El cálido viento había hecho erizar la piel de muchas personas, la caída hacia la noche se hizo presente al igual que miles de suspiros que quedaban sumidos en el silencio. Silencio que muy pocos respetaban.
—Sabes, ya hasta me da un poco de miedo que sepas donde estoy casi siempre —había sido la primera en romper el hilo, luego de escuchar como sus pasos se acercaron.
—¿Eh? He venido aquí porque ha llegado un alerta de una chavala subiendo hasta aquí arriba, no te creas tanto —resopló en su lugar, dejando caer su mirada en ella—, además soy la única unidad que patrulla por esta zona.
—Sí, claro, como las alertas digan —dijo con sarcasmo mientras esboza una sonrisa, doblando sus piernas como indio con su mirada fija hacia el gran canal.
—Las veces que nos hemos topado ha sido porque siempre robas las mismas tiendas, no es mi culpa que sea mi trabajo detenerte.
—Veamos si ahora puedes detenerme.
El oficial vio como se paraba en su lugar, tambaleando en el proceso y sin sostenerse de nada.
—Por mucho dinero que valga tu vida, no te salvaría ni aunque lo soñases ahora mismo —gruñó cruzándose de brazos, dejando que el ambiente se sintiese serio.
Aquella soltó unas carcajadas suaves, como si reírse la hubiera aliviado de algo.
—Vale, te creeré en este instante, pero luego no.
Dicho eso, dio un pequeño salto, quedando colgada de los fierros que cruzaban en los pilares de aquel puente.
—Qué mal ha sido no verte caer sobre el agua —habló el oficial con sarcasmo, bajando de allí con sus brazos cruzados, estaba confiado que por mucho que ella se colocara al borde, no se tiraría.
Bajaron ambos con una sumisa tranquilidad, aunque al oficial no le hizo mucha gracia verla bajar por unos barrotes como mono. La analizó con curiosidad, notando su vestimenta suelta, su cabello oscuro largo y su piel cubierta de varios tatuajes azules.
—Vete a tu casa o al menos no asustes a las personas de tu alrededor —mandó, dejando sus brazos caer a sus costados y caminar hacia su patrulla.
—¡Como usted diga, oficial, sé que si necesito ayuda debo de llamarle! —gritó mientras caminaba en el sentido contrario de aquel, dejando escapar una risa traviesa.
—Oh, no molestes —gruñó, dejándose caer en su auto y mirar como la muchacha desde lo lejos le saludaba sin pudor, elevando su mano como si fueran unos viejos conocidos despidiéndose.
—Fue bueno volver a verte —un pequeño susurro salió de sus labios, temblando por el sentimiento que le había provocado verlo irse.
Era curioso para la joven que él acudiera solo, a aquella alerta que quien sabe quién le había avisado a la policía. Habían arruinado un momento de soledad y casi una muerte, pero la pequeña alegría hizo que un corazón tan pequeño se volviera un poco cálida.
¡Hola, de nuevo yo! ¡Espero que les guste esta nueva historia y que les entusiasme tanto a ustedes como a mí seguirla! ¡Gracias por leerla!
...Movimiento...
Varias sirenas se encontraron encendidas, las radios prendidas y los autos iban a gran velocidad. La alerta les había llegado hace unos segundos, haciendo que seis unidades de policías se movieran con prisa para llegar a la tienda de joyas.
“¡Ayudarnos, por favor! ¡Un grupo de maleantes se han metido a nuestro local exigiendo dinero! ¡Tienen varias armas de fuego y máscaras!”
—Oye, oye ve un poco más lento que no llegarás a hacer la curva —en la primera unidad se encontraban dos hombres, y el que se había quejado había sido el acompañante.
El conductor bajó un poco la velocidad, dejando de tensar sus hombros sobre el volante.
—No se irán a ninguna parte, además no hemos tardado nada en recoger los chalecos y venir volando hacia aquí —resopló su compañero, acomodándose en su lugar y dejando caer su mano, la cual había estado agarrando con fuerza el asiento.
