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EL MISTERIO DE LA ISLA MELLYON

CAPÍTULO 1

La batalla entre los dos barcos piratas se encarnizaba por momentos. Los gritos de dolor de los heridos, se estaba volviendo una banda sonora junto al estruendoso ruido que emitían los cañones.

La noche era completamente oscura, a penas se podían ver las estrellas, del humo que habían provocado los proyectiles, al caer dentro de los barcos y hacer arder la madera.

Los piratas iban con las antorchas de babor a estribor, unos para atender a los heridos y otros para iluminar a los que se encargaban de colocar la pólvora y los proyectiles en los cañones, para finalmente disparar sin piedad.

El ambiente se iba enrareciendo por momentos, una niebla se empezó a formar volviéndose cada vez más espesa. Hasta tal punto que ninguno de los piratas podían ver al otro barco y dejaron de disparar.

El silencio invadió el lugar dando paso al sonido de las olas al chocar en los laterales bajos de los barcos. En el interior de uno de los barcos, uno de los piratas iba con su antorcha hacia un compañero que estaba sentado junto al cañón, con una mano puesta en su oído derecho.

- ¿Te han herido?- se preocupó al verle sangre en su mano.

- No lo sé, pero me duele mucho.- dijo con voz angustiosa el marinero.

- Déjame que te mire. - Le quitó la mano para acercar la antorcha, cuando vio el oído hecho un hilo de sangre, sus pocos conocimientos en medicina le hicieron sospechar seriamente de que nada bueno tenía.

- Muchachos - se les acercó el capitán.- ¿va todo bien?

- Capitán - dijo levantándose el pirata con la antorcha - Staff está grave, en el mejor de los casos puede perder el oído derecho.

- ¿Estás seguro almirante? - Le preguntó el capitán, ambos se miraron directamente a los ojos y el capitán no tuvo dudas de que Staff estaba gravemente herido.

En eso cayó con toda su fuerza el primer relámpago, que dio paso a una lluvia torrencial. El capitán ayudado por el almirante levantaron a Staff, en eso escucharon terribles gritos provenientes del otro barco. La neblina había desaparecido y veían a los bucaneros del otro barco lanzarse poseídos.

- ¡El diablo está aquí!- exclamó otro de los marineros corriendo yendo hacia su capitán.

- Peterson,¿qué ocurre?

- ¡El diablo!. - dijo cogiendo del cuello de su capitán- he visto al diablo, está aquí viene a por nosotros...

- ¿Qué tonterías di...- pero el almirante con los ojos abiertos de par en par vio algo inusual, desde el cielo iluminado por los constantes relámpagos.

- ¡Capitán mire...! - le dijo señalando al cielo. El capitán se volvió y quedó sin aliento, al ver como en lo alto del cielo se formaba la cara de una calavera y devoraba el barco de enfrente.

- ¡No quiero morir!- se lanzó al agua el marinero poseído.

Las aguas por el torrencial, estaban revueltas y con un oleaje violento, se fue tragando a los marineros que poseídos por el miedo se lanzaban al agua.

Las olas cada vez eran más altas, con lo que zarandeaban el barco como si fuera un balancín ligero, los marineros iban rodando por la proa y popa como si fueran canicas, chocando entre ellos o con los obstáculos que se encontraban por el camino.

Los balanceos eran tan violentos que varios marineros salieron volando hacia el mar bravo. El mástil se partió en dos, al contacto con un relámpago que dañó severamente el mascarón.

El capitán tras dejar al almirante junto con Staff, fue hacia popa para tomar el mando del timón, en uno de los virulentos balanceos, perdió el equilibrio y se golpeó en la cabeza. Cayendo al suelo inconsciente.

El diluvio fue cesando, del mismo modo que se fue calmando el mar, hasta quedar el barco a la deriva de la corriente del mar y paulatinamente fue adentrando hacia una nueva neblina que se hacía más espesa.

El silencio volvió a reinar en el barco. En el suelo se mezclaba la pólvora que se había esparcido, agua que había entrado con el diluvio y el oleaje con la sangre de los piratas heridos.

El barco navegaba dejándose llevar por el mar hasta quedar encallado en unas rocas marinas. La ligera brisa marina se volvió una caricia para los rostros de los piratas. El capitán cuando notó l

a brisa en su rostro, húmedo por la sangre y el agua, se fue despertando lentamente. Primero movió los dedos de sus manos, luego fue abriendo los ojos. Al principio veía borroso; aun así fue lentamente enfocando hasta ver que frente a él, tenía a uno de sus marineros muertos.

