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Crónicas De Un Soñador

El vampiro en el espejo

La noche era dueña de lo que pasaba a esas horas. Decidió salir de casa a pesar que era muy tarde para andar fuera entre las calles solitarias y oscuras. Caminó hasta el centro de la ciudad sorprendiéndola por las luces encendidas de los locales cerrados y que, además, a pesar de la hora que era, circulaba mucha gente por la calle. Fue extraño pues estaba acostumbrada a caminar por la poca iluminación de los postes de luz, a estar vagando por la ciudad iluminada por sus establecimientos. Así pues, se detuvo en una tienda departamental porque había muchas personas haciendo compras como si fuera una fecha especial, los podía ver desde afuera por el enorme vidrio del aparador, mas una sensación interior la incitaba a entrar.

Se metió dudosa escabulléndose entre el gentío mientras su vista miraba lo que podía de la tienda. Tras dar unos pasos hacía un lugar dónde no circularan tantas personas, a lo lejos pudo observar a un hombre frente a un tocador, sentado en una silla viéndose en el espejo. Vestía con una camisa blanca de mangas largas abierta hasta el pecho, exhibiendo su torso musculoso por arduas horas de trabajo en el gimnasio, pero lo que ella no sabía, es que ese sujeto era experto en artes marciales y por eso poseía esa musculatura. Su cabello era negro y corto; sin embargo, lo que atrajo más la atención de la joven fueron sus ojos de color azul. Eran brillantes zafiros que la miraban a través del espejo.

Caminó hasta él sin titubear.

Aquel hombre susurró palabras suaves que llegaron hasta sus oídos, era una voz hermosa y seductora con tono grave que le erizó la piel de la nuca y extendió esa reacción hasta su cuero cabelludo. Sus ojos azules tenían una mirada inexpresiva que la hicieron sentir miedo; está emoción la invadía siendo atraída por su mirada azulina.

Su instinto de supervivencia le advertía que debía irse, pero no podía controlar su cuerpo que caminaba con lentitud hasta él; teniéndolo cerca, casi hasta tocarlo, posó su barbilla en la cabeza de pelo oscuro. Yacía atrapada por la magia que desprendían los ojos azules del sujeto. Lo abrazó por detrás colocando sus manos en su pecho por debajo de la camisa y lo acarició haciendo círculos suaves hasta poder tocar sus pezones. Al hombre no parecía importarle aquella precipitada acción de lujuria inconsciente; sonreía.

Los cabellos del desconocido olían delicioso, un olor dulce indescriptible que nunca olvidaría en su memoria olfativa. Ambos se miraban por el espejo, se contemplaban, sus ojos se observaban con fijeza; aunque los ojos de la chica no mostraban un ápice de brillo. Él, por otro lado, dijo unas palabras provocando que la joven lo soltara inmediatamente y así cómo llegó, se fue diciéndole adiós en un susurro. El local quedó completamente vacío con las luces encendidas, hecho que desconcertó a la chica. Salió despacio de su estupor mental pensando sí alguien más pondría llave a las puertas al salir. Por un momento no sabía qué ocurrió, creyó que aquel hombre era nada más y nada menos que producto de su imaginación, miró el mostrador esperando ver un ser vivo detrás. Salió del local como si fuera dirigida en automático por una fuerza invisible y caminó unos metros más hasta llegar a la esquina para cruzar de acera. En el acto vio a un conocido.

Era un hombre de estatura mediana que vestía una camiseta blanca desfajada, pantalones negros rotos de las rodillas y unas botas del mismo color. Le gritó por su nombre que hizo eco por toda la avenida solitaria advirtiendo que le robaría las botas. El hombre le miró sorprendido pues no le reconoció; sin embargo, al saber que se trataba de esa chica le sonrió para despedirse moviendo su mano. Sola en el centro de la ciudad que estaba iluminado más por las luces de los locales que por los postes de luz pública, siguió caminando sin mirar atrás mientras contemplaba como aquel hombre de botas negras se alejaba.