—Wilson, si no quieres negociar, al menos házmelo saber sin tirar indirectas —giró en su lugar mientras miraba los espejos retrovisores dando marcha tras a su coche.
Se miraron por unos segundos, mientras que el conductor posicionado su coche al otro lado de la calle, teniendo de frente al local que estaba siendo saqueado.
—Vale, sí, tienes razón, Monte, no quiero negociar —refunfuñó, acomodando su pistola y saliendo ambos al mismo tiempo.
Se volvieron a mirar y luego esperaron unos segundos, para escuchar de lejos a sus compañeros.
—Lo haré, negociaré porque tú no tienes las agallas —se limpió sus manos con su uniforme y tocó con su mano izquierda su pistola.
Minutos antes de que les llegara la alerta, el día se mostraba agradable para la mayoría de turistas que disfrutaban de estar de vacaciones en Los Ángeles.
—Dejad el coche aquí, no es nuestro, así que, que lo mueva alguien con trabajo —una voz femenina demandó por una radio, saliendo del vehículo y caminó sin miedo por la calle.
No quedó mucha distancia de aquel vehículo con la tienda, por lo que salió con una máscara rosa y su arma de fuego colgada en su espalda. Ante la presencia de muchas miradas, disfrutó ser el centro de atención por unos minutos, hasta abrir bruscamente las puertas de la tienda.
—Oh, sí, como a mí me gusta —analizó el lugar y era tal cual los planos que tenían—, estoy totalmente agradecida que haya clientela, me estáis ahorrando tener que traer a más personas aquí. ¡Alcen sus jodidas manos, mis amores! Hoy, gracias a Dios, les ha tocado a vosotros. ¡Ya sabéis cómo va la bola, arrodillaos!
Amenazó con las manos en su arma y una sonrisa sobre su rostro, mientras que veía como sus compañeros se movían tal cual había sido el plan.
—Mira, manda a los oficiales una alerta tal que diga así "¡Oh, por dios, venid por favor, nos están saqueando la tienda de nuestras preciadas joyas! No traigan más que sus sucios traseros aquí y nada de pistolas, parece ser que traen armas de juguetes" —actuó apuntando a la mujer del mostrador mientras hacía expresiones tanto con su rostro como sus manos, actuando.
Soltó unas carcajadas golpeando con fuerza la vidriera que estaba delante de ella, de la cual se encargaba un señor.
—Oh, no te preocupes, lo haré yo, sé cómo va esto ¿Sabes? Pero me estarían faltando unos guantes —sarcásticamente, colocó su arma en su espalda y metió su mano para agarrar con fuerza las cajas con anillos—, no importa, de igual manera se venden mejor en la calle que esta maldita tienda.
A su lado cayó un bolso completamente lleno, quedando a su costado un muchacho con máscara completamente negra.
—¿Les faltará mucho a los oficiales? Las chicas ya han colocado el coche en la entrada y la llave la han tirado aquí dentro —informó dejando ver su mano con dicho objeto.
—No lo sé, pero la alerta ya ha sonado, tendrían que haber llegado hace-
—Aquí el Sargento de la policía, Monte Walker, con el número de placa 7192 —escucharon las personas dentro del local—, soy quien va a negociar con vosotros.
Provocó una sonrisa en el rostro de aquella mujer que manejaba el robo, caminando lentamente hacia la entrada.
—Buenas tardes, Sargento —saludó la joven, abriendo la puerta del local, pegando un pequeño golpe en el vidrio con su arma—, oh, disculpe, no me gusta llevarla en la espalda, pero como es un arma grande también pesa bastante.
—¿Cuántos sois vosotros? —siendo lo único que preguntó serio, no le miró más que la máscara rosa y ver dentro del local lo sucio que se encontraba el suelo.
