entonces buscó detrás de
Ella, utilizando los grandes espejos conectados a la puerta—. Oh no... Has sido... ¿Tomada en contra de tu voluntad?
No me encontré con sus ojos. Ella me podía controlar; me habían enseñado que cualquiera fuera de la Orden me tentaría. Fui una de las personas elegidas del Profeta David, envidiada por todos los demás. Tenía que evitar su trampa.
—No he sido atacada. Por favor. Solo... llévame a un pueblo —le rogué una vez más.
El vehículo grande tiró en el camino poco iluminado con un estruendo ensordecedor de una bocina. Haciendo una mueca al oír el sonido, miré fijamente por la gran ventana, profundamente en la oración. Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea…
—¿De dónde vienes, cariño? —La voz de la mujer interrumpió suave y atractiva. Sonaba como una canción de cuna. ¿Tenía malas intenciones? ¿O estaba siendo honesta? ¡No lo sabía... solo no lo sabía! Mi cabeza era un remolino de niebla y no podía concentrarme.
Mantuve mi silencio.
—¿Has venido desde ese bosque? Si es así, ¿cómo? ¿Dónde? No hay nada ahí, más que árboles y osos. Nadie en su sano juicio va a ese bosque.
Demasiadas cosas profanas acechan entre esos árboles. Incluso he oído rumores de una instalación de pruebas del gobierno allí o algo así. —No me atreví a mirar en su dirección. Ella siguió hablando, pero me las arreglé para bloquear el sonido.
Viajamos mucho y muchas horas pasaron. No sabía dónde estábamos, pero con cada centímetro de carretera nueva, me permití relajarme. Estaba
cansada, y para mi felicidad, mi pierna ya no me dolía. Estaba completamente entumecida y tenía sueño.
Luché contra mis ojos para que permaneciesen abiertos y cuando supe que no podía mantener la conciencia por mucho tiempo más, era el tiempo de hacer mi movimiento.
—Por favor, pare —insté, presionando las palmas contra el gran panel de cristal de la ventana. Mis ojos buscaron fuera en el área estéril, por un lugar para refugiarme.
Suspiré de alivio cuando vi un edificio cuadrado gris,
Fuera de la carretera principal. Podía refugiarme allí... esconderme allí... Descansar allí, hasta que hubiese recuperado las fuerzas suficientes para continuar con mi viaje.
La mujer frenó el vehículo y negó. —¡Diablos no! ¡No te voy a dejar aquí! El centro de la ciudad todavía está muy lejos. Una chica como tú no tiene cabida en un lugar como este. Es peligroso. Lleno de mala, mala gente. ¿Sabes qué es este lugar?
Mi visión se volvió borrosa y nebulizada, amenazando a negro. —Mi amiga está aquí. Ella me está esperando —le dije, presa del pánico, con el engaño viniendo sorprendentemente fácil de mis labios. El vehículo de repente se tiró sobre la crujiente grava y se detuvo con
una sacudida.
—¿Tienes amigos aquí? —Su voz estaba llena de shock.
—Sí. —Bueno, que me condenen. No te tomé por una de esas chicas. Supongo que el diablo viene en muchas formas. Un poco explica el estado en el que estas. Supongo que decidieron darte una lección, ¿eh? ¿Te
soltaron y abandonaron para que hicieses volvieras sola a casa? Y aquí estás, arrastrándote ensangrentada y magullada de nuevo hacia la guarida del mal.
No entendía lo que quería decir. ¿Quiénes eran estas chicas? Abrí la puerta y me caí al suelo duro sin una palabra más. Tenía que ocultarme. Solo tenía que reunir las fuerzas para dar un par de pasos más.
Con un fuerte silbido, el grande vehículo se arrastró lejos en la distancia mientras me tambaleaba por el largo camino hacia el edificio. Era enorme, imponente, y cercado, pero lo más importante, estaba cerca y la gran
puerta de aspecto pesado estaba abierta lo suficiente para que pudiera pasar.
Mientras lo hacía, mi vista se desvaneció rápidamente. Sabía que ya no podría seguir más. Mis energías estaban agotadas, me acosté en el áspero y duro suelo, detrás de una hilera de contenedores grandes, anchos y me rendí a las incitaciones de mis párpados para el sueño. La última imagen que vi cuando levanté la vista fue a... Satanás... pintado en la pared del edificio de enfrente. Sentado en un gran trono con una mujer de ojos azules a su lado.
Me sobresalté despertándome, temblando en pánico ante la imagen, haciéndome eco de las palabras de la señora que conducía el vehículo grande. ¿Dónde diablos estoy?
Poco después, ya no fui capaz de luchar contra el sueño, con un pensamiento final filtrándose en mi mente mientras me deslizaba en la inconsciencia: No hay nada en el exterior, excepto el engaño, el pecado y
la muerte...
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