En los brazos de la noche

Se aisló del mundo por unas horas, de sus amigos y de su vida. La sensación que la invadía en todo el cuerpo era soledad, su emoción no se describía como tristeza, pero, una enorme melancolía consumió su corazón por completo.  Quería estar a solas en el techo de aquel enorme edificio, perdida en la hermosa vista que contemplaba sin darle un adjetivo positivo; sentía la brisa del viento helado mover su cabello y quemarle la piel de su rostro. Las luces de la gran ciudad bajo sus pies eran una escena reconfortante — cuando la emoción que la invadía se desaparecía de repente —, porque la hacía sentir la persona más insignificante del mundo, el hecho era que la ciudad se percibía como una bestia enorme que la consumía con su belleza nocturna.

La brisa fría seguía moviendo sus cabellos ondulados y no le importó estarse congelando; la melancolía, la tenía en un estado de trance porque no podía llegar a la raíz de la situación o decisión que le generó tal sentimiento. No lloraba y observar el panorama de la ciudad y las estrellas adornando la noche, en ese momento dejó de darle confort. Escuchó pasos detrás acercándose, por lo tanto tampoco se molestó ver quién era.

— Te perdiste... —, dijo una voz conocida. — Todos han estado buscándote desde hace horas...Están preocupados por ti...Recordé que...si un atardecer es lindo, sueles embobarte con ellos hasta que llega la noche...

Era verdad que llevaba horas en el techo del edificio, mas no estaba perdida. Ella había ido a ese lugar por su cuenta para tratar de analizar sus pensamientos, ya que le sucedió un suceso que le pareció algo cruel y no quería recordar; aunque, cada pensamiento la llevaba a otro recuerdo doloroso, y todo eso mezclándose era la causa de su estado emocional porqué no podía controlarlo, imagen tras imagen, hecho tras hecho, recuerdo tras recuerdo. Se giró y vio cómo aquel hombre de cabellos largos y negros la abrazaba.

Sintió su calor envolverla en aquel abrazo y respiró su aroma delicioso ante la cercanía de sus cuerpos. Le gustaba su aroma porqué le daba calma, además que para la fémina un abrazo siempre le daba buena contención. El sujeto vestía un largo abrigo negro; era otoño, por lo que hacía mucho viento; vaqueros color azul y botas negras. La soltó y se separó de su cuerpo con las manos sobre sus hombros huesudos le miró a los ojos, dedicándole una mirada sumamente preocupada, entonces comenzó a hablarle severamente mientras ella mantuvo la vista sobre el suelo un poco arrepentida por lo que escuchaba. ¿Qué iba a decirle? Era algo personal y se había ido porque no quería ver a nadie, porque quería poner sus pensamientos en tranquilidad y no tomar una decisión impulsiva como solía hacerlo.

Él estaba allí y parecía ser el único ser a quien le importaba escuchar o ver sus conductas y rutinas; mientras más hablaba aquel hombre, ella más triste se sentía. Llevaba horas en el techo del edificio y era justo que él reaccionara de esa manera mientras se adentraban a los brazos de aquella noche estrellada y oscura.

Un viaje estropeado

Pronto iría a un lugar diferente, otra cultura, otro ambiente, otras personas y otro país, por lo tanto, mientras esperaba ansiosa la hora de irse. Estaba en el baño frente al espejo, recogiendo su cabello en una coleta. Ir a otro país, emprender un nuevo viaje le animó bastante; había ahorrado todos los años que estuvo en el bachillerato el dinero del almuerzo; sin embargo, cuándo puso la liga en su pelo, la puerta se abrió. Sorprendida se giró y aquel hombre entró cerrando la puerta. Se quedó pasmada por la persona que tras ella le miraba por el espejo con seriedad.

— Cuídate mucho — dijo.

Esas palabras retumbaron en sus oídos muchas veces, provocando un leve sonrojo en su rostro; se veían por el espejo sin parpadear y él acercó sus labios lentamente a su oreja, acto qué la sobresaltó de inmediato pensando que le daría un mordisco en aquella parte sensible de su cuerpo, aunque él, solo habló en un susurro:

— Pase lo que pase, te estaré esperando.