—A ver, deja que cuente —giró en su lugar, dejándole ver qué grande era el arma para volver a girarse y sonreír—, un total de cinco.
—Vale, ¿Hay rehenes? —colocó sus manos sobre su cadera, haciendo que la muchacha bajara la mirada.
—Por el momento están los de la tienda, y unos turistas —informó mirándose las uñas.
—Número.
—Que serio —murmuró, volviendo a darse la vuelta y contar con su mano—, son cinco también.
—No podrás negociar con los del local, es por normativa —negó aquel con su cabeza mientras acomodaba su posición, volviendo a tocar su pistola.
—O'kurwa, vale, vale, serán tres, entonces —bufó, dejando caer sus manos sobre el marco de las puertas.
—Negociaremos primero por-
—Hej, Hej, aquí la que decide las negociaciones soy yo, Sargento —le interrumpió sonriendo mientras abrió la otra puerta, dejando ver el interior.
Monte contó y la joven no había mentido, el lugar se encontraba destrozado, sin ninguna gota de sangre.
—Bien, ¿Qué quieres por el primero? —resopló mirando como la ambulancia se estacionaba y le comunicaban su llegada por radio.
—Una salida completamente limpia, sin pinchos, sin-
—Sé lo que es, déjalo salir.
Esta lo miró de arriba hacia abajo, un Sargento moreno, de cuerpo poco ancho y con una altura que no pasaría del 1,85 m. Chasqueó sus dedos, provocando que se acercara un joven de máscara naranja junto con una fuerza bruta, trayendo con él a una mujer.
—Para ti, una turista, no habla por lo que se ve —dijo la joven de máscara rosa con ironía, empujándola para que saliera.
La mujer murmuraba palabras en otro idioma, poniendo en alerta a Monte.
—Señora, vaya con mi compañero que la protegerá y los médicos se harán cargo de usted —le comunicó a la rehén, dejando que su compañero se la llevara—, ¿El siguiente?
—No me tocáis el coche, cuando salgamos, nada de querer chocar ni hacernos dar vueltas, Oh, ni siquiera volcar —expresó con sus manos negación, imaginando las veces que le habían volcado su coche en diferentes persecuciones.
—Pero no te daré segundos de salida, ni distancia segura —advirtió con su dedo índice, mirándola desde abajo.
—¡Joder, sí que eres duro, eh! —gritó con sarcasmo, dando una vuelta en sí y mirando el interior del lugar—, si no me dais la distancia segura-
—Nada, dadme al rehén —demandó seriamente sin moverse de su lugar.
La muchacha se giró y miró al resto de oficiales, los cuales se encontraban en posición de defensa. Todos con sus armas en las manos.
—Maldito —susurró, volviendo a chasquear los dedos, trayendo al quién sería el esposo de la señora.
—Bien, queda uno.
Dejó de lado al hombre, quien se encontraba enfadado.
—Tak, Tak, es una niña —sonrió, agachándose para decirle a la pequeña niña que se acercara—, hemos tenido una charla agradable mientras que vosotros tardabais años en llegar, ¿O no, cariño?
La sentó en su pierna mientras le acariciaba su corto cabello negro con sus guantes de cuero negro, dejando a la vista una piel con pequeñas cicatrices.
La pequeña asistió con su cabeza mientras jugaba con una pulsera plateada.
El Sargento Monte se había colocado nervioso y la delincuente lo había notado.
—¿Qué... qué quieres por ella? —como había podido, carraspeó pronunciando aquellas palabras con un ligero dolor.
—Veo que esto no te gusta —aquella sonrisa traviesa no se quitaba de su rostro—, sin helicópteros, Sargento, y no quiera llevarme la contraria, ¿O eso pensaba hacer?
Amenazó mientras que con la mano que acariciaba a la pequeña sostenía una navaja, que había dejado a la vista ante los ojos furiosos de Monte.
—Dejadla ir —aceptó sin mover su cuerpo, el cual quería excesivamente empujar aquella chica del pequeño cuerpo de la niña, con temor de ver algo muy horrible.