Se levantó despacio y cuando estuvo en pie, miró a su alrededor viendo que había perdido a muchos compatriotas, no solo en la batalla sino también a causa de la tormenta. Los que habían sobrevivido a pesar de las heridas también se estaban levantando.

- Capitán, ¿en dónde estamos?- Le preguntó su almirante al ver que estaban ante una playa y que tras la neblina parecía haber una isla inexplorada.

- No lo sé. - dijo meditabundo mirando la playa.

La calma del lugar había que miraran desconfiados hacia la orilla de la playa, puesto que la neblina ahora no era tan espesa y dejaba entrever parte de la Isla.

- Habrá que bajar y explorar el lugar en el que estamos, y si hay alguien más en este lugar- dijo el almirante que viendo las heridas de sus compatriotas y los desperfectos del navío insistió- en nuestras condiciones y las del barco no podemos volver a navegar.

- Llevas razón Almirante, vamos a bajar - se volvió a sus compatriotas - quedamos pocos pero si nos mantenemos unidos nada malo nos puede suceder. Esta isla parece pacífica pero no podemos confiarnos, así que llevad todas las armas, pólvora y alimentos que haya en el barco.

Los marineros, fueron preparando el equipaje a pesar del dolor que suponía moverse con las heridas aún abiertas y sangrantes pero protegidas por los vendajes.

Cuando estuvo todo preparado y guardado en sus mochilas. El capitán ordenó que bajaran los dos botes, que habían enganchados al barco.

Tras acomodarlas en el lecho del mar el capitán, ordenó bajar por orden de peso, para ir equilibrando los botes. El capitán fue el último en bajar,no sin antes, mirar por última vez a la orilla de la playa, desconfiado.

Fin capítulo 1

CAPÍTULO 2

El capitán, con una expedición de ocho piratas, remó en dos botes hasta la orilla. La neblina volvía a ser protagonista. Tras dejar las barcas en la arena. Se adentraron por la neblina, tierra adentro.

Andaban despacio, tratando de colocar el pie con mucho cuidado. Ya que, por causa de la neblina, no veían dónde ponían los pies y tampoco se escuchaban sonidos ni el canto de los pájaros u otros animales.

- Mi capitán, este lugar me da mala espina - dijo el Almirante al detenerse por no ver ni oír nada.

-Manteneros alerta, puede que el enemigo nos esté vigilando.

El ambiente estaba humedecido. Las gotas de agua caían de los tallos más altos, a través de sus ramas y hojas. Algunos marineros miraban hacia arriba cuando sentían la gota de agua caer en su cabeza o resbalar por su mejilla.

El camino que estaban siguiendo, no tenía fin. Los piratas dudaban de encontrar algo bueno en el lugar. Todo a su alrededor era misterioso. En más de una ocasión, quedaron parados alzando las armas al presentir una presencia cerca, y solo uno juró ver una sombra moverse en varias ocasiones.

Siguieron y, para su sorpresa, ante ellos se fue desvaneciendo la neblina, quedando ante ellos una cueva llena de oro, joyas y riquezas jamás vistas.

Los piratas, primeros se quedaron incrédulos ante los tesoros tan increíbles, pero poco a poco se fueron dando cuenta de que no había guardianes que los custodiaran. Por tanto, tenían libertad para hacerse con ellos y volverse inmensamente ricos.

- Chicos, recoged tanto como podáis para llevarlo al barco. Nos lo llevaremos todo - ordenó el capitán maravillado.

- ¡Sí, capitán! - reclamaron con júbilo los piratas.

- ¡Menuda suerte hemos tenido al venir aquí! - exclamó uno de los marineros entusiasmado.

- Seguro que somos los primeros en venir aquí... pero me pregunto de quién puede ser este tesoro tan increíble - dijo otro marinero con más cautela.

- Eso ya no importa porque ahora el tesoro es nuestro... muy nuestro - recalcó el Capitán. Todos se fueron separando para admirar de cerca los tesoros.

La cueva parecía no tener fin, así como los montones de oro y joyas. Los piratas estaban completamente anonadados al ver tal tesoro. No importaba el montón que fuera, había gran cantidad de diamantes, rubíes, zafiros, monedas de oro, plata y cobre, vasijas de metal, todo para poder cogerlo y meterlo en los cofres que allí había. El capitán se fue hipnotizando por tanto oro y joyas, y fue mirando aquellos que más le llamaron la atención.

En uno de los montones de oro, vio una vasija redonda sin tapadera y en cuyo interior vio algo que lo dejó sin respiración. La expresión de su rostro parecía haber hallado algo fuera de lo común, algo tan sumamente peculiar que, sin necesidad de llevarse todo el oro de la cueva, se volvería inmensamente rico. Lo tomó con una mano y lo acercó a sus ojos para admirarlo mejor.