Aquel susurro provocó que su rostro se enrojeciera más. Él abrió la puerta y salió perdiéndose en los escalones. Así pues, la joven le siguió y se sorprendió al ver qué su madre les veía seriamente. Tenía miedo a ser juzgada porque se enamoró de un hombre mayor.

Ninguno dijo nada y aquel que le había despertado sentimientos y sensaciones, pasó de largo bajando por las escaleras y desapareció al llegar al primer piso; mientras tanto agachó la cabeza para que su madre no viera su sonrojo. Bajó las escaleras lentamente confundidas. ¿De dónde había salido? ¿Cómo entró? ¿Por qué sabía de su viaje? Su madre ni siquiera lo conoce y no dijo nada porque ha entrado hasta la casa ¿Por qué? Todas esas preguntas invadían su mente y aun así no podía sacar de su cabeza aquel momento donde ambos se contemplaron por el espejo. Temblaba; verlo ahí y sentir su respiración cerca de su oreja mientras escuchaba su voz, ¿eran reacciones de enamoramiento? ¿O lo amaba? ¿Por qué?

Cuando volvió a la realidad, estaba por entrar a la casa de su abuela paterna, no le importó el momento que llegó ahí; sin embargo, su amiga le esperaba para partir de viaje en la estación de tren que quedaba a media hora de su ubicación ¿Entonces qué hacía allí?

Le llamaron por su nombre y se giró al instante. Su padre había gritado; se veía molesto, muy molesto. No pudo evitar sentir miedo y meterse a la casa; su padre, que le había alcanzado, la tomó por el hombro derecho, girándola tan bruscamente que todo pasó muy rápido, pues no vio la bofetada qué le propinó en la mejilla izquierda, sintió el impacto fuertemente rompiéndole el labio.

Su padre gritó:

— ¡¿A dónde crees que vas?! —La joven comenzó a llorar asustada. — ¡No creerás que te dejaré ir! ¿O sí? Aquí te quedarás y no irás a ninguna parte y eso es por descubrir tu secreto.

Lloraba desconsolada al no poder distinguir si lo hacía por el dolor o por qué ya no podría irse de viaje. Perdió la noción del tiempo y bajó la vista con tristeza al ver la imagen desfigurada de su padre por el enojo. Le provocaba terror, nunca lo había visto de esa manera, de hecho, él nunca le había golpeado.

De repente sintió las manos de su papá en sus hombros zarandeándola.

— ¡Contesta! —Dijo furioso.

Ella seguía llorando; de verdad su padre nunca le había pegado. Luego, en un parpadeo, mientras le veía con tristeza y asustada, miró un puño impactarse en la cara de su progenitor, acompañado de aquella voz que le hizo latir el corazón con fuerza.

— ¡Si vuelves a ponerle un dedo encima, te mato! — Gritó.

Sintió un enorme vació en el estómago, un nudo en su garganta, alivio, tiritaba de pies a cabeza y ese hombre, golpeaba a su padre.

— ¡Basta! — Gritó tomándole del brazo. —¡Déjalo!

— ¿Qué?

— Déjalo.

Fue tanta su insistencia que soltó a su padre, a quien le sangraba la nariz. Furioso les vio y se fue de la casa sin decir más; sin embargo, fue amenazado:

— Si vuelves a tocarle, aunque sea un pelo, te mato.

Así pues, el recién llegado se acercó y la abrazó dando un tierno beso en su frente, después delicadamente se separó para contemplar su rostro empapado en lágrimas y sangre.

— Se te hace tarde. — Le limpió la sangre del labio suavemente con la yema de su dedo. — Ella te espera, debes irte ya. Yo te esperaré… cuándo regreses, yo estaré aquí.

Obediente, la joven dejó de llorar, aunque, un montón de preguntas se formaron en su mente y mientras pensaba en ellas vio a su amiga esperándola en las vías del tren caminando. Nuevamente, estaba en otro lugar. Caminó hasta su amiga y la saludó ondeando la mano izquierda.

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