—Eso será para después, debemos de salir con alguien, ¿Quieres vernos subir al coche, Mía? —con bastante confianza, la muchacha alzó en sus brazos a la pequeña.
Le guiñó el ojo al Sargento mientras que sacaba una pistola, rompiendo las puertas principales de vidrio.
Provocando que todos los oficiales se pusieran en alerta, mirando con mucha seriedad a la cínica sonrisa que llevaba aquella chica de máscara rosa.
—¡Venga, que ya hemos finalizado! —gritó, sintiendo que los brazos de la niña se enrollaban con miedo en el cuerpo de ella, ante lo provocado.
—Cuando la patrulla del Mustang suene la sirena, podéis salir, ¿Entendido? —dando un paso al frente, subiendo el primer escalón, los cuatro chicos enmascarados le apuntaron sin miedo, mientras que la chica dejaba a la niña en el suelo.
—Afirmativo, mi Sargento.
Monte caminó hacia atrás sin darse por completo la vuelta, dejándole una mirada de advertencia a la muchacha, y mirando por último a la niña.
—Aquí el Sargento Walker, las negociaciones terminaron, todas las unidades a sus patrullas y cuando haga sonar las sirenas irán por delante la unidad Z, luego la unidad G y el resto irá haciendo código 100 —comunicó por radio una vez que giró para cruzar la calle—, que la ambulancia se quede hasta que tengan a la niña.
—¡Nos veremos luego! —gritó la joven de la máscara rosada mientras subía al coche.
El ruido de los vehículos encendidos y rugiendo, era lo que a Monte más lo concentraba, dando la señal de las sirenas para que los delincuentes pudieran salir y comenzar la persecución.
Conduciendo aquel coche el otro muchacho que restaba, el de la máscara amarilla.
—Aquí, Unidad Z, les iré narrando por las calles en las que se dirigen los delincuentes —comunicó una voz femenina, recibiendo por respuestas varias afirmaciones.
Monte se mantuvo tranquilo, aunque muy confiado no se encontraba en el caso de atraparlos. Lo que lo había mantenido ocupado en su cabeza, era el interrogante de saber si la niña se encontraba en perfecto estado.
—¿Qué dices, irán por los túneles o serán más de pasillos? —preguntó Wilson, agarrándose con fuerza ante la velocidad en la que iban.
—Su coche es ancho y pesado, es un modelo que a gran velocidad se adapta para... volar —tardó en contestar al ver como el automóvil rompió los carteles de advertencia y saltaba por el barranco para caer sobre una especie de chatarrería.
—Vale, es imposible saltar aquello, eh, ¿En qué piensas? —alarmado, su compañero abrió con fuerza sus ojos al verlo.
—Iremos detrás —informó dando marcha y tomando distancia para poder hacer lo mismo que los delincuentes.
—¿¡Pero!? ¿¡Estás loco!? Oye, podemos ir por debajo, es posible que vayan por el canal grande y... ¡¡JODER, MONTE, ERES UN MALDITO*****!
El grito de su acompañante le había motivado mucho más a seguir buscando a los delincuentes, aunque para todos sus compañeros era obvio que a Monte le sucedía algo, no por nada saltaría desde la autopista, destrozando gran parte de su vehículo.
—En definitiva, los hemos perdido, joder, ni siquiera han pasado diez minutos —dijo una vez que revisaron todo el canal.
Buscando por las diferentes entradas que tenía el gran canal, mientras que el nivel del agua se mantenía bajo.
—Hoy te has levantado bastante jodido, Monte, me duele el cuello, ah.
Wilson se tocó la parte adolorida, mientras seguía buscando con su mirada algún escondite donde podrían haberse escapado o estacionado.
Sin decir nada, volvieron a la comisaría sin expresar sus pequeños suspiros que ambos daban, dejando despejada la radio táctica.