-¡Jamás vi tanta maravilla reunida en una sola pieza! - se dijo para sí mismo. Los montones de oro se fueron derritiendo paulatinamente. Nadie se dio cuenta de ello.

Un marinero empezó a gritar de dolor, pues el oro que tenía entre sus manos al derretirse le quemaba la piel. De la oscuridad que había en las entrañas de la cueva salieron dos mantícoras y dos esfinges que se echaron rápidamente a los marineros aterrados y paralizados. El capitán, aterrorizado, salió corriendo como pudo, esquivando a las bestias entretenidas devorando y matando a sus presas. Ninguna bestia le tomó en cuenta, pero sí una sombra con garras se lanzó tras él.

Con el aliento entrecortado y recibiendo golpes de las ramas en su cara, el capitán tuvo que parar, mirando alrededor, pero otra vez la neblina se hizo espesa e impedía ver lo que había del horizonte o siguiendo sus pasos. Presentía que alguien le perseguía, y le aterraba no poder ver con claridad la distancia que le llevaba. La temperatura empezó a descender. El capitán volvió a correr porque sentía que sus pies se congelaban. Llevaba rato corriendo y no veía la playa, sentía pánico de pensar que pudiera haberse perdido.

Desorientado y con sus piernas perdiendo fuerza, se paró a recobrar el aliento de nuevo. Miró alrededor, la presencia fuera lo que fuese, estaba allí, tan cerca de él que podía escuchar su propio corazón latir con tanta violencia que podía salírsele perfectamente del pecho.

Descompuesto por no creer con claridad ni ver dónde estaba, le hacían temblar de miedo. Quiso volver a iniciar otra carrera, pero sus pies congelados estaban pegados al suelo. Entonces, de la espesura de la niebla, salió una imponente garra que lo hirió. El capitán asustado imploró por su vida.

-Por favor, no me mates. Devolveré lo que he robado, pero por favor, no me mates -suplicó entre sollozos el capitán, que dejó caer el objeto al suelo.

Entonces vio unos ojos anaranjados brillantes. Pudo apreciar también una mandíbula sobresaliente con unos colmillos afilados. La garra volvió a caer sobre el cuerpo del capitán, que gritó de terror y se perdió en la neblina. El cuerpo cayó en pedazos al suelo, que se tiñó de rojo. La neblina desapareció y solo se veían plantas, tallos, unas palmeras y, a pocos metros de allí, se podía ver y oler por medio de la brisa salada, el mar.

El cielo volvía a mostrarse estrellado. Únicamente se oía a las olas morir en la orilla. El silencio reinaba en el lugar. Todo volvía a la calma. Una sombra volvía a pasearse por la orilla del mar.

Las barcas de la playa fueron tragadas por la arena, lentamente, hasta quedar enterradas en el fondo de sus entrañas. También, el barco encallado fue tragado por el mar. Lo absorbió como si de una gelatina se tratase.

La sombra se fue alejando de la zona de playa, lo que aprovechó el intruso para meterse silenciosamente en el mar y nadar, mar adentro. Se alejó nadando rápido y silencioso.

Fin del capítulo 2.

CAPÍTULO 3

El puerto estaba lleno de gente, marineros que cargaban y descargaban mercancías de los barcos mercantiles, mujeres que paseaban con sus vestidos largos y primaverales que hacían conjunto con sus sombrillas, hombres de negocios que hablaban en medio de la calle de sus negocios.

La mañana era primaveral, el sol estaba en lo alto, anunciando que era mediodía. Un barco acababa de anclar en el puerto y tras colocar el puente levadizo. Un caballero apuesto de cabellos largos y castaños, de ojos color miel vestía un traje azul claro con volantes blancos en la manga de su chaqueta. Llevaba un sombrero a juego color azul.

Bajó con paso tranquilo el puente levadizo y se dirigió hacia la taberna. Allí esperaba encontrarse con alguien que le pudiera servir para promocionar su mercancía, una vez dentro del local se sentó en una mesa a esperar.

El tiempo pasó observando y escuchando a los hombres como negociaban la venta de sus productos. Tomando su segunda jarra de vino amargo, entró por la puerta un caballero con peluca blanca y traje negro de letrado. Se sentó en otra mesa cerca del hombre de los ojos miel.

- Hola, ¿tu no eres de por aquí verdad?

- No, soy de tierras meridionales, de Austenberg mi nombre es Thomas Answar.