—¿La criatura se encontrará bien? —consultó, bajando del coche y activando el seguro.
—Joder, ¿Tu debilidad son los niños? Claro que está bien, estaba con sus padres y la ambulancia.
Lo que provocó calma al escuchar las palabras de su compañero, subiendo las escaleras de la entrada de la comisaría.
—¿Sargento Walker? El jefe de División mayor criminal te busca —llamó su compañera desde la recepción en el momento que los vio entrar a ambos.
—Gracias, Pérez.
Se despidió de sus compañeros para encaminarse con tranquilidad hacia la oficina, la cual tuvo que golpear y luego abrir la puerta.
—¿Me necesita, señor Fleming? —colocó su porte serio, mostrando respeto a su mayor.
—Así es, Walker, cierra bien la puerta que debemos de hablar de algo confidencial —dio a conocer, haciendo una señal con la mano.
Su Sargento hizo lo que le ordenó, volviendo a colocarse de frente una vez hecho. Volvió a señalarle que se sentase, y cuando lo hizo le colocó frente a sus ojos unos archivos que se encontraban dentro de un sobre blanco.
—Han sucedido ciertas... situaciones que los agentes de esta división no las han podido llevar como es debido —comenzó a hablar, dejó su bolígrafo en su mesa y se paró en su lugar con total calma.
—¿De qué trata, señor? —arqueó su ceja mientras que dudaba en agarrar el sobre.
—Es complicado, pero el deber que tenemos es proteger a nuestros ciudadanos, y lo que menos hemos hecho es mantenerlos seguros —le da un sorbo a su vaso con agua y sigue hablando mientras se apoya en su escritorio—, la mafia británica y casi Polaca, se ha subdividido en un pequeño grupo de siete personas.
—¿Siete? ¿Cuántas personas hay en la mafia?
—Bastantes americanos, a decir verdad, personas que no están registrados como británicos ni nada, y que muestran ser de este país —suspiró, dejando caer su mano—, así que... como hoy has pasado por una situación desafortunada, tengo estos archivos para ti.
Lo incitó a abrir el sobre, sacando de él hojas abrochadas y algunas escritas a mano. Leyó diferentes nombres, pero de algo estaba confundido era que no había encontrado ninguna foto, ni mucho menos más información de cuyos nombres.
—¿Es solo esto? —incrédulo lo miró, esperando más.
—Hoy has conocido a cinco de ellos, mayormente cuando hacen atracos, se rotan y no siempre están los mismos, al igual que lo que hacen dentro de la mafia-
—Luther, ¿no? Se llama así la mafia inglesa y ¿polaca? —desvió su vista para comenzar a leer las hojas.
—Así es, desde ahora te encargarás de cada atraco que haga esta subunidad —ordenó, golpeó dos veces el escritorio y finalmente se volvió a sentar en su silla.
—Jo... der, un poco difícil.
Luego de leer las pocas páginas que lograba entender, suspiró al notar que era muy poca información.
—¿Por qué lo dices? Confío en ti, debes tomarlo, no puedes contarle al resto de esto y tampoco es información que debas de andar murmurando entre colegas.
—Y no lo haré, señor, ¿Pero por qué-?
—Porque lastimosamente los de nuestra división no han podido lograrlo y hemos perdido tanto a los que hemos infiltrado en aquella mafia, como a los chivatos que nos pasaban la información.
En silencio, Monte se quedó callado luego de las palabras de su superior.
—Ha sucedido una muerte bastante fuerte dentro de la mafia, la cual es una muy personal y que ha provocado que se subdivida, ahí está escrito quién, cuándo, dónde y por qué ha sucedido. Pero como no tenemos evidencias que sean efectivas y físicas, y que la justicia acepte, no podemos ir a colocarle las esposas a cada integrante de la mafia Luther.
—¿De quién se trata específicamente?
—Del jefe, del puesto que se encuentra muy arriba y que muy poco se deja ver, es un jodido maldito.
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