- Ted Nolton ¿Y qué te trae aquí, señor Answar? Si no es importuno.- el hombre de los ojos miel se levantó de su silla tomando su jarra de vino amargo para tomar asiento en la mesa del letrado. Una camarera se acercó en ese momento para dejarle una jarra de vino amargo a Ted Nolton.

- No es importuno, señor Nolton vengo para vender telas y otros objetos de una calidad excepcional.

- Quisiera ver esa mercancía que me nombras, si lo dicho es cierto, te puedo llevar ante el mismísimo Conde de Vilherman para que te haga una audiencia y que examine tus mercancías.

- Se lo agradezco, estaré encantado de mostrarle mis telas.

- En ese caso no perdamos tiempo y vayamos a ver esas telas y vasijas.- dijo levantándose para ir hacia el barco, Thomas le siguió con una sonrisa.

- Será un placer llevarle para que las admire señor Nolton, las tengo en mi barco, bien guardadas.

Ambos dejaron una buena propina a la camarera. Salieron de la taberna para ir en dirección al puerto. En su camino hacia el barco mantenían una agradable conversación.

Dentro del barco, le mostró, unas telas de una seda extraordinaria, que nunca había visto adornadas con bordes de oro puro. Además, le mostró unas vasi-jas, jarrones, platos hechos a mano con un barro que tenía un tacto muy suave y fuerte.

Tras mirar detenidamente todo cuanto le mostró, aceptó comprarle un par de telas y vasijas. Tras cerrar el trato con un choque de manos, el señor Nolton lo acompañó hasta la casa del Conde de Vilherman.

Una vez allí le habló de sus productos, el Conde maravillado por la descripción del señor Nolton que le rogó que le lleváse unas cuantas para ver como eran.

Los tres fueron de nuevo hasta el barco donde le mostró sus productos. Los ojos verdes del Conde se iluminaron de tal forma que pequeñas y cristalinas lágrimas empañaron su vista. Pues veía en ellas telas tan singulares que nadie podría llevar trajes como él.

El Conde tras comprar las más bellas de las telas y vasijas. Estaba tan encan-tado por la compra hecha que encargó preparar una cena en honor al señor Answar. Tres días después por la noche la casa del Conde estaba llena de gente de la alta sociedad.

- Mi querido señor Answar este es el respetable capitán Edwin Grikken...es uno de los marineros más expertos que hay por la zona.

- Encantado Capitán Grikken- le saludo con cortesía estrechando su mano con la de él.

- Dime, ¿de qué tierras vienes?- le preguntó con recelo Grikken.

- Vengo de tierras meridionales concretamente de las tierras de Austenberg...

- He oído hablar de ellas, pero no he tenido el honor de visitarlas... y siendo de esas tierras imagino que habrá oído hablar de la Isla de Mellyon

- Siento decepcionarte Capitán Grikken, pero no, no he tenido la dicha de visitar esa isla, aunque si tengo entendido por las leyendas que se cuentan de ella, que está maldita y quien se atreve a entrar en ella no sale con vida.

- Pues nadie lo creería viendo las telas tan singulares que traes y las vasijas tan originales. - ambos se miraron fijamente a los ojos como si se estuvieran desafiando.

- Ya le he dicho que no he tenido la dicha de ir a esa isla, las telas tan singulares y las vasijas tan originales son hechas por mi familia desde tiempos caducos y yo como buen marinero mercante me dedico a venderlos.

- Ha sido un placer conocerle señor Answar, espero volver a encontrarme con usted para seguir hablando de este tema tan interesante. - e hizo la reverencia ante el Conde de Vilherman- señor Conde con su permiso. El capitán Grikken se fue dejando atrás a los dos hombres.

- Lamento si se ha sentido incómodo por las palabras del Capitán Grikken, dicen que se ha obsesionado mucho en esa isla por un tesoro, que se comenta que guarda, en fin. A veces no es un buen compañero de tertulias.

- No se preocupe, he tratado con muchos hombres como él. Cuando ven mis telas y vasijas se creen que las extraigo de la susodicha isla.

- Volviendo al tema de sus productos me he tomado la libertad de hacerle llegar al Rey de Tasiana una muestra de sus productos y me ha llegado la notificación de que quiere una audiencia con usted para los próximos días.

- Me siento honrado por tu estimada ayuda y complacido por dicha notificación. Tengo pensado hacer unos viajes por estas tierras pero daré prioridad a su majestad.

- Haré preparar un carruaje para ir en dos días, de este modo podré acompañarle en su viaje a tierras de Tasiana.

- Agradecido quedo por su buena compañía.

Ambos hombres se quedaron hablando de temas mercantiles y de negocios. Muchos hombres de negocios se les acercaron con motivo de preguntar por las telas y vasijas.

Fin del capítulo 3

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